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Involuntaria domesticación por Marbius

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Teddy junto con Harry volvió al que sería su último año de kindergarten a finales de agosto, y aquel acontecimiento coincidió con la mudanza de Sirius, que abandonó el hogar de los Potter para mudarse a su propio piso, el cual se encontraba estratégicamente situado entre su anterior residencia, el hospital donde hacía voluntariado, el colegio de los críos, y la casa de Remus.

De hecho, un poco más cerca de la casa de Remus que de esos otros tres destinos, pero ni éste ni Sirius hicieron mención de aquel dato y en su lugar lo obviaron. Y ya que ni James ni Lily parecieron notarlo, así quedó como un secreto entre ellos dos, y mejor así.

En una decisión que le costó no pocas noches sin sueño, Remus optó por mantener con Sirius una política de honestidad absoluta a partir de aquella velada en la que hablaron de sus sentimientos mutuos, lo cual implicaba no hacer promesas que no pudieran cumplirse ni fingir que su situación actual era la idónea para ellos dos.

Moviéndose con cautela porque las apuestas eran altas y había más por perder que ganar, acordaron conocerse más y limitar su tiempo a solas, porque como quedó demostrado en las pocas ocasiones en que así se lo permitieron, les estaba costando cada vez más y más mantener las manos para sí mismos.

Remus fue quien instauró esa regla, cuando luego de que Sirius se comprara un automóvil y lo invitara a dar un paseo acabaron en un estacionamiento subterráneo besuqueándose como adolescentes y tanteando por debajo de la ropa del otro. A duras penas consiguió Remus detenerse cuando los dedos de Sirius recorrieron su espalda baja, y éste también las pasó canutas no persiguiendo sus labios cuando Remus puso una mano contra su pecho y los separó.

Desde entonces habían prescindido de su exclusiva mutua compañía, y aunque más veces que no costaba mantener las reglas que ellos mismos se habían autoimpuesto, habían conseguido no ceder a la tentación física y en su lugar habían tenido oportunidad de conocerse a mayor profundidad.

Con un grato sentimiento que florecía en su pecho como Flor de Luna a las estrellas (comparación que Remus acuñó por el nombre de Sirius, pero también porque muchas de sus conversaciones se habían dado ya de noche cuando Teddy dormía), Remus había adicionado a la infatuación que tenía con Sirius sentimientos más complejos, en donde paralelamente se fortalecían como amigos tantos como amantes... Exceptuando claro, la parte física de esa última acepción.

Porque estaba consciente de que su petición por tiempo para arreglar su situación romántica con Dora podía ser un incordio, en una de sus charlas Remus le había sugerido a Sirius la posibilidad de no exclusividad entre ellos, al menos mientras él estuviera casado porque de esa manera no tenía él la impresión de ser egoísta, pero Sirius la había rechazado con firmeza, alegando que era una salida demasiado fácil, y que nada que no hubiera costado un poco de esfuerzo podía valer la pena al final.

Remus había tenido que coincidir al respecto con él, aunque también debía de admitir que con Sirius nada daba la impresión de ser complicado. Juntos se compenetraban de maneras insondables para ellos mismos, y de exceptuar el extraño estatus marital de Remus, no habría sido para ellos dos ningún impedimento el saltarse un par de etapas y simplemente mudarse juntos para criar a Teddy hasta el final de sus días. Costaba un poco creer la manera en que su trato estaba exento de roces por muy mínimos que fueran, y a ratos se preguntaba Remus si no sería demasiado perfecto para ser real, pero ya fuera cuando se reunían a cenar y a través de la mesa sus miradas conectaban, cuando Sirius ayudaba a Teddy con sus tareas y lo hacía con una infinita paciencia que ni siquiera Dora había demostrado como madre, incluso cuando salían a dar un paseo y la tentación de tomarse de las manos casi los sobrecogía con la misma fuerza que dos imanes atrayéndose a pesar de la distancia, al final de cada día no había arrepentimientos. Ni uno. Y en un punto del cual Remus comenzó a contar los días para el retorno de Dora, también sumó a esa cuenta regresiva el momento en que él y Sirius podrían estar juntos.

Una pena absoluta que sus planes dobles se vieron dualmente postergados para mal...

 

—Reggie se ha enterado que estoy en Londres y me ha contactado —dijo Sirius una tarde de mediados de septiembre en que él y Remus habían llevado a los críos a un McDonald’s (ellos a beber café, Teddy y Harry a picotear de su cajita feliz y perderse en el área de juegos) porque el clima lluvioso había arruinado su visita al parque.

Remus tuvo un instante de desconocimiento en donde el nombre («¿Reggie? ¿Quién demonios es...? ¡Ah!») se filtró a través de su memoria antes de ser detectado, y después por inercia extendió su mano a través de la mesa y le dio un apretón a los dedos fríos de Sirius.

—Pero era lo que querías, ¿o no? Estabas haciendo planes para conseguir su número y-...

—Sí, pero a mi manera —le interrumpió Sirius, que después resopló—. Me apuesto la cabellera a que consiguió el número a través de Madre, y entonces no puede esperar por un reencuentro que valga la pena. Tanto me arriesgo a que por fin mis padres le hayan terminado de lavar el cerebro con sus estupideces de superioridad y devoción a la familia como que... —Sirius hizo una mueca—. Como que Reg me reclame por haberlo dejado atrás y huido a los Estados Unidos.

—Tenías que hacerlo —dijo Remus con firmeza, apretando su mano—. Por ti mismo, porque vas primero y porque uno debe velar por su propia persona.

—Regulus tal vez no lo entendería así. No te imaginas cómo puede ser Madre... Ella tiene un poder de persuasión que sólo va a juego con su personalidad narcisista y sociópata. Dejarlo con nuestros padres no era mi decisión, pero tampoco podía llevarlo conmigo, no estaba en posición de cuidar de nadie, y temo que Reg no lo entienda así.

—Puede que no, pero puede que te deje explicárselo... Puedes apelar a su buena voluntad y hacer que te escuche.

—Ya...

—¡Padfoot, tío Moony! ¡Mira lo que puedo hacer! —Les gritó Harry desde el área de juegos, colgando de una barra elevada con ambos brazos y balanceándose por encima del suelo apenas a un palmo de altura pero orgulloso de su hazaña.

—Muy bien, Harry —lo elogió Remus, en tanto que Sirius le dirigió una amplia sonrisa que no alcanzaba a sus ojos pero que por fortuna gracias a la distancia no sería ninguna clase de problema—. Sirius...

—Debería sólo devolverle la llamada y esperar por lo peor...

—O lo mejor —sugirió Remus—. Por algo decidió buscarte primero, ¿no crees? Regulus también ha tenido tiempo para madurar y no es el mismo hermano que dejaste atrás cuando te marchaste hace tantos años. El tiempo cambia a las personas, y hace las circunstancias más fáciles de sobrellevar.

—O las vuelve más como el entorno en el que están inmersos. Ahora trabajaba manejando la cartera de acciones de Padre... Era el trabajo que tenían para mí antes de largarme, y...

Sirius calló, y con el Remus, que al no encontrar palabras de consuelo suficientes tuvo que conformarse con entrelazar sus dedos y esperar.

Ya no por Lily o James sino por el propio Sirius es que Remus estaba al tanto de Regulus y al papel importante que había venido a representar en su vida. Con apenas un año y medio de diferencia entre sus edades, habían crecido codo con codo como aliados en un hogar que favorecía la rivalidad entre hermanos, pero también convencidos de que podían ser más fuertes que la presión por sobrepasar al otro.

—No culpo a mi familia por mis acciones —había dicho Sirius en su momento— porque fueron mis decisiones las que me llevaron por mal camino. Solía creer que Regulus era la prueba de una mente fuerte para soportar la tensión que se vivía en nuestro hogar, pero resultó que sólo era mejor para ocultarlo. Yo conseguí salir del hoyo con voluntad y terapia, pero Reggie necesitó de seis meses en una clínica psiquiátrica.

De cómo Regulus Black había permanecido con su familia en la vida adulta y sin un aliado, Remus no estaba seguro ni de sus motivaciones o intenciones, pero esperaba por el bien de Sirius que éste tuviera razones de peso para contactarlo y que juntos pudieran parchar su relación de hermanos y superar los viejos fantasmas del pasado.

Mientras Remus y Sirius disfrutaban de su mutua compañía en aquel McDonald’s, fue éste último quien tomó una resolución al respecto al sacar su móvil, y con dedos trémulos escribir un mensaje con una mano, la otra todavía sujeta con la de Remus. Apenas un par de líneas, que no tardaron en obtener respuesta.

—Me pregunta si puedo verlo ahora mismo... —Leyó Sirius, y Remus asintió.

—¿Quieres hacerlo?

—Yo... Sí, supongo que sí.

—Entonces ve.

—Pero...

—Yo me encargaré de los críos.

Sirius hesitó, pero entonces se puso en pie y recogió sus cosas. —Gracias, Moony —dijo con una exhalación antes de inclinarse sobre él y besarlo en los labios antes de salir con prisa por la puerta principal.

Atrás quedó Remus deseándole la mejor de las suertes, y también una vocecilla que preguntó:

—¿Te ha besado Sirius, papá?

 

Remus se inventó una excusa en el aire (“¿Qué? Claro que no, me estaba soplando una pestaña fuera del ojo”) que Teddy reconoció en el acto como tal y después llevó a los críos a casa. Con los Potter no mencionó nada y Harry no dio muestras de estar al tanto de lo ocurrido en el McDonald’s, pero en cambio Teddy se mantuvo malhumorado en el trayecto a su hogar y Remus tuvo claro que no le quedaba de otra más que tener una pequeña charla con él.

—Teddy...

—Baño —dijo el niño dando zancadas hasta el sanitario y cerrando la puerta con un portazo.

«Genial, está teniendo su primera crisis adolescentes antes siquiera de que pierda su primer diente de leche», pensó Remus, que por un segundo consideró echarle tierra al asunto y fingir demencia, pero entonces Teddy salió del baño, y hosco se le abrazó a una pierna.

—Pa... —Masculló contra su muslo—, ¿cuándo vuelve mamá?

—Ah, Teddy...

Culpable de las consecuencias de sus actos, Remus alzó a Teddy y lo abrazó contra su pecho. Teddy le correspondió echándole los brazos alrededor del cuello escondiendo el rostro contra su clavícula derecha.

—Mamá volverá pronto. En menos de dos semanas, ¿recuerdas?

—¿Y después?

—¿Después?

—¿Volverá a irse?

—No, Teddy. Mamá volverá y... —“Estaremos los tres juntos de vuelta” le sonó a la peor mentira jamás contada, así que Remus cambió los hechos—. Te abrazará y te llenará de besos.

—¿Volverá a contarme cuentos para dormir?

—Todos los que quieras.

—¿Y preparará arroz con leche?

—Un gran tazón.

Teddy suspiró. —Ok. Me gusta.

Remus rió entre dientes pensando cómo Facebook se había permeado en la vida cotidiana sin siquiera ser conscientes de ellos, pero no dijo nada. En su lugar, abrazó con más fuerza a Teddy, pues tenía el presentimiento que el regreso de Dora no se limitaría a besos, cuentos y grandes cuencos de arroz con leche.

Que para cuestiones prácticas, no podía estar más cerca de la realidad que se le avecinaba.

 

El reencuentro con Dora no estuvo exento de abrazos y bienintencionadas frases de “Me alegro que estés de vuelta” y “Es bueno verte” entre ella y Remus, pero incluso con Teddy de por medio y fungiendo como pegamento para los dos, la tensión era palpable, así como también lo era la charla que tenían pendiente y a la que habían hecho referencia en algunos de sus mensajes.

De regreso en casa, Remus bajó las maletas de Dora y las llevó a su habitación, donde las dejó a los pies de la cama y se quedó contemplando el colchón matrimonial al que con tanta facilidad se había habituado dormir a solas y que ahora de nueva cuenta compartiría con su esposa.

O no.

No si la conversación que iban a tener apenas Teddy se fuera a dormir tuviera inicio.

Así que... Pasaron un día en familia donde Dora durmió una corta siesta para reponerse del viaje mientras que Remus y Teddy preparaban su comida favorita y la esperaron para comer en la mesa. De postre Remus tenía un pay de limón que Teddy había elegido la tarde anterior en el supermercado, así como una botella con jugo de manzana del que bebieron en copas fingiendo que se trataba de un vino espumoso. La diversión corrió a cargo de un juego de mesa donde ambos adultos dejaron a Teddy ganar tres partidas seguidas hasta que éste se quejó de aburrimiento y propuso una película infantil de la que sólo vio la mitad antes de quedarse dormido.

Con Teddy recostado a medias en su regazo, Remus se sintió ufano de ser el padre por el cual su hijo sentía predilección, y Dora pareció encontrarse en el extremo opuesto de aquel rango cuando pausó la película y se giró hacia él.

—Quiero el divorcio —dijo con firmeza, su rostro en forma de corazón rígido como si cada una de esas tres palabras fuera la culminación de sus tres meses de ausencia.

—Bien —asintió Remus para sí, que ya se lo esperaba, él mismo tenía un discurso similar, y consideraba que ya le habían dado demasiadas oportunidades a su matrimonio como para considerarlo un fallo de su parte.

Simplemente, había ocasiones en que no funcionaba, y era de sabios dar un paso atrás y renunciar antes de lastimarse más.

—Y quiero la custodia de Teddy —dijo Dora, esta vez desviando la mirada hacia el bulto que de pronto Remus abrazó con fuerza. En sueños, Teddy liberó pesadamente el aire de sus pulmones.

—No. ¿Qué? Ni hablar —se negó Remus en rotundo—. Teddy también es mi hijo.

—Pero yo soy su madre.

—¡Y yo el padre! —Replicó Remus, que de pronto se sintió fuera de lugar alzando la voz—. Mira, no me parece justo que utilices esa carta conmigo...

—Sólo quiero lo mejor para ti...

—Igual que yo, pero-...

—Entonces harías bien en dármelo y-...

—¡¿Dártelo?! —Remus abrió grandes los ojos—. Teddy no es un objeto para sólo dártelo así sin más.

—Remus... Esto no es negociable —dijo Dora a través de los dientes apretados, y Remus abrazó con más fuerza a Teddy contra su pecho—. Soy su madre —insistió ella de vuelta y con convicción absoluta de que ese papel era inamovible como razón de custodia completa—. Es lo natural. Madres e hijos pertenecen juntos.

—¿Y yo qué? Eres tú quien pasa más tiempo fuera de casa, y soy yo quien lo alimenta, lo viste, lo baña y se sienta con él a hacer sus tareas. No puedes pensar en serio que con tu trabajo tener la custodia de Teddy sea lo más adecuado para él.

—Pediré menos horas y estaré más tiempo en casa.

—No puedes ir en serio...

Dora amagó extender una mano y tocar a Teddy en la pierna, pero Remus se retiró en el sofá, y con ello el pequeño niño al que abrazaba como si la vida se le fuera en ello. En cierta medida, así era; a nadie quería más en el mundo que a Teddy, y si Dora creía que no iba a pelear con uñas y dientes por él, estaba por completo equivocada.

—No quiero pelear —dijo Dora—, ni que Teddy quede en medio de esto. Dividiremos todo en partes equitativas y no te obligaré a abandonar la casa, pero la custodia no es negociable.

—Pelearé por él —replicó Remus a su vez, a quien de pronto no podía importarle menos la casa, los muebles, el automóvil, o lo que sea que hubieran construido en esa farsa de hogar los últimos cinco años. En lo que a él respectaba, luchar por la custodia de Teddy era razón suficiente para enfrentarse hasta las últimas consecuencias a Dora, y si así tenía que ser por la terquedad de ambos, así sería.

Abandonando la sala con Teddy con brazos, Remus dio por finalizada la charla y se retiró a la recámara de éste y se resignó a dormir en el piso.

Tenía él la impresión de que sería la primera vez, pero no la última.

 

Remus despertó por el ruido que se escuchaba en la cocina, donde ya Dora tenía a Teddy sentado a la mesa de la cocina, que ajeno a la pelea de la velada anterior, desayunaba avena con fruta que su madre había preparado para él.

—Buenos días. Deberías ducharte —sugirió Dora apenas ver a Remus—. Esta mañana yo llevaré a Teddy al kindergarten, así que puedes tomarte tu tiempo.

—Ese es mi trabajo —dijo Remus, pero fue Teddy quien intervino.

—No importa. Hoy me llevará mamá, y así podré mostrarle cuál es mi salón de clases y quién mi maestra favorita.

Remus no replicó, y aunque se apresuró en tomar una ducha y estar listo a la hora de siempre, Dora ya se le había adelantado con el almuerzo de Teddy y estaba lista para salir con éste.

—Pasaré por él a la salida —dijo Dora sin mirar a Remus a los ojos, y éste no respondió nada.

—Bye, papá —se despidió Teddy, y Remus tuvo que parpadear para eliminar la repentina humedad que le picaba en los ojos.

Desde la puerta, observó a Dora acomodar a Teddy en su sillita alta, y después de acomodarse ella el cinturón de seguridad de seguridad, salir del espacio donde estaba estacionada sin mirar ni una sola vez en su dirección.

Ni siquiera un ‘adiós’, que por todo lo que él intuía, igual y podría ser considerado el definitivo.

 

En una batalla silenciosa en donde no parecía que ninguno de los dos pudiera salir victorioso, Remus y Dora pasaron las siguientes dos semanas luchando por el afecto de Teddy sin que hubiera un ganador absoluto.

Ahí donde Remus preparó su comida favorita, Dora se presentó con comida de su restaurante favorito y ganó los favores de Teddy.

Ahí donde Dora pretendió llevar a Teddy al zoológico, Remus mencionó que Harry se sentiría decepcionado si no jugaban esa tarde y el prospecto de visitar a los animales quedó en el olvido.

Dora contratacó con un cachorrito negro, pero igual que un arma de dos filos, se volvió en su contra cuando en casa aparecieron sin parar charquitos húmedos por doquier y su intento por devolver a Canuto (Teddy eligió el nombre con ayuda de Harry) a la tienda de mascotas terminó con su hijo llorando en lágrima viva y con el cachorro apretado contra su pecho.

Remus cometió un error similar al intentar abordar con Teddy el asunto de su divorcio con Dora de camino a casa, con el resultado de tener que estacionarse en el primer espacio libre porque de pronto su hijo comenzó a sollozar y no hubo manera de tranquilizarlo más que con un fuerte abrazo y falsas promesas de encontrar una solución para todos.

Al final no fue posible, y para mediados de octubre, Remus empacó una maleta con sus cosas y aceptó la propuesta de los Potter para hospedarse en su cuarto de invitados.

Que no lo sabía todavía, pero más que un alojamiento temporal, sería la última parada antes de su decisión definitiva.

 

Lo que en un inicio pudo ser un divorcio simple en donde ambas partes decidieran firmar y tomar caminos separados, pronto se tornó un campo minado cuando el tema de la custodia de Teddy salió a flote. Ni Remus ni Dora pelearon por sus pertenencias, mucho menos por la vida en común que habían construido, pero en ningún momento cedieron ni un milímetro cuando se trató de su hijo, y fue precisamente Teddy quien más sufrió cuando el juez que trató su caso le planteó hacer la elección.

—Y bien, Teddy —le llamó con una falsa sonrisa, él y sus dos padres presentes—, ¿con quién te gustaría más irte a vivir?

Teddy rompió a llorar, y la reunión terminó con una tensa discusión entre Remus y Dora, que se culparon mutuamente por hacer aquel proceso más difícil al no ceder la custodia.

Con todo, mientras el asunto de la custodia y las horas de visita se arreglaba, Teddy se quedó con su madre en la casa de la que Remus todavía pagaba su mitad y éste regresó con los Potter, que en vano trataron de consolarlo.

—Pelea por custodia compartida, Moony —le aconsejó James no por primera vez en las últimas semanas—. Los juzgados tienden a ponerse de parte de la madre, pero si insistes en una mitad equitativa tendrás mejores oportunidades. Vale la pena que lo intentes.

—¿Y si pierdo, uh, y si ni siquiera recibo dos semanas de cada mes? —Refutó Remus, para quien esa repartición no le parecía nada equitativa cuando en realidad Teddy había estado a su cargo casi desde el nacimiento—. Dora ni siquiera tiene un trabajo que le permita volver a casa a cenar la mayoría de las noches, ¿cómo espera ella tener la custodia completa de Teddy? ¿Es que prefiere para él una niñera que su propio padre?

—Tal vez deberías hablar con Andrómeda y pedir que interceda por ti. Te escucharía, te quiere como a un hijo, ella misma lo ha dicho antes —intervino Lily, que al igual que James seguía todo ese asunto desde cerca—. Con suerte ella hablará con Tonks y... Podrán llegar a un acuerdo.

—Quizá —suplió James.

—Quizá no —mascullo Remus, para quien la esperanza era un lujo que no podía permitirse en el más oscuro de sus momentos.

Pero resultó que en ese asunto los Potter no iban tan desencaminados con su consejo, y aunque no fue Remus el que habló con Andrómeda, sí lo hizo Sirius, que a desconocimiento de éste se reunió con su prima y tuvo con ella una charla que por un lado facilitó el divorcio y por el otro le grajeó la rabia de Dora.

—¡¿Te estás acostando con Sirius?! —Le chilló Dora a Remus la siguiente vez que se encontraron, y éste abrió grandes los ojos por el asombro—. ¡Oh no!

—No sé de qué-... —Alcanzó Remus a formular antes de que Dora le lanzara con las llaves que tenía en la mano, y al instante se agachó para evitar ser blanco en su trayectoria—. Dora...

—No hay ‘Dora’ más para ti. Llámame Tonks o muérete —le chilló ésta con rabia antes de lanzarse sobre él y plantarle dos severos puñetazos en el torso.

Pese a la diferencia de estaturas, Dora seguía siendo parte de la policía, y aunque sus labores eran sobre todo de oficina, no por ello estaba exenta del entrenamiento físico al que se les sometía, con tan mal tino para Remus que se llevó dos terribles golpes que le sacaron el aire, y fue su única suerte que Teddy no estuviera ahí presente para presenciar aquello, porque lo que siguió fue llanto, y después no mejoró.

Por último, Remus y Dora (“No, ahora es Tonks”, se recordó Remus) hicieron las paces, y en un acuerdo que prometía ser una prueba, aceptaron la custodia compartida.

Que por el bien de Teddy, ese era el camino que elegían seguir.

 

/*/*/*/* Próximo capítulo: Con comentarios (26-abr)/Sin comentarios (10-May).

Notas finales:

Ya ven, aquí el de los problemas es Remus, no Sirius a pesar de su pasado... Pero faltan detalles por revelar y que pesan en su historia juntos.


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