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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo cincuenta y dos: De cuando hay magia y problemas (y unos bonitos ojos grises…)

—…todavía no puedo creer que se me ha ocurrido dejarte ser Prefecto, a ti, de entre todos mis Sly, y que además, Albus me lo haya permitido cuando te propuse. Hazlo de nuevo —el hombre se interrumpía para dar la orden, después continuaba con su diatriba incesante—. Eres un insolente, mocoso estúpido, necio, egoísta. Idéntico a tu padre en todo lo malo. Si al menos hubieses sacado la facilidad de Narcissa para salir de los problemas…

Draco abrió y cerró los dedos de una mano, con los ojos puestos en la figura de madera al fondo del aula, y al no ver reacción alguna, dejó caer la cabeza contra el lado limpio de la mesa de trabajo de su padrino, que estaba ocupado en revolver la mezcla densa y de un gris perlado de un caldero de latón. Llevaba toda la mañana repitiendo esa secuencia y escuchando el parloteo siseante y amenazador del profesor.

—Otra vez —exigió, atinándole un golpe sin fuerza con una de las varillas de mezclar. Quiso creer que sólo luego de haberla limpiado; de otro modo, nadie le aseguraba que la poción experimental no le quemaría la ropa, o la piel debajo—. Concéntrate, aclara tu mente.

—No podría tener mi mente más vacía que ahora, Sev…

—No necesito que la vacíes, ya la tienes llena de aire todo el tiempo, si hemos llegado al punto de requerir estas lecciones de control —espetó, porque claro que no perdería ninguna oportunidad que se le presentase para recordarle, con especificaciones incluidas, por qué era un adolescente idiota—. Disciplina tu mente. Exígete. Cúmplelo. De nuevo.

Con una exhalación resignada, se enderezó y volvió a extender el brazo frente a él. Hizo girar la muñeca, cerró los dedos despacio. Esperó.

Nada.

Estúpido muñeco de madera, casi se reía de él desde que Snape lo conjuró en el extremo opuesto del aula.

Dejó caer la cabeza sobre la mesa, otra vez. La sentía fría y reconfortante al presionar la mejilla, y por un instante, el mundo era agradable. Después su padrino volvía a golpearle la espalda con la varilla y él se quejaba por lo bajo.

—Tienes más control que esto. De nuevo.

—No me sale —soltó, irguiéndose, aunque no hizo otro intento fallido. Apoyó las manos en el borde de la mesa de trabajo, para percibir un soporte, y le frunció el ceño a su profesor. Si este lo encontró desafiante cuando menos, no dio muestras de ello.

—No lo estás intentando.

—Llevo cuatro malditas semanas aquí metido cuando los demás están en Hogsmeade o…

Un nuevo golpe lo detenía, en la frente en esa ocasión. Protestó y se llevó una mano a la cabeza, para palpar la zona recién lastimada. Esperaba que no le dejase marca.

—No soy tu madre, para soportarte cuando estás de este humor, Draconis. Hazlo de nuevo.

—Sev…

—De nuevo —masculló, entre dientes—. Deja de ser un idiota lamentándote por tu cosa con el chico Potter y concéntrate.

Él apretó los labios un momento, en una negativa silenciosa. Profesor y estudiante, padrino y ahijado, se observaron por un rato que podría haberse convertido en eterno, si Snape no hubiese utilizado un hechizo de congelamiento en el proceso de la preparación y se hubiese apretado el puente de la nariz.

—Hasta aquí llegamos por hoy. No estás consiguiendo nada.

—No me sale —repitió, hastiado. Quería irse a la cama, pero Harry estaba en el cuarto. Quería ir a comer, pero Harry iría al gran comedor. Quería ir a la biblioteca, pero Harry estaría acompañando a Pansy.

No había un jodido lugar en el castillo donde supiese que no iba a encontrárselo, y mirar las dos huellas y la viñeta en el mapa, lo hacían sentir como un acosador.

—Y no te va a salir mientras tengas la mente tan desordenada.

También tenía un creciente deseo de maldecir a Snape, aunque podía decir que aquello no era tan nuevo.

Bufó y recargó el rostro entre las manos, los codos apoyados en la mesa.

No podía dejar de pensar en él.

—Ya puedes irte —aclaró el mago, al notar que no hacía ademán de moverse ni un centímetro. Estrechó los ojos en su dirección—. No, no vayas a empezar-

—Padrino —llamó con suavidad, ganándose la mirada desagradable de quien conoce lo bastante bien sus intenciones como para no dejarse engañar—, si yo, digamos, he cometido una imprudencia…

—¿Además de casi matar de un susto a un grupo de idiotas por unos rumores? —era una suerte que el hombre había aceptado la explicación acerca de los rumores con facilidad, a pesar de que, entre ambos, tenían en claro que no lo habría hecho por algo tan simple. O hubiese comenzado a asustar estudiantes desde primero—. Sí, eso fue bastante imprudente. Si tu madre y Lily no fuesen parte de la Asociación de Padres, podrían hacer llegar la carta en que piden que se te restrinja más que sólo las visitas al pueblo, Draco.

Se abstuvo de rodar los ojos por mera educación. Sabía que los Ravenclaw que estuvieron involucrados decidieron advertir a la Asociación sobre su 'comportamiento peligroso para la integridad del resto de los estudiantes' y sí, tal vez lo habrían metido en un problema mayor, si alguien les hubiese creído. Pero cada uno de los miembros de la Asociación lo conocía, y al menos la mitad, tenía a sus hijos en Slytherin y eran conscientes de su estatus de Prefecto.

No se le da una responsabilidad así a cualquiera en la Casa de Salazar. Si él se aprovechó o no de la cubierta, bueno, era otro tema.

—Fue una estupidez lo que intentaron.

—Una estupidez que podría haber quedado en tu expediente escolar —le recordó, y ahora sí que no pudo evitar rodar los ojos—, y que demostró, claramente, que no estás listo para las responsabilidades que tu madre quería darte este año. Narcissa no es tonta, sabe que puede haber alteraciones en su versión, pero no se han inventado una historia así de la nada. Y tú, por el contrario…

Dejó las palabras en el aire, a propósito. Casi podía oír el resto, flotando entre ellos.

tienes mucha imaginación, Snape solía decírselo cuando era un niño y le contaba otra historia. Lucius también se lo decía.

Respiró profundo para que el leve pinchazo en el pecho se calmase.

—De todas formas —siguió, porque no conseguiría nada insistiendo con el mismo asunto, además de reprimenda tras reprimenda y amargura—, no era a esa imprudencia a la que me refería.

—No empieces —volvió a advertirle, tomando asiento en el lado contrario de la mesa. Extrajo el libro del Príncipe Mestizo de su túnica y comenzó a hacer algunas anotaciones en los costados, como de costumbre, con esa letra pequeña que tenía y la veloz caligrafía.

—Si yo hubiese, por ejemplo…

—Draco.

—…intentado algo como…

Draconis —siseó, al levantar la mirada desde el viejo libro hacia él—, no tengo por qué tolerar esto. Vete.

—Pero yo sólo digo-

—No juegues con mi paciencia.

—¿Tienes paciencia?

Si el Avada pudiese ser lanzado no verbalmente, era probable que lo hubiese recibido por la mirada contaminada de cólera que le dirigió. Sabía que se acercaba demasiado al fuego, pero las últimas semanas no había tenido consecuencias, ¿por qué iba a empezar ahora?

—Sal de mi aula —murmuró, inclinándose por encima de la mesa. Draco sonrió con aire de aparente inocencia. Oh, Snape quería asesinarlo, sólo tenía que observar cómo tensaba la mandíbula.

Era divertido que la idea de enfrentarse a su madre, si lo tocaba, era lo que lo detenía de al menos un leve castigo. Ambos podían encogerse frente a Narcissa con la misma facilidad, desde que tenía memoria.

—Sólo quiero hablarlo contigo porque alguien debe decirle a madre por qué me volví loco cuando me internen en el área de enfermedades mentales de San Mungo.

Cuando el profesor rodó los ojos y se enderezó, supo que acababa de ganar un punto. El dramatismo siempre era útil.

—Dedícate al teatro mágico, Draconis.

—Lo he pensado —se reacomodó y lo vio escribir algunas anotaciones extra en el borde de la página, hasta que se animó a proseguir—. Bien, así que, resulta que he hecho esta imprudencia-

Snape alzó la mano y se palmeó la frente.

—No me pagan para esto.

—Pero eres mi padrino, y como mi padrino, debes…

—Como padrino, debo velar por tu bienestar cuando tus padres no puedan hacerlo —corrigió, adelantándose a sus palabras sobre orientarlo y ayudarlo—. Cuando Lucius me dijo que sería el padrino de su heredero, en ningún momento, acepté que lo aguantaría hablando de su encaprichamiento con el hijo de James Potter, nada más y nada menos.

Ya que el adolescente se pasó un momento con el entrecejo arrugado, el hombre alzó un poco las cejas, en una cuestión silenciosa. Draco bajó los brazos, los dejó apoyados en la mesa, y apretó las manos en puños.

—No es un encaprichamiento, Severus.

El profesor resopló. El pecho se le comprimió, quería gritar; se contuvo. Odiaba los gritos, odiaba gritar cuando se salía de control. Tal vez siempre lo haría.

—No lo es —afirmó, en el tono bajo y siseante que el mago utilizaba con él cuando quería hacerle ver aquello que ignoraba—, Harry no podría ser un encaprichamiento. Lo he pensado mucho y-

—A tu edad, las cosas parecen de vida o muerte y de duración eterna —lo cortó de inmediato—, pero lo que tienes- esta cosa, no te va a durar toda la vida.

—¿Cómo lo sabes?

—Porque nada dura para siempre, Draco.

—¿Por eso no te casaste? ¿Porque pensaste que no iba a durar y…?

El mago se movió tan rápido que bien podría haber pensado que en verdad lo hechizaría esa vez. En un parpadeo, estaba a centímetros de su cara, la expresión pálida y amargada, en general, contraída con una emoción indescifrable.

—Largo.

Draco luchó por sostenerle la mirada. No pudo. Terminó por desviar los ojos hacia la mesa que ya no los separaba lo suficiente.

—Yo sé que no es asunto mío —mencionó, en un intento de reconciliación—, nunca me lo has contado. Y no pido que lo hagas. Pero yo sé que esto no se va a ir, porque ya esperé y no se fue, y creo que-

—Crees que lo necesitas, crees que es importante, crees que podrías hacer lo que fuese por él. Y así han sido todos y cada uno de tus encaprichamientos —puntualizó, en tono contenido. No iba a olvidar tan rápido lo que le preguntó, estaba claro—. Quisiste un pavo con melanismo e hiciste que tu padre moviera cielo y tierra por uno, pero apenas lo tuviste en el patio, lo ignoraste y decidiste que, al final, te gustaban más los albinos de Lucius que ese, que no combinaba con la casa.

—Tenía como cuatro años —se excusó, incrédulo, ¡no era posible que estuviese sacando ese tema!

—Quisiste un tutor privado para montar en escoba, y Narcissa te consiguió al mejor y más costoso de Francia, lo trajo, le dio habitación en la Mansión, y tú ni siquiera te molestaste en terminar la primera clase porque pensabas que era demasiado aburrido escucharlo hablar.

—Eso fue hace mucho tiempo también…

—Has pedido crups y kneazles que Lía termina cuidando cada vez. Hiciste que Jacint faltase un año completo a Durmstrang y se retrasase con respecto a sus compañeros porque no querías hablar con nadie más después de lo de tu padre, y no lo soltaste cuando tenía que irse. Después fuiste insoportable con la primera, y única, novia que llevó a la casa, exigiéndole atención una y otra vez, hasta que hartaste a los dos, y luego hiciste como si nada.

—Era- eso, era-

—Tienes colecciones de escobas y snitches que ya no miras, un cuarto que se transforma en lo que sea que tú pienses al que no entras cuando estás en la Mansión. Todos los libros que has pedido, se te han dado, y nunca los abres más de una vez.

—¡Pero…!

—Cada cosa que crees querer en verdad, sólo dura hasta que lo tienes, Draco —aclaró, en voz más baja, pero no más amigable por ello—. No importa si es atención, o una persona cerca, ropa, los juguetes que has tenido, animales, lo que sea. Tu interés no va más allá de la exigencia, del desearlo para botarlo después, porque se te ha dado todo lo que has querido, y lo sabes.

Él boqueó, de una manera muy poco digna para un Malfoy.

—Era un niño —musitó con un hilo de voz, tras un momento. Snape sacudió la cabeza.

—Los niños no hacen esas cosas,  las haces. Eres egoísta, indeciso, y eso probablemente sea culpa de tu madre y mía, porque te lo hemos permitido durante años bajo la idea de Narcissa de que no necesitabas volver a pasar por un solo segundo desagradable en tu vida. Pero ya debes madurar un poco.

Draco estaba rígido en el asiento, los brazos caídos a los costados, los labios entreabiertos.

Harry también había dicho que era un capricho.

El nudo que le cerró la garganta fue doloroso, las agujas ardientes estaban de vuelta. Punzaban, punzaban, punzaban. No quería que siguiesen haciéndolo.

Despacio, quizás más de lo debido, se bajó del taburete. Podía sentir la mirada de su padrino, mientras recogía su maletín y se lo colgaba, tomaba la capa con amuletos de calor de la mesa contigua en que la arrojó cuando entró, y su varita, confiscada y apartada de él hasta entonces para las estúpidas prácticas que tampoco resultaban en nada útil.

Salió del salón y cerró detrás de sí. No hubo portazo. Ni siquiera para el gesto le quedaron ganas.

Cruzaba las mazmorras para ir hacia la Sala Común, y le importaba una mierda si se encontraba de frente con Potter o no lo hacía, cuando la entrada se abrió y otra figura conocida fue la que emergió del interior. Pansy se detuvo, parpadeó hacia él, luego frunció el ceño, y se cruzó de brazos. Draco quería decirle que no comenzase, que no estaba de humor, que no aguantaba y quería un sitio aislado para recuperar la calma, pero, como de costumbre, las palabras se le atascaban; expresarse era difícil, sino se trataba de un cuento.

—¿Qué le hiciste a Harry?

Se hubiese reído, de considerarse capaz de hacerlo. ¿Qué le hizo él?

¿Él?

Qué le hizo Potter a él, debería ser.

(No, sabía que no. En el fondo)

—No he-

—No quiere salir del cuarto —siguió, su rostro se contraía. No estaba molesta. Estaba preocupada, y él no podía culparla, ¿qué cara tenía Harry cuando se vieron en el dormitorio esa misma mañana?—, dice que no quiere que pase y sabes que no me gusta entrar sin permiso, y Nott dice que está metido en el dosel y con las cobijas hasta el cuello, y lo único que ha hecho es abrazar a Lep, porque la comida que le ordené a los elfos que le llevasen ha regresado intacta y-

—¡Draco! —ambos saltaron cuando una segunda voz lo llamó. Pasos apresurados bajaban por las escaleras— ¡Draco, Draco, Draco!

Su mejor amiga y él tenían expresiones de idéntica estupefacción cuando Luna frenó cerca de ambos. Jadeaba y tenía el cabello revuelto, el rostro ruborizado por el esfuerzo.

—¿Qué? —soltó, aturdido. Así de rápido se arruinó su plan de meterse al dormitorio y relajarse; no podía entrar mientras una Ravenclaw estuviese ahí.

—Se están moviendo, las estrellas- cambian de alineación- es hora- ¿no has sentido…?

Por Merlín, no. Iba a lanzar una maldición a alguien si empezaban a hablarle de los malditos centauros y sus predicciones aún más jodidas. ¿Por qué ninguno podía haberle dicho que iba a pasar esto? ¿Por qué no hablaban directamente?

Le dolía la cabeza.

—Estoy ocupado ahora —gruñó, echándose la capa sobre los hombros para pasar por el medio de las dos chicas y caminar hacia las escaleras. Bien. No podía ir al dormitorio, pero todavía conocía cada pasaje del castillo, y en alguna parte podría estar solo, ¿no?

Si no hubiesen sonado más pasos detrás de él…

—Draco, espera-

—Draco-

El dolor aumentaba, era una flecha que le atravesaba el cráneo. Intentó masajearse la sien, en vano.

Al llegar al piso superior, caminó junto a una armadura. Dárdano, que estaba posado en el casco, agitó las alas y sobrevoló por encima de él.

Bendito Merlín. No.

—Señor Malfoy, si pudiese-

—Draco-

—¡Draco!

—¡Dije que estoy ocupado! —estalló, dándose la vuelta para encarar a las dos chicas. El pájaro graznó y se paró en el borde de una de las ventanas, meneando la cabeza. No podría haberle importado menos.

—¿Qué te pasa? —Pansy suavizó su voz e hizo ademán de extender las manos para sujetarle la cara, pero él se apartó— ¿Draco? ¿Qué tienes?

La sangre le bullía en las venas, quemaba cada extremidad y se reunía en el centro de su pecho. La emoción que ardía allí fue la que expulsó las siguientes palabras.

—¿Qué me pasa? ¿Que qué me pasa? ¡Que soy un idiota y cretino, eso es lo que me pasa, Pansy! ¡Soy un egoísta al que no le interesa para nada lo que cualquiera de ustedes le diga y que sólo quiere que lo dejen en paz, porque está harto! ¡Eso es lo que pasa! Pero no es nada nuevo, ¿verdad?

Pansy parpadeaba, aturdida. Luna, en cambio, lo observaba con ojos enormes.

—Draco, creo que yo sé lo que te-

—¡No sabes nada, nunca sabes nada, porque te la pasas en las nubes! —acababa de alzar la voz. Una parte de sí, no podía creerlo. La otra, la que estaba nublada, la que ignoraba su juicio, insistió:— ¡sólo déjenme en paz, ya!

Una de las armaduras se estrelló contra la pared contraria. Las piezas se dispersaron.

Él se sujetó la cabeza por los lados. Cuando tuvo que ahogar un quejido, decidió que era suficiente, y avanzó con largas zancadas para cruzar el maldito corredor cuanto antes.

Nadie lo siguió después de eso.

0—

Harry era despertado por una lamida áspera y el roce de pelaje grueso contra la nariz. Protestaba, se retorcía por debajo del cálido refugio que eran sus mantas, y giraba el rostro, en vano. Lep estaba sobre él y se negaba a dejarlo hasta que hubiese abierto los ojos.

Pero cuando los abría, volvía a lidiar con la sucesión de pensamientos y recuerdos que no lo dejaban en paz desde ese momento.

—¿Qué pasa, Lep? ¿Qué pasa? —preguntaba en tono dulce, sujetándolo por los costados para alzarlo y que quedase dentro de su borroso campo de visión; al fin y al cabo, el animalito no era el responsable de sus males.

El conejo se estiró para lamerle la punta de la nariz, causando que la arrugase y soltase una temblorosa risita. Ojalá esa bola de pelo fuese su mascota, el idiota no se la merecía. ¿Y si se le arrebataba? Dormía en su cama, también le daba comida y lo mimaba. Prácticamente era tan suyo como de él.

Mientras hacía planes sobre secuestrar al conejo mágico, en un absurdo intento de distraerse de los innegables hechos, se sentó y empujó las cobijas lejos, a pesar de que no quería perder la seguridad que le hacían sentir. Con cuidado, lento, se asomó por una orilla del dosel.

El dormitorio estaba vacío. Nott estaría en la biblioteca; si no lo veía por largos períodos de tiempo, aquel era el lugar donde podía encontrarse. Nada le interesaba más.

Él tampoco estaba. Bien. Recordaba haberse dormido la noche anterior, dándole algunos vistazos al mapa bajo la luz del lumos, y estaba seguro de que Draco ni siquiera durmió en su cuarto.

Se obligó a respirar profundo, al dejar a Lep en el suelo, y se sobresaltó, como si fuese un descubrimiento reciente y no de hace cinco años, al pisar el frío suelo descalzo. Odiaba que todavía olvidase ese detalle.

—¿Sabes a dónde puse los lentes anoche? —se agachó para preguntarle. Podría jurar que el conejo ladeaba la cabeza, antes de echar a correr en alguna dirección imposible de identificar. Harry bostezó y se talló los ojos; cuando estaba por estirarse, sintió el toque de una nariz en el pie, y a Lep, ofreciéndole los lentes, que sujetaba por un costado con la boca—. Gracias, eres un chico bueno.

Le acarició la cabeza y decidió que , se iba a robar al conejo. Él lo trataba mejor que su dueño, además, y Lep ya lo quería.

Se colocó los lentes, se desesperezó y se dijo que tendría que dejar de divagar en tonterías. La comida de esa mañana, a medias y fría, reposaba en la bandeja que un elfo le dejó sobre la tapa del baúl. No quería probar bocado, aunque estaba seguro de que hace horas que dio el último, así que volvió a alzar a Lep y se la ofreció. El conejo no dudó en devorarla. Incluso le dejó comer salchichas; sin duda, Lep lo querría más a él como dueño.

Se calzó y arrastró los pies hacia el baño, aprovechando la soledad. Cinco minutos más tarde, regresaba a un lado de la cama, corría el dosel, y se reprendía a sí mismo por lo idiota que era. Por lo preocupado que estaba. Por todavía cuidarlo.

La cama, desordenada y aún con el hundimiento en donde se pasó las últimas horas acostado, tenía el mapa abierto, allí donde estuvo siguiéndole la pista a Draco para comprobar que no se fuese a meter en problemas en medio de la noche o estuviese afuera, solo, la carta de Sirius que era motivo de su mal humor, y el pergamino sin terminar con que planeaba contestarle y que escribía desde hace semanas, sin éxito.

Podía recitarla de memoria. Llegó a mediados de enero y era la más reciente en relación a la discusión que mantenían acerca de ese tema. Tres párrafos, una página arrancada de un cuaderno muggle a simple vista (no sabía de dónde lo habría sacado su padrino, pero apostaba a que era de Lily), y dos líneas que se repetían en su cabeza igual que un mantra, lo más relevante en la carta, para él.

"¿Has considerado que lo que sientes por el cachorro Malfoy sea algo más que una simple amistad?"

Harry se dijo que no. Imposible. Absurdo. Una simple fase.

Pero luego experimentaba aquel cosquilleo súbito en el estómago, y estaba inquieto, no sabía qué hacer con sus manos, le ardía el rostro, quería verlo, y no entendía por qué no podía sólo besarlo otra vez, aunque la primera hubiese salido así por su culpa.

Cuando creía tener una respuesta diferente, recordaba al Gryffindor en el pasillo, a Draco besándolo, y sabía que era tonto, porque tenía un motivo especifico, él ni siquiera interactuaba con leones en general, pero lo pensaba, pensaba, pensaba, le daba más vueltas, y descubría que la única contestación posible era la misma.

No.

No, por su bien. No, porque no sabría qué hacer si era un "sí".

No, porque no quería que fuese un "sí", mejor dicho.

No, porque si no estaba seguro, probablemente fuese esa, ¿cierto?

¿Cierto?

Si se suponía que tendría que actuar feliz y radiante como Pansy el año anterior, o mirarlo como solía hacer Blaise con ella en el baile de Yule, entonces seguía siendo un no. No, porque no estaba feliz ni sentía nada más especial que el estar hundiéndose en una fosa oscura y fría.

No quería dormir, tampoco levantarse. Ni hablar de asistir a clases el día siguiente.

Todo era una mierda. Y en medio de aquel caos que tenía en su cabeza, deseaba que Draco entrase al dormitorio y le hablase como si nada hubiese pasado, se subiese a su cama para contarle lo que acababa de hacer, y-

No.

(Un no que era un , porque cuando se tocaba los labios con los dedos, algo hacía clic, aunque pretendiese ignorarlo)

El amor es la luz de luna, Harry. La noche anterior, lamentándose de no haber quedado en Gryffindor o Ravenclaw para estar en una de las torres y ver el cielo a través de la ventana, había recordado que era de su madre de quien escuchó aquellas palabras. El amor es como la luz de luna.

¿Qué era lo que significaban, en realidad?

Con un suspiro, hizo ademán de recoger a Lep, pero escuchó la puerta abrirse, y de un salto, volvió a la cama. Cerró el dosel con prisa y se metió bajo las cobijas. Se sentía tan, tan tonto, tan cobarde, que incluso contuvo la respiración.

Pasos. Un baúl que se abría. Una cortina que era corrida.

La puerta del baño, luego otra vez pasos.

—Potter.

Soltó el aliento en una pesada exhalación. El alivio era mínimo y perdía importancia bajo la decepción que le pesaba en el pecho.

—Potter,  que estás ahí. No soy tonto, y no soy Parkinson. Yo no pido permiso —Nott le hablaba en tono suave. No que alguna vez hubiese sido desagradable con alguno de ellos, pero tenía la impresión de que se volvió más cuidadoso las últimas semanas, en aquel ambiente tenso que dejaban las mañanas, en que Draco se levantaba lo bastante temprano para no verlo y él lo suficientemente tarde para que se hubiese ido.

Pensó que, si se quedaba muy quieto y callado, se iría. Se equivocó.

Nott abrió el dosel de un tirón y jaló las cobijas; a pesar de que Harry se retorció, atrapó la tela y tiró también, quedó expuesto en cuestión de segundos, en el borde de la cama y a punto de caerse. Levantó la mirada. Su compañero arqueó una ceja.

Bien. Aquello era vergonzoso. Se le había subido la parte de arriba del pijama y lo acomodó bajo la mirada divertida del otro chico, que enrollaba la manta gruesa en torno a su brazo, para que no se la fuese a arrebatar.

—¿Estás enfermo, Potter, o por qué te pasas el día en cama? —él boqueó. El muchacho aprovechó para continuar—. Si no tienes nada mejor que hacer, quiero hablar contigo un minuto. Y es obvio que no tienes nada mejor que hacer.

Harry sólo atinó a balbucear. Él se lo tomó como si fuese un acuerdo.

—No necesito que me digas lo que pasa entre Malfoy y tú —elevó la otra mano, para callar sus réplicas antes de que tuviesen lugar, y torció la boca un poco—, en serio, compartimos cuarto, los he visto cambiarse, y a veces, salir de la ducha, y eso es lo más lejos e íntimo que espero llegar a conocer a cualquiera de los dos en mi vida. ¿Me entiendes?

Meneó la cabeza, en una especie de "más o menos". No veía el punto al que quería llegar y su compañero debió adivinarlo, porque rodó los ojos.

—Lo que intento decir es que Malfoy y tú tienen que arreglar sus diferencias pronto —lo señaló con un dedo acusador, para después abarcar el cuarto con un gesto—; somos tres personas aquí, y no puedo leer en un ambiente tan tenso, pensando que si me doy la vuelta, van a empezar a pelearse. No de verdad. No me importa si se ponen a pelear como niños, como vienen haciendo desde hace años, o se coquetean de forma infantil y no se dan cuenta, lo que sea, pero verlos así es estresante. Y no sólo para mí, sino también para Parkinson, que no deja de dar vueltas en la Sala Común, por si alguno de los dos se digna a hacer acto de presencia.

Harry volvía a boquear cuando lo apuntó, de nuevo.

—Y tú, por Merlín bendito, no seas idiota. Sé que son lentos, pero esta vez se están superando, y me dan ganas de gritarles las verdades en la cara a cada uno, a ver si consigo que reaccionen.

Con un alarde de dignidad de la que él carecía en ese momento, debido a que tenía una pierna fuera de la cama y los brazos extendidos, de cuando intentó sostenerse del colchón para no caerse, Nott dejó la manta, ya doblada, en la orilla de la cama y se dio la vuelta para ir a cerrar su baúl.

—Por cierto —agregó, cuando pareció que estaba por salir. No se giró para verlo, bajo el umbral de la puerta—, tienen hasta la otra semana. Estoy por llegar al límite de mi paciencia y ninguno me quiere ver molesto.

Theo cerró la puerta detrás de él, sin hacer el más mínimo ruido. Harry parpadeaba en la dirección en que su compañero se retiró.

Estaba seguro de que era la primera vez que lo escuchaba decir tantas palabras seguidas, en cinco años.

Cuando Lep se subió por su pierna, de vuelta a la cama, le acarició la cabeza de forma distraía, sopesando lo que acababa de oír. Le llevó diez minutos más cambiarse, lavarse la cara para no lucir como un inferi, y tomar la decisión de ir a la Sala Común.

Nada más poner un pie en la sala, Pansy se abalanzó sobre él y lo envolvió en un abrazo tan fuerte, dando inicio a su secuencia de preguntas sobre cómo estaba, cómo se sentía y en qué podía ayudarlo, que la sensación de culpabilidad lo llenó por dentro. Ella tampoco tenía la culpa de nada. Le devolvió el abrazo, tal vez con más ahínco del que esperaba, porque la escuchó ahogar un grito y después reír por lo bajo.

Harry, ocupado en jurarle que estaba bien, aunque no tuviese la mejor cara en ese momento, no se preguntó por qué las mazmorras tenían un olor tan extraño.

0—

Los cambios empezaron el lunes en la mañana. Harry recordaba haberse topado con Draco por error, en medio del cuarto, y a Nott mirándolos desde el baño abierto, peinándose frente al espejo. Ninguno dijo nada ni volvieron a verse. Le ardía el rostro.

El primer comportamiento extraño que notó fue la pequeña Greengrass, que estaba sentada junto a la chimenea, tan temprano en la mañana, con ojos vacíos y envuelta en una manta, y a Daphne, desconcertada, intentando que se levantase, en vano. Su hermana menor no le prestaba atención.

—¿Daphne? —su compañera lo observó cuando se acercó, sin la sonrisa con que solía recibirlo— ¿qué le pasa?

—No tengo idea —murmuró ella, dando vistazos alrededor, a los Slytherin que se iban a desayunar—, la encontré aquí. Creo que no fue a dormir anoche en el cuarto.

Entre los dos, consiguieron alzarla y arrastrarla hacia el dormitorio de las chicas, donde Millicent y Tracey ayudaron a la mayor de las Greengrass a meterla. Harry no se dio cuenta de que atravesó el pasillo con protecciones especiales. Astoria tuvo un permiso por enfermedad ese día.

Pero no se detuvo ahí.

Crabbe y Goyle, que de por sí eran bastante idiotas y se trataba de un conocimiento general entre los Sly, se agarraron a golpes en uno de los pasillos de las mazmorras, cerca del laboratorio de Snape, por un simple pastelillo. Ambos terminaron en la enfermería.

—Yo no sé qué les picó —espetó Zabini, cuando los otros de quinto le preguntaron—; un momento discutían, siempre discuten, y yo iba un paso por delante, y cuando les iba a decir que se callasen porque ahí venía Snape, se han empezado a pelear. Pelear de verdad. Nunca los había visto pegarse así.

Un Hufflepuff sorprendió a más de uno derribando a su compañero del equipo de Quidditch de la escoba, durante una práctica, y se habrían comenzado a golpear con el palo de la misma, si Hootch no hubiese estado cerca para intervenir. Entre los Gryffindor, hicieron llorar a Neville Longbottom de una manera tan descontrolada, que tuvieron que darle un calmante de Pomfrey, porque tenía a medio colegio aturdido por sus sollozos asustadizos.

Ron le gritó a Hermione en un pasillo, por algún reclamo absurdo, y ella lo hechizó. También fue enviado a la enfermería. Su novia, o quien creían que lo era, al menos, lo siguió poco después.

Luna chocaba con las paredes y balbuceaba, y de pronto, parecía que daba un brinco y empalidecía; nadie sabía explicarse por qué. Pansy tiró abajo un candelabro completo, sin varita, cuando le hicieron un comentario que, en otras circunstancias, habría ignorado.

—Yo no fui —juró ella, con voz temblorosa, medio escondiéndose detrás de él cuando otros estudiantes cayeron en cuenta de lo ocurrido y empezaron a señalarla y hablar—, yo- yo no quise- lo pensé pero- no quería-

A mitad de semana, Snape les gritó de un modo en que jamás lo había hecho, y los estantes del laboratorio se sacudieron. El profesor, que los mandó a salir de inmediato, fue el más sorprendido de todos. McGonagall, transformada en gato, arañó la pierna de uno de sus preciados Gryffindor cuando le pisó la cola por error al entrar al aula.

Por varias noches seguidas, escuchó los lloriqueos irregulares de Draco cuando tenía una pesadilla, o los quejidos en la otra cama, por el dolor de cabeza. Quería acercarse. No lo hizo.

Su compañero fue sacado de clases un par de veces por aquellos días, cuando el aula empezaba a oscurecerse y él tenía la mirada fija en algún punto impreciso; quizás Snape adivinó a qué se debía, porque pronto todos los profesores estaban al corriente, y cuando él salía, el salón regresaba a la normalidad.

El propio Harry, una tarde que se encontró de frente al Gryffindor que vio besar a Draco, sintió que la sangre le hervía y los dedos le picaban, ansiosos de sostener la varita, y tuvo que hacer un enorme esfuerzo por detener el impulso. Cuando lo vio pasar y decidió seguir su camino, se percató de que dejaba huellas quemadas detrás de sí, como si se hubiese convertido en una criatura de fuego.

Sin embargo, si alguien le hubiese preguntado, nada, absolutamente nada, le advirtió de lo que andaba mal, más de lo que lo haría la cena del viernes, cuando Albus Dumbledore, desde la mesa del profesorado, derramó algunas lágrimas que se perdieron en su barba blanca, con una expresión tan aturdida que uno podría haber jurado que no recordaba que podía llorar. Se retiró de inmediato, cubriéndose la boca, por una puerta de atrás, dejando a cada residente del castillo sorprendido.

Entonces, por su cuenta, tomó la decisión de coger la capa de invisibilidad y uno de los mapas, y salió del cuarto en puntillas, a pesar de que no era necesario —Draco seguía perdido, Nott no daba señales de vida desde la otra cama, si es que estaba—, a mitad de la noche del viernes.

La idea que tuvo consistía en ir al pueblo de los centauros para revisar el Oráculo y preguntar si sabían algo sobre lo que ocurría con los habitantes del castillo. Al salir de las mazmorras, descubrió que Lep lo perseguía y lo alzó en brazos para que fuesen más rápido y sin ser vistos.

Entre los pasillos, tuvo que esquivar a dos Prefectos que se peleaban al estilo muggle, y se giraron con idénticas miradas asesinas al oír sus pasos acelerados, pero como no lo podían divisar bajo la capa, pudo escaparse. En el patio, corriendo por la pendiente de césped que llevaba hacia el bosque, Lep saltó desde sus brazos y se perdió en la oscuridad; si no lo buscó por más tiempo, fue porque encontró al guardabosque, Hagrid, atacando su propia cabaña con un hacha, mientras su perro cazador ladraba a la nada.

Aquello estaba fuera de control, decidió. Rogó por encontrar el camino sin las ninfas, que no contestaron a ninguno de sus llamados ni peticiones de aparecerse, y se internó en el bosque con serias dudas sobre qué tan buen plan era el suyo.

Debió decirle a Draco. Debió decírselo a alguien, quien fuese.

Las veredas enrevesadas del bosque lo confundían, senderos de tierra que se perdían, se mezclaban, se difuminaban hasta desaparecer por debajo de las plantas que crecían sin que nadie les dijese que no podían hacerlo, porque ese territorio era de ellas y no de los magos. Y por tanto, Harry era un intruso en esa inmensidad oscura, llena de sonidos que lo hacían saltar, aire frío con un fuerte aroma a almizcle que le hizo pensar que no tenía sentido, a menos que estuviesen cocinando una tarta gigante en Hogsmeade y no les hubiesen avisado.

Uno de los brincos que dio fue porque Lep, pasando de conejo a perro huesudo y tétrico, en una transformación que no tenía idea de dónde había aprendido, lo rebasó y sorprendió por la repentina aparición. Luego, sin detenerse, se convirtió en una serpiente de la que perdió rastro entre la maleza. En la distancia, le siseaba, pero él, por obvias razones, no comprendía lo que fuese que pretendía.

A medida que avanzaba, el vacío que tenía en el pecho crecía, se apropiaba del resto, le pesaba por dentro. Dolía. Era un dolor asfixiante, agotador, distinto de cualquiera que hubiese experimentado antes, y que lo obligó a detenerse cuando creyó alcanzar el claro de los pasadizos.

No fue así.

Era un claro, sí, pero los túneles no estaban, y Harry, que apenas conseguía respirar a través del nudo que le cerraba la garganta y el pecho comprimido, se agachó cuando los ojos comenzaron a escocerle. Las lágrimas brotaron por sí solas, silenciosas, y él no entendió qué lo hacía llorar.

Se restregó la cara, en vano. No podía frenarlo. Cuando un sollozo brotó desde su boca, ni siquiera supo lo que ocurría más allá de los débiles espasmos del llanto que lo sacudían, y la fuerza invisible que se le cerraba sobre el corazón, apretando, exprimiendo, destrozando.

—Sh, sh.

El olor almizclado se intensificó hasta llegar a un nivel en que era insoportable, sólo por un instante. Luego se suavizó y transformó, haciéndole pensar en la tarta de melaza.

Un tacto suave, delicado, de manos pequeñas y cálidas, le palpó el rostro. Harry sabía que debía apartarse, tensarse, rehusarse, pero una oleada de calma lo recorrió de pies a cabeza y detuvo el llanto con la misma velocidad con que dio comienzo.

Boqueó por aire. A través de las lágrimas, creía divisar una figura que se inclinaba sobre él.

—No llores, Harry, no llores. No deberías llorar nunca. Estoy aquí, ya estoy aquí —el beso que le fue depositado en la frente envió otra ola de paz, que lo hizo relajar cada músculo—. Te he esperado por mucho tiempo, lindo Harry.

Balbuceó cuando intentó hablar. Le besaba las mejillas, una y otra vez, y los párpados cerrados, la línea donde comenzaba el desordenado cabello, la quijada; cada contacto lo tranquilizaba, le daban ganas inexplicables de sonreír, como cuando era Lily quien lo hacía.

Harry se echó hacia atrás cuando sintió que el roce estaba por alcanzarle los labios y se obligó a parpadear para dejar que las últimas lágrimas saliesen y tener la visión despejada. Las manos cuidadosas le acunaban el rostro, manteniéndolo elevado para que la viese.

—¿Qué eres? —musitó. No era una ninfa, las reconocía bien, y en definitiva, tampoco un centauro.

Los ojos más grises y brillantes que había encontrado en su vida parpadearon hacia él. Podía ver su propio reflejo con claridad en la totalidad colorida, ya que no poseía esclerótica.

—Soy Lullaby, lindo Harry.


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