Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Historias Cortas de Inuyasha. por Keiko Midori 0018

[Reviews - 30]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Cada cien años una criatura aparece en búsqueda de un sacrificio, la aldea que atormenta se encarga de dejarle una doncella virgen para que sacie sus ansias asesinas. Una noche, un adolescente se decide y termina suplantando a su hermana quien sería el sacrificio. Para proteger a su familia, Inuyasha se sacrifica y espera ser asesinado por la temible criatura.

Cada cien años, la luna sangrienta aparece en el firmamento nocturno. Para algunas personas es un espectáculo de la naturaleza, un fenómeno extraño pero interesante. Para una aldea colmada de viejas tradiciones, es señal de mal augurio.

La luna sangrienta simboliza el despertar de un ente sobrenatural, un ser maldito que debe ser adorado y temido. Es la noche en la que la bestia sale a cazar. Pero, desde generaciones anteriores, se le ha proveído un sacrificio humano para calmar su sed de sangre. Una doncella pura debe ser preparada para aquel demonio de ojos sangre, solo así podrán mantenerse tranquilos durante la salida del demonio. Porque desde siglos atrás, una jovencita es sacrificada y nunca más regresa, lo único que queda para la familia es un traje tradicional desgarrado y cubierto de sangre.

...

...

A unas horas del ritual, la aldea entera empieza a prepararse para un nuevo sacrificio. La señorita fue elegida con antelación y cuidado su castidad para la gran noche, una dulce niña deberá sacrificarse por su aldea y ciudadanos. Nadie se detiene a pensar en lo que ella desee, lo único importante es mantenerla casta y que el ritual termine perfectamente bien.

En una casita en la aldea, una jovencita llora desconsoladamente. Ella fue la elegida para sacrificarse y como un ser humano normal, teme a la muerte. Nadie le preguntó, nadie se detuvo a pensar en el dolor que llegaría a sentir o el miedo que aquella criatura le podría causar, todos estaban empeñados en ese ritual cruel para salvar vidas. Y aunque ella tuviera el deseo de proteger a todos, tenía miedo. Su familia estaba en la misma situación, tampoco querían entregar a la niña a un ente sobrenatural. Pero si no lo hacían sería mucho peor y todos serían brutalmente castigados, por lo que debían obedecer o atenerse a las consecuencias.

La jovencita pertenecía a una familia pequeña; una madre viuda, su abuelo y dos hermanos menores. Vivían sin un hombre que las protegiera, una mujer y un anciano no podrían defenderla de los enardecidos aldeanos si se llegaban a oponer. Un niño de ocho años y un adolescente de diecisiete tampoco podrían ser de mucha ayuda, pero dicho adolescente se llenó de dolor al ver a su madre abrazar a su hermana en medio de llanto desconsolado. Sintió la necesidad de proteger a su familia, no podía quedarse de brazos cruzados mientras sacrificaban a su hermana. Tras meditarlo unos segundos, detuvo a su abuelo que entregaría aquella túnica ceremonial al par de mujeres.

―Yo tomaré su lugar. ―Declaró seguro de sus palabras. Las miradas se posaron en él, miradas que demostraban lo loco que había sonado ese par de palabras.

―¿¡De qué estás hablando!? ¡No puedes hacerlo!. ―Exclamó la adolescente.

―¡Hijo, estás loco!.

―¡Grandes desgracias pasarán si tratamos de engañar a la bestia!.

Mientras la familia discutía sobre el tema, él simplemente le arrebató la caja al abuelo. Extendió la túnica color rojo sangre y lleno de determinación, declaró.

―No voy a dejar que sacrifiquen a mi hermana. Voy a protegerla incluso de una bestia como esa, nadie lo notará y servirá para que ustedes escapen de este lugar. ―Explicó. Miró a su madre y tomó sus manos. ―Madre, por favor. Váyanse de este lugar, haga que mis hermanos tengan una buena vida y vivan felices. Yo trataré por todos los medios de distraer la atención de los aldeanos, aprovechen la ocasión. No se preocupen por mí, estaré bien.

Pero la insegura mujer no podía sacrificar a uno de sus hijos, no podría vivir sabiendo que su hijo daría su vida por ellos. Pero fue difícil convencerlo de negarse, la terquedad y sus deseos de protegerlos fueron inevitables. Por eso, mientras lo preparaban a él en lugar de su hermana, el resto de la familia preparó todo para poder escapar.

Fue bañado y perfumado, su cabello fue peinado y decorado, sus ropas ceremoniales fueron colocadas y un velo que cubriría su rostro haría que nadie notara la diferencia. Después de haber hecho todo según la tradición, solo quedó esperar a la noche. Y cuando la noche llegó, fue escoltado por una caravana cubierta con ropajes negros que no dejaban ver sus rostros. Todos caminaron a las faldas de la montaña junto a la aldea. Mientras ese ritual se llevaba a cabo, una familia huía con el corazón roto pero con la promesa de ser felices y vivir plenamente.

...

...

El joven que había usurpado el lugar de su hermana, respondía al nombre de Inuyasha. Él solo bajó la mirada oculta bajo el velo y caminó junto a esas extrañas personas hasta llegar al lugar indicado. Una estructura de piedra se encontraba al frente, era el altar que utilizaban. Inuyasha al ver como había un círculo pintado en el suelo de color rojo oscuro y de dudosa procedencia, supo que ya todo estaba perdido. Al menos su familia estaría escapando mientras los aldeanos encadenaban sus muñecas y tobillos en el centro de aquel altar. Había velas rojas alrededor, ese círculo rojizo con patrones extraños y el temor latente. Una vez atado, la gente empezó a retirarse para dar privacidad a la criatura. No pasó mucho tiempo cuando la luz plateada de la luna empezó a tomar un tono rojizo vivo. La luna sangrienta estaba justo sobre aquel altar, Inuyasha ya podía sentir el peligro al sentirse acechado.

Estaba arrodillado en medio de todo, justo al centro de ese temido ritual. Sintió que había algo en la oscuridad pero ese velo que cubría su rostro no permitía ver con claridad. Inuyasha terminó por sentarse sobre sus piernas y esperar, su familia posiblemente ya estaba muy lejos. Después de unos minutos, el sonido de árboles partiéndose en pedazos hizo que acomodara su postura, mas tembló de miedo. Algo grande se acercaba y estaba asustado. Segundos después, un coloso cánido estaba frente a él.

Ante Inuyasha había una enorme criatura. Era de color blanco platinado, con garras afiladas que parecían de acero y unos largos, además de filudos colmillos. Poseía unos ojos rojo sangre y marcas extrañas sobre su pelaje. Se paró frente a donde estaba, Inuyasha no hizo más que encogerse en su lugar y temblar al sentir la respiración caliente de la criatura sobre sí. El respirar del inmenso animal hizo que el velo que lo cubría se fuera volando y así fue como pudo ver plenamente al ente demoníaco. El inmenso demonio abrió ligeramente sus fauces dejando sentir su aliento tóxico. Inuyasha estaba petrificado ante eso, solo sentía el vapor del veneno irritar su piel y nariz. El rápido inhalar y exhalar del animal era lo único que podía escuchar, ahí estaba mirando fijamente aquellos bravos ojos rojos con inmenso terror. Cuando menos se lo esperó, el respirar la toxicidad que emitía aquel ser, hizo que su vista empezara a nublarse hasta que finalmente, cayó al suelo sin conocimiento. Quedó desmayado y a merced de una criatura que exigía sacrificios humanos cada siglo.

...

...

Inuyasha finalmente despertó, estaba mareado y desorientado. Al frotar sus ojos y tratar de ubicarse, solo pudo ver que estaba en una elegante habitación campestre. El ventanal le permitía ver las montañas y como el sol despuntaba el alba. El lugar acogedor lo mantenía alerta, preguntándose lo que pasaba. Porque recordaba perfectamente que estaba cara a cara con la criatura, a esas alturas ya debería estar muerto como todos los sacrificios anteriores. Sin embargo, seguía con vida y confundido.

Aún estaba ataviado con las ropas ceremoniales, en una cama desconocida y solo. Inuyasha no sabía que pensar, lo único que hizo fue levantarse de la cama y tratar de salir de ese lugar. Si aún seguía con vida, pensó en escapar y buscar a su familia. Pero todo acto se terminó en el momento en el que la puerta se abría. 

―Despertaste. ―Afirmó el recién llegado. 

Inuyasha vio a un hombre que extrañamente le parecía familiar, pero estaba seguro que nunca había visto a alguien de cabello platino brillante, ni de apariencia sobrenatural. Sus ojos, colmillos y orejas daban a entender que no era humano; todo su aspecto lo decía. Sus marcas faciales se parecían mucho a los de la criatura. Retrocedió por mero instinto. Inuyasha vio como ese extraño acortaba la distancia entre ambos. Pero entre más se acercaba, Inuyasha retrocedía. 

―¿Quién es? ¿Dónde estoy? ¿Qué fue lo que pasó?. ―Su voz había salido más alterada de lo que quisiera admitir. ―¡Estaba cara a cara con la muerte!.

―Soy Sesshomaru, estás en nuestro hogar y te traje aquí cuando te desmayaste. ―Contestó con un toque de obviedad. ―Y no exageres, jamás habría dañado un solo cabello tuyo.

―¿¡De qué habla!? ¡Sea más claro!. ―Se pegó a la pared y miró con hostilidad al extraño ser que lo acompañaba. ―Si no va a hacerme daño, déjeme ir.

―Apenas te recuperé, no voy a dejar que te vayas de mí lado. 

Sin que Inuyasha pudiera siquiera reaccionar, ya era besado por un tipo extraño y de dudosas intenciones. Lo empujó con fuerza pero apenas pudo moverlo, su madre le dijo que huyera de tipos así y eso haría. Se limpió la boca y miró al hombre de regreso, su ceño fruncido enmarcaba su rostro.

―¿¡Está loco!? ¿¡Como se atreve!?.

Ante su reacción, Inuyasha vio al hombre mirarlo con extrañeza. Era como si no se hubiera esperado ese movimiento suyo y en cuanto iba a seguir replicando, el hombre frente a él lo interrumpió.

―Tu voz, tu apariencia... ―Se acercó y apresó sus muñecas, colocándolas a la altura de su rostro. Hundió el rostro en la curvatura de su cuello e Inuyasha solo alcanzó a estremecerse al sentir la respiración en ese lugar sensible. ―Tu aroma y tus labios, son los de él. Pero, ¿por qué no eres él?.

Aún con la respiración agitada, Inuyasha trató de apartarlo, mas no pudo lograrlo. Su intento de queja había sido callado en el que ese extraño hombre acunaba su rostro con una mano y lo miraba con una nostalgia casi lastimera. Un pesar doloroso transmitido por un mar dorado, Inuyasha casi sintió ese dolor como suyo. Pero no lo era, por mucho que sintiera familiares esos extraños acercamientos, no iba a dejar que siguieran.

―No sé que le pasa, qué es lo que busca o a quién busca. Pero, eso no me concierne a mí, yo solo cumplía con la labor de alimentar las ansias de sangre de esa vil criatura para que nos dejara tranquilos. Es más, ni siquiera me ha dicho como pudo deshacerse de la criatura y salir vivo.

―¿Ansias de sangre?. ―Rió sin gracia. ―Yo solo quiero recuperar lo que me arrebataron. Hacer que esos infames humanos me lo devuelvan como lo prometieron, pero hasta ahora solo me han tratado de ingenuo y mandado viles mujeres. Y ahora que te han regresado, parece que estos años te han hecho olvidar todo. 

―¿De qué está...?. 

Inuyasha fue interrumpido por un beso demasiado demandante, forcejeó a más no poder. Pero su cuerpo traicionero estaba de acuerdo con esos toques que estaba recibiendo. Era como si todo eso fuera natural, algo a lo que ya estuviera acostumbrado. A pesar de no estar participando, no pudo evitar jadear en medio del beso, dándole así mayor profundidad.

―Recuérdalo, recuerda las veces en las que fuiste mío y nos amamos a la luz de las estrellas. Recuerda esos besos y caricias que nos dábamos en la intimidad que ofrecían los arboles. Recuerda, Inuyasha, recuerda y recuerdame. 

No contestó al estar tratando de recuperar el aliento, pero Inuyasha solo pudo enfurecer ante esas libertades y hacia su propia participación, trató de golpearlo pero sus manos fueron apresadas. No fue capaz de moverlas y sus fallidos intentos no hacían nada más que alterarlo, estaba furioso consigo mismo al desear que ese beso se repitiera y no debía sentir tal cosa con un hombre que apenas conocía. 

―¡Ya le dije que no sé de qué está hablando! ¡Deje de confundirme con alguien más!. ―De un solo empujón pudo apartarse milagrosamente. Porque el hombre frente a él no dejaba de verlo como si tratara de entender su comportamiento y hostilidad, como si fuera una persona distinta. 

―¿Qué fue lo que pasó? ¿Qué fue lo que te hicieron esa noche y por qué no puedes recordarme a mí? ¡Dime lo que esos malnacidos te hicieron y los mataré a todos!.

Al ver como los ojos y colmillos del hombre que se había presentado como Sesshomaru cambiaban, Inuyasha pudo corroborar que no era humano y esa vocecilla que le decía que debía huir, apareció nuevamente. Trató de correr hacia la puerta pero su muñeca fue atrapada, el hombre había vuelto a la normalidad y lo veía con una tristeza mal disimulada. No alcanzó a protestar dado que fue abrazado y se le fueron susurradas infinitas disculpas.

...

...

Pasaron días, semanas tal vez. Inuyasha seguía estando en esa cabaña extraña y tras haber visto por la ventana de la que catalogaría como su habitación a un enorme cánido mirando el firmamento nocturno, supo que hacer enojar a ese hombre debía ser la última cosa que hiciera. Él le proveía buena comida y varias comodidades, buenos tratos y demás. Con ese hombre Inuyasha se sentía tranquilo pese a que había atado cabos y se había dado cuenta que ese mismo hombre era el que mataba a las señoritas, él era la temida criatura. Pero como seguía confundiéndolo con su posible amante desaparecido, Inuyasha supo que no le haría nada.

Pero una noche, la tranquilidad apacible que Inuyasha disfrutaba en contra de su voluntad, fue interrumpida por una siniestra pesadilla. 

En medio de un círculo de fuego, sombras negras danzando a su alrededor y gritos burlescos hacia su persona. El fuego infernal rodeándolo, sintiendo el calor abrasador y el incesante dolor de ser quemado vivo. Inuyasha sintió en carne propia el verdadero dolor y antes de sentir la dolorosa calma eterna, un gruñido y una sombra gigante fue lo último que vio antes de despertar gritando. Aún temblando y sudando frío, Inuyasha no dudó en tirarse a los brazos del hombre que había entrado a la habitación en cuanto había empezado a gritar entre sueños. Entre llanto se aferró a él recordando todavía ese dolor en todo su cuerpo, sintiéndolo tan real.

Y así pasó una semana entera, no podía cerrar los ojos sin ver y sentir ese infierno como si lo hubiera vivido él mismo. Cuando cerraba los ojos, podía verse a sí mismo siendo quemado vivo y entre más tiempo pasaba, más claridad adquiría esa pesadilla. Era él atado a un poste y siendo quemado en una hoguera, con gente llamándolo ''blasfemo'' y más barbaries. Inuyasha podía sentir el dolor de su piel siendo quemada, pero también una angustia en el corazón que llamaba a gritos a alguien. Inuyasha sentía en esa pesadilla un miedo más allá de la muerte, como si hubiera algo mucho más importante que su propio cruel destino y mientras se veía a sí mismo gritar un nombre que no podía escuchar, despertaba gritando y sintiendo las llamas quemarlo. 

Cuando Inuyasha había dejado de tener esas recurrentes pesadillas, era porque despertaba en los brazos de ese hombre que su mente no reconocía pero su cuerpo sí. Simplemente había empezado a resignarse y aferrarse a la calma que le provocaba, así pudo descansar nuevamente. Pero el estar en sus brazos también traía otro tipo de repercusiones, estando en sus brazos había soñado con escenas de sí mismo con él. Algunas escenas románticas y otras que lo habían hecho avergonzarse tanto que no era capaz de dirigirle la mirada por un buen rato. Podía verlos a ambos y ver que eran felices.

Pero pasado un tiempo, Inuyasha llegó a descubrir que no era él quien besaba con tanto fervor a Sesshomaru en sus sueños, que él no era ese hombre que moría quemado en medio de la aldea y que no era él a quien ese hombre esperaba. Después de dormir con Sesshomaru durante un tiempo y tener esos sueños tan agradables, Inuyasha había entendido que solo estaba usurpando el lugar de alguien que ya no volvería. 

Él no era la persona que Sesshomaru esperaba.

Pero inevitablemente y por más doloroso que sonara, Inuyasha había terminado por amar a ese hombre que lo procuraba y trataba como si fuera el ser más maravilloso en el mundo. Ese que estuvo a su lado cuando necesitó consuelo y el que no dudó en abrazarlo en silencio cuando el temor se apoderaba de sus pensamientos. Al principio había usado la hostilidad como escudo, pero su cuerpo traicionero lo había hecho vulnerable a su mirada oro.

Inuyasha no sabía cuando había sido que se había enamorado, pero el pensamiento amargo de no ser quien Sesshomaru esperaba, llenaba su mente de una tristeza que se podía comparar con la de sus pesadillas. Un anhelo tan fuerte que hacía que le doliera el corazón. Porque el amor y devoción que Sesshomaru le profesaba no era para él. Le dolía pensar que no era amado como tal, que estaba robando el amor de ese con su mismo nombre y que había sufrido una muerte dolorosa. Porque ese Inuyasha que Sesshomaru esperaba había muerto llamándolo y esperando por él. Y ahora, Inuyasha estaba disfrutando los beneficios que la muerte le había arrebatado.

Inuyasha decidió por el amor que sentía, decirle la verdad a Sesshomaru.

Sesshomaru estaba seguro de que los humanos en aquellos tiempos le habían hecho algo para borrar sus recuerdos, pero Inuyasha sabía la verdad. Porque estaba seguro de que Sesshomaru no sabía que su amante había muerto al parecer varios siglos atrás y que no importaba cuantos sacrificios rechazara, el hombre que amaba no iba a volver. Por eso le diría todo y dejaría que decidiera su destino. 

Después de buscarlo, Inuyasha encontró a Sesshomaru sentado fuera de ese pequeño hogar mirando el atardecer. Lo miró guardando esa imagen en su mente, posiblemente una que ya no vería. Se sentó a su lado y tras tragar duro, le habló.

―¿Qué fue lo que pasó esa noche?. ―Inuyasha lo vio cerrar los ojos y fruncir ligeramente el ceño, como si lo que fuera a decir fuera difícil. ―No te obligues a hacerlo.

―Está bien, esto podría ayudarte a recordar. ―La culpa invadió a Inuyasha. ―Todo comenzó cuando nos conocimos, habían sido peleas y groserías mayormente de tu parte, pero cuando estuve herido, tú no dudaste en ayudarme. Estuvimos juntos en búsqueda de saldar mi deuda, pero el tiempo pasaba y un día simplemente nos entregamos al amor que desarrollamos. Vivimos nuestra historia de amor a escondidas, porque un demonio y un humano no pueden amarse. Nos alejamos de los prejuicios y fuimos felices juntos, hasta que alguien nos descubrió y fuimos condenados.

Inuyasha vio como Sesshomaru apretaba los puños y sus marcas faciales se deformaban, puso su mano sobre la suya en señal de apoyo y Sesshomaru siguió su relato.

―La última vez que te vi, estaba rodeado de monjes y sacerdotisas tratando de exorcizarme. Ellos te tenían atado y bajo su poder, yo no pude hacer nada para ayudarte. Estaba herido, débil y por más que traté, no logré llegar a ti. Te alejaron de mí mientras me retorcía de dolor por sus métodos, no importó cuanto grité tu nombre o cuanto me llamaste, no pude superar mi debilidad. ―Tomó una pausa. ―Estaba encadenado con pergaminos y transformado en mi verdadera forma. Llevaba días así y mientras me torturaban por corromper a uno de los suyos, llegó el momento en el que no podía sentir tu aroma o tu presencia, gracias a eso enloquecí y encontré la fuerza para romper mis ataduras. Maté a todos los que me detuvieron y cuando la luna sangrienta se alzó en el cielo esa misma noche, pude ser libre completamente y aún así, no fui capaz de hallarte.

Inuyasha supuso que cuando Sesshomaru había sido libre, su amado ya había sido cruelmente asesinado. Mientras Sesshomaru era torturado, el hombre que amaba moría de la manera más cruel que había. El nudo en la garganta no lo dejaba hablar, pero apretaba su agarre cuando veía que a Sesshomaru se le dificultaba recordar esa noche.

―Esa noche la aldea casi fue erradicada, antes de matar a los sobrevivientes, más pergaminos me hirieron. Pero pude deshacerme de ellos. Mientras destruía todo a mi alrededor, seguía sintiendo ese vacío. Una parte de mí me decía que ya no ibas a regresar, pero no quería aceptarlo. Simplemente les dije que volvería a la siguiente luna sangrienta y que debías estar a mi disposición o los mataría. Me fui antes de que las presencias espirituales que se acercaban, me alcanzaran. No tenía más fuerza para luchar ni la mentalidad adecuada.

―Él... Yo soy humano, ¿como podría haber esperado tanto?. ―El nudo apenas dejó que sus palabras salieran claras.

―Te concedí el don de la longevidad, vivirás tanto como yo. Pero, mi mayor error fue confiar en los humanos, mas en mi estado no podía hacer nada. Cuando volví por ti, en su lugar había una mujer que apestaba a miedo y la maté sin dudarlo. Amenacé la aldea esa noche, pero esta vez no herí a nadie. Volvieron a jurarme que volverías e ingenuamente les creí, mi estupidez me orilló a esperarte por siglos y esta era la última oportunidad, ya me había fortalecido lo suficiente como para hacerles frente. Si no volvías en esta luna, mataría a todos y te buscaría por mí mismo. Pero afortunadamente, cumplieron su palabra y volviste.

Y eso había terminado por hacer sentir mal a Inuyasha, dejó que sus lágrimas silenciosas siguieran fluyendo. Soltó la mano de Sesshomaru y dejó que su corazón dictara sus palabras.

―Él no volverá, Sesshomaru. El hombre que tanto amas murió esperando por ti, murió con la angustia en su corazón y temiendo que murieras por su causa. ―Iba a ser interrumpido pero no lo permitió. ―El hombre que tanto esperaste murió y yo solo soy una mera copia, yo no merezco nada de ti. Yo solo soy un impostor, alguien que fue enviado a su muerte pero que encontró algo mejor. 

Inuyasha sintió como Sesshomaru se apartaba de él y lo miraba, con una expresión que no dejaba ver lo que pensaba o sentía en ese momento. Aún así, sus lágrimas no se detenían, había probado la felicidad y se había sentido amado, pero tras todo eso, la oscuridad debía aparecer.

―Todo lo que quiero es oírte decir ''te amo''. ―Pidió con la voz quebrada. ―Solo eso, Sesshomaru. Concédeme ese deseo y podría morir como un hombre feliz, estoy seguro.

―Esa noche sentí como una parte de mí moría, pero no quería aceptarlo. Tenía la esperanza de que cuando rompiera las cadenas, lo encontraría y lo estrecharía en mis brazos nuevamente. ―Suspiró y su mirada se enfocó en el cielo nocturno. ―Cuando te besé después de tantos años esperándote, cuando sentí tu presencia esa noche y cuando dormías en mis brazos, supe que no eras mi Inuyasha. Pero de alguna forma, seguías siendo él. Cuando volvimos a hablar, supe que no eres la persona que tanto amé, pero su esencia está en ti. Su voz, su tacto y su aroma, su apariencia y su calidez, todo él vive en ti. Siempre supe que no eras él, que mi Inuyasha ya no estaría esperándome con los brazos abiertos. Pero me negué a creerlo.

Inuyasha limpió su rostro tratando de procesar lo dicho, Sesshomaru había sabido que no era él y aún así, había estado a su lado. No sabía como sentirse al respecto, pero si era sincero y por más egoísta que sonara, preferiría seguir siendo un reemplazo que alejarse de él. 

―Me duele aceptar que no volverá, que me he estado engañando todo este tiempo y que por mi debilidad lo perdí. Y aún así, no quiero perderte a ti también, quizá seas otra persona o quizá solo te quiero cerca porque eres igual a él, mas lo único que sí sé es que si te pierdo a ti también, no lo soportaría. ―Le dedicó una ligera mueca parecida a una sonrisa. ―Quiero amarte a ti también, Inuyasha. Quédate a mi lado y estoy seguro que algún día escucharas ese par de palabras que tanto ansías.

Inuyasha no lo pensó, simplemente se lanzó a los brazos de ese demonio y le dio un beso. No le importaba ser un reemplazo, su destino era la muerte y obtuvo algo mucho mejor. Si ambos se esforzaban, podrían llegar a amarse sin sentir esa melancólica sombra de un amor que terminó de manera cruel. Inuyasha sabía que Sesshomaru nunca dejaría de amar a ese hombre del pasado, tampoco quería que lo hiciera porque ese Inuyasha no merecía ser olvidado después de lo que vivió. 

Al menos ahora, Inuyasha acompañaría a Sesshomaru en su soledad y buscaría la manera de encontrar cabida en su corazón. Estaría para él para que no tuviera solo, iba a liberarlo de su tormento y hacer que el dolor desapareciera. Iba a abrazarlo hasta que dejara ir el fantasma de su antiguo amor y hasta que su llanto silencioso se volviera una sonrisa de alivio. Inuyasha estaría ahí para él, para cuando lo necesitara y cumpliría su labor de ser el sacrificio final de la...

Luna Sangrienta.

Fin.

 


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).