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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo quince: De cuando Harry y Draco hicieron un plan (y en serio, en serio, en serio, esperaban que funcionase, porque ya eran demasiados problemas juntos…)

—¿No crees que acaba de pasar muy cerca?

—Dijiste eso hace un rato también, Draco —contestó en voz baja, sin dirigirle una segunda mirada; estaba seguro de que sólo se trataba de otra de sus exageraciones, las que llevaban todo el día acribillándolo—, podemos quedarnos en el cuarto, si tienes miedo.

No tengo miedo —masculló entre dientes. Harry no necesitaba verlo para saber que acababa de estrechar los ojos—, sólo te hice una pregunta sencilla, Potter.

El aludido soltó una exhalación prolongada y dejó caer los hombros.

—Y yo te di una respuesta sencilla.

Escuchó el bufido de su amigo, mientras dejaba la pluma de lado y le acercaba el libro al otro.

—¿Qué es esto? —le puso el encuadernado sobre el regazo y señaló un párrafo; a pesar de las protestas y los manotazos que le dio al aire en su dirección, Draco se inclinó sobre el libro para leer lo que apuntaba.

—Lo vimos hace unos días, por Merlín, tienes que empezar a prestar atención a Sinistra, ¿sabes?

Harry mostró una sonrisa avergonzada, que esperaba resultase inocente y bastase para convencerlo. El otro lo miró con una ceja arqueada, luego se estiró sobre sus cosas, para arrebatarle una pluma y un trozo de pergamino vacío, en el que hizo algunas anotaciones rápidas, enumeradas con flechas que las unían unas a otras. La caligrafía perfecta permanecía, a pesar de la velocidad con que escribía, para fascinación del niño, que no dejó de observarlo. Recibió la pluma y el papel cuando terminó.

—Hazlo así.

Asintió con ganas, colocó el pergamino a un lado, y se dispuso a acomodar sus cartas celestes y el ensayo que le faltaba, de acuerdo a las notas de su amigo.

Eran los únicos estudiantes a esa hora en la Sala Común, porque Pansy les avisó que usaría la tarde para ir por algunos libros, y entrenaría un poco a Fénix en algún truco extraño que quería que aprendiese. Draco estaba sentado en el alféizar de una de las ventanas falsas, que daban hacia el Lago Negro en lugar del cielo o el patio, envuelto en una cobija. Harry se encontraba en el extremo opuesto del mismo acolchado, con los libros, pergaminos, plumas, y una mesa que arrastró cerca por la falta de espacio que tenía ahí. Dárdano se posaba de a ratos en uno de los bordes de la chimenea, hasta que Lep echaba a volar, lo alcanzaba, lo olfateaba con curiosidad y lo fastidiaba al punto de que optaba por cambiar de lugar; el ciclo no había dejado de repetirse en todo el día.

Estaba corrigiendo un absurdo error en el título, por el que sabía que su amigo usaría su frase favorita —¡no seas animal, Potter!—, cuando percibió el movimiento ajeno al volver a ver a través del cristal.

Se preparó para lo que, también sabía, se avecinaba, conteniendo un resoplido.

—Acaba de pasar demasiado cerca, Potter, te lo juro por mi magia —declaró el niño-que-brillaba, en un tono tan solemne, que le hubiese creído, de no ser porque era la misma frase que había escuchado al menos una docena de veces—. Me miró. Potter, me miró. Me acaba de mirar.

Harry levantó la cabeza, haciendo un esfuerzo sobrehumano por no echarse a reír por la manera en que los ojos grises del otro estaban muy abiertos y fijos en el líquido oscuro del lago, por el que se adivinaba una silueta que se alejaba. Bueno, era cierto que  había pasado esa vez. No creía el resto.

—El Calamar Gigante no va a venir sólo para mirarte, Draco —sentenció con un deje de burla, volviéndose hacia sus apuntes. Ya había olvidado dónde quedó, y quiso lloriquear al respecto, pero su amigo se adelantó a cualquier cosa que pudo haber soltado.

—Es en serio, tienes que verlo, nunca se había acercado tanto en el tiempo que llevamos en Hogwarts.

Él rodó los ojos y se dedicó a releer su pergamino, para recordar qué era lo que puntualizaba antes de la interrupción. Al otro lado del alféizar, Draco dio un brinco de repente. Después de un momento de calma, insistió.

—Merlín bendito, Potter, ¡míralo! Está tan...oh.

—Draco, estoy seguro de que...

Sus palabras quedaron en el aire cuando un ruido sordo se escuchó justo a un lado de ellos. Harry se puso rígido y contuvo la respiración; podría jurar que, por unos segundos, su amigo lo imitó.

—Ahí está —señaló con voz ahogada. Aunque no quería comprobar lo que ya creía conocer, giró la cabeza para ver el cristal.

Casi se cae del alféizar en su prisa por apartarse. Allí, en todo el espacio que ocupaba el vidrio redondo, estaba un enorme ojo amarillo, y más allá, en el cristal ancho que bordeaba el resto de la sala, se apreciaban unos tentáculos enormes.

—Está —tragó en seco, conteniendo las ganas de gritar, o algo peor— muy cerca.

—Te lo dije —la voz de Draco tembló.

Otro golpe se escuchó. Él comenzó a preguntarse qué era.

Su amigo se puso de pie despacio, aún envuelto en la manta. El sonido se repitió; Harry también eligió ese momento para alejarse.

—Potter.

—¿Hm?

—Creo que está intentando entrar.

—Se supone que no debería poder entrar —aclaró, con una seguridad que no sentía. Por la forma en que ambos dieron otro paso atrás cuando el ruido volvió a oírse, eran conscientes de ello.

—Vamos a llamar a Severus —declaró el niño, dándose la vuelta para ir en busca del Augurey y su conejo. Harry no fue tan rápido, y permaneció unos instantes frente al cristal.

Fue todo lo que se necesitó.

En un segundo, el Calamar estaba al otro lado del vidrio; al siguiente, una grieta lo atravesaba en diagonal. Cuando fue a echarse más hacia atrás, el cristal se partió con un crujido, una ola con trozos de vidrio lo empujó lejos, en una sacudida que lo hizo perder el sentido de orientación. Su espalda chocó contra algo, un latigazo de dolor lo recorrió. Al abrir la boca, tragó agua oscura y jadeó. Draco gritó cerca, aunque no sabía con exactitud desde dónde era.

Intentó agitar los brazos y piernas, mantenerse en la superficie, respirar, pero el agua no dejaba de aumentar, lo volvía a empujar, lo hundía. El pecho se le comprimió tras un momento.

Cuando fue sacado de pronto del agua, tosió, parpadeó, y se frotó los ojos, ahora sin lentes. Unos aleteos se escuchaban junto a su cabeza, e intentó enfocar la vista para distinguir un poco.

El Augurey de la profesora los mantenía suspendidos, a él por el pico, en torno al cuello de su túnica, a Draco porque el niño le sujetaba una pata, mientras envolvía el otro brazo alrededor de su mascota y también tosía. La Sala Común era un desastre de muebles movidos por el agua, que continuaba entrando a un ritmo torrencial, lo bastante como para impactar con la pared contraria al cristal y generar un oleaje que iba en dirección opuesta.

Dárdano los llevó hacia el pasillo que daba a los dormitorios y los depositó en la puerta; el agua les llegaba a los zapatos ahí.

—Entren y no salgan si no voy por ustedes —ordenó el pájaro, remontando el vuelo de regreso hacia la Sala Común.

Harry consideró averiguar qué hacía para arreglarlo, pero sin los lentes y con Draco tirando de la manga de su túnica para llevarlo dentro del cuarto, no podía desobedecer la indicación. Entraron y cerraron tras de sí.

El niño-que-brillaba presionó la espalda contra la puerta y se deslizó hacia abajo, hasta quedar sentado. Jadeaba por aire, se abrazaba a Lep, que con su pelaje rubio platinado empapado, olisqueaba y se removía entre sus brazos, como si buscase algo.

—Te dije que debíamos llamar a mi padrino —musitó. Harry lanzó un manotazo al aire en respuesta, falló, y se dejó caer al suelo con un ruido sordo, cruzando las piernas.

—Tuviste que haber dicho que el Calamar intentaba romper el cristal.

—Te lo dije —insistió.

—¡Dijiste que estaba cerca!

—¡Y viste que  lo estaba!

Pasaron un momento en silencio, mirándose en la luz verdosa de las mazmorras, antes de que se echasen a reír por puros nervios, abrazándose a sí mismos a través del uniforme húmedo. Por alguna razón, notaron, el agua no entraba al cuarto, así que estaban a salvo, más o menos.

—Creí que me iba a morir —murmuró entre risas ahogadas, frotándose los párpados de nuevo. Le incomodaba estar sin los lentes, ¿se habrían roto? ¿A dónde habrían acabado en medio del agua?

—Yo tragué más agua que nunca antes —su amigo emitió un sonido que era mitad arcada, mitad jadeo. Volvieron a reírse.

Harry presionó las manos contra su cara, en un intento de callar la risa estrangulada.

—Mi padrino nos va a matar —comentó el niño, sin aliento. Dejó a su mascota alejarse, para poner las manos en el suelo e impulsarse hacia arriba con ayuda de estas—. ¿Te imaginas su cara cuando se entere de que éramos los únicos aquí cuando se inundó la Sala Común? ¿Y la de todos los demás?

—A Salazar Slytherin le habría dado un infarto —se burló, porque era mejor que pensar en la expresión asesina del profesor cuando supiese la noticia—, no puedo creer que somos los que inundaron las mazmorras, con tantos años que tiene el colegio.

Giró la cabeza, para descubrir que su amigo tenía un cambio de ropa doblado sobre uno de los antebrazos. Estaba inclinado sobre un baúl en el que hurgaba. Le llevó un momento percatarse de que era el suyo; Draco le buscaba ropa y los lentes de repuesto, que sabía que tenía para emergencias.

Sonrió.

—No somos los que inundaron las mazmorras —aclaró el otro—, más bien, fue el Calamar el que lo hizo. Pero tampoco es la primera vez, sólo será una de esas que pasará a la historia de Hogwarts, y hará a los demás de primero preguntarse qué tan mala suerte tenemos.

Harry frunció el ceño y se tomó unos instantes para analizar lo que acababa de escuchar.

—¿No somos los primeros? —repitió. Le pareció que el niño negaba, pero era difícil saberlo sin sus lentes a esa distancia.

—Se ha inundado unas dos veces en los últimos mil años, Potter, ¿para qué te compra libros de historia la tía Lily, si no los lees?

—¿En qué parte está eso? Binns sólo nos habla de revueltas de goblins.

—Hay más contenido que el que te dan los profesores, por Merlín, no seas tan bruto.

Cualquier réplica que pudo haber tenido, quedó silenciada cuando Draco volvió a su lado y se arrodilló. Le acercó una tela, obligándolo a cerrar los ojos, durante los segundos que le tomó secarle con algún pañuelo suave, de olor agradable; al abrirlos, le estaba colocando los lentes de emergencia. Harry parpadeó varias veces para adaptarse y alzó el pulgar en cuanto lo hizo, su amigo asintió y se puso de pie de nuevo.

—¿Qué hacen cuando se inunda la Sala Común?

—Devuelven el agua al Lago Negro, tapan las grietas, refuerzan el cristal, secan y acomodan —contestó Draco desde el umbral del baño, en el que estaba parado ahora, con el cambio de ropa entre los brazos—. Yo me baño primero, no me quiero congelar cuando mi padrino llegue y empiece a maldecirnos.

—Porque es mejor recibir las maldiciones secos, ¿verdad? —sonrió otra vez, su amigo asintió y se perdió dentro del baño.

Harry se quedó en el suelo, acompañado por el lejano murmullo del agua al correr en el cuarto contiguo. Lep se subió a sus piernas y comenzó a olisquearlo. El pelaje de la criatura pasó de rubio a negro, con puntas extrañas que se paraban en todas direcciones, el niño no pudo evitar darle un abrazo y reírse por la imitación de su estilo.

Tal y como Draco había predicho, en el instante en que Snape entró al cuarto, parecía más que dispuesto a maldecir a alguien. Para empezar, empujó la puerta sin cuidado, lo que causó que chocase su espalda y lo tumbase hacia adelante contra el piso; no se molestó en lucir arrepentido, sino que entró y lo observó desde arriba, con los ojos entrecerrados.

—¿Y Draco? —preguntó en un susurro contenido. El niño apuntó el baño.

El profesor fue hacia allí. Abrió y cerró la puerta detrás de él. Hubo un grito, un siseo, un ruido sordo. Harry se mordió el labio para contener la risa, hasta que el hombre salió y lo vio como si él fuese la causa de todos los males. Después tomó asiento en la orilla de la cama de su ahijado. Perdió el humor por tener esa mirada asesina fija en él.

Alrededor de dos minutos después de ese incómodo silencio, Draco surgió de la puerta aledaña, con ropa limpia, el cabello arreglado, y le hizo un gesto para que se metiese a bañar. Él podría haberlo abrazado por la interrupción y la excusa para no enfrentar al profesor, sino hubiese sido por la claridad con que llegó a oír su "esperemos a que Potter salga", antes de cerrar la puerta.

A propósito, se demoró más de lo que lo había hecho alguna vez. Incluso así, no creía que hubiese superado los diez minutos para cuando salió ya cambiado, a pesar de que Snape lucía tan impaciente, que hubiese dado lo mismo si se tomaba tres horas. Deseó haberlo retrasado más.

—¿Me pueden explicar cómo inundaron la Sala Común?

—Nosotros no la inundamos —replicó Harry, recordando las palabras de su amigo. El mismo amigo que le lanzó una almohada y casi lo derribó.

—Fue el Calamar Gigante —añadió Draco, en un murmullo. Ahora estaba sentado a un lado del profesor, erguido y con las manos unidas sobre el regazo, en una pose de perfecta inocencia—, se acercaba mucho a nosotros, y de repente, rompió el vidrio.

—Pero no hicieron nada.

—Pero no hicimos nada —confirmó a su padrino.

Sólo estaban ahí.

—Sí.

—Sí —también contestó Harry, ganándose una mirada amenazadora de Snape, que le infundió el valor para espetarle:—. Le puede preguntar a Dárdano, si no nos cree.

—Ya lo hice, señor Potter —le siseó él, poniéndose de pie en medio de un susurro de túnicas.

Estaba a punto de preguntar que para qué los interrogaba si ya sabía lo que pasó, cuando la puerta volvió a abrirse y la profesora Ioannidis entró, con el pájaro mencionado posado sobre un hombro.

—Filius está reforzando los cristales —anunció la voz chillona del ave—, sólo queda secar y acomodar. Minerva y Pomona fueron al Lago Negro, a ver qué quiere el Calamar. Esto también tendrá que ser informado a Dumbledore cuando regrese mañana.

—Sí —Snape les dedicó una última mirada de advertencia, que se centró en Harry más de lo estrictamente debido, para después voltear y dirigirse hacia la puerta—. No los quiero en la Sala Común mientras la acomodan. Ni en el patio, ni ninguna otra parte fuera del castillo; limítense a las mazmorras o el primer piso, o tendremos otra larga charla, y propondré castigos incluso en las vacaciones.

Sin más, salió. Ioannidis giró la cabeza al verlo alejarse, luego se volvió hacia ellos.

—Esto sólo va a empeorar —dictó Dárdano, un segundo antes de que ambos también se marchasen.

Los niños intercambiaron miradas desde diferentes puntos del cuarto, y se encogieron de hombros. No comprenderían a lo que se refería, hasta media hora después, cuando estuviesen de camino a la Lechucería y Draco frenase en seco por dos motivos.

Harry contuvo un resoplido y se giró para encarar a su amigo, que tenía el Apuntador en la mano y fruncía el ceño. La torre donde residían las aves llenaba de barullo y ululeos todo el corredor, unos más fuertes que otros; una parte de él, tenía ganas de acariciar el plumaje blanco de Hedwig para tranquilizarse un poco tras el incidente del Calamar.

—¿Qué pasa?

La respuesta se demoró unos segundos en llegar.

—Pansy no está ahí.

—¿Cómo que no?

—No está —aseguró. Desvió la mirada, fijándose en un sitio más allá de las ventanas del castillo—, el Apuntador dice que está ahí.

Su amigo señaló. Él giró la cabeza despacio e intentó distinguir lo que había afuera, pero sólo estaba la extensión de césped del patio.

Y la linde del Bosque Prohibido.

Fue como si acabasen de verter agua fría sobre él. Se quedó muy quieto, contuvo la respiración, e intentó vaciar su mente de cualquier tipo de escenarios.

Cuando lo consiguió y miró hacia un lado, estuvo claro que Draco se hallaba en una situación similar, pero  se imaginaba lo peor. El niño estaba más pálido de lo que lo había visto alguna vez, incluso a comparación de la noche en que encontraron a Fluffy.

Masculló algo muy poco digno de un Malfoy, y echó a correr hacia el final del pasillo. Harry lo vio doblar en una esquina y lo siguió, a tiempo para percatarse de que se acercaba al área donde las paredes estaban cubiertas de arcos que daban al exterior, unas escaleras llevaban hacia los jardines.

El niño no se detuvo ahí, ni él tampoco lo hizo. Por su cabeza, de forma vaga, pasó la idea de que deberían conseguir a Snape o Ioannidis, en caso de que algo hubiese ocurrido, pero le faltaba el aliento para hacérselo saber; además, no parecía que Draco fuese a escucharlo, porque sólo alternaba la mirada entre el Apuntador y el camino, e incluso llegó a chocar con una niña, tirándole los libros en el proceso.

Harry caminó de reversa al pasarle por un lado, se disculpó, e hizo un gesto de despedida al percatarse de que se trataba de Hermione. Ella veía en dirección a Draco con el rostro rojo, contraído por la rabia.

No se quedó a escuchar respuesta.

Corrieron hacia afuera, tan rápido como sus piernas se lo permitían, y por un rato, incluso llegó a pensar que no tocaba el suelo más de lo necesario, porque apenas lo sentía bajo los zapatos. Harry trastabilló dos veces, Draco osciló de forma peligrosa, a punto de irse hacia adelante en la pendiente que daba hacia la cabaña y los límites del colegio.

El guardabosque, que estaba cargando leña hacia su casa, hizo el ademán de llamarlos y frenarlos, pero Draco lo esquivó moviéndose hacia un lado, Harry pasó por debajo de su enorme brazo. Le pareció que gritaba cuando lo dejaron atrás; era difícil decirlo, porque los latidos de su corazón ensordecían lo demás.

Le dolían los músculos y el aire le faltaba cuando alcanzaron el bosque. Comenzó a ir más lento, incitado por la punzada que sentía en uno de los costados. Draco no se detuvo, a pesar de que tenía la respiración agitada y el rostro enrojecido, se coló entre los árboles, hacia el claro en que varias veces se reunieron en el último mes.

Harry acababa de aproximarse cuando lo escuchó ahogar un jadeo y detenerse. Él lo imitó por reflejo. Después vio por qué lo hizo.

Pansy estaba de pie sobre un conjunto de raíces, con los brazos extendidos hacia su Augurey, que volaba enloquecido en líneas irregulares y graznaba. Miraba hacia ellos, seguramente por el ruido que hicieron al acercarse.

Detrás de ella, apareciendo entre los árboles, un grupo de centauros, entre los que no encontraron a Firenze, Bonnie ni Magorian, se aproximaban.

Cuando Draco intentó avanzar, Fénix descendió en picada hacia él. Gritó y alzó los brazos para cubrirse el rostro. Hubo un rasgueo de telas, otro graznido, unas gotas de sangre que salpicaron el piso.

Pansy chilló, una ola expansiva de magia envió a dos centauros contra los troncos de los árboles. Fue en ese momento en el que ella se percató de su presencia y se giró. Uno se le abalanzó encima y le agarró el brazo, la niña se retorció con un lloriqueo.

Lep, que se había soltado del agarre de su dueño cuando intentó cubrirse, corrió hacia Harry, lo mordió, jaló el pantalón, con unos colmillos transfigurados que no le pertenecían. Sintió una punzada cuando llegó a la piel de su pierna y rompió. Se sacudió, el conejo se apartó con un sonido horrible, agudo, y echó a correr lejos, internándose en el bosque.

Al mismo tiempo, Pansy se zafaba del agarre por una segunda ola de magia accidental que le hacía un corte al centauro, otro la alzaba por debajo de los brazos y la dejaba en el aire. Draco caminaba de reversa a ciegas, apartando a manotazos al pájaro que lo arañaba, hasta que tropezó con una raíz y se cayó. Hizo un ruido sordo al impactar contra el suelo, se removió, el ave se lanzó sobre él; antes de que se diese cuenta de qué pasaba, su amigo tenía la varita en mano y formaba un látigo de fuego en el aire que no lograba controlar por completo, para quitárselo de encima.

Harry corrió hacia él y le sujetó un brazo para ayudarlo a levantarse, saliendo de la línea de llamas que se creó en el césped. Los centauros formaban una media luna alrededor de ambos.

La única advertencia que tuvieron fue un chasquido de cascos contra el suelo. Luego se abalanzaron en su dirección.

Miró hacia la niña, que enviaba oleadas de magia en todas direcciones, torciendo los árboles cercanos, quemando arbustos, pero ilesa. A Draco, que jadeaba, se tambaleaba con la varita en mano. Sólo pudo pensar en jalarlo y correr.

Correr para buscar ayuda.

Detrás de él, Draco gritó y trastabilló al ser arrastrado sin previo aviso. Bramidos, sonidos de los cascos, llenaron el bosque. Harry buscó al gigantesco guardabosque y alzó un brazo al verlo, comenzando a sacudirlo para captar su atención.

Su amigo oponía resistencia, pero el agarre que tenía en su brazo era tan firme que les dolía a los dos. No se detuvo cuando el guardabosque se dio cuenta de lo que pasaba y se interpuso entre ellos y los centauros con una ballesta, ni cuando pasaron junto a la cabaña y un perro negro, ni siquiera cuando la herida de la pierna punzaba, el pecho le ardía en cada bocanada de aire que se obligaba a tomar.

El castillo estaba a la vista, los cascos quedaban atrás, todavía sujetaba a Draco. Si había algo que importaba más en el mundo en ese momento, él no lo conocía. Su cabeza trabajaba a máxima velocidad también; entrar, resguardarse, buscar a Ioannidis y Snape, ir por Pansy. ¿Faltaba algo?

Sí, respirar bien.

Jadeó por aliento, pero eso tampoco lo frenó, aunque tosía cuando alcanzaron el pasillo de arcos que conectaba la Lechucería con el resto del castillo.

Grave error.

Las aves, como si hubiesen esperado su llegada, brotaron desde cada hueco en la parte alta de la torre, trazaron círculos que descendían alrededor del edificio. Volaron hacia ellos en un mar de plumas, ululeos y sonidos más agudos.

Puede que hubiese gritado. Puede que hubiese sido Draco. Tal vez los dos.

De pronto, aquello también carecía de importancia, porque se nivelaron al atravesar el pasillo corriendo. Harry soltó advertencias a los pocos estudiantes que deambulaban cerca, quienes ahogaban jadeos y se pegaban a las paredes ante la ola de aves que los seguía, bajando para intentar picotearles las cabezas y arañarlos. Draco miraba por encima del hombro para lanzar hechizos de fuego, aguamenti que hervía, cualquier otro que se le pasase por la mente. Bastaban para retrasarlos unos segundos, el tiempo que le tomaba a otro pájaro tomar su lugar.

¡...wingardium leviosa!

Los graznidos se convirtieron en chillidos. Cuando doblaron en una esquina, llegó a atisbar, por el rabillo del ojo, a Hermione con la varita en alto, haciendo de sus libros unos proyectiles para mantener a raya a los pájaros, que al no verlos, se empezaron a dispersar en diferentes direcciones.

Quiso llorar de lo agradecido que se sentía, sólo que detenerse habría sido correr un riesgo innecesario. No lo hicieron.

Estudiantes de cualquier edad se apartaban de golpe al verlos atravesar los pasillos, quizás uno o dos profesores los llamaron. De nuevo, sus latidos acallaban el resto.

Draco tomó la delantera y los guio hacia las mazmorras. La pierna le dolía tanto que trastabilló en el descenso, tropezó con el niño, ambos rodaron en las escaleras que separaban la zona húmeda de piedra del primer piso.

Emitieron quejidos que se mezclaron; no estaba seguro de cuál perteneció a quién, sólo de que los latigazos de dolor y el mareo lo forzaron a intentar ponerse de pie dos veces, antes de que lo hubiese logrado. Draco tuvo que apoyarse en una pared, la sangre de los cortes de la cara le había dejado una mancha horrible que le cubría más de la mitad de una mejilla y la barbilla.

Intercambiaron una rápida mirada y se dirigieron hacia las mazmorras, sus respiraciones erráticas resonaban en la roca del lugar. Tuvieron un momento de aturdimiento, en que ninguno de los dos parecía recordar la clave, para que después su amigo la gritase, arremetiese contra la pared, y se abalanzase hacia la Sala Común apenas tuvieron el acceso.

Harry comenzó a buscar con la mirada. Algunos muebles estaban donde les correspondía, gran parte del suelo permanecía mojado, el profesor de Encantamientos no estaba a la vista.

Corrieron entre jadeos a los dormitorios de niños y se lanzaron contra la puerta al mismo tiempo. Ni Dárdano vigilando, ni Flitwick arreglando el lugar.

Harry lloriqueó. Estaba por girarse y correr hacia el aula de Pociones, cuando se dio cuenta de que Draco se inclinaba sobre su baúl, usaba la contraseña que Lily le puso a principios del año escolar —y que él le contó casi el mismo día—, y hurgaba dentro.

—¿Draco? —murmuró, sin aliento—. ¿Qué- haces? Vamos con...

—Quieren la- estúpida piedra —contestó él, arrojando la capa de invisibilidad fuera del baúl, para envolverse de los hombros hacia abajo con ella, y colocándose sobre la cabeza el gorro de Durmstrang que Jacint le obsequió. Lo cerró sin cuidado, luego se lanzó hacia el suyo, del que sacó una pila de pergaminos que se soltó y se dispersó en el suelo—, le- les voy a dar la- piedra entonces.

Draco sacó el Mapa del Merodeador y lo activó, lo demás lo amontonó y arrojó en el fondo de su baúl, que cerró con un ruido sordo.

Harry deseó saber las palabras que usaba su padrino cuando algo andaba mal. Las maldiciones habrían quedado bien en ese contexto, acorde a lo que sentía.

Inhaló de forma brusca, en un intento de que el cuerpo le dejase de quemar y temblar. No funcionó.

—Dra- Draco, ¡Draco! Vamos por Snape, Ioannidis y Snape, va- vamos por...

—Ellos sólo quieren esperar a Dumbledore —Draco frenó contra su brazo, que extendió para bloquear la puerta—, yo- yo no voy a esperarlo. ¿Qué si le pasa algo a Pansy, antes de que llegue? La tienen, ¡viste que la tienen!

—¡Vi que se los estaba sacando de encima y estaba mejor que tú! ¡Estás sangrando!

Harry sólo notó que acababa de alzarle la voz por la forma en que su cuerpo se contrajo y enormes ojos grises lo observaron con un trasfondo más oscuro del que le habría gustado. El pecho se le comprimió, no sólo por la falta de aire, pero antes de que hubiese abierto la boca, Draco se lo regresaba.

—¡Tú también estás sangrando, idiota, y no veo que Dumbledore venga y haga algo al respecto!

—¡Dije Ioannidis y Snape, olvídate del director! Draco- por Merlín, ¡no podemos ir por Pansy solos!

—Podemos- con la piedra —chilló cuando Harry sujetó la capa de invisibilidad y se la arrancó de encima. Dio un manotazo al aire e intentó estirarse para cogerla, él se apartó lo suficiente para que no lo lograse—, ¡podemos ir a darles la piedra, Potter! Incluso si buscamos a mi padrino y a Ioannidis, ellos no tienen por qué regresarla, ¿unos magos le dicen qué hacer y lo hacen? ¡Así no piensan los centauros!

—¡Al menos podrían saber qué hacer!

—¡Lo único que hay que hacer es ir por la piedra, una estúpida piedra que no vale la vida de mi Pansy! ¡Y tú tienes que ayudarme, porque también estás metido en esto, y sin ti, habría tenido un año tranquilo!

En retrospectiva, la mirada que el niño le dirigió era un claro indicador de que se arrepintió nada más las palabras dejaron su boca. Era esa mirada que decía "lo acabo de arruinar, ¿cierto?"; Harry no la reconocería como tal hasta un par de años más tarde.

En ese momento, sólo fue rabia lo que le bullía en las venas y lo hizo dar un paso hacia adelante, con la capa de invisibilidad apretada entre los puños.

—¡Ve solo, si tantos problemas te traigo! ¡Arréglalo , ya que eres tan listo!

El niño retrocedió la misma distancia que él acababa de avanzar, hubo un momento de tenso silencio que se formó entre los dos.

Allí, con Draco manchado de sangre en la cara y los brazos, el pecho en un movimiento irregular por la falta de aliento, sudado, enrojecido, él en un estado que no debía ser mucho mejor, se percató del instante exacto en que la mirada gris se endurecía como el plomo. No le gustó lo que reflejaba.

Fue el turno de Harry de echarse hacia atrás. La capa se le resbaló de entre los dedos.

—Pansy y yo habríamos ido por cualquier cosa que se necesitara para traerte de vuelta —su voz no fue más que un susurro contenido; le caló en los huesos con un frío imposible, le formó un nudo en la garganta. Y lo odió.

Pero antes de que hubiese reaccionado, Draco lo sacaba de su camino y se alejaba sin dar un vistazo hacia atrás. Harry lo vio desaparecer por la salida de la Sala Común.

Se dobló desde el abdomen, medio apoyado en los bordes de la entrada al cuarto, se puso las manos en las rodillas. Se obligó a tomar bocanadas de aire largas, despacio, a ignorar la quemazón en los ojos, el ardor en la garganta y el pecho, junto a un millar de punzadas de cortes, arañazos.

Iba a hacerlo, ¿verdad? Draco iba a ir por la piedra y a meterse en un bosque de centauros, por su mejor amiga.

Merlín.

Él no iba a dejarlo solo en eso.

Se agachó para recoger la capa de invisibilidad, la enrolló para hacerla un ovillo, después se la metió bajo el suéter para disimularla un poco. El plan se reformaba dentro de su cabeza, tan rápido que apenas podía darse cuenta de que lo hacía.

Profesores, llamar. Draco. Piedra. Bosque, Pansy. Centauros.

Qué Salazar los ayudase, no sonaba nada bien.

Regresó a la Sala Común a un ritmo de trote; las piernas le ardían, la herida empeoraba, temía caerse si iba más rápido. El lugar comenzaba a llenarse de estudiantes que murmuraban e indagaban, algunos hicieron el ademán de detenerlo, así que tuvo que escabullirse bajo brazos, entre dos cuerpos, a través del pasadizo a medio cerrar hacia los pasillos.

Fue hacia el aula de Pociones, empujó la puerta sin cuidado, asomó la cabeza, para visualizar la entrada a la oficina abierta y un atisbo de movimiento en el fondo.

—¡Draco va a tener problemas en el bosque en un rato! —gritó. Echó a correr lejos de ahí para no darle tiempo a Snape de atraparlo y retrasarlo.

Llegó al primer piso. Se mantuvo tan alejado como podía de las ventanas y el exterior, hasta alcanzar las escaleras móviles. Empezó a pasar de un tramo a otro, saltó en dos ocasiones para alcanzar unas en pleno cambio y no perder más tiempo.

No estaba seguro de dónde era, las direcciones eran lo de Draco, así que tuvo que rehacer el trayecto que ellos tuvieron por la noche, se sintió desorientado la mayor parte del rato. Lo encontró gracias a que era el único segmento aislado, que sólo consistía en un cuadro de plataforma y una puerta; aun así, tenía tres escalones que surgían de cada ángulo. Tuvo que aguardar un giro de las escaleras para alcanzarlo.

Escuchó una débil melodía antes de abrir la puerta, por lo que una parte de él se tranquilizó. Fluffy dormía dentro, echado de lado, con dos patas alrededor de la trampilla que llevaba hacia la sala de tesoros. El lugar estaba lleno del toque de una flauta dulce, que provenía de todos lados y de ninguno.

Caminó despacio hacia el agujero, esquivando las patas con un salto o bordeándolas, manteniéndose lejos de las cabezas, de los fuertes resoplidos que daban en cada exhalación. Se agachó junto a la trampilla, sacó la varita para aplicarse un minium a sí mismo, que no debió salir muy bien porque cayó con fuerza y ahogó un grito al impactar contra el suelo, aunque sí fue un dolor menor que la primera vez.

Jadeó y presionó las palmas contra el suelo para impulsarse hacia arriba. Tuvo que acomodarse los lentes también.

La sala estaba desierta a simple vista. Un escalofrío le recorrió la columna.

No, no. No podía ser tan tarde. No podía haber llegado tarde.

No podía haberse ido solo. No.

—¡Draco! —llamó, apresurándose a descender el corto tramo de escalones que separaba ambos niveles. Examinó las exhibiciones, en busca de una que estuviese vacía—. ¡Draco! ¡Draco!

No, no, no. No.

Estaba por gimotear cuando alcanzó el centro de la sala y se percató de dos detalles.

Una exhibición desocupada, con un hundimiento en la almohadilla, que indicaba que tuvo un peso reciente encima. Un reflejo de movimiento y destello rubio en el espejo.

Levantó la mirada y contuvo un grito.

El espejo mostraba una sala del mismo tipo de estructura, con una luz más opaca, una sola exhibición en el centro, ahora vacía. Draco estaba al frente, con el gorro de Durmstrang convertido en un bolso, sostenido por una mano, la otra se presionaba contra la superficie del cristal.

Abrió y cerró la boca, sin emitir ningún sonido.

—¿Draco? —musitó, seguido de otro escalofrío. El niño-que-brillaba asintió con ganas e intentó hablar, pero era inútil.

Harry sintió que el pecho se le volvía a comprimir y se acercó al espejo de Oesed. La palma de Draco estaba pegada al vidrio, como lo estaría con cualquier cristal común; sin embargo, cuando puso la suya encima, sólo percibió el tacto frío y duro del espejo.

—¿Cómo te metiste ahí? ¿Qué hago? —balbuceó, consciente de que era una idiotez, porque no podría interpretar la respuesta, aun si lo quisiera.

Draco le dio toques al cristal con los nudillos para llamar su atención. Cuando la obtuvo, alzó el gorro y lo abrió por un costado, para mostrarle una piedra plateada que relucía en el interior.

La tiene.

No estaba seguro de si el pensamiento le era relajante o más preocupante. Quizás un poco de ambos.

Asintió despacio y lo vio cerrar la bolsa, los bordes del gorro formaban un asidero, de modo que no tenía que tocarla. La frase "a prueba de magia" de Jacint, se repitió dentro de su cabeza por un momento.

Draco volvió a tocar el cristal con los nudillos. En esa ocasión, giró la muñeca para realizar una floritura en el aire y lo señaló. A Harry le llevó un segundo asentir de nuevo, rebuscar la varita entre sus bolsillos, hasta tenerla a mano y a la vista.

Su amigo deslizó un trozo de pergamino fuera de su túnica, lo desdobló y pegó al vidrio. Eran las instrucciones de la profesora Ioannidis.

"Iuvante sequi duerme a Fluffy. Dos movimientos de arcos, de izquierda a derecha el primero, invertido el segundo. Énfasis en la 'u', sin pausas.

Finite protego al acercarse a la piedra. Un toque al aire, énfasis en las 'e' y pequeña pausa.

Imago in speculo para que el espejo de Oesed muestre la entrada secreta. Traza un círculo frente al vidrio, de izquierda a derecha. Énfasis en la primera 'o', dos pausas.

Delet enim imago in speculo, contrahechizo. El círculo va de derecha a izquierda, énfasis en las primeras sílabas de las dos palabras al inicio, pausas breves."

Harry se mordió el labio inferior. Nunca había oído de un encantamiento tan largo, ni hablar de utilizarlo; su experiencia se limitaba a la levitación básica —con dificultades—, convocar objetos pequeños, aguamenti y escudos.

Draco, del otro lado, comenzaba a mover los labios en palabras silenciosas.

Estaba a punto de insistir en hallar otro modo, cuando se percató de que su amigo se estremecía, una escarcha comenzaba a cubrirle la túnica a la altura de los hombros. El aliento del niño fue un vaho cuando repitió la petición. Pedía que lo sacara.

Harry contuvo la respiración un momento, apretó los párpados, y asintió. Era sencillo, ¿cierto? Tenía que serlo, sonaba sencillo. Sólo un círculo, sólo un círculo.

Sus círculos nunca salían bien.

Quiso lloriquear, pero aferró la varita entre los dedos y observó a Draco, que se abrazaba a sí mismo y al gorro. Él le dio un asentimiento para incentivarlo.

Derecha a izquierda, bien. Le llevó un instante interpretar cómo lo haría, recordar las palabras.

De-let e-nim imago in speculo.

Nada.

Cambió su peso de un pie al otro y se mordió el labio de nuevo. Tras el vidrio, Draco capturó su atención con un toque de nudillos, movió la muñeca, para llevar a cabo una circunferencia perfecta en el aire. Harry asintió e intentó imitarlo; tuvo que hacerlo dos veces, antes de que su amigo le diese su aprobación con otro asentimiento.

De-let e-nim imago in speculo.

Otra vez el mismo resultado. El niño apretó la varita y sintió que algo en su pecho se rompía, al notar que Draco se volvía a estremecer y la capa blanca avanzaba sobre su ropa, la carita pálida se enrojecía sólo en las mejillas, los labios empezaban a cambiarle a un color feo.

Lo intentó de nuevo. Nada.

Y de nuevo, nada.

Y de nuevo, nada.

Estaba por arrojar la varita al piso cuando el niño-que-brillaba puso una mano sobre la superficie del cristal y le llamó la atención. Lo observó con el ceño fruncido, pero su expresión se suavizó al percatarse del vaho que se le escapaba con las palabras sin sonido que pronunciaba. Dos sencillas palabras.

"Tú-puedes"

Harry se tomó unos segundos para asentir con ganas. Se enderezó, cuadró los hombros; al levantar la varita, todo por lo que pudo rogar mentalmente fue ser capaz de sacarlo de ahí. No existía algo que importase más, su mente vació cualquier otra preocupación acerca de centauros, profesores, ni siquiera tenía que pensar en por qué o cómo terminó ahí. Sacarlo. Tenía que sacarlo.

Copió la floritura que su amigo había hecho, a modo de demostración, y por fin, sintió el fluir de la magia hacia la varita cuando lo pronunció.

De-let e-nim imago in speculo.

El fragmento de cristal sobre el que trazó la circunferencia, se desvaneció. El hueco empezó a expandirse de inmediato, despacio. Draco se abalanzó hacia adelante en cuanto tuvo el espacio suficiente. Una ola de gélidez alcanzó a Harry, antes de que lo recibiese con los brazos abiertos y ambos cayesen al piso por el impacto; ninguno se quejó.

Su amigo estaba helado y temblaba, pero la escarcha comenzó a derretirse enseguida. Más allá, el agujero del espejo se cerraba con la misma velocidad con que se abrió.

—Merlín —exhaló Harry, apretando al otro contra su pecho—, ¿qué fue todo eso?

—La piedra- es- estuvo en el espejo, todo- el tiempo —la voz le salió entrecortada e interrumpida por bocanadas de aire bruscas. Levantó la cabeza, para mirarlo desde abajo, a causa de la posición en que aterrizaron—, Ioannidis lo sabía, que- que Dumbledore la cambió de sitio. Padre se- se reflejaba ahí, me la enseñó y- también me mostró cuando el viejo la movió.

—¿Por qué Dumbledore haría eso?

Draco soltó un tembloroso bufido y se apartó. Tenía la tela del gorro sostenida con tanta fuerza en una mano, que los nudillos se le tornaron de un tono más blanquecino de lo usual.

—¿Yo qué- voy a saber? —presionó la palma libre contra el suelo y se impulsó, tambaleante, hacia arriba. La escarcha terminaba de derretirse mientras se movía—. Tenemos- que irnos, todo está raro, está saliendo mal. No- no se supone que los animales fuesen así tan rápido, tienen a Pansy, Lep se- perdió. Todo es culpa de esta cosa —Alzó el gorro en que tenía metida la piedra y lo sacudió en el aire.

Harry frunció el ceño y asintió, impulsándose también para ponerse de pie.

—Vamos a devolverla —hizo una breve pausa, en la que se encogió, sintiendo las mejillas arder y una emoción incómoda que causaba que quisiese ocultarse o correr—, a cambio de Pansy.

Draco rodó los ojos, pero esbozó una muy débil sonrisa, le dio un golpe sin fuerza en el hombro. Así, uno estaba perdonado y el otro tranquilo; no estaba seguro de saber cuál era quién.

—Creo que tengo una buena idea para hacerlo.

Oírlo era casi un alivio. Juraría que la cabeza le iba a explotar en cualquier instante.

Harry sacó la capa de invisibilidad de su suéter y la desplegó frente a él, para mostrársela. Su amigo lució orgulloso de él por haberla tomado. Tuvo que removerse y contener una sonrisa cuando una ola cálida lo inundó.

—Tú guías, yo nos cuido, ¿cierto?

Draco asintió al instante.

0—

Existe algo llamado magia en conjunto. Y por Merlín, Harry quería volver a usarla.

—...sólo lo he hecho dos veces —explicaba Draco, en voz baja. Estaban ocultos por la capa de invisibilidad, su amigo llevaba la varita en una mano, el Apuntador en la otra, mientras él se aseguraba de que la tela los cubriese, dejando a su paso lechuzas confundidas que sobrevolaban cerca de cada ventana del castillo y estudiantes que se hacían a un lado, escuchando voces que, aparentemente, no tenían cuerpos—. Una no salió muy bien, pero la primera sí, sé lo que se supone que debería hacer.

—¿Qué tan mal salió la que no funcionó?

El niño emitió un largo "hm" al doblar en una esquina, Harry reconocía el pasillo. Comenzaba a preguntarse si la loca idea de su amigo funcionaría.

Lo más probable era que sí. A decir verdad, él creía que cualquier cosa que intentase Draco, funcionaría.

—Algo como poner a hervir la sangre dentro de las venas —arrugó la nariz. Harry estuvo a punto de espetarle que eso no podía calificarse de "no muy bien", sino de "completo desastre y peligro de vida o muerte", pero el niño se le adelantó:—. Lo usé muy mal y con alguien con quien no debí, esta vez va a funcionar.

—Draco.

—¿Hm?

Acababan de alcanzar uno de los pasillos que daba a los arcos abiertos y guiaba al patio. Visualizaron a Dárdano posado en el marco de una ventana, graznando a las demás aves para mantenerlas alejadas.

—Estamos locos —sentenció, porque era la única explicación que se le ocurría para lo que iban a hacer. Bajó la capa, lo suficiente para asomar la cabeza; no le prestó atención a los jadeos sorprendidos de los estudiantes que pasaban al ver una cabeza flotante. Se dirigió al Augurey—. En el Bosque en cinco, necesitamos a Ioannidis. Que busque a Snape si no ha ido ya.

Dárdano le graznó, inclinó la cabeza y echó a volar. Harry se metió bajo el resguardo de la capa antes de que las lechuzas lo avistasen, vio a Draco guardar el Apuntador y mantener la varita en alto. Le tendió una mano, él la sujetó y fingió que no se daba cuenta de que los dos temblaban, ni que su amigo continuaba frío y cubierto de sangre.

—¿Qué tengo que hacer entonces? —musitó.

—Ya te dije, sólo hazte una imagen mental. Recuerda dónde las dejamos tan bien como puedas —lo miró de reojo, en espera de un asentimiento que no se demoró. El niño apretó los labios un instante, luego agregó—. Y si sale mal, grita por Pomfrey.

—Merlín, dijiste que no saldría mal.

—No lo hará —Harry quiso admirar la falsa seguridad que le impregnó a las palabras, porque sus ojos demostraban lo contrario a lo que decía, pero este le hizo un gesto para que empezasen, así que no le quedó más opción que cerrar los ojos, relajarse, y decirse que, pasase lo que pasase, no podía meterse en más problemas que los que ya tenía.

¿Cierto?

Sintió el preciso instante en que Draco puso en marcha el encantamiento. Hubo un débil murmullo, después la vaga sensación de que una fuerza invisible tiraba de algo dentro de él; no era como si se lo arrebatase, ni siquiera lo lastimó. Fue similar a una ola tibia que se deslizaba por encima de su cuerpo, naciendo en la parte más alta de su cabeza y el centro de su pecho, se expandía, luego se retiraba. La podía sentir alcanzar al otro niño, como si se tratase de su propio cuerpo también.

Tuvo un instante en que se sintió Draco. Descubrió que debía tener mucho más frío del que hacía notar si sufría de espasmos menores como esos, que los cortes eran pequeños rastros ardientes en todas partes, el corazón le latía alocado, a pesar de la expresión de casi calma, un torbellino bullicioso crecía dentro de su mente, constante, aturdidor, sin permitirle acceso a nada más. Y razonó que, a su vez, Draco se sentía él, lo que explicaba la repentina sensación de paz, de quietud, el manto que los envolvió y prometió sin palabras que todo estaría bien.

Harry supo que  lo estaría.

—Ya está —la voz del niño fue, al mismo tiempo, un murmullo distante y un susurro que se escapó de su garganta como propio. Draco carraspeó, soltó su mano. La conexión se derrumbó igual que un puente que se caía, convertido en escombros.

Abrió los ojos y parpadeó. Por un segundo, la capa oscureció el mundo; temió que fuese algún tipo de efecto de la magia compartida. Pero después enfocó la vista, notó a su amigo deslizarse fuera de la tela, y a las dos escobas que levitaban, en posición horizontal, frente a ellos.

Draco pasó la pierna por encima de una y dio una patada al suelo. Alrededor de metro y medio sobre el piso, le dirigió una mirada inquisitiva.

—No me digas que casi te mato —hubo un deje de una emoción vacilante en sus palabras. Harry fue dominado por un arrebato de cariño al sacudir la cabeza, sonreír, y subir a su propia escoba.

—¿Se supone que debería sentirse...así?

—No realmente —admitió el otro, inclinándose hacia adelante y aferrándose al mango de la escoba—. ¿Ya sabes el plan?

—Volar, volar, volar, y evitar que nos agarren, tumben, lastimen o maten, básicamente.

—Es un buen resumen.

El niño salió despedido hacia adelante sin esperar una respuesta. Harry lo siguió a través de uno de los arcos de la pared y hacia el patio, donde la brisa helada de mediados de enero les agitó las túnicas y el cabello.

No se sintió tan agradecido por la idea de no tener que seguir corriendo, hasta que volaron por encima del césped y las lechuzas más cercanas se amontonaron en una nube de plumas, detrás de ellos. Esquivarlas fue como estar en un juego de Quidditch, alejándose de las bludgers locas mientras buscaba la snitch, las maniobras en el aire le resultaron tan naturales que lo hubiese disfrutado, si no tuviese en mente asuntos más importantes. Hubo picoteos que no lo alcanzaron, garras que se cerraron sobre su manga y no su piel, chillidos de aves frustradas por perderlos en cada intento.

Cuando la linde del bosque estaba a la vista, iniciaron un descenso curvo, para colarse entre los árboles con un zigzag y crear una considerable distancia entre ambos y los pájaros. Escuchó la patada de Draco al suelo cuando bajó lo suficiente, lo imitó al percatarse de unas siluetas bajo ellos. Dio un vistazo hacia atrás; las lechuzas más próximas aún no estaban cerca, la mayoría volaban en círculos confusos encima del patio y la cabaña del guardabosque.

Ioannidis, con Dárdano posado en uno de sus hombros, Snape, con un rictus de desprecio en la boca, y Hagrid, ballesta en mano, rodeaban una esfera violeta, opaca, que se enterraba en el suelo, de al menos un metro de alta.

—Más les vale que...—Snape comenzó, al fijarse en ellos, pero Harry alzó una mano y se adelantó a los regaños, porque no tenían tiempo para eso. Ni ganas de aguantarlos.

—Los centauros intentaron llevarse a Pansy y se volvieron locos, las lechuzas nos persiguen desde hace rato. Tenemos la piedra y la vamos a entregar, y a calmar esto —se obligó a no hablar tan agitado como se sentía, a tomar bocanadas de aire entre cada palabra, para que fuese comprensible. De reojo, notó que Draco tocaba la esfera con los nudillos, y una mancha de color se retiraba, cediéndole el paso a una superficie más cristalina. Pansy estaba dentro—. Y pueden esperar para decírselo a Dumbledore, o cuidar a sus estudiantes.

Un silencio se formó entre ellos. La niña dentro de la esfera estaba de rodillas en el suelo, con la túnica sucia. Golpeaba la barrera, hablaba sin emitir un sonido, llamando la atención de su mejor amigo, que palpaba la superficie con una mano y la punta de la varita. Tras un momento, buscó la mirada de Harry y negó.

Sabemos que lo vamos a hacer —avisó Draco después; él tuvo la ligera impresión de que se dirigía a Snape al hacerlo. El hombre resopló—. Ella no tiene idea de cómo salir de ahí. Dárdano, ¿puedes traer a Flitwick para que la saque? —el pájaro graznó y echó a volar en dirección al castillo. El niño se fijó en el guardabosque, arrugó la nariz por una milésima de segundo, sólo el tiempo suficiente para que Harry lo notase y rodase los ojos—. ¿Sabes usar esa…cosa? —señaló la ballesta del sujeto enorme.

—Le di a dos centauros en las patas traseras, mientras corrían —indicó él, agitándola, como si no supiese si presumirlo o mostrarse culpable.

—Dale a dos más si se acercan mucho —replicó. Se giró hacia Snape, que lucía más que dispuesto a maldecirlos para que no avanzasen más—. Severus, si pudieses...

—No vas a ir solo —masculló entre dientes el profesor. La expresión de Draco se suavizó.

—Si pudieses evitar que las lechuzas entren y nos persigan más lejos, y los centauros salgan, nos ayudarías —completó. Hubo un instante en que sólo se dedicaron miradas largas y mantuvieron una plática silenciosa, antes de que Snape cuadrase los hombros y los apuntase con la varita. Harry temió lo peor hasta sus siguientes palabras.

—Tienes veinte minutos. Voy a ir por ti cuando se acaben, incluso si entran todos los centauros a Hogwarts —Hagrid dio un brinco y emitió un sonido de protesta, que él ignoró de forma magistral—. Lanza chispas rojas si tienes problemas. Y por Merlín, no seas estúpido. Matarás a tu madre de una crisis nerviosa un día de estos.

La sonrisa de Draco era pequeña, pero genuina. Le iluminó el rostro, a pesar de los cortes y los rastros de sangre.

—Sólo necesitamos diez —anunció con presunción, elevando el mentón, luego dio una patada al suelo para remontar el vuelo. Harry lo siguió, haciendo caso omiso a la mirada asesina que el profesor le dio a sus espaldas.

Se escabulleron hacia un conjunto más cerrado de árboles gruesos, pasando por encima de las cabezas de algunos centauros, que hicieron chocar sus cascos al notarlos y arrojaron flechas hacia ellos. Harry decidió que las bludgers viajaban más rápido, por lo que se limitó a permanecer apartado de cualquier extremo puntiagudo.

—¡Ninfas! ¡Ninfas! —su amigo miraba en todas direcciones, hacia las siluetas más discretas que nacían de los costados de los troncos, los haces de luces que se colaban entre las hojas.

Harry maniobró para quedar de cabeza, aún horizontal, sobre él, y tuvo un déjà vu respecto a su primer partido oficial de Quidditch, que le hizo gracia. Draco se sacó el gorro de Durmstrang de la túnica y se lo pasó.

—Ya sabes qué hacer, Buscador.

Él sonrió más. Draco le guiñó.

—Nos vemos en un rato, Cazador —respondió, trazando una curva en el aire para nivelarse y quedar cabeza arriba. Silbó para captar la atención de los centauros. Al percatarse de que lo veían, elevó el brazo que sostenía el gorro a prueba de magia—. ¡¿Quieren la piedra?! ¡A ver si me la quitan!

Echó a volar lejos, seguido de gritos, los chasquidos de cascos, flechas que se perdían en el aire. Alcanzó a ver a su amigo descender junto a unas figuras etéreas, antes de que estuviesen muy lejos, donde lo único que podía hacer era confiar en el plan y en sus tiempos.

Trazó zigzags para mantener la atención de los centauros. Cuando se desaparecía de su vista un momento y ellos se desorientaban, comprobó cuánto les afectaba el poder de la piedra. Bajó lo suficiente para codear a algunos a propósito, se alzó lo justo para evitar una flecha que le desgarró la túnica, quedando en el panorama de Snape y Hagrid, en los límites del bosque.

El guardabosque se posicionó detrás, la ballesta cargada entre los brazos, en caso de que alguna criatura sobrepasase los límites. Snape hizo una complicada floritura en el aire, que creó una barrera cristalina entre ellos y los centauros.

Las criaturas mágicas gritaron y se estrellaron contra la superficie recién formada, una, dos, tres veces, con los hombros, con los puños, las patas, hasta que cayeron en cuenta de que no le hacían el menor daño. Cuando se giraron, dispuestos a tomar otro rumbo, Ioannidis se materializó detrás de ellos, y alzó una barrera idéntica, que se combinó con la del profesor para encerrarlos. Los centauros se reunieron en un tumulto en el centro, empezando a golpear de nuevo las superficies.

Harry apretó el gorro contra su pecho y volvió a adentrarse al bosque. Si todo marchaba bien, Draco habría conseguido ayuda de las ninfas para mantener calmados a los centauros del pueblo oculto, podrían entregar la piedra. No tendrían que usar el otro plan.

Descendió tan pronto como divisó el túnel, entró aún en la escoba, y lo atravesó sobre ella, encontrándose al otro lado en cuestión de un parpadeo.

El pueblo estaba convertido en un caos, centauros adultos corrían en un mar de chasquidos de cascos y flechas, los más jóvenes se refugiaban dentro de las casas-árboles. Draco se hallaba al fondo, una silueta pequeña, brillante, en el aire, sobre la estructura cristalina de la Vidriera. Harry voló hacia allí, para encontrar el suelo rodeado de criaturas que preparaban los arcos.

—¡Alto! —ordenó Draco, hurgando en su túnica. Al levantar el brazo, la piedra plateada envió destellos en distintas direcciones—. ¡Quietos, o la rompo aquí mismo!

Los centauros se quedaron petrificados un momento.

—Queremos devolverla —siguió el niño. Harry se percató de que las criaturas retomaban el movimiento para terminar de alistar los arcos, apuntaban a su amigo sin miramientos.

Casi podía oír su voz en la sala de tesoros, antes de que hubiesen regresado arriba con un miniumSi algo sale mal, indicó, creo que sé qué hacer.

Y eso estaba saliendo mal, si alguien le preguntaba a Harry.

Abrió el gorro, soltando en el aire el montón de piedras, que asumieron la función de bludgers y se dispararon hacia los centauros, empujando los brazos de los que sostenían arcos para cambiarles la postura y evitar el disparo, rompiendo por la mitad flechas ya lanzadas. Las ninfas se arremolinaron alrededor de las otras criaturas, en hileras de luz blanca, formas de ramas retorcidas, musgo; constituyeron una barrera aún más extraña que la de los profesores, para frenar cualquier intento de herirlos.

Draco aferró la piedra y cambió la dirección de su vuelo, hacia el árbol grueso al final del pueblo, recubierto de cristales y enredaderas. Harry fue detrás de él.

—¿Y ahora qué? —preguntó, por encima de las ráfagas de aire que los chocaban al avanzar tan rápido.

—Hay que hacerlo nosotros mismos —respondió su amigo, dirigiéndole una mirada breve por encima del hombro. Se acercaban cada vez más a la copa del árbol, donde yacía la sala pequeña de la piedra.

—¡No sabemos qué va a pasar! Se supone que por eso lo hacen ellos- con sus cosas especiales y todo eso.

—¡Pues no se me ocurre nada más, Potter! Dame el gorro.

Harry entendió lo que pretendía.

Frenó en seco, junto al agujero redondo que hacía de entrada a la sala. Draco tuvo que detenerse también. Giró en el aire para encararlo.

Apretó el gorro contra su pecho y sacudió la cabeza.

No vas a ponerlo tú.

—Potter...

—No- puedo hacerlo yo, ¿por qué no lo hago yo?

El otro bufó.

—Porque necesito que  hagas el protego cuando yo lo ponga.

Harry parpadeó, su agarre sobre la tela se suavizó.

—¿Qué?

Volvió a sacudir la cabeza, por reflejo.

—Te puede pasar algo si la pones ahí, no sabemos-

—No me va a pasar nada, si haces el encantamiento bien.

—No sé hacerlo —espetó lo que le parecía la razón más lógica del mundo para pensar en otra solución. Por lo visto, no lo era, porque Draco le mostró una sonrisa débil—, nunca lo he hecho, Draco, ni siquiera  si me salga.

—El otro también era nuevo para ti y lo hiciste.

—Me llevó varios intentos.

—Tendrás que intentar mucho, y más rápido, entonces.

—No, no creo que-

—Potter, no vamos a discutir por esto. Dámela.

—¡No!

—¡No te puedo cuidar esta vez, Potter! —terminó de estallar, sobresaltándolo por la frustración que le tiñó la voz— ¡¿no entiendes que no te pienso mandar a ti, cuando  que mis escudos no van a aguantar para ayudarte?!

Harry abrió la boca para replicar, pero el niño se abalanzó sobre él. Draco fue un manchón de color y una ráfaga de aire al pasarle por un lado; de pronto, el gorro no estaba en su mano, él no sabía cómo lo había perdido. Acababa de comprender lo que se sentía jugar de Cazador contra su amigo, cuando iba en serio.

Maniobró en el aire para voltearse y salió despedido hacia la entrada a la sala en el árbol.

—¡Finite protego, Potter! —alcanzó a oír, antes de que hubiese desaparecido ahí dentro.

Hubo un instante horrible, en el que el corazón le bombeaba con tanta fuerza que juraba que se le saldría, se quedó paralizado sobre la escoba, un peso helado se instaló en su estómago. No pudo pensar, no pudo reaccionar. Sabía que si algo le pasaba a Draco, sería culpa suya.

Luego se enojó consigo mismo, sacó la varita con una mano temblorosa y buscó un ángulo en el que pudiese verlo.

Que funcione, que funcione, que funcione, que funcione, que funcione.

Finte protego —movió la varita de lado a lado, izquierda a derecha y viceversa; por el bien de ambos, ignoró el quiebre en su voz. Que funcione, que funcione, que funcione—. Finite protego, finite protego, finite...

De algún modo, el mundo se convirtió en un resplandor cegador, la escoba perdía consistencia cuando fue empujado hacia atrás por una ola de calor. Lo siguiente que supo fue que estaba en caída libre, la varita se le resbalaba, se alejaba de él.

Gritó.

Trozos de madera, tallos completos, hojas y cristales llovían desde la misma dirección, él quería ver qué había pasado, quería encontrar a Draco.

Sintió algo tibio y suave rodearlo. Sus ojos se cerraron, esperando un impacto doloroso que nunca llegó.

0—

—...tter, Potter, Potter —oía a lo lejos, en lo que pudo ser el segundo después o una eternidad más tarde. Sólo había oscuridad, un pitido lejano que se disipaba con cada instante que transcurría, la sensación tibia—. ¡Potter!

Abrió los ojos de golpe, fue recibido por una intensa claridad y una punzada que le atravesó la cabeza. Lloriqueó al removerse, el mareo le revolvió el estómago.

Puntos oscuros danzaban frente a él, cuando se percató de que una ninfa lo tenía sostenido. También sujetaba a Draco, que estaba sentado y se echaba hacia atrás el gorro de Durmstrang en la cabeza, para que no le tapase la cara.

Su amigo giró hacia él y mostró una petulante sonrisa, en medio de cortes nuevos y manchas de sangre que no estaban ahí antes.

El pitido en sus oídos cesó del todo. En la distancia, creyó oír gritos, sonidos de arrastre, un graznido. Poco le importaba, comparado a la impresión de que una aguja le perforaba la frente.

—¿Qué pasó? —gimoteó, cubriéndose el rostro con ambas manos. Se perdió la imagen de su amigo al reír de forma aguda por los nervios.

—¿Qué no pasó? —replicó él—. Por Merlín, casi nos matamos. Nuestras escobas volaron en pedazos, con la mitad de la sala de la piedra, le hubiese pasado lo mismo a mi cabeza, si no hubieses aprendido un hechizo nuevo a tiempo. Qué bien lo hiciste, Potty.

Harry se destapó la cara, sólo para parpadear hacia él y observarlo con una ceja arqueada.

—¿Me acabas de felicitar? —sonrió. Draco rodó los ojos, mientras se reclinaba contra la silueta etérea y luminosa de la ninfa, como si se tratase de un asiento.

—Mis amigos tienen que hacer las cosas bien, así que no es ninguna sorpresa. Y yo sabía que lo harías bien.

Harry, que sentía la cabeza embotada, se contentó con eso, se arrastró hacia él, y enterró la cabeza en uno de sus costados cuando una nueva ola de calidez se lo llevó al mundo de la inconsciencia.


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