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La identidad del tiempo por Kuro Kaori

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Notas del capitulo:

Holaaa

Eliminé el fanfic sin querer :'v

Quiero llorar... aca les dejo el capítulo 5

espero que les guste ♥

Steve observó el amanecer, desde el sillón en la sala. Llevaba horas sentado allí, sin hacer otra cosa más que esperar a que ocurriese algún milagro.


Se negaba a darle por muerto, pero las horas pasaban, los días pasaban y no sabían nada de él.


El silencio en la torre, era pesado. No es que Tony compartiera demasiado tiempo con los miembros del equipo, la mayor parte del día, si no estaba en las misiones se la pasaba en la empresa, de viaje, en fiestas o en su taller, inventando vaya a saberse que cosas. Quizás, el vacío que sentía era la consciencia de saber que por más que lo buscase en esos sitios, no lo encontraría. Tony no estaba ahora a su alcance, no podría ayudarle si lo necesitaba... ni siquiera sabía si estaba bien, eso era lo que lo llenaba de pesar.


¿Había sido su culpa? ¿Había presionado a Tony hasta el punto en que él debió encontrar un nuevo proyecto en el que enfrascarse, para olvidar? ¿Por qué viajar en el tiempo?


En una de las numerosas conversaciones con el doctor Banner, supo que Tony no sería capaz de modificar el pasado, sin embargo, ¿Había viajado él con intenciones de hacerlo, de igual modo? Y de ser así ¿Qué era lo que desearía modificar? ¿Qué pasaría si ponía en marcha algún plan para alterar el presente? ¿Qué se lo impediría? ¿El pasado podría taparle la boca, detener sus pasos, incomunicarlo de alguna forma?


La sola idea de que Tony terminase en alguna especie de cuarto oscuro, sin abertura alguna, angustió a Steve.


Poniéndose de pie, decidido a dejar los pensamientos negativos de lado, caminó por la torre sin rumbo alguno. Hubiese dado lo que fuera para que, en esos instantes, le llamasen a alguna misión, aun a costas de saber que el que no lo hicieran, era algo positivo. Sino lo llamaban, era porque nada malo sucedía.


Suspirando con pesadez, se dio cuenta de que hacia donde estaba yendo era al pent-house, en donde se encontraba la habitación de Tony.


Contrariamente a lo que había imaginado, J.A.R.V.I.S. no había puesto en marcha ningún protocolo de seguridad para impedir que él ingresara a ese sitio. La IA parecía mucho más ausente desde que su creador había desaparecido, pero era probable que simplemente fuesen percepciones suyas.


Caminó por el desastre que era el lugar, observando los enormes ventanales de 270° que allí había. Pisó vidrio molido y pensó en que, luego de la explosión, prácticamente, habían dejado todo como estaba. Ni siquiera habían movido de lugar las cosas que se habían roto por la onda expansiva. ¿Eso era una forma de respetar la intimidad de Tony o había sido producto de la mera indiferencia, en la que la imagen del ingeniero había caído?


Tragando en seco, Steve no quiso responderse a ello. Él ni siquiera debería encontrarse allí.


Caminó hacia la enorme King-size que había en uno de los costados de la habitación y observó las sabanas de seda negra -seguramente importada de algún exótico lugar- destendida. El florero con flores marchitas sobre la mesa de luz, que, curiosamente, no había caído al piso ni se había hecho añicos. Dando vuelta sobre sus talones miró, también, el resto de la habitación, los cuadros destrozados de ese arte abstracto que él no podía comprender, pero que eran carísimos, los libros, las alfombras, las puertas abiertas del walking closet, todo ese lujo innecesario. Todo gritando Anthony Stark como si fuese un sello tácito, la marca de ese hombre tan pequeño con un ego tan impresionante.


Tomó asiento sobre el colchón, que cedió bajo su peso de manera agradable y permaneció en silencio, sintiendo como su garganta se cerraba en un nudo de angustia.


Si Tony estuviese allí, de seguro lo sacaría a patadas.


¿Por qué, simplemente, no pudo tratar de ser su amigo?


Sintiéndose repentinamente agotado y a pesar de saber que estaba violando gravemente la intimidad del dueño de casa, Steve se decidió por recostarse un rato sobre esa cama. Nunca antes había faltado a lo que creía correcto, jamás había dejado de lado las reglas, que justamente en ese momento y en una parte de su mente, le decían que no debería estar allí. Sin embargo, no quería seguirlas, porque tenía la sensación de que, por haberlas respetado por tantos años, en ese instante, se encontraba precisamente allí, lamentando esa ausencia.


Disimuladamente y sin querer pensar en lo extraño de su accionar, olisqueó las sabanas en búsqueda de un aroma distintivo, a colonia importada y quizás... a algo más. No obstante, estas no olían a nada más que a humo.


-.-


—Gracias, cariño- fue la frase que Tony había utilizado, cuando Anne dejó frente a él un roído y grueso sobretodo y un par de desgastados zapatos.


A pesar de que la mujer le miró extraño cuando preguntó, pudo saber que se encontraba en Nueva York. Al fin una buena noticia desde que se encontraba allí, suponía que eso facilitaría las cosas.


Se lavó el rostro y se peinó lo mejor que pudo en los baños comunes del refugio y mirándose en un deslucido espejo, deseó tener a mano su rasuradora. Su barba lucía descuidada y crecida, desprolija, como nunca antes la había tenido.


Sabía que su aspecto dejaba mucho por desear, pero cuando se hallase en frente de Howard, podía convencerle de que lo dejase trabajar para él con sus habilidades en ingeniería. Iba ser un poco difícil no lucirse por demás y mantener la tecnología de la época como estaba, pero podía hacerlo. Los cambios en el pasado, podían afectar de manera terrible el futuro, pero ¿Qué tan buenos eran los años a los que pertenecía? Agradables para él, evidentemente, no.


Llegar a industrias Stark le había resultado una tarea ardua. Había conseguido que un carrero le hiciera el favor de alcanzarle allí lo más que pudiera, sin embargo, la mitad del camino había tenido que hacerlo a pie. Sus zapatos y las mangas de su pantalón, se habían embarrado de manera inevitable.


Caminó por el hall de entrada, apreciando la decoración que allí había, comparándola con la que tenía en la actualidad. Definitivamente, las alfombras color vino y las arañas en el techo no eran de su agrado, sin embargo, podría haber conservado las vitrinas con los modelos a escala de las tecnologías producidas por la empresa. Los aviones, tenían tal detalle, que le simpatizaban.


A paso seguro, avanzó hacia el mostrador en donde se hallaba la bonita secretaria a la cual le sonrió. Margaret, como había podido leer en el gafete que ella llevaba, le observó sin disimular su gesto de desconfianza.


—Buenos días – saludo, apoyando sus brazos en el mostrador.


—Buenos días, señor ¿En qué puedo ayudarle?


—Mi nombre es Edward Star...kenson- dijo reprendiéndose mentalmente por no haber pensado en un apellido con anterioridad — Y me gustaría ver al señor Stark.


La mujer soltó un resoplido burlón y una sonrisa apareció en la comisura de sus labios. Aparentemente, el pedido le había resultado gracioso.


—El señor Stark no se encuentra disponible, pero si quiere, puedo concertarle una cita. ¿Su apellido era Starkenson?


—Margaret, cariño- la llamó con tono coqueto, pero ella no pareció impresionada —Sé que no concertaras ninguna cita, créeme, tengo consciencia de mi aspecto y sé que debes estar pensando que soy un loco.


Ella sonrió con suficiencia y no respondió.


—Pero, también sé, que, si me permites hablar con el señor Stark, él te lo agradecerá sobremanera.


—Déjeme adivinar... ¿Es usted un ingeniero? - dijo ella con fingido tono confidente.


—Sí, cariño... Al fin nos entendemos-


—Allí- dijo señalando a una sala de estar y Tony se volteó a verla, descubriendo a varios hombres, vestidos de manera formal, que se paseaban, inquietos y desanimados, por el lugar —Hay una fila de ingenieros, deseando hablar con el señor Stark... si quiere, puede formarse.


Tony sintió sus sienes palpitar a causa de su enojo y una sonrisa, poco agradable, se formó en su rostro.


-.-


Quizás, no debió llamar a esa mujer bruja, tal vez, tampoco debió intentar burlar la seguridad del lugar para hablar con Howard, ni golpear a uno de los guardias que, con ademanes poco amables, trató de sacarlo allí. Probablemente, si no se hubiese comportado de esa forma, en esos momentos no estaría tirado en un charco de barro, empapándose por completo y recibiendo los golpes de cuatro extraños.


Tal vez, hubiese sido más prudente ser menos arrogante.


Al Capitán América le hubiese agradado enterarse de que, al fin, había aprendido la lección. Pensó con amargura, en el instante que trataba a duras cuestas de ponerse de pie.


Revisando con los dedos que no se le hubiese aflojado ningún diente, sintió en su boca un metálico sabor a sangre. Le dolía todo el cuerpo, posiblemente, si hubiese dejado de sonreír le habrían tenido un poco más de consideración.


Caminó por aquel callejón de mala muerte y pronto se halló en la calle principal.


¿Dónde iría? ¿Qué sería de él a partir de ese momento?


Sintió sus manos temblando, su cuerpo otra vez demandando y cerró los ojos con fuerzas para ignorarlo. Iba a enloquecer, la necesidad lo estaba matando.


Llegó a un parque y tomó asiento en una de las bancas. Miró hacia todos lados, con la esperanza absurda de que, en algún punto de ese maldito lugar, alguien tuviese la respuesta de donde hallar lo que buscaba. Pero era algo estúpido, lo sabía.


Apenas llevaba un día en esa época – del que realmente tuviese consciencia- y ya estaba totalmente perdido. Se miró las palmas y las cerró con fuerza al notar el temblor, antes de llevarse las manos al rostro y frotarse la cara. Estaba sudando frio y su estómago vacío, estaba revuelto.


Una, dos, tres inspiraciones profundas y tuvo que contenerse de gritar. Su corazón palpitaba violento en su pecho, su mente estaba nublándose.


No lo soportaba, no iba a soportarlo.


Se puso de pie tambaleante, decidido a buscar la forma de distraerse... quizás, si encontrase algo que comer, todo estaría mejor.


Caminó por las calles embarradas de Nueva York, tratando de encontrar algún lugar en donde le dieran un poco de sopa, como el puesto en el que había estado el día anterior. Probablemente, debería regresar, pero no estaba seguro de poder resistir la vuelta.


No halló el puesto, sin embargo, si vio personas comer de la basura. Él no lo haría, no llegaría el día en el que, Anthony Edward Stark, estuviese tan desesperado como para hacerlo. O eso pensó.


Al cuarto día se quebró.


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