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La identidad del tiempo por Kuro Kaori

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Ed terminó de vestirse y se dispuso a salir del hospital. Lo habían llenado de folletos del centro de rehabilitación que habían abierto allí hacía un par de años, pero él no pensaba asistir. Sabía cómo eran el tipo de terapias que brindaban en esos lugares, a pesar de no recordar haber ido a alguna, y realmente, la idea no le agradaba.


Al salir del lugar, el viento helado le obligó a arrebujarse en su abrigo.


"¡Estamos en verano, maldita sea!" Pensó enojado con el extraño clima.


Metió las manos en el bolsillo de su saco y al sacarla, se encontró con algunos dólares y una tarjeta, la cual observó, recordando que era la que Howard Stark le había dado. Así, que esos eran los motivos por los cuales Madame Le Pine, amablemente, le había dejado dinero.


"No quiero imaginarme los intereses que va a cobrarse esa vieja bruja" se dijo sintiéndose extrañamente agradecido.


En unos días, se encontraría con Stark y su suerte mejoraría, de eso estaba seguro.


La pensión para caballeros que encontró, hedía a mugre. Un olor repugnantemente agrio, parecía desprenderse de las paredes de aquel pasillo angosto, cuya pintura de color vino estaba deslucida por el paso del tiempo.


Ed subió destartaladas escaleras que lo llevarían a su habitación, siguiendo los pasos del hombre calvo, regordete y rengo, que era el dueño del lugar.


No quiso mirar a aquellos que curiosos se asomaban a verle, como si fuese una atracción de circo. Atravesó el pequeño patio, agradecido de recibir un poco de aire fresco, mirando las baldosas grises del piso y pronto, frente a él, una enorme puerta con la pintura blanca descascarada, hizo acto de aparición.


—No damos de comer. A las 20 la puerta principal se cierra. Cuida tus cosas, no confíes en nadie- habló apresuradamente el hombre y le dio una llave, la cual, Ed tomó —El baño está al final del pasillo. Se comparte, así que tendrán que organizarse para usarlo. Lo limpio una vez a la semana, así que manténganlo de esa forma... Limpio.


Ed se guardó los comentarios despectivos para sí mismo y girándose, procedió a meter la llave en la cerradura. Era lo más barato que había conseguido y era mejor que mojarse en la lluvia que había comenzado a caer, pensó, tratando de darse ánimos a sí mismo.


La asquerosa oleada mal oliente que lo recibió apenas abrió la puerta, provocó que Ed tuviera una arcada. Dentro de la diminuta habitación, pudo ver una litera, en cuya cama inferior, descansaba un bulto de lo que, adivinó, sería su compañero.


Ed no supo si reír o llorar. Dejando la puerta abierta, ingresó a la habitación. El hombre sobre la cama, se incorporó de inmediato para observarle con sus enormes ojos verdes. Tenía el cabello oscuro sucio y grandes ojeras que, junto a la palidez de su rostro y su extrema delgadez, ayudaba a que se viera enfermizo.


—¿Tú quién eres? - preguntó temeroso y se levantó rápidamente de la cama, como si se preparase para atacar.


Observó unos instantes la remera y los pantalones de algodón blanco que ese hombre llevaba puesto y hubiese sido capaz de contar las manchas en ellos, si los agujeros en sus medias no hubiesen llamado su atención.


—Mi nombre es Edward y seré tu compañero de habitación- se presentó y observó todo a su alrededor. No había demasiadas cosas, un montón de ropa sucia amontonada en una silla y en un escritorio que, parecía, no resistirían demasiado antes de desarmarse, algunas frutas podridas y a medio comer y un par de zapatos, que apestaban.


—Nadie me notificó.


—Lo siento, el servicio telegráfico, está un poco retrasado- respondió sarcástico.


El hombre frente a él, se sonrojó notoriamente avergonzado.


—Mi nombre es Andrew. Mi habitación, mis reglas.


—Escúchame, Andrew, estoy pagando por la jodida habitación al igual que tú, así que hasta que no me muestres la escritura que te certifica como propietario, tendrás que convivir conmigo como un igual. Sería muy considerado de tu parte, que recojas tu porquería.


—¿Quieres pelear?


Ed se rio de manera burlona sin poder evitarlo. ¡Ese tipo estaba completamente loco!


El primer golpe impactó contra su rostro, tomándolo por sorpresa. Había sido tan buen derechazo, que causó que su nariz comenzara a sangrar, sin embargo, el dolor se acrecentó al recobrar sus recuerdos.


Tony trató de comprender la situación, entre la marea de imágenes que invadía su mente y el segundo golpe que recibió por parte de aquel idiota. Apenas si pudo reaccionar, para detener el tercer puñetazo que se aproximaba a su rostro, cuando el dolor de cabeza le asaltó de improviso y una gran furia ardió en él. Sin perder más tiempo, devolvió el ataque con un derechazo directo a la mandíbula.


Andrew cayó contra el piso y a punto estuvo de abalanzarse contra él, enceguecido y enojado como estaba, cuando el tipo alzó sus manos en un gesto defensivo.


—Está bien... Está bien... Conviviremos.


Tony lo observó incorporarse y aguardó, preparado para atacar de ser necesario, sin embargo, él sonrió y le dio la bienvenida.


"¿Dónde he venido a parar?"


Resultó que Andrew era un jodido misterio. No solamente por el hecho de que su actitud extravagante te hacia preguntarte si estaba completamente de remate, sino, por el hecho de que solía desaparecer por días, antes de regresar con el rostro completamente amoratado y un fajo de billetes. Evidentemente, Andrew era un luchador, sin embargo, se le hacía que las peleas clandestinas de las cuales, seguramente participaba, estaban todas arregladas. Aunque, ¿Cuáles no lo estaban?


La limpieza en la habitación mejoró un poco, ese no era el mayor problema. La peor parte, era al llegar a la noche, cuando Andrew decidía quedarse allí. El muy maldito roncaba como los mil demonios y Tony no lograba conciliar el sueño. En esos momentos, su mente se invadía de pensamientos innecesarios e incluso, la abstinencia se tornaba insoportable.


Había empezado a tener alucinaciones y eso lo desesperaba. Muchas veces, imaginaba que miles de insectos caminaban sobre su cuerpo, incluso, estos parecían picarle y morderle a su antojo. En ocasiones, también escuchaba voces, pero no sabía que era lo que le decían.


El corazón, en esos instantes, le dolía tanto, que creía tendría un ataque. Por suerte, su parte racional le recordaba que estaba padeciendo deliriumtremens y trataba de calmarse. A veces, lo conseguía. Pensar en Steve y en que volvería a verlo lo ayudaba, pero esa noche, el recuerdo de haber acordado una cita con la secretaria de Howard para el día siguiente, le sirvió para tranquilizarse. Confiaba ciegamente en que las cosas mejorarían cuando comenzara a trabajar con él.


-.-


Ed se frotó nerviosamente las manos y miró hacia ambos lados en la sala de espera. Se sentía como un infante aguardando a que le dieran una reprimenda.


La secretaria de Howard era una mujer muy bonita, de cabellos oscuros y ojos muy negros. Llevaba puesto un entallado traje color marrón, un collar de perlas – que obviamente eran de fantasía- y los labios pintados de un llamativo rojo. En esos momentos, hablaba por teléfono con un tono que rayaba lo suplicante, dando a entender, que su jefe era por demás exigente.


Repentinamente, la puerta de la sala de conferencias, que había en ese piso, se abrió dando paso a un apresurado Howard, seguido de un grupo de hombres vestidos con trajes y algunos con batas blancas.


Ed le vio pasar de largo sin siquiera dirigirle una mirada. Se volteó a ver a la secretaria, dudando de que debería hacer al respecto, y la mujer, le hizo un gesto, instándolo a que lo siguiera.


Poniéndose de pie de manera inmediata, dio un par de pasos en su dirección.


—Señor Stark- le llamó y el aludido hizo caso omiso. Se dirigían hacia el ascensor. —Señor Stark- volvió a intentar y él, esta vez, se detuvo y se dio la vuelta. Quienes lo acompañaban, lo miraron también, con ojos que parecían acusarle por haberlos interrumpido. Sin embargo, Ed se preguntó por unos instantes, si no eran ideas suyas.


—Yo... Tengo una cita con usted.


—¿Una cita conmigo?


—Sí, señor, usted me dio una tarjeta... Me dijo que acordara una cita con su secretaria y aquí estoy... Hace más de una hora.


Howard Stark le dirigió una mirada interrogante, tan alucinada, que, por un momento, Ed tuvo la sensación de que le había crecido una segunda cabeza.


Quizás... Esa vez había estado demasiado ebrio.


—¿Eres ingeniero?


—Si, señor- se apresuró a responder.


Howard esbozó una sonrisa.


—Supongo, que me caíste bien. Aquí, el doctor Erskine, es el encargado del área de biotecnología- dijo, apoyando su mano sobre el hombro de un hombre de barba de varios días, pocos cabellos canos y ojos marrones, que lucían amables detrás de unas redondas gafas, que los hacían verse más grandes y acentuaban su expresión de sorpresa. — Él te mostrará las instalaciones y te dirá que hacer.


El aludido se volteó a ver a Howard, aparentemente, para quejarse, sin embargo, rápidamente se tragó sus propias palabras y se giró hacia Ed esbozando una sonrisa, que concordaba con la gentileza que le había parecido ver en él.


—Ahora, si me disculpan, soy un hombre ocupado- se despidió Howard y continuó con su avance, siendo seguido por los demás hombres.


El doctor, se acercó a Ed y extendió su mano.


—Abraham Erskine, un gusto.


—Edward Starkenson, el gusto es mío- respondió aceptando el gesto y esbozando una enorme sonrisa. Algo dentro suyo, le decía que, a partir de ese instante, todo estaría bien.


 

Notas finales:

Muchas gracias por leer :D

Hasta la próxima actua ♥


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