Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Luz de luna por BocaDeSerpiente

[Reviews - 24]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo veinte: De cuando Harry continua recapacitando acerca de lo extraños que son sus amigos (y qué tan genial es eso)

—No estoy haciendo nada.

—Draco.

—En serio, no estoy haciendo nada.

Draconis —tal vez acababa de llegar al límite de su paciencia.

El niño se removió en el banco y puso el dedo índice sobre la página que leía, en el libro de pociones de su padrino.

Snape estaba de pie al otro lado de la mesa del laboratorio, con las manos apoyadas en la superficie, apenas inclinado hacia él. Los calderos tenían el encantamiento que los conservaba en ese punto de ebullición exacto, los viales recién llenados guardados, los ingredientes restantes devueltos al armario, los demás instrumentos limpios y almacenados.

—¿Piensas decírmelo o pasáremos otras dos horas pretendiendo que aquí no pasa nada?

Draco le mostró su mejor sonrisa al profesor, que se limitó a rodar los ojos.

—¿Podríamos pasar otras dos horas así? Me has mirado mal desde que entré.

—Aunque sea el mejor maestro de este decadente colegio de magia, ningún estudiante, ni siquiera los que me deben su carrera como pocionistas, ha venido a instalarse en mi laboratorio un sábado en la tarde —masculló entre dientes—, y por muy agradable que puedas considerar mi astuta compañía, tú no eres una excepción.

—Sólo quería pasar algo de tiempo de calidad con mi padrino, mi ejemplo a seguir, mi...

—No vamos a empezar ahora con la adulación, hazme el favor y guárdalo para alguien que se lo crea, o que quiera oírte al menos.

—Cuando era más pequeño, te gustaba escucharme halagarte.

—Nunca me gustó, te lo permitía, porque eras sincero —puntualizó, estrechando los ojos. Tomó asiento en el banco contrario, con la barbilla apoyada sobre sus dedos entrelazados; Draco dejó el libro a un lado e imitó su postura, de forma inconsciente—. ¿Qué es lo que quieres esta vez, niño?

—Simplemente leo, Severus, ¿no eres tú quien me dice que tengo que nutrir mi mente, antes de que mis neuronas mueran?

—Lo he hecho. Pero podrías nutrirte con tu tarea de esta semana, no en mi laboratorio.

—Mi tarea está lista desde hace dos días.

—Entonces ayúdame a hacer pociones pimentónicas para Pomfrey, se agotó su reserva —cuando el niño apretó los labios, el profesor se echó hacia adelante para darle un vistazo al libro—. No estamos revisando "pociones para curar los frascos, que soporten elementos que no entran en las categorías de sólido, líquido, o gaseoso" —leyó—, me parece que estuvimos preparando Felix Felicis la última vez, ¿no?

Él asintió, despacio.

—Pero esta me interesó —mencionó, en voz tan baja y serena como le era posible—, no sé qué otros estados de materia puede haber, ¿cómo se guardarían si...?

—Draco.

Un simple siseo, y se quedó callado. Snape le dedicó una mirada larga, luego se reacomodó en el banco, para arrebatarle el libro y leerlo por su cuenta. El niño se enderezó en su asiento.

—¿Qué es lo que estás planeando? —pronunció lento, bajo. Fue consciente de que estaba adentrándose a un callejón sin salida.

Bufó. Tendría que haberse ido con Harry cuando pudo.

De pronto, la perspectiva de pasar tiempo con los Weasley, era incluso agradable, a comparación de la mirada helada que su padrino le dirigía.

—¿Está involucrado el chico Potter de nuevo? —escupió el apellido igual que si fuese un veneno; por reflejo, él frunció el ceño al percatarse de a cuál Potter se refería.

—No tienes que...

—No estoy escuchando una respuesta.

—No lo está.

—¿No?

—No.

Durante un rato, se limitaron a observarse directo a los ojos y en silencio. Percibió, de forma vaga y distante, el tacto tibio de la legeremancia, similar a una caricia que casi se abstenía de rozarle la cabeza. Hubo un cambio en el rostro de su padrino, una especie de tic, que desapareció tan pronto como se mostró.

Snape se apartó de la mesa, y por ende, del libro. Soltó un pesado suspiro.

—Nunca creí que llegaría el día en que no pudiese hablar del cerdo insolente que es un Potter.

Su ahijado lo miró de reojo, con el ceño apenas fruncido.

—Supongo que si nunca he hablado así de los defectos de la señorita Parkinson, tampoco tendría que hacer lo mismo con Potter —arrugó la nariz, de ese modo que parecía imperceptible. Draco lo imitó—. No lo haría, si no fuese un infeliz rompe-reglas.

Era lo más cercano a la amabilidad que podría esperar de él. Le mostró una ligera sonrisa a su padrino, que este casi correspondió, con una torcedura de boca que era lo más similar que le había visto llevar a cabo alguna vez.

—Bien, supongamos que Potter no está metido en esto —continuó, ojos oscuros y fijos en él, la legeremancia era un torbellino cálido, sin fuerza, que le envolvía las sienes. No se abrió camino, ni examinó más allá de la superficie; en el fondo, estaba convencido de que su padrino la practicaba con cualquiera que viese, sin importar el momento y lugar, así que no lo sentía como una intrusión—, y supongamos que Parkinson tampoco, ¿de acuerdo? Cuido a un mocoso, no necesito mortificarme la vida con lo que sea que esos dos quieran hacer.

—Soy sólo yo —Draco asintió. Aunque mantuvo la voz calmada, se concentró en tener la mente en blanco al mismo tiempo, ya que era lo que podía delatarlo.

El hombre entrecerró los ojos un instante, después se apretó el puente de la nariz y masculló algo que sonaba a una maldición. La ola de legeremancia se desvaneció.

—¿Qué planeas hacer , entonces? —realizó un especial énfasis en el pronombre de la frase, y lo observó con la exasperada quietud con que contemplaba a sus estudiantes de séptimo en los EXTASIS.

Draco se tomó un momento para considerar qué tan buena idea era decirle. Frente a él, Snape le dio tiempo para que lo pensase; cuando lo vio otra vez, el hombre le dio un asentimiento escueto.

Podría haberlo abrazo pero, de nuevo, ellos no hacían eso.

—Quiero aprender algunas cosas.

—Eres muy joven para que te enseñe a hacer venenos complejos —sentenció enseguida, retomando la lectura del libro. Con un dedo presionado en la página que él revisaba, giró las hojas para dar con el índice, y le dio una veloz leída—, no te voy a mostrar más pociones cáusticas por ahora; Narcissa opina que conoces demasiadas para tu edad. Tengo la ligera impresión de que no vendrías aquí para aprender de protecciones, y lo único de pociones curativas que has querido hacer es dormir sin sueños para la señorita Parkinson —levantó la mirada y aguardó un asentimiento de su parte para proseguir—. Así que dime qué es exactamente lo que quieres, y veremos si mereces que te lo enseñe.

Draco se obligó a contener una sonrisa. No era la primera vez que le daba ese tipo de respuesta, y tenía una idea bastante clara de a dónde iba la conversación, a partir de ese punto.

—Me gustaría la que contiene los elementos extraños, esa que estaba leyendo —apuntó el libro de forma discreta, y se tomó unos segundos para decidir si añadir:—. Y una tinta como la que usas en los manuscritos.

—¿La que desaparece o la que cambia?

—Las dos, mejor.

El profesor arqueó una ceja en una interrogante silenciosa. Draco se mantuvo firme.

—Los ingredientes son caros.

—Ya los tengo casi todos —aseguró. Su padrino no se molestó en lucir sorprendido. En su lugar, volvió a apretarse el puente de la nariz y asintió, para después ponerse de pie, el libro cerrado bajo un brazo.

—Si Narcissa supiera el tipo de hijo que tiene…—se quejaba en voz baja, a la vez que se movía en un círculo a ritmo lento—. Voy a asumir que sólo te vas a hacer un diario con eso. Todos los niños de tu edad tienen uno, ¿verdad? Suena poco problemático, lo que significa menos estrés para mí. Me convenceré de eso, un diario, y le cambiaré cualquier ingrediente que pueda matar o lastimar a alguien si se la bebe.

—¿Tú tenías un diario, padrino?

—Un cuaderno de pociones, que es diferente —aclaró en un siseo, dándose la vuelta—, pero Lucius averiguó cómo revelar el contenido, y luego perdí toda privacidad con mis cosas por un tiempo.

Cuando Draco sonrió, el profesor rodó los ojos y se acercó para estampar el libro contra la mesa, justo frente a él.

—Ve por los ingredientes que tienes y saca lo demás del armario. Tráete tus propios instrumentos, no quiero que ensucies los que acabo de limpiar —se arremangó la túnica sin cuidado, pero en pliegues perfectos, que demostraban lo frecuente que le era el gesto—. Y que no te vean los Sly.

Sly. Snape llamaba a los estudiantes de su Casa por un apodo cuando nadie más lo oía. A Draco le parecía que era todo lo dulce que su padrino podía ser con un grupo de personas, y le gustaba oírlo, sobre todo desde que él estaba incluido en ese conjunto.

Se bajó de un salto del banco y corrió hacia la Sala Común, que estaba vacía a esa hora, y al cuarto después. No transcurrieron más de cinco minutos, cuando volvía a estar instalado en la mesa del laboratorio, estirando el rollo de piel de dragón en el que envolvía sus varas para mezclar y viales.

—Estas pociones no son fáciles —indicó Snape antes de comenzar, en el otro lado de la mesa—, te tomará horas y no creo que te salgan al primer intento.

Él asintió. Snape le dio otra mirada larga. Luego de un bufido, que era lo más próximo a una risa en su idioma, empezó a darle las instrucciones para la primera fase del procedimiento, espetándole que leyese el libro y se asegurase de ir al pie de la letra, cada vez que tenía la más mínima oportunidad.

0—

Harry regresó a la Sala Común de Slytherin poco antes de la hora de la cena, después de un partido con los Weasley que sus moretones podían calificar de muy amistoso. La chimenea estaba encendida, como de costumbre, sin surtir un gran efecto en el ambiente húmedo y frío, las mesas eran ocupadas por un grupo de estudiantes mayores, metidos en sus libros, uno que combinaba niñas de su edad con el curso siguiente, y Pansy, acariciando de forma distraída el plumaje de su Augurey, que estaba sobre uno de los reposabrazos del sillón.

Rodeó al grupo más joven para llegar hasta su amiga, la saludó de paso, poniéndole una mano en el hombro. Ella levantó la cabeza y sonrió.

—¿Qué tal el juego?

Por toda respuesta, separó los brazos del cuerpo, para que se fijase en el uniforme embarrado, empapado, y soltó un resoplido. Ella se rio.

—Nadie le ha explicado a los gemelos que no tienen que arrastrar al compañero por el barro cuando ganan —se encogió de hombros, resignado. Siempre que jugaba con los Weasley, terminaba más o menos así; Draco le decía que no se le acercara hasta que se hubiese lavado lo suficiente para que su piel fuese visible de nuevo y el aroma del jabón le quedase impregnado.

Dio un vistazo alrededor para buscarlo; no lo halló. Cerca de ellos, el grupo joven de estudiantes se echó a reír de forma disimulada, e intercambiaron susurros sobre un tema que no le interesaba.

—Deberías ir a bañarte —Pansy arrugó la nariz cuando se giró a verla, pero más que asqueada, aparentaba estar divertida por su estado. Harry recordó lo conversación que había tenido con su amigo acerca de ella, como le pasaba cada vez que la observaba desde hace unos días.

Se balanceó sobre sus pies, cambiando el peso de su cuerpo de uno al otro, también se pasó una mano enguantada y sucia por el cabello, todavía más sucio que esta.

—Sí, voy. ¿Qué estás haciendo? ¿Me ayudas con la tarea de Astronomía cuando vuelva? —formó un puchero, que hizo que ella arquease las cejas—. Es que no me puedo aprender los nombres de todas esas estrellas, Pans, y tú eres tan, tan inteligente.

Su amiga sacudió la cabeza, con una sonrisa.

—Ve a bañarte, Harry, empiezan a mirarte raro porque pareces una bolita de barro andante.

El niño atinó a reírse mientras asentía, y se encaminó hacia su dormitorio. Apenas correspondió al saludo de Nott, que estaba sobre su propia cama, en su trayecto, porque la ropa se le pegaba a la piel y se sentía asfixiado.

Le tomó un largo rato deshacerse de los rastros de tierra, y aún más, regresar su cabello a un estado que se podía considerar cercano-a-presentable. Salió cuando tenía los dedos arrugados y tiritó desde que el agua caliente lo abandonó, hasta que estuvo dentro de una de sus pijamas más gruesa, reforzada por amuletos de calefacción de su madre.

Acababa de tomar su maletín y estaba a punto de volver a la sala, cuando un tacto suave contra su pie lo hizo agachar la cabeza. Lep caminaba por el suelo, olisqueando todo lo que se cernía a su paso. Harry se inclinó, lo alzó y dejó el cuarto con el pequeño animal entre los brazos, sacudiéndose, lamiéndole la barbilla y cuello.

—Mira lo que encontré —se lanzó en el lado contrario del sillón que Pansy ocupaba, dejando al conejo entre ellos, que se subió al regazo de la niña y empezó a mover las orejas.

Pansy se dedicó a acariciarle la cabeza a Lep, mientras que lo veía sacar los libros y pergaminos del maletín, e intentaba explicarle lo que le faltaba en el último mapa celeste, sin que sonase a que, en realidad, no había hecho nada todavía.

Lo ayudó con la mitad de la tarea, dándole las indicaciones para completar lo que quedaba, entre el débil crepitar del fuego y los murmullos de los estudiantes que estaban formados en un círculo en los demás sofás. Para el momento en que Draco entró a la Sala Común, el lugar comenzaba a vaciarse por aquellos que iban a cenar al Gran Comedor.

Notó que su amigo era interceptado por dos de las niñas, una más bajita que la otra, de apariencias semejantes. Estaban de perfil, así que no pudo hacerse una idea clara de qué le decían, pero Draco se tomó unos minutos para hablar con ellas; aunque no lucía particularmente contento, al menos esbozó una leve sonrisa por lo que sea que mencionaban.

Junto a él, Pansy estaba tensa y se había quedado callada de pronto. Harry la miró de reojo.

—¿Qué pasa?

Ella frunció un poco el ceño, lo observó, y volvió a fijarse en su amigo.

—Daphne y Astoria Greengrass —explicó, en un susurro, un puchero completó la declaración.

Harry se percató de que Draco veía hacia el grupo reunido al que ellas pertenecían, y por la manera en que negaba, debía estarse rehusando a unirse. Las niñas hablaron un poco más, antes de retirarse de regreso con los demás y partir hacia el comedor.

Cuando logró librarse de la atención, el niño-que-brillaba caminó hacia ellos, le tendió los brazos a su conejo, que saltó a estos, y tomó asiento en el sillón individual frente a ambos. Dio un asentimiento a modo de saludo.

—¿Cómo te fue? —preguntó Pansy en voz baja. Él elevó una mano, en la que tenía un segmento de piel roja a medio desvanecerse, que se transformaba en el pálido color usual a una velocidad increíble. La niña ahogó un grito y cerró su libro de golpe, pero Draco se le adelantó cuando estaba por inclinarse hacia él y revisarlo.

—Severus me puso un calmante ya, voy a ver a Pomfrey mañana si no se quita esta noche —giró la palma, para verla por sí mismo, y emitió un sonido vago para restarle importancia—. No me voy a morir, pero tengo noticias.

Un grito agudo los hizo brincar a los tres. Giraron en dirección a los que aún quedaban del grupo anterior. Pansy meneó la cabeza.

—Estaban jugando verdad-o-no-verdad.

—¿Qué es eso? —los dos hablaron a la vez, intercambiaron una mirada y se rieron por lo bajo.

—Es algo que las Greengrass aprendieron en sus vacaciones —ella se encogió de hombros con aparente despreocupación, pero sostenía el borde de su libro con más fuerza de la que era necesaria—, se cuentan mentiras o una tontería como esa.

Harry y Draco volvieron a observarse. Su amigo se llevó un dedo a los labios, luego se inclinó en dirección a ellos.

—Déjenlos que jueguen todo lo que quieran, mientras les ganamos en las pruebas —sus palabras le sacaron una débil sonrisa a la niña, lo que él supuso, que fue el objetivo al decirlas. Draco se enderezó y dio un vistazo alrededor, sólo después de asegurarse de que no había nadie allí que les prestase la más mínima atención, continuó:—. Tengo una noticia buena, una mala y una peor, ¿cuál quieren que les diga primero?

—La peor.

—La buena —Harry vio a Pansy con un puchero y ella se rio.

—La buena primero, entonces.

Podemos conseguir el plasma.

Los tres permanecieron en silencio por unos instantes, mirándose. Hubo dos asentimientos, y Draco optó por proseguir.

—La mala es que creo que vamos a necesitar estar muy, muy cerca de un fantasma para hacerlo.

El silencio fue más corto en esa ocasión.

—¿Y la peor? —interrogó la niña, en voz baja. Draco observó a uno y luego al otro, tiró de uno de los bordes de su túnica.

—Creo que el mejor momento para intentarlo es en Halloween.

—Pero tendríamos que entregarlo el primero de noviembre —ella arrugó el entrecejo—, sólo nos estarías dejando un día, o unas horas, y tendríamos una sola oportunidad.

—¿Por qué en Halloween? —Harry intervino. Su amigo se echó más hacia adelante, y les hizo una seña para que lo imitaran, de modo que quedaron con las cabezas casi juntas en un triángulo.

—Cuando venía, escuché a unos fantasmas hablar sobre una celebración especial este Halloween, sonaba a que todos los del castillo estarían ahí.

—Pero no se puede sólo entrar a una fiesta de fantasmas —replicó Harry, mirándolos de forma alternativa—, ¿o sí? —agregó tras unos segundos.

Pansy suspiró y se apartó, para reclinarse en el sofá.

—¿Tú qué encontraste? —Draco se dirigió a la niña, él hizo un puchero porque ninguno de los dos le respondió.

Su amiga abrió el libro que tenía en las piernas, sin prisas, y pasó algunas páginas, para detenerse luego en una, presionando el índice contra el papel.

—Básicamente, los fantasmas son un espectro hecho de plasma, el alma de un mago o bruja que murió con miedo, muy atado a un lugar o con asuntos pendientes; nada que no supiésemos ya —Harry estaba por refutarlo, pero prefirió callárselo y escuchar lo que decía—. Algunos tienen más contacto con los vivos que otros, no hablan con los espíritus del Más Allá ni pueden pasar a ese lado por cuenta propia, tampoco suelen causar un efecto físico en nuestro plano, sólo están ahí, existiendo a medias por mucho, mucho tiempo. Se dice que pueden perder la noción de los días, volverse locos, agresivos, y un montón de cosas más, pero eso no es lo que nos importa, sino esto —repasó el borde de una página con el índice, y señaló un párrafo recién subrayado por un color rojo—. Se pueden confundir.

—¿Cómo es eso?

—Tenemos que estar muy cerca, ¿no? —Pansy esperó la confirmación de su amigo para continuar—. Hay ciertas formas en las que un mago puede hacerse ver como un fantasma, el efecto no dura mucho, pero creo que sería suficiente para conseguir el plasma.

Draco emitió un largo "hm", Harry se cruzó de brazos.

—¿Por qué no comenzamos por pedírselo? —opinó. Dos miradas muy diferentes, una gris y curiosa, una verde oscura y confundida, se fijaron en él—. No les puede doler si están muertos, ¿verdad? Si yo fuese un fantasma, y unos niños me dicen que necesitan sólo un poco de mi plasma, se los daría, ¿por qué no? No es como que fuésemos a hacer una bomba muggle y destruir el colegio con plasma.

—Sólo que  se puede destruir el colegio con plasma y ellos lo saben —le replicó Pansy, en tono suave.

Él parpadeó.

—¿Qué?

Su amiga soltó una exhalación. Lo miró con una combinación de exasperación y cariño.

—Creo que hay varias razones por las que la primera prueba son fantasmas. Los estudiantes se acostumbran a verlos y no les hablan cuando no es necesario, los maestros no los vigilan como a nosotros —enumeró con una mano—, muchos se olvidan de la fecha, hora y caras, no suelen lastimar a nadie. Pero sobre todo el plasma; su plasma es muy usado por pocionistas, criadores de thestral y nigromantes, es caro, y si se usa mal, podría cubrir a una persona o un lugar y...convertirlo.

—¿En un fantasma? —Harry ahogó un grito. Ella ladeó la cabeza.

—No exactamente. El plasma, sacado del fantasma, se pega a la piel, y creo que empieza a multiplicarse encima, hasta que cubre todo. No se quita si no se hace un tratamiento especial.

—En el mundo muggle, las casas embrujadas tienen una capa de neblina permanente afuera, que es de su plasma —agregó Draco, que jugueteaba de forma distraída con una de las orejas de su conejo—. Y si nos llega a cubrir a nosotros...

—Seríamos descubiertos.

—Tendríamos que ver a Pomfrey y Snape, y nos llevarían a San Mungo —completó Pansy, asintiendo.

—Severus nos envenenaría de camino a San Mungo "para no tener que lidiar con esta estupidez" —Draco hizo una imitación del tono con que hablaba el profesor, Pansy se cubrió la boca con ambas manos al echarse a reír. Harry se mordió el labio para evitar hacer lo mismo.

Cuando se recuperó, carraspeó para aclararse la garganta y habló.

—Así que no podemos dejar que el plasma nos toque cuando se lo hayamos quitado, ¿cierto? —ambos asintieron y emitieron sonidos de acuerdo—. Y no creo que se pueda guardar como una poción, ¿verdad?

—Qué listo, Potter —Draco bufó y se apretó el puente de la nariz un momento—, necesitáremos algo que succione el aire, pero aguante el plasma, que debe ser más pesado, y- —se interrumpió de golpe, abriendo mucho los ojos y enderezándose en el sillón—. Lo tengo —musitó, mirándose las palmas de las manos. Hubo un destello plateado en una de estas, sólo por un instante—, eso es, sí, lo tengo —repitió, poniéndose de pie. Caminó hacia al frente de la chimenea, de manera que quedó justo ante ambos—. Centauros.

Los otros dos intercambiaron una mirada, Pansy con una sonrisa vacilante, Harry con el ceño fruncido.

—¿Qué?

—¿Centauros?

—Los centauros, Potter, ¿no te acuerdas? —no sabía qué expresión debía tener, pero no tuvo que ser la que su amigo esperaba, porque soltó un sonido de frustración y empezó a gesticular para hacerles ver su idea—. Si tienen unos guantes para una piedra que nada ni nadie más puede tocar, deben conocer una forma de tomar el plasma con las manos, sin que se nos pegue. Hablemos con Firenze, vamos a conseguir algo parecido, y usáremos el gorro encantado de Jacint para repeler cualquier otra magia que nos pueda meter en problemas, y...

—Podríamos llevarles el vial también —comentó Pansy, poniéndose de pie de un salto, una enorme sonrisa se abría paso en su rostro, al igual que en el de su amigo—. Tal vez con un encantamiento que succione dentro, y uno que evite que se nos pegue si lo tocamos, y si cerramos el corcho de una vez...

—O podríamos intentar pegarlo a algo precisamente —Draco le siguió, ella asintió con ganas.

—Y luego que se despegue y quede dentro del frasco, ¿no?

—Porque no debe contar si la muestra está afuera, ¿cierto?

—Sí, exacto.

Ambos asintieron, Pansy dio un pequeño salto y chilló, Draco murmuró "eso es, lo tenemos". Harry continuó mirándolos por un rato, con la sensación de que acababa de perderse de algo importante, hasta que ellos repararon en su presencia, de nuevo.

—¿Me explican? —intentó sonreír. Sus amigos se observaron, luego a él, y se echaron a reír.

—Somos unos genios, Potter, eso es lo que pasa.

—¡Y vamos a ganarles! —Pansy elevó los brazos y se puso a dar vueltas, riendo. Lep trazó círculos en el aire por encima de ella, a su vez.

—Pero explíquenme —lloriqueó con un puchero, ganándose más risas.

0—

Fue la noche siguiente que decidieron llevarlo a cabo, entonces.

La mayoría de los estudiantes tendrían que estar en el Gran Comedor a esa hora. Los tres niños desfilaban en una hilera irregular por la extensión de césped, sólo acompañados por un mago adulto, que lucía igual que una sombra tétrica bajo la luz de la luna.

Harry apresuró el paso para posicionarse junto a Draco, que iba de primero, con su conejo entre los brazos.

—¿Cómo convenciste a Snape de venir con nosotros? —preguntó en un susurro. Su amigo se inclinó hacia él para contestarle.

—Le dije que teníamos otra convocatoria de los centauros.

—¿Y eso es todo? —parpadeó. Draco negó.

—No me creyó.

Él frunció el ceño y miró hacia atrás, por encima del hombro, a donde Pansy caminaba despacio, envuelta en una túnica gruesa para el frío, y el profesor los observaba con cara de pocos amigos. Volvió la vista al frente.

—Pero está aquí.

—Severus ya sabía que vendríamos, con o sin él —el otro niño se encogió de hombros.

—Podría habernos detenido.

—No tenía razones para dudar de lo que le dije —puntualizó. Fue su turno de mirar hacia sus dos acompañantes—, sólo que es él, y él sabe cuándo miento. Nunca le gustaron los centauros, mucho menos después de lo del año pasado, y madre lo maldeciría de por vida si deja que me pase algo.

—No puedo imaginar a la tía Narcissa maldiciendo a alguien —comentó, después de un momento de silencio. Cuando se detuvieron en la linde del Bosque Prohibido, le pareció escuchar la risa débil de su amigo, amortiguada por la brisa y el roce de hojas.

—Madre hace mucho más que sólo maldecir.

Draco se adelantó sin dejarle tiempo para procesar lo que acababa de oír. Se escabulló en uno de los senderos de tierra, que terminaba por perderse entre los árboles. Llamó a las ninfas, que acudieron enseguida y comenzaron a revolotear y hablar en torno a los tres niños; si alguna se percató de la presencia del hombre, no se los hicieron saber, sino que les iluminaron el camino hacia el túnel de los centauros.

Avanzaron por el bosque en un silencio que era sólo interrumpido por los sonidos naturales, como un búho que ululaba o una rama seca que se rompía. Quizás fue por eso, porque estaba más alerta debido a las últimas experiencias que tuvo allí dentro, o tal vez no fue más que el destino, que notó la quinta presencia, incluso antes de verla.

El claro en el que estaba la entrada, lucía de un gris plateado esa noche; junto a la elevación que daba a uno de los agujeros, una figura pequeña aguardaba, de ropa blanca, con las manos detrás de la espalda. Se detuvieron y observaron a Bonnie, de vuelta en su estado humano, mientras que este los miraba a ellos con una expresión neutral.

El joven centauro inclinó la cabeza apenas un centímetro.

—Saludos de la colonia de centauros dirigida por Magorian, Arcanum Malfoy, Arcanum Potter.

Arcanum —repitió Draco, en un tono ligeramente cambiado—, ¿por qué nos acabas de llamar "arcanos"?

Bonnie se dio la vuelta despacio y avanzó los pasos que lo separaban del umbral del túnel. No miró hacia ellos al continuar.

—Las estrellas habían predicho esta visita desde la última ocasión en que estuvieron por aquí. Los Sabios han estado leyendo mucho sobre los dos, y quieren hablarles de algunas cosas, si no les importa...

—Yo creo que sí nos importa, ¿verdad, Potter? —lo vio de reojo. Harry boqueó, sin saber qué hacer o decir. Su amigo elevó la barbilla, en señal de desafío—. No vamos a volver a tocar esa piedra que tienen ahí guardada.

—No será necesario —Bonnie, al igual que ocurría con Firenze, no se inmutó ante el cambio de actitud—. Sus compañeros humanos también pueden venir. Por aquí, por favor.

Bonnie desapareció dentro del túnel. Draco le puso un brazo al frente, para cerrarle el paso, cuando intentó seguirlo.

—¿Tienes el gorro? —Harry asintió. Su amigo miró hacia los otros dos, y soltó una exhalación de vaho blanco—. Póntelo —instó en voz baja y caminó por delante—. Pansy, no te separes de Severus. Lep, aquí.

El conejo saltó de sus brazos a uno de sus hombros, y se combinó con la tela de la túnica, hasta desparecer casi por completo ante sus ojos.

Cuando entraban al túnel, detrás de ellos, también se escuchó el sonido afirmativo de la niña al responder, y el resoplido del profesor.

El espacio era oscuro, estrecho, con el suelo duro y húmedo, lo que lo hacía idéntico a la primera vez que entraron. Del otro lado, Bonnie, con la pieza superior de la ropa blanca y el cuerpo de un centauro verdadero, esperaba por ellos, junto a una media luna de otras criaturas, mayores en tamaños y edades, que estaban semicubiertas por capuchas.

Firenze se aproximó, abriéndose paso entre los otros, para quedar frente a ellos, e inclinó la parte delantera del cuerpo.

Arcanum —dio un breve vistazo a sus acompañantes y le hizo una seña a Bonnie, que se dirigió a ellos—, los demás humanos tendrán que limitarse a la Vidriera.

Harry vio a su amigo apretar los labios un instante.

—¿Y nosotros a dónde vamos?

—Al Oráculo.

Ambos intercambiaron una mirada; después de decidir que no podían meterse en más problemas allí que los que ya tuvieron alguna vez, asintieron. El grupo se dividió para dejarlos pasar, Firenze se abría camino, y a unos pasos de distancia, Bonnie lideró la columna que se llevó a Snape y Pansy lejos de ellos.

El pueblo continuaba iluminado por antorchas de colores, cabezas se asomaban desde los huecos de los árboles-casa, para ver a los humanos que estaban de paso, algunos cascos se golpeaban contra el suelo; él quería creer que se trataba de un saludo, pero era difícil saber si estaban molestos porque no tenían expresiones como las personas. Alcanzaron el fondo y bordearon los últimos edificios naturales, para llegar a la planta que mantenía la recién construida versión del Oráculo en lo alto, similar a una casa del árbol, hecha de cristal.

Uno de los laterales del tronco, constaba de una rampa alargada, que ascendía de a poco y le daba la vuelta completa al árbol, trazando espirales por debajo de la estructura. Los vidrios multicolores dentro los recibieron con destellos. El grupo de centauros de capuchas se dispersaron, hasta que quedaron con Firenze en medio de la sala de cristal.

Magorian, el líder de la colonia, estaba de pie en la plataforma junto a la piedra de la luna, que desde que volvió a su sitio, yacía dentro de una hendidura especial para sostenerla. El centauro los guío hacia allí, y se detuvieron frente al escalón que separaba la elevación del resto del suelo.

Notó que Draco se rascaba la palma de una de sus manos, manteniéndola alejada y tan fuera de vista como le era posible. Cuando pasó un momento observándolo, su amigo se dio cuenta y le devolvió la mirada; negó. Harry se mordió el labio inferior y se calló las preguntas que quería hacer, pero a cambio, empezó a pasar su peso de un pie al otro y golpear la suela del zapato contra el piso de cristal, dando lugar a un débil tintineo.

—Arcanum —repitió el centauro líder, aunque se abstuvo de cualquier tipo de inclinación; en el fondo, Harry no pudo hacer más que agradecerlo—, las estrellas han hablado de nuevo, nos han mostrado caminos a recorrer, con el permiso explícito para presentárselos. Creemos que deben verlos lo antes posible.

—No vinimos aquí por visiones del futuro y las estrellas —Draco habló en voz baja, sólo la necesaria para hacerse oír, sin generar ecos—, queríamos una pequeña ayuda, sólo eso.

—Las ayudas les serán brindadas a los Arcanum cuando sean necesarias, siempre y cuando no interfieran con los mandatos que el cielo tiene para nosotros —Firenze recitó con calma—; si pudiesen ver lo que las estrellas quieren mostrarles primero, después podrán decirnos qué necesitan.

Su amigo bufó.

—Bien. A ver, estrellitas —si alguno de los centauros detectó el tono burlón, o les importó, no lo demostraron.

Magorian se acercó a una palanca en el fondo del salón, que bajó, un mecanismo oculto abrió el techo por la mitad, igual que haría con un observatorio. Tallos del árbol y sus hojas quedaron visibles sobre ellos, impidiendo una vista perfecta del cielo, pero no la caída de los rayos de la luna, que dieron contra la piedra y se proyectaron en haces de luz en todas direcciones.

Imágenes se formaron en las paredes, siluetas de personas grises-plateadas que se movían a través de los fragmentos de cristal de la estructura, lugares que se recreaban de forma difusa, a gran velocidad, y se desvanecían casi de inmediato. Uno de los dibujos, una figura de una bestia borrosa, salió de la superficie, convertida en una criatura de luz que lucía simular a un patronus. Echó a correr hacia ellos, trazó un círculo a su alrededor, se estrelló contra la pared opuesta de la que surgió, transformándose de nuevo en un simple reflejo.

Harry contenía el aliento y giraba sobre sus talones, para conseguir una vista completa de aquello en lo que se había convertido la sala. Los centauros permanecían, impasibles, en los lugares que adoptaron momentos atrás, y junto a él, Draco tenía los ojos muy abiertos.

Una bestia igual brotó desde un punto diferente. Se abalanzó sobre él en un movimiento que le resultaba familiar, una cola se agitaba, dos patas se alzaban mientras otras dos se quedaban quietas, ¿y era eso que pasó cerca de su cara un hocico?

Un perro. Parecía un perro.

Corrió hacia una de las paredes y se unió a los demás dibujos de luz, en cuanto lo llevó a esa conclusión.

—Un Grim —Firenze les explicó—; es una criatura muy conocida en el noble arte de la Adivinación, pero tiene diferentes significados para humanos y centauros.

—Aún no están traducidas —Magorian estaba cruzado de brazos en el fondo de la sala, los oscuros ojos fijos en ellos dos—, los Sabios todavía tienen que interpretarlas, pero tenemos una idea bastante clara de quiénes son.

—¿Por qué? —Harry frunció un poco el ceño y miró alrededor. Las siluetas no tenían rostro, el cuerpo y ropa eran muy imprecisos para que pudiesen identificar gran cosa.

—El Marcado.

Firenze hizo un gesto con la cabeza en dirección a un conjunto de imágenes. En ellas, una de las siluetas caminaba con una mano a la vista, la extremidad estaba borrosa, pero una marca ovalada que debía corresponder a la posición de su palma, centelleaba con mayor fuerza que el resto del cuerpo. Iba acompañada de una que se movía dentro de su perímetro en cada imagen, aunque las demás, las que los rodeaban y cambiaban, se encontraban más apartadas, reducidas borrones brillantes.

Por reflejo, miró hacia Draco. Su amigo tenía un brazo levantado y se observaba la palma, por debajo del guante de lana que acababa de quitarse. No tenía nada especial sobre la piel.

Al percatarse de que se fijaba en lo que hacía, Draco se apresuró a ponerse la prenda y acomodó la máscara de indiferencia Malfoy de vuelta en su rostro.

—Todavía no tienen mucho sentido, ¿cierto? Podrían cambiar —se encogió de hombros con aparente despreocupación, pero cuando miró a Harry, este volvía a tener la abrumadora sensación de que estaba esperando que le confirmase algo, que le diese la razón, que lo aprobase, de algún modo.

—Sí- supongo, digo, ni siquiera se ven bien.

Asintió al escucharlo. Dio un vistazo más a los dibujos, luego avanzó hacia los centauros.

—¿Cuánto tiempo les toma averiguar lo que significa cada una?

—Depende de la imagen y de lo que el cielo quiera —Firenze ladeó la cabeza, de modo que podía observar el exterior, a través de la abertura del techo—. Estas han cambiado varias veces en los últimos días, y para interpretarlas, tendríamos que esperar a que los cambios se detengan.

Harry se apartó del camino de otro perro —Grim— que corría por la sala, y se dirigió hacia ellos también.

—¿Por qué cambian tanto?

—Puede ser que el mensaje de las estrellas no esté completamente definido todavía, que falte algo. Hay cosas que sólo el cielo sabe y no pueden explicarse.

Los niños se miraron entre sí. Draco se aclaró la garganta, antes de retomar la palabra.

—Si no les importa, queremos hablar de su ayuda. Ya.

Magorian elevó la palanca. En cuanto el techo volvió a su sitio y los rayos de la luna desaparecieron, la piedra dejó de proyectar imágenes mágicas, y Firenze se inclinó frente a ellos, para quedar en alturas próximas.

—¿Qué necesitan los Arcanum?

0—

Decir que lo que quedaba de septiembre y octubre fueron sencillos, habría sido una mentira para Harry.

Cuando no tenía la cabeza metida en un libro, porque otra vez tenía tareas atrasadas, estaba sobre la escoba con los demás Slytherin, en una arrolladora práctica que lo dejaba destrozado o un partido que Flint les instaba a ganar, sin importar qué tan ocupados los tuviesen las clases y la prueba. Cuando no estaba en la biblioteca, cubriéndose con encuadernados y protegos de las explosiones de la varita de Pansy, o atendiendo a las instrucciones de su Guardiana, estaba en el cuarto, imitando las florituras y pronunciación de Draco, porque cada uno tenía que hechizarse a sí mismo para tener una oportunidad con el engaño. Cuando no oía a su amigo, era porque Draco volvía a quedarse a dormir en la Sala Común con la niña, y estaba tan cansado que no podía sentir que tuviese paz en el silencio.

Al principio, Ron se quejaba de que no le quedaba tiempo para pasar con él, pero después comenzó a verlo tan poco, que ni siquiera hubo un momento para escucharlo protestar. Las incursiones nocturnas eran para buscar a los fantasmas del castillo y tener una pista de dónde se haría la celebración, lo que no obtuvo ningún resultado, dado que no se supone que unos niños vivos supieran de los asuntos de los muertos.

Cuando los estudiantes mayores abandonaban la Sala Común, entusiasmados por la oportunidad de atragantarse de dulces en el banquete de Halloween, Harry estaba adormilado en uno de los sillones, con la cabeza apoyada en el hombro de Draco, y no se dio cuenta de que tenía hambre hasta que su estómago emitió un ruido que lo hubiese avergonzado, si pudiese pensar con absoluta claridad. Como era usual, en las últimas semanas, Lía se apareció poco después, para darle algo de comida, que masticó sin estar seguro de qué se trataba.

—Potter —una mano fría le palmeaba las mejillas—, Potter, Potty. Tenemos que movernos.

Harry lloriqueó.

—¿Ahora?

—Es la hora en que todos se van al comedor —Pansy se mostró en su campo de visión cuando abrió los ojos por completo—, y Hellen nos dijo que nos esperaba afuera, ¿recuerdas?

Parpadeó mientras se enderezaba, y se frotó los párpados, en un intento de quitarse los vestigios del sueño.

—Vamos a cambiarnos, no te duermas —Draco le tiró del brazo, hasta que se puso de pie, y con un balbuceo, se despidió de su amiga para dirigirse a los dormitorios, donde aguardaban, dobladas sobre el baúl, las prendas que tendrían que usar para colarse entre los fantasmas.

A Harry le llevó un momento darse cuenta de cómo se colocaba lo que le tocaba. De forma vaga, se preguntó de dónde habría sacado Sirius —que fue a quien se las pidieron vía espejo/comunicador y el que se las mandó por correo— la ropa de estilo victoriano; chaquetas gruesas de colores oscuros, pantalones cortos, tantos adornos que incluso le pesaban sobre los hombros.

Draco lo ayudó a abotonarse la camisa, arreglarla bajo la chaqueta y el chaleco, mientras luchaba por ponerse los zapatos sin que los pies se le deslizaran tanto, por la diferencia de tallas. Emitió un quejido cuando estuvo listo, enseguida sintió las manos del niño sobre su cabello.

—No tienes tiempo para ponerte a eso...

—Alguien te tiene que peinar, Potter —le replicó—, nadie se va a creer que eres un noble sangrepura del siglo XIX si andas así.

—Podría ser un mestizo —bostezó sin cuidado tras decirlo, su amigo lo codeó—, digamos que soy un mestizo, porque lo soy, y ya. Ustedes dos pueden ser los sangrepura.

—En esa época, los mestizos no estudiaban magia, sino con los muggles. Y aunque lo hubiesen hecho algunos, nunca decían que eran mestizos.

—Oh.

Harry cerró los ojos y se dejó hacer, sacudiéndose bajo los tirones cuidadosos, balanceándose en la dirección en el que el cepillo lo hacía al separarle los mechones y desenredarlos. Cuando Draco le dio el visto bueno a su cabello, lo echó hacia atrás y sujetó con un pasador, escondido debajo de una cinta y un lazo, que combinaba con la ropa.

El niño-que-brillaba dio un paso lejos y lo examinó con una mirada.

—Pasable. Yo no te dejaría embrujar mi casa, pero seguro que hay peores.

—Qué amable, te vas a quedar sin cumplidos para Pan...—se echó hacia atrás para recostarse un momento en el colchón. Draco le gritó por el intento de arruinar su trabajo, le dio un manotazo y lo sentó derecho.

Harry hizo un puchero mientras él se cambiaba. Obligado a permanecer quieto donde estaba, se dedicó a aclararse la mente, y observar a su amigo; la facilidad con que ataba cintas y cerraba botones, la rapidez delicada con que podía meterse en el chaleco, ajustarlo para que le luciese como si hubiese sido pensado para él, los movimientos sutiles, medidos, con que se arremangaba la camisa y enganchaba con unos gemelos plateados. Todo se veía más sencillo cuando era Draco el que lo hacía. De forma vaga, se preguntó si era posible que a todos los sangrepura —a excepción de los Weasley, como de costumbre— les diesen lecciones para vestirse elegantes, o si sería una característica particular de los Malfoy.

Cuando completó el atuendo, se calzó y se cepilló el cabello sin problemas, echándolo hacia atrás y ligeramente hacia un lado. Se observó por un momento en uno de los espejos en la contrapuerta de los armarios, emitió un "hm" y se calificó a sí mismo de aceptable.

—Sabes lo que vamos a hacer, ¿cierto? —no se giró para preguntarle, sino que lo miró a través del reflejo. Harry se mordió el labio al intentar recordar y después asintió con ganas—. Si se te hace difícil, quédate cerca de mí, ¿bien?

—No es difícil —le aseguró en voz baja. Él esbozó una media sonrisa al darse la vuelta, alisando una arruga inexistente de su chaqueta.

—Vamos, Potter, cuanto antes lo tengamos, antes sabremos que estamos un paso más cerca de ganarles.

Harry rodó los ojos, pero sonrió. Cuando el niño caminó hacia afuera del cuarto, él lo siguió.

En la Sala Común, ahora vacía casi por completo, los esperaba Pansy, envuelta en un vestido blanco esponjoso y de volantes, con el cabello en un complicado tocado de rizos, zapatos de tacón cuadrado, que no la elevaban más de un par de centímetros.

Draco hizo una pausa cuando llegaron al final del tramo de escalones y sonrió. Era el tipo de sonrisa que hacía a su rostro resplandecer.

Ma belle dame —el pronunciado acento extranjero hizo que Harry lo observase boquiabierto, en el instante en que hizo una ligera reverencia—, ce soir brille comme jamais auparavant.

Pansy se cubrió la boca con el dorso de una mano cuando soltó una risita tonta, las mejillas se le encendieron de un tono de rojizo que rara vez le había visto antes.

Mein guter Herr—ella utilizó un acento diferente al contestarle. Harry ahogó un grito y empezó a alternar la mirada entre los dos—, Sie leuchten immer.

—¿Qué fue eso? —sus amigos lo observaron de reojo cuando habló, luego volvieron a intercambiar miradas.

La risa de Draco fue clara y vibrante, la de Pansy fue débil y dulce.

—Encantadora, Pans, ¿pero me dijiste "señor" o "caballero"?

—Creo que se traduce como cualquiera de los dos, Draco.

—Yo soy un caballero, úsalo para la próxima —se aproximó para tenderle un brazo, del que ella se enganchó de inmediato, y miró hacia Harry por encima del hombro, con una media sonrisa—. Cualquier sangrepura que se aprecie, Potter, tiene que hablar el idioma de origen de su familia, el de su país natal y al menos otros dos más.

Comenzaron a caminar hacia la salida. Harry frunció un poco el ceño.

—Pero Ron no habla otros idiomas.

—¿No dejamos claro ya que los Weasley no cuentan como una familia sangrepura respetable?

—Draco —la reprimenda en su voz le sacó un ligero bufido a su amigo, pero no añadió más acerca de la familia de pelirrojos—. ¿Cuáles son los que hablan entonces?

—Inglés por Inglaterra, claro, francés por los Malfoy y los Black, portugués y español. Estoy aprendiendo italiano, y entiendo un poco de alemán por Pansy y búlgaro por Jacint, pero nunca he practicado mi pronunciación —agregó el niño a último momento, con el entrecejo apenas arrugado.

—Inglés, alemán, francés, italiano, búlgaro y ruso —contestó Pansy, con una sonrisa orgullosa. Giró la cabeza para guiñarle—; me gustan un poco los idiomas.

—Un poco —repitió Harry, seguido de una risa incrédula que contagió a sus amigos.

En el pasillo al que se accedía desde las escaleras de las mazmorras, estaba Hellen, con la espalda pegada a la pared y un vestido, gris y sencillo, que resaltaba contra su piel trigueña. Hablaba con un muchacho que aparentaba tener su edad, pero al notar su presencia, se despidió; su sonrisa cambió a una más suave al acercarse a ellos.

Se agachó un poco, de modo que quedaron más próximos en cuanto a la altura, y los recorrió con la mirada.

—Qué bien se ven, mejor de lo que esperaba. Esas son ropas de magos sangrepura reales.

—De la familia Black —mencionó Draco—, no podrían ser mejores.

Hellen le dio la razón con un asentimiento. Después de un vistazo alrededor para comprobar que no hubiese nadie más por el pasillo, los instó a caminar por delante de ella.

—¿Ya saben cómo los van a encontrar? —se aseguró de hablar en voz baja, de manera que incluso si se topaban con otro estudiante, este no pudiese entender lo que decían.

Draco deslizó sus colgantes fuera de la ropa, uno era la esfera con una begonia roja en pleno momento de máximo esplendor, el otro el Apuntador.

—No es completamente seguro que nos diga por dónde llegar, pero nos va a decir por dónde están al menos —él se dirigió a la Guardiana en busca de una respuesta, y relajó los hombros cuando ella hizo un sonido positivo.

—¿Tienen todo el plan listo? ¿Saben lo que van a hacer?

Tres voces se alzaron en un coro de variadas afirmaciones; Hellen lo aceptó y los siguió en el trayecto por el que el Apuntador les señalaba que fueran.

Avanzaron hasta el quinto piso, en un ala poco usada de aulas vacías y viejas, y tapices recubiertos de polvo, que colgaban junto a cuadros abandonados por sus propios ocupantes. Cuando se detuvieron, Pansy soltó a su amigo y se sacó una cámara del pequeño bolso de mano que llevaba.

—Tengo que mandarle a la tía Narcissa una foto de cómo nos vemos —afirmó. Hellen se rio al indicarles que se pusiesen uno junto al otro para tomarles una. Los dos niños se miraron con aprehensión, pero Pansy los sujetó, los jaló y los hizo reír ante la cámara con los saltos ligeros que daba sobre los zapatos de tacón diminuto.

Una vez guardada la cámara, revisaron el corredor con un encantamiento de rastreo, cortesía de la Guardiana, y sacaron sus propias varitas.

—Según esto, si hay una fiesta de fantasmas por aquí, debería ser ahí dentro —la muchacha apuntó un cuadro alto y estrecho, de un pasillo oscuro que parecía no llevar a ningún lugar. Frunció el ceño—, lo que es muy extraño.

Harry intercambió otra mirada con Draco, que asintió a la pregunta silenciosa que hacía, y se movió hacia el cuadro. No tuvo que hacer más que introducir una mano y percibir el tacto frío de los encantamientos desilusionadores para estar seguro de que se trataba de uno de los pasadizos ocultos; todavía no los memorizaban todos, y no podían sacar el mapa ni el borrador frente a ellas, así que sólo podía contar con el hecho de que ya supiese bien cómo se reconocían.

Observó a su amigo y le devolvió el asentimiento.

—Sí, es ahí. Vamos con los hechizos.

—Los voy a esperar aquí mismo, ¿bien? —Hellen los contempló a los tres, uno a uno, despacio, en busca de asentimientos—. Si algo les llega a pasar, regresen tan rápido como puedan. Si no pueden, lancen encantamientos de rayos veloces, saben hacerlos, ¿cierto? —de nuevo, aguardó unos segundos—. No se hagan los Gryffindor valientes y tengan cuidado.

Hubo unos murmullos vagos en respuesta. Los tres se pusieron en un círculo, se miraron, y se apuntaron a sí mismos con las varitas.

Harry, que sentía los párpados menos pesados que cuando estaba en la Sala Común, luchó por recordar el hechizo que había practicado tanto.

Spectris —se tocó el pecho con la punta de la varita y levantó el brazo, para trazar dos círculos por encima de su cabeza, que lo rodeasen por completo. Casi podía oír la voz del otro niño decirle cómo tenía que doblar la muñeca en un ángulo preciso para que la floritura fuese perfecta.

Apretó los párpados cuando una sensación similar a una ola fría se deslizó por su piel. Respiró profundo, aire helado, lo que era inexplicable dentro del castillo, y cuando abrió los ojos, el mundo era un poco más oscuro en los bordes.

—¿Hola? —su voz fue extraña, salida de algún lugar lejano, con ecos y una profundidad que no le pertenecía; no percibió la vibración en la garganta al hablar. Se llevó una mano al cuello, y tocó sin tocar, lo sintió sin sentirlo, como si estuviese ahí, pero fuese tan fácil atravesarlo que apenas podía darse el lujo de presionarlo.

El aire le faltaba en cada inhalación, aunque el pecho no le ardía por falta de oxígeno, tuvo la impresión de que no existía suelo bajo sus pies cuando se giró. Pansy, reconoció después de unos instantes, era una silueta gris plateada, todavía con vestido y rizos, de un modo que la hacía lucir como si hubiese vivido décadas en el pasado. Draco, que miraba alrededor con una expresión indiferente digna de cualquier Malfoy, era la perfecta imagen del fantasma de un joven noble; pensó que le habría costado reconocerlo si no lo hubiese visto cambiarse antes de ir ahí.

—¿Cómo te sientes? —el tono de su amigo no era muy diferente del suyo, aunque por alguna razón, le resultó más distante. Harry asintió y simuló palparse los costados, pero quizás aplicó demasiada fuerza, porque se atravesó a sí mismo con las manos y sintió un vago cosquilleo.

Cerca de ellos, Hellen los observaba con ambas cejas arqueadas. Soltó un ligero silbido que capturó la atención de los tres.

—Buen truco, ¿están flotando de verdad o es una ilusión?

—Es difícil de explicar y no tenemos mucho tiempo —Pansy le mostró una expresión de disculpa, que ella rechazó con un gesto de su mano, y se dirigió a ellos—. ¿Deberíamos empezar?

De su bolso de mano, sacó un par de guantes, con el mismo aspecto espectral que ella, y se los colocó. Ambos se observaron y asintieron.

—Una última vez, saben lo que vamos a hacer, ¿verdad?

Asintieron a la pregunta de Draco; a pesar de lucir como si quisiera agregar algo más, apretó los labios y no lo hizo. Realizó un gesto para indicar que avanzasen. Pansy tomó una respiración profunda y fue adelante, traspasó el cuadro igual que lo habría hecho un verdadero fantasma, lo que no era una sorpresa si se trataba de una entrada secreta y bien escondida.

Draco le puso un brazo por delante cuando estaba por avanzar. No lo rozó, pero él se detuvo por reflejo y lo observó.

—Quiero que sepas que esta me parece una pésima idea y ya me arrepiento de dejar que Pansy lo haga —aclaró en un susurro contenido—, y si nos metemos en problemas y madre se entera, le diré que fue tu plan.

—La tía Narcissa no se creería que yo pensaría algo tan raro —replicó, apartándose de su extremidad difusa y brillante, porque no sentía deseos de averiguar si podía atravesarla también—. Pudiste haberle dicho a Pansy que no, se pudo quedar afuera.

—¿Crees que ella nos habría dejado hacer esto solos?

Se encogió de hombros.

—Si tú se lo decías, sí.

El bufido de su amigo fue tan claro como lo era en su estado normal. Quiso sonreír al darse cuenta.

—Me tienes demasiada fe, Potter.

Draco se le adelantó, sin dejarle tiempo de pensar en una respuesta. Harry se balanceó en el aire, para acostumbrarse al movimiento de desliz sin la oposición de la materia, y le dirigió una última mirada a Hellen, que alzó un pulgar y le dio una sonrisa motivadora, antes de ir detrás de ellos.

Cruzó la entrada secreta del mismo modo en que lo hizo con muchas más, durante las incursiones nocturnas que le tocaba hacer con Draco, la música tétrica y decadente que lo recibió al otro lado, le causó un estremecimiento. Lo siguiente que percibió fue un olor agrio en el aire, fétido, mejor disimulado que el color verdoso y blanquecino que predominaba en las piezas de comida servidas en banquetes de mesas largas, pegadas a las paredes de una sala amplia y cuadrada.

Los fantasmas eran siluetas grises que oscilaban de un lado a otro, o se agrupaban en conjuntos reducidos, las charlas un murmullo lejano, que no producía ecos igual que las voces individuales lo hacían. Buscó entre ellas a las dos que conocía; Pansy estaba junto al espíritu de una mujer adulta, con el cabello lleno de rizos idénticos a los suyos, Draco conversaba con unos espectros que debían tener, al menos, dos siglos de haber fallecido.

Harry avanzó despacio hacia él. Las instrucciones se repetían dentro de su cabeza.

Jacint dice que el hechizo nos hará ver como fantasmas, pero no podemos usar magia mientras lo tengamos encima, le había explicado Pansy cuando hablaron del engaño, lo probó en Durmstrang una vez y advirtió que podríamos quedar inconscientes por agotamiento si lo combinamos con otro hechizo.

Es posible que no dure mucho, porque no estamos acostumbrados a usarlo y nos cansáremos rápido.

Para empezar, había agregado Draco, tendremos que acercarnos a los fantasmas y mezclarnos con ellos, darles una historia, hacerles creer que estamos ahí por lo mismo que todos, que sabemos por qué lo están en primer lugar, y que somos iguales que ellos. Cuando nos tengan confianza, podemos tomarlo e irnos.

Casi parecía fácil cuando eran ellos quienes lo decían.

—...oui, oui, en casag de mi familiag, en Fragncia. Le dije a madge que quegría quedarme allí, pero padge ignsistió y...—Draco tenía a los fantasmas que lo rodeaban abstraídos en una anécdota falsa de su supuesta niñez, y la razón de que un espíritu joven anduviese por un castillo en el que no lo conocían. La pronunciación de sus palabras era dificultosa, los acentos entremezclados, el tono difería de su calmada voz usual, transformándolo en un chiquillo entusiasta que quería platicar con todos los que tenía cerca.

De alguna manera, se le veía tan natural como cuando estaba contando una historia; Harry pensó, no por primera vez, que las mentiras no debían ser tan diferentes de los cuentos que se inventaba. Esperó su asentimiento apenas perceptible, en medio de la narración, para bordear una de las mesas y dirigirse, de la forma más disimulada que podía, hacia donde estaba Pansy.

Tu tarea es la más sencilla, Potter, le explicó una y otra vez, asegúrate de que nada le pase a Pansy, vigila que no entre ninguno de los de otro equipo ni nos encuentren, y prepárate para correr a buscar a uno de los dos si somos descubiertos. Tú nos cuidas ahora, no sólo a mí.

Y ahí estaba. Se detuvo a unos pasos de su amiga y la mujer fantasma con que conversaba, dándoles la espalda, pero dedicándoles vistazos por encima del hombro cuando tenía la oportunidad.

La niña estaba erguida, con las manos unidas por delante y el bolso colgándole de una de las muñecas. Tenía una expresión de aburrida tranquilidad, desviaba la mirada con aparente desinterés cada poco tiempo, aunque no por ello, dejaba a la fantasma sin una contestación pausada y suave. Parecía que no le importaba estar ahí, y al mismo tiempo, que era el lugar al que pertenecía; tenía la impresión de que nunca la había visto actuar más como una bruja sangrepura que en esa ocasión.

Pansy también asintió cuando el espectro que la acompañaba tuvo un segundo de despiste para ir a buscar comida podrida que ofrecerle. Harry devolvió el gesto, tan sutil como sabía hacerlo, y echó a andar de nuevo, en un círculo irregular en torno al salón.

Mientras tú vigilas que todo marche bien, Draco había sido claro al respecto, Pansy y yo vamos a colarnos entre ellos, y buscaremos un fantasma que sea distraído y al que le inspiremos confianza, para usar los regalos de los centauros y tomar la muestra. Pendiente de nuestras señales; te avisaremos si algo anda mal o necesitamos que te acerques más.

Sin embargo, no podía sentirse más innecesario que en ese momento. Pansy mantenía la compostura mejor de lo que se había esperado, Draco lucía tan animado que sólo podía determinar que era fingido por los años que tenía de conocerlo. Él no paraba de preguntarse si codearse en celebraciones extrañas estaría implícito en la educación de los magos sangrepura, dada la facilidad con que lo hacían.

Estaba a punto de dar otra vuelta a la sala cuando un segmento de la pared más alejada se separó y cayó, sin emitir ningún sonido, dejando una rampa en su lugar, por la que entró un grupo de estudiantes de corbatas rojas, que saludaban a los fantasmas. Sir Nicolás, el espectro que representaba la Casa de Gryffindor, daba inicio a un discurso acerca de su aniversario número quinientos de muerte, y tenía sentido que fuesen los vivos que lo conocían, quienes presenciarán tal acto.

Harry se giró, dispuesto a ir a buscar a sus amigos y preguntarles qué harían con el repentino número de vivos que estaba en la sala. Pero antes de que hubiese dado más de un par de pasos en dirección a Draco, una silueta más conocida de lo que le habría gustado se apareció por una esquina de su campo de visión, lloriqueando acerca de la comida en mal estado y apartándose de los demás, para mantenerse fuera del alcance de las bromas de sus hermanos mayores.

Contuvo el aliento, a pesar de lo ridículo que podía ser en el estado fantasmagórico en que se encontraba. Ron dio un vistazo alrededor, sus ojos no se detuvieron en él de inmediato, pero al segundo recorrido, sí pareció reparar en su presencia. Frunció el ceño y entrecerró los ojos.

—¿Harry?

Bueno, eso probablemente pudo haber salido mejor.

Notas finales:

Ma belle dame, ce soir brille comme jamais auparavant: "Mi bella dama, esta noche brilla como nunca antes".

Mein guter Herr, Sie leuchten immer: "Mi buen señor, siempre brillas", no es muy literal y se puede tomar como "deslumbras", según me parece; es un cumplido, básicamente. Sufrimos de inconvenientes técnicos aquí, ella me rogaba que utilizase otro idioma, y yo le decía "NO ME DA LA GANA, YO QUIERO ALEMÁN", y bueno, eso. Si un alemán lee esto, lo siento mucho por ti, pero no he reunido suficiente para mis cursos de idiomas, descargaré Duolingo cuando mi teléfono tenga espacio, ahq. Me dijeron que la primera parte puede traducirse como "caballero" y yo me fío, porque sé más de japonés que de alemán xdxd


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).