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Involuntaria domesticación por Marbius

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3.- Siempre (fui) tuyo.

 

You're the only one, who could lock this wild heart up in chains

You're the only love, that can make this bad man better

Your love, your love, your love

I'm a better, better man

Your love, your love, love, love

I'm a better, better man

5 Seconds of Summer - Better man

 

Aquel año sufrió Remus lo que a posteriori consideraría como su peor otoño en existencia, pues recién divorciado, sin un sitio fijo donde vivir, tampoco sin Teddy hasta que no tuviera un domicilio propio, y con un salario que por sí solo complicaba ese asunto, tuvo la desdicha de pescar una bronquitis de campeonato para la que poco le faltó hospitalización.

Su buena suerte fueron James y Lily que velaron por él, y también Sirius que nunca abandonó su lado incluso si a ratos (con fiebre y en verdad irracional) Remus le culpaba por haber intervenido donde no le llamaban al haber ido por su cuenta a hablar con Andrómeda.

Sirius se disculpó, por supuesto, pero a Remus le costó más que eso perdonarlo.

Y mientras tanto, su salud decayó más y más hasta que una mañana de mediados de diciembre Tonks se negó a entregarle a Teddy para la tarde porque Remus traía consigo una amigdalitis y no quería correr riesgos de contagio.

—Prometo que lo compensaré con más tardes —dijo Tonks con firmeza al negarle la entrada a la que alguna vez había sido su casa—, pero por favor márchate.

—¿No puedo siquiera saludar a Teddy?

—Será mejor si no te ve, así no llorará cuando te marches.

—Vale...

Aturdido por la fiebre y el dolor de cabeza, Remus volvió con los Potter, pero se quedó en su automóvil contemplando la casa y preguntándose si era justo entrar trayendo consigo la enfermedad cuando Harry estaba adentro y era incluso unos meses menor que Teddy. Si no sometía a su propio hijo al riesgo de contagio, tampoco quería hacerlo con su pequeño sobrino que no tenía la culpa de su debilitado sistema inmunológico.

Adentro del automóvil y contemplando la posibilidad de quedarse dormido ahí hasta la mañana siguiente fue como lo encontró Sirius, que precisamente había acudido a casa de los Potter a ver cómo se encontraba, y en lugar de verlo en cama y con una bolsa de hielo para bajarse la fiebre, lo encontró con la cabeza apoyada contra el cristal lateral del automóvil y los ojos brillantes por la temperatura interna.

—Moony, abre —pidió Sirius desde el lado del copiloto, y Remus quitó el seguro de la portezuela.

Sirius entró, y trajo consigo el frío de la calle y un inconfundible aroma a pino.

—¿Qué haces aquí? —Preguntó apenas cerró la portezuela y se giró hacia Remus.

—No sé —masculló Remus.

—¿No habías ido por Teddy?

—Sí.

—¿Y qué pasó?

—Dora... Tonks no me dejó verlo.

—¿Por...?

—Dice que puedo contagiarlo, y... tiene razón.

—Ah, vaya.

—Prometió dejarme verlo después. Compensármelo —dijo con lentitud, separando la palabra en varias sílabas.

—Seguro que así será. Erm, ¿no quieres entrar a la casa? Aquí afuera hace frío.

—Estoy enfermo.

—Precisamente, porque estás enfermo es que deberías entrar.

—Harry —pronunció Remus con voz más apagada—. No quiero contagiarlo. Debería... —Murmuró, y se pasó la lengua por los labios resecos—. Debería irme a un hotel a pasar la noche.

—O... —Sirius se acercó con la misma cautela que si se tratara de un animal salvaje y no domesticado—. Podrías quedarte conmigo en mi piso.

—No creo que sea una buena id-... —Protestó Remus antes de que un acceso de tos le tuviera a punto de expulsar sus pulmones y doblándose sobre sí mismo a pesar del cinturón de seguridad.

Sirius le tocó el hombro, y al cerciorarse de que Remus no le repelía, cruzó su espalda y le dedicó un par de caricias circulares entre los omóplatos.

—Cuidaré de ti, ¿ok? Puede que no tenga un título en medicina o especialidades como James o Lily, pero sé preparar un caldo de pollo que podría levantar muertos.

—Pero-...

—Así no enfermarás a Harry. Ni a nadie más. Yo puedo pedir varios días libres en el hospital, y cuanto antes estés mejor, más pronto podrás ver a Teddy. ¿Qué tal suena eso?

Remus sorbió la nariz. —No puedo irme contigo a tu piso así sin más. No tengo ropa, ni mi cepillo de dientes, ni el libro que estoy leyendo...

—Entraré a la casa y traeré todo lo de esa lista. ¿Algo más?

Remus hesitó, pero ya que Sirius podía ser tan tenaz como un perro con un hueso, acabó por ceder. —Mi almohada. Y el cargador de mi teléfono. ¿Podrías traer también mi manta con relleno de plumas de ganso?

—Lo que pidas, Moony —dijo Sirius, que antes de volver a salir del vehículo se inclinó sobre Remus y le plantó un corto beso en los labios resecos—. Vuelvo en un parpadeo.

Y atrás quedó Remus, rozándose con el dedo índice y el medio los labios que sentía arder más que las mejillas por la fiebre.

 

Remus pidió unos días antes de sus vacaciones de invierno, y los pasó en la cama de Sirius (éste tenía una habitación extra, pero hasta ese momento no había amueblad el piso más allá de lo esencial) con éste durmiendo en el sofá de la sala y velando por su salud. De la amigdalitis con la que empezó, pronto degeneró en un cuadro mayor donde James le hizo una visita a su nuevo domicilio y le recetó suficientes antibióticos como para devolverlo a su estado de salud o matarlo, sin puntos medios.

—De no ser porque te conozco, creería que te has zambullido en un lago helado con afán de pescar una pulmonía, Moony —le reprendió James durante la auscultación, pero Remus tenía tanta fiebre que apenas si estuvo consciente durante el proceso.

En realidad, Remus pasó los siguientes diez días de su vida desde que Sirius los condujo hasta su piso en cama y delirando con la fiebre, tosiendo con fuerzas sus pulmones como si quisiera extirpárselos vía oral, y resistiéndose a comer pero nunca a beber por culpa de la sequedad que le acuciaba en la garganta.

Después le diría Sirius la infinidad de veces que llamó a Teddy, sus protestas contra Tonks, y frases inconexas de su trabajo que para él no tenían sentido.

Con todo, Remus consiguió despertar un par de días antes de Navidad, y ese primer abrir de sus ojos en una habitación que no reconocía lo hizo sentir intranquilo. Hasta que vio a Sirius acurrucado al otro lado de la cama, dormido y con un libro en el regazo.

Remus lo observó dormir... La rectitud de su nariz puesta a perfil, sus largas y tupidas pestañas oscuras que resaltaban contra la piel pálida de sus mejillas, el leve ronquido que recordaba al de un perro en un reparador sueño, igual que el repentino tirón de su pierna... Y Remus sonrió para sí disfrutando de esos cortos instantes de paz que entre el delirio, la modorra y la consciencia, estaban destinados a llegar a su fin.

Sirius no tardó demasiado en despertar, y una vez corroboró que Remus había salido de lo peor de su trance, se ofreció a traerle el móvil y comunicarlo con Teddy, que había llamado todos los días para obtener noticias, o mejor dicho, Tonks, que había mantenido charlas con Sirius al respecto y después le contaba a Teddy los pormenores para mantenerlo al tanto.

—Espera... ¿Hablabas con Tonks? —Preguntó Remus, que al enterarse de esa parte de la historia, encontró un tanto incómodo que su ex-esposa y Sirius (para quien no tenía títulos pero de quien no se cortaba para besarlo) hablaran de su persona con él pasando por una horrible enfermedad.

—Bueno, es mi sobrina en segundo grato —dijo Sirius con un encogimiento de hombros—. Sé que ahora mismo hay una complicada historia entre ustedes dos, y el papel que juego en esto, pero... También es familia. Andrómeda y yo nos llevamos muy bien, y no ha sido tan diferente con Tonks.

—Pero... ¿Le mencionaste algo de...?

—¿Nosotros? —Adivinó Sirius, pues si bien ese ‘nosotros’ al que hacía referencia era todavía incierto, no por ello borraba los besos y caricias compartidos—. No. No es mi lugar hacerlo, no si no estoy contigo y lo hacemos juntos de manera correcta.

—Oh.

—Antes de hablar con Teddy, ¿cómo suena una ducha? Tienes aspecto de necesitar una con urgencia.

—No creo siquiera poderme poner en pie, la cabeza me da vueltas —masculló Remus, que sentado a la orilla de la cama, todavía se sentía débil como para abandonar el lecho en el que había yacido un tercio del mes.

—Por fortuna para ti, aquí estoy yo —se ofreció Sirius, y Remus se apoyó en su brazo para dar sus primeros pasos después de la enfermedad.

Una vez en el baño y con el agua caliente corriendo, Remus tuvo un instante de arrepentimiento cuando Sirius le despojó de la camiseta que vestía, pero éste mantuvo el tono profesional y le recordó que a diario le había cambiado de ropa, dos veces los días en que ardía con fiebre, por lo que Remus controló mejor sus nervios al aparecer desnudo frente a Sirius y entró al chorro de la regadera sin oponer más resistencia.

La ducha a la que Sirius lo sometió después no tuvo nada de sensualidad. Remus recibió con alivio las manos en su cabeza lavándole el cabello, y después no expresó queja alguna cuando las manos de Sirius bajaron por su espalda con el estropajo repleto de espuma y le tallaron en cada rincón de su anatomía.

—Todo me duele —murmuró Remus con los ojos cerrados.

—Son las secuelas de la fiebre, pero sentirás mejor una vez que estés seco, vestido, y con algo en el estómago —dijo Sirius a sus espaldas, y Remus se vio tentado de recargarse contra él y pedirle que lo abrazara.

Al finalizar la ducha, Sirius estaba casi tan mojado como Remus, pero antes que cambiarse de ropas se aseguró primero de secar a Remus y después vestirlo con infinita paciencia.

Luego lo llevó a la sala, y tras acomodarlo en el sofá con el móvil en el regazo, le dejó privacidad para hablar con Teddy y comunicarle por propia cuenta que estaba bien, y que podría pasar Navidad con él como estaba proyectado desde un inicio.

Quiso la buena suerte que Tonks pidiera hablar con Remus, y que ésta le revelara cuán preocupada había estado por su salud en la última semana y media.

—No quiero ser más una perra contigo... —Sollozó en el teléfono, y Remus se sintió culpable por la angustia patente que escuchaba en su voz.

—Dora... —Dijo él, volviendo al nombre que había dejado olvidado tras su divorcio—. Estoy bien, tranquila.

—No, no, escúchame —pidió ella tras aclararse la nariz—. Lo digo en serio. Estos días... Teddy apenas era Teddy. En la escuela su maestra me preguntó si algo pasaba en casa porque apenas jugaba o participaba en clases. Teddy apenas si ha querido comer, y ni siquiera visitar a Harry le ha ayudado... Mamá tenía razón cuando me llamó inmadura por anteponer mi divorcio contigo a la felicidad de Teddy.

—Los dos hemos actuado mal...

—Yo más que nadie, y es por eso que... Quisiera que llegáramos a un acuerdo. Todavía no estoy segura de cuál sería la mejor disposición, antes deberíamos de sentarnos y hablarlo con calma, pero... ¿Podemos, verdad que podemos, Remus?

—Claro que sí —prometió él—. Por Teddy.

—Por Teddy —confirmó ella.

Y el resto fue como su matrimonio: Cordial, no exento de cariño, pero siempre con Teddy como protagonista.

 

Remus conoció a Regulus Arcturus Black la mañana previa a Nochebuena, cuando de regreso del supermercado y haciendo planes para la Navidad que Dora había sugerido que pasaran con Andrómeda, Ted y Teddy, se topó con que alguien esperaba afuera del departamento de Sirius.

De buenas a primeras, Remus creyó que se trataba del propio Sirius, que por alguna casualidad éste hubiera olvidado su llave y estuviera esperando por él, pero entonces recordó la hora, y que Sirius estaba todavía en el hospital hasta por lo menos el mediodía, así que era imposible.

Con todo, el cabello negro (sólo un poco más corto del que Sirius lo utilizaba) era idéntico, lo mismo los ojos grises que le devolvieron la mirada, la nariz, los labios... Regulus era si acaso un poco más bajo que Sirius, por apenas unos centímetros, y más delgado, pero no por ello su porte era menos regio. Vestido de negro de pies a cabeza le hacía honor a su apellido, y el gesto con el que recibió su presencia en aquella planta (una ceja arqueada en lo más alto de su frente) le recordó tanto a Sirius a Remus que éste no pudo más que sonreír para sí por un instante.

—Erm, ¿Regulus, correcto?

—Ciertamente lo soy. ¿Cómo sabes mi nombre? —Inquirió éste con una voz un tanto más ronca que la de Sirius, semejante a la de éste en las mañanas cuando se despertaba y le daba los buenos días antes del primer café del día.

—Sirius me ha hablado de ti.

—Pues... Vaya. ¿Está él en casa o...?

—Está en el hospital —dijo Remus, que cargó en la mano izquierda todas sus compras y con la derecha rebuscó dentro de su abrigo por la llave—. ¿Quieres pasar por una taza de té o algo? Sirius volverá a eso de la una.

Regulus consultó su reloj, una pieza que Remus apreció de reojo y que se veía cara, confirmando así sus sospechas de la fortuna Black a la que Sirius tanto desdeñaba.

—¿Y tú eres...? —Preguntó Regulus.

—Un amigo —respondió Remus, obviando que la amistad entre él y Sirius estaba aderezada con abundantes besos y caricias nada platónicas.

—Ya veo —dijo Regulus, que cuando Remus abrió la puerta, tomó su decisión—. Me encantaría una taza de té.

—Adelante entonces.

 

Sirius pasó de regresó por Teddy al kindergarten, y a su vuelta se llevó una sorpresa mayúscula al encontrar a Remus y a Regulus charlar animadamente en la mesa de su cocina y bebiendo té.

Teddy no se fue por las ramas al observar a Sirius y después a Regulus, y con un chillido declaró: —¡Parecen hermanos, Padfoot!

—Shhh, Teddy. ¿Recuerdas lo que hablamos? Adentro debes usar tu voz de interiores —le amonestó Remus, pero la emoción de ver a Sirius y una copia de Sirius con apenas diferencias aparentes apenas hizo poco en el estado de ánimo de Teddy, que continuó mirando a los dos adultos por turnos y maravillándose por las similitudes de su apariencia.

—Reggie... —Masculló Sirius—. ¿Qué haces aquí, Reg?

Remus consideró prudente retirarse, pero apenas amagó ponerse en pie cuando el propio Regulus lo detuvo. —No, quédate. Eres su novio, ¿o no? Y esto es a fin de cuentas un asunto familiar.

—Él y yo no... Nosotros no somos... —Empezó Remus antes de que Teddy lo delatara.

—Papá y Padfoot se besan seguido —y luego bajo la voz—, especialmente cuando creen que no los veo...

—¡Teddy! —Le amonestó Remus, en tanto que Sirius avanzó un par de pasos con la mano del niño todavía sujeta entre la suya como salvavidas.

—En serio, Reg, ¿qué haces aquí? Porque si Madre o Padre te han enviado...

—Vine por mi cuenta —dijo éste con sencillez—. Sé que apenas hemos hablado un par de veces desde que volviste a Londres y que querías postergar nuestro primer encuentro por lo menos un par de veces más, pero Andrómeda me dio tu dirección e instrucciones precisas de parchar las cosas contigo o retirarme. Sin medias tintas, sólo buena voluntad.

—¿La abuela Andrómeda? —Se inmiscuyó Teddy, para quien el nombre de su abuela era irrepetible porque básicamente lo era del mismo modo en que sus padres y también Sirius.

Por primera vez desde que Sirius entró con Teddy a la habitación, Regulus desvió su atención de su hermano y se centró en el pequeño niño.

—Ah, ya veo. Éste es Teddy, ¿verdad?

—Es mi hijo —explicó Remus, que no estaba seguro de cuán enterado estaba Regulus de aquel enredo en términos de parentesco y relaciones.

—¿Con Tonks, correcto?

Remus asintió.

—Así que es algo así como... ¿Un sobrino para nosotros? —Preguntó Regulus a Sirius para aclararse qué papel jugaba el hijo de su sobrina en segundo grado dentro de aquel galimatías, pero su hermano no se fue por las ramas.

—Ni idea, pero si todo va bien entre Remus y yo, Teddy pasará de eso a ser mi hijastro.

—También eres mi tío, Padfoot —dijo Teddy—, y ojalá fueras mi padrino como lo es el tío James.

—Vaya... —Masculló Regulus, que se tomó unos segundos para procesar todo aquello y después asintió para sí mismo—. Ok.

—En serio, Reg —se exasperó Sirius—, ¿a qué debo el honor de tu visita?

—Vamos, Teddy —dijo Remus, que antes que presenciar aquella escena entre hermanos Black, prefería llevar a su hijo a un paseo alrededor de la manzana.

—¡Pero papá!

—Quédense —dijo Sirius, que soltó la mano de Teddy y con su pulgar señaló la puerta principal—. En marcha, Reg.

—¿Me estás expulsando de tu piso?

—No, te estoy invitando a dar un paseo.

—Bien por mí.

Y después ambos hermanos Black salieron juntos.

 

—¿Podrías explicarme qué ocurre aquí? —Pidió Tonks apenas veinticuatro horas después, cuando la modesta cena de Nochebuena que tenían planeada en casa de sus padres de pronto tenía dos invitados más para los que ella no tenía un papel asignado.

—Bueno —dijo Remus con apuro—, a Sirius ya lo conoces, y el que está a su lado es Regulus.

—Lo sé. Crecí viendo fotografías de ellos porque la tía abuela Walburga no nos consideraba Black y nos prohibió conocerlos, pero... En serio, Remus. —Dora se cruzó de brazos—. ¿Es cierto lo que cuenta Teddy?

—Uhm...

—¿Qué tú y Sirius...?

Remus tragó saliva. —Antes que nada, debes de saber que nada ocurrió entre Sirius y yo mientras nosotros todavía estábamos casados y-...

Dora puso un alto a su retahíla con un chasquido de lengua. —¿Y qué si así hubiera sido? No es como si estuviéramos juntos. Hacía tanto que no compartíamos cama, no de la manera en que se esperaba de nosotros... —Dora suspiró—. Sólo para dejarlo claro, ¿están Sirius y tú juntos ahora?

—No juntos, sólo juntos.

—Oh, creo que no lo entiendo.

—Ya, no eres la única —masculló Remus, quien todavía estaba en las áreas grises en lo referente a su relación con Sirius y no tenía claro cómo avanzar sin un retroceso natural.

Desde su divorcio, él y Sirius habían gravitado el uno al otro con delicadeza, manteniendo los besos y las manos por debajo de la ropa al mínimo, en gran medida mientras se firmaban los papeles de separación y el asunto de la custodia de Teddy quedaba zanjado, pero después... Incluso con Remus viviendo en el piso de Sirius... Nada más había ocurrido.

Sirius todavía lo besaba en la boca en las mañanas, y no era raro que juguetonamente le palmeara el culo al pasar, así como tampoco era pasar algunas noches perezosas frente al televisor, viendo alguna película acurrucados y sin abordar el enorme elefante rosa con el que compartían piso.

—Bueno... Si sirve de algo decirlo, el que me dejes por alguien de mi familia podría haber sido lo más catastrófico del mundo y haber arruinado más que una Navidad, pero... —Dora le puso la mano a Remus en el hombro y apretó—. Éste es uno de esos casos especiales repletos de excepciones, ¿no? Después de todo, la chispa ya estaba ahí desde antes, al menos desde años atrás, y...

—¿Antes? ¿Años atrás? —Interrumpió Remus—. ¿A qué te refieres?

Dora le miró con ambas cejas elevadas en su rostro. —Aquella fiesta, ¿recuerdas? Donde tú y Sirius se vieron por primera vez. Al menos creo que fue la primera, o es la que yo tengo como dato que así fuera.

—Creo que no te entiendo, Dora...

—Vale —resopló ésta—. Último año de universidad. La fiesta a la que nos invitó James porque el equipo de rugby había ganado la final local o algo así. Yo tenía unos dos o tres meses de embarazo así que no tenía ganas de ir, pero insististe porque les íbamos a notificar a James y a Lily lo del bebé y que pensábamos casarnos antes de los finales. Lo recuerdo porque no querías que fuera después y... Como sea, en la fiesta los encontré a ti y a Sirius conversando animadamente, pero iban tan ebrios que por un instante creí estar interrumpiendo un momento íntimo.

Remus le contempló como si le hubiera crecido una segunda cabeza. —No sé de qué me hablas. No lo recuerdo.

—Y no me sorprende. Habían bebido como cosacos en día de paga, y si la memoria no me falla, Sirius por aquel entonces tenía problemas en verdad serios con la bebida. A la semana siguiente de ese día fue cuando se marchó a los Estados Unidos. —Dora bajó la mirada, y tras unos segundos de reflexión, agregó—: ¿Me juras que no te acuerdas?

—Por Teddy, te lo juro. Eso que me cuentas es del todo nuevo para mí.

—Bueno, con la resaca que tuviste al día siguiente no me asombra. Y es curioso que sea así, porque por un instante tuve la vaga sensación de que me dirías algo como que la boda estaba cancelada y que habías encontrado a alguien más. Tú y Sirius fueron inseparables aquella noche, conversando y riendo sin parar como grandes amigos, pero a la mañana siguiente que te pregunté por él me dijiste que ni siquiera lo conocías. Que Sirius era amigo de James y Lily en sus tiempos de Hogwarts, pero que todavía no tenías el placer de conocerlo. Pensé que me tomabas el pelo, pero tenías una resaca terrible...

—Eso sí lo recuerdo... —Masculló Remus, porque después de esa fiesta se había pasado meses completos antes de volver a tomar alcohol sin que el mero aroma le provocara náuseas.

Mirando a través de la habitación a donde se encontraba Sirius en el sofá con Teddy en su regazo y Andrómeda charlando animadamente de sólo Diox sabría qué, Remus se preguntó si él sería el único que no tenía memoria de aquella fiesta o Sirius sí lo recordaba pero había preferido no decir nada. Su siguiente encuentro, el que él había considerado como el oficial hasta apenas unos minutos atrás, era el cumpleaños de Harry apenas unos meses atrás, y aunque la charla con Sirius había fluido como la seda y juntos habían encontrado infinidad de temas en común, le costaba creer que era porque se trataba de un segundo encuentro y no porque hubieran encajado bien desde un inicio.

Que si atendía el relato de Dora, ya en su primer encuentro habían embonado a la perfección.

—No te quiebres la cabeza —le dijo Dora de improviso—. Pregúntale a Sirius al respecto. Probablemente él tampoco recuerde nada y juntos puedan reírse al respecto cuando estén celebrando sus bodas de plata o quizá las de oro. Y ahora si me disculpas, tengo planes de beber vino y hartarme de galletitas con queso hasta que el pavo esté listo. Con permiso...

A solas y con la vaga sensación de que Dora le había dado su bendición para ir en serio con Sirius, Remus en cambio permaneció quieto y analizando la información obtenida que había recibido, pues dentro, muy dentro de sí, no terminaba de creerse que aquel primer encuentro con Sirius hubiera naufragado en los mares etílicos de su memoria.

No encajaba, o al menos no la idea de que ambos se hubieran olvidado del otro. Vale, que Remus tenía muy presente la imagen de sí mismo al espejo la mañana siguiente cuando se reclamó por su mal comportamiento estando ya a meses de ser padre y después vomitó hasta la última papilla, ¿pero no le había dicho Sirius que sus problemas con la bebida habían requerido terapia porque la memoria de esos días todavía lo atormentaba? Como le había explicado, su resistencia al alcohol había ido en aumento desde que con once años empezara a beber a escondidas el whisky añejo de su padre, y ya en los años de su adolescencia era capaz de beber más que nadie en la habitación, con la novedad de que para sus años de universidad el problema se había salido tanto de control que pasaba más horas de su día ebrio que sobrio.

¿Sirius también habría olvidado aquella fiesta de años atrás o...?

—Remus, cariño —le llamó Andrómeda con una sonrisa—. Ven un momento y cuéntale la historia a Sirius de la primera palabra de Teddy.

Forzándose a sonreír incluso si por dentro se sentía agitado por la revelación de Dora, Remus se acercó al grupo, y haciendo un esfuerzo por no arruinar la atmósfera de aquella velada, cumplió con la petición.

 

Andrómeda sugirió que todos los presentes se quedaran a dormir en su casa hasta la mañana siguiente, pero ya que Regulus había asistido ahí a escondidas, y Remus por su parte se sentía demasiado inquieto por su charla pendiente con Sirius como para fingir normalidad, el grupo acabó por disolverse a medias.

En casa de los Tonks se quedaron finalmente Dora y Teddy, en tanto que Regulus prometió estar ahí a la mañana siguiente para abrir los regalos, lo mismo que Remus y Sirius, que se retiraron poco después de medianoche e iban conduciendo a través de Londres con cuidado por la nieve que había caído.

—Has estado un poco silencioso esta noche —dijo Sirius de trayecto al piso, y Remus tuvo que morderse la lengua para no hablar de lo que le carcomía por dentro.

Suponía él, empezar una frase con “¿Me has mentido respecto a cuándo nos conocimos la primera vez?” era demasiado violento y podía ser el comienzo de una pelea épica, así que antes quería ensayar un par de oraciones y asegurarse así de que no acabarían en un intercambio de gritos y expresiones airadas.

—Estoy cansado —respondió en su lugar—. Y todo fue tan... surreal.

—Dímelo a mí. Reggie hizo a un lado la fiesta de nuestros padres para pasarla conmigo. Si antes tenía duda de sus intenciones, ahora ya no.

—Qué bien por ustedes dos —dijo Remus con sinceridad, aunque su tono de voz seguía apagado y Sirius lo notó.

—Ya. ¿Y qué tal tú y Tonks? Los vi conversar un par de veces en la noche y daban la impresión de ser lo más civilizados posible. Andrómeda incluso comentó que le agradaba ver cómo habían superado sus diferencias por el bien de Teddy.

—Mmm...

—Estás molesto —dijo Sirius como afirmación, no como pregunta—. ¿Qué pasa?

Entre ser honesto o inventarse una tonta excusa, Remus optó por lo primero.

—Dora me contó que... —Empezó Remus su relato, y en el trayecto hasta su piso lo puso al tanto de los pormenores de su conversación, finalizando por último con una pregunta—. ¿Tienes algún recuerdo de esa noche?

—Ah, eso —masculló Sirius, desviando la vista hacia la ventanilla de su lado y observando con detenimiento los copos de nieve que harían de esa una blanca Navidad—. Pues... sí.

—¿Lo dices en serio? Espera, no me respondas con tu pésimo chiste —gruñó Remus, que de pronto se sentía como un grandísimo idiota y en desventaja—. ¿Por qué no mencionaste nada antes?

—¿Qué sentido tenía? —Se excusó acalorado Sirius—. Cuando te vi de vuelta en la fiesta de Harry pensé que podría hacer una segunda mejor impresión. De buenas a primeras pensé que no me reconocías porque ahora tengo el cabello más largo. Me pasaba seguido, ocurría así cuando veían a mi yo ebrio y después a mi yo sobrio. Quería conocerte en terreno neutral, no con ese pasado que tanto me avergüenza. Además...

—¿Sí? —Le presionó Remus a proseguir.

—¿Seguro que no recuerdas nada de aquella fiesta en la universidad?

—Nada.

—Vale, pues... Nos besamos. Yo te besé a ti, pero tampoco es como que me hubieras rechazado. Sólo pasó, y después te pasaste la siguiente media hora hablando de tu novia, que estaba embarazada, y que estabas aterrado de ser un pésimo padre por la edad que tenían. Yo te dije que ibas a estar bien, y tú mencionaste...

—Ah —masculló Remus, que deseó como nunca no tener que llevar las manos al volante y mejor cubrirse el rostro con ellas.

—... cuánto echarías de menos las delicias de la bisexualidad ahora que serías un hombre casado. No ibas en broma con eso de serle fiel a Tonks a como diera lugar, ¿eh?

—Nunca quise hacer nada durante mi matrimonio que pudiera hacer a Teddy odiarme o pensar menos de mí —dijo Remus, la vista al frente y avergonzado por algo que había dicho años atrás—. ¿No consideraste en algún momento contarme que nos conocíamos de antes? Incluso si fue sólo una vez...

—¿Qué quieres que te diga? Sí lo hice, y me arrepentí en el acto. En verdad me gustas, Moony, pero tengo un pasado que todavía me hace desear meter la cabeza en la arena. No sólo fueron unos malos años para mí, fueron terribles... Me arrestaron más veces de las que estoy orgulloso de admitir, desperté en toda clase de sitios con resacas espantosas y compañía de dudosa calidad; es un milagro que hoy en día no esté en prisión, en rehabilitación permanente, o con alguna enfermedad venérea crónica... No es mi mejor tarjeta de presentación, ¿sabes?

—Ciertamente no lo es... —Masculló Remus, que ante la visión de la calle donde vivía Sirius, de pronto anheló dar una vuelta equivocada y prolongar su viaje unos minutos más dentro de aquel espacio tibio por la calefacción que hacía prosperar las conversaciones, pero en su lugar siguió adelante y se estacionó en su lugar de siempre.

Apagando el motor, Remus se giró hacia Sirius. —Nunca me has platicado realmente tu historia de esos tiempos.

—Como dije antes, no es mi mayor orgullo.

—Ya, pero me gustaría escuchar tu versión. Cualquier cosa que me cuentes, sabré que no fue suficiente para arruinar a un buen hombre —dijo Remus, extendiendo su mano a través de los asientos y sujetando una de las de Sirius—. Estás aquí, ¿o no? Y tanto James como yo te permitimos acercarte a nuestros hijos, así que cualquier cosa que hayas hecho en el pasado no es tan terrible como para marcarte por siempre.

—Oh, Moony... Si supieras —se lamentó Sirius con los ojos extrañamente acuosos—. Quizá cuando cumpla cincuenta años pueda sentirme orgulloso de lo lejos que he llegado, pero de momento, es más de la mitad de mi vida la que me humilla ante mí mismo.

—¿Y? Puedo esperar —dijo Remus, reduciendo la distancia entre ambos y pronunciándose a unos centímetros de la boca de Sirius—. Tendré paciencia y esperaré por tu historia.

Sirius lo besó, y en cierto modo, fue su aceptación a ese trato.

 

Postergar la tan temida charla que Sirius le debía a Remus puso un alto en sus intereses románticos por el otro pero fortaleció su amistad, y en ese limbo que los catalogaba como íntimos pero sin etiquetas, Remus se preguntó si no sería momento de admitir que había hecho suya la residencia permanente en el piso de Sirius y que ya era momento de mudarse a su propio espacio.

Para entonces ya habían llegado a febrero, pronto sería su cumpleaños, y no quería recordar la llegada de esa fecha como un suceso agridulce al seguir dependiendo de la caridad de Sirius, que no le cobraba renta por el piso ni aceptaba de él dinero para las facturas. La única aportación que Remus podía hacer era con los víveres, y no tanto como él quisiera porque los horarios flexibles de Sirius le permitían estar en casa antes y para entonces haber cocinado con lo que ya tenían en el refrigerador.

Teddy estaba encantado, por supuesto, de pasar con Remus los fines de semana y disfrutar de la compañía de Sirius incluso por más horas que Harry, pero no era un arreglo idóneo, y seguido perdía Remus el sueño pensando que una cosa era darle a Sirius el tiempo necesario para aclarar sus sentimientos por él, y otra muy diferente el esperar de manera indefinida porque eso les ahorraba a ambos lágrimas, así que el primer lunes de marzo se levantó temprano, preparó avena con fruta para ambos, hizo el café cargado, y le reveló lo que discurría por su mente.

—Ha sido muy amable de tu parte darme un domicilio donde vivir en los últimos meses —dijo Remus con voz firme y sin desviar la mirada—, pero creo que es hora de mudarme a mi propio sitio.

—No lo dirás en serio, Moony. ¿O sí? Porque pensé que, uhm, que teníamos algo serio en marcha.

Remus puso los ojos en blanco. —Besarnos frente al televisor como adolescentes y fingir que después estamos demasiado cansados como para después retirarnos a nuestras habitaciones y así tener un pretexto de dormir juntos no es lo que yo consideraría ‘serio’ —enfatizó Remus—. No quiero presionarte a más de lo que puedes darme emocionalmente ahora mismo; de hecho, es demasiado pronto a mi divorcio y yo tampoco creo poder dar ese salto, pero nos veo estancados...

—¿Porque no te he contado mi pasado? Bien —dijo Sirius con determinación tras un resoplido—. ¿Por dónde empezamos?

—No tienes que-...

—No, no ‘tengo qué’ —replicó Sirius—, pero quiero hacerlo. Porque si es algo que se interpone entre nosotros, entonces es un obstáculo, y puedo lidiar con ello. Tan sólo te advierto, no es un relato agradable... No tampoco corto...

—Da lo mismo —dijo Remus, que al igual que Sirius hizo a un lado su plato de avena y la taza de café todavía intactas, y tomó su mano—. Tengo tiempo.

Y aunque no era cierto (a mediodía recordó llamar a su trabajo y explicar que tenía una crisis familiar que debía atender y se iba a tomar el día), Remus escuchó de inicio a fin el relato de Sirius, y después con total conocimiento de causa de sus viejos demonios aceptó su proposición de ir en serio, muy en serio.

—Pero no tan serio como mi nombre —bromeó éste a pesar de los ojos rojos, el rostro congestionado y el alma recién lavada de cualquier pecado por una liberación a la que les había costado a ambos llegar juntos.

—Ya veremos si un poco más o un poco menos —respondió Remus antes de besarlo, y aquella se convirtió en su primera vez en el sofá, sin límites de tiempo o de pudor, sólo ellos cruzando la barrera autoimpuesta de castidad y encontrando placer en el cuerpo del otro.

Una primera vez para recordar, pero no la última ni de chiste.

 

A un año de su primer encuentro con Sirius («El segundo», se forzó Remus a corregir), grandes cambios habían acontecido en sus vidas. Y costaba creer que ahí estuvieran de vuelta los dos, ahora en el sexto cumpleaños de Harry, escondidos por igual en su sitio favorito para fumar y deleitándose con un único cigarrillo que era el único que ahora se permitían anualmente y planeaban hacerlo una tradición inquebrantable entre los dos.

De un año atrás al día presente, sus vidas eran las mismas en apariencia. Remus continuaba con su empleo de bibliotecario (aunque ahora era el jefe de su división y contaba con mayores recursos y un despacho) en tanto que Sirius continuaba en el hospital de Lily y en la misma unidad (aunque ahora percibía un salario por su trabajo y estaba considerando la posibilidad de estudiar algún diplomado que le beneficiara en su labor), pero los cambios iban más allá con ellos dos habiéndose mudado apenas un mes atrás del piso de Sirius a una casa estratégicamente localizada entre el piso de Dora (ella también se había mudado), sus empleos, y la casa de los Potter, además de la escuela primaria donde a partir de ese septiembre comenzaría a asistir Teddy.

También cerca de Regulus, quien en un giro dramático había aparecido de pronto seis meses atrás en su piso para pedir alojamiento porque se acababa de fugar de Grimmauld Place y no tenía con quién más acudir que su hermano.

—¿Te aseguraste de causarle a Madre la peor impresión? —Le había cuestionado Sirius ante la puerta y esperando por una respuesta satisfactoria antes de permitirle pasar.

—Al menos lo intente. Y si no le ha dado un ictus, es porque la muy maldita se resiste a morir... Igual que las cucarachas.

Aquella respuesta fue del agrado de Sirius, que le dio cabida a su piso y lo recibió con un muy amplio abrazo en el que los hermanos se fundieron sin ningún pudor.

En lo que a Remus respectaba, aquel par podía ser terrible cuando se trataba de hablar de su familia e intercambiar opiniones de sus miembros, pero antes que después descubrió éste que no eran exageraciones suyas sino simple verdad, y que la familia Black, además de ser de rico abolengo y orgullosa de lo que ellos consideraban ‘pureza de sangre’ (incesto, siempre incesto entre sus filas), también estaba podrida y el hedor era reconocible por cualquiera.

Así que Regulus se quedó el siguiente mes con Sirius mientras las aguas se calmaban y éste encontraba una manera razonable de distanciarse de sus padres sin provocar su misma ruina, y en el ínterin los dos hermanos parcharon su relación y de paso Remus llegó a conocer mejor a Regulus, que al igual que Sirius tenía un sentido del humor bastante peculiar y sus manierismos. Uno era la copia del otro, pero se descubrió Remus pensando que sin importar las circunstancias, para él Sirius era el que le había robado el corazón.

Reconocerlo no fue ninguna novedad, pues a la vuelta de los meses se descubrió Remus más y más arrobado en su convivencia diaria de una manera en la que nunca había ocurrido con Dora.

Para bien o mal de tener que confesarlo, el que Teddy sólo estuviera con él la mitad de los días de la semana fue lo que favoreció entre ambos la intimidad de pareja, pero lo que en realidad selló el trato fue que el mismo Teddy le preguntara a Remus si él y Sirius eran novios.

—Porque me agrada —dijo con la soltura de la infancia, que todo ve y nada juzga—. Y si se casaran, entonces Sirius sería mi otro papá y le ganaría a Harry porque Sirius es sólo su padrino.

—No se trata de una competencia —le respondió Remus, saliéndose por la tangente con ese asunto, aunque dedicándole durante las semanas subsiguientes varias horas de reflexión mientras admitía para sí que el prospecto de ir en serio, muy en serio con Sirius le agradaba.

El propio Sirius le dio la solución a sus elucubraciones románticas cuando poco antes de su cumpleaños le preguntó si en la próxima fiesta que iban a asistir para el hospital donde él trabajaba como voluntario podía presentarlo como su pareja.

—Decir novio suena un tanto cursi, pero amante cruza la línea y no quisiera que las enfermeras pensaran que soy soez por utilizar esa palabra. Esposos no somos, al menos no todavía... —Había agregado en voz baja y con un cierto tono anhelante—. Así que he pensado que lo mejor sería definirnos como pareja y dejarlo libre a toda clase de interpretaciones. ¿Qué te parece?

Remus se había quedado congelado en su sitio, pero no tardó en sonreír y expresarse al respecto.

—Bueno... Es que no habíamos dicho nada de eso. Pensé que tú y yo sólo... Estábamos juntos.

—¿Ajá?

—Pero sólo juntos, sin compromiso, porque en realidad no lo discutimos a detalle.

—Vale. Yo no me acuesto con nadie más y podría apostar que es lo mismo para ti —dijo Sirius, enumerando con los dedos—. Vivimos juntos desde hace meses, compartimos las facturas, y también el dormitorio; el sexo es genial, por cierto. ¡Ah sí!, y Teddy me preguntó cuándo podría llamarme ‘papá’, por lo que a riesgo de equivocarme, pero creo que estamos más que ‘sólo juntos’, ¿no te parece, Moony?

Remus había asentido, y la fecha había pasado a convertirse en una especie de aniversario, aunque si tenía que ser honesto consigo mismo... Consideraba más una fecha crucial en sus vidas el cumpleaños de Harry, y el momento en que se encontraron a escondidas a un costado de la casa para fumar, el instante clave en que todo dio comienzo.

Por supuesto, no se lo había confesado tal cual a Sirius porque Remus prefería conservar para sí al menos ese pequeño e inofensivo secreto, que a fin de cuentas sólo era una prueba de lo sentimental que podía ponerse sin siquiera intentarlo, aunque también la causa de que ese día la sonrisa que trajera en labios fuera más amplia de lo usual.

—Hoy das la impresión de estar de excelente humor, Moony —le elogió Lily de pasada, los dos en la cocina y preparando dos docenas de hot-dogs porque esa era la comida que había pedido Harry para su fiesta—. ¿Alguna buena noticia que quieras compartir?

—¿Que la vida es maravillosa? Nah, creo que eso lo sabes de sobra.

—Vaya contigo —dijo Lily tras una risita—. No te había visto así de feliz en años.

—Bueno... —«Hace años también que no era feliz, no en realidad», pensó Remus, que se había habituado tanto a su vida de casado (en un matrimonio sin futuro) por el favor de Teddy que se había perdido a sí mismo en el proceso—. Grandes cosas han sucedido en el último año.

—Ya veo —fue su respuesta críptica, y pronto Lily cambió de tema de conversación para desviarse a sus hijos y el que ese año iniciaban una nueva etapa en sus vidas.

A Remus no le importó, y se pasó la siguiente media hora ayudando en cuanto podía y después excusándose unos minutos al exterior para vigilar a Teddy, que con Harry y algunos de los chicos Weasley, estaban ansiosos esperando por la piñata y la lluvia de dulces.

—Hey, Moony —le abrazó de pronto Sirius por detrás, y a pesar de las diferencias de estatura que colocaban a Remus más alto que su novio por al menos varios centímetros, no por ello se dejó éste vencer hasta que consiguió plantarle un beso en la nuca.

—Pensé que ayudarías a James con la piñata.

—Nah, Arthur me suplió. Le dije que tenía planes y se ofreció a subir al techo por mí.

—Qué amable de su parte —murmuró Remus, pues en lo que a él respectaba, si Sirius estaba a su lado el resto podía no importarle.

—¿Quieres que vayamos por ese cigarrillo del que hablamos —Sugirió Sirius, y Remus asintió, los dos escabulléndose de la fiesta al costado de la casa de los Potter, el sitio donde se habían visto por primera vez.

«La segunda, la segunda vez», se repitió Remus sin que la idea permaneciera, pues incluso si por tecnicismos así era, él prefería atesorar ese segundo encuentro que sí recordaba en lugar de ese primero del que sólo sabía porque Sirius se lo había contado.

Sin perder tiempo, Remus sacó el cigarrillo que había traído consigo y lo sostuvo entre sus dedos mientras Sirius se rebuscaba en los bolsillos.

—¿No encuentras tu mechero?

—No, espera... —Masculló Sirius, que por fin del bolsillo diminuto de sus jeans consiguió sacar lo que buscaba.

No el mechero, sino un anillo, que Remus contempló con los labios ligeramente entreabiertos como si se tratara de un truco de magia.

—¿Es...? ¿Se trata de...? ¡Sirius! —Resopló Remus en lo que esperaba fuera exasperación por haberlo cogido de manera sorpresiva, pero su expresión lo traicionó igual que la sonrisa que apareció en su rostro.

—¿Es un sí?

—Oh, no te escabullirás tan fácilmente.

—No pretendo eso, Moony —dijo Sirius, avanzando un paso y tomando una de sus manos—. De hecho, mi intención es que no hagas precisamente eso. Y con este anillo...

—Ajá.

—Teddy me ayudó a escogerlo, ¿sabes? —Sirius le hizo extender los dedos—. Fue él quien sugirió un diseño simple, y concuerdo con él. Te va bien.

Remus observó el anillo deslizándose sobre su dedo anular. —¿Entonces Teddy estaba al tanto?

—Teddy fue el primero, pero luego le dijo a James, que se lo contó a Lily, que por error felicitó a Regulus y... Bueno, digamos que has sido el último en enterarse.

Remus estuvo a punto de refutar aquella idea, pero entonces un movimiento en su visión periférica lo hizo girar el rostro, y ahí encontró a por lo menos la mitad de los invitados del cumpleaños de Harry espiándolos a la espera de que esa pedida de mano fuera un éxito.

—¡Di que sí, papá! —Le gritó Teddy desde su sitio, los ojos brillantes de esperanza.

—Sí, di que sí, Moony —dijo Sirius en voz baja, acariciando sus dedos—. Por favor. Haz alguien decente de este hombre que tanto te ama.

Remus sonrió, e incluso si la gran pregunta no había sido formulada todavía, en su corazón ya tenía la respuesta.

—Sí, Padfoot. ¡Sí!

Y el resto, no necesitó narración.

 

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Notas finales:

Y con dos semanas de retraso, el la conclusión~
¿Se esperaban que Sirius conociera a Remus de antes? Solté un par de pistas en los capítulos anteriores, pero nadie dijo nada y tampoco quise arruinar la sorpresa.
En fin, graxie por leer hasta el final y nos vemos el próximo viernes con otro fic~


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