Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Historias Cortas de Inuyasha. por Keiko Midori 0018

[Reviews - 30]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Dos enamorados son separados, el mayor se lleva consigo una rosa y una promesa. Ambos esperan reencontrarse para cumpliar toddas y cada una de ellas.

 

Una amiga en Wattpad me recomendó una canción, la amé. De esa canción salió este corto, este es el link por si no la han escuchado...

https://www.youtube.com/watch?v=suWd-Zs8o7g

El hijo de una florista y el hijo de un herrero, ambos tienen una relación a escondidas desde que eran niños. Se conocían desde la infancia y todo por sus padres, al principio se odiaban a muerte pues ambos eran obstinados y orgullosos, sus personalidades chocaban pero un día limaron asperezas y empezaron a convivir un poco mejor. Se habían vuelto amigos inseparables tras eso, un día ocurrió un momento mágico y sus almas se juraron amor eterno. A pesar de la diferencia de edad, vivían bien. Inuyasha Setsuna de dieciséis y Sesshomaru Taisho de veinte, su primer beso fue cuando Inuyasha tenía doce años y el dieciséis.


Bajo la sombra de un árbol junto a un río, dos niños hablan. Se la habían pasado merodeando por los alrededores del bosque y habían parado a descansar, después de todo conocían el lugar como la misma palma de su mano.


—Esto es aburrido, Sesshomaru. Mejor hubiéramos ido a pescar o a nadar.


—Aun eres un niño para que entres al río sin supervisión, a mí no me apetece nadar ni pescar. Prefiero tomar una siesta, te he seguido desde que salimos de casa y estoy cansado.


Pocos segundos después, el adolescente tenía encima suyo a un muy molesto niño de largos cabellos azabache. Había olvidado lo mucho que a Inuyasha le molestaba ser tratado como a un niño pequeño. Bloqueo todos los golpes y lo sostuvo con fuerza de las manos, pero eso no detuvo a su pequeño acompañante que forcejeó sin descanso. Estuvieron por un rato así. Lo miró fijamente, al ver esos oscuros ojos entrecerrados y esa expresión brava, supo que una sarta de groserías serían dedicadas a su persona. Antes de que a Inuyasha le diera tiempo de insultar, cubrió su boca con la propia en forma de beso.


Ambos se sorprendieron por dicha acción pero en vez de apartarse, Sesshomaru atrapó las manos del más joven y entrelazó sus dedos. Giró quedando él arriba. Sus labios se movieron con ligera torpeza y timidez, Inuyasha aun desconcertado se dejó hacer y de la misma inexperta manera, empezó a corresponder. Sus ojos se cerraron y llevaron ese inocente pero torpe beso. Al momento de separarse y notar la expresión avergonzada de ambos, se apartaron y se sentaron espalda con espalda. No eran capaces de dirigirse una mirada.


Sesshomaru puso su mano en el suelo, entre ambos. Pasaron unos segundos, Inuyasha la tomó y sus dedos se entrelazaron. Fue una promesa muda, nadie sabría lo que pasó pero se repetiría y solo ellos lo sabrían.


Ese día había iniciado una relación inocente como ellos lo eran en ese entonces. Pero como el ciclo de la vida, ambos empezaron a dejar su cuerpo de niños para dar un nuevo comienzo. Ambos crecieron, maduraron.


Como su padre, su abuelo y su antecesor, Sesshomaru se volvió un gran herrero muy reconocido. Solicitado incluso por el rey, sus armas eran compradas por reconocidos guerreros y demás nobleza. Un joven fuerte, gallardo y sumamente apuesto. Acosado por las señoritas de la aldea pero fiel a su corazón, fiel a su amado. Mientras tanto, Inuyasha. El joven que con el pasar de los años se veía cada vez más apetecible a la vista, con una mirada seductora pero a la vez inocente. Se encargaba de ayudar a su madre en la venta de flores, ese trabajo tranquilo le gustaba.


Como cada tarde, ambos se reunieron bajo la sombra de aquel viejo árbol. Inuyasha aun llevaba una canasta con flores que había olvidado entregar a su madre, se las daría cuando terminara de hablar con su amado. Y pensando en él, lo vio llegar con esa mirada impasible que poseía y que llegaba a apenarlo cuando estaba dirigida a él. Sin perder tiempo, Sesshomaru lo abrazó con fuerza y enterró su cara en la curvatura de su cuello, aspirando el aroma dulce de las flores en su piel.


—Sesshomaru, basta. Me haces cosquillas. —Fue liberado un poco, aun seguía en los brazos de su amor.


—Es tu culpa. Ese aroma floral tuyo, me enloquece. —Ronroneó en ese cálido lugar, no dejó de aspirar esa delicada esencia natural en su amado e Inuyasha ya no podía con el calor de sus mejillas ante la sinceridad de su amor. 


Ambos se sentaron en el suelo, abrazados. Tendrían unos momentos antes de que debieran volver a sus hogares y enfrentar la realidad lejos de esa burbuja de amor que habían creado junto a ese río de aguas cristalinas. Fue entonces que Sesshomaru notó la canasta y la curiosidad lo orilló a revisar su contenido, no encontró nada más que perfumadas rosas color rojo sangre, frescas y hermosas.


—¿Sabías que las rosas rojas no deben regalarse a cualquiera? Solo son dignas de ser regaladas a la persona que posea tu corazón. —Mencionó Inuyasha al ver el interés de Sesshomaru en su canasta.


Al escuchar esas palabras, tomó una entre sus manos. Le dio un beso a la perfumada y delicada corola, se la entregó a Inuyasha después de eso. Le complació ver esas bronceadas mejillas adquirir una tonalidad rosada. Sonrió con sinceridad ante esa tierna escena.


—Entonces esta rosa te pertenece, solo tú posees mi corazón.


—Y tú el mío.


Esa atmósfera romántica era su pan de cada día. Solo ambos sabían de su amor y nadie los separaría. Entre mimos, palabras de amor y uno que otro beso, se despidieron para volver a su respectivo hogar antes de que fueran mandados a llamar.


...


...


El tiempo pasó, Sesshomaru había sido buscado por el general del ejército del rey por su reconocido nombre. Prácticamente le habían exigido partir a la batalla para que se hiciera cargo de el armamento de los soldados, el reino había entrado en guerra. Eso significaba que debía marchar lejos de Inuyasha y no quería eso, tampoco quería llevarlo y que corriera incesantes peligros. Además, su padre ya era mayor como para seguir forjando armamento y no podía forzarlo a ir, tampoco quería que se arriesgara.


Lo más duro sería comunicárselo a su amado, no quería ver lágrimas en esos vivaces ojos, no quería ver como se empañaban siendo tan hermosos. Pero nada podía hacer y las constantes amenazas que recibía eran difíciles de ignorar. Tampoco quería dejarlo solo con la guerra tocando la puerta, el lugar en el que vivían estaba amenazado y con riesgo de ser atacado. 


Se reunieron una vez más bajo la sombra de aquel árbol, protegidos de todo ojo acusador y soltó todo lo que debía. Le explicó lo que los guardias le habían dicho, omitió la parte de las amenazas, no quería preocuparlo por algo así.


—Y eso es todo. Debo ir a las filas y hacer mi trabajo. —Al mirar el rostro del más joven pudo verlo adolorido y sus ojos brillantes por las lágrimas contenidas pero sabía que se estaba conteniendo para no llorar frente a él, sabía lo mucho que Inuyasha odiaba verse vulnerable y también sabía que no derramaría ni una sola lágrima frente a él.


—¿Cuándo volverás?. —Su voz forzosamente salió quebrada, no quería que le pasara algo en medio de la guerra.


—No lo sé, lo único que sé es que extrañare verte a diario.


—Quiero que nos reunamos aquí el día antes de que te vayas, quiero darte un regalo. —Sin poderse contener, ambos se abrazaron aferrándose a ese calor que pronto perderían. Fue cuando Sesshomaru sintió a Inuyasha temblar en sus brazos, sintió como su hombro empezaba a humedecerse y sintió pena por él pero nada podían hacer.


...


...


Llegó la tarde antes de la partida, la despedida. A escondidas, Inuyasha y Sesshomaru se habían reunido nuevamente. Se dijeron todo lo que harían a su regreso, prometiendo muchas cosas. Y fue entonces que Inuyasha sacó su regalo, una hermosa rosa con su delicado aroma distintivo.


—Quiero que me prometas algo. —El mayor asintió. —Cuando veas una rosa, quiero que te acuerdes de mí. No importa cual sea, quiero que recuerdes toda nuestra historia.


—Lo prometo.


—Entonces, toma. Este es mi corazón, llévalo contigo. Cuídalo bien y sobrevivirá ante la adversidad.


—Y ahora quiero que tú me prometas algo. —El menor asintió. —Prometeme que revelaremos nuestra relación a nuestros padres cuando vuelva. No vamos a seguir ocultando lo que sentimos.


—Lo prometo, cuando llegues será lo primero que hagamos.


Inevitablemente, ambos se abrazaron y se susurraron promesas que pronto cumplirían. En su despedida no faltaron los besos y las bellas palabras de amor, porque a su regreso todo mejoraría.


Al alba, el joven herrero partió a territorio desconocido. Sintiendo la ausencia de su amado aun si solo había pasado poco tiempo de haberse visto. Ya quería regresar pero no podía, no si quería que cumplieran las amenazas.


...


...


Sesshomaru estaba recluido con otros compañeros en el arte de la forja y herrería. Trabajaban en armas, armaduras y demás. Todo para la guardia del rey y no se les permitía alejarse, solo debían concentrarse en su trabajo y entre más rápido terminaran, más rápido se marcharían.


Aún conservaba la rosa que Inuyasha le había dado, la mantenía en un jarrón con agua. Estaba en un lugar visible en el taller, estaba alejada del calor abrasador pero a su disposición cuando la necesitara. Cuando golpeaba el hierro al rojo vivo, al sentir la gruesa capa de sudor cubriendo su torso desnudo, cuando sentía sus manos adoloridas y quemadas, veía la flor y recordaba la sonrisa de Inuyasha. Cuando sentía sus fuerzas mermar, miraba esa rosa y esas promesas sin cumplir, le daban fuerza para seguir. Cuando sentía ganas de desertar, recordaba todo lo vivido y esas promesas, eso lo impulsaba a seguir golpeando el hierro, le impulsaban a seguir adelante.


Y entonces, el trascurso interminable del tiempo, continuó. Habían pasado unos largos meses, meses lejos de los abrazos de su amado. Milagrosamente esa delicada rosa seguía fresca, seguía preservando su belleza y a pesar de ser algo antinatural, le gustaba. Eso significaba que el corazón de su amado estaba siendo bien cuidado, esperaba regresarla al volver a su hogar. Esperaba cumplir sus promesas pronto, lo ansiaba.


A veces pensaba en escapar, en volver a casa y escuchar la voz de su amado pero eso no era posible. Lo único que quedaba por hacer era seguir golpeando el hierro para darle forma, avivar las brasas para que esa interminable lista de pedidos estuviera a tiempo y mirar esa rosa recordando esa promesa, la promesa de una rosa.


...


...


Finalmente, el día de volver había llegado. Extrañamente, su rosa había perdido su vitalidad en una noche, como si todo el tiempo que se mantuvo linda cobrará factura y la haya hecho marchitarse en una noche. Antes de acostarse, la había visto bien, le había cambiado el agua y había inspirado su aroma, quería recordar el aroma de Inuyasha y ese dulce aroma estaba ahí. Probablemente hubiera enloquecido sin esa rosa y esa promesa, hubiera muerto de soledad. Al despertar, la había visto marchita. Vio como la mayoría de los pétalos yacían en el suelo, la pequeña corola triste se encontraba a nada de caer. Aun así, la tomó con delicadeza y se puso en marcha. Ya quería ver esa mirada soñadora dirigida a su persona.


Se encontraba alegre, todos los hombres que lo acompañaban compartían ese sentimiento. Todos volverían a casa después de un muy largo tiempo. Con la alegría de cumplir todas sus promesas, siguió su camino. Cerca del medio día, pudo alcanzar a distinguir su hogar en la lejanía. Pero, su rosa seguía muriendo lentamente con cada paso que daba. Eso ya no le preocupó, estaba seguro que Inuyasha lo colmaría de ellas diciendo cuán importantes eran las rosas rojas y su significado en el amor.


Su sonrisa desapareció al llegar por fin a su hogar, todo estaba destruido. Las coloridas casas estaban vueltas escombros humeantes, las callejuelas estaban cubiertas de escombros y rastros de sangre, su corazón empezó a latir frenético, sus pasos lentos se convirtieron en largas zancadas. Corrió entre tanta destrucción buscando un solo objetivo, la floristería de la familia de su amado.


Ignoró a los heridos, a las personas que trataban con ellos y se abrió paso entre tanta destrucción. Cuando llegó a esa pequeña floristería notó que estaba igual o incluso peor que todos los demás establecimientos y hogares. Con el corazón latiendo a mil, entró. En el suelo habían pétalos de flores destruidos, en el interior debió haber sido llevada a cabo una pelea. Llegó al fondo, en un piso tapizado en pétalos blancos de rosa, salpicados en sangre, estaba Inuyasha. Estaba tendido en el suelo, en medio de todo. A su lado se encontraba la madre del muchacho tratando de curar una gran y profunda herida en el pecho. Junto a ellos, su padre. Ambos hombres parecían haber luchado por horas. Notaron su presencia y se acercó con cautela, conteniendo las lágrimas que amenazaban con salir.


Su Inuyasha parecía tan pequeño entre tantos pétalos manchados en sangre. Se hincó a su lado, tomó su mano pálida y le dio un beso en el dorso.


—Inuyasha. —Su voz tembló, su amado forzó una sonrisa aunque dolorosa, fue sincera. —Ten, esto es tuyo.


Le entregó la rosa marchita, de sus mejillas ya corrían delgadas lágrimas. Los mayores al ver esa escena habían decidido no decir nada, no querían interrumpir tan emotivo reencuentro.


—Cumpliste tu promesa. Lamento no poder cumplir la mía. —La voz débil le partía el corazón, con cuidado lo cargó para que se acostara en su regazo y sintió como se resguardaba en su pecho. Se sentó en el suelo sin soltarlo.


—Señora Izayoi, Padre. —Ambos adultos le prestaron su mayor atención. —Inuyasha y yo nos amamos desde que éramos niños. Desde entonces hemos sido pareja, cuando llegara de mi viaje les contaríamos.


Dijo todo eso sin apartar la mirada de su amado, sabía que cada respiración se le hacía dolorosa, que se había mantenido con vida con la esperanza de verlo y lo había logrado. Ver esos pálidos labios y ese semblante tan abatido le hacía saber lo inevitable, esa calidez se estaba apagando. Ambos adultos quedaron pasmados, aunque las lágrimas de la madre se incrementaron ante esas palabras. Después de unos momentos, ambos les dieron su bendición y salieron de la casa, les dejarían despedirse.


—Sesshomaru, gracias por ayudarme a cumplir mi promesa. Gracias por darme todo de ti.


—Te lo mereces, solo tú posees mi corazón ¿recuerdas?.


—Lo sé y aunque suene egoísta, me alegra. —Sonrió con dificultad. —Creo que esta es la verdadera despedida, quisiera que cumplieras una última promesa.


—Dila, la cumpliré. —A pesar de saber que lo perdería, sabía que nada podía hacer.


—Quiero que vivas tu vida sin dolor, que seas feliz a pesar de que me vaya de tu lado. Quiero que vivas en plenitud y que me perdones por dejarte. Pero, sobre todo, quiero que cuando veas una rosa, te acuerdes de mí.


—Lo prometo.


Tras decir esas dos últimas palabras, vio como Inuyasha cerraba los ojos para ya no volver a abrirlos. Besó esos fríos labios una última vez y finalmente, dejó que sus cálidas lágrimas cayeran sobre el rostro pacífico de su amado.


Al caer la noche, los lamentos de las familias destruidas fue opacado con el llanto desgarrador de un hombre que había perdido un trozo de su corazón, un hombre que había perdido todo.


Sesshomaru no había soltado a Inuyasha, no quería soltar ese frío cuerpo, aún conservaba la esperanza de que todo fuera una pesadilla. Pero, al besar esos fríos labios y no sentir el sabor dulce y cálido, le recordaba la cruda realidad.


...


...


Los habitantes fallecidos habían sido sepultados. Entre ellos, Inuyasha.


El ataque de los enemigos le había arrebatado todo. Inuyasha y su padre habían luchado codo con codo para proteger a la madre del mismo. Él se había interpuesto entre la embestida de una espada y su madre. Eso fue lo que le dió muerte.


Cuando hubo enterrado a su amor, se marchó de ese lugar. Iría en busca de la felicidad como se lo había prometido a Inuyasha. Obviamente su padre había tratado de persuadirlo para que se quedara, le había dicho que si se iba abandonaría la tumba del que era y seguiría siendo su amor. Eso ya lo sabía.


Para él, solo era una tumba. Ahí solo había un frigido cuerpo que pronto volvería a la tierra. Aún si se tratara del cuerpo de Inuyasha, no lo detuvo estaba decidido a  marcharse.


Él no amaba el cuerpo de Inuyasha. Amaba sus traviesas sonrisas, sus suaves caricias y sus miradas brillantes. Llorarle a una tumba no traería esas bellas cosas de nuevo, llorarle a una tumba no le regresaría a Inuyasha o al menos eso era lo que pensaba.


Años después...


En una gran casa en la vereda, vivía un herrero de gran renombre. Se dedicaba a ayudar a los habitantes de una aldea cercana. Ya fuera que necesitaran cuchillos, hachas o demás herramientas, el hombre se los otorgaba. Había dejado atrás su vida anterior, había dejado de fabricar armas pues ellas le habían quitado todo.


Esa casa estaba rodeada de un gran jardín, rosas rojas se extendían en su alrededor. El ambiente perfumado inundaba los alrededores, flores de todos colores adornaban ese gran jardín. El aroma emanado del jardín, era nostálgico para el herrero. Al trabajar y sentir el aroma floral inundando sus sentidos, sentía una inmensa paz.


Nadie creía que unas duras y callosas manos fueran las creadoras de tan maravilloso paisaje, aunque todos decían que era un ermitaño. No hablaba mucho, no sonreía frente a nadie y su mirar cargado de enigmas mantenía a todos intrigados. Aún si preguntarán, no decía ni una sola palabra de su pasado. Un día simplemente llegó y se estableció en esa casa, pero el cambio en el paisaje había sido notorio.


—Aquí está el hacha de tu abuelo, no vayas a cortarte. —Le entregó la pesada herramienta a una bella doncella.


—Señor Sesshomaru, ¿Me obsequia una rosa?. —La joven se mostró un tanto cautelosa, al ver tan bello jardín era imposible no ansiar una flor para decorar su hogar. Aunque todos decían que aquel duro hombre no se tentaba el corazón para dañar a quien osara acercarse a ese bello jardín.


En ese endurecido rostro se formó una fugaz sonrisa, como si recordara años pasados. Una mirada nostálgica recorrió el jardín.


—Tomala, Rin.  Solo mantente alejada de las rosas rojas.


La mujer con una enorme sonrisa, cortó una rosa blanca pues le recordó a ese herrero y su mirada lejana. Deseaba que algún día la paz transmitida en esos pulcros pétalos llegará a su corazón.


—Las flores alegran a todos ¿Verdad, Inuyasha?. —Esas palabras que el viento se llevó fueron expuestas al ver a esa menuda joven caminar alegre mientras olía el aroma de aquella rosa blanca.


Con el pasar de los años, había ansiado el aroma de su amado y por esa razón optó por crear un jardín. Después de haber escuchado y visto a su amado hablar de las flores por años, le hizo saber que hacer. Y cumplió su promesa, fue feliz a pesar de todo. Al ver su jardín y sentir el aroma floral mezclado con el rocío de las mañanas, le hacía pensar en aquel ser que era merecedor de sus rosas rojas, de su corazón.


Algunas veces podría jurar que veía una pequeña figura entre los rosales, una larga melena azabache ondeando en el jardín gracias a la brisa mañanera. Podía jurar que veía a alguien acariciar las rosas rojas con un cariño muy especial. A pesar de que los años ya empezaban a reflejarse en su rostro, no podía olvidar esa figura. No sabía si era producto de su imaginación, no sabía si era realmente la realidad pero sí sabía una cosa, era Inuyasha.


Inuyasha le había mentido, había dicho que lo dejaría pero no lo hizo. Él estaba presente en cada rincón de su hogar, en el aroma de las flores de su sala, en el majestuoso jardín, en el aroma del bouquet de rosas de su habitación y en cada pensamiento suyo. Aún si ya no podía verlo, lo sentía a su lado. Cuando la brisa le daba en el rostro cuando regaba las plantas, imaginaba que era una tierna caricia, imaginaba que ese toque delicado era hecho por Inuyasha.


Aún si los años siguieran pasando, seguiría fiel a su promesa. Seguiría viviendo esa tranquila vida siendo feliz, recordando a su amado, cumpliendo la promesa de verlo en cada rosa del jardín. Cumpliría eso que fue...


La promesa de una rosa.


Fin.


 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).