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Queen of Peace por otsfatimad

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola!  ¿Cómo están? 

No me concentraba en hacer mi tarea, así que ayer decidí terminar este capítulo para poder tener mi alma en paz. Ahora no tengo excusa para no continuarla. Rayos(?)

Bueno, ojalá que les guste.

¡A leer!

 

El agua bendita no puede ayudarte ahora.

Miles de ejércitos no podrán mantenerme fuera.

No quiero tu dinero, no me interesa tu corona.

Verás, he venido a hacer tu reino arder.

Florence + the Machine, Seven Devils

 

El Ave Ciega

 

***

Había pasado ya más de un año desde que “La Guerra por la Paz” finalizó con la caída de “La Ciudad de las Aves”, último pueblo traidor. El Gobernador de aquel pueblo, Kajiura Amano, murió en manos del Oso Salvaje, nombre con el cual se conocía al hermano mayor del Rey Kai, Toshiya.

Con la muerte de Amano, su madre, Yuki, asumió el cargo como la Gobernadora de la Ciudad. En la última noche de la Guerra, conocida como “La noche de la Luna Roja”, La Gobernadora Yuki se reunió con el Rey Kai y la Reina Grace en el Castillo de Plata, donde, usando su largo vestido Rojo adornado con hermosas plumas negras, se arrodilló ante ellos y suplicó que perdonaran a su pueblo.

Aquella tarde, Aoi se encontraba cabalgando en dirección al Pueblo de los Herreros. Dicho pueblo se hallaba bajo el mando del Gobernador Ryuichi, quien cuidaba y ordenaba a los hombres, mujeres y niños que durante la Guerra por la Paz se arrodillaron ante los Reyes rechazando las ideas de sus pueblos traidores, jurando que creían en el origen de la Reina de la Paz.

Ryuichi era un hombre de buen corazón. Ofreció sus tierras ante el Rey Kai para el refugio de los desamparados y sobrevivientes de los pueblos traidores, alegando que las ideas de los regentes no tenían por qué significar la muerte de la gente que estuviera dispuesta a creer en Grace. Ante las palabras de Ryuichi, el padre de Kai, quien en aquel entonces era el hombre más rico del reino, aceptó brindar dinero para acoger aquellos que estuvieran dispuestos a cambiar de ideas y seguir a los Reyes. Sin embargo, los llamó “esclavos” y los dejó a cargo de tareas pesadas con las que tendrían que cumplir durante el resto de sus vidas.

Mientras Aoi se acercaba más a aquel pueblo cuyo emblema era un martillo golpeando una espada, el aroma de las calderas trabajando se colaba por sus fosas nasales y el humo oscuro se volvía más denso. Al entrar, se llevó la visión grisácea de hombres fuertes trabajando, llenos de tizne en el rostro y pecho desnudo. Niños, pequeños y probablemente desnutridos, se sentaban cerca de donde los hombres trabajaban, ofreciendo algún tipo de fruto o dulce con la esperanza de ganar una moneda.

Aoi descendió de su caballo y caminó despacio por las pequeñas y ajetreadas calles del pueblo, siendo consciente de las poco amigables miradas de los pobladores. Finalmente llegó al palacio donde residía Ryuichi. Fue atendido por una linda muchacha pelirroja, quien lo guío hasta la amplia y oscura sala donde Ryuichi ya lo esperaba.

El Gobernador se levantó del asiento junto a la chimenea donde se hallaba leyendo algunos papeles. Se acercó hasta Aoi, sonriente, con una alegría autentica.

—Lobo Azul —llamo Ryuichi, ampliando su sonrisa y remarcando con ello las arrugas alrededor de sus ojos oscuros—, un honor volverle a ver.

—El honor es mío, Gobernador —respondió Aoi, colocando por un breve momento su rodillera izquierda sobre el concreto. Al levantarse, devolvió la sonrisa a Ryuichi—. ¿Puedo saber a qué se debe que me haya pedido venir?

—Oh, no pensé que estuviera tan ansioso por saberlo —comentó Ryuichi en un modo un poco burlón. Aoi rio de vuelta.

—Es algo natural, siendo que tuve que cabalgar cerca de una semana desde la Ciudad de Plata hasta acá —replicó Aoi, expandiendo su sonrisa—. Aunque nunca es una molestia, siempre es agradable estar en su compañía.

—Lo mismo digo —Ryuichi caminó despacio, arrastrando su largo kimono azul sobre el concreto. Aoi lo siguió de cerca hasta que llegaron finalmente a un área del palacio que daba una vista descubierta hacia el pueblo, donde varios herreros trabajaban hábilmente sobre las finas espadas que se repartirían por el Reino.

Ryuichi se dio media vuelta, mientras una pequeña ventisca levantaba sus cabellos negros. Aoi mantuvo su mirada expectante ante lo que aquel hombre pudiera pedirle.

—Siempre he creído que eres un hombre de buen corazón, Aoi —comenzó a decir el Gobernador mientras guardaba sus brazos dentro de las largas mangas de su kimono—. Es por eso que he decidido que seas tú quien me ayude en esta ocasión.

—Dígame qué es lo que desea, mi señor.

—¿Recuerdas la última vez que viniste aquí, hace cinco años?

—Lo recuerdo bien, mi señor. Trajimos algunos de los hombres que se arrodillaron ante el Rey.

—Sí, exactamente aquella noche —Ryuichi dirigió su mirada hacia el pueblo, observando detenidamente a los herreros que trabajaban con ímpetu sobre sus armas—. Con ustedes venían hombres de muchos de los pueblos que cayeron durante la guerra, pero entre todos ellos, había un hombre que era difícil pasar desapercibido.

Aoi alzó un poco las cejas.

—Se trataba del único sobreviviente de un pueblo de autonombrados sabios, cuyo escudo era un conejo blanco.

—Disculpe, creo que en aquella misión recogimos tantos hombres que me es difícil recordar ahora —respondió Aoi.

—Oh, ¿entonces no recuerdas cuál era la peculiaridad de los hombres de aquel extinto pueblo? —Ryuichi volvió la mirada al Lobo Azul—. Todos ellos eran albinos.

Aoi abrió un poco la boca, un tanto sorprendido. De pronto, las imágenes del pueblo de aquellos conejos volvieron a su mente. La catedral destruida, el rostro de un conejo oscurecido por la muerte, un único sobreviviente arrodillándose ante el Rey.

—Ahora lo recuerdo —respondió Aoi, frunciendo un poco el ceño—. Aquel joven que el Rey perdonó. ¿Acaso ha ocasionado algún problema?

—En realidad, él ha ocasionado lo contrario a problemas —Ryuichi le hizo un ademán a Aoi para que se acercara hasta donde él se encontraba. Aoi caminó hasta él y se recargó en el barandal de piedra—. Tú sabes que la mayoría de los hombres que vienen aquí lo hacen en contra de su voluntad. Dentro de ellos, el odio por la Reina Grace continúa.

Aoi no interrumpió las palabras de Ryuichi.

—Los hombres que permanecen aquí odian a la Reina Grace, no creen en ella y probablemente nunca lo harán —continuó el gobernador—. Si están aquí es porque prefieren ser llamados esclavos antes de morir. Son hombres cobardes.

—¿Y por qué continúa protegiéndolos?

—Porque ellos no son criminales —respondió Ryuichi y soltó un suspiro—. Todos son hombres y mujeres buenos, pero con el rencor consumiendo sus almas. Un gran número de ellos escapan y deciden arriesgar sus vidas para llegar hasta los límites donde aún viven los salvajes. Allá, donde el odio y rechazo por la Reina Grace no termina.

—¿A qué quiere llegar con todo esto?

—Ese hombre que trajiste, él es diferente —Ryuichi miró con profundidad a Aoi—. Él de verdad cree en la Reina Grace.

—Es lo menos que puede hacer, después de que se le ha perdonado la vida.

—Pero él no solo cree en la Reina de la Paz —Ryuichi volvió a sonreír—. Él también cree en ti.

Aoi dibujó un rostro un tanto sorprendido. Ryuichi señaló con uno de sus dedos hacia los hombres del pueblo, y Aoi siguió con la mirada aquella dirección. A lo lejos, observó una cabellera blanca y percudida golpeando con la fuerza de un martillo una espada incandescente. Un cosquilleo recorrió el estómago de Aoi. Era aquel joven, con el mismo rostro sucio y las ropas hechas jirones. Era aquel joven a quien en aquella ocasión quiso dejar en libertad, pero le fue imposible porque el Rey Kai apareció.

El joven albino, de pronto, levantó la mirada y posó de forma intranquila sus ojos sobre Aoi. El Caballero Azul simplemente volteó la cabeza y dirigió un gesto de incertidumbre a Ryuichi.

—¿Cuál es su nombre? —Preguntó.

—Se ha negado a decirlo, alega que no tiene un nombre verdadero hasta que la Reina Grace le otorgue uno.

—Entonces, ¿cómo es que le llaman?

—Es conocido como “El Conejo Oscuro”.

Aoi nuevamente miró hacia aquel punto donde se encontraba “El Conejo Oscuro” y notó que aquel muchacho continuaba con sus ojos posados sobre él. Aquellos luceros plateados fulguraban de incertidumbre y hacían vibrar el pecho de Aoi.  

—Entonces dígame, ¿qué es lo que desea que haga con él?

 

 

***

El aire en sus pulmones quemaba por la agitación. Tenía los ojos bien abiertos, gotas de sudor escurrían por su frente. Sus pupilas, dilatadas, enfocaban al hombre a su frente. El maniático pico negro que tenía por rostro cubría cualquiera que fuese su expresión. El aroma de la hierba mojada se volvía más denso, vomitivo.

Él sonreía, Aoi lo sabía.

Tragó saliva a la vez que enterraba las uñas sobre la tierra.

Un quejido en el aire le hizo soltar su mirada de aquel extraño. Sus ojos pararon sobre el cuerpo de Sugizo, que se retorcía entre la inconsciencia. Aoi alcanzó la empuñadura de su espada y con un movimiento rápido se alzó del suelo, amenazando con la punta plateada a la enorme Bestia que resoplaba entre suaves gruñidos.

—¿Quién eres? —Preguntó con voz grave.

El hombre con el pico negro levantó uno de sus brazos envueltos en la túnica negra. Una pálida mano resaltó entre la oscuridad y paró directamente sobre el pico. Con el apretón fuerte de unas uñas negras su rostro se descubrió.

El hombre guardó el pico dentro de una de sus amplias mangas. “La máscara” desapareció y le fue posible observar la sonrosada sonrisa. Había unos ojos carentes de pupila, blancos, vacíos como la nada.

—Mi nombre es Ruki —susurró el extraño y la sonrisa desapareció. Sus cejas, claras, se ciñeron por un instante—. Estuvimos esperando tu llegada.

La Bestia continuaba protegiendo el cuerpo del extraño con sus partas. Los gruñidos pararon.

Nuevamente un quejido. Aoi miró hacia Sugizo y si pensarlo de nuevo, corrió a su lado. El pelirrojo tenía una herida que sangraba en la parte posterior de la cabeza. En la pared de piedra permanecía la mancha roja del golpe.

Aoi colocó la cabeza de Sugizo sobre sus muslos. Miró de nuevo hacia la Bestia y el hombre de la túnica. Este último regresó a la sonrisa, sus ojos carentes de pupila brillaban.

—Él estará bien —dijo y caminó unos pasos para acercarse a Aoi y Sugizo.

—¡Aléjate! —Gritó Aoi y nuevamente amenazó al hombre con la punta de su espada.

Ruki pareció dudar por un instante, pero continuó caminando hasta ellos.

—Estará bien —habló con calma. Sus pies llegaron hasta donde se hallaban el par de amigos. Se puso en cuclillas. “Miró” a Aoi por un instante y bajó la cabeza.

Aoi tembló y puso la espada en el suelo. El hombre ciego colocó una de sus manos sobre la herida de Sugizo. Se inclinó hacia él, y con un parpadeo, una luz brotó desde sus ojos y manos. Los ojos de Sugizo se abrieron de pronto y permanecieron fijos en los de aquel hombre.

Un calor intenso emanaba del cuerpo del pelirrojo. Aoi observaba con incredibilidad.

La luz se apagó, el calor desapareció. Sugizo nuevamente cerró los ojos en un suave parpadeo. Ruki se alzó del suelo, colocando la cabeza del pelirrojo cuidadosamente en los muslos de Aoi.

—¿Qué le hiciste? —Preguntó Aoi, con un hilo de voz.

Ruki expandió su sonrisa.

Un jadeo en el aire y movimientos bruscos estremecieron al moreno. Llevó su vista a su amigo y lo descubrió tratando de incorporarse. Se veía confundido.

—¿Estás bien? —Aoi permitió que Sugizo se sentara sobre el suelo.

—Mi cabeza, duele —respondió, masajeando su cabellera roja. Mantenía los ojos entrecerrados. Cuando finalmente enfocó su mirada confundida sobre el hombre de la túnica, un aire de preocupación circuló por sus ojos—. ¿Quién es ese hombre?

—Mi nombre es Ruki —se presentó sin desprenderse de su sonrisa—. Reita, ven acá. Tenemos que atender a nuestros invitados.

Aoi se levantó del suelo, con el ceño fruncido, volvió a empuñar su espada.

De pronto, la Bestia dio un paso hacia atrás, haciendo vibrar las paredes de piedra. Una luz blanca brotó desde sus ojos mientras el aroma a hierba se volvía más potente. La Bestia abrió el hocico, generando un grito ahogado. La luz también salía de su boca. Poco a poco, la intensidad incrementaba hasta un punto al cual le fue imposible a Aoi mantener su mirada expectante sobre aquel ser. Al apagarse la luz, Aoi giró para notar que la Bestia había desaparecido. En su lugar apareció un hombre que llevaba una capucha negra sobre la cabeza. El hombre descubrió su cabello rubio. Su rostro estaba cubierto por una máscara negra que solo permitía se vieran sus pequeños ojos color marrón y los delgados labios.

El hombre inclinó la cabeza.

—Les ofrezco una disculpa —habló Ruki—. Reita no intentaba hacerles daño, pero queríamos estar seguros de fueran ustedes por quienes estuvimos esperando todo este tiempo.

—¿Qué mierda fue eso? —Exclamó Sugizo mientras se levantaba del suelo. Su postura denotaba el mareo que aún sentía.

—Mi sirviente tuvo que adoptar su forma de Bestia para atracarlos —continuó Ruki—. No queríamos ocasionar molestias.

—¿Qué es lo que quiere de nosotros? —Preguntó Aoi. El corazón palpitaba con fuerza.

El hombre de los ojos vacíos perdió su sonrisa.

—Lobo Azul —dijo—, responderé a todas las preguntas que tengas en un momento. Ahora sé que han viajado durante largas semanas. Deben estar hambrientos y cansados. Les ofreceré algo de comer. Reita los guiará a la mesa —Ruki dio media vuelta y comenzó su camino por el túnel de la montaña.

—¿Qué es lo que eres? —Inquirió Aoi.

El hombre de la túnica detuvo su andar.

—He dicho que contestaré todas tus preguntas en un momento —respondió fríamente y continuó con su camino, perdiéndose en las sombras.

El hombre de la máscara hizo un movimiento con la mano indicando al par de hombres que lo siguieran. Silenciosa y desconfiadamente, Sugizo y Aoi avanzaron a su lado.  El rubio los condujo a un comedor de piedra sobre el que se encontraba una gran variedad de platillos.

Los dos hombres se sentaron, impresionados por el exquisito aroma.

—¿Qué está sucediendo aquí? —Preguntó Sugizo a Aoi cuando el hombre rubio los dejó solos—. ¿Es acaso que estamos enloqueciendo?

—No lo sé…

—¿Crees que sea seguro comer lo que nos ofrecen?

—Tal vez —respondió Aoi mientras miraba un trozo de carne jugosa sobre la mesa—. Este lugar es muy extraño. ¿Recuerdas qué fue lo que hizo ese hombre cuando curó el golpe en tu cabeza?

—Con suerte recuerdo cómo es que llegamos aquí, no sé qué sucedió. Solo quedé inconsciente y al volver estaba ese hombre ahí.

Aoi paseó sus ojos por los muros grises.

—Aún no han probado alimento —se escuchó una voz gruesa. Ruki y Reita aparecieron por un pasillo. En esta ocasión, Ruki llevaba los cabellos largos alzados en una cola de caballo. Uno de sus ojos blancos se cubría con un mechón suelto. Sus labios estaban pintados de negro y las hombreras de su túnica tenían incrustadas piedras doradas.

Reita se adelantó a la mesa y jaló una de las sillas de madera para que Ruki se sentara en ella.

—¿Ahora contestarás nuestras preguntas? —Inquirió Aoi, seriamente.

—Por supuesto —Ruki recargó sus codos sobre la mesa. Sus mangas se corrieron hacia abajo, dejando al descubierto sus guantes negros y algunas marcas sobre su piel blanca.

—¿Quién eres? ¿Qué es lo que haces aquí? —Preguntó Sugizo y tomó una pieza de pan. Lo llevó a su boca sin poder soportar más el hambre.

—Me he presentado antes —dijo—. Mi nombre es Ruki, este palacio dentro de las montañas es mi hogar.

—¿Y qué es lo que eres?  —Inquirió esta vez Aoi, con la voz apagada.

Los labios negros de Ruki borraron su sonrisa. Sus ojos, aún sin pupilas, adquirieron una mirada intensa.

—Ruki, así fue como me llamaron mis hermanos. Fui el séptimo en aparecer. La gente, sin embargo, me conoce como “El Ave Ciega”.

 Un momento de tensión bailó en el aire. Los ojos del Lobo Azul quedaron fijos sobre la nada en la mirada de Ruki.

Una risa nerviosa arrebató el silencio.

—¿El Ave Ciega? —Mencionó Sugizo con un toque de incredibilidad—. ¿Te refieres al hombre de la leyenda?

—No es una simple leyenda —espetó Ruki—. Y el Lobo Azul lo cree de esa manera, ¿no es así?

Aoi tragó saliva.

—Si eres quien dices ser —continuó el pelinegro—, significa que eres el padre de la Reina Grace.

El Ave Ciega se recargó sobre el respaldo, haciendo crujir la madera de su silla.

—Así es —respondió—. Grace es hija mía.

—Está mintiendo —interrumpió Sugizo y volteó a mirar a Aoi—. ¿Qué haría el Padre de la Reina aquí?

—Proteger —dijo una voz extraña.

Aoi y Sugizo miraron al hombre rubio, quien les dirigía unos ojos fríos a través de la máscara.

—Solo los hombres de buen corazón han llegado a mí —dijo Ruki.

—¿Y por qué has esperado por mí? —Inquirió Aoi, intranquilo.

En esas tierras baldías que son tu corazón, no deberá dejar de existir la bondad —canturreó Ruki.

Aoi abrió los ojos como platos. Se levantó de la mesa y miró con asombro al hombre frente a él.

—¿Cómo…?

—Tú madre te dijo esas palabras el día que te aceptaron en el ejército de la Reina Grace. Ella no quería que tú te convirtieras en un hombre cruel —explicó Ruki—. Desde ese día supe de tu llegada. Eres un buen hombre, Aoi. Eres un buen hombre, Yuu.

El moreno sintió que sus piernas temblaban. Nadie le había llamado de esa manera en más de 30 años.

—Puedo ver toda tu historia con facilidad —siguió el hombre de los ojos vacíos—. Era tu destino llegar conmigo y finalmente lo has cumplido.

—No entiendo nada de esto —Sugizo se acercó a su amigo—. ¿Qué es lo que sucede, Aoi?

—Tú eres Sugizo —continuó Ruki—. Nacido en el pueblo de los Leones, tu destino siempre fue pertenecer al ejército. Eras conocido como “El Caballero de Bronce”. Estuviste en la Guerra por la Paz y llevaste contigo grandes honores. Te dieron por muerto en uno de los últimos enfrentamientos contra los salvajes, así que desde entonces tu nombre es sinónimo de honor en el Reino.

—Eso cualquiera lo podría saber —dijo el pelirrojo con sorna—. ¿Quieres que solo con eso me crea tus palabras?

—Tienes una hija —respondió Ruki, sin inmutarse—. Su nombre es Luna. Ella creció fuerte y sana. Su madre se ha encargado bien de ella. Luna se llena el pecho de orgullo cuando habla de ti.

Sugizo dio un paso hacia atrás. Su rostro perdió el color.

—¿Aún dudas de mis palabras? —Ruki se levantó de su asiento.

—¿Qué buscas con nosotros? —Se atrevió a preguntar Aoi una vez más.

—Las leyendas hablan de mí. Dicen que soy el padre de la Reina Grace. Eso es cierto, pero, ¿qué otra cosa más se dice sobre mí?

Sugizo tragó saliva. Luego dijo:

—Dicen que tú creaste a los hombres, tú les diste la vida a los humanos. Eres uno de los siete dioses.

Ruki se acercó hasta ellos.

—Mis hermanos, los primeros seis. El primero de ellos fue el Dios de la luz, nacido el primer día, se encargó de crear al sol y todas las estrellas; El segundo día, apareció el Dios de la oscuridad, creador de la luna nocturna; En el tercer día, el Dios de la tierra. Creó una esfera casi perfecta, la cual llenó de piedras, grava y lava; Al cuarto día, mi hermano, el Dios del Mar puso una pequeña gota de agua en la tierra y esta generó grandes olas que cubrieron la tierra; Al quinto día, el Dios de las Bestias creó a los primeros animales terrestres y acuáticos; Y, el sexto día, el Dios de las Aves dibujó a los seres de los cielos; Finalmente, llegó el séptimo día y yo aparecí. Traje a esta tierra los hombres y mujeres.

El Ave Ciega suspiró.

—Los humanos son creaturas difíciles de controlar, sus emociones son tan volátiles, imposibles de entender. Ellos destruían, mataban y odiaban. Mis hermanos se molestaron por los efectos de mi creación, así que me pidieron pararlos. Me superaban en fuerza, así que decidí crear dos contenedores especiales para ellos. En uno, guardé la bondad y amor de todos los hombres. Le dejé ir por el mundo para que, quienes estuvieran a su lado se llenaran de paz.

—Y el nombre que le concedió fue Grace —susurró Aoi.

Ruki asintió.

—Ella me pidió vivir sola entre los humanos, así que ellos creyeron en ella y su bondad. Algunos aceptaron su doctrina y decidieron llamarla Reina.

—Reina de la Paz —dijo Aoi, con voz queda.

Ruki mostró una mueca extraña y suspiró por segunda vez.

—Al otro contenedor lo llené con el odio y el rencor de los hombres. Lo oculté en un lugar donde nunca más podría lastimar a nadie.

“Mis hermanos me obligaron a permanecer en esta tierra para vigilar a los humanos y me quitaron los ojos. Así no pude ver más las estrellas, la luna, la tierra, el mar, a las bestias ni a las aves. De esa forma me enfocaría únicamente en cuidar a los humanos. Pero, tal parece que no lo hice tan bien.

—¿De qué hablas? —Preguntó Sugizo.

—Mi segundo hijo, el hermano de Grace, ha escapado de mi cuidado.

Aoi y Sugizo se miraron con preocupación.

—Fue hace algunos años. Es imposible para mí observar donde está, mis ojos no están entrenados para verlo a él ni a cualquiera de las personas que estén cerca suyo. Ahora, los hombres odian y resiente. Lastiman y matan a otros. Por ello es que necesitaba de ti, Lobo Azul.

—¿A mí?

—Tienes que ayudarme a encontrarlo y detenerlo —Ruki pasó sus ojos blancos sobre los de Aoi.

—¿Y cómo piensa que le podré ayudar yo?

—La Reina Grace está muy enferma, pronto morirá.

Aoi tragó saliva.

—Yo no he sabido nada de la Reina en años —respondió.

—Te has alejado del reino porque fuiste capaz de ver el mal que en él se ocultaba —guardó silencio por un momento—. Grace nunca hubiera querido la muerte de tanta gente inocente solo porque no creyeran en ella, alguien la engañó, alguien cubrió sus ojos.

—No entiendo —dijo Aoi.

—Solo hay una persona que Grace escucha —espetó Ruki, con determinación—. El Rey Kai.

Aoi alzó la mirada, sorprendido.

—¿Qué dice?

—No tengo dudas, sé que es él. Todos estos años ha matado, roto y violentado el espíritu de aquellos que no creen en Grace. Ha mentido a mi hija, y ella ha quedado ciega ante el amor que le profesa. El Rey Kai inventó una razón horrible para generar caos y guerras. Kai es el Rey del odio, Kai es el Rey de la Guerra.

—Es una locura —dijo Sugizo.

—Por eso te necesito ahora, Lobo Azul —Ruki tomó las frías manos de Aoi entre la calidad de sus suaves guantes negros, dando un ligero apretón—. Tienes que ir conmigo ahora, tenemos que ir juntos a destruir al Rey Kai.

 

Notas finales:

¿Qué les pareció? 

Espero que les haya gustado.

Continuaré hablandoles más sobre el Ave Ciega y La Bestia en otros capítulos, porque tienen un montón de detalles que son muy geniales. Por ahora no se preocupen, lo importante es que los conocieran y supieran de qué manera intervienen en la historia.

La verdad estoy muy emocionada por seguir escribiendo esta historia. Es muy bonita y genial.

Espero poder apurarme con el siguiente capítulo.

Quería además recordarles que pueden seguir en spotify la playlist de las canciones en las que me inspiré para la historia. Escúchenlas con precaución para que no les den spoilers(?): Queen of Peace 

Ojalá puedan dejarme algún bonito review diciendome qué les ha parecido hasta ahora. Me ayudaría y animaría mucho para continuar.

En fin, muchas gracias por leer.

¡Hasta la próxima!

 

tw: dammitshutup

 


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