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Historias Cortas de Inuyasha. por Keiko Midori 0018

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Notas del capitulo:

Las leyendas suelen tener historias demasiado irreales que son dificiles de creer, sus palabras a veces parecen ser simples cuentos infantiles y eso mismo cree él. Para él las leyendas solo son cuentos de niños hasta que comprueba que no todas las leyendas son falsas.

Una aburrida clase, un alumno mirando de manera distraída por la ventana mientras mordía el borrador de su lápiz con fastidio, era un día común para el alumno de largos cabellos platinados.


La clase de literatura no llamaba mucho su atención y menos las leyendas antiguas, era escéptico y no creía en tales ''cuentos''. La profesora de literatura explicaba su materia y él no prestaba atención, dejaría los cuentos infantiles de lado y se sumiría en sus pensamientos. Todos estaban emocionados ante la clase, se suponía que investigarían acerca de su leyenda correspondiente y él solo quería salir de ahí y vagar por los pasillos del instituto hasta que llegará la hora de volver a casa con su madre.


―Veo que mi clase le fastidia, joven Taisho. ―La voz de la profesora lo hizo sobresaltarse, eso causó que sus compañeros rieran de manera discreta.


―Lo siento, señorita Furukawa. Esto de los cuentos es para los niños, debería enseñar algo más fundamental que un par de historias fantásticas. ―Expresó, la mujer negó suavemente.


―Las leyendas son relatos con algo de verdad en sus palabras. A pesar de relatar sucesos sobrenaturales, las leyendas fueron legadas a nosotros para ser apreciadas. Las leyendas tienen como meta darle sentido a nuestra sociedad, a nuestra cultura detallando nuestros orígenes. Por eso, le pido que no menosprecie el legado de nuestros antepasados.


Eso mantuvo callado al alumno y las clases siguieron. Todos recibieron una leyenda a la cual debían investigar y dar un análisis completo sobre ella. Tenían dos semanas para presentar dicha tarea. Llegaron a ser desde la popular leyenda del hilo rojo del destino hasta la leyenda de los amantes de las estrellas. Pasaron de tiernas obras de amor para llegar a la también conocida leyenda de Yuki-Onna, Kagome Kagome y la del Hitori Kakurenbo. Sí, por historias como esas era realmente escéptico.


El tuvo una leyenda que no había escuchado antes, ''El hijo de la luna''. No conocía acerca de esa leyenda y debía investigar acerca de ella. 


Al llegar a casa, entró a su habitación. Su madre estaba acostumbrada a ello al ver la sombra pasar con rapidez por las escaleras mientras el largo cabello ondeaba por el movimiento.


Buscó en la web, encontró varias versiones y todas coincidían con lo mismo: Una gitana que había hecho un trato con la luna. Sin duda solo era un cuento para niños, siguió leyendo hasta terminar la historia. No había mucho que escribir. Una página había escrito que el monte en el que la historia menciona no era otro más que el Fuji, cerca de uno de sus cinco lagos. Se decía que ahí había sido donde la historia ocurrió, quería investigar con los locales para su ensayo. Los pobladores seguro tenían mucho que decir acerca de esa antigua leyenda.


...


...


El monte Fuji estaba cerca de su hogar. Si abordaba un autobús en la estación Shinjuku le tomaría aproximadamente casi dos horas y media de viaje. Sería más fácil escuchar a los ancianos del lugar que visitar miles de páginas web y después de pedir los permisos necesarios, programó su viaje al alba.


Preparó una pequeña maleta con algunas pertenencias y algunos complementos escolares. Su madre le había permitido ir con la condición de que tuviera cuidado y que le llamará al poner un pie en la estación y después en la posada que ella misma reservó. 


Después de unas horas, estaba en la estación y se dirigió a la posada. La gente era amable y servicial, se acercó a un par de ancianos que jugaban shoji en la entrada de la posada. Con su libreta de apuntes y un lápiz, se les acercó.


―Disculpen. ―Ambos dejaron su juego para prestarle atención. ―Escuché que aquí se originó la leyenda del hijo de la luna y quisiera saber un poco más de ella.


―Puede que sí, puede que no. Esa leyenda empezada a olvidarse con los años es trágica pero cierta. 


El hombre le contó todo lo que ya sabía, el trato, la gitana y el hombre, el deseo de la luna y el final del pequeño albino. No quería escuchar lo que ya había leído, no quería que su viaje fuera en vano. Vio como el otro anciano sonreía con calidez, como si recordará parte de su ya larga vida.


―Totosai, el niño quiere saber cosas que nadie sabe. Todo eso está escrito. 


―Es todo lo que sé.


―Sabes niño, esa leyenda es completamente cierta. El hijo de la luna en verdad existe y te lo puedo asegurar, yo lo he visto en mi juventud.


―¿En serio?. ―Su voz esperanzada hizo sonreír a los ancianos.


―Por supuesto. Él se encuentra en la profundidad del monte, cada noche él se separa de la luna y se mantiene junto al lago más grande del lugar. Yo tenía aproximadamente tu edad cuando lo vi, él aparentaba tener la misma edad que yo en ese entonces. Su rostro inocente y libre de toda la inmundicia de este mundo lo hacía ver como el ser sobrenatural que era. Su cabello largo y platino flameaba con el viento. Y sus ojos, sus ojos parecían ser regalo del sol por lo brillantes y hermosos que eran.


―Myoga, creo que estabas ebrio.


Ambos hombres empezaron a discutir, agradeció aunque estaba seguro que no fue escuchado y volvió a su habitación. En realidad no creía que alguien de esa pureza existiera, era irreal. Su aspecto era similar al que aquel hombre había descrito, ambos poseían exactamente lo mismo. Claro, lo único que los diferenciaba podía ser el fulgor de los ojos, todos decían que sus ojos eran frívolos, fríos y demás. Si es que aquel ser existía dudaba que tuviera unos ojos tan brillantes.


...


...


Aunque no creía ni una palabra de aquellos ancianos, decidió echar un vistazo. Visitar el área podía ser una buena excusa para disfrutar de ese hermoso lugar, nada tenía que ver la supuesta aparición de ese mítico ser. Sería ese mismo día, el calendario lunar marcaba una brillante y hermosa luna llena, la mejor fase de todas.


Fue por la tarde, caminó admirando los bellos paisajes tratando de mantenerse ocupado para cuando la noche llegará. Sentía una ligera emoción al hacer esa pequeña investigación, una parte de él ansiaba ver al protagonista de tan trágica historia y ver si los rumores eran ciertos.


Se encaminó al lago que los ancianos y demás pobladores le habían indicado, era enorme. En el agua flotaban miles de lotos rosados sobre los nenúfares, el lugar era hermoso. Se sentó bajo un árbol cercano y miró el lago. Pasaron las horas y no había ni un solo rastro del ser que buscaba. Iba a rendirse y volver a la posada, sabía que haber ido había sido una pérdida de tiempo.


Se levantó, siguió su camino y antes de alejarse completamente alcanzó a vislumbrar una cabellera plata junto al lago. Se acercó con rapidez pero ya no había nadie, en cambio había un loto blanco. No había lotos de ese color en el área, sabía que no había imaginado nada, alguien había estado ahí pero había desaparecido en un segundo.


Al día siguiente, escribió un par de palabras pero estar dentro de la habitación era sofocante. Decidió ir a aquel hermoso prado para inspirarse y dibujar tan bello lugar, agradecía haber traído su material de su clase de arte.


Tomó un cuaderno de dibujo, lápiz, borrador, sacapuntas y demás complementos. Decidió que iría al mismo prado que había visitado antes.


Llegó, siguió escribiendo su ensayo. Le tomó todo el día pero había logrado completar una hoja. Siguió dibujar una ilustración del lugar para agregarlo a su tarea. Los trazos del lápiz iban tomando forma con el paso de las horas, el bello paisaje se iba plasmando en esa hoja de papel.


La luna parecía ser más brillante en ese lugar que en cualquier otro, a pesar de ya ser cobijado por el manto nocturno era capaz de ver todo.


Tan concentrado estaba en su obra que no vio un destello salir del reflejo de la luna en el lago, de aquella fría luz emergió un joven que tomó asiento en la orilla del manto acuífero. Se sentó en la típica posición de flor de loto dándole la espalda al estudiante.


Mientras tanto, el dibujante agregaba a su obra al joven sin darse cuenta, estaba tan ensimismado con esa imagen que no había notado al joven. Pasados unos minutos, terminó. Firmó su trabajo y al admirarlo notó el detalle extra y su mirada recorrió el lugar encontrando una cabellera larga y resplandeciente. Pudo ver a unos metros al frente al ser que había ido a buscar. No sabía si debía perturbarlo pero quería comprobar que no estaba soñando.


A paso lento, se acercó. Estaba a unos pasos de él y miró su rostro, quedó cautivado ante tal belleza sobrenatural. Una verdadera obra de la naturaleza. El extraño joven mantenía los ojos cerrados, al sentir su cercanía, los abrió lentamente. En el momento que sus miradas se encontraron, sus almas se conectaron y el mundo a su alrededor desapareció. Sólo ellos importaban en esos momentos.


El estudiante se acercó al joven que lo miraba sin pestañear, sus ojos eran color sol y su piel resplandecía. El joven trató de escapar al sentirlo demasiado cerca.


—Tranquilo, no voy a hacerte daño. —Usó una voz suave, no quería asustarlo.


—Los humanos no son de confiar, los humanos son malos.


Entendía el pensamiento de ese joven, su madre lo había vendido por alguien que no valía la pena, ese hombre mató a su madre dejándolo huérfano y terminó por perderlo en ese lugar para que sobreviviera a su suerte.


—Tienes razón, los humanos son seres despreciables pero, habemos algunos que no somos de ese modo. No todos somos iguales. —Se acercó lentamente para terminar sentado a su lado, ver el nerviosismo que ese ser emitía le parecía demasiado adorable.


—Nunca había estado tan cerca de un humano. —Confesó después de unos minutos en silencio. —No pareces ser malo como los demás.


Sonrió ligeramente ante eso. Todos decían que era malo por su actitud, era frío e indiferente, no gustaba de relacionarse con las personas y al hacerlo resultaba ser algo huraño. Que alguien le dijera eso con tanta sinceridad le hizo creerlo y sonreír de esa forma.


—¿Tienes nombre?. —Sabía que su pregunta era algo tonta pero se sentía de esa forma al ver esos brillantes e hipnotizantes ojos.


—Sí. Soy Inuyasha.


—Inuyasha, ¿eres el hijo de la luna?. —Necesitaba comprobarlo y que ese joven se lo dijera de inmediato. Nadie le creería sobre todo eso, nadie creería que hablaba con un ser que se suponía solo era una leyenda.


—¿Quien te lo dijo?.


—¿Lo eres?. —El que aparentaba ser más joven asintió. —Creo que a partir de ahora voy a creer en todas las leyendas.


A lo largo de la noche, terminó por contarle la historia de su leyenda como la conocía y todo lo que había recopilado y se sorprendió al saber que todo cuadraba con la historia de Inuyasha.


—No sabía que los humanos me conocían. Sabía que veneraban a mi madre pero nunca creí que también me mencionarán a mí.


Mientras Inuyasha hablaba, él escribía. Había ido a ese lugar para entrevistar a los pobladores pero nunca imaginó que terminaría preguntando al protagonista principal de la historia.


—¿Qué es lo que eres? No pareces ser humano, los humanos no tienen brillo propio y según escuché, tu historia se remonta a varios siglos atrás.


—Deje de ser humano en el momento en el que mi madre me recogió. Al llegar a mi decimosexto cumpleaños, mi madre decidió cortar mis líneas de tiempo. Sigo viéndome de esta forma porque el tiempo ya no fluye en mí.


Entre más hablaban, más se conocían y muy dentro de ellos, más se querían. 


El amanecer estaba por hacer su aparición, Inuyasha se levantó del suelo. Era hora de descansar y debía volver con su madre.


—El amanecer está cerca. Debo volver ahora o no podré hacerlo. —Bostezó ligeramente. —¿Volverás?.


—Volveré, Inuyasha. Te esperaré aquí en la noche. —Se levantó y tomó su cuaderno, arrancó el dibujo y se lo entregó. —Toma, ni siquiera noté el momento en el que te dibuje.


El joven sonrió y se marchó de la misma forma en la que había aparecido. 


Se pellizcó el brazo, seguía ahí y todo lo que había pasado no había sido un sueño, era difícil de creer. Se dirigió a la posada, seguramente su madre ya había abarrotado los teléfonos del lugar.


Al llegar recibió la noticia de que su madre no había dejado de llamar, se suponía que debía hablar con ella antes de dormir pero no lo había hecho, no había dormido y no había hablado con su madre. Estaba muerto.


...


...


Después de pelear por teléfono con su madre, logró obtener el permiso de permanecer las dos semanas ahí. Quería estar cerca de Inuyasha y saber más de él. Había terminado el ensayo pero eso ya no le importaba, lo que en verdad importaba era aquel ser que lo había cautivado porque estaba seguro de que así era. Había algo en Inuyasha que lo atraía demasiado y no era creyente del amor a primera vista.


Todas las noches se reunían, era la única ocasión en la que podía ver a Inuyasha. Le había contado que él, al igual que su madre, dormía durante la aparición del sol. Hacía lo mismo, al mantenerse despierto toda la noche tenía que dormir durante el día.


Finalmente, llegó el día en el que debía marcharse. No quería irse y dejar a Inuyasha, no quería alejarse de él cuando se había apegado tanto.


—¿No puedes acompañarme? Podrías estar conmigo por las noches.


—No. No puedo, no puedo dejar este lugar. Lo lamento, eres el primer humano con el que hablo y me gustaría quedarme contigo pero es imposible, tampoco puedo dejar a mi madre. —Las miradas de amargura fueron lo único que pudieron hacer.


—Inuyasha, me has cautivado. Sé que no confías en los humanos pero deja que mi corazón te lo diga. —Tomó su mano, cerró los ojos disfrutando ese tacto. La dirigió a su pecho, a la altura de su corazón y el joven sintió el acelerado latido de su corazón. —Late así por ti. Sé que apenas nos conocemos, sé que tal vez no sea amor, sé que es algo tonto que alguien se enamore en unos días. También sé que si seguimos así terminarás por entrar completamente en mi corazón y serás el único que logre hacerlo latir de esta forma.


Su bajo tono de voz y esas palabras hicieron que las mejillas del menor tomarán un ligero tono rosado. Él también sentía el latir frenético de su corazón como nunca lo había sentido, él también quería seguir al lado del humano que había demostrado que no todos eran malvados.


—Sesshomaru, te creo. Me has demostrado que los humanos no son malos, me has demostrado que son capaces de sentir empatía y no solo piensan en sí mismos. No conozco mucho sobre el amor pero si el amor significa que quiero que tu mano tome la mía y jamás la suelte sin importar nada, entonces siento lo mismo que tú.


Su mano acarició la rosada mejilla, con lentitud se acercó al rostro del menor. El mundo a su alrededor desapareció en el momento en el que sus labios se juntaron. Se entregaron a ese dulce beso, sin prisas, sin importar nada.


Se iría al alba, dejaría ese lugar que resguardaba a ese joven que hacía latir su corazón pero nada podía hacer, debía volver con su madre y seguir con sus estudios. No podía simplemente mandar todo al demonio y quedarse ahí. Inuyasha no podía alejarse de ese lugar y solo era libre durante las noches, quería estar ahí para él.


El amanecer llegó, era la hora de la despedida.


—Te voy a extrañar, Inuyasha. Volveré en mis vacaciones, esperame.


—También te extrañare, Sesshomaru. —El joven le entregó un nenúfar donde descansaba un pequeño capullo de loto blanco. Le dio un ligero beso al aún cerrado brote. —Es para que no me olvides. Ponlo en agua y asegurate que sea bañado por la luz de mi madre cada noche para evitar que se marchite.


—Lo haré, lo protegeré con mi vida.


Después de despedirse, se marchó. Se había ido en el momento en el que el sol hacía su aparición y borraba el reflejo de la luna del lago junto con Inuyasha. Sentía su corazón oprimirse pero era la dura realidad. Miró ese pequeño retoño y sonrió con nostalgia. Lo extrañaría pero esperaba volver algún día.


...


...


Su ensayo había sido un éxito, al exponerlo todos sintieron sus palabras como si fueran reales, como si entendieran el sufrir del pequeño albino y como si toda esa historia en realidad hubiera existido. Su ensayo había sido el mejor de todos pero era porque el mismo protagonista le había contado todo lo que debía saber.


Como se lo había pedido Inuyasha, había cuidado del retoño de loto. Al llegar a su hogar lo primero que había hecho era colocarlo en una pequeña pecera, la había llenado hasta la mitad y lo había colocado dentro. A días de haberlo colocado, éste empezaba su crecimiento. Había perdido la cuenta del tiempo que le llevó el florecer, sus estudios le habían arrebatado el tiempo. Por sus estudios había dejado el pequeño retoño de lado, éste crecía en la ventana de su habitación.


No había dejado de pensar en lo que dejó en el monte Fuji, no había dejado de pensar en ese beso y tampoco había dejado de pensar en Inuyasha. Aun lo extrañaba. Ya había pasado mucho tiempo y no tenía oportunidad de ir a buscarlo.


Una noche de luna llena y un ambiente fresco, estaba un albino durmiendo y una flor de loto abriéndose finalmente. Se había perdido el florecimiento de esa pequeña flor blanca que emitía un brillo peculiar, no era un retoño común. De esa brillante luz emergió un joven que mantenía una sonrisa al ver a su amado dormir. Se acercó a él en silencio y se sentó a su lado, acarició su cabello y lo vio removerse hasta que abrió los ojos algo somnoliento.


Se removió en su cama al sentir una cálida caricia, entreabrió los ojos y vio a Inuyasha. Sin abrir completamente los ojos, se abalanzó contra él y terminó acostado sobre él. El menor se removió tratando de liberarse.


—No te muevas. —Gruñó adormilado. —No quiero despertar. No quiero que al despertar ya no estés conmigo. Quiero que este sueño dure para siempre.


Al escuchar esas palabras dejó de forcejear, Sesshomaru creía que dormía y esa era la razón de su reacción al verlo.


—Tienes razón. Cuando despiertes ya no voy a estar pero volveré en la noche.


Ante la respuesta, se despertó de golpe. Con ayuda de sus brazos se alzó lo suficiente para ver ese resplandeciente ser bajo él. No creía en lo que veía. Aun pensando que era un sueño, lo besó. 


—¿Cómo? Dijiste que no podías salir de ese lugar.


—Trajiste una parte del Fuji contigo. 


Su mirada se dirigió a la ventana donde el pequeño loto brillaba, todo tenía sentido ahora. Lo abrazó sin cambiar de posición. En verdad lo había extrañado demasiado.


...


...


A partir de esa noche se reunieron, a partir de esa noche empezaron a conocerse y a amarse. Dejarían que el tiempo definiera lo que sentían, ese tiempo demostraría que el amor podía crecer y fortalecerse como ese pequeño capullo de loto lo había hecho. A pesar de haber sido descuidado, había logrado sobrevivir y traer a Inuyasha para que pudiera reunirse nuevamente con su amor, no necesitaba estar en el Fuji, necesitaba estar junto a ese humano.


Ambo descubrirían el amor, ambos se entregarían a él y lo harían florecer como esa pequeña flor de brillo platinado. Sesshomaru aprendería de Inuyasha, Inuyasha aprendería de Sesshomaru y ambos compartirían su conocimiento para poder seguir adelante. 


Las leyendas suelen ser imposibles de creer, suelen contener mucha fantasía y sucesos que nunca sucederían pero, también mostraban grandes enseñanzas. Por más fascinante e increíble que sonará una leyenda, debía apreciarse. Nunca sabes cuando una leyenda puede ser falsa, tampoco cuando puede ser verdadera. Él lo comprobó pues lo había con sus propios ojos y se había enamorado de...


El hijo de la luna.


Fin.

Notas finales:

Después de mucho tiempo he actualizado este libro, gracias por el apoyo que le dan y espero traerles pronto una nueva actualización. Recuerden el ''Gracias por leerme'' es de corazón, significa que es sincero y en verdad les agradezco que lo hagan. 


Nos vemos en la siguiente actualización...


Keiko Midori.


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