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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo diez: De cuando Harry se da cuenta de ciertas cosas (pero no de otras)

La primera semana de octubre comenzó con un Harry de once años, medio dormido, que intentaba untarle mantequilla a su tostada, incapaz de entender por qué veía borroso y se manchaba los dedos en su lugar, hasta que Draco le colocó los lentes, recién limpiados, con una sarta de comentarios como "no te vayas a explotar la cabeza de tanto pensar" y "¿cómo te olvidas de algo que llevas puesto casi todo el día?".

Mientras intentaba explicarle que tenía demasiado sueño para pensar —comentario nada lógico, en opinión del otro niño, que aparentaba jamás tener sueño—, hubo un vuelo de lechuzas en el Gran Comedor, al que no le dio importancia. No, al menos, hasta que un enorme búho imperial se posó sobre su plato y casi lo arañó en el afán de ganarse su atención.

Era una criatura imponente como ninguna otra ave que hubiese visto, sin la belleza delicada de Hedwig, con unas garras que le hicieron titubear al extender la mano; aunque emitió un desagradable sonido, que le hizo pensar que no estaba contento con el envío, estiró la pata y le dejó desamarrar el paquete diminuto que llevaba. Cuando estaba por ofrecerle una golosina, sus amigos saltaron desde los asientos, Draco para indicarle al búho que se podía ir, Pansy para sujetarle la muñeca y frenarlo.

—Es un búho oficial, Harry —explicó en voz baja, a pesar de que por lo vacío que estaba el Gran Comedor, no era necesario que disimulasen sus conversaciones—, sólo entregan las cosas más importantes para sus amos. Se va a ofender; sería un insulto al mago, si le das comida.

El niño abrió la boca, luego la cerró, sólo atinó a balbucear y asentir, dejando al búho marcharse por donde llegó. El paquete quedó junto a su plato, las tostadas relegadas a un segundo plano; era cuadrado, envuelto en un sencillo papel marrón, sin una nota de remitente ni adornos que pudiesen ofrecerle una pista.

Un toque en su brazo, y al desviar la mirada, captó a Draco, poniéndole un trozo de pergamino por delante, en el borde de la mesa. Su dedo índice apuntó a una de las palabras, en una lista considerable, junto a las instrucciones que tenía a un lado.

—Este es el que hace crecer los paquetes, hazlo como dice aquí, o vas a ponerlo demasiado grande y tendrás que usar el que lo pone pequeño después. Ese todavía no lo manejo bien —aclaró, a manera de advertencia para que tuviese más cuidado, ya que la idea de ir con un profesor para pedirle que lo agrandase por él, pudiendo hacerlo, le resultaba ridícula.

Leyó las indicaciones y sacó la varita para practicar la floritura dos veces. Él le corrigió la primera, susurró un "aceptable" a la segunda. Harry usó el encantamiento en el paquete, que al crecer, derrumbó platos y apartó la comida de la mesa. Apretó los labios, preguntándose si acababa de hacerlo mal, pero tanto Draco como Pansy permanecieron impasibles; la niña, de hecho, había alejado su desayuno del camino del paquete, mientras que el otro reprendía a Lep y no le daba importancia al gigantesco obsequio.

Harry no se dio el tiempo para pensar en los raros amigos que tenía, sino que comenzó a desenvolver el paquete, arrancándole el papel marrón allí donde no conseguía zafarlo por las buenas. El sonido de desgarre capturó la atención de los escasos comensales a esa hora, mas no fue hasta que la escoba estuvo a la vista, que incluso Nott, sentado con un libro, a unos puestos de distancia, se fijó en la escena.

Tuvo que ahogar un jadeo contra la palma de su mano. Estaba frente a una Nimbus 2000, la escoba más nueva del mercado, la elegida por los amantes de Quidditch ese año desde que salió a la venta. La mejor, si oía los rumores; después de escuchar a Ron fantasear con una de esas, claro que los oía.

Reconoció, tan distante como si de un sueño se tratase, algunos halagos de las mesas aledañas y los Slytherin mayores que estaban cerca, pero no fue hasta que dio un vistazo y se percató de que sus amigos continuaban inmutables, que comenzó a ver lo muy, muy extraño de la situación. Reparó en la nota enganchada al mango de la escoba, y para su genuina sorpresa, identificó la letra con la misma facilidad con la que habría dicho cuál era de su madre.

"A nuestro pequeño rayo de sol;

para que les ganes a todos en el juego de hoy.

Diviértete mucho.

-Narcissa C. Malfoy"

Harry no estaba seguro de si el rubor que le cubrió las mejillas por la primera línea, competía con la sonrisa que le dividió el rostro; tampoco importaba. Miró a uno de los niños, luego al otro. No pudo evitar reírse.

—¡Lo sabían! Sabían que era de la tía Narcissa...

—No sé de qué estás hablando, yo sólo veo que te regalaron una escoba —Pansy habló en el tono suave que le acostumbraba a escuchar, aunque el deje de inocencia le sonó tan falso que no hubo dudas de que todo estaba preparado. Volvió a reír y le tendió la nota, sólo para descubrirla sonriendo más cuando la leyó—. "Rayo de sol", lindo.

Harry luchó contra el impulso de cubrirse el rostro cuando se sintió enrojecer más. Era lindo, sí; de cierto modo, habría preferido que la señora Malfoy no lo escribiese, porque así lo podía ver más de una vez y la vergüenza lo consumiría tanto como la felicidad.

—Oh, vamos, no me vas a decir que no sabías nada.

Ella rio también y comenzó a juguetear con el borde de su túnica.

—Bueno, puede ser que le haya enviado a la tía Narcissa una foto, de ciertos chicos entrenando hace unos días, pero te aseguro que no tengo nada que ver, porque esto estaba listo desde hace meses. Yo sólo debí adelantarlo —ella se encogió de hombros y le devolvió la nota.

El niño entrecerró los ojos, en un gesto que pretendía lucir amenazante. Después se giró para encarar a Draco, que le daba el lado verde de una zanahoria a Lep. Él, al darse cuenta de que lo veía, levantó la cabeza y arqueó una ceja.

—¿Esperas una felicitación, Potter?

—¿Por qué la tía Narcissa me llamó "rayo de sol"? —hablaron al mismo tiempo, lo que los hizo callar un momento e intercambiar otra mirada. Harry se rio, Draco rodó los ojos—. Dime.

—Es una tontería.

—¿Por favor?

—En serio, es una tontería. No lo entenderías, es una cosa de Black y Malfoy, sobre todo Black.

—Explícame.

El niño-que-brillaba bufó, él lo observó suplicante y formó un puchero; tras un momento, cedió. Dijese lo que dijese, los pucheros solían funcionar con Draco.

—Es por la canción que me canta en mi cumpleaños —musitó. Cuando un color rosa le tiñó las mejillas, Harry tuvo el impulso de jalarlas y apretarlas, porque le resultaba divertida la manera en que le cambiaba el tono de piel tan rápido.

—Creía que era sobre la luna y las estrellas.

—Lo es, sobre un niño que vive en el lado oscuro de la luna. Pero, cerca del final, habla de un "rayo de sol", que es una persona que...que aprecia, por así decirlo.

—Me siento querido —Harry decretó con otra sonrisa, tan amplia que comenzaba a dolerle el rostro. Draco lo vio por unos segundos, antes de que su expresión se suavizase y se riese de su entusiasmo.

—Supongo que es porque lo eres.

Si él se lanzó sobre su amigo para abrazarlo, casi derribándolos a ambos del banco, nadie podía culparlo. Tenía la mejor escoba del año; eso, sin duda, era motivo para dar abrazos.

La siguiente sorpresa del día llegó veinte minutos más tarde, cuando estaban listos para retirarse y el comedor empezaba a llenarse, en la forma de una lechuza parda que conocía bien, y le extendió el brazo para permitir que le diese la carta con mayor comodidad. Era esa la que esperaba, era la respuesta de sus padres después de un mes de silencio, cuando decidió anunciarles que pertenecía a Slytherin.

Al pensar en ese momento, lo primero que se imaginó fue un Vociferador, a James diciéndole que no entendía cómo quedó ahí, a su madre reclamándole por las semanas sin darles una señal de vida. La carta era normal, por suerte.

Aunque James en realidad añadía un comentario sobre no comprender qué hacía en la Casa de las serpientes, también ponía que no importaba, porque Slytherin se había ganado un increíble niño gracias a Harry, que tuvo un arrebato de cariño hacia su padre y deseó poder abrazarlo. Lily le prometía que, si volvía a pasar un mes sin saber de él, le mandaría un Vociferador en la hora del almuerzo, que dijese que aún dormía con un oso Teddy y una lámpara de noche los días anteriores a su partida a Hogwarts, para después explayarse acerca de lo orgullosa que estaba por su entrada al equipo tan joven (al parecer, la señora Malfoy no fue la única que vio la foto de Pansy).

Al final de la carta, la mujer le decía que una igual de Sirius y Remus, y una de Peter, debían llegarle más tarde con sus felicitaciones. Más abajo, había una postdata en la que agregaba: "Avísame si a Draco le gustó el regalo, amor."

Por reflejo, Harry volvió la cabeza hacia su amigo, que una vez que terminó de comer, le dejaba el paso libre a Lep, a pesar de que la prohibición de salchichas seguía como una estricta norma entre ellos.

—¿Qué te mandó mi mamá?

—No sé de qué hablas —le respondió en un tono desdeñoso. Pese a que fue una mejor actuación que la de Pansy, se rio.

—Anda, ella me lo dijo, aquí está, ¿ves? —agitó el trozo de pergamino frente a él, ganándose un suspiro dramático, que simulaba ser de exasperación—. ¿Qué fue?

Draco vaciló al llevarse una mano a un bolsillo oculto de la túnica, del que extrajo una nota. De nuevo, reconoció la caligrafía; en esa ocasión, no hubo sorpresa, porque llevaba toda su vida viéndola.

"Mi dragón,

demuéstrales lo que vales. Narcissa y yo estamos orgullosas de ti.

Gánales, diviértete, y no dejes que mi Harry se rompa la cabeza haciendo cosas estúpidas, por favor.

Te ama,

Lily"

Dejando de lado el hecho de que el escrito de su madre tenía un deje aún más cariñoso que el de Narcissa, y que creía que necesitaba de Draco para no romperse la cabeza —detalle que, en verdad, no lo indignó tanto como debería—, no mencionaba qué era el dichoso regalo. Su expresión debió demostrar que le disgustaba quedarse con la duda, porque el otro niño se burló y guardó la nota.

—Lo verás antes del juego.

—¿Es otra Nimbus? —preguntó, con la única idea que le venía a la cabeza. Pensándolo bien, si ambas madres iban a darles lo mismo, ¿por qué hacerlo al hijo de la otra?

Draco negó.

—Ya lo verás —repitió, y ante su mirada determinada, Harry tuvo que resignarse. Observó de reojo a Pansy.

—Supongo que tú tampoco me vas a decir nada.

La niña sonrió y negó.

—Pero tuviste algo que ver, ¿cierto?

—Puede que haya dicho algo en mis cartas —volvió a encogerse de hombros. Luego fingió que desviaba su atención a Gremlin, que estaba sobre su regazo.


Dos horas más tarde, Harry entendió que no necesitaba que alguien le dijese qué regalo le dio Lily.

A cinco minutos para el primer partido de la temporada, y también el primero con los dos como inclusiones en el equipo, cuando sus compañeros halagaban la Nimbus con la suficiente reverencia, un cuchicheo y el sonido de un cierre adhesivo, lo hacían girarse hacia el casillero de Draco, a un lado del suyo.

Uniformado, Malfoy terminaba de ajustarse unos guantes profesionales de Quidditch, con una doble capa de piel de dragón, acolchados en los dedos y la palma, que le cubría el antebrazo por completo. Tenía amarres alrededor del codo que no limitaban el movimiento, desparecía dentro de la franela, hasta el hombro, si las correas que lo rodeaban por encima de la túnica, eran una pista. El cuero del que estaban hechos, era de un reluciente plateado, casi blanco, que contrastaba con el resto del uniforme de Slytherin y hacía notar la palidez del niño; no era un color común en los equipos deportivos, pero él tuvo la impresión de que ese era el punto.

Draco le guiñó cuando lo atrapó observando los guantes con la mandíbula desencajada.

—¿De dónde los sacaste? —escuchó que decía Flint, el capitán del equipo. El niño flexionó la extremidad a modo de prueba, aunque la sonrisa de suficiencia que lucía, dejaba en claro que ya lo había probado antes y sólo disfrutaba de la atención.

—Mi tía —comenzó el niño. Harry sonrió y se llenó de un sentimiento cálido al percibir el afecto que le impregnaba la voz al mencionar a Lily, hecho que, estaba seguro, haría feliz a su madre— tiene dos conocidos que trabajan como corresponsales en El Profeta —¿se refería a Remus y Peter? ¡No lo podía creer!—; hicieron una encuesta a los jugadores profesionales hace unos días, para saber cuáles eran los mejores guantes para un Cazador, y ellos dijeron que estos, así que me dio unos.

Los cumplidos no se hicieron esperar. Harry vio que se regodeaba en ellos, mientras avanzaban hacia el campo y eran obligados a centrarse en la estrategia que tenían planeada.

—...y ya saben, que si van a hacer algo de dudosas intenciones, no quiero que anden dejando pistas de que fueron ustedes, o le voy a pegar en la cabeza con una bludger al que sea tan estúpido como para dejarse atrapar —remarcó Flint, ganándose asentimientos y una risita anónima.

El partido era contra Ravenclaw. Al acomodarse, escuchó que uno de los chicos mayores, Montague, comentaba que los Ravenclaw tendrían que quedarse entre libros y dejarle el Quidditch a las Casas que  sabían jugarlo, siendo secundado por otro chico que se creía gracioso. Harry rodó los ojos y se recordó que estaba ahí por el juego, no por ellos.

—Potter —Draco acortó la distancia entre ellos para susurrarle y no ser atendidos por los demás, que estaban más centrados en el apretón poco amistoso de los capitanes—, si atrapas esa snitch, le diré a Lía que te dé el postre que quieras desde la Mansión, así que más te vale moverte.

Harry sonrió, complacido con la recompensa del reto, y se acomodó en la escoba. La profesora Hooch estaba a punto de soltar la Quaffle.

—¿Y si no la atrapo?

—No pienses "y si no", tonto. Ambiciosos, ¿recuerdas? —su amigo también se acomodó, los guantes llamaban la atención de una forma que no lo hacían en los vestidores, debido a la luz que los hacía destellar más—. Te voy a tirar una bludger si no la atrapas. Eso después de que el resto del equipo también lo haya hecho.

Antes de que tuviese tiempo para ingeniarse una respuesta, la Quaffle estaba en el aire. Harry lo observó lanzarse hacia la Quaffle, un simple borrón a los ojos normales, que se llevó el balón y algunas protestas del equipo contrario.

—¡...y comienza el partido Slytherin-Ravenclaw, el primero de la temporada! —decía un muchacho desde uno de los palcos, en tono animado—. Oí que las serpientes tienen dos primeros años esta vez, ¿qué dice eso de ellos? ¿Que ya no les quedan buenos jugadores entre los mayores y recurren a los niños? ¡Pero, oigan, puede que Slytherin haya pasado de equipo de Quidditch a guardería, pero acaban de anotar los primeros diez puntos del partido! Bueno, me callo mis humildes opiniones. O el niño sabe volar, o les hace falta práctica a los demás. Chicos, creo que las prácticas se van a doblar a partir de ahora, no me culpen, ¡Slytherin va 10-0, el guardián de Ravenclaw la para por poco, antes de que sean 20-0! ¡Aposté por ustedes, ¿qué les pasa?!

El regaño de la profesora McGonagall se escuchó a través del parlante, arrebatándole risas al público. Harry observó a Draco realizar una maniobra complicada de zigzag, que implicaba intercambiar la Quaffle con otro Cazador, para evitar que el equipo contrario se la quitase y confundir al Guardián. Slytherin anotó otro tanto. Enseguida comenzó a sobrevolar el estadio, dispuesto a no perder de vista la snitch una vez que la soltasen.

Él iba a atraparla.

Draco y él tenían que ganar su primer juego.

En su búsqueda, pasó por encima de las gradas de Hufflepuff, para descubrir que Ron le daba ánimos desde su puesto, junto a Hannah, Justin y Zacharias —bueno, el último estaba sentado y movía la cabeza al ritmo de los vítores, pero era lo más animado que lo había visto—, que eran con los que almorzaba cuando se sentaba en su mesa. Sin darse cuenta, se encontró riendo cuando alcanzó el área de Slytherin; sus compañeros de Casa eran más serios, aunque los verdes y plateados destacaban en cada uno en señal de apoyo.

Divisó a Pansy en un borde de las gradas, abrazando a Lep y a Gremlin. Daba pequeños saltos mientras seguía los movimientos de uno y el otro con la mirada, alternándose. Sonrió y saludó con una mano al notar que la veía.

Los comentarios no le eran ajenos a medida que el partido transcurría.

¡...y el Guardián de Slytherin para la Quaffle de Ravenclaw, vaya, eso estuvo cerca! ¡20-0, ni rastro de la escurridiza snitch! ¿Soy sólo yo, o a todos les parece que los Buscadores están medio dormidos, dando vueltas en círculos por ahí?

¡...anotación, 30-20, los Ravenclaw toman la delantera! Eso, demuestren que saben más del aire que las serpientes. Literal. Y metafóricamente.

¡70-50, a favor de Slytherin! ¡Chicos, me están decepcionando!

¡Malfoy tiene la Quaffle, Malfoy tiene la Quaffle y va a...! ¡Ouh, Merlín! Esa bludger iba directo a su cabeza y la Quaffle se le escapó, ¡pero allí va el niño, no quiere que se aleje! ¡¿A dónde están los Cazadores de Ravenclaw cuando hacen falta?!

¡Uh, eso debe doler! ¡Pucey casi tira de la escoba a un Cazador de Ravenclaw, se sostiene con una mano, se sostiene con dos dedos...! ¡Por Merlín, se va a caer en serio! ¡Y Malfoy anota otro tanto! ¡100-90, a favor de Slytherin! ¿Me van a hacer perder la apuesta, chicos?

¡...y con eso, son 130-100, a favor de Ravenclaw! ¡Vamos, chicos, vamos! Pienso comprarme dulces de Honeydukes con los galeones que aposté por ustedes…

¡...anotación, 140-140! Y nos saldrán raíces antes de que la snitch se muestre, ¿alguien me dice si lo que está haciendo Malfoy es legal? —Harry giró la cabeza para ubicar a su amigo, que aparentaba pelearse con otros dos Cazadores por la Quaffle, pero sólo hacía de distracción para que Montague se las arrebatase. Por el parlante, se oyó a McGonagall mascullar entre dientes "el señor Malfoy no hace nada, es el efecto de la luz en los guantes". Y él entendió que el color brillante no era sólopara ganarse más de la atención que apreciaba (o tal vez sí, pero podía decirse que contaba con más utilidades). El narrador del partido hizo un sonido de decepción—. Juego en que no pueda acusar a los Slytherin de hacer trampa, no es un juego divertido.

¡...al parecer, el Buscador de Ravenclaw es el primero en avistar la snitch!

Harry se puso en guardia al escucharlo y escaneó el campo en busca del contrincante, para encontrarlo descendiendo en picada a gran velocidad. Era una mañana brillante, así que la snitch tendría que resplandecer al menos un poco-

Falso, dictó una parte de su cabeza. E incluso la finta no le resultaba tan buena, después de que se había acostumbrado a ser engañado por las de Draco.

Fue, quizás, un golpe de suerte que al volver la mirada, captase un destello de oro, perdiéndose cerca del aro de Ravenclaw. Voló hacia allí, pero la perdió de vista antes de cerrar los dedos en torno a ella.

¡...y van 190-140, Slytherin tomando la delantera! ¡¿En serio voy a perder la apuesta?! ¡Vamos, no quiero limpiar los uniformes de Fred y George a mano! —hubo risas entre el público, las más escandalosas de parte de las gradas de Gryffindor, otro regaño de McGonagall por apostar.

¡200-140, no encuentro de qué quejarme de las serpientes!

¡210-150! ¡Ravenclaw, recupérense!

La segunda búsqueda de la snitch resultó en una persecución, codo a codo con el Buscador de Ravenclaw, que terminó con la pelotita escapándose de ambos, los jugadores volando en direcciones opuestas y Harry gruñendo por la frustración. La tercera lo llevó a volar boca abajo. Nunca había agradecido tanto que Draco tuviese la costumbre de encantarle los lentes cada vez que iban a jugar, para que no se mojasen con la lluvia ni se le cayesen.

Le fue imposible resistir la tentación de fastidiarlo cuando voló por encima de su amigo, que aferraba la Quaffle con un brazo, la escoba con el otro. Este le dirigió una breve mirada y frunció el ceño, la vista fija de inmediato en el aro de Ravenclaw.

—Hola, Cazador —requirió de un esfuerzo sobrehumano contener la risa. El otro negó, aunque le siguió el juego, a la vez que esquivaba una bludger que iba hacia los dos y se apartaba de un Cazador que intentaba arrebatarle el balón.

—Vete, Buscador.

—Cuando encuentre la...—la sangre empezaba a subírsele a la cabeza, mas no fue ese detalle el que lo calló, sino un destello dorado en el césped.

Sin girarse para no perder el tiempo, se empujó en la escoba para maniobrar desde ese ángulo, y descendió de golpe. Las ráfagas de aire atenuaron los sonidos del público, una parte de él se tensó al captar las palabras "Malfoy" y "bludger" en la misma frase. Estiró el brazo, y casi, casi, casi. Era una pelotita de oro frente a él, las alas se movían tan rápido que apenas podía identificarlas, casicasi, casi-

La atrapó.

360-150. Slytherin gana.

Harry no podía creer que sostenía la snitch cuando se volteó, sintió el dolor pulsante de cabeza, y comenzó a bajar para ir con su equipo. Tampoco lo pensaría más de lo justo, cuando se percatase de que el profesor Snape estaba metido en el campo, ayudando a Draco, que se sostenía un costado entre respiraciones agitadas, a bajar de la escoba.

—¡...tendrías que haberla soltado! —le siseaba el hombre, ajeno al barullo del público y las celebraciones de su propia Casa— ¡si viste que la bludger iba hacia allí y no podías hacer las dos cosas, tuviste que dejarlo! Niño insensato. Sólo un estúpido pone su seguridad por…

Harry trastabilló al tocar tierra. De pronto, no recordaba haber soltado la escoba o la snitch, ni haberse zafado del agarre de sus compañeros de equipo, pero se acababa de deslizar entre ambos y jadeaba al apartarlos.

—Te mereces ese postre, Potter —escuchó que murmuraba Draco. Un instante más tarde, el peso sobre su espalda le confirmaba que, si no acababa de caer inconsciente, al menos estaba bastante cerca de ese estado.

Un par de horas después, Draco dramatizaría su dolor inexistente retorciéndose en la enfermería, con gestos tan falsos que cambiaría por risas la preocupación de Pansy. Harry recostaría la cabeza en la cama que ocupaba y sentiría que al fin podía respirar en paz.

(Unos años más tarde, a Ron se le escaparía un comentario sobre lo divertido y aterrador que fue su primer partido, cerca del final, cuando Draco se metió en el camino de una bludger que él nunca llegó a ver y le iba a dar en la cabeza, al bajar detrás de la snitch. Draco seguiría jurando que sólo quería llamar la atención, incluso después de eso, pero ninguno le creería)


Las cartas de los demás Merodeadores llegarían para la hora del almuerzo, cuando la celebración continuaba en la Sala Común. La lechuza lo encontraría tendido en un sillón mullido, con la cabeza de Draco apoyada en el regazo, Pansy, a su lado, escribiendo una carta para un destinatario que ambos pensaban que sería Narcissa Malfoy.

La de Peter era breve y concisa, con una caligrafía pulcra, que era la misma que utilizaba para sus informes deportivos. Le decía que las Casas no hacían al mago, sino que el mago elegía qué hacer en su Casa. Además, lo instaba a presumirle a James haber entrado al equipo más joven de lo que él lo hizo, detalle que hizo reír a Harry, y su amigo, al oírlo, quiso saber por qué.

Draco leyó la carta una vez que se la pasó y rodó los ojos.

—Es un soñador.

—¿Eso es malo? —preguntó, sin darle importancia, porque estaba abriendo al sobre de la carta de Sirius y Remus.

—Supongo que no para él.

El segundo pergamino consistía en casi medio metro, de párrafos alternados entre una letra cursiva, elegante, y una separada, desordenada, muy grande. Remus, que tenía la primera, se explayaba al decirle que los haría sentir orgullosos sin importar la Casa en que estuviese, que no tuvo que estar nervioso de avisarles, que lo querían, y tantas otras aclaraciones que rozaban lo cursi, mientras que Sirius se burlaba porque hubiese quedado en Slytherin, diciéndole que tendría cuidado de no ser mordido yenvenenado cuando se encontrasen para navidad, dando por hecho que era culpa de la influencia de los Malfoy y los Parkinson, a tal punto en que ambos hombres mantuvieron una discusión sobre el papel —que no se molestaron en borrar o disimular, lo que hizo sonreír a Harry—, hasta que Remus recordó que el hermano menor de Sirius también fue a Slytherin. Entonces su padrino se puso en su modo "dulce" y le aseguró que no había nada malo en él, que estaba en una gran Casa.

Harry guardó las cartas en sus sobres, las metió en su túnica del uniforme de Quidditch. Viendo a Draco y Pansy mantener una conversación baja, sonrió más y decidió que podía esperar al día siguiente para escribir las respuestas. Y hacer la tarea.

Ese momento era de celebración, después de todo.


Debido a que era despertado de formas poco amigables —que terminaban cada vez con mayor frecuencia en Harry y Draco forcejeando a los pies de las camas, enredados en las mantas, Nott pasándoles por un lado para retirarse, no sin antes despedirse y desearles un buen día, en un acto de tranquilidad admirable—, y tenía que correr detrás de sus amigos hacia el desayuno madrugador —para evitar cruzarse con los imbéciles que querían molestarlos—, las mañanas se tornaron su segundomomento favorito del día.

La mayoría de las clases no tenían complicaciones, después de haberse adaptado. Octubre transcurría sin pausa; Harry aún se quedaba dormido en Historia de la Magia por culpa de Binns, pero empezaba a hacerse diestro en el arte de intercambiar los apuntes de Draco por lo que fuese que su amigo quisiera ese día. Transformaciones lo confundía un poco, y en Encantamientos, aprendió por las malas—luego de tres explosiones, un golpe, y salir despedido hacia una pared—, que era mejor sentarse a una silla de distancia de Pansy, y dejar que el niño-que-brillaba estuviese a un lado de su mejor amiga, al parecer, porque era el único que tenía una mínima idea de cómo contenerla cuando se alteraba porque los hechizos más básicos no le salían bien.

Astronomía comenzó a ser divertida cuando descubrió que los Black estaban obsesionados con las estrellas, así que Pansy y él se sentaban a cada lado de Draco, dedicándose a oírlo hablar del cielo, en términos más sencillos de los que los libros usaban, con historias sobre las constelaciones incluidas. Pronto Herbologíatambién fue de sus preferidas, porque le daba una excusa para fastidiar a Draco fingiendo que lo ensuciaría, además de que no tenía que analizar ni argumentar nada, porque mientras su amigo hiciera la parte teórica, él sólo debía lanzarse hacia la tierra y seguir instrucciones que, por lo general, terminaban en risas y barro.

En Pociones, aunque Snape no dejaba de darle gélidas miradas, le iba bien; Draco se encargaba de medir tiempo, cantidades, ejecutar las técnicas, y él, bueno, Harry se consideraba un excelente compañero de mesa.

Era el que buscaba los ingredientes, después de recibir una descripción de cómo se veían —porque tras un par de clases, les quedó claro que no les era útil que buscase por nombres—, rellenaba los formularios y hacía los ensayos —Draco le dictaba, por supuesto; su amigo sólo quería evitarse escribir—, limpiaba los calderos y la mesa. Él ayudaba, nadie podía decir lo contrario; Malfoy le decía que no estorbase cuando hacía algo mal, con un gesto irritado demasiado similar al de Snape para su propio bien, así que era más fácil —y sano, para su amistad— limitarse a diferentes tareas.

Defensa contra las Artes Oscuras se convirtió pronto en su favorita. La profesora Ioannidis, a pesar de sus excentricidades, planteaba las clases de un modo tal, que resultaba hipnotizante lo que Dárdano decía e imposible que no se le entendiese. Nunca los dejaba en los escritorios; estaban en sillas, en un semicírculo, cuando daba una charla, en el suelo cuando practicaban un nuevo hechizo, de pie en parejas para pequeños duelos improvisados, en los que uno asumía el papel de mago oscuro o criatura mágica.

Harry tenía tres sólidos motivos para preferir, cada vez que se juntaba con Draco para un duelo, ser él quien hiciese de villano: el primero, era mantener intacta su dignidad. Salir despedido por un hechizo, rodar por el piso o terminar mareado y caerse por su cuenta, eran resultados comunes cuando su amigo se emocionaba con la libertad del papel de "malo", y él quería llegar a fin de año en una pieza. Llamémoslo instinto de autopreservación, contagioso entre los Slytherin.

Además, estaba el hecho de que los Gryffindor no dejaban de hacer comentarios desagradables cuando Draco era el "malo". Que el niño tuviese una amplia gama de conocimientos sobre la magia oscura, que demostraba en clases sin reservas, tampoco ayudaba.

Por supuesto que Harry nunca le pidió, ni consideró, que dejase de practicar las Artes Oscuras y encantamientos avanzados, en especial después de que lo hubiese oído mencionar que eran los mismos que había aprendido de su padre, madre o Jacint. Algoen su pecho se retorcía cuando pensaba en ello, porque le recordaba al Draco que sollozaba por la visión de un Lucius Malfoy que no era real.

Y no, no era capaz de quitarle eso. En cambio, aprender de su amigo al hacer de "villano", y ayudarlo con la magia defensiva —en la que no era tan bueno como la ofensiva—, sonaba a una mejor idea.

Así, Harry cumplía una pequeña parte de su papel de buen amigo. Cuando dividía sus horas de almuerzo entre la mesa de Hufflepuff —¡Ron se quejaba con pucheros cuando no comía allí por más de dos días seguidos!—, y el pasillo de la biblioteca o la linde del Bosque Prohibido —los escondites predilectos de sus compañeros Slytherin—, demostraba otra fracción de eso.

De algún modo, las cenas eran las más sorpresivas. Podían comer afuera de la biblioteca, en la torre de Astronomía, con los pies colgando del borde, en la Sala Común, en los rosales, o en el dormitorio de los niños, al que Pansy tenía acceso. Nott decía que no le interesaba quién entrase, siempre que no tocase sus cosas, lo que era poco probable de cualquier forma, dado que su baúl contaba con tres candados mágicos.

Tenía prácticas de Quidditch que alternaban los turnos cada semana, porque Flint era paranoico respecto a que los Gryffindor intentaban espiar sus actividades, y tardes que dedicaba a tareas, cuando se le acumulaban en exceso; entonces Draco lo regañaría por ser un irresponsable, le presumiría que ellos estaban desocupados, se burlaría de su miseria. Luego, sin decir nada más, se cambiaría de silla para sentarse junto a él y comenzaría a ayudarlo. También había otras junto al Lago Negro, correteándose con Ron y riendo, o sentado junto a Pansy y Draco, mientras alguno leía en voz alta para los otros dos.

Los gemelos comenzaban a cantar cuando lo veían con Malfoy, intercambiaba cartas con su madre, Sirius y Remus, seguía recibiendo los bombones de Narcissa, y en general, le iba bien. Pero su momento favorito del día, sin duda, era después del toque de queda, tres veces a la semana, cuando Draco se deslizaba entre las cortinas de su cama y lo sacaba del cuarto.

Yo guío, tú nos cuidas —repetía cada vez, justo antes de abrir la puerta del dormitorio. Harry, entusiasmado por la perspectiva, asentía la misma cantidad de veces que lo oía.

El boceto del Mapa de las Serpientes —el nombre aún estaba por decidirse, tendían a discutir al respecto— dobló la cantidad de pasadizos que el de los Merodeadores en su tiempo, eliminaba los que ya no funcionaban o se perdieron. Tras un poco de insistencia y un par de debates, Draco lo convenció para añadirle un campo de Quidditch más detallado —donde había dos túneles de los que ninguno sospechó hasta que cayeron por ellos, por cierto—, el Lago Negro, y algunos senderos del Bosque Prohibido. Varias veces se toparon con la profesora Ioannidis en un pasillo, pero más atentos que nunca, la evitaban y redirigían su 'exploración', a donde ya no pudiese molestarlos

Sólo una noche más, dieron con la sala del misterioso espejo encantado. Harry, que no veía nada más que el reflejo de ellos, se sentó junto a Draco por horas, mientras este observaba la imagen de su padre que se le presentaba, y le pasó un brazo alrededor de los hombros. Al volver, la semana siguiente, el espejo ya no estaba.

Él nunca le mencionó a nadie la manera en que la expresión de su amigo se convirtió en la de alguien que acababa de ver algo maravilloso derrumbarse ante sus pies. Ni siquiera al propio Draco.

Octubre se le escapó entre las manos, a ese ritmo. Cuando se quiso dar cuenta de la fecha que era, Pansy lo arrastraba a la Sala Común para ponerle orejas de lobo falsas, convencía a Lep de simular unas para Draco, y se los llevaba disfrazados al banquete de Halloween —porque, a decir verdad, ninguno de los niños encontraba una forma de negarse a ella—, en el que persiguieron a Ron y los otros Hufflepuff de primero, hasta que terminaron doblándose de la risa. Malfoy incluido, para sorpresa de todos.

Luego noviembre llegó y se fue. Harry no se explicaba qué había pasado con su tiempo, hasta que una mañana, la semana anterior a las vacaciones de navidad, se estiró por sobre la mesa de Slytherin, eligió su vaso de jugo de calabaza, le tendió una zanahoria a Lep y le puso una cucharada de azúcar a la bebida de Draco, antes de que este comenzase a pedirle que se la pasase, quejándose de lo 'lejos' que estaba de él y tirando de su túnica para apresurarlo.

Ahí entendió.

La revelación lo golpeó con tanta fuerza que se echó hacia atrás y cayó sobre la silla con un ruido estridente, que captó la atención de sus amigos.

—¿Potter?

—¿Harry?

El niño se frotó los párpados por debajo de los lentes, sin cuidado. Miró a uno, después al otro.

Estaba tan acostumbrado a eso. Era así de simple.

En cuestión de un lapso escolar, se acostumbró a ser recibido por el beso en la frente de Pansy, las preguntas acerca de cómo durmió, a su voz suave, a que supiese incluso más de lo que decía, que no se alterase cuando algo interrumpía su día a día, a menos que involucrara a uno de ellos. A Fred y George molestándolo cuando lo encontraban, a Ron resumiéndole veinticuatro horas en un almuerzo, porque sabía que no tendrían tanto tiempo para hablar hasta el siguiente.

A Draco.

Tener al niño-que-brillaba cerca se sentía tan natural, que las cosas más ridículas se añadieron a su registro imaginario en los últimos dos meses, sin que él se percatase hasta ese momento.

Poseía una enorme cantidad de ejemplos que podían demostrarlo:

Draco se acostaba en la orilla izquierda de su cama, a pesar de tener suficiente espacio para ponerse en la posición que quisiera. Aunque no lo admitiese, dejaba a Lep dormir sobre una de sus almohadas y acurrucarse en sus mantas. Cerraba el dosel del lado que daba hacia el colchón de Nott, pero después de un tiempo, dejó de hacer lo mismo con el lado que daba hacia Harry.

Draco daba tres toques con los nudillos a la puerta de madera del vestuario, antes de cada práctica o partido de Quidditch, y uno a la mesa cuando estaba por empezar un examen.

Se bebía un vaso de leche con azúcar extra, aunque Narcissa lo regañase por consumir demasiada, y té con limón (Harry no podía comprender por qué). A pesar de ser un amante de los bombones que su madre le enviaba, los separaba en conjuntos idénticos, para tener el mismo número reservado para cada día de la semana, hasta la próxima entrega.

Le molestaba en demasía tropezar con un zapato que alguien hubiese dejado en el cuarto (detalle que sólo hacía Harry, olvidadizo como era, pero su amigo no necesitaba saberlo), y aún más que confundiese sus túnicas. Sin embargo, a pesar de sus quejas, lo dejaba usar una de sus pijamas cuando no se acordaba de acomodar su ropa sucia para ser lavada, y le ordenaba a Lía que se ocupase por ellos, lo que la elfina hacía gustosa después de decir que el "amo Potter" podía llamarla cuando quisiera.

Leía enciclopedias, que parecían seleccionadas al azar, pero él aseguraba que eran temas que le interesaban, y tenía un diccionario en el fondo del baúl, lo que supuso una buena explicación al por qué a veces no comprendía lo que decía y sus tareas llevaban palabras tan complejas.

A partir de ese punto, la lista sólo podía alargarse más y más, y más, y más.

Harry no podía imaginarse cómo serían las vacaciones, cuando aquello a lo que estaba acostumbrado, ya no estuviese.

Un codazo brusco lo hizo saltar en la mesa y salir de sus ensoñaciones. Parpadeó varias veces y frunció un poco el ceño.

—¿No te dormiste anoche apenas cerraste las cortinas? —Draco lo reprendió con un susurro contenido, inclinándose sólo lo necesario para poder verle la cara— ¿por qué estás haciendo pucheros?

No estoy haciendo pucheros.

 estás.

—Sí estás —corroboró Pansy, acercándose desde el otro costado, sin tanto disimulo. Le jaló una mejilla—. ¿Te sientes bien? ¿Es por la práctica de Quidditch de ayer?

—¿O la comida? —su amigo ladeó la cabeza y apretó los labios.

—¿O Draco te levantó muy temprano?

—No lo levanté tan temprano, debe ser algo más.

—¿Draco te está tratando mal?

—No lo estoy tratando mal. No te estoy tratando mal, díselo.

—No me está tratando mal —aclaró, después de sentir un codazo como "incentivo". Pansy le dio un empujón débil al niño, por encima de Harry.

—¿Es porque no terminaste la tarea, otra vez?

—Sí la terminó, ¿no recuerdas que le dicté el ensayo de Transformacionesotra vez?

—¿Entonces por el frío de las mazmorras?

—Ah, sí, anoche hizo mucho frío. ¿Es eso?

El niño alternó la mirada entre sus amigos, que al no conseguir una respuesta de su parte, continuaron soltando posibilidades, sopesándolas, descartándolas. Cuando Draco empezaba a exasperarse por no tener una idea clara de qué pasaba, Pansy ahogó un grito y lo zarandeó.

—¿Es por las vacaciones?

—¿Qué tienen las vacaciones? —cuestionó Malfoy, con el ceño apenas fruncido.

—No sé, ¿que vamos a estar lejos?

—No vamos a estar lejos.

Ambos lo observaron, Harry no respondió. En cambio, se rio, les pasó un brazo por encima del hombro a cada uno, y les preguntó si querían hacer un picnic cerca del Lago Negro, para la hora de almuerzo; Pansy saltó del asiento y comenzó a dar ideas sobre lo que podían pedirle a Lía para comer, mientras Draco le dedicó una mirada larga, evaluadora. Si sospechó de algo, no lo mencionó. Cuando salieron del comedor, lo dejó seguir abrazándolo al caminar, sin la tensión usual que le reclamaba por las muestras de afecto donde pudiesen verlos.

Fue un detalle que contentó a Harry, y bastó para apartar pensamientos raros de su cabeza por un rato.


El día en que debían volver a casa, Harry se despertó de golpe, antes de tiempo. Le llevó un rato enfocarse en la oscuridad de las mazmorras, incluso cuando dejó las cortinas atadas por accidente, y se acomodó de costado para ponerse los lentes; notaba un movimiento inusual en la cama de al lado, donde Draco se fue a dormir con las cortinas descorridas, como ya era una costumbre.

El niño-que-brillaba daba giros sin cesar, arqueaba la espalda, agitaba los brazos. Las mantas eran un enredo entre sus piernas, una parte de la tela acababa de caerse al suelo y colgaba del colchón. El cabello rubio parecía resplandecer en las penumbras, captando la atención en la orilla de la cama, el mismo lugar en que Lep se sacudía y empujaba una de las mejillas de su dueño con el hocico.

Un débil gimoteo llenó el cuarto. Harry se puso rígido, mientras su mente terminaba de procesar lo que significaba el sonido. En cuanto lo hizo, se levantó tan rápido que las cobijas le atraparon los tobillos y trastabilló al ponerse de pie.

Prácticamente se lanzó sobre la cama de su amigo, apoyándose en el borde con las rodillas y subiéndose sobre el otro niño, para tomarlo de los hombros y sacudirlo con cuidado.

—Draco, Draco, Draco —llamaba entre susurros y siseos; sabía que detestaba cuando alertaban a Nott de que algo andaba mal, a pesar de que el compañero que tenían nunca se quejaba de ellos. Y más que nada, odiaba ser visto teniendo una pesadilla.

Pero no era capaz de dejarlo así, por lo que lo zarandeó un poco más, hasta que dio otro giro y se retorció por debajo de él, balbuceando por unos segundos.

Ojos grises se abrieron, enormes, cristalizados, y lo encontraron en la oscuridad. Draco jadeó por aire; si emitió un sonido que estuvo peligrosamente cerca de ser un sollozo, ninguno hizo comentario al respecto.

Harry se permitió relajarse cuando escuchó los esfuerzos que llevaba a cabo por regular su respiración. Sabía que, en una circunstancia normal, el otro niño le agradecería que lo hubiese despertado, se acomodaría, le daría las buenas noches, y simularía dormirse de inmediato, durante el tiempo que le tomaba calmarse en verdad. Lo más probable era que sólo aguardase el amanecer para levantarse, incapaz de recuperar el sueño.

Nunca hablaban de qué veía cuando tenía una mala noche, y al día siguiente a una pesadilla, no lo mencionaban. No por esa época, no todavía.

Esa vez, supo que sería diferente desde el instante en que Draco dobló los brazos y le sujetó las manos, que continuaban aferradas al pijama de seda blanco. El pecho le ascendía y descendía a causa de la respiración aún errática, pero poco a poco, encontraba un ritmo más tranquilo.

Harry se mordió el labio e intentó recordar lo que solía hacer Lily cuando tenía pesadillas, además de abrazarlo.

No podía abrazarlo cuando lo sostenía así.

Formó un puchero sin darse cuenta y se inclinó hacia adelante, para recostarse a medias sobre su amigo. Quedó tan cerca de su rostro que pudo detallarlo sin problemas. No se soltó de su agarre.

—¿Estás bien? —murmuró. Draco no tardó en asentir, pero él frunció el ceño y se removió, buscando una mejor posición; al ladear la cabeza, descubrió que podía escuchar los latidos de su corazón. De cierto modo, lo encontró cómodo y agradable—. ¿Estás bien de verdad?

Sintió que le soltaba las manos. Estaba a punto de alzar la cabeza para dejarle en claro que no se iba a mover hasta obtener una respuesta, cuando unos brazos delgados lo envolvieron, lo estrecharon, y su alrededor se convirtió en una nube de calidez y suavidad de pijamas de seda.

—Estás muy dormido, ¿verdad? —percibió, más de lo que vio, a Draco reír por lo bajo.

—¿Por qué lo dices?

—Me estás abrazando, Draco.

—Sh.

Malfoy se removió, para ocultar parte de su rostro en el cabello despeinado de Harry, y exhaló un suspiro tembloroso que los sacudió a ambos por igual.

—¿Draco? —intentó alzarse para verlo, pero él lo sujetó para que no pudiese apartarse. Tras un momento de silencio, se resignó y se sostuvo de los costados del pijama del niño.

—Fue horrible —lo escuchó decir. Lo hacía en el mismo tono de siempre; alguien más habría llorado, o le habría temblado la voz.

—Ya pasó, Draco.

—Lo sé.

Titubeó unos segundos, mientras frotaba la mejilla contra la seda que le cubría el pecho al otro. Comenzaba a entender por qué los gatos tendían a hacerlo, el traidor de su viejo Puppy incluido.

—¿Quieres hablar de eso?

A su pregunta, le siguió un instante de tranquilo silencio, en el que Harry sintió que le llevaba una mano al cabello y se dedicaba a peinarlo.

—No ahora.

Asintió de forma apenas perceptible, debido a que la cercanía no le permitía una completa libertad de movimiento.

—¿Quieres hablar de Quidditch? —probó. La sacudida de una risa silenciosa lo hizo saltar y sonreír.

—¿Sobre cómo destrozamos a los Hufflepuff en el juego de la semana pasada?

—Sí, ¿qué fue eso que hiciste con Montague, cuando se pusieron a girar como locos y tenían la Quaffle en el medio?

—Es una técnica irlandesa —aclaró, los dedos todavía enredados en el cabello de Harry—, consiste en que dos Cazadores intentan mantener el equilibrio y despistar a los otros, para arrojar la Quaffle por...

Harry se obligó a no dormirse por el dulce arrullo que era la voz de Draco en los momentos que precedían al amanecer. Hablaron del juego anterior, de la última práctica rutinaria con que se despidieron de los miembros del equipo por las vacaciones, y después de prometerse jugar al menos un partido corto fuera de Hogwarts en el invierno, charlaron de temas sin sentido ni relación entre sí.

La respiración de Draco regresó a la normalidad, sus latidos eran similares a los tambores, a oídos del niño.

Si a Nott le resultó extraño levantarse, ir al baño, y encontrarlos tendidos en la misma cama al volver, no lo comentó. Arqueó una ceja, les dio los buenos días e hizo una última revisión a su baúl, que estaba empacado desde hace dos días.

Harry no se separó más de lo necesario de su amigo en lo que quedaba de día, aunque si alguien se lo hubiese dicho, habría admitido que no se percató de lo que hacía.

Una vez que decidieron que era hora de ir por algo de comer, dado que el heredero de los Malfoy tenía su baúl listo, pero él no, se deslizaron fuera de la cama entre quejidos por lo frío que era el piso de las mazmorras, bromas absurdas y una rabieta de Draco, cuando tropezó con uno de sus zapatos y lo pateó debajo de la cama de Nott; hizo una nota mental de buscarlo después y meterlo al baúl, sin que sus compañeros lo viesen.

Compartieron el lavabo. Harry se cepillaba los dientes, mientras el otro niño hacía un esfuerzo por acomodarle el cabello, ayudado por su peine favorito y un cintillo negro, que no se le notaba al colocarlo. Empezó a creer que Draco tenía una fijación con su "nido de pájaros" por aquel entonces; era una idea vaga, que no terminaba de tomar forma dentro de su adormilada cabeza.

Se turnaron para cambiarse y fueron hasta la Sala Común, a tiempo para ver a Pansy salir de los dormitorios de las niñas, que los abrazase y besase en la frente, y se enganchase a un brazo de cada uno, para arrastrarlos hacia el Gran Comedor en medio de un resumen del sueño que había tenido, que incluía unicornios, a su hermano, dos elfos domésticos, una Veela.

Desayunaron envueltos en la plática sin pausa de la niña. Harry no volvió a sorprenderse por descubrirse a sí mismo sirviéndole la cucharada de azúcar a Draco, que agradecía en un murmullo y bebía de la taza, porque ya había dejado de hacer el esfuerzo de al menos fingir que se estiraba para recogerla.

Pareció ser una simple casualidad cuando el comedor empezó a llenarse y los tres Slytherin regresaron a su Sala, para que Pansy buscase la jaula en que acomodaría a Fénix, y Harry empacase.

Draco se sentó en la orilla de su cama, él en el suelo. Se dedicaron a organizar la ropa; el primero, mediante la práctica de hechizos de levitación y para doblar —que no salieron bien en cada ocasión, por lo que algunas prendas le cayeron encima de la cabeza, hasta que su amigo logró recuperar el control de la magia— y Harry con trabajo manual.

No sería hasta un par de horas más tarde, cuando viese a la elfina de los Malfoy desaparecer los baúles de los dos y la jaula de una intranquila Hedwig, frente al tren escarlata que estaba a punto de llevarlos a casa por las vacaciones, que la sensación desconcertante de saber que perdería aquello a lo que estaba acostumbrado, volvió a inundarlo. Pansy dejó que su propio elfo trasladase sus cosas, y los guio hacia adentro, al mismo tiempo que Draco le pedía a su Apuntador que les indicase un compartimiento vacío.

Se encerraron en uno cercano al final del tren, corrieron las cortinas, y no tuvieron contacto con nadie más hasta que la señora del carrito de golosinas les tocó la puerta para preguntar si deseaban consumir algo. Para entonces, Harry estaba medio dormido, con la cabeza sobre el hombro de Draco, quien se mantenía de espaldas a la ventana, sumido en una conversación con su mejor amiga, la que estaba en la misma posición, en el asiento contrario; compraron algunos dulces, y estaba seguro de haber probado un par, directo de la mano de Malfoy, que se los tendió frente a la boca, pero los párpados le pesaban y pronto volvió a perderse.

La llegada a la estación 9¾ fue un caos, desde el momento en que se despertó por la sacudida de Draco, hasta que se vieron atrapados por la multitud de estudiantes que buscaban la salida. Lep sobrevolaba por encima de ellos, lo que causaba que algunos se alejasen y otros mirasen con intriga, a pesar de que llevaban meses viendo al conejo volador en los pasillos de Hogwarts.

Descendieron formando una hilera irregular, tomados de la mano para no perderse entre la multitud. Draco iba adelante, con los ojos puestos en el Apuntador que debía señalar a la señora Malfoy, Pansy en el medio, aferrándose a ambos niños, de una manera que hacía que Harry se sintiese más pequeño de lo que era.

Divisaron a Narcissa, envuelta en uno de sus elegantes vestidos, sentada en una banca de ébano, con Jacint a un lado y un enorme perro negro al otro. Los niños no se soltaron hasta que se libraron por completo del tumulto y quedaron frente a ellos.

Jacint alzó a su hermana, como si aún fuese un bebé, luego entre risas y saludos, le revolvió el cabello a Harry y estrechó a Draco con un brazo. El perro se lanzó sobre Harry poco después, mordisqueándole un hombro sin fuerza, agitando la cola, tumbándolo al suelo del andén, para lamerle la cara; el niño se carcajeó y dio manotazos débiles al aire, para quitárselo de encima.

Cuando lo consiguió, jadeante, se aproximó a Narcissa, que tenía el rostro de su hijo acunado entre las manos y le susurraba algo. Lo vio asentir y recibir el beso en la frente de su madre con una expresión dulce, sin sonreír. La mujer se apartó al percatarse de su mirada, extendió los brazos para invitarlo a un suave abrazo, y le pasó las manos por el cabello, en un gesto que, para ese momento, le resultaba muy propio de Draco.

Contento con la bienvenida, y sintiendo al perro animago correteando entre sus pies, dio un vistazo alrededor, en busca de un hombre con lentes o una mujer pelirroja. Narcissa llamó su atención con un apretón leve en su muñeca.

—Lily me mandó a buscarte —explicó—, vamos a almorzar todos en el Vivero de los Parkinson.

La sonrisa de Harry le dividió el rostro cuando la vio ponerse de pie, transfigurar el banco que ocupaba en un pendiente, que se colgó de la oreja, y sujetarle una mano. Sostuvo a Draco con la otra, acercándolos a sus costados.

Un instante, oían el barullo de la estación y veían a Pansy intentar zafarse del agarre de su hermano; al siguiente, sólo existía el silencio, la brisa fresca y el olor del césped recién cortado. Narcissa los acercó más al emprender el trayecto desde el punto de Aparición, al pie de la colina, hasta el edificio que la familia utilizaba.

—¿Cómo les fue? ¿Qué tal las clases? ¿Han hecho todas sus tareas? ¿Hacen caso a lo que les dicen? No se estarán escapando después del toque de queda, ¿verdad? —por reflejo, Harry se tensó, y para su sorpresa, aquello le arrancó una suave risa a ambos, madre e hijo. La mujer fijó su atención en él, con una débil sonrisa—. Draco me dijo que te gustaron los bombones que le mando cada semana, ¿quieres que te envíe a ti también?

El niño se sintió enrojecer al morderse el labio e intentó balbucear una respuesta. Un plop de Aparición, reveló detrás de ellos a los hermanos Parkinson, acompañados de un elfo; Jacint aún tenía cargada a su hermana, y le hablaba en voz baja, ajeno a ellos tres.

—No tienes que ponerte nervioso, hay suficiente chocolate en la Mansión para que les mande a los dos —concretó Narcissa. Para la consternación del pequeño, Draco asintió.

—Pero Harry es muy desordenado, madre, se los comería todos en un día —mencionó su amigo, con ligereza.

Harry los escuchó debatir sobre la mejor opción para que él tuviese chocolates (¡qué cosas tan extrañas discutían las familias sangrepura!), hasta que otro plop, una risa histérica, y unos brazos que lo elevaron y lo giraron, lo separaron de los Malfoy.

Sirius acababa de Aparecerse, en forma humana. Lo tenía de cabeza, sostenido por el torso y las piernas, e intentaba hacerle cosquillas sin soltarlo. El niño se rio, pataleó y se aferró a los brazos de su padrino, sin verdadero miedo a caerse, porque sabía que él nunca lo permitiría (e incluso cuando lo hacía, un encantamiento le impediría tocar suelo).

Para el momento en que Lily y Amelia salieron del Vivero, Harry tenía la cara enrojecida por la sangre que se le subía a la cabeza, estaba sin aliento, y Sirius hacía un esfuerzo en vano de convencer a Narcissa de que le dejase saludar a Draco del mismo modo, lo que ocasionaba que ella colocara a su hijo detrás de los pliegues abismales de su vestido.

Lily lo regañó en el camino hacia ellos, pero una vez que Harry estuvo de pie, en la posición que debía, se vio atrapado por los brazos de su madre y aturdido por preguntas acerca de si comía bien, si acomodaba su ropa, si no dejaba sus cosas regadas por el cuarto, si hacía las tareas, incluso si molestaba a Draco y Pansy. El niño fingió estar indignado por la última, mientras Amelia, después de llenarle el rostro de besos a su hija y estrecharla, cambiaba de puesto con Lily, para hacer lo mismo con Harry, entre cuestiones sobre si le gustaba la comida de Hogwarts, si hacía mucho frío en las mazmorras, si Snape lo trataba bien; por obvias razones, prefirió ignorar esa cuestión en particular.

De reojo, observó a su madre envolver con los brazos a un Draco que se puso rígido, aunque le mostró una sonrisa leve y se dejó besar las mejillas y cepillar el cabello con dedos amables.

—¿Por qué no me escribiste ninguna carta? —se quejaba Lily, en una secuencia beso-palabra-cariño-palabra-beso, que inmovilizaba al niño—. Lo único que me mandaste fue el agradecimiento por los guantes, esperaba que me dijeras si Harry te causaba problemas, si necesitabas ayuda en algo y no se lo podías contar a Cissy —agregó con un guiño y un beso final en la frente, que le hizo emitir una leve risa.

Antes de que se diese cuenta, Lily también había atrapado a Pansy, y unió a Harry, de nuevo, a su abrazo, después se los llevaba a los tres hacia el interior del Vivero, que presumía de haber sido adornado con guirnaldas y mágicas decoraciones flotantes de motivos navideños, como diminutos árboles cerca del techo y bolas de escarcha.

Harry tuvo la impresión de que tanto su madre, como la señora Parkinson, intentaban contener las lágrimas en los cientos, no, miles de abrazos que les dieron luego, pero Narcissa era más serena; se limitó a volver a recrear su banco, a partir del pendiente que usaba, y ordenarle a los elfos domésticos que sirviesen la comida.

Almorzaron entre interrogaciones, recomendaciones, ligeras reprimendas y los planes de las tres mujeres para las vacaciones, mientras Sirius hacía bromas subidas de tono. Harry y Draco intercambiaban miradas divertidas, Pansy era molestada por su hermano, que no dejaba de embarrarle la mejilla, abrazarla demasiado fuerte y desordenarle el cabello con una sonrisa.

Horas después, cuando en Inglaterra estuviese anocheciendo, se despedirían con una promesa de su madre de que podrían verse en los días que tendrían libres, un abrazo de Pansy, que por poco lo derriba, y uno más leve de Draco. Pasadas las secuencias de más mimos, que le daban las madres de sus amigos, y la respectiva sacudida de cabello de Jacint, volvió a ser levantado por su padrino. Lo último que escuchó antes de Aparecerse en Godric's Hollow, fue el grito de Lily, que no auguraba nada bueno para el hombre.

El resto de los Merodeadores estaban en la sala de su casa cuando llegó. Harry chilló y corrió para colgarse de su padre, que a pesar de seguir con el uniforme de Auror y ligeramente sudado, lo abrazó por tanto tiempo que Sirius tuvo que 'quitárselo' para que Remus y Peter pudiesen saludarlo.

Esa noche, sin embargo, Harry arrastró los pies hasta el cuarto de sus padres y se deslizó entre ambos, metiéndose bajo los brazos de Lily y las cobijas de James, porque sentía que necesitaba escuchar las tranquilas respiraciones de alguien más para dormir bien. Como en Hogwarts.


Escena extra

Draco Malfoy selló el último sobre, colocó el alfiler en el centro de la parte superior de la fotografía, y la unió al conjunto que recién comenzaba a tomar forma, por debajo de las que lo mostraban a él, más joven, con sus padres o Severus. Se sintió tentado a tomar la que tenía de Lucius, con una mano posada en el hombro de su versión de cinco años, pero no lo había hecho antes de irse a Hogwarts y no tenía por qué hacerlo a esas alturas.

Era tarde. A pesar de darle las buenas noches a su madre y mandar a Lía a apagar las luces, estaba de pie en la antecámara de su cuarto, en un pijama de seda y descalzo. Debería estar exhausto por el viaje en el tren, el almuerzo con los Parkinson, los Potter y Sirius Black, y tendría que dormir un par de horas si quería estar atento al día siguiente, que iría a hacer una visita familiar a su tía Andrómeda, pero no estaba más cansado de lo que habría estado en un día normal de clases, ni lo bastante relajado para dormir.

Tenía la sensación de que experimentaría una pesadilla al cerrar los ojos, lo que no era de ayuda.

Resignado, cerró las cortinas que cubrían la nueva adición a su muro de imágenes y se giró. En voz baja, le pidió a su elfina que mandase bombones a Harry y Lily Potter a primera hora, y se metió a su cuarto, para dedicarse a ver el cielo estrellado mágico del techo, hasta caer dormido, con la vaga sensación de que era una buena decisión.

Si en la mañana, Harry ahogó un grito al encontrar una canasta completa de bombones en su cocina, Lily comenzó a reír y lo celebró con él, y James sólo observó la escena a la distancia con diversión, bueno, Draco no podía saberlo.


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