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Queen of Peace por otsfatimad

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Notas del capitulo:

Este es el momento en el que me miró al espejo y me digo: Fátima, ¿por qué eres así?

Toda la semana estuve sin ir a la escuela e hice nada, pero justo ayer mientras intentaba hacer la tarea dije "ah, ¿por qué no revisar ese capítulo que se quedó estancado desde hace meses?" y alguien se durmió la las 4am para escribirlo y no hizo tarea :)

Pero bueno(?)

¡Hola, hola! ¿Cómo están? Espero que muy bien. <3

El día de hoy he traído un capítulo más largo, pero yo digo que les gustará.

¡A leer!

 

Hiciste un trato y parece que ahora tienes que ofrecer algo más, pero,

 ¿alguna vez será suficiente?

(¡Levanta la oferta!)

No es suficiente.

Florence + the Machine, Rabbit heart (Raise it up)

 

Conejo Oscuro

***

Una luz atravesaba la rendija en la puerta de madera. Aoi permanecía sentado observando, agazapado entre la oscuridad que el pequeño cuarto le ofrecía. Habían pasado largas horas desde que se dispuso a esperar ahí, protegiéndose del frío viento que se colaba por las grises calles de la ciudad.

Dejó su armadura en el palacio del Gobernador Ryuichi. Supuso que no tendría que esperar demasiado por la venida del hombre que buscaba, sin embargo, la noche se hizo presente tras las nubes, bañándolo con el frío de la luna.

Pronto el sonido de una cerradura activándose apareció. Una figura masculina envuelta en una capa negra cruzó la puerta de la desvencijada cabaña, cerrando detrás suyo. El hombre llevaba la cabeza cubierta bajo una capucha, la cual se apresuró a quitar dejando al descubierto una cabellera blanca larga hasta los hombros. Lentamente se quitó la pesada prenda para doblarla y colocarla adecuadamente sobre una solitaria y vieja silla de madera colocada frente a una pequeña mesa redonda en las mismas condiciones.

Los cabellos plateados de aquel hombre iluminaron la oscura habitación mientras este comenzaba a desatar los cordones de la jareta en el cuello de su amarillenta camisa de lino.

Aoi se levantó del borde en el que había estado sentado oculto de la luz. Dio un par de pasos y avanzó hasta aquel joven albino. Sin embargo, estando a centímetros de distancia de él, un corte en el aire le hizo detener su andar por la habitación.

El dueño de la pequeña cabaña había dado media vuelta, manteniendo el filo gastado de una vieja espada como amenaza ante el intruso. El movimiento ocurrió tan rápido, que el caballero pelinegro ni siquiera tuvo tiempo para reaccionar, quedando sus ojos fijos en el débil brillo de aquella arma que en ningún momento reparó ese hombre llevaba consigo.

—¿Qué es lo que está haciendo aquí? —Preguntó el dueño de la cabaña, sin bajar la espada. Sus ojos plateados brillaron de forma intensa mientras su profunda voz llenaba la habitación.

—Disculpe, no era mi intención importunarlo. Esperaba por usted y me tomé el atrevimiento de entrar a su hogar ya que la noche se había vuelto muy fría —respondió Aoi, con voz calmada—. Permítame presentarme.

—No necesito que se presente, sé quién es usted —entrecerró los ojos, sin alejar la espada de la barbilla del otro—. No olvidaría el rostro del hombre que salvó mi vida. Usted es Aoi, el Lobo Azul.

Aoi abrió un poco los ojos con franca sorpresa debido a la manera en la que el joven conejo se había referido a él como su salvador.

—¿A qué ha venido? —Preguntó nuevamente el hombre albino y por fin guardó su espada dentro de una gastada vaina de cuero negro—. Durante la tarde lo vi en el palacio hablando con el Gobernador.

—Justamente ha sido él quien me solicitó venir aquí —Aoi se puso firme frente al otro hombre, notando como en las mejillas este aún mantenía algo de tizne negro—. Está interesado en que usted se vuelva mi escudero.

Las plateadas cejas del hombre se alzaron en un gesto de sorpresa.

—¿Escudero? —Dio un paso atrás y colocó la espada envainada sobre la vieja mesa de madera—. ¿Por qué estaría interesado en mí?

—Me ha informado que es bastante bueno usando la espada.

El hombre albino se mantuvo en silencio y bajó la cabeza.

—Es una práctica ilegal, ¿no es así? —Dijo el Lobo Azul.

—No lo es —los blancos ojos del hombre chocaron contra la intensa mirada de Aoi—. Me mantengo dentro de los límites que el Gobernador y los Reyes han dictaminado, es lo menos que debo hacer.

—Pero gana dinero por las batallas en las que participa contra otros de los pueblerinos.

—No hay ninguna ley que lo prohíba —dio un par de pasos hacia atrás—. Para lo demás es como una especie de entretenimiento, el dinero que obtengo es a partir de la generosidad de los habitantes, yo nunca les he pedido nada.

—Y aun así ese dinero no aparece en la declaración que se entrega al Reino —Aoi cruzó los brazos—. Quizá no sea ilegal, pero es algo bastante ruin.

El hombre albino simplemente bajó la mirada.

—En cualquier caso, eso no es mi asunto —Aoi comenzó a dar pasos dentro de la pequeña cabaña—. He venido aquí para saber si le interesa la oferta y, sobre todo, saber si es usted digno de ella.

—¿Cómo lo sabrá?

—Me han dado la autorización de hacer lo que me parezca más adecuado para decidir reclutarle o no. Dígame, ¿le interesaría ser caballero y servir a los Reyes?

—Ese me llenaría de orgullo —el conejo sonrió, haciendo sus ojos iluminarse intensamente. Aoi se quedó quieto, sin decir nada y solo observando ese sincero semblante. Pronto, lo vio cambiar por una oscuridad en su mirada—. Aunque sé que es imposible. Nunca antes un hombre de esta ciudad ha logrado entrar al ejército —volvió a agachar la cabeza.

Aoi analizó esa triste catadura. La reacción de aquel hombre había sido tan natural y sincera. Podía jurar que las emociones se desprendían de aquellos ojos plateados con demasiada facilidad, y eso, casi siempre, era un signo de debilidad.

—Dime tu nombre —ordenó Aoi, con voz seria.

El hombre se tomó un largo momento para responder.

—No poseo alguno, señor —dijo—. La Reina Grace aún no me lo ha otorgado.

—¿Acaso nunca has tenido un nombre? —Inquirió Aoi mientras paseaba discretamente su mirada por la habitación.

—El nombre que tuve antes representa a un hombre que no soy más.

Aoi asintió.

—Entonces dime, ¿cómo es que te llaman?

El de cabellos blancos entreabrió los labios por un instante, pero no dijo nada.

—No te atrevas a decirme que no te llaman de ninguna forma. Debe haber una manera en la que la gente te reconozca.

El hombre se mantuvo en silencio ante la fría mirada de Aoi.

—La gente me conoce como “Conejo Oscuro” —soltó, mostrando algo de rabia en la voz.

—Muy bien, Conejo Oscuro —dijo Aoi.

—Por favor, no me llame de esa manera.

—No tengo otra forma de hacerlo, no tienes un nombre y yo requiero una forma por la cual hablarte.

El silencio volvió a invadir la habitación. Aoi continuó caminando y husmeando entre algunas de las pocas pertenencias del Conejo Oscuro.

—¿Sabes la forma en la que los llaman fuera de esta ciudad? —Inquirió Aoi mientras observaba las armas que guardaba el joven Conejo—. Les dicen esclavos. —Levantó una bella espada plateada y miró el reflejo de sus ojos sobre la hoja de esta—. Pero a mí no me agrada ese término. Sé que muchos de los hombres aquí son fuertes, inteligentes, increíbles artesanos. Incluso sabios, ¿no es así?

El Conejo Oscuro no dijo nada más, permaneció observando los movimientos de Aoi.

—Tu antigua ciudad estaba llena de autonombrados sabios, ¿no es así?

—Si los Gobernantes hubieran sido tan sabios, el pueblo no estaría extinto ahora.

Aoi volteó la mirada hacia atrás para observar al muchacho. Se giró hacia él, manteniendo la linda espada sobre su mano. Balanceándola de lado a lado, apreciando lo ligera y sutil que era.

—No deberías sentir tanto odio por tus raíces —dijo sin despegar la mirada de las figuras azules que adornaban el mango: eran preciosos colmillos de lobos—. ¿Tú fabricaste esto?

—Es algo en lo que he trabajado por mi cuenta —mencionó el Conejo Oscuro y se acercó hasta Aoi, con un poco de timidez—. Está inspirada en usted.

Aoi observó los ojos inquietos del joven albino.

—Puede conservarla si le gusta —continuó hablando—. Creo que no hay nadie mejor para portarla.

—No puedo aceptar esto, es demasiado llamativa.

—Le suplico lo haga. Sería un enorme honor para mí si la portara con usted.

Aoi miró de nuevo la espada. Era cierto, esa espada había sido hecha para él. ¿Qué clase de caballero sería si no la aceptara?

—Es hermosa —dijo y sonrió.

Conejo Oscuro sonrió a la vez.

—Debería ponerle un nombre —propuso—. Eso lo hará más cercano a ella.

—No me gusta poner nombre a las cosas. Sería difícil si alguna vez las pierdo.

—Por su puesto.

El Conejo Oscuro se alejó nuevamente de Aoi y caminó hasta la mesa de madera. Tomó su vieja arma y la miró con ensimismamiento.

—Muy bien, te pondré aprueba ahora mismo —dijo Aoi, levantando nuevamente la espada—. Desenvaina tu arma.

—¿Aquí dentro? —Abrió los ojos, sorprendido—. Es un lugar demasiado pequeño para una batalla.

—No durará mucho, te lo aseguro —Aoi se acercó hasta el Conejo Oscuro y agitó la liviana espada, llevándola en un ágil movimiento hacia el rostro blanquecino a su frente.

El bloqueo rápido de aquel hombre sorprendió al Caballero Azul. El joven conejo notó su propia proeza, mostrando una sonrisa de autosuficiencia. Aoi atacó de nuevo, moviendo su arma al flanco izquierdo de su oponente, quien le detuvo en el aire. Un nuevo choque de espadas, esta vez el hombre albino atacando a Aoi. Golpearon sus espadas en un ritmo constante, marcado por la velocidad que proponía el Conejo.

Un último golpe de la vieja espada del joven con cabellera blanca dio en un costado desprotegido de Aoi, quien reaccionó de inmediato dando una fuerte patada al estómago de su oponente. Este cayó despatarrado al suelo, volteando la vieja silla de madera. Aoi colocó el filo plateado de su nueva espada sobre la barbilla del Conejo, dirigiendo una mirada fría.

La respiración agitada del joven albino cortaba el silencio.

—Pensé que eras alguien con un poco más de honor —dijo el Lobo Azul, sin quitar el colmillo de su espada del cuello de su oponente—. Peleaste contra todos esos hombres que ni siquiera saben tomar correctamente una espada cuando recibiste un entrenamiento previo. En tu pueblo debiste tener al menos un nombramiento como soldado, ¿no es así?

El Conejo Oscuro abrió la boca, tratando de responder.

—No me interesa saber al respecto —Aoi quitó la espada y ofreció una mano al hombre en el suelo. Este aceptó con torpeza, golpeándose nuevamente al intentar levantarse.

El Conejo Oscuro jadeaba, el sudor perlaba su frente.

—El Gobernador Ryuichi estaba en lo correcto, eres bueno con la espada, pero sé que puedes dar mucho más. Eres débil, dejas que tu oponente vea tu próximo movimiento y en una batalla real eso te puede costar la vida.

El Lobo Azul guardó la espada plateada dentro de su funda.

—Y a pesar de ello estuviste contra mí por más de un minuto —sonrió y dio un paso al frente—. Tienes talento, lo cual me obliga a decir que sería un gusto para mí que el Conejo Oscuro fuera mi aprendiz.

El hombre albino devolvió la sonrisa.

—Por favor, no me llame de esa forma.

—Si quieres dejar de ser llamado así, entonces demuestra que eres más que el sobreviviente de un pueblo traidor —Aoi extendió una mano al joven.

El muchacho miró la mano del caballero, no dudó mucho más en estrecharla con la suya.

—Para mí sería el más grande de los honores que usted sea mi maestro, Lobo Azul.

—Llámame Aoi —dijo—. Empaca tus cosas, por la mañana partiremos hacia la Ciudad de Plata.

 

 

***

Había pasado un ajetreado año desde su nombramiento. Una cinta de seda negra con hilos de oro adornaba su delgado cuello desde entonces, siendo este un presente que la Reina le hizo con gran honor.

Fue la misma Reina Grace quien aquella fría tarde tomó la suave tela entre sus dedos enfundados en guantes dorados, dejando caer dicho obsequio sobre la firme palma de su pálida mano. Apoyando una rodilla en el suelo y con la Reina frente a él, hizo voto de lealtad a la Corona de Plata, jurando sobre su vida que en su cargo quedaba la inmensa responsabilidad de conducir al Rey por una estela de ventura, sin colocar sus intereses personales sobre el bienestar del reino, siempre protegiendo la voluntad de la Madre Paz.

Bajo los alabados Siete Dioses y la Reina de la Paz quedaba su mente, rechazando con ello la tentación de la Guerra.

Un suspiró salió de sus labios, obligándose a sí mismo a recargar la frente sobre el cristal del ventanal de sus enormes aposentos. Lentamente fue abriendo los ojos, encontrándose con su distorsionado reflejo, el bello jardín de flores blancas y la noche cayendo sobre estas.

Durante la tarde observó que habilidosos jardineros se dedicaban a crear la figura que ahora se alzaba entre la penumbra: una hermosa corona blanca.

Se separó del cristal y giró para encontrar el reflejo de su propio cuerpo en el espejo enmarcado en fina caoba. Estaba cubierto bajo un pulcro traje completamente negro, únicamente sus lechosos brazos quedaban descubiertos. Contrastando el color de sus ropas, su pálida piel, sus cabellos blancos y sus ojos plateados.

Frente a él se hallaba Uruha, el consejero del Rey.

Se mantuvo quieto, sin hacer ruido alguno. Observaba ensimismamiento su figura, prestando especial atención en su cuello rodeado por aquella cinta negra. Llevó sus manos a su nuca y cuidadosamente desató el nudo. Así, dejó al descubierto la única joya que poseía: una bella gargantilla de plata en la cual resaltaban pequeñas incrustaciones de zafiro.

Alguien tocó la puerta.

Uruha se alejó del espejo y caminó para atender. Al abrir, se encontró con un joven más bajo que él, de cabellos rubios largos hasta la barbilla y una hermosa armadura dorada que lo hacía lucir mucho más fornido de lo que realmente era.

—¿Qué sucede, Manabu? —Preguntó Uruha, con voz firme.

—Consejero Uruha —pronunció el caballero de armadura dorada—, el Rey me ha mandado por usted para comenzar con su junta.

—Iré en un momento —espetó.

Manabu dio una reverencia y fue un paso hacia atrás, informando con ello que esperaría del otro lado de la puerta hasta que el consejero estuviera listo para salir de sus aposentos.

—Manabu —llamó de nuevo Uruha—, por favor dígale al Rey que no necesito un escolta que me lleve hasta sus habitaciones dentro del castillo.

—Yo lo sé, mi Señor —respondió el rubio, con la cabeza gacha—. Pero el Rey insiste.

Uruha no respondió más, observó los lacios cabellos de Manabu cubriendo la frente del joven. Un suave suspiro fue proferido desde sus labios.

—Dame un momento —dijo con resignación y cerró la puerta. Permaneció con una de sus manos recargadas sobre la madera.

Caminó de regreso hasta donde se hallaba el espejo y miró en su reflejo la joya que le adornaba. Llevó sus dedos fríos detrás de su cuello y soltó la cadena, sosteniéndola con delicadeza hasta que halló su viejo alhajero de madera, donde la colocó perfectamente. Ahí estaría bien mientras durante la noche.

Observó su cuello desnudo y se apresuró a colocar la cinta de seda sobre él, atando sin mucha fuerza el nudo. Se aseguró que su traje estuviera libre de imperfecciones, tomó algunos papeles que había sobre su mesa y caminó a la salida de su habitación.

Manabu se irguió cuando lo vio aparecer nuevamente y le cedió el paso para que fuese él quien caminara delante. Uruha anduvo con la frente en alto, observando la poca concurrencia que había en la corte del castillo a esa hora. El frío se colaba entre los muros blancos, los cuales llenaban de luminosidad el camino.

Un par de las jóvenes damas de la Reina aparecieron por un pasillo, dando agradables reverencias al ver al consejero del Rey. Uruha les concedió el paso, mientras ellas dejaban escapar algunas nerviosas risillas.

Mientras paseaba por las inmensas salas del Castillo de Plata, le era fácil recordar la primera vez que anduvo por esos blancos pasillos. Siempre se había mantenido con ese aire confiado, ni siquiera sus primeros pasos fueron en falso. La seguridad que emanaba de él era tal que cualquiera que no le conociera hubiera jurado que provenía de una casa de oro.

Habían pasado casi 17 años desde la primera vez que pudo observar los blancos muros del Castillo de Plata alzándose frente a él. En ese entonces sus ambiciones no iban más allá de obtener un nombre y un arma, sus sueños de joven volaban sobre arena desconocida. Ahora era uno de los hombres con más influencia en el Reino.

Finalmente, sus pasos lo llevaron a encontrarse frente a una inmensa puerta blanca, la cual tenía bordes adornados con delicados dibujos de flores negras y doradas. Había un par de soldados con armaduras blancas a cada lado de la entrada de la habitación, sosteniendo firmemente sus afiladas lanzas con mango de metal negro.

Uruha hizo un asentimiento con la cabeza y ambos hombres se movieron en automático para abrir las puertas de par en par.

Con la mirada en alto, Uruha se adentró al recibidor del Rey y escuchó el cierre tras de él. Suspiró y dio un par de pasos más hasta llegar frente a otra puerta blanca, de un tamaño mucho menor que la que acababa de pasar. Formó un puño con su mano y golpeó suavemente la madera.

Esperó unos instantes en completo silencio hasta que escuchó una voz del otro lado, indicándole que podía entrar.

Llevó su mano a la perilla dorada y giró esta para poder abrir. Al entrar a los aposentos del Rey lo primero que observó fue una amplia cama rodeada con delgadas cortinas blancas. Dio un paso hacia el frente y cerró la puerta tras de sí.

Dirigió su mirada hacia la mesa al fondo de la sala. Frente a esta, sentado en una silla acolchada, se hallaba el Rey Kai. Sobre sus manos mantenía un pergamino amarillento, el cual leía atentamente apoyándose de una lente redonda. Sus largos cabellos castaño oscuro caían sueltos hasta media espalda y una bata color carmesí cubría su cuerpo.

Al sentir la atenta mirada de su visitante, el Rey desvió los ojos del pergamino que leía y giró la cabeza para observar a Uruha. Mostró una de sus agradables sonrisas, la cual marcaba un único hoyuelo en su mejilla izquierda.

—Consejero Uruha —pronunció con voz calmada y recargó la espalda sobre su asiento—. Por favor —estiró la mano señalando a la silla que se encontraba justo frente a la suya.

Uruha caminó con parsimonia hasta el asiento que el Rey le había ofrecido.

—¿Le apetece un poco de vino? —Inquirió el Rey, afablemente.

—Por favor —respondió Uruha mientras colocaba sobre la mesa las cartas que llevaba consigo.

El Rey Kai tomó una copa dorada que había sobre la mesa y sirvió lentamente sobre ésta un poco de aquella bebida roja. Uruha acercó su mano y tomó la copa, llevándola hasta sus labios para sentir el tenue dulzor. El Rey aprovechó ese instante y volvió los ojos inexpresivos a su lectura.

—¿Se encuentra todo bien? —Se atrevió a preguntar el consejero.

—Por supuesto —respondió el Rey mostrando nuevamente su sonrisa llena de paz. Dejó de lado su lente y comenzó a enrollar el pergamino que tenía en sus manos—. Es solo un escrito que me ha mandado la Reina Grace.

Uruha asintió ante las palabras del Rey y esperó en silencio hasta que él volviera a dirigirle la palabra.

—Dígame, Uruha —continuó el soberano—. ¿Qué asuntos son lo que debemos atender?

Uruha con rapidez y abrió la primera carta que tenía sobre la mesa. El sello rojo que había roto, provenía de una noble casa cuyo emblema era un ave en vuelo.

—Majestad, se trata de la Gobernadora Yuki. Ha mandado una carta.

Kai dejó un suspiró escapar de sus labios y sonrió con desganó.

—Me imagino que una vez más nos ha pedido que tomemos en consideración la situación económica de su pueblo —dijo el Rey y tomó su copa de vino, debiendo un trago delicado.

—En esta ocasión no se trata de eso, Majestad —Uruha posó sus plateados ojos sobre la carta y procedió a leerla—. Solicita en carácter de urgente una audiencia con la Reina Grace.

El Rey se mantuvo en silencio, permitiendo a su consejero continuar.

—No está interesado en reunirse con usted, mi Señor —prosiguió el hombre de la cabellera de plata—. Mucho menos conmigo. Desea encontrarse específicamente con la Reina.

—Eso no sucederá —Kai dejó la copa de vino sobre la mesa y acarició el borde de esta, mirando hacia la nada—. No quiero que esa mujer perturbe a Grace.

—Señor, quiero reiterarle mi postura respecto a lo que sucede en la Ciudad de las Aves —bajó la carta a la mesa, rozando sus dedos con el suave mantel blanco—. Los impuestos que se han colocado sobre dicho Pueblo se han elevado bastante. Recuerde que se tratan principalmente de artesanos, las retribuciones que obtienen por su trabajo son muy altas en comparación con otros negocios, por dicha razón el impuesto que se les ha colocado es bastante alto, obligándoles a subir sus precios y dejándolos con ventas disminuidas. La Gobernadora Yuki no se equivoca en solicitar una consideración.

—La Gobernadora ha pagado retribución durante años, pero comienza a quejarse justo ahora que usted, Uruha, se ha convertido en mi consejero. ¿No se da cuenta acaso de lo que pretende? —Hizo una pesada pausa—. Quiero que mande una nota diciéndole a esa mujer que la Reina Grace ha rechazado su oferta.

Uruha guardó silencio y asintió. El Rey sirvió un poco más de vino en su copa.

—No puedo disminuir el monto que pido a su pueblo, al menos no por ahora. Estamos invirtiendo en nuestro nuevo proyecto. ¿Sabes algo de ello?

—El Gobernador Yukinojo mandó una nota la tarde de ayer, informa que la construcción de los navíos está siendo satisfactoria y espera pronto poder contar con su presencia en la costa para poder darle una demostración de la flota.

—Me alegra saberlo —el Rey sonrió nuevamente—. ¿Alguna cosa más?

—Así es —Uruha tomó otra nota entre sus manos—. Un mensaje enviado por su hermano, Sir Toshiya.

—¿Qué sucede con él?

—Ha indicado que debido al mal clima su caravana se ha atrasado, pero le pide que cuente con su llegada en estos próximos días. Ha viajado con un Monje de Tres Ojos, un curandero. Dice que está interesado en mostrarle un tósigo que puede ser de bastante utilidad.

—Muy bien —levantó la cabeza y observó el blanco techo sobre el que se producían sombras dibujadas por las velas en la habitación.

—Hay una última cosa —Uruha suspiró y cerró la carta que tenía en sus manos—. El Gobernador Kazu, su sobrino, ha insistido en comenzar un plan de armada contra los salvajes.

Kai volvió su mirada hacia Uruha.

—¿Por alguna razón en específico?

—Ha dicho que han observado movimientos extraños en la frontera. Él cree que los Salvajes están planeando ganar más territorio.

—Lo hace tomando como base suposiciones —Kai resopló—. Kazu es un imbécil.

—Si me permite, creo que sería adecuado mandar a alguien de su confianza para determinar si existe una amenaza real.

Kai permaneció en silencio.

—Mandaré al General Die.

Uruha bajó la mirada, colocándola sobre su copa de vino medio llena. El Rey le vio con curiosidad.

—¿Sucede algo? —Inquirió.

—No es nada, Majestad —respondió y volvió la vista al frente—. Permítame sugerirle el mandarme a mí a realizar dicha tarea.

—¿Qué razón tendría yo para mandar a mi consejero a enfrentar salvajes?

—Yo también fui un caballero por muchos años, no tendré problema en cuidarme —espetó—. Además, si fuera necesario realizar un diálogo, sería adecuado que yo me encargara de ello en su representación.

El Rey Kai rio.

—Es usted un hombre extraño, Uruha —se levantó de su asiento, sosteniendo en la mano su copa de vino. Bebió un poco y la colocó nuevamente sobre la mesa—. Es el segundo hombre con más poder en el Reino, aun así, busca realizar trabajos que corresponden a cargos inferiores. ¿Es que acaso está inconforme con su nombramiento?

—Por supuesto que no —cerró los ojos.

—Usted siempre deseó ser el General de la armada —prosiguió el Rey—. Mi padre fue mi consejero desde que comencé mi mandato. A su muerte, rechacé a mi hermano Toshiya y decidí ponerlo a usted en el cargo que mi padre llevó con gloria toda su vida. Lo hice porque sé qué tipo de persona es: honorable, inteligente. Tiene el origen más humilde que he conocido y, aun así, ha salido adelante por sus propios méritos —guardó silencio por un instante—, ¿o me equivoco, Conejo Oscuro?

Uruha sintió que algo dentro de él vibraba.

—Todo mundo cree que me nombró su consejero porque me ha concedido su favor —murmuró Uruha y se levantó de su asiento.

—¿Y usted cree que esa es la razón por la que lo elegí? Porque si es así, definitivamente he cometido un error.

Uruha posó su firme mirada sobre los ojos del Rey Kai.

—Yo sé que esa no es la razón —dijo con aplomo.

Kai sonrió y avanzó hasta el hombre albino. Llevó una de sus manos sobre la blanca mejilla del hombre a su frente. Con ese toque, Uruha se obligó a bajar la mirada. Sintió al Rey cada vez más cercano y un leve temblor obligó a su corazón a dar latidos irregulares.

—Solo eso basta —susurró y atrapó el rostro de Uruha entre sus manos—. Uruha, yo aún veo en ti lo que encontré en aquella destruida Ciudad: fortaleza, inteligencia, espíritu.

Las mejillas de Uruha se sintieron calientes mientras sentía la frente del Rey recargarse sobre la suya.

—Veo en ti el espíritu más bello que he conocido.

Los labios del Rey Kai buscaron los de Uruha, quien los recibió con algo de timidez. Lo besó de forma tierna, como siempre hacía. Poco a poco el Rey profundizaba el beso, acariciando la espalda del otro hombre, enredando entre sus dedos los lacios hilos de plata que Uruha tenía por cabellera.

El Rey recorrió con sus ásperas manos la nuca de Uruha, deshaciendo el nudo que sostenía la cinta de seda negra y oro, para dejarla caer a sus pies. Bajó sus labios, colocando un beso sobre la nueva área descubierta y disfrutando el contacto de aquella tersa piel, mientras escuchaba gruesos suspiros escapando de los labios que antes había acariciado.

Uruha pensaba mucho en la primera vez que el Rey Kai lo había besado: estaban en una reunión similar a esa, discutiendo las opciones de matrimonio que el príncipe Menjo —hijo único del Rey Kai y la Reina Grace—. Kai le pidió se acercará hasta él y lo besó sin brindar alguna explicación. En aquel momento Uruha quedó congelado, siendo su primer pensamiento que después de todo, el Rey lo pidió como su consejero solo para tenerlo cerca y aprovechar la situación, tal como los murmullos decían.

Bastó poco tiempo para que pudiera entender que el Rey Kai realmente confiaba en él y en sus consejos. Lo escuchaba y lo consideraba antes de tomar cualquier decisión importante. El hecho de haberse convertido en su amante no había sido un plan de ninguno de los dos antes, pero no por ello le molestaba. Se acostumbró al gentil trato del Rey, a sus caricias, sus besos y las conversaciones triviales luego de pasar tiempo en su lecho.

Habían pasado pocas semanas desde que todo comenzó, pero se estaba ya acostumbrado a la compañía y a ofrecer placer al Rey, obteniendo al mismo tiempo su propio gozo entre los brazos de aquel hombre.

El Rey Kai lentamente jaló de las jaretas que había a los costados de la camisa de Uruha. Este levantó los brazos, permitiendo que Kai pudiera terminar por quitar aquella prenda de lino negro, dejando su blanco pecho expuesto. Continuaron besándose, mientras Kai conducía los pies de Uruha hacia la cama. Corrió la cortina blanca y dejó que Uruha se recostara sobre el suave colchón

Las sábanas se sentían tan bien en su espalda y brazos desnudos. El Rey tiró de la jareta de sus pantalones negros para deshacerse de ellos, dejándolo únicamente con los calzoncillos de tela blanca, sobre los cuales podía apreciarse la erección que antes sus ropas habían escondido.

El Rey sonrió y desató su bata roja, dejándola caer por sus hombros hasta el suelo, quedando únicamente con ropa interior, mostrando su torneado y fuerte cuerpo. Subió entre las piernas de Uruha y continuaron besándose, rozando con ímpetu sus erecciones bajo la ropa.

Pronto, Kai deshizo el amarre del calzoncillo de Uruha y terminó por quitarle aquella prenda. Observó por un momento el cuerpo completamente desnudo de Uruha, deleitándose con su piel blanca que se convertía a roja con los toques de sus fuertes dedos enterrándose en ella.

Kai lamió aquel blanco pecho mientras sentía las dulces caricias de Uruha sobre su largo cabello. Los dedos del otro hombre se clavaron levemente en su nuca cuando descendió hasta su caliente abdomen, dejando una pequeña mordida al borde de su ombligo.

Se separaron por un instante y Uruha se giró, recargando sus rodillas sobre la cama, al igual que sus manos. Los muslos lo suficientemente separados para dejar a Kai acomodarse.

Kai haló la jareta de su ropa interior y dejó que cayera hasta sus tobillos. Subió de rodillas a la cama y empujó el cuerpo de Uruha hacia adelante. Colocó una mano sobre la espalda del otro, haciéndole levantar el trasero un poco más. Hincado tras de él, acarició sus muslos, sintiendo el estremecimiento de Uruha ante tal toque, generando una fuerte punzada de placer en su entrepierna.

Se acomodó detrás de Uruha y lo penetró sin prisa. Escuchó un gemido cortado provenir de los labios de Uruha. Comenzó a embestirlo, primero lentamente, tratando de no lastimarlo mientras este se acostumbraba a su presencia. Poco a poco aumentó el ritmo en sus estocadas, sintiendo cómo el cuerpo del otro hombre se estremecía debajo del suyo, dejando escapar suspiros y gemidos.

Poco a poco el blanco cuerpo de Uruha cambiaba a un tono carmín por el esfuerzo y por el placer. Movía las caderas al mismo ritmo que Kai lo hacía mientras trataba de no gritar el placer que sentía cada vez que el Rey golpeaba aquella zona que tanto le gustaba que tocara.

Uruha cerró los ojos con fuerza mientras sus dedos se enterraban sobre el colchón. Kai iba cada vez más rápido, moviéndose con frenesí dentro suyo.

Sintió que su cuerpo cedía y sus piernas no pudieron mantenerse firmes por mucho más tiempo. Se recostó sobre el colchón. Kai se levantó del colchón y lo jaló hasta dejar sus rodillas sobre la alfombra del suelo y el pecho recargado en la cama. Continuó penetrándolo en esa nueva posición, recargando su mano sobre los cabellos de Uruha y obligándolo a poner su cara sobre el colchón.

Uruha ahogó su voz mordiendo las blancas sábanas, la posición que habían adoptado lo hacía sentir y disfrutar mucho más.

Pronto terminó, dejando que sobre las sábanas blancas se escurriera su semen. La contracción producida con su orgasmo hizo a Kai gemir con fuerza. En un par de estocadas más, el Rey también tuvo un orgasmo dentro de Uruha, recargando su pecho sobre la ancha espalda de este.

Kai, aún jadeando, salió del cuerpo de Uruha y se acomodó a su lado. El hombre de cabellos blancos permaneció con la cara enterrada en las sábanas mientras sentía cómo sus piernas aún temblaban y sentía que en ellas escurría un espeso líquido. Una suavidad conocida se posó sobre sus hombros y le hizo voltear para mirar al Rey, quien, como siempre, le sonreía con amabilidad mientras le acariciaba.

Kai recargaba uno de sus codos sobre la cama y miraba a Uruha sin decir nada. El consejero se acomodó de una forma más adecuada sobre la cama y devolvió tímidamente la sonrisa. Permanecieron mirándose a los ojos por un largo rato.

—Eres tan hermoso —susurró Kai y paseó su dedo pulgar sobre el labio inferior de su acompañante.

Uruha sintió de nuevo que sus mejillas se calentaban y sonrió como única respuesta.

—Grace me escribió un poema —dijo el Rey mientras alejaba su mano del rostro de Uruha—. Es bastante bello.

—Ella está enamorada de usted —respondió Uruha—. Lo ha estado siempre.

Kai se sentó sobre el colchón.

—Yo también la amo —pronunció—. Ella me escogió a mí y la he amado todas las noches desde entonces.

Una sensación extraña se posó sobre el pecho de Uruha y se sentó al lado del Rey.

—Es hora de que te retires —pronunció Kai, levantando la mirada para observar lo alto de su cámara.

Uruha asintió lentamente y se alzó de la cama. Buscó con la mirada la seda que utilizaba sobre el cuello y se agachó para recogerla. Comenzó a vestirse manteniéndose en completo silencio.

—¿Te molesta que la ame?

Uruha, tirando de la jareta de su ropa interior, miró al Rey Kai con un gesto sorprendido.

—Nunca —respondió precipitadamente—. El amor que existe entre ustedes es lo que mantiene vivo al reino.

El Rey sonrió nuevamente y giró el rostro para posar sus ojos sobre los plateados luceros de Uruha.

—¿Tú me amas?

El consejero abrió la boca y se mantuvo sin dar una respuesta por algunos segundos que le parecieron increíblemente lentos.

—Yo… —se aclaró la voz y miró al suelo—. Por supuesto que lo amo, usted es mi Rey.

Kai apagó su sonrisa por un instante y se mantuvo en silencio. Uruha aprovechó el momento, y sintiéndose realmente extraño, se terminó de vestir con rapidez.

—Me gusta estar contigo, Uruha —susurró Kai sin mirarle, sentado al borde del colchón cubriendo su cuerpo con una de las sábanas de la cama—. Eres el único con el que puedo conversar.

Uruha sonrió y se acercó de nuevo al cuerpo del Rey. Se hincó frente a él, mirando con atención el rostro de Kai.

—A mí también me gusta estar con usted, Majestad —confesó y, sin pedir alguna clase de permiso, depositó un beso sobre la mejilla del Rey, quien permaneció inmutable ante tal acción.

Permanecieron de esa forma en completo silencio. El corazón de Uruha latía con irregularidad, buscaba calmarse a sí mismo y poder salir con el rostro claro, para que nadie afuera pudiera sospechar lo que acaba de suceder entre ellos.

—Eres un hombre muy importante para mí ahora.

Uruha sonrió ante los dulces ojos de su Rey.

—Gracias —susurró y se levantó para abandonar la habitación.

Anudó la ceda negra sobre su cuello y caminó hacia la puerta. Cruzó el umbral y dejó al Rey solo para descansar. Al cerrar tras de sí, quedando completamente solo, se recargó sobre la madera de la puerta, observando la blanca salida.

En ese momento realmente deseaba permanecer con el Rey, sin importar qué.

Llevó la mano hasta su cuello y acarició la seda, debajo de ella no sintió la única joya que aún le quedaba. Las comisuras de sus labios se bajaron.

Esta vez su corazón no debía interferir.

 

 

 

Notas finales:

Bueno, ¿qué les pareció? Necesito saber qué piensan del Kaiha, porque a mí me gustaría arrancarme el cabello. :D

¿Kai realmente es malo? ¿Debemos creer lo que dijo Ruki en el capítulo anterior? ¿Extrañan a Aoi  y quieren abrazarlo tanto como yo? (?)

Ya hacía falta que Uruha apareciera de nuevo.

La verdad es que era hasta el final de este capítulo que tenía planeado abarcara el capítulo 2, ¿se imaginan eso? Bien loca que estaba.

En fin, espero que les haya gustado y puedan dejarme algún review. uwu

Trataré de apresurarme para tenerles pronto el siguiente capítulo.♥

¡Gracias por leer!

¡Hasta la próxima!


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