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La identidad del tiempo por Kuro Kaori

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Ed sintió un nudo en su estómago a causa de la ansiedad. El día al fin había llegado y él no pudo evitar repasar mentalmente, una y otra vez, las cosas que llevaba en sus maletas, llegando a la cuenta de que estaba listo.


Esbozando una pequeña sonrisa recordó esa noche, hacía ya una semana, en la que Steve había acudido a su casa para decirle que se iría con él.


Eran pasadas las 22 y él aún seguía despierto, desde que le había pedido Steve que se fueran juntos, no había podido conciliar del todo bien el sueño. La ansiedad por una respuesta, lo estaba matando. Si Steve decía que no, tendría que hablarle de esa agrupación "Hydra" para que conozca las consecuencias y que decida si quiere quedarse a su lado o terminar. No había querido preocuparle al comentarle que su vida corría riesgo... Que, quizás, la vida de ambos lo corría.


¿Debería habérselo dicho antes?


No. La posibilidad de que lo asesinaran, habría sido un factor importante en la decisión de Steve. No podía hacerle eso... manipularlo de esa forma.


Acercándose a la biblioteca de Madame Le Pine, se puso a curiosear entre los libros sin nada mejor que hacer. Hacía un tiempo que había visto los títulos que la mujer tenía allí y algunos o no le interesaban o ya los había leído, sin embargo, sabía que sería en vano comprar nuevos. Si tenía que marcharse, lo mejor era que su equipaje fuese ligero.


Unos golpes en la puerta llamaron su atención, se dirigió hacia ella deseando que no se tratase de la dueña de casa o de alguna vecina importunándolo, aunque, considerando la hora, se decantaba por la primera opción.


Al abrir ni siquiera tuvo tiempo de formular pregunta alguna. Steve se arrojó a sus brazos y lo abrazó con fuerza.


—Me iré contigo... Lo haré.


El corazón de Ed latió con fuerza en ese momento y sus ojos se anegaron en lágrimas. Era feliz y amaba tanto a Steve... Toda su vida había estado enamorado de él.


Ed esbozó una pequeña sonrisa y continuó con su trabajo. Era su ultimo día en Industrias Stark, pero mejor, no llamar la atención. Aún permanecía en él ese pensamiento, esa sensación que le decía que siempre había amado a Steve. Era un poco extraña, sin embargo, prefería no hacerse preguntas sobre ella, lo mejor era dejarla ser y disfrutarla.


—Starkenson-


Volteándose, se encontró con el señor Stark en la puerta del taller. Dejando de lado lo que hacía, se encaminó hacia donde estaba, no sin antes tomar un trapo para limpiarse las manos manchadas de grasa del motor del avión.


—¿Cómo va? - preguntó Howard y señaló con el mentón, hacía su trabajo.


—Ya casi está terminado.


—Bien... Escúchame. Prepara tus maletas, mañana irás a Washington a una junta con el Departamento de Defensa. Erskine ya está allá, te será de ayuda si es necesario.


—Está bien-


—¿Has tenido algún inconveniente?


Ed miró a Howard confundido, hasta que al fin comprendió a lo que se refería.


—No... Yo... Todavía nada. ¿Los ha habido?


—Un par de situaciones, pero nada grave. De igual forma, es mejor mantenerse alerta. Ten cuidado, Starkenson, sé de buena fuente que estás en la mira, al igual que Erskine.


—Gracias- respondió y lo observó marcharse.


Ed sintió un regusto amargo. No podría despedirse de Erskine, pero esperaba que el doctor pudiese terminar el proyecto que tenían juntos. Se le habían ocurrido un par de ideas para la fuente de energía de la máquina, pero tendría que quedar en la nada.


Iba a extrañar al científico.


Cuando salió de trabajar, el sol aún brillaba en lo alto, sin embargo, había algo de viento y la brisa fresca provocó que tuviese que ponerse el abrigo que llevaba en las manos y acomodase mejor el sombrero en su cabeza, para que no se volase. Al parecer, eso no le había funcionado a la señorita que había perdido el suyo. Apenas pudo atraparlo antes de que siguiese su rumbo.


—Muchas gracias- dijo la mujer, con un adorable acento que no era capaz de identificar del todo y esbozó una sonrisa que hubiese sido capaz de poner a sus pies a cualquiera.


Ed siempre había sido un verdadero apreciador de la belleza femenina e incluso, a pesar de no tener recuerdos, podía ser capaz de asegurar que había tenido bastante éxito con ellas. Esta mujer era como haber pedido un deseo al cielo y que lo hubiesen cumplido. De cabellos rojos, cayendo en hermosos bucles, unos impresionantes ojos verdes y labios que invitaban a ser besados. Llevaba puesto un traje blanco, con botones dorados y cinto negro, que se ajustaba a su cintura permitiendo adivinar su delicada figura bajo las prendas. No pudo evitar sentir dentro de él un ligero cosquilleo, un llamado urgente a la necesidad de ganarse sus favores. Sensaciones, por las cuales se hubiese dejado llevar en cualquier otro momento, si no fuese por la presencia de Steve en su vida. Steve lo llenaba todo... cada uno de sus pensamientos.


—No es ningún problema. Nada como ayudar a una damisela en peligro- bromeó y le sonrió, mientras le devolvía el sombrero.


Bueno ¿Qué decir?... Era un coqueto por naturaleza.


La mujer rio encantada y tendió una mano hacia él.


—Natasha Romanoff.


—Edward Starkenson- respondió, aceptando el apretón.


—¿Puede, la damisela, invitarle un café a modo de agradecimiento?


—Una damisela bastante audaz- respondió con tono sugerente.


—¡Oh! No vaya a pensar mal de mi... Solo me aprovecho del anonimato que me da el estar en un país extranjero. Mi madre me reprendería si supiera que me paseo sola por las calles y que hablo con un completo extraño- dijo ella repentinamente avergonzada —Se suponía que mi tío estaría en casa, pero al parecer no le ha llegado nuestro mensaje y no sabía de mi llegada. Venía a buscarlo aquí, en Industrias Stark.


Ed se volteó a mirar el edificio que estaba a sus espaldas. Sabía que debía desconfiar de lo que la muchacha le decía, la situación se le hacía un poco extraña, pero había algo en la tal Natasha que lo llevaba a confiar. Además, era una mujer y estaba sola. No significaba un gran peligro.


—Oh... Yo trabajo aquí, si quieres, puedes decirme su nombre y te ayudaré a encontrarlo.


—Abraham Erskine.


—El doctor está de viaje- respondió, poco dispuesto a dar información. Todas las alarmas dentro de él comenzaron a sonar.


—¿En serio? – pregunto y la expresión en su rostro, era de verdadera preocupación. —Yo, tendré que pagar otra habitación y...- suspiró —¿No sabrá si regresa pronto?


—La verdad, es que no lo sé.


—Está bien... Muchas gracias- esbozó una sonrisa, pero parecía angustiada aún. —No va a negarme el café, después de darme esta noticia ¿Cierto?


—Yo... Lo siento, pero llevo un poco de prisa.


—Solo será un momento... Me han hablado de uno que está en frente al Central Park. Por favor- suplicó ella.


—En verdad, quisiera, pero...


Ella se acercó a él y tomó las solapas de su saco, para darle una mirada que lo dejó sin aliento.


—No va a arrepentirse... Ya que mi tío no está, tengo todo el tiempo del mundo- soltó y depositó un beso en la comisura de sus labios.


Ed se liberó de sus manos, tratando de no ser rudo con ella.


—Lo siento, pero no- soltó de manera tajante —Debo marcharme y usted, por favor, haga lo mismo. Va a oscurecer y no es bueno que una mujer ande sola por la calle.


Dándose la vuelta, se hubiese ido de allí, si la frase que ella dijo a continuación, no hubiese hecho que sus pies se anclaran en el suelo.


—Steve esperará... No te preocupes por ello.


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