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Queen of Peace por otsfatimad

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Notas del capitulo:

¡Hola, hola!

¿Cómo andan?

Finalmente pude terminar este capítulo que creí que no tendría fin jasjas

Es mucho más largo de lo que creí que sería, pero pues se hace lo que se puede(?).

En fin, espero que les guste.

¡A leer!

Ella es como el clima: no puede mantenerse quieta.

Nacida en aguas negras, es hija de la lluvia y la nieve.

Florence + the Machine, Landscape

 

La Princesa

***

Pasaron dos semanas desde que Aoi y el Conejo Oscuro abandonaron la Ciudad de los Esclavos. Durante su travesía, realizaron varias paradas que Aoi requirió para recoger y entregar notas encargadas por el primer comandante Sugizo.

Bastaron solamente unos cuantos días para que la piel del Conejo Oscuro, que ahora ejercía como su escudero, se volviera completamente roja por caminar bajo el sol. Para la primera semana, el andar de ambos se vio disminuido debido al cansancio que el joven escudero no podía ocultar. Su rostro rojo, hombros caídos y pies lastimados no le permitían engañar al Lobo Azul con su falso ánimo por continuar.

—Detente —dijo Aoi y haló la rienda de su caballo para que este parara. En ese momento se encontraban andando entre las largas planicies por las cuales la Ciudad de los Osos eran conocidas. El sol ardía con fuerza en su nuca descubierta—. Necesitas un descanso.

El Conejo Oscuro movió la cabeza de lado a lado.

—Acabamos de tomar un descanso —respondió—. Si continuamos de esta forma, nunca llegaremos a la Ciudad de Plata.

—El que no llegará vivo a la Ciudad de Plata serás tú —replicó Aoi—. Conseguiré un caballo para ti en el próximo pueblo que encontremos. No puedes continuar a pie.

—No es necesario que me dé un caballo —el conejo alzó el rostro y cubrió su frente roja con una mano para poder mirar al caballero azul—. Soy más resistente de lo que parezco. Por favor, le ruego que continuemos.

Aoi no dijo nada, mantuvo sus ojos perdidos en la mirada entrecerrada del Conejo Oscuro.

—Muy bien —habló por fin y bajó del caballo. Acarició la crin de este y se volvió hacia su acompañante—. Sube.

El Conejo Oscuro se mantuvo alternando la mirada entre la silla del caballo y Aoi.

—No puedo hacer eso.

—Es mi caballo y tú mi escudero. Te ordeno que subas a él —dijo Aoi y jaló la rienda de su caballo—. Si no lo haces no te permitiré seguir avanzando a mi lado.

El conejo parpadeó un par de veces y finalmente tomó al caballo. Subió una de sus piernas para poder montar al animal. Acarició nuevamente la cabeza del caballo negro con la crin blanca.

—Hace tanto que no hacía esto —confesó mientras sonreía—. Muchas gracias.

—Continuemos —haló del caballo y lo dirigió al frente para seguir el camino—. Haremos una parada en el siguiente pueblo y te compraré un caballo, si no encuentro alguno tendrás que conformarte con un asno.

—No necesito que haga eso por mí —repitió el joven—. Puedo continuar a pie.

—No puedes —Aoi se mantuvo con la mirada al frente—. Estoy entrenándote desde que aceptaste venir conmigo. ¿Qué clase de caballero sería si no soy consciente de las necesidades de mi paje?

El joven conejo sonrió y se mantuvieron en silencio por un largo trecho, hasta que finalmente encontraron una aldea pequeña. Aoi consiguió un viejo caballo pardo, el cual tenía la crin café y una mancha negra adornando su ojo derecho.

—Es muy bello —reconoció el Conejo Oscuro mientras ayudaba a Aoi a colocar la silla de montar sobre el lomo del equino—. Tengo algunos ahorros, puedo pagarle este gesto.

—En realidad me regalaron el caballo por ser viejo, no tienes que pagar nada.

—¿Está bien si le pongo un nombre? —Inquirió el hombre albino.

—Como desees, ahora es tuyo.

—Su nombre será Old Stone, porque a pesar de ser un caballo viejo es bastante fuerte.

Aoi miró de reojo al chico y notó una destellante sonrisa sobre sus labios. Acariciaba con cariño el hocico del animal, quien parecía de alguna forma gustoso en su compañía. Su piel estaba completamente roja por las quemaduras del sol, pero el joven conejo parecía ignorarlas y enfocarse en disfrutar del momento. Era realmente un hombre extraño.

—¿Cómo se llama su caballo? —Preguntó el conejo y miró a Aoi. El pelinegro desvió la mirada instintivamente.

—No tiene un nombre.

—Oh, entiendo.

Aoi no dijo nada más, simplemente asintió y montó su caballo. El Conejo Oscuro siguió sus acciones en silencio.

Luego de ello, avanzaron con mayor rapidez a través de diferentes aldeas. Al inicio de la tercera semana de viaje, se encontraban ya en la entrada de la grandiosa Ciudad de Plata. El joven conejo se veía muy entusiasmado con la idea de finalmente llegar a la capital donde residía la Reina Grace. Intentaba no hablar mucho al respecto, pero le llenaba de ilusión conocerla y que ella le concediera un nombre.

Desde la entrada de la ciudad se podía apreciar a los lejos al inconfundible Castillo de Plata enmarcado en las bellas nubes naranja oscuro de la tarde que comenzaba a caer. El castillo era blanco, enorme y se hallaba recubierto en un aura llena de paz que invadía el alma de cualquiera con solo presenciarle desde lejos.

—Es hermoso —susurró el Conejo Oscuro mientras Old Stone avanzaba sobre el camino de tierra humedecida por la brisa de un acantilado. Miraba aún a la distancia el castillo, sin poder creer encontrarse tan cerca a aquellos emblemáticos muros blancos.

—Lo es más por dentro —dijo Aoi y llamó la atención de su escudero.

—¿Ha entrado en muchas ocasiones?

—Soy un soldado predilecto de la Reina —Aoi sonrió y miró al conejo oscuro—. Trabajo ahí siempre que me llaman, aunque normalmente ayudo en labores simples. Desde que “La Guerra por la Paz” terminó, servimos como guardianes de las puertas del castillo o vigilantes de la ciudad.

—Desearía poder entrar también —confesó el chico y sonrió. Su piel había quedado con manchas marrón por las quemaduras, pero poco a poco se recuperaba con remedios que el mismo Aoi preparó con plantas y hierbas que encontraron en el camino.

—Lo lograrás —dijo Aoi y volteó hacia el frente, fingiendo no prestar atención a que su acompañante ahora le miraba con una sonrisa.

Finalmente llegaron hasta el hogar de Aoi. Se trataba de una pequeña cabaña alejada construida sobre un acantilado. El lugar lucía solitario y la brisa que corría desde la costa era fría y pegajosa.

Aoi y el Conejo Oscuro descendieron de sus caballos. Los dejaron juntos en la pequeña caballeriza que Aoi había diseñado para su corcel, dándoles agua y comida, procurando que descansarán luego del largo viaje.

Aoi llamó a su escudero y le mostró el interior de la cabaña. El lugar no era muy distinto al sitio donde antes el joven conejo vivió. Aoi tenía un cuarto donde guardaba armaduras rotas y diversas armas gastadas, lo cubría con una vieja cortina azul. La principal entrada de luz era la pequeña puerta de madera, seguida de algunos huecos entre la madera y piedras de la construcción. Un único colchón se encontraba en una esquina de la cabaña, al lado una pequeña chimenea con una caldera fría.

Aoi caminó hacia el cuarto donde guardaba su armadura y armas, haciendo una señal al joven conejo para que le siguiera.

—Mañana conseguiré algo para que puedas dormir —dijo Aoi mientras se quitaba la escarcela y peto azul de su armadura, pasándola a su acompañante para que este las sostuviera. Quedó únicamente con la camisa de algodón amarillento que utilizaba debajo—. Esta noche dormirás en el suelo.

—No tengo problema en ello —mencionó el joven conejo mientras acomodaba la armadura del Lobo Azul sobre un mueble de madera que asemejaba el torso humano.

—No hay tiempo que perder —Aoi removió algunas de las cosas que tenía acomodadas sobre una mesa vieja y sucia. Tomó un par de espadas de madera, giró y extendió una de ellas al conejo—. Continuaremos entrenando, espero que no estés cansado por el viaje.

—No lo estoy —tomó la espada de madera que Aoi le dio y le miró con curiosidad—. No entiendo por qué usaremos esto, he manejado armas reales antes. Yo mismo las he fabricado durante años.

—¿Recuerdas que te hablé sobre las malas tácticas de combate que tienes? —Aoi colocó sobre la mesa vieja de antes la espada que el Conejo Oscuro le había regalado y empuñó la espada de madera—. Debes olvidarlas, son movimientos no permitidos para un caballero real. Además, te falta mucho para ser lo suficientemente bueno. En este momento, en el Castillo de Plata el general Sugizo y otros tantos de sus hombres entrenan a jóvenes desde que son niños para convertirlos en los mejores caballeros del reino. Mírate ahora, con más de veinte años eres viejo y obsoleto en comparación. Estás en gran desventaja.

—Lo entiendo.

—Muy bien. Vayamos afuera, entrenaremos con la corriente de aire.

Aoi y su acompañante salieron de la cabaña. Se colocaron frente a frente. El aire golpeaba con fuerza el cuerpo de ambos, alzando sus cabellos con brusquedad. La oscuridad de la noche ya comenzaba a hacerse presente.

—Ataca —ordenó Aoi al conejo y éste asintió.

El hombre albino se acercó hasta Aoi y levantó su arma tratando de golpear el hombro de su maestro. Aoi no tuvo problema en bloquear el golpe con un sutil movimiento de su espada. El Conejo atacó nuevamente, intentando dar en el flanco descubierto de Aoi, pero fue él quien quedó sorprendido por un bloqueo y movimiento rápido de Aoi que asestó con su espada directamente el pecho de su contrincante, haciendo que trastabillara y cayera al suelo de bruces.

Aoi acercó su espada de madera y la colocó sobre la barbilla de su aprendiz, obligándole a alzar el rostro para mirarle entre la bruma del crepúsculo.

—Me decepcionas —le dijo—. La primera vez que nos enfrentamos lo hiciste mejor que esto.

—Yo…

—Recuerda la lección que te di aquella vez, Conejo Oscuro —Aoi quitó el arma de la barbilla del chico—. Deja de ser tan emocional durante una batalla. No tienes que mostrar ni probar absolutamente nada a tu oponente. Si dejas que lean tus sentimientos, leerán también tu próximo movimiento y eso te costará la vida.

El Conejo tragó saliva.

—No dejes que tus sentimientos te controlen en una batalla —Aoi estiró su mano para ayudar a su aprendiz a levantarse del suelo. El chico aceptó su ayuda y se alzó—. Si te dejas guiar por los sentimientos, sin importar el tipo de batalla, perderás. ¿Entendido?

El Conejo asintió.

—Muy bien —Aoi se dio media vuelta y volvió a ponerse en posición de ataque—. Una de las cartas que le han enviado al General Sugizo celebra la reciente concepción del primogénito de la Reina y el Rey. Cuando ese niño nazca, se hará una celebración en la cual parte del espectáculo serán duelos para la selección de hombres jóvenes que buscan entrar al ejército. Para ese entonces, estarás listo.

—Acaba de decirme que hay hombres que han entrenado para volverse caballeros desde que son niños. Dudo que en pocos meses esté a su nivel.

—Olvidas que tú tienes una ventaja sobre ellos —Aoi sonrió—. No me han tenido a mí como su maestro. Así que ahora, ataca de nuevo.

 

 

***

Los largos meses transcurridos desde el inicio de la travesía de Aoi y Sugizo en búsqueda de La Bestia que acechaba las aldeas de los Salvajes hicieron creer a la mayoría que ambos hombres habían muerto dentro del Bosque de Niebla. Esa fue la razón por la que los pobladores se sorprendieron al ver una pequeña caravana avanzando entre las villas de refugiados hasta alcanzar Nultukoz, pueblo donde Kaoru, Jefe de los Salvajes, residía.

Solamente cuatro caballos andaban, dos de los cuales arrastraban una pequeña carrosa negra con dorado. Reita dirigía el carruaje, dentro se transportaba el Ave Ciega, mientras Aoi y Sugizo avanzaban al frente partiendo el rumbo a seguir.

En la entrada de Nultukoz se encontraron un grupo de hombres con espadas afiladas, trajes hechos de cuero negro. Llevaban el pecho descubierto, sobre la piel del torso mostraban orgullosos las marcas y tatuajes rojos que lo identificaban como campeones de alguna batalla.

Encabezando aquel grupo se encontraba Isao, quien era el representante de una de las doce tribus que estaban asentadas en Nultukoz. Dicha tribu, conocida como Sasaya, se mostraba en contra de la presencia de refugiados y hombres que antes tuvieran algo que los relacionara a la Reina Grace. Como representante, llevaba el rostro cubierto en un pigmento blanco.

Aoi y Sugizo detuvieron su andar.

—No queremos a los asesinos de regreso en nuestra tierra —habló Isao, firmemente.

—Buscamos al jefe Kaoru —dijo Sugizo ignorando las palabras de aquel hombre. Su caballo se balanceaba de lado al lado—. No nos impedirán el paso.

—No debieron regresar, cerdos —continuó Isao y escupió a sus pies.

—Yo les he pedido que me trajeran aquí —mencionó la voz de Ruki mientras descendía del carruaje con ayuda de Reita, llevaba puesta su túnica negra con dorado y la sonrisa pintada en color marrón rojizo.

—¿Quién es ese brujo? —Inquirió Isao y sin notarlo levantó su lanza para amenazar al extraño—. Han traído más asesinos con ustedes.

—No soy un asesino —dijo Ruki y sus ojos carentes de pupila brillaron como un diamante—. Tampoco un brujo.

Hubo silencio. Isao volteó a mirar a los hombres que viajaban con él, murmuró algunas cosas que ni Aoi ni Sugizo alcanzaron a entender y uno de los hombres al final de la línea salió corriendo en dirección al campamento.

—¿Qué es lo que sucede aquí? —Habló una nueva voz. Un hombre de tez morena, complexión robusta y con cabellos castaños rojizos apareció montado en un caballo blanco.

—Estos hombres han traído un brujo consigo —se adelantó a decir Isao—. No permitiremos su encuentro con el jefe.

—Tú no decides eso —el hombre montado en el caballo miró a Aoi y a Sugizo—. Los habíamos dado por muertos.

—Es una alegría verte de nuevo, Yamada —dijo Sugizo con una sonrisa e hizo una breve inclinación con la cabeza—. Necesitamos ver al Gran jefe.

—Él ha escuchado que venían, los está esperando en su carpa —Yamada alzó una ceja y miró a los extraños—. ¿Quiénes son ellos?

—Mi nombre es Ruki —se presentó el hombre de la túnica—. Quien me acompaña es Reita, mi sirviente. Hemos venido desde la Montaña Sagrada para tener un encuentro con el Jefe de los Salvajes.

Yamada no se inmutó, mantuvo la vista sobre los inquietantes ojos de Ruki.

—Los escoltaré hasta el campamento —dijo y ordenó a su caballo a dar la vuelta.

El Ave Ciega volvió dentro de su carruaje y la caravana avanzó frente a los hombres que venían con Isao, quien observó con desprecio el andar del Lobo Azul. Aoi simplemente desvió la mirada y siguió detrás del camino que Yamada indicaba.

Pronto frente a ellos se encontró la enorme carpa de Kaoru. Yamada bajó de su caballo y ofreció la rienda a uno de los hombres que se encontraban parados en la entrada. Aoi y Sugizo se adelantaron a entrar, mientras que Ruki bajó del carruaje con ayuda de Reita. Una sonrisa confiada resplandecía en sus labios. Durante el trayecto, había tenido una visión nueva.

Finalmente, el Ave Ciega y su sirviente entraron a la carpa. Dentro se sentía una frescura alejada del sol de aquella tarde. Había rincones con armas, dos mesas largas llenas de cerveza y restos de comida de un banquete celebrado antes de su llegada. Un grupo de nueve hombres, quienes eran representantes de diferentes tribus, esperaba sentados detrás de las mesas. Miraban a los recién llegados con ojos fríos, pigmentados en diversos colores que representaban a cada una de las tribus a las que pertenecían.

Al fondo, sentado sobre una silla alta alejada del resto, les observaba un hombre de cabellos castaños, con los ojos enmarcados en una densa capa de maquillaje negro que representaba su origen de la tribu Kage. Llevaba una bata de delgada tela oscura que dejaba parte de cuerpo descubierto, permitiendo observar las marcas de sus victorias del pasado. Había un tatuaje en su cuello que simbolizaba que él era el Gran Jefe de Nultukoz y todos los pueblos Salvajes.

—Jefe Kaoru —se adelantó Sugizo e hizo una reverencia—. Nos alegra poder estar nuevamente en su presencia.

Kaoru no dijo nada. Hizo un ademan para que sus invitados avanzaran hasta quedar frente a él. El serio rostro de Kaoru se posó sobre los ojos extraños del Ave Ciega.

—Veo que han traído algo con ustedes —Kaoru se recargó sobre el respaldo de su silla.

—Así es, señor —continuó Sugizo—. Permítame presentarle a Ruki, el Ave Ciega.

Se escucharon murmures a las espaldas de los recién llegados. Aoi discretamente observó al Ave Ciega, que sonreía confiado aún.

—¿No es ese un personaje de la religión que los reyes falsos inventaron? —Preguntó un hombre al fondo.

—No es una historia que se haya inventado, aunque con el paso de los años así lo parezca —respondió Ruki, sin apartar la vista del frente—. He pedido venir a hablar con usted sobre un asunto importante.

Kaoru alzó un poco la cabeza, permitiendo que entre las sombras un charco de luz luciera su rostro.

—Lo escucho —dijo, determinante.

Todos los hombres de la sala callaron ante el impacto de la voz de Kaoru.

—Estoy buscando la ayuda y fuerza de su ejército —continuó el Ave Ciega—. Lo necesito para comenzar una armada contra del Rey Kai.

—Pensé que el Ave Ciega estaba contra de las guerras —espetó Kaoru, sin moverse de su asiento.

—Lo estoy —aseguró Ruki—. Pero el Rey Kai durante años ha matado mientras cubre los ojos de Grace. No puedo permitir que se mantenga en el poder.

Kaoru sonrió por un momento. Luego dijo:

—Tenemos un tratado de paz. Mientras ellos no asesinen a mis hombres ni intenten robar nuestro territorio, no tenemos motivos para comenzar una guerra.

—No será así por mucho tiempo, puedo sentir cómo ellos planean algo en contra de ustedes —dijo Ruki, manteniéndose firme—. Esta es la oportunidad que necesitamos para comenzar un mundo de verdadera paz, eliminando las cenizas que el mal nos ha dejado.

Kaoru volteó a mirar a Sugizo.

—Llévense a este hombre fuera de mi territorio —ordenó al pelirrojo—. No lo escucharé más.

—Jefe Kaoru —repuso Sugizo—, la causa del Ave Ciega es real. Esos hombres mataron durante años únicamente por placer y luego levantaron un reino llamándose hombres de paz, cuando claramente no son más que unos monstruos.

Kaoru no dijo nada más, mantuvo la mirada fría sobre los ojos de Sugizo.

—Escuche —continuó el pelirrojo—, tenemos todo a nuestro favor. Además de la fuerza de su ejército, contamos con Reita, el sirviente de Ruki, quien es la Bestia que aparecía a las afueras del Bosque de Niebla. Ruki no miente al decir que es el Ave Ciega. Él mismo salvó mi vida dentro de la montaña sagrada, ¿no es así, Aoi?

Kaoru miró al aludido, quien suspiró con cansancio.

—Es cierto —dijo Aoi—. Sin embargo, yo estoy de acuerdo con lo dicho por el jefe Kaoru. No hay motivo para comenzar una guerra ahora.

—Muy bien —Kaoru se levantó de su asiento—. No quiero escuchar más. Saquen a esos hombres de mi territorio. Y, Sugizo, si no deja de hablar respecto a esto, olvidaré que le he otorgado refugio y también le desterraré de aquí.

Sugizo volteó la mirada a Aoi, con resentimiento. El moreno simplemente evadió los ojos de su amigo.

Se escuchó el relinchar de un caballo fuera de la carpa. Aoi volteó y miró a la entrada, notó como una sombra caminaba dirigiéndose hacia ellos. Cambió la dirección de sus ojos y vio nuevamente al Ave Ciega, quien, sin apartar la mirada del frente, amplió en gran medida su sonrisa.

La carpa se abrió, llamando la atención de todos. Una esbelta figura femenina apareció: vestía largos y holgados pantalones negros, una camiseta de lino y una larga cadena plateada alrededor del cuello. Sus cabellos castaños estaban recogidos en una coleta alta, llevaba un fleco recto y un par de mechones de cabello caían sobre su rostro moreno. Tenía una cuerda hecha de plata alrededor de la cabeza y una espada amarrada a su cintura con una cinta al mismo tono. Sus ojos, café oscuro, estaban enmarcados en manchas doradas que representaban a la tribu Chikara.

—Creo que olvidaron avisarme que tendríamos una reunión —espetó la joven y, bajo la atenta mirada de todos los hombres presentes, caminó dentro de la carpa hasta pararse frente a Kaoru—. Eso es muy descortés de su parte, padre. Pero no se preocupe, los hombres de Isao me han informado.

Kaoru no se inmutó, mantuvo la mirada fría y firme sobre el rostro desafiante de su hija.

—No era necesaria tu participación, Keiko. No hubo razón para llamarte.

—¿Tampoco lo fue la presencia de Isao? —Preguntó Keiko, colocando las manos sobre sus caderas. Giró el rostro y lo sostuvo contra el Ave Ciega—. Veo que han traído invitados, tú debes ser el brujo del cual me han contado.

Ruki sonrió e hizo una breve reverencia a la chica. Reita le imitó.

—No soy un brujo —reiteró Ruki—. Es un honor conocerla, Princesa.

La chica le sonrió sin mucho énfasis, simplemente alzando el lunar que tenía debajo de su ojo izquierdo.

—El placer es mío —dijo y volvió con vista seria a su padre—. Aún si no era un asunto de gran importancia, debió avisar a todos los representantes de tribu sobre la llegada del Lobo Azul y el Caballero de Bronce, no solamente a los nueve que le han acompañado en su banquete. Es justo, además, que nos informen quiénes son sus invitados.

—Princesa, me alegra encontrarla de nuevo —interrumpió Sugizo, sonriendo—. Por favor, permítame presentarle al Ave Ciega y su sirviente, Reita.

Keiko alzó la cabeza y miró nuevamente a los extraños, esta vez con verdadero interés.

—¿A qué debemos la presencia de estas fantásticas creaturas en nuestras humildes tierras? —Inquirió ella, con clara burla.

—Hemos venido a hacerles una propuesta —dijo Ruki—. Queremos que con su ejército nos apoye en avanzar hacia el reino para derrocar al Rey Kai.

—¿Una guerra? No veo motivos para comenzar con una ahora.

—La hay, Princesa —dijo Ruki—. Justicia en nombre de los caídos.

Keiko borró su sonrisa de inmediato.

—¿Qué es lo que propone? —Preguntó la joven, con voz seca.

—Keiko —interrumpió Kaoru, elevando la voz—. Ya les he ordenado yo que se retiren de nuestras tierras. No quiero que escuches una palabra más.

—No permitiré que me niegue, aunque sea, escucharlos —espetó ella, mirando a su padre—. Como representante de la tribu Chikara, es lo mínimo que merezco.

—Tú no eres la representante de ninguna tribu, Keiko —Kaoru arrugó el entrecejo—. Las chikaras no tienen un representante.

El rostro de la joven se pintó en colera.

—¡Parece que cada vez se convierte en lo mismo que son los reyes del otro lado de nuestras fronteras! —Gritó Keiko con furia—. Le eligieron a usted por ser un representante sensato, pero con el paso de los años ha demostrado que no es más que un hombre necio.

—¡Cállate! —Respondió en un grito Kaoru. Un silencio se hizo presente, incomodando a todos los que se hallaban ahí—. Fuera, Keiko. No tienes nada que hacer aquí.

Resoplando, Keiko dio media vuelta y avanzó hacia la salida, donde pidió su caballo para alejarse con rapidez.

Kaoru volvió a su asiento.

—Todos salgan ahora mismo —ordenó—. ¡Ahora!

En silencio, los hombres caminaron fuera de la carpa. El último en salir fue Aoi, quien antes de cruzar el umbral dio una mirada atrás para observar al Jefe Kaoru, quien cubría su frente en una señal de hartazgo.

—La única persona capaz de enfurecerlo es ella —habló Yamada, llamando la atención de Sugizo y Aoi—. Keiko nunca mantiene la boca cerrada.

—No entiendo por qué Kaoru aún no la reconoce como líder de las chikaras —dijo Sugizo—.  Su madre Nadeshiko lo fue durante años, es lógico que sea Keiko quien tenga aquel mandato. Además, todos la hemos visto en combate, es la Chikara más fuerte que hay.

—El jefe Kaoru tendrá sus razones —dijo Yamada con una sonrisa amarga—. Tengo algunas noticias para ti, Sugizo. ¿Vienes conmigo un momento?

El pelirrojo asintió y caminó con Yamada, apartándose.

Aoi giró para mirar hacia el campamento, ahí observó que Ruki y Reita andaban a paso lento entre las tiendas de los pobladores, el más bajo acomodaba su brazo dentro del hueco que hacia el brazo de Reita al doblarse. Aoi se dirigió hacia ellos a paso rápido.

—¿A dónde van? —Inquirió, interrumpiendo su andar—. Kaoru ordenó que se fueran de aquí.

—Oh, definitivamente no haremos eso —respondió Ruki, con su sonrisa de siempre—. Necesito hablar con la Princesa Keiko. Ella desea escucharme.

—Lo mejor será que se vayan ahora y evitar más problemas.

—Lobo Azul, no me iré de aquí —Ruki suspiró—. Verás, durante el viaje insistí mucho en conocer al Jefe Kaoru porque creí que era él quien me ayudaría contra Kai, sin embargo, descubrí hace unos momentos que no es así. En realidad, es a Keiko a quién estuve buscando.

—Ruki, entienda que comenzar una guerra ahora sería una locura.

—Lo que le dije al Jefe Kaoru hace un momento es cierto, nosotros no daremos el primer paso, lo harán los hombres de Kai, es solo cuestión de tiempo. No me creas ahora si así lo prefieres, pero esos hombres planean algo en contra de los Salvajes. No puedo ver qué es, pero puedo asegurarle que hay peligro y ya empieza a marchar hacia acá. Debo mantenerme aquí para protegerlos de un mal para el que aún no están preparados.

Aoi arrugó el entrecejo.

—No quiero problemas con las tribus —dijo en un susurro suplicante—. La tribu Sasaya durante mucho tiempo han intentado terminar con la vida de todos los refugiados, especialmente conmigo y Sugizo. En los últimos años han tomado fuerza, si seguimos con esta locura terminarán por asesinarnos a todos.

—Necesitan entender que ustedes no son sus enemigos —Ruki alzó la cabeza y miró a Aoi directo a los ojos—. Yo puedo encargarme de eso, pero para ello debo hablar con la Princesa.

—Solo no genere otra pelea, ¿entendido?

Ruki asintió y, sonriendo, continuó caminando en búsqueda de la carpa donde vivía Keiko.

Aoi volvió donde sus pasos, encontrándose nuevamente con Sugizo. El pelirrojo le veía con un gesto extraño.

—¿Qué es lo que sucede? —Preguntó Aoi.

—Estoy un poco decepcionado de ti.

—¿Por no apoyar la locura que propone el Ave Ciega? —Sonrió irónicamente—. Vamos Sugizo, sabes que Kaoru no permitirá que suceda.

—Tú estás a favor de la causa, pero frente a Kaoru tienes miedo a aceptar que crees en ella.

Aoi no dijo nada más, sino que frunció el ceño.

—Deberías darte cuenta de que ya no eres más un soldado, Aoi —dijo Sugizo—. Eres un desertor abandonaste toda relación con ellos el día que enterraste tu espada y armadura en la ciudad de los esclavos y decidiste venir acá.

—No hay razón para recordármelo.

Sugizo cerró los ojos y suspiró.

—Yamada me ha dado noticias el Reino, creo que esta vez es necesario que las escuches.

—¿Ocurre algo malo?

—Se trata de Tomoaki, el padre del Rey Kai. Murió hace un tiempo.

—Me imagino que Kai tiene un nuevo consejero a su cargo.

—Exactamente de eso es que quiero hablarte —suspiró—. Kai no eligió a su hermano Toshiya, como todos imaginamos. Kai eligió a Uruha.

Aoi sintió cómo los vellos de sus brazos se erizaban con la sola mención de ese nombre del cual no había escuchado en años. El escalofrío que acarició su cuerpo lo dejó pasmado por un momento.

—Estos años ha permanecido al lado del Rey Kai, Uruha ha estado parado sobre la tumba de los hombres que murieron por intentar revelarse ante el reino —continuó Sugizo—. Mientras tú eres recordado como una escoria en el reino, él se regocija con todo lo que consiguió al haberte entregado.

Aoi desvió la mirada.

—Él te traicionó.

—¿En serio me dices esto porque quieres que apoye el inicio de una guerra? —dijo Aoi.

—No, Aoi, lo hago porque quiero que recuerdes que en el reino no quedan hombres de bien —suspiró una vez más—. Yamada me contó algo más, pero no sé si estás preparado para escucharlo.

—Dilo —dijo el Lobo Azul.

—Está bien —hizo una pausa y miró a sus pies—. Los rumores dicen que Uruha es el nuevo amante del Rey.

Una punzada extraña golpeó el vientre de Aoi, pero él se mantuvo callado. Esa sensación que se había incrustado en su pecho lo hacía sentir débil de una forma que no podía explicar. Algo dentro de sus recuerdos ardía como si de una cascada de fuego se tratase.

—El poder cambia a las personas, Aoi —susurró Sugizo—. Todo lo que sucedió con Uruha no fue culpa tuya.

—Lo fue —respondió Aoi con rabia en la voz. Se dio media vuelta y se alejó de Sugizo. Necesitaba estar solo con sus pensamientos

 

 

Keiko estaba sentada sobre su silla dorada, aquella que había sido heredada de su madre Nadeshiko hace algunos años. Habían transcurrido casi 14 años desde que ella muriera en una batalla librada en contra de los hombres del Reino de Plata que vivían al otro lado de sus fronteras.

Ellos, sabiendo que un gran número de hombres escapaban de la Ciudad de los Esclavos para refugiarse bajo el manto de las tierras libres, comenzaron un ataque en contra de los Salvajes, llamándoles herejes por aceptar a los hombres que fingieron creer en la Reina de la Paz solamente para sobrevivir.

Nadeshiko había sido una mujer fuerte y valiente, la guerrera más poderosa que las chikaras habían tenido alguna vez. Enamorada de Kaoru, se comprometió con él y se casaron semanas después. Tuvieron a su única hija, Keiko, quien desde pequeña creció bajo el mismo entrenamiento que sus padres.

Luego del nacimiento de Keiko, Kaoru fue nombrado como Jefe de Nultukoz y todos los salvajes, mientras Nadeshiko se mantuvo a su lado, siendo llamada Reina de los Salvajes. Años después, cuando la guerra contra los falsos reyes comenzó, ambos lideraron a sus ejércitos para defender sus tierras. Fue una batalla corta, pero no por ello poco sangrienta. Miles de hombres en el bando de los salvajes cayeron defendiendo su libertad, llevándose con ellos gran honor.

Un tratado de paz entre el Reino de Plata y los Salvajes terminó con aquella guerra. Dicho tratado se acordó días después del asesinato de Nadeshiko.

Keiko aún recordaba aquella noche, tenía ya seis años de edad. Se mantuvo escondida en la carpa de su madre, esperando que alguien llegara por ella y la llevara a un lugar más seguro. Los choques de espadas se escuchaban cerca y las sombras de la batalla reflejaban la muerte por todas partes.

Pronto, alguien entró a la carpa. Era un hombre corpulento con una armadura blanca manchada con tierra y sangre. Llevaba su espada desenvainada llena de un rojo oscuro y espeso. En su rostro se dibujaba una sonrisa enferma, sedienta de más sangre. Keiko temblaba oculta detrás de una cortina dorada, lloraba pensando que pronto la encontraría aquel hombre enemigo.

Fue entonces que escuchó a un caballo relinchar y la carpa se abrió una vez más, dejando al descubierto a Nadeshiko. Sus mejillas blancas y siempre adornadas con el color dorado que representaba a su tribu, estaban ahora untadas en suciedad y sangre seca, mientras sus ojos brillaban con irá al descubrir a aquel hombre. Alrededor de su cabeza sostenía la cuerda de plata que siempre llevaba consigo. Aquella era el regalo que Kaoru le había otorgado el día de su compromiso.

—Así que eres tú la Reina de los asquerosos salvajes —dijo el caballero de la armadura blanca, sonriendo como un monstruo—. Me han mandado por ti.

Nadeshiko no respondió nada, buscaba discretamente a Keiko con la mirada.

—Te asesinaré —espetó aquel hombre y se balanceó contra la mujer.

Ella esquivó el golpe con facilidad, blandiendo su espada y golpeando con fuerza a su oponente. Como siempre, se mantuvo fría y firme durante la batalla, sin una sola pizca de miedo, impidiendo que en algún momento su mirada permitiera se escapara algún sentimiento. Los años la habían ayudado a mantenerse fuerte durante cualquier pelea, convirtiéndola en la mujer más peligrosa y fuerte de su tribu y de todos los salvajes.

Mientras Keiko lloraba en silencio, sintió que la cortina en la que se había refugiado cedía y se rompía por su peso, dejándola a ella caer al suelo. En ese momento, Nadeshiko giró para mirarla con preocupación, y en ese instante, la espada del caballero contra el que se enfrentaba se enterró en su vientre.

Aún con los años que habían pasado, Keiko tenía muy claro en su memoria el rostro de su madre en aquel momento, llena de dolor, pero, aun así, preocupada únicamente por su hija. Con la fuerza que aún mantenía, Nadeshiko levantó su espada y la enterró sobre el hombro de su contrincante, pero no consiguió más que un ligero quejido seguido de una risa.

Nadeshiko cayó al suelo de rodillas mientras un charco de sangre se expandía a su alrededor. Mantenía la mirada fija sobre su hija, quien sollozaba con fuerza ante el miedo. El hombre de la armadura blanca sonrió victorioso.

—Toshiya quiere que no olvides que tú tuviste la culpa de esto —gritó y blandió su espada frente a los ojos de la mujer moribunda—. Ahora dejaré que veas como asesino a tu hija.

Keiko gritó e intentó escapar, pero fue en vano. El hombre rápidamente la tomó por sus cortos cabellos castaños y levantó la espada. En ese momento, la carpa se abrió de nuevo y un hombre corrió hasta el caballero de blanco. Enterró el filo de su espada en la espalda del otro hombre con tanta fuerza que ésta cruzó su cuerpo hasta observarse la punta salir al otro lado. El caballero cayó al suelo y Keiko se soltó del fuerte agarre. Así alcanzó a distinguir a un hombre con traje azul y cabellera negra, su rostro había quedado empapado en sangre y él mismo estaba conmocionado ante la escena.

Keiko corrió hasta le cuerpo de su madre y se inclinó ante ella. Nadeshiko tenía las manos frías y de sus ojos se escurrían algunas lágrimas.

La carpa se abrió una vez más y el hombre desconocido giró hacia atrás para mirar a quien recién llegaba: Kaoru.

—Lo siento —dijo el caballero de la armadura azul—. Llegué demasiado tarde.

Kaoru, con la mirada desencajada y cubierta en incredulidad, tiró la espada que llevaba consigo en una mano y caminó despacio donde Nadeshiko. Se dejó caer de rodillas al lado de su amada y la tomó por las mejillas.

—Perdóname —susurró Kaoru, con la voz quebrada—. Por favor, no te vayas.

Nadeshiko respiraba con mucha dificultad, pero aun así le sonrió. Logró colocar su delgada mano sobre la mejilla de Kaoru. Él le dio un beso en los labios y recargó su frente con la de ella mientras algunas de sus lagrimas caían sobre el rostro de Nadeshiko.

Pronto, ella cerró los ojos y su pulso se detuvo por completo. Su cabeza se deslizó entre las manos de Kaoru y su larga cabellera negra adornó el suelo. Kaoru dio un grito de impotencia mientras las lágrimas no dejaban de escurrir por sus mejillas. Abrazaba y balanceaba con desesperación el cuerpo de la mujer que amaba como una última y desesperada forma de recuperarla.

Esa fue la única vez que Keiko vio a Kaoru llorar.

El sonido de la carpa abriéndose le hizo a Keiko alejarse de sus pensamientos y mirar hacia la entrada de sus aposentos. Una de las chicas que pertenecían a la tribu Chikara apareció.

—Un par de hombres la están buscando afuera —le dijo—. Dicen que necesitan hablar con usted.

Keiko mostró una de sus sonrisas características, entrecerrando un poco los ojos. Recargó su codo sobre el soporte del brazo de la silla.

—Deja que entren —ordenó sin moverse de su posición.

La chikara salió de la carpa y segundos después, el hombre de la túnica negra y su sirviente entraron. Ruki le sonreía ampliamente.

—Mi padre les ordenó retirarse —dijo Keiko—. Creo que no están conscientes de que los matará por haberse quedado.

—Necesitaba hablar con usted, Princesa —respondió Ruki y dio un par de pasos al frente, sosteniéndose aún del brazo de su sirviente.

—Tienen la valentía suficiente para desobedecer a Kaoru siendo que eso los conducirá a una muerte segura. ¿Qué es lo quieren?

—Es sobre los planes en contra del Rey Kai —respondió Ruki sin apartar la mirada de la chica—. Necesitamos a sus ejércitos.

—Mi padre dijo que no apoya esa locura, nada lo hará cambiar de opinión. Mucho menos yo, si es lo que creen.

—El jefe Kaoru no quiso escucharme, pero el mal se aproxima. Por eso, más que nunca, debo permanecer en sus tierras para protegerlos de la invasión que están planeando Kai y sus hombres.

—No serían tan idiotas como para pretender atacar a nuestros pueblos de nuevo —Keiko se levantó de su silla y caminó con lentitud hasta quedar frente a frente al Ave Ciega—. Para ellos no es conveniente una guerra.

—No se guían por la conveniencia, sino por el odio. Es lo que los ha motivado todo este tiempo, todos estos años —hizo una pausa de pronto y agachó la cabeza—. No deseo que usted interceda por mí ante su padre, pero la necesito a usted de mi lado.

—Yo no creo una sola palabra de lo que tu estúpida religión dicta —Keiko caminó rodeando a Ruki—. Ningún hombre que se diga a sí mismo un Dios es de fiar.

—No me interesa que se una a una religión —Ruki volteó la cabeza para mirar a Keiko sobre su hombro—. No juzgo a la gente buena según crean en mí o no, lo hago con base a sus acciones e intenciones.

—¿Qué clase de Dios es tan imbécil? —Keiko se puso las manos en la cintura y sonrió una vez más—. No eres más que un charlatán, así que no me queda más que indicar que los asesinen a ambos.

—Usted quiere lo mismo que yo —Ruki dio media vuelta para quedar frente a frente a la princesa y también le sonrió.

—Tú no sabes lo que yo quiero —respondió ella, desafiante.

—¿No quiere justicia en nombre de todos los caídos en una masacre sin sentido? —Inquirió Ruki—. Justicia en nombre de su madre.

Keiko dejo de sonreír y arrugó el entrecejo. Sacó una daga que tenía oculta entre su cinturón plateado y la colocó en el cuello de Ruki, amenazándolo.

—¡No vuelvas a hablar de ella! —Gruñó llena de rabia.

Reita dio un paso hasta ellos, tratando de proteger a Ruki, sin embargo, su amo lo detuvo haciendo un ademán

—Yo no soy su enemigo, Princesa —respondió sin perder la sonrisa—. Solo digo la verdad. Me bastó con ver un poco de su mente y su pasado para entenderla a la perfección. La rabia que alberga en contra de los hombres del otro lado de las fronteras puede llegar a cegarla, pero dentro siempre ha mantenido la convicción de ser mejor que ellos. Es capaz de distinguir entre el bien y el mal a la perfección, y eso, sumado a su fuerza física, es justo lo que necesito ahora.

Keiko se quedó observando a Ruki, respirando con agitación, amenazándole con la daga.

—Quiere ir por Toshiya, ¿no es así?

Los ojos de la chica se dilataron.

—Nunca le dije a nadie ese nombre —susurró—. ¿Así que puedes leer mi mente?

—Puedo leer toda su vida —Ruki tomó la mano de Keiko y ella lentamente alejó la daga—. Ese nombre ha retumbado en sus oídos durante tantos años, cuando ni siquiera sabe quién es.

—¿Pretendes chantajearme con esto? —Keiko se soltó del agarre de Ruki.

—No es esa mi intención, pero puedo ayudarle a calmar sus dudas —hizo una pausa y ordenó a Reita acercarse hasta él—. Toshiya es el hermano del Rey al otro lado de las fronteras. Reita, mi sirviente, trabajó para él durante un tiempo.

Keiko miró al rubio cubierto con la máscara negra. Sus ojos se volvieron rojos por un instante, sus pupilas adquirieron la forma de una estrella.

—Así que en realidad eres un monje de tres ojos —susurró ella—. ¿Cómo logró llegar hasta acá?

—La maldición que le pusieron lo convirtió en Bestia. Logró escapar y llegar a mí para pedir mi ayuda, sin embargo, no puedo deshacer la maldición debido a la forma en la cual fue hecha. Reita es un hombre de buen corazón a pesar de haber estado rodeado de la maldad, es por eso que acepté se quedara como mi sirviente.

—¿Y qué sabes de Toshiya? —Preguntó la joven y volvió a guardar su daga.

Reita miró a Ruki, pidiéndole permiso para hablar. El pelinegro simplemente asintió y el rubio comenzó.

—Cuando los sobrevivientes de la Guerra por la Paz comenzaron a escapar de la Ciudad de los Esclavos, lugar donde los confinaban los gobernantes al otro lado de la frontera, Toshiya mandó parte de su ejército a asesinar a todo aquel que los ayudara —dijo—. Entre aquellos que ayudaban a los refugiados, se encontraba tu madre.

Hubo un silencio de algunos segundos.

—Ella era demasiado lista y fuerte —continuó Reita—. La consideraban una rival demasiado poderosa y eso llamó la atención de Toshiya, quien en ese tiempo era gobernante de la Ciudad de los Osos. Finalmente, el gobernador Toshiya me llamó a mí para hacer un hechizo.

Keiko entrecerró los ojos.

—¿Qué clase de hechizo? —Preguntó la chica.

—No era para ella, sino para él —respondió Reita—. Quería algo que le ayudara a dejar de lado su obsesión por esa mujer. Sin embargo, no pude hacer nada más, ni yo ni ningún otro Monje. Era imposible porque de alguna manera retorcida, él estaba enamorado de ella.

—¿Qué demonios? —Keiko se dio media vuelta, hablando con incredulidad.

—Toshiya le ofreció a Nadeshiko dejar de pelear contra los salvajes y evitar la guerra que se aproximaba, a cambio ella debía ir con él. Lógicamente, ella rechazó aquello, haciéndole enfurecer más.

—Inició una guerra por un capricho —sentenció Keiko, alzando la voz cada vez más—. ¡Mandó a matar a mi madre por un capricho! —Gritó y caminó hasta la mesa de las armas para patearla con furia.

—Lo lamento mucho, Princesa —dijo Reita y se inclinó ante ella.

Keiko se quedó en silencio, procesando lo que acababa de escuchar.

Ruki caminó cerca a Keiko y la tomó por la cintura, tratando de transmitirle algo de calma.

—Tú madre no merecía morir —susurró él, con gentileza—. No lo merecía, al igual que no lo merecía toda la gente inocente que cayó por culpa de una masacre sin sentido.

Keiko se alejó del toque de Ruki, mirándole con furia.

—Algo malo se acerca —dijo Ruki nuevamente—. Más gente morirá por culpa de los mismos hombres.

Keiko se mantuvo en silencio.

—Ellos están preparando un arma para la que ustedes no están preparados —continuó Ruki—. Si me marcho ahora, no podrán defenderse y más gente inocente morirá. No le pido que trate de convencer a sus ejércitos de atacar, solo déjenme quedarme para protegerlos de las armas que el Rey de la Guerra ha puesto en manos de los hombres.

Reita caminó hasta Ruki y le tomó por un brazo. Sin decir más, ambos hombres se inclinaron frente a Keiko y caminaron hacia la salida de la carpa.

La chica suspiró y dio media vuelta.

—Está bien —dijo—, quédense en el campamento. Pero antes, necesito saber algo más.

Ruki miró a la chica con un rostro de sorpresa, el cual pronto cambió una sonrisa.

—Por supuesto, Princesa —dijo—, ¿qué desea saber?

 

 

 

Notas finales:

¿Qué les pareció, además de largo? (?)

La vez pasada les dije que el Kaiha me daban ganas de arrancarme el cabello, pero me pasa lo mismo con mi Aoiha jaja

Va lentito el aoiha, pero la cosas se ponen emocionantes entre Aoi y el Conejo Aprendiz <3

Espero no tardarme tanto en actualizar la próxima vez. He estado muy ocupada llenando un cuadernito con los detalles de este fanfic que casi se me olvida escribirlo jaja

Pero bueno, les digo que se hace lo que se puede.(?)

Muchisímas gracias por leer, ojalá les haya gustado y puedan dejarme algún review ;w;

¡Hasta la próxima!

 

 

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