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Para ganarse el afecto por BocaDeSerpiente

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—…así que supongo que podríamos reunirnos en…—Una pausa, un resoplido—. Él no me está prestando la más mínima atención, ¿cierto?

—Para nada —Le confirmó Zach, frunciendo los labios de ese modo en que hacía cuando pensaba que estaba siendo empalagoso. Por supuesto que a él no podría haberle importado menos.

—Harry —Cedric lo codeó para intentar capturar su atención, en vano. Tenía los ojos puestos en Draco, en la distancia, agachado frente a Fang, el perro del guardabosques, con quien cumplía el último castigo del año, por haber molestado a unos Gryffindor que, si tenía que defenderlo (no justificarlo, claro), eran bastante odiosos—, Harry. ¡Harry!

Un murmullo de sus amigos. Él aún tenía los ojos puestos en el Slytherin.

—…bien —Cedric soltó un dramático y largo suspiro—. Harry, ve con él.

El aludido dio un brinco y observó a sus amigos con ojos enormes, por primera vez en los últimos veinte minutos que llevaban sentados en la entrada del castillo, desde que vio a Draco salir del Bosque Prohibido detrás del semigigante, con su expresión hastiada de costumbre.

—No- yo-

—Si vas a estar aquí, fingiendo que escuchas y mirándolo como un crup a su hueso, sólo vete —Señaló Zach, rodando los ojos con exasperado afecto, e hizo un gesto teatral para apuntar en la dirección en que estaba el Slytherin. Cedric le palmeó la espalda.

—Ve por él, Harry. Lo mínimo que esperamos es que consigas otro beso.

Harry cambió su peso de un pie al otro, jugueteó con sus dedos, y evitó la mirada de sus compañeros de Casa. Él nunca les mencionó el beso, lo tomó como un secreto de acuerdo común entre ambos, dada la manera tan aislada en que Draco coexistía con el resto de los estudiantes de Hogwarts; sin embargo, tampoco fue necesario.

Con encontrarlo en la Sala Común, divagando con los ojos puestos en la ventana mágica que cambiaba paisajes a petición de los Hufflepuff, tocándose los labios en que aún podía percibir el contacto fantasmal de los de Draco, y sonriendo a la nada, les quedó claro lo que ocurrió. Tampoco tenía ganas de negarlo. Sólo podía esperar que no lo dijesen donde el Slytherin pudiese escucharlos y percatarse de lo que sus amigos sabían.

—Ve —Cuando no se movió, Cedric se posicionó detrás de él, dándole leves empujones en la espalda alta—, ve, ve. Es el último día y vas a dejar de verlo por una semana, Harry, ¿recuerdas?

Aquello encendió un estado de alerta dentro de él, obligándolo a enderezarse y cuadrar los hombros. Era cierto; por haber permanecido en el castillo para el Baile de Yule y la navidad, tenían permitido retirarse una semana, que abarcaba los últimos días del año y los primeros del siguiente, para estar con sus familias.

Una vez que saliesen en el expreso tardío, no sabría de él por siete días enteros. Y ya que no hablaron de escribirse por cartas, Harry no se sentía con derecho a tomarse esas libertades.

La idea de perder lo poco que tenían esos días, lo enloquecía.

Asintió, tragó en seco e hizo acopio de valor, acomodándose la bufanda verde que era su prenda favorita, para infundirse confianza, y después atravesar la extensión de césped que los separaba con largas y ruidosas zancadas, de manera que no le fuese posible arrepentirse a último minuto y huir. También sirvió para capturar con antelación la atención de Draco, que se puso de pie y lo vio mientras avanzaba los últimos pasos, más vacilante.

Se detuvo frente a él y boqueó, igual que un pez fuera del agua, por la repentina e inexplicable falta de oxígeno que sentía. El Slytherin elevó una ceja. No estaba seguro de si el gesto empeoraba su nerviosismo, porque sabía que esperaba algo de su parte, o las ansias que tenía de sujetarle el rostro y besarlo.

Merlín, quería tanto besarlo. Pero también oírlo hablar, sentir su mirada, rozar su mano-

Suspiró, sin darse cuenta, y de algún modo, aquella acción lo ayudó a liberarse de parte de la tensión que lo invadía.

—¿Vas a ir con tu- tu familia esta semana libre? —Draco asintió y aguardó. Cuando no encontró su voz para continuar, él preguntó, con el entrecejo un poco arrugado:

—¿Tú no, Pufftter?

Pufftter. Él sólo atinó a reírse tontamente, antes de lamentar cómo sonaba y carraspear con fuerza para ser más masculino. No quería darle una imagen al chico que pudiese ser negativa.

—Por supuesto —En su intento de aparentar seriedad, la voz le salió más ronca de lo que la tenía, y sintió que el rostro se le teñía de rojo enseguida. Draco giró la cabeza un instante, para disimular su reacción. Apenas llegó a distinguir un atisbo de su sonrisa divertida y la risa silenciosa que le sacudió los hombros.

Decidió que podía hacer el ridículo todas las veces que hicieran falta, si ese era el resultado.

—¿Así que no hay forma de que nos veamos o, ya sabes, hablemos? —Inquirió, quizás con demasiada suavidad, a la vez que barría el suelo con uno de sus pies, inquieto. Draco lo ponía malditamente inquieto.

El Slytherin pareció considerarlo. Miró hacia atrás y a la cabaña, donde supuso que no tenía intenciones de volver ya que su castigo concluyó, y luego por encima del hombro de Harry, al castillo.

—¿Sabes que tus amigos Puffs están diciéndome que te bese desde allá atrás? —Le llevó un instante captar lo que decía y ahogar un grito, dándose la vuelta. Efectivamente, Cedric simulaba sostener a un Zach dramático que intentaba besarlo y luego fingía desmayarse de pura felicidad.

Se cubrió la cara con las manos. Sus amigos podían ser horribles también.

Pero frente a él, Draco se echó a reír. Tenía la risa más hermosa del mundo, melodiosa, vibrante, su sonrisa no le ocupaba todo el rostro, pero no habría sido capaz de fijarse en nada más, y arrugaba la nariz de forma apenas perceptible, con un aire de niño travieso que la edad no podía arrebatarle.

Harry decidió que adoraba a los chicos por haber obtenido ese resultado. Se quedó mirándolo, embelesado, hasta unos segundos después de que hubiese dejado de reír. Fue el turno de Draco de aclararse la garganta, a la vez que se colocaba un mechón lacio detrás de la oreja; aquello constituyó una verdadera prueba, para resistir el impulso de hacerlo por él, y de paso, maravillarse con su cabello.

—No intercambio cartas durante las vacaciones, normalmente —Indicó, tras un momento, y no pudo evitar preguntarse a qué se debía el énfasis especial que utilizó en la última palabra.

Se mordió el labio inferior y puso a funcionar su mente, tan rápido como podía. Tenía que idear algo. Esa semana que se aproximaba le sonaba a eternidad.

Lo tenía.

—Mi casa siempre tiene invitados —Le contó, empezando a gesticular con ambas manos, deprisa, sin cuidado—; amigos de mi papá, compañeras de mi mamá, vecinos. Casi toda la cuadra pasa por allí el día antes del año nuevo, hay una reunión y luego cenamos en familia, un poco tarde, y mamá pone nuestros deseos para el próximo año en una pared y-

Calló, de pronto, cuando pensó que era demasiada información. Draco lo observaba con tanta curiosidad que tuvo que forzarse a volver a carraspear y proseguir, más calmado.

—Podrías venir.

Silencio.

Más silencio.

Luego era Draco quien barría el piso con un movimiento de su pie.

—No me gustaría meterme en alguna tradición familiar.

—Serías mi invitado —Aclaró enseguida—, puedo llevar a alguien, de verdad. A ellos no les importa y podrías divertirte. Digo, si quieres; si no quieres, es obvio que no podrías venir, porque no te divertirías y yo quiero que te diviertas conmigo, bueno, no conmigo, conmigo, pero ya sabes, que disfrutes de-

Volvió a silenciarse, esa vez, porque Draco le presionó la mano sobre los labios. Él se quedó paralizado, el corazón desbocado de nuevo. Le besó la palma, despacio, con cuidado y sin romper el contacto visual, como si temiese arruinar ese algo que los envolvía y al que no sabía cómo llamar.

—Si me dices dónde vives y a qué hora llegar…—Y dejó las palabras en el aire, a propósito. Harry comenzó a hablar en cuanto lo liberó.


Decir que estaba nervioso, era quedarse corto.

Decir que esperaba que saliese perfecto, era ser ingenuo.

Su madre estaba sentada en uno de los sillones de la sala, casualmente a unos pasos de distancia de él, que no dejaba de caminar en línea recta, paralela a la chimenea de la red flú, de ida y vuelta, mientras ensayaba unas líneas sobre lo que pensaba decirle a Draco luego de los primeros tres días de no verlo, y se pasaba las manos por el cabello, dejándolo más desordenado de lo que ya estaba de por sí.

El bullicio general de la reunión quedaba relegado a la sala más amplia, donde recibían a los invitados en esas ocasiones, con mesas que se alargaban por magia y sillas que Lily y Remus se pasaban el día multiplicando, para que nadie se fuese a quedar por fuera durante ese par de horas. Antiguos compañeros de colegio de sus padres, con sus respectivas familias, algunos agentes del Ministerio, de nombres y títulos que para él carecían de importancia, porque se fijaba más en si eran agradables o no, incluso familiares lejanos de los Black, esos que, igual que su alocado padrino, fueron repudiados por su familia.

Se oía la voz de James, clara, firme, segura, bromeando con sus viejos amigos, las risas estruendosas que causaba, pasos, el choque de copas para celebrar. Más titubeante, la vocecilla de Peter intentaba decirle algo que no podía entender, y supuso que su padre no le hacía mucho caso.

Él había pedido permiso para invitar a alguien. Era probable que James creyese que se trataba de Cedric, o de Zacharias, como el año pasado.

Lily era más lista. La mirada conocedora que la bruja le echaba de reojo, no hacían más que aumentar su nerviosismo permanente.

Llevaba la bufanda verde Slytherin en torno al cuello, se había puesto lo que su madre calificaba como su 'mejor ropa', incluso se pasó cuarentena y cinco minutos batallando contra su cabello para reducir un poco el volumen incontrolable y los mechones que le caían sobre la frente, en vano. ¿A Draco le importaría? Esperaba que no. Rogaba porque no.

Merlín, hasta respirar era difícil. Le sudaban las manos, quería correr o gritar y Helga, la crup que tenía por mascota desde su segundo año en Hogwarts y a la que mimaba en demasía durante las vacaciones, lo acompañaba en su recorrido interminable por el espacio cerrado, con pasos ruidosos, agitando la cola bífida y dando alegres ladridos, antes de que le rascase tras las orejas y siguiese con su sufrimiento.

Iba a morir de nervios y Malfoy lo encontraría en el peor momento posible, sin duda. Ya podía sentir la vergüenza.

Dio un brinco cuando la chimenea estalló en humo verde, anunciando una llegada tardía, o al menos, después de lo que lo hacían invitados más viejos, que se pasaban casi todo el día ahí. El corazón de Harry se detuvo un instante, sólo para reanudar su latir con fuerza suficiente para darle la impresión de que se le escaparía del pecho, enloquecido.

Era tan bonito. Siempre era bonito, pero con la camisa manga larga, gemelos de plata en los puños, el pantalón plisado y los zapatos de vestir, lo único que le confería un aura más inmadura era el agarre inseguro que tenía en los tallos de un ramo de flores blancas.

No sabía si estaba respirando correctamente. Lo dudaba. Aquella entraba en la lista de imágenes que podían cortarle la respiración a cualquiera con ojos, según él.

Draco daba un vistazo alrededor, y al localizarlo, una de las comisuras de sus labios se elevaba, y sí, era tan bonito, que Harry ni siquiera reaccionó cuando Helga se arrojó a sus pies y correteó alrededor de su invitado, olisqueando sus zapatos y piernas, y después vino su madre, acercándose para saludar con una sonrisa que advertía que sabía más de lo que él había pronunciado. El chico hacía alarde de una increíble caballerosidad, que su padrino habría clasificado de digna de un snob sangrepura, al entregarle el ramo a la bruja. Lily estaba más que complacida cuando le pasó por un lado, con un guiño, y salió de la pequeña sala, bajo la excusa de poner sus nuevas flores en agua.

Quedaron solos, con Helga y el bullicio general de fondo. Harry se apresuró a tirar, con cuidado, del collar de su mascota mágica, para instarla a sentarse y dejar de hostigar a su compañero. Malfoy elevaba una ceja al examinarla, de ese modo que era tan Malfoy y nadie más lograría.

—¿No te gustan los crups? —Fue lo primero que preguntó, con un hilo de voz.

Merlín, no podía casarse con alguien a quien no le agradase su pequeña Helga, que de pequeña, ya no tenía nada. Y él sabía que era muy pronto para pensar en compromisos de ese tipo, pero, de nuevo, Draco era demasiado bonito, y estaba atrapado en una burbuja de felicidad y calidez, cosquilleos en el estómago, así que casarse le parecía una opción lógica a futuro.

—Nunca me dejaron tener uno —Mencionó, despacio, medido, al ofrecerle la mano para que la oliese. Helga se zafó de su agarre, olfateó, y cuando lo lamió, arrancándole un grito ahogado a Harry, él se limitó a arrugar la nariz y contener la risa.

—Lo siento, lo siento, lo siento, ¡lo siento! Se emocionó, cuando ella se emociona, empieza a lamer y morder sin fuerza y-

—Está bien, Puff —Draco se dejó sujetar la muñeca y limpiar la palma con una toalla de papel que Harry corrió a buscar a la cocina. Tan concentrado estuvo en el gesto, que sólo al terminar, se dio cuenta de que tenía los dedos sobre esa piel fría y tersa, y estaban tan, tan cerca.

Una sacudida en su estómago, su corazón decidía saltarse un latido. Oh, cómo le gustaba estar cerca de él. ¿Existía algo mejor?

—Yo- —Balbuceó, la mente en blanco. Adiós a su discurso preparado.

—No me has saludado —Le oyó decir, como quien no quiere la cosa, deslizando los dedos sobre su palma y hacia su muñeca, en una línea que apenas habría podido considerar una caricia. Harry se estremeció de una forma que luego pensaría que era absurda—, creí que los Hufflepuff eran más educados.

Tuvo que tragar en seco y luchar por encontrar su voz, en ese recóndito espacio remoto en que sus emociones enloquecidas lo dejaban. Asintió varias veces, boqueando.

—Yo- yo- hola —Musitó. Podía ver la burla en los ojos grises, una que no era maliciosa como cuando estaba ante los Gryffindor, por suerte, pero tampoco habría sabido definir de qué tipo era, porque creía que no lo había notado observar así a nadie más—. Gracias por….venir.

Draco se rio de él y meneó la cabeza. Un instante más tarde, se abría camino hacia la sala amplia donde estaba el resto, para asomarse a ver qué ocurría, y Harry apretaba el paso para seguirlo, a pesar de que era su propia casa.

—Lo de las flores fue un lindo detalle —Comentó, deprisa, sin pensar. Lo vio asentir, distraído.

—Se llama "cortesía básica", Puff. Madre no me habría perdonado ir a una casa en que nunca he estado, sin llevar un regalo para tu madre.

—Aun así, fue lindo —Insistió, con suavidad, ganándose una mirada de reojo. Le sonrió—, y a ella le gustó.

—Son flores mágicas que huelen de acuerdo a cada mago o bruja, claro que le gustó —Rodó los ojos, con falsa exasperación. Antes de que Harry pudiese decir algo más, se le adelantaron:

—Joven Malfoy —Llamó una voz potente, un Auror, creía, ¿líder de un escuadrón, tal vez? El mago mayor se rio por lo bajo y le hizo señas para pedir que se acercase—, qué placer verlo. ¿A dónde ha dejado a sus padres?

—Padre y madre se encuentran en casa, señor Ministro —Oh, era el Ministro; bien, Harry no tenía idea. Draco le habló con voz perfectamente clara, que no se vio disminuida por el bullicio, y él tuvo la sensación de que le gustaba un poquito más.

Para su pesar, el comportamiento de heredero ideal de un legado antiguo y una fortuna inmensa, sumado a la actitud ya de por sí arisca de Draco, los mantuvo alejados gran parte de la tarde. No físicamente, sino en otros términos. Malfoy podía contestar preguntas con tono suave, casi amable, dejarse arrastrar, saludar, tironear, sin quejarse, pero su mirada-

Harry no creía haberle visto mirar de forma tan aburrida, tan desinteresada, lo que ocurría a su alrededor hasta entonces. Era como un autómata, alguien bajo el Imperio tal vez. No era Draco quien se permitía una débil sonrisa, un comentario afilado bien disimulado, y conservaba la rigidez de su estatus, así que una vez que la mayoría de los invitados se fueron, cuando Lily, Remus y Peter estaban ocupados poniendo la mesa y levitando platos y cubiertos, se lo hizo saber:

—Me gustas más cuando eres tú mismo —Susurró, sin mirarlo, sin pensar. Era una idea que se había formado dentro de su cabeza a medida que lo veía, y ya no pudo evitarla—, incluso con tus burlas y todo.

Recordaría, más adelante, que hubo algo maravilloso en la manera en que Draco lo observó cuando se quedó callado. Un brillo detrás del acero de su iris, una realización alcanzada, alguna emoción que se le escapaba.

Malfoy se mordió el labio inferior y asintió. Harry se preguntó si no podría besarlo ahí mismo, porque en serio, en serio, quería hacerlo cuando llevaba a cabo ese gesto.

Con lo que no contaba, o más bien, lo que pretendía ignorar hasta que llegase el inminente enfrentamiento, era la intervención de los Merodeadores cuando se sentaron a cenar. Lily era todo encanto y dulzura con su invitado, apremiándolo a comer más, haciéndole preguntas en tono bajo, sonriéndole.

Luego su padrino lo señalaba con un tenedor, una sonrisa ladina se le dibujaba en el rostro, y Harry podía augurar problemas y haber obtenido un Supera las Expectativas con Trelawney.

—¿Así que tú eres el novio de mi cachorro? —Se inclinó sobre un costado de la mesa, codos apoyados en el borde, la barbilla recargada en el dorso de una mano. Draco volvió a elevar una ceja, en lugar de amedrentarse bajo el escrutinio.

—Dudo que Harry haya dicho eso sobre mí.

Harry. Fue la primera vez que lo llamó por su nombre, y él podría jurar que se derritió por dentro en una emoción cálida y maravillosa. Lo observaba someterse al interrogatorio de los Merodeadores con una sonrisa tonta, que contenía, de por sí, respuestas suficientes para mentes observadoras como las de su madre, o inclusive Remus, que comenzó a negar al oír el intercambio entre sus antiguos amigos.

—Eso no fue un no —Señaló Sirius, con aire confidente.

—Tampoco fue un sí —Puntualizó Draco, sin perder la calma.

—Si no dices no, definitivamente es un sí —Siguió Peter, aunque vaciló y arrugó el entrecejo, confundido.

—Podríamos maldecirte si dañas a nuestro cachorro —Continuó su padrino, alarmando a más de uno en la mesa. Harry brincó, Remus lo reprendió, Lily le atinó un golpe en la cabeza con un cucharón.

—¡No amenaces niños, Padfoot!

—¡Sirius Orión Black, contrólate o vas a comer con Helga!

—Para tener oportunidad de maldecirme —Malfoy los sorprendió, hablando en el mismo tono claro y seguro de antes—, tendrían que contar con veinte años menos, por lo mínimo.

A Sirius se le desencajó la mandíbula, Remus y Peter se observaron con ojos enormes. Fue James, tras un momento, quien estalló en carcajadas.

—¡Me agrada! Me recuerda a mí. Merlín, Padfoot, eso sonó como cuando cenábamos con Bella y tu tía, ¿recuerdas…?

—Sí —Su padrino arrugó la nariz en señal de desagrado, pero medio segundo más tarde, se unía a sus risas, y luego los otros Merodeadores y Lily lo hacían también.

Harry contenía la risa cuando extendió el brazo por debajo de la mesa y atrapó una de sus manos. Draco giró el rostro hacia él de inmediato; parecía un poco confundido por la reacción general de su familia. No se apartó del contacto.

—Les agradaste.

—Por supuesto que lo hice —Malfoy soltó un ligero bufido. Él siguió comiendo con una sonrisa, su mano rozando la de Draco por debajo del mantel.

Sus padres simularon no darse cuenta y lo agradeció profundamente. Lily los observaba con enternecimiento.


—¿…no es demasiado ponerle a tu mascota en casa el nombre de la Fundadora de tu Casa?

—¿Cómo le pondrías tú a tu mascota? —Replicó Harry, que estaba sentado en la alfombra, a los pies del mueble, con las piernas extendidas frente a él, y Helga entre los brazos, pidiendo ser consentida y que le rascase tras las orejas. Draco estaba en el sillón, inclinado ligeramente hacia adelante y sobre su hombro, recargándose en el reposabrazos.

—Tenía un kneazle que se llamó Salazar —Admitió, arrugando la nariz, lo que lo hizo reír cuando levantó la cabeza para observarlo.

La cena había terminado una hora atrás. Su padrino, que tuvo intenciones de quedarse con ellos y fue arrastrado de vuelta a su casa por Remus, los dejó sólo media hora antes. Peter se marchó por su cuenta, tras darle un abrazo, y sus padres se perdieron, casi por casualidad en el piso de arriba, dejándoles la sala despejada.

Su conversación, un sonido bajo y suave, estaba al mismo nivel que el crepitar del fuego en la chimenea frente a ambos. Había momentos de silencio cómodo y tranquilo de por medio, y Draco no lo obligaba a poner su ingenio a trabajar e inventarse temas o razones, un hecho que le encantaba

Podían sólo estar ahí, Malfoy observaría las llamas, Harry intentaría que Helga no le lamiese el rostro y se quedase echada, y estaba bien. Más que bien

Era perfecto.

Con una exhalación, echó la cabeza hacia atrás, presionándola contra una de las rodillas de Draco, sin querer. No se movió. Él tampoco lo hizo.

El ángulo le dejaba ver al Slytherin que se inclinaba sobre él; su cabello lacio, arreglado, a excepción de un mechón que le caía sobre un lado de la frente, pero incapaz de hacerlo lucir desaliñado; sus ojos brillantes y grises, reflejándolo, llenándose de calidez por los tonos que le otorgaba el reflejo del fuego; los labios delgados y rosados. Podría haber vivido el resto de sus años de esa imagen.

¿Estaba respirando? De nuevo, no estaba seguro de hacerlo todavía. Un calor agradable se había instalado, sin permiso, en su vientre, y todo él se retorció por dentro cuando lo notó aproximarse más, su rostro quedando encima del de él. Centímetros los distanciaban.

—Debería irme a casa —Musitó, pero la posición los dejaba invertidos, y Draco miraba sus labios y luego sus ojos, y Harry notaba que se volvía a morder el inferior, y aquella llama que crecía dentro de él lo instaba a pedir algo que no sabía ni qué era, pero que anhelaba más que nada en el mundo.

—¿Te puedo volver a ver?

Un bufido de risa.

—Faltan unos días para volver a Hogwarts.

—Unos días son demasiado —Protestó por lo bajo, haciendo pucheros. Draco emitió un débil "hm"—, ¿por favor? ¿Aunque sea un momentito?

Cuando unas manos ahora familiares le cubrieron los ojos, el mundo se oscureció y Harry sonrió, sin darse cuenta. Luego se las quitó, despejando su campo de visión, y Draco continuaba ahí.

—Ya me viste. Otra vez.

—¿Tal vez puede ser otra más? —Probó suerte. El impulso de estirarse un poco y atrapar sus labios lo enloquecía, le vaciaba la mente, le hacía cosquillear el cuerpo de los pies a la cabeza.

—¿Justo ahora? —Se burló, con esa sonrisa que se torcía más hacia la derecha, y que Harry en serio, en serio, quería besar más de lo que quiso cualquier cosa alguna vez en su vida.

—Ahora, y mañana, y pasado…

No puede más. Levanta los brazos y no le importa que la posición no sea la ideal, que tenga que estirar el cuello y echar la cabeza más hacia atrás, ni siquiera que están en la sala de su casa y sus padres podrían tomar la decisión de regresar en cualquier momento, porque sí, es tarde, el tiempo se le escapaba a su lado.

Desliza las manos por sus mejillas, en una caricia lenta, cuidadosa. Debe tratarlo bien, quiere hacerlo. Se merece ser tratado bien.

Enreda los dedos en su cabello. Merlín, es más suave de lo que se imaginó; es agua, seda, aire contra su piel, y prefiere dejar que se le escurra y atrapar otros mechones, no tiene prisas. No hay nada que pueda preocuparle en ese instante, más que su respuesta cuando pregunta, con la voz estrangulada:

—¿Puedo?

Entonces Draco se toma un momento para asentir, despacio, de manera imperceptible para quien no esté así de cerca, y Harry une sus labios.

Es un beso lento, de movimientos torpes, un poco inseguros. Es un beso que lo invade de más hormigueos, de ganas de reír, de un calor agradable al que podía acostumbrarse.

Draco cierra los ojos y sonríe contra sus labios, y aquello es todo lo que Harry necesita. Él también sonríe. No lo sabe.


—…un Hufflepuff.

Harry nunca habría sabido explicar cómo Lucius Malfoy se enteró, porque obviamente no vestía el uniforme de Hogwarts al pararse frente a su puerta. Dudaba que Draco se lo hubiese contado, era la primera vez que tenían contacto alguno, y no era como si él presumiese en cuál Casa estaba; le enorgullecía, por supuesto, pero no iba diciéndolo como un demente Gryffindor haría.

No pudo evitar encogerse bajo su severo escrutinio. Los ojos grises eran más perspicaces de lo que habría podido imaginar, más fríos que el hielo, y completamente diferentes a los de su hijo, que era la razón de que estuviese ahí, el día después del año nuevo.

Había contenido un grito cuando un búho imperial llegó con una carta-invitación la noche anterior. Los Malfoy lo recibirían para saludar y conocer al nuevo amigo de su heredero, con quien pasó uno de sus días libres, además.

Tuvo que suplicar el permiso a su madre y utilizar a Remus, con su voz suave y razonamiento convincente, para que James aceptase dejarlo en las rejas de la Mansión; no habilitaron el flú ese día, y su padre, en general, no le tenía gran confianza a Lucius. Él prefería no pensar en los motivos.

No se esperaba quedar bajo una mira tan estricta, sentir que la boca se le secaba, que se empequeñecía. Ni siquiera era común que un sangrepura abriese su puerta, en lugar de un elfo, cuando podían permitírselos.

Estaba seguro de que fue a propósito.

—Y tiene un nombre —Escuchó el susurro de Narcissa Malfoy, la madre de Draco, que se posicionó junto a su esposo y le apretó un brazo con suavidad. Su mirada parecía decirle "y ni se te ocurra llamarlo de otro modo cuando esté aquí" y Harry tuvo renovadas energías para enfrentarlo al saberse apoyado—. Es un placer tenerte aquí, cariño.

Recordaría que se le ocurrió que era inusual que una mujer como esa utilizase un apelativo afectuoso en él, un extraño, pese a la reciente conexión con su hijo, pero no le dio importancia. Lo que fuese que Draco hubiese compartido con su madre, no lo incumbía, aunque le diese curiosidad.

—Gracias por la invitación —Oh, Lily estaría orgullosa de la sonrisa que le dio a la bruja, un momento antes de ladear la cabeza para ver por uno de sus costados, con curiosidad. El recibidor de la Mansión estaba vacío tras ellos.

Cuando Narcissa soltó una risa baja, sintió que el rostro le ardía y se apresuró a enderezarse, haciendo uso de su mejor porte. O lo que más se le parecía, al menos.

—Draco está en el patio —Indicó, con suavidad, y ante su mirada curiosa, añadió:—, le gusta fastidiar al kelpie del estanque mágico.

Harry se dejó guiar por el interior de la enorme casa, saludando a los elfos que veía pasar con un asentimiento y un murmullo, y fingiendo no darse cuenta de que Lucius Malfoy continuaba con los ojos puestos en él, dándole la impresión de tener clavadas cientos de agujas en la parte de atrás de la cabeza. En cuanto ella le señaló la dirección al patio trasero, a través de un corredor y una puerta de cristal, esperó a que se diese la vuelta y se alejase para correr hacia afuera.

Cruzó una larga extensión de césped y se detuvo, repitiendo sus instrucciones anteriores para sí mismo, dentro de su cabeza. ¡Vería a Draco! ¿Dónde estaba, dónde…?

Sintió que el aliento se le cortaba cuando lo divisó. El cabello se le agitaba con una ligera brisa y llevaba un atuendo tan formal como cuando fue a su casa en Godric's Hollow, pero la imagen en sí, resultaba extraña cuando se agachaba, recogía una piedra y la arrojaba al agua, haciéndola rebotar dos o tres veces sobre la superficie, y que lo que identificó como una cola, con aspecto de estar constituida de algas, saliese y se agitase, salpicando la orilla. Lo escuchó reír y sus latidos, que cesaron por un instante, se reanudaron con fuerza.

Se le acercó por detrás, tan sigilosamente como podía, con las manos en la espalda y una sonrisa. Cuando le quedaba alrededor de medio metro para alcanzarlo, no calculó bien distancia y altura, y la engañosa pendiente de lodo que bordeaba el estanque mágico, lo hizo resbalarse.

Cayó sentado, sin hacer más ruido que el sonido ahogado que se le escapó por la sorpresa. No le dolió el golpe físico, que apenas percibió, pero tal vez sí el de su orgullo.

Draco se había dado la vuelta al captar el movimiento y presenció la caída por completo. Lo observó desde arriba, con los labios entreabiertos y ojos enormes, confundidos.

Harry quería conjurar un agujero en el que esconderse por el resto de su vida. De preferencia, uno que tuviese vista hacia el Slytherin, para no perderse del todo lo bueno que tenía el mundo, según él.

—Pufftter —Le ofreció la mano y él la tomó y jaló para ponerse de pie, pero pisó mal y volvió al suelo con un quejido. Hizo que Draco trastabillase y fue por pura suerte que no lo derribó consigo.

Al tercer intento, apoyándose en las puntas de sus zapatos italianos cosidos a mano (para pesar de ambos), logró estabilizarse, y se recargó en Draco, dejando que este lo ayudase a subir la pequeña inclinación lodosa. Tal vez fue más una cuestión de gusto, que necesidad. Tal vez no.

Estaba tan feliz de verlo que no le importó en realidad la escena que acababa de hacer, porque mientras caminaban de vuelta a la Mansión, Draco le contaba del kelpie que habitaba ahí desde que era niño y que siempre quiso entrenar, sin éxito, y Harry le hablaba sobre la mirada que le echó su padre cuando lo recibió, con un escalofrío dramático incluido.

—Las cosas que dicen de él- —Draco hizo una breve pausa cuando llegaron a la puerta trasera de la Mansión, formó una línea recta con los labios y después bufó—, mi padre no es malo, ¿bien?

—No creo que lo sea —Murmuró él, en respuesta, y podría jurar que ese algo que tuvo en su casa durante la cena, se repitió en ese instante—, pero me asusta igual.

El Slytherin soltó un bufido de risa.

—Padre jamás dañaría a uno de mis invitados —Aseguró, abriendo la puerta para él, gesto que lo derritió por dentro, a pesar de que dejó en claro que era más con intenciones burlonas, por la sonrisa que le dedicó—, y si llega a intentarlo, yo te cuido, Puff.

Cuando entraron, Harry se tomó un momento, se armó de valor y deslizó su brazo por debajo de uno de Draco, quien lo observó con una ceja en alto. Le sonrió, nervioso.

—Es para estar cerca —Carraspeó—, si tienes que salvarme.

Los dos simularon que era una buena excusa y siguieron caminando. Estaban así cuando llegaron al comedor de treinta y seis puestos, de los que sólo cinco estaban habilitados. Podría jurar que Lucius, sentado en la cabeza de la mesa, tenía las ganas de maldecirlo escritas en el rostro.

Tragó en seco, y sin pensar, se pegó más a Draco. Quizás sólo sirvió para empeorarlo, a decir verdad.

—¿Alguna vez han llenado el comedor? —Decidió preguntar para distraerse, a medida que se acercaban. Draco arrastró la silla para él y la acomodó cuando estuvo sentado, y desde la que estaba al frente, Narcissa le dirigió un asentimiento de aprobación a su hijo.

—Pocas, pero sí —Reconoció el otro chico, sentándose a su lado. Quedaba en medio de su padre y él, y Harry quería pensar que era el mejor escudo posible—; normalmente, sólo somos madre y yo —Añadió, en voz más baja, de manera que los adultos no pudiesen oír.

Él pronunció un débil "oh", observó a Lucius Malfoy contestar con el entrecejo arrugado a unas palabras de su esposa, y se preguntó por qué una persona, quienquiera que fuese, no querría comer con su familia. A él le gustaba mucho hacerlo.

—Los elfos no sirven hasta que estemos todos —Indicó a Harry luego, extendiendo una servilleta de tela sobre su regazo y el propio, con movimientos practicados. Le agradeció en voz baja y lo vio hablar a sus padres—. ¿Quién es el segundo invitado?

Si Lucius tenía un gesto que se asemejaba a una sonrisa, sin serlo, sería aquel con el que contestó:

—Tu padrino ha decidido honrarnos con su presencia y pasar tiempo de calidad contigo.

No entendió por qué Draco se ponía rígido. Al menos, no hasta que el profesor Severus Snape apareció desde una puerta lateral, saludó y se sentó justo frente a él, a fulminarlo con la mirada, como hacía en cada clase de pociones.

Tragó en seco. Miró a Draco, en busca de auxilio, y este le devolvió la mirada con lo más similar a la preocupación que podía mostrar sin ser obvio.

—Espero disfrutes la comida de nuestros elfos, cariño —Narcissa capturó su atención, en tono dulce, y él decidió que si se concentraba en ella y Draco, podía superar aquella velada.

No se equivocó del todo.

El ambiente era tan tenso que podía jurar que le costaba respirar. No entendía qué eran gran parte de los platillos o por qué había tantos y tan pequeños, hasta que la señora Malfoy o Draco le daban alguna indicación sobre qué cubierto usar (¡tampoco entendía por qué tantos de ellos!), no sabía qué hacer cuando Lucius hablaba a su hijo en un fluido francés y este tenía que contestarle igual, como si él no estuviese presente o no mereciese dicha información, y en definitiva, no encontraba a dónde mirar para evitar dos pares de ojos fijos, de matices desagradables.

Pasaron la mayor parte del tiempo en silencio, incómodos; Draco entrechocaba su pie por debajo de la mesa, cuando superaba un nuevo, y desconocido hasta entonces, nivel de tensión, y le dirigía miradas de disculpa cuando Lucius lo acribillaba a preguntas que demoraba en contestar o lo hacían balbucear, y Snape respondía en su lugar, con algún comentario sardónico.

Lo iban a volver loco. La única otra persona que no parecía dispuesta a alejarlo en base a pura desesperación, era Narcissa, que callaba a su esposo y al profesor cuando cruzaban ciertos límites.

En algún punto, cuando un comentario iba dirigido a su padre, Harry dejó caer el tenedor en el plato por error, produciendo un sonido chirriante que le ganó la mirada de los cuatro. Estaba seguro de que se venía una observación sobre su falta de educación cuando Snape abrió la boca, y se le adelantó:

—Al menos, ser Auror es mejor que ser un emo profesor que necesita hacer quedar mal a sus estudiantes para sentirse mejor respecto a que nunca le den el trabajo que quiere —Percibió, más de lo que vio, el sobresalto de Draco a su lado, y de inmediato, se sintió culpable. No por la mirada iracunda que el profesor le echó, ni la respuesta de Lucius que ni escuchó, sino por su compañero—. Permiso —Musitó, poniéndose de pie con prisa, dejando caer la servilleta de tela y trastabillando al empujar la silla.

Cuando salía del comedor con zancadas largas, sin tener idea de por dónde iba o qué pasillo tomar para volver a la entrada, lo último que escuchó desde el comedor fue un susurro contenido, furioso, de Narcissa. Hubiese sonreído para sí mismo, pensando que esos dos tenían lo que se merecían, si no hubiese estado angustiado.

Draco lo alcanzó cuando estaba en un pasillo que hacía de intersección entre dos alas de la Mansión, y no sabía bien dónde estaba la salida, aunque sí podría haber regresado al comedor sobre sus pasos. Tenía una pequeña cesta de mimbre cuando se paró frente a él.

En silencio, se la enseñó. Asomaba la cabeza desde un lado de la canasta, con un puchero que no creyó que pudiese hacer.

—Él-

—Madre quiere disculparse de parte de ambos, de todos. En nombre de los Malfoy —Pareció vacilar, era tan extraño que lo hiciese. Bajó la canasta, sosteniéndola con ambas manos—. Ninguno de los dos sabíamos que padre pensaba traer a Sev.

—¿Así que en serio es tu padrino? —Fue lo que se le ocurrió preguntar, aturdido. Draco asintió.

—Estuvo con mis padres en el colegio y- no sé, a padre siempre le agradó.

—Seguramente porque tienen la misma forma de burlarse de todo el mundo —Ofreció, mordiéndose el labio cuando cayó en cuenta de lo que había dicho. Empezó a sacudir la cabeza, ¡no podía decir algo desagradable del padre de su futuro esposo!—. No- yo- yo no quise-

Pero Draco le mostró una casi sonrisa.

—Sí, lo peor de padre es la lengua afilada. Pero es inofensivo. De quien hay que cuidarse es de madre —Y volvió a levantar la canasta, interponiéndola entre ellos—. El volcán de chocolate de los elfos de la Mansión es lo mejor que probaras en tu vida.

Harry vaciló.

—Pedí tarta de melaza —Añadió, en un susurro. No pudo evitar la sonrisa que se le dibujó, una que se borró en cuestión de segundos.

—Pero no quiero volver ahí.

—No vamos a terminar de comer ahí —Él rodó los ojos, le tomó la mano, y empezó a arrastrarlo en la dirección opuesta hacia la que caminaba—. Conocerás la parte más bella de la Mansión.


Sin duda, el círculo de rosales mágicos, que se abrían a su paso y se cerraban cuando se marchaban, era precioso. Se sentaron en una mesa de jardín techada, sólo con Narcissa, que estaba interesada, en especial, en cómo coincidieron cuando los Slytherin y Hufflepuff no solían acercarse.

—Potter quería que fuese al baile de Yule con él —Confesó Draco, sin miramientos, y cuando Harry, boquiabierto, intentaba idear una manera de explicárselo a la bruja, que no sonase como lo hacía, descubrió que ella contenía la risa, cubriéndose la boca con el dorso de una mano.

—Pobre niño, mi dragón ha de haberte dado tantos problemas hasta ahora…

—No, no, ¡para nada! —Empezó a gesticular de forma exagerada y madre e hijo intercambiaron miradas divertidas.

Cuando terminaron el postre y una charla amena, con una invitación para volver por el verano incluida, Narcissa se levantó, besó la mejilla de su hijo y los dejó a solas. Harry esperó hasta que no hubo ruido alguno, para preguntar:

—¿Puedo decir lo que pienso? No es muy agradable —Aclaró, enseguida, inflando las mejillas.

—¿No lo has hecho todo el día ya? —Draco le hizo un gesto para decirle "adelante" y él tomó una profunda bocanada de aire, para después encararlo.

—¿Por qué tu madre sigue casada con él? ¿Por qué lo estaría, en primer lugar?

Draco estrechó los ojos en su dirección. Cuando se preparaba para pedir disculpas, presionó la mano en su mejilla y lo hizo girar la cabeza, riéndose por lo bajo.

—Suficiente honestidad por un día, Pufftter —Declaró, sin contestarle—. Él- padre sólo necesita tiempo para asimilar la idea de que no soy un heredero perfecto que hará sólo lo que quiere.

—Yo diría que ya eres un heredero perfecto —Comentó él, apoyando los codos en el borde de la mesa y la barbilla en las palmas. Le sonrió—, más que perfecto.

Draco rodó los ojos, pero una pequeña sonrisa lo delataba.


Harry aguardó, de pie junto a las rejas tétricas y escalofriantes, a que Draco, al final del sendero que discurría desde su posición a la entrada principal, dejase de asentir y responder con murmullos a lo que fuese que su padre le decía. Narcissa apareció por detrás, le sujetó el brazo y lo hizo entrar (no sin que el mago antes le hubiese dedicado a Harry la respectiva mirada de odio gélido, por supuesto), y luego dejó marchar a su hijo.

No pudo contener la curiosidad.

—¿Qué te dijo? —Murmuró, tan pronto como se acercó, porque la presencia o aprobación de un Malfoy era lo que abría la reja. Y no creía que el otro Malfoy fuese a dar la orden desde adentro.

Draco se mordió el labio un instante, luego unió las manos tras su espalda.

—Me recordó quién soy- quiénes somos, mis deberes. Es un discurso que repite a diario —Meneó la cabeza, rehuía de su mirada.

Harry sintió que, uno a uno, sus músculos se tensaban. El temor tomó la forma de un peso helado instalado en el fondo de su estómago.

—¿Y tú qué le dijiste?

Entonces, por un rato que se le antojó interminable, no hubo más que silencio. Luego Draco cambiaba su peso de un pie al otro y chasqueaba la lengua.

—Le dije que sé qué hacer y qué no, porque me lo ha dicho toda la vida. Y que- —Una pausa, una bocanada de aire— que tú podrías llegar a ser alguien cercano a mí, y no tiene nada que ver un asunto con lo otro.

—¿Podría? —Repitió él, una emoción cálida le daba la sensación de que le cosquilleaba el cuerpo.

—Sí, podrías —Utilizó especial énfasis en el término, antes de echar a andar los pasos que aún los separaban de la salida. Harry sonreía cuando caminó detrás de él.


—…así que…

—…así que…

—Malfoy, ¿cierto?

—¿Smith? —Zacharias asintió y le tendió la mano, y tras un instante, Draco resopló y se la estrechó.

—¿Siempre será así? —Y cabeceó hacia Harry, a su lado.

Estaban en el expreso de vuelta a Hogwarts para el segundo lapso escolar. El compartimiento, por algún azar del destino, sólo los tenía a ellos tres.

Harry se había sentado junto a Draco, que prefería el lado de la ventana, nada más entrar y encontrárselo. Desde entonces, tenía los codos apoyado en el reposabrazos plegable entre ambos puestos, la barbilla en las manos, y una sonrisa tonta.

El Slytherin había podido pasar por Godric's Hollow otra vez antes del regreso a clases, un par de horas. Cuando estaba por irse, insinuó que podía darle un beso si se comportaba cuando se viesen en el colegio.

Harry no sabía cuál sería su definición de "comportarse", pero no podía dejar de mirarlo con ilusión desde que se sentaron. Claro que no era un secreto para ninguno de los dos chicos.

—Oh, justo ahora está tranquilo —Le aseguró Zach, con ese tono suyo que era burlón, pero seguía sonando condescendiente y no podía explicarse por qué o cómo lo hacía—. Deberías ver la cara que pone cuando tienes el uniforme de Quidditch.

Notó que Draco le echaba una ojeada y elevaba la ceja.

—¿Y qué cara es esa?

—Una muy ridícula —Juró, solemne, y después empezó a gesticular de forma dramática—. Es como "¡oh! Mira qué bien vuela Malfoy", "¡oh! Mira lo lindo que se ve en su uniforme", "¡oh! Si bajase de su escoba y viniese a…"

—¡Yo nunca digo eso! —Rugió Harry, volviendo su mirada hacia Draco enseguida. Las orejas y mejillas le ardían.

—Tiene un diario…—Siguió su traidor amigo, como si nunca lo hubiese escuchado.

—¡No, no lo tengo!

—…escribe sobre ti siempre…

—¡No escribo sobre nadie, porque no lo tengo!

—…sobre cuando se casen. Quiere dos hijos, el primero que lleve tu apellido, porque sabe que necesitas un heredero para tu familia y el segundo…

—¡No es cierto! —Lloriqueó, frunciéndole el ceño— ¡no sabe de lo que habla! ¡No lo escuches, Dra…!

—Comparto cuarto con él desde primero —Recordó Zach, calmado—, sé de lo que hablo.

Cuando la puerta se abrió y Cedric los divisó, señaló a Draco con descaro y levantó el pulgar hacia él, y Harry sabía que no le esperaba nada bueno cuando cerró y se sentó en medio de ellos, cruzando las piernas.

—Cedric Diggory, Prefecto, Campeón de Hogwarts en el Torneo de los Tres Magos. Sólo Cedric, para ti —Movió la cabeza, agitando su cabello, y le ofreció la mano. Draco volvió a levantar una ceja y le dio a Harry una mirada que parecía decir "¿es en serio?".

—Me llevaré mejor con Smith —Anunció, cambiándose al asiento contrario, que sólo ocupaba Zacharias. Cedric se quedó boquiabierto y Harry comenzó a hacer pucheros.

Si no obtenía su beso, culparía a los chicos.


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