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La identidad del tiempo por Kuro Kaori

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Abrir los ojos le requirió un esfuerzo enorme, ni que decir de respirar. Cada inspiración era una tortura.


Rodó un poco sobre el suelo en el que se encontraba, sintiéndose demasiado cansado como para ponerse en pie. La tierra había entrado en su boca, pero eso no era un problema. El frío y la humedad sobre su piel expuesta, lo eran.


Irguiéndose un poco hasta quedar sentado, trató de mantener el equilibrio. Todo le daba vueltas.


Miró a su alrededor y descubrió que se hallaba en un desierto.


¿Cómo había llegado allí? ¿En qué parte del maldito mundo estaba?


El viento helado comenzó a soplar inclemente y la humedad en su ropa no ayudaba a entrar en calor. Tony se abrazó a sí mismo tratando, con ello, de mermar un poco el frío que sentía. Se puso en pie a duras cuestas, a pesar de que sus piernas parecían temblar.


Su mente analítica de pronto comenzó a trabajar, a pesar del dolor de cabeza que estaba dándole.


Estaba descalzo, su ropa eran nada más ni nada menos que harapos y la humedad sobre su piel era de aspecto baboso.


"Descomposición y recomposición molecular" pensó y se sintió fascinado, sin que le importase del todo en la situación que se encontraba. Se veía a si mismo regresando junto a la máquina, para averiguar como hacía lo de la teletransportación. Le emocionaba que una tecnología antigua, estuviese tan avanzada.


Estuvo haciendo algunos planes e incluso, realizando algunas ecuaciones mentales, hasta que le dio una punzada de dolor tan terrible que parecía, le partiría el cráneo en dos. Tomando en cuenta de que, quizás, antes de empezar a trabajar, le hacía falta tomar un descanso, se dispuso a ponerse en pie.


Empezó a caminar, tratando de hacerlo en línea recta y esperando llegar hacia algún lugar. Podía divisarse el sol en lo alto, a pesar de las espesas nubes, por lo que pudo deducir que era cerca del mediodía. Debía avanzar rápido, antes de que comenzara a nevar.


Estaba atardeciendo cuando divisó las primeras casas y algunos edificios que se hallaban en construcción. Ese lugar no le recordaba a nada de lo que hubiese visto antes, sin embargo, era una civilización... quizás, alguien le reconocería y le ayudaría a regresar. Ni siquiera importaba si lo hacían por una recompensa, tenía tanto frío y estaba tan cansado, que lo mejor que podría sucederle era volver de una vez por todas.


Al llegar a la calle principal, poco y nada se tardó en comprender que algo extraño estaba sucediendo. No hacía falta ser un genio para darse cuenta de que las ropas que vestían los niños, que jugaban con una pelota de tela, estaba un poco -por demás- pasada de moda. Ni que decir la que vestían algunos adultos, de aspecto deprimente, que se habían sentado en la puesta de algunas casas, que parecían se vendrían abajo, a conversar. Algunos bebían, algunos gritaban y él no comprendía nada.


—¡Cuidado!


Tony apenas pudo correrse del camino, antes de que una carreta tirada por dos caballos, pasara por donde había estado hacía unos instantes, salpicando barro.


—¡Imbécil! - escuchó que le gritaba el conductor quien le había dirigido una mirada bastante amenazadora y él solo pudo reparar en el hecho de que llevaba una boina sobre su cabeza, de esas tan feas, como las que solían gustarle – pero no se atrevía a usar- al capitán.


Volteándose y tratando de no entrar en pánico, miró a uno de los niños que jugaba cerca de él, haciendo un esfuerzo por ignorar sus pantaloncillos cortos, sus tiradores y sus medias hasta las rodillas.


—Oye... mocoso...


El niño se volteó a mirarle aterrado, probablemente por sus pintas y quedó de pie, como petrificado. Sus ojos grandes le observaban, como si hubiese visto un fantasma.


—¿En qué año estamos?


El niño permaneció de pie, inmutable y Tony se sintió bastante incómodo. Tal vez, debería haber sido un poco más amable... hacer gala de su tan afamado carisma.


—Mil novecientos treinta y seis, señor.


Tony se dio vuelta, a observar a la dulce niña que le hablaba. Su vestido harapiento y sus cabellos enmarañados, daban cuenta de que no pertenecía a una clase social elevada, sin embargo, le gustaba la mirada astuta que ella le dirigía. Nada que ver con la atontada del niño al que se había dirigido con anterioridad... pero ¿Qué había dicho ella? ¿Mil novecientos treinta y seis?


Soltó un jadeo ante la sorpresa y trató de mantener la cordura... aquello no podía ser cierto.


—¿Qué es lo que tiene en el pecho, señor? - preguntó el niño al fin y Tony, miró aterrorizado el brillo de su reactor, que traslucía a través de la tela de la musculosa que llevaba puesta. Llevando sus brazos a su pecho, trató de ocultarla con ellos y avanzó por las calles sin rumbo fijo. Debía encontrar alguna otra prenda para evitar que alguien más la viese.


No consiguió una camisa nueva, sin embargo, el periódico que encontró en un basurero, le serviría para aislar el frio y tapar el reactor. Leyó la fecha en él y espantado, cerró con fuerza los ojos evitando, así, leer las noticias.


Aquello no podía estar sucediendo... no podía ser verdad.


Arrugándolo entre sus manos, rellenó la musculosa con él y se sintió un poco mejor, a pesar de que el hecho de encontrarse descalzo, no ayudara. Estaba comenzando a oscurecer y la temperatura comenzaría a descender de manera inclemente.


Continuó caminando, sintiendo que, si dejaba de moverse, su mente volvería a ponerse a trabajar, haciéndole enloquecer.


Así que había dado con una máquina del tiempo...


El pánico estaba empezando a atacarle y la ansiedad, a causar que no pudiera respirar.


Necesitaba una dosis... un trago... ¡Lo que fuera! El dolor era tan terrible, los temblores de su cuerpo, tan insoportables.


Trató de respirar profundo para calmarse y no pensar. Dio un par de pasos más y encontró una fila de personas que se apoyaban junto a un paredón, esperando. Los platos de lata entre las manos de algunos, le hicieron comprender que, probablemente, estaban repartiendo comida. Por el momento, aquella era su mejor opción. Con el estómago lleno- o por lo menos, no tan vacío- podría pensar con mayor claridad.


La fila llevó más tiempo de lo que hubiese deseado. El frío, hambre, cansancio y otro tipo de sensaciones, estaban haciendo mella en él, quien se encontraba mirando al piso con más deseos de los que hubiese admitido en voz alta, de tirarse en él y descansar.


Al llegar a una especie de carro metálico, alzó los ojos y observó a una mujer regordeta de cabellos morenos peinados hacia atrás, que llevaba puesta una cofia y un uniforme, ambos blancos, bastante pulcros. Mirándole con mala cara, la mujer extendió la mano hacia él, sin que entre ambos hubiese mediado palabra alguna.


—Yo no...


—No trajiste plato.


Tony negó un par de veces, sin saber que debería sentir al respecto. Ella, por lo pronto, murmuró algunas cosas por lo bajo y miró hacia su derecha, a otra mujer que, observándole, le devolvió una sonrisa. Le costó regresarle el gesto, pero lo hizo, como lo que podría llamar, de manera exitosa. Incluso, había conseguido un sonrojo de ella y un gruñido de la mujer frente a él.


"Bueno... estuve cerca" pensó divertido.


La mujer que le había sonreído, se acercó a él y se presentó como Anne, mientras que, por su lado, él le dijo que se llamaba Ed. Ella le dio un plato y le dijo que podía quedárselo, pero que nunca se lo olvidara y luego, le sirvió de su propio carro, un líquido bastante opaco con lo que parecía ser algunos trozos de papa.


Tony lo miró bastante disgustado, sin embargo, no dijo nada y se limitó a seguirla.


Ella continuó hablando, explicando que lo llevaría a un refugio y que por esa noche – solo esa noche- podía quedarse allí.


La construcción, era una especie de galpón gigante con varios catres colocados en filas, que parecían interminables ante sus ojos.


Miró a las personas que se encontraban en condiciones bastante más deplorables que él, en cuanto aspecto físico y vestimenta, pero tampoco se atrevió a decir algo al respecto.


Anne le explicó que allí solo les ofrecían asilo a los hombres y que, del otro lado de la calle, se quedaban las mujeres y los niños.


No le gustaba ese sitio, le parecían deprimentes todos aquellos tipos, con poca higiene y caras maltratadas por las inclemencias del clima, con barbas sin arreglar, esperando a que le asignaran una de esas incómodas camas.


Tony había estado en lugares en los cuales hubiese preferido no estar. Sitios con gente de la peor calaña, haciendo todo tipo de cosas, sin embargo, había una especie de desconsuelo y desesperación en el ambiente, que casi se hacía palpable. O, quizás, era el hecho de que se encontraba en otra época, sin un centavo en el bolsillo y sin nadie que supiera quien era él.


Tomó asiento en el catre que Anne le señaló y sintió crujir las maderas de manera amenazadora y la incomodidad de aquel colchón desgastado por el uso.


Se sintió desvalido al mirar a su alrededor, mucho más desubicado que por el simple hecho de encontrarse en un tiempo ajeno el suyo, sin embargo, pudo sonreír en respuesta. Estaba tan acostumbrado a fingir un estado de ánimo alegre, cuando por dentro no se sentía de esa forma, que incluso, podía asegurar que le salió natural.


Anne le hizo un comentario acerca de lo desabrigado que se encontraba y prometió, al otro día, traerle algo que pudiese usar.


Él le había agradecido de manera cordial y le había llamado "Annie" con ese tono, que agradaba a los demás.


Era curioso, el hecho de que cuando coqueteaba con alguien, la persona se sentía complacida de que usase diminutivos al nombrarla. Aparentemente, eso le funcionaba de igual forma, así fuese el billonario Tony Stark o un simple pordiosero en 1936.


Comió la insulsa imitación barata de sopa, que ya se había enfriado bastante. No había sido suficiente, lo supo, cuando su estómago gruñó de hambre. Ignorándolo, se recostó en la cama y se tapó con la fina manta que allí había. Su espalda se quejaría al otro día, sin embargo, estaba tan agotado que en ese momento no importaba.


Debía planear alguna forma de regresar a su época. Debería haberle preguntado a la niña si estaba en Nueva York. La sede principal de industrias Stark, ya estaba ubicada allí para esos años y era más que obvio, que el acceso a la mejor tecnología de la época, estaba en manos de Howard. Si deseaba construir una máquina del tiempo, debía buscarle a él... o, mejor, a Erskine, quien había construido la condenada máquina que lo había dejado varado allí. Por lo que sabía, el viejo ya estaría trabajando para su padre.


Trató de mantenerse positivo al respecto y luchó por ignorar los terribles temblores y los dolorosos calambres que estaban dándole. El frío que llegaba hasta sus huesos, parecía distraerlo un poco de ello, pero no bastaba. Algo en su cabeza parecía gritarle que era hora de obtener lo que deseaba e ignorar esa vocecilla insistente, le estaba resultando por demás difícil.


Necesitaba un trago... un poco de polvo... algo o iba a enloquecer. Podía sentirlo, la urgencia atacándole, mordiéndole las entrañas.


Esa noche fue muy complicada para él.


 


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