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La Cura por Sherlockwsh

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Steve tomó su lugar mientras el otro se apresuró para salir del almacén. En la entrada aún no se encontraba nadie, así que Howard decidió ponerse en marcha hacia la oficina de Peggy para poderse informar acerca de la situación. La encontró en el pasillo principal y ella le hizo una seña para que la siguiera lejos de ahí, al menos dos puertas más allá.
— ¿Qué sucede?
— Pym ha sido informado acerca de un paquete y está muy molesto. Los cadetes insisten en que no han recibido nada, así que se comunicó a mi extensión y...
— Señor Stark — los abordó un joven soldado. — Señora... lamento interrumpir, pero el mayor informa que el personal de la oficina de administración está aquí y desea reunirse con usted. Ya que usted nos pidió que nadie se acercara a su oficina, sentí el deber de hacerle saber que no nos fue posible persuadirlo y va en camino.
Howard y Peggy compartieron está mirada cómplice y sin palabras supieron lo que debían hacer.
Ella se apresuró para regresar al ala donde se encontraba su oficina luego de asegurarle al cadete que había hecho un buen trabajo. No fue cosa sencilla. Para llegar ahí , había al menos tres rutas distintas, ademas en el camino el personal a su cargo la abordaba para consultarla sobre algunos pendientes. A pesar de actuar con naturalidad, no dejaba de prestar atención a cada individuo que caminaba por ahí con la determinación de identificar al sujeto (lo había visto una o dos veces en su visita rutinal cada mes), aún cuando acababa de quitarse de encima a un un asistente del Doctor Pym que protestaba algo acerca de los cadetes jugando pelota cerca del laboratorio, otro más se acercó para abordarla.
— Ahora no, doctor. Tengo un compromiso que atender en mi oficina.
— Precisamente de eso quiero hablarle. Un sujeto acaba de preguntarme por usted. Dice que viene del departamento de administración.
— ¿Hace cuánto?
— Un par de minutos tal vez.
— ¿Viste por dónde se fue?
— Sí. Preguntó por su oficina y tomó el camino corto, por este pasillo.
Ella se apresuró en el acto logrando localizarlo y tras apretar el paso logró colocar la mano en su hombro a poco más de un metro antes de que él pudiera colocar la suya en el picaporte. El otro visitante ya debía estar ocupando la oficina, Steve se les había explicado cómo sucedería.
— Administrador.
— Agente Carter. — él se giró para mirarla.
— Preferiría atenderlo en mi archivo. Es ahí donde cuento con la documentación que solicitó.
— Perfecto. En cuanto antes pueda terminar con este asunto mejor; tengo una parrillada que no me puedo perder.
Ella lo guió a la oficina contigua, tratando de seguir la conversación ya en lo referente al tema que les apremiaba y evitando mirar el cristal que compartía su despacho principal cuando entraron al archivo. Sabía perfectamente que había una figura que la observaba y aunque Steve le previno sobre esta situación, seguía pareciéndole increíble, tenía que verlo con sus propios ojos para poder creerlo, así que echó un par de miradas furtivas con la periferia de los ojos cuando se acercó lo suficiente pretendiendo analizar un par de documentos que debía entregar. El corazón le latía a toda prisa en el pecho, pero hizo acopio de toda su tenacidad para actuar como si nada ocurriera.

Mientras tanto, Howard fue abordado por un hombre de servicio de entregas. Olvidó por completo las flores, los chocolates y un extraño antojo que encargó para María. Llevaba un tiempo sin verla, involucrado en los últimos avances de su trabajo en la base. Ella tenía un carácter tan fuerte como el de Carter, no era de extrañar que en su estado actual estuviera dispuesta a comérselo vivo nada más entrar por la puerta tras sus ausencias. Esperaba que los obsequios pudieran ablandarla un poco. Mientras firmaba de recibido localizó el peinado, gafas y barba extravagante en la distancia. Aquel bajito hombre llamó la atención de dos soldados en guardia que lo seguían desde atrás, así que se apresuró para darles alcance.
— Gracias, muchacho. ¡Eh, chicos...! — los saludó atrayendo su atención. - Yo me hago cargo. ¿Podrían escoltar a ese joven a la salida? - hizo una señal con el pulgar sobre su hombro para referirse al repartidor. Los soldados se miraron entre sí.
— Pero señor...
— Tranquilos, lo tengo bajo control.
Ellos asintieron y Howard les estrechó la mano. Continuó su camino varios metros por detrás hasta que fue interceptado por un sujeto en bata blanca.
— Señor Stark, el doctor Zola se adelantó al laboratorio del almacén para comenzar las pruebas y espera que no haya olvidado su palabra de asistir.
Casi se dió una palmada en la frente acompañada de las flores; precisamente ese día ejecutarían un nuevo sistema de virtualización de información, pero ya había prometido a María estar en casa temprano. Zola bien podría encargarse de ello por su cuenta, desde luego. Sin embargo, para llegar al área de pruebas del almacén, forzosamente tendría que pasar por el lugar que Steve escogió como escondite y este bajito individuo sería descubierto.
— ¿Señor Stark? ¿Se encuentra bien?
— ¿Eh? Si, claro. Iré a reunirme con él antes de marchar a casa. — le mostró las flores y los chocolates y el hombre sonrió. — Ya sabes... las mujeres no perdonan estas cosas.
— Muchas felicidades, señor.
Howard se despidió con la mano. Al llegar a la entrada preguntó a los guardias si habían visto entrar al doctor Zola, los dos negaron y le informaron que acababan de regresar luego de presentarse a un interrogatorio de última hora por parte de su sargento. Un poco más tranquilo, les anunció que entraría y les dio instrucciones por si Zola se aparecía por allí le informaran que la prueba se suspendería hasta mañana.
Renovó su paso porque aún debía comprobar si el doctor estaba ahí.
Cuando el Bitnik aceleró su andar, Howard hizo otro tanto asegurándose de no perderle de vista, sin embargo, tomando uno o dos pasillos entre los dos. Se detenía si aquel bajito individuo lo hacía y mientras él analizaba los estantes, Howard lo analizaba a él.
Había algo de familiar en su rostro y cada segundo que transcurría crecía esta certeza ineludible de que lo había visto en algún lado. No se detuvo a reflexionar sobre ello porque echó a correr pasillo abajo, parecía ya completamente apresurado y para cuándo Howard salió al centro de la sala, a penas pudo ver una porción de su túnica ondear al torcer en en el pabellón de los contenedores.
No podía quedarse atrás, si Arnim estaba por ahí, los atraparía y no quería ni empezar a pensar en las consecuencias. Así que desfiló algunos metros en vertical, luego en horizontal con la mayor despreocupación que podía aparentar, dentro del rango donde ambos infiltrados pudieran escucharlo
— ¡Arnim! — Profirió a voz en cuello. No solo en busca de encontrarlo antes de que él encontrara al par, sino para prevenir a Steve. — ¡Arnim ¿Estás ahí?! — repitió. Cuando llegó al pasillo, trató de mantenerse de espaldas pero no pudo evitarlo; inevitablemente se giró para echarle un vistazo a lo que sea que hubieran tomado del futuro. Logró controlar el triunfo y la sorpresa en su rostro cuando reconoció aquel brillo celeste proveniente del maletín que acababa de cerrarse. Tuvo a penas unos segundos para recuperarse porque el hombrecito intentó escapar en dirección a Steve.
— ¡Ey! — lo llamó dando unos pasos hacia él. — La salida es por acá.
Steve, cuyo corazón latía desbocado, y podía atestiguar su interacción encogido detrás de los últimos contenedores, suspiró con alivio, contradictorio a su desesperado deseo de correr hacia él y estrecharlo en un caluroso abrazo, decirle todo lo que se había quedado sellado en su corazón. Sus pies no se movieron, solo fue capaz de buscar refugió alineando la espalda y nunca contra el frío metal, forzándose a mantener el control, se dio cuenta que Howard ya había encontrado la manera de sacar a Tony de ahí.
— Olvidas tu maletín...
— Oh, si, claro.
Luego de esas palabras, sus voces y la suelas de los zapatos se alejaron hasta que el silencio reinó de nuevo. Steve salió de su escondite apresurandose a posicionar el maletín en el escritorio, lo abrió y tomó el teseracto para hacerlo embonar de nuevo en su pedestal. Era turno de la herramienta para reparar los seguros y, trás cinco eternos minutos, logró cerrarlos todos porque no era un experto con la tecnología y esta herramienta fue diseñada específicamente para la tarea por Bruce en colaboración del doctor Pym de su época.
Su corazón dió un vuelco cuando escuchó unos inconfundibles tacones dirigirse hacia él, así que supo enseguida que los intrusos ya habían sido reportados.
—  Jarvislos esperará con el auto y los llevará a mi lugar. — le hizo la señal para que se apresura y juntos apremiaron el paso fuera de la instalación siguiendo el camino que habían tomado aquel par y que ahora estaba solitario gracias a la alerta. Peggy lo condujo a la parte trasera donde un auto negro, encerado y brillante lo esperaba. — Sube, me reuniré contigo en una hora.
— Será mejor que se oculte en el espacio del asiento trasero. Su rostro podría resultarle familiar alguien, señor. — intervino el delgado y apuesto hombre que mantenía la puerta abierta para él. Steve no pudo evitar sentirse conmovido al verlo en persona. Ahora comprendía que el fiel mayordomo digital de Tony era solo el tributo al original.
— Puedes confiar en él, Steve. — añadió Peggy sin sospechar que para le era familiar. — Está al tanto de la situación y ha estado a nuestro lado en circunstancias críticas.
Jarvis hizo un gesto para que su modestia fuese interpretada, así que Steve asintió y entró en el auto intentando encogerse en la medida de lo posible. El mayordomo arrancó rodeando los pequeños edificios que conformaban la base hasta llegar al punto donde su jefe se despedía del extraño que Peggy mencionó. Bajó del auto para abrir la puerta y esperar por él.
— ¿Lo conozco? — preguntó Howard al acercarse con la extrañeza pintada en la cara pues esa sensación de familiaridad no le abandonó desde verlo por primera vez.
— Conoce a muchas personas, señor.
— Se me hace familiar. — añadió. La respuesta de Jarvis no le dejó satisfecho y sentado en el asiento trasero, apretado contra el extremo de la ventanilla salvando espacio para el capitán, el auto reanudó la marcha. - ¿Quién es este sujeto, Steve? ¿Y porque tengo esta sensación de haberlo visto antes? ¿Lo conozco?
— Tal vez lo harás.
Fue su única respuesta. Guardó silencio intentando pasar desapercibido cuando alcanzaron la salida custodiada por al menos una veintena de soldados.
Aun en contra de sus principios, Jarvis los convenció de dejarlos pasar sin tropiezos dado que el estado avanzado de María había generado una emergencia familiar que su jefe debía atender cuanto antes. De es forma, diez minutos más tarde, conducía sobre la carretera hacía la localización proporcionada por Carter.

Avanzaron por más de 20 minutos dejando atrás la ladera de una montaña que abrió paso a un paisaje otoñal y cuando esté dio vida a uno agreste, Steve decidió salir de su escondite para acomodarse junto a Howard que permanecía extrañamente callado. Conocía a su amigo y sabía que si algo caracterizaba a un Stark era lo parlanchines que se mostraban el 100% de las veces. Así que no era una buena señal. Por otra parte, el hombre al volante lucía siempre en calma, se limitaba a mantener su curso, como si fuera ajeno a lo ocurrido.
Steve, por esa razón, se atrevió a abrir la boca pero Howard lo interrumpió.
— Si estás a punto de decirme algo cómo " Lo siento, pero no puedo decírtelo, sería muy peligroso." otra vez, te golpearé con estas flores en la cara. — Suspiró derrotado luego de escucharlo reír. — Solo dime una cosa...
— ¿Si?
— ¿Te encontraremos? — levantó la mirada hacia él. -— Específicamente ¿Peggy y yo estaremos vivos cuando suceda?
— Howard...
— Solo... Por favor... — Steve guardó silencio con la pena moldeando sus cejas, los labios apretados y los ojos tristes antes de responder pero, por segunda vez, él lo interrumpió. — Eso resuelve mi pregunta.
Los últimos kilómetros fueron realmente tristes a su lado. Howard observaba las flores en su regazo con cierta melancolía o una especie de ausencia que fue alarmante, aunque no supiera definirla.
Ya habían entrado a los límites de un poblado que parecía conservarse intacto al paso de los años; aún había aparadores con esas vistosas letras redondas, autos clásicos perfectamente conservados en los porches. Las cortinas corridas de algunos hogares permitían echar un vistazo a través de la ventana donde el latón reluciente de un fonógrafo sobre una mesita destellaba con los rayos de sol.
Al frente, los jardines lucían perfectamente podados, los pórticos eran encantadores y los niños corrían de un lado a otro en medio de risas y gritos de júbilo.
Una vez al final de la calle, Jarvis giró para entrar en la siguiente y se detuvo unos metros hacia arriba, frente a la que le pareció la más coqueta de todas las casitas que había visto ahí; las flores trepaban por los muros del pórtico, la pintura blanca y sus hermosas ventanas. Encajaba perfectamente con el resto del lugar y, al mismo tiempo, sobresalía.
Steve sonrió sintiendo una calidez líquida extenderse por su pecho hasta la garganta.
— Así que es aquí...
— Sí... — respondió Howard también echando un vistazo por la ventanilla de Steve desde su lugar. —Ella lo eligió pensando en qué te gustaría aquí cuando regresaras. — Las mejillas de Steve se encendieron y Howard negó obviandolo. — Es mejor que entres de una vez, tengo que marcharme. Hay una llave bajo el tapete de la puerta.
— ¿No te quedarás?
— No. — sus labios hicieron una mueca restándole importancia. — Ustedes dos tienen mucho de qué hablar.
Jarvis ya había descendido del auto para abrir la puerta del capitán que puso un pie sobre la cera, pero en el último instante se giró hacia su amigo.
— Gracias. — y lo pronunció con total honestidad atreviéndose a estrecharlo en un abrazo. La despedida se tornó difícil cuando Howard, nada propenso a esa clase de manifestación afectiva, lo correspondió sabiendo que no tendría otra oportunidad.
Cuando regresó a su lugar, Steve prefirió fingir que no lo había visto limpiarse las lágrimas de los ojos y bajó del auto. Permaneció parado en la cera hasta que esté arrancó y desapareció en la distancia. Entonces dio media vuelta, disfrutó del trayecto por la calzada hacia los escaloncitos y una vez ahí, se agachó para tomar la llave bajo el tapete. La introdujo en la cerradura y la puerta se abrió.
La casita era justamente cómo imaginaba que sería por dentro; un reducido pero acogedor espacio.
A la derecha del recibidor se encontraba un amplio arco que permitía la vista a la salita donde había una mesita pulida adornada por una coqueta plantita. Los rayos de sol se colaban en la transparencia de las cortinas blancas nutriendo sus bonitas hojas. Steve se vió atraído por esta parte de la casa y dio unos pasos para observar el resto de los muebles a juego. A su derecha, junto a la ventana que daba a la calle, había un largo mueble de compartimentos cerrados por puertas con perillas doradas. Seguramente repleto de discos de vinil para el fonógrafo colocado en la superficie.
Volvió su atención al otro lado de la habitación para contemplar de nuevo la plantita sobre la mesa. Peggy debía pasar su tiempo libre acomodada en una de las dos sillas podando, alimentando y cuidando de ella. Podía imaginarla luego, observando por la ventana hacia el jardín, al ritmo de alguno de esos discos.
Steve caminó hasta posicionarse en la silla y comprobó que desde ahí podía mirar no solo hacia el jardín, sino parte de la calle donde los niños al otro lado corrían y jugaban. La vista era perfecta y se sintió tan cómodo que al volver la vista a su derecha y atrás, buscando el reloj de pared, se sorprendió al darse cuenta que ya habían transcurrido más de 15 minutos.
Le habría encantado recorrer la casa y el resto de sus habitaciones pero, además de que sería descortés, estaba muy cómodo en su sitio.
Transcurridos otros cinco minutos, pensó que no estaría mal escuchar algo de aquella música y se levantó para ir hacia el fonógrafo. Había todo tipo de música; jazz lento, un poco de swing y algo de selección popular. Escogió uno que anunciaba tener el mejor mix de los 40's y la música comenzó a sonar provocada por el recorrido de la aguja.
Luego volvió a su asiento disfrutando de cada instrumento, de las voces cuando se trataba de alguna canción y por último, prestando atención a la letra. La estrofa de una de ellas, hablaba de un hombre que iba a decidirse por fin, dejando atrás su mala fortuna para tomar la oportunidad con la chica que amaba y Steve se sintió identificado.
¿Qué pasaba si por una vez, tan solo por una vez... tomaba un poco de felicidad para sí mismo? ¿Que ocurriría si tan solo... se quedaba ahí, en esa realidad, disfrutando de cada momento con su primer amor? Podrían reponer el tiempo perdido, permitirse la vida que soñaron tener.
Los minutos transcurrieron así mientras esperaba. Debatía con su consciencia, proporcionándose las justificaciones para silenciar la culpa que le repicaba en la cabeza.
— ¿Steve?
La voz de Peggy atrajo su atención. La vio parada bajo el arco que daba al recibidor depositando las llaves en el cuenco sobre el mueble, a un lado del fonógrafo. Lucía espectacular con sus característicos labios rojos, el escote en "v" de su vestido le alargaba la figura acentuando lo abundante de sus pechos. Era perfecta y tan hermosa como la recordaba, como si fuera inmune al paso del tiempo.
Luego ella caminó hasta él con el sonido de sus tacones amortiguados por la música.
— Oficialmente se reabrirá el expediente de hydra. — le informó cuando supo que Steve había vuelto en sí. — Al parecer dos posibles miembros se infiltraron para espiar la base pues no se han llevado nada. — ella se acercó para tomar lugar en la silla vecina, justo al otro lado de mesita. — al menos es lo que pensaran por un tiempo.
Steve sabía que eso no era del todo cierto, pero se lo guardó para sí.
— ¿Y qué pasará contigo? ¿Te ocasionará problemas?
— En lo que a ellos concierne yo fui la primera en detectar la filtración, así que no estoy bajo sospecha.— ella sonrió a medias con esta afirmación y observó a Steve con una mirada traviesa. — Se que no eres el mismo hombre que se perdió en el mar pero, aunque veo mucho de él en ti, también reconozco mucha influencia Stark. — aprovechó la pausa de Peggy para reflexionar un tanto alarmado ¿Lo había descubierto? Pero ¿Cómo? ¿Lo sabía? — Hace un tiempo... — le explicó pasando por alto el rubor en sus mejillas.— un año después de perd-... De que desaparecieras. — se corrigió. - Howard contactó conmigo para ayudarle a limpiar su nombre y me pidió que me infiltrara en la agencia poniendo en riesgo mi carrera e ir a prisión, justo como tú me lo has pedido.
— ¿Limpiar su nombre? — preguntó con extrañeza, haciendo a un lado otro poco de su culpabilidad.
— Es una larga historia.
— Soy bueno escuchando y tengo mucho tiempo libre.
Peggy creyó haber entendido mal.
— ¿Steve?
— Bueno... — se encogió de hombros tratando de disimular que la emoción hacía latir su corazón en la garganta y los oídos. - El artefacto ha regresado a su lugar y yo... en realidad... estaba pensando... — sabía que ella lo miraba atentamente. - ...no tengo motivos para regresar. — Peggy continuaba en silencio y Steve no se atrevía a mirarla. — podría quedarme aquí, contigo.

Ella no respondió inmediatamente por lo que Steve busco su mirada y encontró el rostro de Peggy marcado por la fuerza que la caracterizaba. Tenía esta mirada significativa; Sus ojos determinados y la estricta curva de la ceja en alto habría puesto a temblar a más de uno en las barracas. Entonces, sin que ella hablara, el castillo que había armado en el aire se derrumbó porque la conocía perfectamente y sabía lo que estaba a punto de decirle.
No podía esperar nada diferente, era típico de Peggy ¿no? Reponerse de cualquier obstáculo y actuar. Era esto lo que merecía el respeto de los reclutas que la conocían porque no había fuerza en la tierra que pudiera detenerla, ni peso que pudiera derribarla. Aun si caía ella se levantaría redoblando esfuerzos.
Steve agachó la mirada y sonrió con tristeza.— Steve... — fue como una llamada de atención. — Hace unas horas, me dijiste que estabas en una misión que debías completar para salvar nuestro futuro porque habían salvado el tuyo a costa del nuestro. (Bastante confuso, tengo que añadir). Nos dijiste que este era el primero de los cuatro viajes que debías hacer. Si te quedas aquí, ahora ¿Qué pasará con el resto de las personas a las que afectaron tomando estos objetos? ¿Podrás vivir con ello en la consciencia? Porque yo no. — Y no era menos difícil para ella que lo amaba también, como posiblemente jamás amaría a nadie. Solo verlo allí le provocaba una gentil sonrisa, algo no muy de acuerdo con su carácter duro. Era precisamente su sentido de rectitud lo que impulsaba su dureza y que le hacía guardarse esa sonrisa para sí porque lo correcto estaba por encima de sus propios intereses o la dicha de recuperar al amor que creía perdido en el fondo del mar. — Tienes que seguir tú camino — Continuó. — y hacer lo correcto; cumplir con tu misión. Ese es quien eres en realidad, no importa de donde hayas venido. 

Ella tenía la razón, no había nada que reflexionar salvo una sola cosa.

— Aún nos debemos ese baile.
— Hay cosas que no están destinadas a ser. — Fue su respuesta, pero no estuvo dispuesto a aceptarla.
Steve se puso de pie y le ofreció la mano. Peggy la miró un momento, luego pasó al rostro, con la boca apretada y los ojos vidriosos porque el sentimiento los inundaba.
— Lamento llegar tarde. — se excusó provocando que el sentimiento la hiciera sollozar. Agachó la mirada llevándose una delicada mano a la boca pero negó y levantó la frente. Solo las pestañas húmedas delataban el par de gruesas lágrimas que permitió escapar. Con un nudo en la garganta ella le concedió la mano así que Steve la guió al centro de la salita y le rodeó la cintura con el otro brazo.
La música tocaba suavemente, sus pasos la seguían con la calma de un suspiro. Cada nota era magnífica respirando su perfume, llevando bajo su palma el compás de la diminuta cintura.
Está era la felicidad que imaginó en algún punto de su vida, está increíble mujer entre sus brazos, ellos dos entre las cuatro paredes de una casita modesta con nada más que situaciones domésticas por delante y tal vez, alguna misión de shield para romper la rutina.
Ella se rindió al abrazo refugiándose en su pecho, haciéndole saber que también se dejaba llevar por el momento, que la entrega era total porque era justo para los dos, lo merecían después de todo. Steve recargó la mejilla en su cabello, cerrando los ojos para solo sentir ese instante, para grabarlo con el lienzo de su memoria en colores brillantes y trazos exactos.
Lentamente dió un giró con ella, apartándose lo necesario para poder observarla y ella le correspondió con adoración.
La dicha alcanzó su punto máximo antes de caer lentamente en picada.
Ambos sabían lo que estaba ocurriendo, ambos preferían no hacer ningún comentario porque ponerlo en palabras lo haría imposible de soportar.
Steve se reclinó desbordando cada uno de los sentimientos positivos que Peggy había despertado en su corazón para depositarlos en sus suaves y perfumados labios rojos. Ella lo recibió permaneciendo con el rostro hacia él y los ojos cerrados. Pero de alguna forma, este dulce momento le provocaba un dolor indecible porque inevitablemente ese último beso le supo a despedida.


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