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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo trece: De cuando Harry sigue aplicando la receta de la felicidad (y funciona, más o menos)

Draco hacía caras divertidas al beber cerveza de mantequilla. Harry intentaba concentrarse en eso, para dejar de golpetear el suelo con el pie, en un tic nervioso que comenzaba a desesperarlo más de lo que ya estaba, pero que no podía frenar.

Los gemelos Weasley cumplieron con la promesa de llevar a Hogwarts una cerveza enorme, en un envase especial que la mantendría a la temperatura ideal; ahora estaban a cada lado del niño, en una de las bancas del patio interior del castillo, mirándolo expectantes por su veredicto de la bebida. En el primer trago, Draco arrugó la nariz e hizo una pausa, en la que apretó un poco los labios. Para el segundo y tercero, dio sorbos más pequeños, con el ceño apenas fruncido. A partir del cuarto, lo tomaba con tranquilidad, en un silencio absoluto que lo hacía parecer casi indiferente de los chicos que lo rodeaban.

—¿Y? —lo instó uno de los hermanos.

—¿Qué te parece? —secundó el otro, dándole un codazo.

Draco bajó el envase despacio, se quitó la espuma restante en el labio superior, con tanto cuidado como para que aún luciese elegante al hacerlo. Los gemelos se ganaron un bufido por invadir más su espacio personal.

—Sabe bien —dictaminó, tendiéndole la cerveza a Harry, que estaba sentado en el suelo, sobre una manta con un encantamiento de calefacción para protegerse de la nieve; desde hace rato, que se había hecho un hueco en el espacio entre las piernas de su amigo, apoyándole los brazos flexionados en los muslos, donde recargaba la barbilla.

Los Weasley comenzaron a entonar uno de sus cánticos, chocar las palmas por encima de la cabeza del niño, y prometerle que les llevarían toda la cerveza de mantequilla que quisiera, después de cada visita que se les permitiese a Hogsmeade.

—Prueba —cuando sostuvo el envase, Draco le dedicó un asentimiento. Harry lo imitó y le dio un sorbo; frunció los labios de inmediato—. ¿Cómo sabe? ¿Te gusta?

—Es raro, dulce, me pica en la garganta, pero casi nada. Tiene...tiene algo grasoso, raro —tnsistió.

—No es delicado. Padre bebía un vino que sí lo era, pero está bien para estudiantes locos, como unos que conozco...

Los Weasley se rieron cuando el niño hizo un gesto vago en dirección a ellos. Uno, no supo cuál, le pasó un brazo por encima del hombro y lo pegó a su costado, haciendo caso omiso de sus protestas y sacudidas.

—Y vaya que estamos locos, ¿verdad, hermano?

—No lo sé, hermano. Yo no diría que lo estamos —comentó, encogiéndose de hombros—. Somos genios incomprendidos por esta sociedad.

—Qué filosófico.

—Es un don.

Los gemelos intercambiaron una mirada y se echaron a reír, agitando más a Draco, que seguía atrapado en medio de ambos. Dio manotazos al aire para apartarlos, y se inclinó hacia adelante, de modo que quedó semi-recostado sobre Harry.

—Nos vamos a ir si siguen con esto —su amenaza surtió efecto, porque ambos empezaron a protestar y jalonearlo. Harry terminó por reír cuando su amigo empezó a sacudirlo al mismo ritmo de sus zarandeos.

Por petición especial —para que se detuviesen, en otras palabras—, Draco se enderezó, alisó pliegues inexistentes de su uniforme, los hizo renovar los encantamientos de calefacción que rodeaban el banco, y a su vez, a ellos, antes de contarles de nuevo la historia de los hermanos fuego.

Cuando los gemelos estuvieron contentos y no quedó ni rastro de la cerveza que metieron a hurtadillas, se escabulleron de vuelta a los pasillos, un par en dirección a la Torre de Gryffindor y el otro hacia las mazmorras.

Harry aguardó a que hubiesen doblado en la esquina y se alejasen lo suficiente de los estudiantes más próximos, de modo que no pudiesen escucharlo, para soltar lo que se arremolinaba dentro de su cabeza y exigía atención.

—¿Qué vamos a hacer con lo de...?

—Sh —su amigo se puso un dedo en los labios, y con este, señaló después hacia arriba. Ya no era sorpresa ver a Lep utilizando sus orejas como alas, pero lo que sí lo era, fue que el conejo estuviese trazando círculos en el aire, alrededor de un Augurey, que intentaba dar con una salida de ese ciclo. Dárdano—. En la Sala Común, Potter.

Abrió la boca para replicar, la cerró ante la mirada recriminatoria del niño. Con un encogimiento de hombros y un leve sonido de frustración, continuó caminando hacia la Sala Común.

Alcanzaron la antorcha indicada, susurraron la contraseña de la semana. Harry entró primero. Draco se atrasó un instante para tenderle los brazos a Lep, que descendió y se acurrucó entre ellos. Estaba seguro de que también comprobó que el ave no los siguiese.

El lugar estaba vacío, a excepción de un estudiante mayor, que se quedó dormido sobre sus apuntes en la larga mesa plateada de uno de los rincones, y Pansy, que revisaba uno de sus libros de instrucciones desde un sillón. Levantó la cabeza nada más percatarse de su llegada.

—¿Cómo les fue? —cerró el libro y se arrodilló, doblando los brazos encima del respaldar del asiento y apoyándose en estos— ¿en serio se tomaron esa cosa? ¿A qué sabe?

—Bien, sí. Según Potter, "raro" —contestó Draco a la ligera. Se acercó a su amiga, se inclinó sobre el sillón y le susurró algo; lo que fuese que hubiese dicho, causó que Pansy se tornase seria, dirigiese una mirada de reojo a Harry, y se acomodase en el sillón—. Vamos a estar un rato en el cuarto. Comeremos aquí más tarde, si quieren, Lía estaba probando nuevas recetas.

La niña le dio un breve asentimiento, una respuesta en voz baja, y se volvió a colocar el libro entre las piernas, para sumergirse en esa lectura que la tuvo ajena a los dos que se encaminaron hacia el dormitorio de los varones. Harry se posicionó a un lado de su amigo.

—¿Qué le dijiste? —susurró, con el ceño apenas fruncido.

—Que la cerveza te dio náuseas.

—¡No me dio...!

Draco ahogó la risa el resto del trayecto.

El dormitorio de los niños de primero estaba vacío, aunque no era extraño, porque cuando Nott no se encontraba encerrado detrás de las cortinas y leyendo, podía desaparecerse por horas. Draco decía que no era asunto de ellos averiguar a dónde iba cuando nadie sabía de él, así que no lo intentaban; a cambio, el propio Nott tampoco se tomaba molestias con los dos. No creía que le importase, de cualquier modo.

Aun así, cerraron la puerta. Ocuparon la cama de Harry, él acostado boca arriba a lo ancho, con las piernas colgando sin tocar suelo, Draco sentado, la espalda contra el cabezal y su conejo en el regazo, olisqueando las sábanas y la almohada, como si fuese la primera vez que lo dejaba subirse; hace tan sólo unos días, incluso lo halló en su cama cuando despertó.

—¿Entonces...? —dejó la palabra en el aire cuando notó que su amigo sacaba la varita y realizaba una floritura en el aire, que cerraba las cortinas del dosel por ellos, en todos los ángulos, excepto donde Harry sobresalía de uno de los costados. Esperó a que la guardase en su manga y le dirigiese su atención, para proseguir—. ¿Qué vamos a hacer?

—¿Que vamos a hacer de qué? —replicó el niño, en un tono sereno que le produjo más envidia de la que le gustaría admitir.

Desde la mañana, tras el anuncio de los centauros y haber sido arrastrados por Snape hacia el Gran Comedor, donde Pansy lo convenció de que nada más que la curiosidad los llevó hasta ahí, Harry sentía los nervios consumiéndolo por dentro, y en el momento menos esperado, se encontraba preguntándose qué harían al respecto.

—¡Sabes de qué! —estalló, su respiración agitándose tanto como lo hicieron los latidos de su corazón durante la mayor parte del día—. Draco, creo que la piedra de la que hablaban fue esa que vimos ahí abajo, ya sabes, donde Fluffy. Lo pensé y sería lo más lógico, y- tal vez por eso, tu padre te la mostraba en el espejo, tal vez él sabía...tal vez- el espejo...tú entiendes, podría ser- es mágico y toda la cosa, ¿no?

—Qué listo, Potter, casi aciertas —fue la única respuesta del otro, que agachó la cabeza para ver a su conejo y comenzó a juguetear con sus orejas; él no creía que se diese cuenta de que lo hacía.

Se demoró unos segundos en comprender a qué venía la inaudita tranquilidad.

—Y tú sacaste algo de los libros que leíste en la mañana, ¿verdad?

—Sí.

—¿Y no piensas decirme?

Draco lanzó un dramático suspiro y se removió sobre el colchón, para conseguir una posición más cómoda.

—No fue exactamente de los libros —comenzó, en voz baja—. Quiero decir, sí, encontré algo interesante ahí después de un rato, pero lo que creía antes, lo saqué de madre.

Harry frunció el ceño.

—¿Cómo sabe sobre eso la tía Narcissa, si se supone que los estudiantes no entran ahí?

—Ella no sabe que está aquí, imagino —se encogió de hombros—. La piedra de la luna es, bueno, es- es parte de la canción que ella me canta en mi cumpleaños. Es algo de los Black, creo, porque el primo Regulus me dijo que la conocía cuando fui a verlo después de recibir su regalo.

—Así que una canción —arrugó más el entrecejo, en una expresión de concentración que resultaba casi dolorosa—, ¿entonces no existe? ¿O sí? ¿O es como- como un mito?

—Es como un mito, muy real, si la verdadera está a unos pisos de distancia.

El niño tomó una profunda bocanada de aire y se preparó para la respuesta que sabía que vendría, al decir:

—No entiendo.

Draco rodó los ojos.

—Qué sorpresa.

Giró para quedar de costado, se puso un brazo doblado bajo la cabeza, a modo de almohada, y se fijó en su amigo con un pequeño puchero, que consiguió suavizar la expresión del otro.

—¿Qué no entiendes? —preguntó tras un instante más, en un tono resignado.

—Lo que se supone que dice la canción. Recuerda que nunca la he oído, a mí no me la cantan…

Otra vez, rodó los ojos; la forma en que las comisuras de sus labios tiraron hacia arriba, lo delató.

—El niño de la luna es un cuento de familias sangrepura muy antiguas, Potter, no es raro que tu padre no te haya...—se calló de pronto, sacudió la cabeza, y lo observó con ojos más claros después—. Habla de un niño que vive en el lado oscuro de la luna y está intentando comunicarse con su madre, que está aquí en la tierra. Y luego viene la estrofa del rayo de sol, pero esa es la versión larga.

Harry se mordió el labio un momento. Por la sonrisa que se forzó a contener, su amigo estrechó los ojos.

—No te la voy a cantar, ni lo pienses. Es una cursilería.

—Me ayudaría a entender —mencionó, lento, como quien no quiere la cosa. Draco le sostuvo la mirada, recriminatorio—, ¿por favor? No tienes que cantarla, cuéntamela como haces normalmente.

Su amigo permaneció en silencio, así que Harry resopló y se volvió a acomodar, en esa ocasión, para quedar boca abajo, con la cabeza girada hacia él.

—Estoy preocupado por todo esto, oírte me calmaría —confesó después de otro rato en que no hubo reacción, porque era cierto que los cuentos de Draco tenían un toque relajante, imposibles de describir y de ignorar.

Lo escuchó suspirar.

—Eso cuenta como manipulación, Potter.

—¿Por favor? —insistió, con un puchero.

—No la recuerdo exactamente, es madre quien se la sabe.

—Te la canta todos los años, Draco. Tienes mejor memoria que eso.

—Pero aun así...

Por favoooooor —repitió, alargando la vocal de una forma que hizo al otro reír por lo bajo.

El heredero Malfoy dejó que Lep bajase de su regazo, y se dirigiese hacia Harry, contra el que se acurrucó al echarse. Cuando creyó que no escucharía una respuesta, su amigo llenó el interior del dosel con esa voz solemne que utilizaba para los cuentos. Él se esforzó por no lucir muy contento, aunque las angustias se disiparon a una velocidad que podría ser alarmante.

—Niño, niño, no creas que estás solo. Niño, niño, la luna sigue brillando cuando no la ves. Niño, niño, las estrellas siempre están contigo; las llevas en los ojos, las llevas en el alma.

Hubo otro niño, que pensó como tú. Creía que nadie lo veía, porque vivía en ese lado de la luna, que no conocen. Estaba oscuro allí, niño, y sólo conocía el frío, mucho frío. El frío de sentirse solo siendo apenas un niño.

Él miraba a lo lejos, las familias que se reían y celebraban, y él estaba solo, y eso no podía ser justo. Niño, niño, si pudieras entender; llevas por sonrisa la luna creciente, y su polvo pinta tu piel.

Él no quería estar solo. Él quería estar con ellos. El niño vivía en la luna, y de ahí, arrancó una piedra; era pequeña y brillaba tanto como él. Tal vez podía lanzarla, tal vez podía llamarlos, y ellos irían a buscarlo.

Niño, niño, no creas que estás solo. Niño, niño, la luna sigue brillando cuando no la ves. Niño, niño, las estrellas siempre están contigo —si Harry lo oyó tararear el verso, no lo comentó. En su lugar, se mordió el labio para disimular su sonrisa, y se dedicó a mirarlo—; las llevas en los ojos, las llevas en el alma.

Niño, niño, ojalá pudieras entender. No estaba ahí sólo porque sí, pero la persona que más quería estaba tan lejos, que era difícil de ver. Tenía las estrellas en los ojos, igual que él.

Niño, niño, tienes que entender, que ella lo da todo por estar cerca de ti. Que cuando te trajo al mundo —Draco tragó de forma audible, en un intento de encubrir el débil temblor de su voz, lo llenaste de luz. Tienes estrellas en el alma, que le regalaste al nacer, y eres lo mejor que le ha pasado.

Niño, niño, ella nunca te dejaría. Estará cuando no veas la luna, y cuando las nubes tapen tus estrellas, y la noche sea más oscura, porque eres todo eso para ella.

Niño, niño, si pudieras entender; llevas por sonrisa la luna creciente, y su polvo pinta tu piel. La tienes a ella, y nunca estarás solo de nuevo. Ojalá lo pudieras ver.

Su amigo respiró profundo al quedarse callado y se frotó los párpados con cuidado. Harry optó por no decir nada hasta que se recuperara.

—Es- uhm —un arrebato de cariño le hizo imposible contener más tiempo una sonrisa, porque era tan diferente ver a Draco ruborizado, con los ojos cristalizados y huyendo de su mirada—, la versión corta, te lo dije. Madre la canta más larga, con otras partes que son muy cursis, y cambia lo de "ella" por "mi" o "yo", tú entiendes.

—Es muy bonita —no se percató enseguida de que tenía la voz aguda de quien lleva un nudo en la garganta, hasta que el otro niño lo observó con los ojos muy abiertos. Por un segundo, Harry no pudo estar más de acuerdo en que Draco tenía estrellas en sus ojos.

Sin pensarlo, se arrastró por encima del colchón para acercarse más a él, y recostó la cabeza sobre una de sus rodillas, mirándolo desde abajo con una sonrisa.

—Lo sé, es hermosa —susurró, después de aclararse la garganta, aunque el efecto no logró una gran mejoría. Harry estiró una mano para sujetar una de las suyas y le dio un leve apretón. El gesto bastó para que su amigo elevase la barbilla y recuperase ese deje elitista tan suyo—. Y por supuesto, que la cante mi madre sólo la hace mejor. La perfección es de familia.

—Claro —cuando el niño vio que se limitaba a sonreírle más, extendió el brazo que tenía desocupado y cerró los dedos en torno a uno de sus mechones rebeldes, para darle un tirón ligero. Él fingió quejarse, a pesar de que su rostro todavía demostraba lo opuesto—. Así que un niño en la luna lanzó una piedra para su mamá.

—Sí, algo loco, ¿no?

—Bastante —se rio—, ¿qué tiene que ver eso con los centauros?

Por unos instantes, Draco emitió un largo "hm" que llenó el silencio. Fue una oportunidad que Lep utilizó para subirse al pecho de Harry y acurrucarse en los pliegues de la túnica.

—Por lo que leí, no hay mucho que sepamos de los centauros, además de que les gusta la Adivinación y creen en la lectura de las estrellas. Creo que ellos lo toman como si el niño hubiese sido un centauro joven, y supongo que las madres se la cantarán a sus hijos también.

—Es como los cuentos muggles de mamá —comentó, aún más entusiasmado al mencionar a Lily y pensar en lo que le leía por las noches, cuando era más pequeño—. Si pudiese ver una casa de caramelo, o supiese dónde está el zapato de cristal de la princesa que le gusta más, también querría tenerla. ¿Algo así es por lo que quieren la piedra?

—¿Casa de caramelo? ¿Zapato de cristal? —Draco arrugó la nariz— ¿qué tienen esos muggles en la cabeza al hacer cuentos así para los niños?

Harry arqueó las cejas.

—¿Vivir en el lado oscuro de la luna es másnormal?

—Para un mago, sí. Las hormigas se comerían una casa de caramelo, y un zapato de cristal sería incómodo.

—Bueno- sí —reconoció en un murmullo—. Pero ese no es el punto. Dijeron algo sobre que unió a su pueblo, ¿sabes de eso?

Su amigo se tomó un momento, antes de negar.

—Casi no hay nada de ellos en la biblioteca.

—¿Y qué hacemos? ¿Se la- se la vamos a llevar?

—¿Y meternos en problemas, Potter? —él negó—. Piénsalo: no sabemos qué hace, para qué la quieren. Podría quemarnos si la tocamos, podría ser parte de un ritual que sólo ellos hacen.

—O podría ser una piedra bonita que tiene un significado especial para ellos, ¿no?

—O podría ser una piedra bonita —admitió, rodando los ojos—, no lo sabemos. Lo que sabemos es lo que hicieron los centauros para hacerse famosos entre los muggles.

Harry frunció el ceño. No le gustaba el tono de voz en que lo dijo.

—¿Qué cosa?

—Cosas horribles, Potter —el niño rodó los ojos y formó un rictus de desagrado con la boca—, es lo único sobre los centauros en lo que todos están de acuerdo. Creen que son peores que bestias.

—Tú mismo estabas defendiéndolos de Bulstrode hoy.

—No los defendí —Draco lució un poco aturdido por la idea, parpadeando varias veces y aclarándose la garganta después—, molesté a Bulstrode, que es diferente.

—Pero...

—Como dije —lo cortó, de inmediato—, son medio humanos nada más. Sí, supongo que son seres pensantes, como nosotros; nunca he estado cerca de uno. Pero, oye, los trols tienen cerebro y eso no evita que te ataquen.

—No creo que dejen que haya un montón de…bestias en un bosque cerca de un colegio, Draco.

No podrían, ¿cierto?

¿Cierto?

¿Los Aurores sabrían eso?

Tal vez tendría que comentarle a su padre qué clase de criaturas habitaban el Bosque Prohibido. Si era un problema para los estudiantes, James lo sabría, y por supuesto, lo arreglaría.

Su amigo soltó una larga exhalación, dejó caer los hombros, y le dio algunos tirones más a su cabello. Masculló acerca de que estaba enredado, en palabras poco dignas de un Malfoy, luego comenzó a peinarlo con los dedos, en movimientos lentos y cuidadosos.

—Realmente no creo que importe, digo, se supone que no nos acercamos al Bosque, por algo está prohibido. No tienen que cuidar qué hay o no allí.

Harry abrió la boca para protestar y fue callado con otro jalón, un poco más fuerte. Él se excusó indicándole que era un nudo que tenía en el cabello e intentaba deshacer.

—Los magos también hacen cosas malas —dijo tras un momento, despacio, como si le costase hacer la comparación—, no todos, y supongo que será igual con ellos. Algunos pueden ser malos, y no quiero averiguarlo, Potter; entrar allí, solos, porque creemos que nos llaman, sería arriesgarnos a que ellos sean así y salgamos...no muy bien.

—¿Por qué tienes que ser tan negativo? —susurró, con un puchero.

—Me gusta demasiado mi libertad para hacer una tontería así.

Él no supo qué contestar; supuso que era lógico, ¿existía alguien que quisiera ir a un lugar, donde creía que le harían algo horrible?

Después de eso, se sumieron en un silencio tan prolongado que Lep se durmió sobre su pecho. A medida que su amigo deshacía los torpes nudos, que se le formaban entre el desorden que tenía por cabello, el contacto se asemejaba más a las caricias; Harry sintió que el sueño acumulado de la noche anterior y la suavidad de sus manos, le volvían los párpados más pesados.

Bostezó.

Amaba la comodidad de su cama, la calidez dentro del dosel. ¿Alguien le podía explicar por qué el uniforme de Draco, era tan suavecomo su verdadera almohada? Él estaba seguro de que su ropa no era como esa.

Pero ni la mayor tranquilidad podía ser eterna.

Harry nunca escuchó el plop de la Aparición, pero de pronto, murmullos de una elfina y la voz de su amigo al responderle, interrumpían la burbuja creada por su mente embotada. Se removió sobre el regazo de Draco, y cuando sintió que hacía el ademán de alejarse, intentó sujetarlo.

—...anda, tengo que irme —Oyó, entre la bruma del sueño—. Suéltame, Potter.

Balbuceó una contestación, que debió ser absurda, por la manera en que el otro se rio y le pasó una mano por la frente, apartándole el cabello, que se le echó hacia adelante en el último momento.

—...querrá que vaya ahora mismo...ya lo oíste. Vuelvo en un rato.

Luego la voz suave, el tacto y las caricias se fueron. Y Harry entendió que la calidez que sentía no era, en realidad, producto de las cobijas ni el dosel.

Se hizo un ovillo, abrazando al conejo mágico. Lo que pensó antes de caer rendido, era en quién podría estar llamando a Draco para que se retirase así.

0—


Lo supo cuando una ligera sacudida lo agitó en su mundo de sueños, en medio de uno particularmente divertido que incluía a la familia Weasley completa y a Ron en un vestido rosa y esponjoso.

Un llamado, distante al principio, lo arrastró de vuelta a la realidad de forma constante. Lloriqueó, se aferró a una bola de pelo terso y de olor agradable, que estaba entre sus brazos

Después sintió una nariz áspera presionar la suya, seguido de una lamida en el mentón. Y una risa conocida.

Abrió los ojos y parpadeó para enfocar la figura junto a su cama. Era en momentos como aquel, cuando se sentía más agradecido de estar en un dormitorio de las mazmorras, donde la luz tenía un tono verdoso y no le molestaba más de lo necesario al despertar. Le llevó unos segundos reaccionar a la imagen de Pansy, sin embargo.

Se sentó de golpe. El movimiento lo mareó. Le hizo reconocer que la bola a la que se aferraba, era Lep, que se le enganchó a la túnica y le olisqueaba la quijada. Intentó no removerse por la incomodidad.

La niña estaba de pie junto a la cama, con las manos unidas tras su espalda, y el uniforme sin la túnica negra.

—¿Cómo...? ¿Qué...? —balbuceó, aún afectado por el sueño. Casi podía ver a Ron en vestido todavía; adoraría contárselo a los gemelos más tarde.

—Pedí permiso a Nott para entrar —explicó ella, haciendo un gesto en dirección a la puerta que daba al baño. Por la rendija entre esta y el suelo, se notaba una luz encendida. Su compañero estaba en el cuarto—. Draco vio a Montague, que vio a Bulstrode, que vio a Flint, que me encontró a mí en la Sala Común, y manda a decir que Snape lo soltópero necesita que vayas a la entrada principal.

Harry parpadeó, analizó lo que escuchó, y frunció el ceño. Se acababa de percatar de que los lentes se le cayeron, en alguna parte de la cama.

—¿Que Flint quiere qué? —fue lo único que se le ocurrió, mientras tanteaba el colchón con las manos. Pansy le tendió los lentes, agradeció en un murmullo, y se los puso.

—Flint no, Draco te necesita en la entrada principal.

—¿Para qué?

Ella se encogió de hombros.

—¿Y a ti no?

—No, te llamó a ti.

Él asintió despacio, procesando la nueva información. Cuando una parte de su cerebro le dijo que tenía que levantarse, se arrastró hacia una orilla de la cama y se deslizó hacia el suelo. Se tambaleó para ponerse de pie, y aunque vio algo anormal en la forma en que se salió del colchón, su estado no le permitía reconocer qué era.

Oh, sí, que se tiró. ¿Por qué no le dolía nada?

—¿Qué dijiste de Snape? —preguntó después, y se juró nunca, nunca, volver a desvelarse.

—Que soltó a Draco.

—¿Cómo que lo soltó?

—Snape lo mandó a llamar —ella formó un pequeño puchero. A pesar de que no lo pidió, le quitó al conejo de encima cuando lo vio arreglándose la túnica con torpeza.

Snape lo mandó a llamar. Una serie de escenarios poco agradables podían surgir al intentar resolver por qué lo habría hecho, y a decir verdad, Harry no tenía esperanzas de entender la conducta de su profesor.

En lugar de perder tiempo intentando, se pasó las manos por el cabello, se aseguró de que los lentes seguían donde les correspondía estar, y le extendió un brazo al conejo, que no dudó en abalanzarse sobre él para que lo abrazara. Pensaba llevárselo a Draco, a donde fuera que estuviese. Era mejor que dejar que lo persiguiese al salir.

—¿A dónde es que dijiste que quería verme? —frenó su andar hacia la puerta al no recordar el sitio. Pansy se rio por lo bajo.

—La entrada principal, Harry. Y quítate la baba de la cara, ¿sí? Aquí —Se apuntó una de sus propias mejillas, negó con una sonrisa, y lo adelantó, para salir del cuarto primero.

Harry estaba a punto de seguirla, cuando sus palabras surtieron efecto. Decidió que podía aguardar un poco más, a que Nott saliese del baño, para limpiarse.

Cuando alcanzó el pasillo que daba hacia la entrada, casi diez minutos después, Lep se había subido a su cabeza dos veces, confundiéndose con su cabellera y dejándole un par de orejas de conejo, que lucían demasiado reales para su gusto. Creía entender lo que Draco sentía al respecto más que nunca; desde su ingreso al colegio, no lo observaron tanto, ni murmuraron a su paso, hasta ese día.

Su amigo no estaba a la vista. El corredor estaba desierto, la puerta cerrada, la única luminosidad en ese momento eran las antorchas a los lados.

Un agarre firme se cerró en torno a su brazo y lo jaló. Harry quiso gritar, pero una mano le tapó la boca. Fue llevado hacia un pasillo contiguo, en un torbellino de túnicas y extremidades que se enredaban y los hacían trastabillar.

Al encontrarse dentro de un armario de escobas, aunque el corazón todavía le latía muy rápido a causa del susto, no se sentía sorprendido porque fuese el rostro de Draco el que quedó frente a él, su varita generando un lumos desde que lo soltó.

El niño-que-brillaba-aun-en-la-oscuridadmurmuró un "sh" y agitó el Mapa del Merodeador ante sus ojos. Harry se mordió el labio inferior y asintió.

—¿A dónde va eso? —preguntó en voz baja, en cuanto lo vio presionar y cambiar de lugar una antorcha, que reveló un pasadizo, abriéndose a través de la roca de la pared.

—El invernadero —la respuesta fue distante, porque Draco se sacó de un bolsillo el otro mapa, lo desplegó para hacer una anotación, y se lo guardó de nuevo. Empezó a caminar adelante, iluminando un túnel que iba en descenso—. ¿Qué pasa, Potter? —miró por encima del hombro, supuso, al no escuchar las pisadas que lo seguían, y se detuvo sin girarse.

Harry frunció el ceño.

—¿Por qué quieres ir allí? Pansy dijo que estabas con Snape, creí que-

Draco sacudió la cabeza con ganas. Se cambió de mano la varita y la presionó contra sus labios, luego hizo un gesto que lo abarcaba todo a su alrededor.

—Aquí no.

—¿Por qué? —insistió, a punto de dar un pisotón al suelo y cruzarse de brazos. El otro suspiró.

—Las paredes oyen —no supo si lo decía literal o no, pero un peso helado se instaló en su estómago al dejar caer los hombros. Draco se dio la vuelta y le tendió una mano—. ¿Ya no confías en que yo te guíe, Potter? Porque todavía tengo el mapa y puedo-

Harry se acercó y le sujetó la mano antes de que hubiese terminado. Su amigo se calló de forma abrupta, vio el lugar de su contacto, y asintió. Cuando se giró, comenzaron a caminar juntos, la entrada al pasadizo se cerró detrás de ellos.

Si no hubiese sido por el lumos, notó, se habrían quedado a oscuras en un túnel irregular de piedra.

—Hay un par de cosas que pasaron mientras dormías —explicó tras un momento, cuando estaban a varios metros de donde él suponía que se localizaba la entrada; no podía verla.

—Pansy me dijo que Snape te mandó a llamar.

—Yo te lo dije también, pero imaginé que nome habías oído.

Harry sintió que las mejillas le ardían.

—Claro que te oí.

La risa de su amigo fue débil, apenas perceptible.

—No, los estudiantes que pasan por las clases con mi padrino siempre reaccionan como "ugh" o "agh" cuando menciono su nombre. Tú seguiste embobado y abrazando a mi conejo. Hablando de la estúpida rata fea —Draco chasqueó la lengua. Lep se alzó desde la parte de la túnica del niño, a la que se había adherido después de la última vez que se lo quitó de la cabeza, regresando a su forma normal, para subirse al hombro de su dueño. Le pareció que murmuraba una felicitación.

—¿Otra cosa de las vacaciones que no me dijiste?

—No, esto es más nuevo. No funciona todo el tiempo aún, se distrae y no me oye siempre —desde atrás, lo vio encogerse de hombros—. ¿Quieres saber qué pasó o no?

Él asintió. Luego se dio cuenta de que, por estar de espaldas, el otro no podría notarlo, y murmuró una respuesta.

—Snape piensa que tengo algo que ver con la piedra de la luna.

Harry dio una brusca inhalación, apretando su mano sin querer. Se sentía igual que si le hubiesen vertido agua fría encima.

—¿Cómo...?

—Es mi padrino —Draco comentó a la ligera—, ¿crees que Sirius se daría cuenta si tú haces algo?

La respuesta tardó unos instantes en salir.

—Es posible.

—Bueno, pues Snape siempre se da cuenta de lo que hago, sólo que no suele meterse. Algo sobre "dejar ser" o "de los golpes, se aprende" —hizo un gesto vago con la mano que sostenía la varita y el mapa—. Pero piensa que esto es un poco más serio y madre lo matará si me meto en problemas con centauros. No se creyó lo de Pansy. Tuve que aguantar media hora de quejas sobre ti, algunas con las que estuve muy de acuerdo, por cierto, y después convencerlo que ella no sabía nada de nada y hacerme el tonto con lo que me decía; creo que piensa que  soy un tonto, pero no porque no sepa qué hice.

—¿Entonces...? —lo alentó Harry, frunciendo el ceño.

—Nada.

—¿Cómo que nada?

—Que no le dije nada, Potter. No eres su favorito, y ellos dejaron bien en claro que eran dos personas; con lo que dije y piensa de Pansy, no creo que la culpe de nada. Además —agregó, con un vistazo más por sobre el hombro, que fue acompañado de una sonrisa ladeada, esa que lo hacía parecer un Black—, quedamos en nocontarle a nadie, ¿verdad?

Él se descubrió a sí mismo conteniendo una sonrisa idéntica.

—Sí.

—Bueno, después de que lo estresé lo suficiente, tendría ganas de maldecirme o de sacarme de su oficina, y me sacó de ahí. Eso fue lo primero. Lo segundo, es que Dárdano me estuvo persiguiendo por los pasillos mientras iba a las mazmorras, así que me fui por un montón de pasadizos, hasta que llegué a la entrada, aunque no sirvió de mucho; me encontraba después de unos minutos.

—Ioannidis debe estar vigilando que no vayamos por la piedra —mencionó, preguntándose por qué tenían que mezclarse los problemas de ese modo—, ella debe saber que somos nosotros los que los centauros esperan.

—Lo mismo pensé —admitió enseguida, sin un solo titubeo—. Iba a regresar a las mazmorras por atajos, cuando noté lo más extraño del día, y preferí llamarte.

—¿Por qué no fuiste a buscarme?

—Sería demasiado extraño tomar atajos para ir por ti, y regresar por ellos, cuando ya llevaba un rato escapándome de Dárdano.

Él tuvo que reconocer, a regañadientes, que sonaba lógico.

—Pansy me asustó cuando apareció al lado de mi cama.

—Por Merlín, ¿se metió a nuestro cuarto?

—Pidió permiso a Nott —simuló un tono de voz más agudo al hacer la aclaración, arrancándole una carcajada a Draco, que resonó en el túnel—. ¿Qué viste que era tan importante? ¿O me despertaste porque ?

—Te desperté porque sí.

Harry le dio un golpe débil en la espalda con su mano libre.

—Es que me sentía tan solo...—otro golpe, que esquivó en esa ocasión. Su amigo agitó la mano de la varita y el mapa al volver a reírse—. Ya verás, Potter. Casi llegamos.

Estaba por abrir la boca para replicar cuando Draco borró y se guardó el mapa. Lo llevó hacia un tramo pequeño de escaleras de piedra, al final del túnel. Utilizó un hechizo para empujar una porción de techo y un sonido de arrastre acompañó al agujero que se abrió sobre ellos, de una compuerta circular.

—Súbeme —ordenó, dándose la vuelta. Harry arqueó las cejas cuando sintió que le soltaba la mano, y en cambio, extendía los brazos hacia él.

—Draco, si crees que te voy a cargar-

El otro rodó los ojos.

Minium —se tocó a sí mismo con la varita y retomó la posición anterior, a la espera—. Vamos, Potter, peso menos que una pluma.

—Esto en serio-

—¿Quieres que salgamos de aquí, o no?

Harry resopló y le pasó los brazos alrededor, por debajo de los suyos. Por un instante, se quedó paralizado, sorprendido por la facilidad con que lo levantó por encima de su propia estatura.

Como si pesase menos que una pluma.

—¿Qué te dije? —Draco se rio de su expresión, a la vez que se levantaba más, acomodando las piernas en sus brazos, y alzaba los suyos para sostenerse del marco del hueco. Se impulsó hacia arriba sin problemas.

—¿Un hechizo de Jacint?

—Sí —la voz del niño fue un murmullo lejano cuando alcanzó lo que fuese que hubiese sobre ellos. La cabeza rubia se demoró un segundo más en aparecer por la ranura; repitió el encantamiento en él, y Harry se estremeció por la sensación de ligereza que lo invadió, como si fuese a ponerse a flotar de repente—, es de la segunda lista que me dio.

—¿Cuándo te acabaste la primera?

Draco dejó la varita a un lado para extenderle los brazos. Él se puso de puntillas para sostenerle las manos y se dejó levantar en un movimiento fluido.

—Hace meses —su amigo elevó la barbilla—. Se la pedí hace poco, cree que me estoy adelantando a algunas clases.

—Pobre, todavía te cree esas cosas.

Él se encogió de hombros, recuperó su varita, y empujó una de las paredes del espacio estrecho y oscuro en el que acabaron. Sólo cuando lo hizo, Harry se percató de que no era una pared, sino una puerta, y que estaban saliendo del interior de un almacén de tónicos que no tenía repisas ni envases, por debajo de una mesa de trabajo del invernadero.

El efecto del encantamiento de ligereza casi lo hizo trastabillar cuando se puso de pie.

—Se quitará en un rato, hay que aprovecharlo —sin más explicación, dio un salto que fue demasiado alto para haber sido normal, se rio, y al dar el siguiente, se subió a una de las sobresalientes de los cristales que rodeaban el lugar. Se giró hacia él y le pidió que se acercara con un gesto.

Harry negó, pero sonreía.

—¿Qué pasa? ¿Te da miedo ahora?

—Claro que no —se forzó a contener la risa y saltó.

Se elevó mucho más de lo que pretendía y ahogó un grito. Bajar se sintió como una caída libre, el vértigo lo invadió, volver a subir fue un efecto de rebote, que lo llevó en una dirección más o menos similar a la que su amigo tomó.

Draco lo atrapó en el aire cuando se desvió. Tiró de su muñeca para subirlo los centímetros que le faltaban, sólo lo liberó una vez que ambos estuvieron arrodillados en la sobresaliente que unía las paredes con el techo.

Él aún quería reír, cuando se dio cuenta de que el otro niño miraba un punto más allá del vidrio y se tornaba serio.

—¿Qué vamos a ver aquí? —preguntó entonces, frotándose los párpados por debajo de los lentes, sin cuidado. Su amigo le dio un toque al cristal, así que vio hacia afuera.

Sintió que el aliento se le escapaba en cuanto divisó a los centauros apostados en el patio del colegio. En torno al invernadero, en la linde del Bosque Prohibido a lo lejos, por los rosales. Estaban dispersos, rectos, con la atención puesta en diferentes direcciones.

El peso helado volvió a asentarse en la base de su estómago.

—No sé cuándo llegaron, tal vez incluso estén desde la mañana, antes de ir a hablar con Dumbledore —Draco sonaba demasiado sereno para su gusto, ¿era el único que veía a una manada de centauros vigilando el perímetro, con sus arcos, donde se quedaban muchos más niños?—. Desde la salida de un atajo, oí a la profesora Sprout decir que no le permitieron llegar aquí. McGonagall insistía en que tenían que hacer algo, hablar con ellos, lo que fuese. No quieren a nadie cerca, si no son los que tienen la piedra de la luna.

—Nosotros —la palabra fue una exhalación temblorosa. Por Merlín, ¿qué hicieron?

No pensaban usar esas flechas en contra de alguien que se acercase, ¿cierto? Él rogaba que no.

—Nosotros no la tenemos exactamente —replicó su amigo, sin mirarlo—, sólo puede que se nos…pegase algo de ella. Y eso no es lo peor.

—¿Hay más?

Si sonó a lloriqueo, Draco omitió señalarlo.

—Estoy seguro de que no están sólo por este lado. Los vi desde la puerta principal, y oí sobre centauros en otras partes del colegio; no se meten a los edificios, pero los rodean, y eso es mucho, mucho, peor.

—Nadie puede salir —la revelación lo golpeó igual que lo haría una bludger. Se frotó los párpados por segunda vez, el sueño que sentía dejado en el olvido hace un rato—. ¿Crees que...? ¿Que ellos...?

¿...nos lastimen?

La pregunta se le quedó atorada en la garganta. De pronto, encontraba difícil que le saliese la voz.

Draco debió notarlo, porque se apresuró a continuar.

—Quieren su piedra, quieren a los que la- no sé, ¿activaron? —lo observó de reojo, con una expresión mortificada—. No podemos darle la piedra, pero sí lo otro.

Harry parpadeó un par de veces, luego frunció el ceño.

—Pero-

—Mi padrino ya sabe —recordó, en voz aún más baja—, los demás se van a enterar. Nos vamos a meter en problemas, y realmente no me hace falta que me echen la culpa de que los centauros hagan un asedio en Hogwarts. Severus dice que mataré a madre de preocupación algún día, me gustaría que no fuese pronto.

No sabía qué significaba "asedio", pero por el tono en que lo dijo, no sonaba a algo que quisiera que pensasen de él.

—Podríamos- decir que fue mi culpa —ofreció. Su madre gritaría, su padre enloquecería, Remus y Peter se mostrarían decepcionados, sólo le quedaría Sirius como aliado en casa. Pero si podía evitar que Draco pusiese esa mirada triste, ¿no valía la pena?

Él pensaba que sí. Podía dar explicaciones a sus padres, en caso de que se enterasen. Seguro escucharían.

—Eres Harry Potter, ¿quién te culparía? —la sonrisa torcida que acompañó a la pregunta, tampoco le gustó—. Hijo del Jefe de los Aurores, de una familia de Gryffindor, que quedó en Slytherin sin razón aparente, y se la pasa con dos hijos de magos oscuros, uno muerto y el otro en Azkaban —Y si la voz le tembló en la última palabra, ambos fingieron no notarlo—. Son dos a quienes buscan. Entre tú, Pansy y yo, ¿a quién crees que elegirían?

—Me creerían si digo que yo lo hice todo.

—Sigues siendo una persona —espetó, en un tono entrecortado. Cuando Harry intentó sujetarle la mano, él se echó hacia atrás, cayendo sentado en la sobresaliente—. ¿A quién crees que culparán, Potter?

Ignoró por completo el escalofrío que siguió al tono venenoso con que pronunció su apellido. En el fondo, él sabía —sentía— que no era a quien estaba dirigida esa horrible emoción que le teñía la voz.

Saber a quién  iba, sin embargo, no lo hacía mejor.

Tragó en seco e hizo otro intento por aproximarse; fracasó, de nuevo.

—¿Por qué no contestas? —siseó con los dientes apretados, la mandíbula tan tensa que podía notar las venas debajo de la piel pálida— ¿a quién elegirían, Potter? ¡Dime!

Harry dejó caer los hombros.

Lo odiaba, lo odiaba, lo odiaba. Tenía un retortijón en el pecho cuando lo veía así.

—A ti —murmuró, agachando la cabeza, hasta que sólo podía observar las puntas de los pies de su amigo. Se abrazó a sí mismo, infundiéndose un valor que no creía ser capaz de sentir—, y a Pansy.

—Sí. A mí y a Pansy.

Fue la primera vez que tuvo la sensación de que algo se rompía dentro de Draco. En su voz, en las palabras, lo percibió igual que un cristal agrietado que cede por fin y se derrumba.

Quería llorar todas las lágrimas que su amigo no soltaría. Alguien tenía que hacerlo, porque dolía.

Pero Draco se puso de pie y saltó de vuelta al suelo, los efectos restantes del encantamiento de ligereza depositándolo con gracia en el invernadero. No se giró. Lep acababa de subirse a su hombro otra vez, y frotaba su cabeza contra una de las mejillas del niño.

—No culparían a Pansy —hizo un último intento por calmarlo, saltando detrás de él. Perdió el equilibrio, sintió que descendía más rápido de lo que debía, los pies y pantorrillas le resintieron el aterrizaje forzoso; el hechizo se desvanecía—, ella no hizo nada y-

—A ellos no les importa si hiciste algo o no —sonó casi divertido, de una forma seca y desagradable. Harry ahogó un ruido frustrado.

—No sería justo.

Su amigo dio una brusca inhalación y se giró en un movimiento repentino, sobresaltándolo.

—¿Quién dice que tiene que ser justo? No les importa, Potter, reacciona. No interesa lo que hiciste, sólo lo que ellos creen que hiciste y quién eres, es todo lo que necesitan para arruinarte, ¿pero qué vas a saber  de eso?

Harry frunció el ceño. Por suerte, logró frenar la réplica que llegó hasta la punta de su lengua. Draco no lo observaba a él. Tenía los ojos puestos en el suelo; lucía tan desorientado, como si la bludger imaginaria de esa conversación, también lo hubiese golpeado.

Remus siempre le había dicho que uno nodebía enojarse con personas que quieres cuando estuviesen así. Ese es el momento en que necesitan que las quieras más, no que las dañes.

—Bien —a pesar de que algo se le retorcía en el pecho por la actitud del niño, requirió más esfuerzo del que pensaba oírse tranquilo, y lo detestó; no estaba ahí para hacerlo sentir peor. Se obligó a respirar profundo, a concentrarse sólo en un objetivo: tener a su amigo calmado—, está bien, Draco, en serio. Te prometo que nadie va a pensar eso de Pansy. Tampoco van a pensar algo malo de ti. Si lo arregla, tú y yo iremos al Bosque, hablaremos con ellos, y si no sirve- pen- pensaré, pensáremos, en algo más, algo que no los meta en problemas.

El niño-que-brillaba le dedicó una de esas miradas largas, que le daban la impresión de que buscaba una comprobación. Tras un momento, sujetó a su conejo, lo abrazó, y se dio la vuelta.

—Dárdano debe estar buscándonos, es buena idea comer con Pansy para disimular, se lo prometí hace unas horas —se detuvo cuando pareció que iba a alejarse—. Potter.

—¿Qué…?

Draco dejó que Lep se subiese a su hombro, giró y le rodeó los hombros con los brazos. Lo estrechó fuerte, pero se apartó rápido. Harry continuaba inmóvil en ese punto exacto cuando siguió caminando.

Sonrió un poco, más animado. Tal vez podría aplicar la totalidad de la receta de Remus para la felicidad.

0—


—Deberías ir por la capa, Potter.

—¿La capa? —repitió con voz pastosa, medio dormido. Apenas podía pensar en algo diferente a lo acolchados que eran los sillones de Slytherin, a comparación de otros que conocía.

Cenaron con Pansy en la Sala Común. Cuando se hizo tarde, ella se fue al cuarto, tras darles un par de miradas inquisitivas que ignoraron con maestría. Ya sólo quedaban ellos dos.

—Sí, la capa —repitió su amigo, con el entrecejo arrugado—, a menos que quieras irte por ahí sin ella y ser atrapados antes de llegar con los centauros.

Centauros. La palabra se reprodujo un par de veces dentro de su cabeza, antes de que captase el verdadero significado y se levantase de un salto.

Harry corrió hacia los dormitorios. Saludó a Nott, que estaba tendido en su cama, con un libro en la mano, y le devolvió el gesto de forma distraída. Sacó la capa de su baúl y la metió dentro de su túnica; sólo por si acaso, también cogió la manta a la que los gemelos aplicaron un amuleto de calefacción ese día. Aún estaba cálida, a comparación de la temperatura del lugar.

—Potter —la voz baja de su compañero lo frenó en el camino hacia la puerta. Miró por encima del hombro, para descubrir que este lo observaba de reojo, el libro todavía abierto entre sus dedos—, ¿saben Malfoy y tú que ya pasó el toque de queda?

Tragó en seco y asintió.

—Que Snape no los agarre, andaba de malas —pareció pensárselo un momento, antes de sacudir la cabeza y volver la mirada hacia su libro—. Oí que Peeves estaba preparando una broma para Filch en el primer piso, cuidado si salen.

Harry intentó contener una sonrisa al asentir otra vez. El niño lanzó un suspiro prolongado y poco creíble.

—Es tan estresante cuando pasan el día cansados y dando tumbos por ahí, por estarse escapando de noche —fue lo último que lo escuchó decir, porque no agregó más y él no supo qué responder. Ya que no sonaba a regaño —sino, más bien, a exageración—, se marchó y cerró la puerta a sus espaldas.

Regresó a la Sala Común entre pequeños saltos, y encontró a Draco en una de las mesas largas junto al ventanal que mostraba el Lago Negro. Tenía un pergamino con un torpe dibujo de una flor en una mano, y señalaba a su conejo con la otra.

—...flor, flor, ¿sabes lo que es una flor, Leporis? Necesito que seas una por un rato, hasta que yo te diga —escuchó al aproximarse lo suficiente. El conejo olisqueó el aire, fijó sus oscuros ojos en el papel, y se convirtió en una réplica de la planta, a excepción del pelaje corto de diferentes colores que cubría los pétalos; su dueño hizo un claro sonido de disgusto y chasqueó la lengua dos veces—. Las flores no tienen pelo, son suaves, como mi cobija, ¿te gusta mi cobija? Haz algo así.

A la criatura le llevó un momento plegar el cabello contra su nueva silueta y reemplazarla con una textura simular a la tela. Un par de orejas largas brotaban del capullo abierto, donde tendrían que estar la separación de un pétalo con otro.

—Imperfecto —objetó el niño. Apretó los labios unos segundos—, pero servirá. Aquí, no cambies hasta que yo te diga.

Le tendió una mano, las orejas se agitaron igual que alas, y el conejo-flor se posó en su palma. Lucía como una planta, si podías ignorar ciertos detalles importantes.

Harry eligió ese momento para acortar más la distancia y dejar caer la cobija sobre los hombros de su amigo, que dio un salto y levantó la cabeza hacia él. Lo observó con curiosidad, mas no se la quitó de encima.

—Vamos, encontré una salida por un cuadro desde aquí que lleva al primer piso, y desde ahí-

—¿Por qué Lep es una flor? —no pudo evitar cuestionar, apuntándolo sin mayor disimulo. Draco arqueó una ceja.

—A las ninfas les gustan las flores raras, cuando no las arrancas en sus bosques.

—¿Ninfas?

—Necesitamos alguna protección de los centauros, ¿no?

—¿Ninfas? —insistió, parpadeando a la nada. Su amigo bufó.

—Muévete, Potter.

El niño-que-brillaba sacó el Mapa del Merodeador de su túnica; tras un vistazo a la Sala Común, lo desplegó y activó. En cuanto se deslizó dentro del marco de un cuadro de la época victoriana, Harry resopló, lo siguió, y se preguntó de forma vaga por qué no llevó una cobija para él también.


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