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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo cincuenta y cuatro: De cuando hay demasiadas emociones para una receptora

Cuando Harry escuchó la palabra "colmena" se imaginó una estructura gigantesca, brillante, notable desde la distancia, similar a la que mostraba el Oráculo desde el año anterior. Tal vez no tan exagerada. Sin duda, lo que no se esperaba era que Altum los hiciese parar debajo de un árbol de copa alta y frondosa, en un punto muerto entre Hogwarts y Hogsmeade, y señalase hacia arriba.

Hacia la Colmena.

—No sé si no lo notaste —intentó bromear, en vano. No podía dejar de dar vistazos por encima del hombro cuando juraba que ella no se daba cuenta de nada—, pero yo no entro ahí.

Altum se rio. Esa risa feliz e infantil ya no le resultaba tan agradable de escuchar.

—Todo se puede, con un poco de magia, Harry bonito —se puso rígido cuando la sintió posicionarse por detrás de él y pasarle los brazos por debajo de los suyos. Cuando separó los pies del suelo, sólo pudo ahogar un grito y patalear; en cuestión de segundos, sentía que era encogido para pasar por un tubo y expulsado hacia otra parte, con la misma fuerza mágica, brusca, de una Aparición.

Exhaló al llegar al otro lado, palpándose por encima de la ropa, para asegurarse que sentía cada parte del cuerpo y seguía completo. Altum, levitando junto él, se reía de su examen.

—¡Bienvenido a mi Colmena, lindo Harry! —dio una vuelta en torno a él, agitando los brazos y sonriendo, a la espera de su reacción. Cuando no dijo nada de inmediato, descendió lo suficiente para que el rostro le quedase cerca del suyo—. ¿No te gusta?

—¿Son los Lullaby los que huelen así? —se le ocurrió cuestionar a su aturdido cerebro, que comenzaba a preguntarse desde hace cuánto tiempo era que percibía ese aroma almizclado en el aire, que se hacía más fuerte dentro de la dichosa Colmena.

—¿No te gusta? —la piel de Altum se tornó azul pálida—. No- no es posible, te gusta,  que te gusta, como la tarta de melaza. Los Lullaby siempre sabemos qué olor le gusta a alguien-

No pudo evitar pensar en el olor de la poción que Draco preparaba en la Casa de los Gritos en diciembre. Aquel le gustaba más, a pesar de que la diferencia era mínima.

—Sí, está bien —la respuesta complació a la Lullaby, que le agarró los brazos y volvió a llevárselo entre tirones.

La Colmena, por dentro, no era tan diferente de como se imaginaba una real, de abejas, por ejemplo. Paredes rugosas, llenas de agujeros, aunque teñidas de un tono rosa que le recordaba al de la piel de Altum en el momento en que se encontraron en el claro, formaban unos pasillos estrechos y de sobresalientes que descendían en espiral hacia un espacio más pequeño al fondo, en lo que aparentaba ser metros de distancia.

Ya que ellos flotaban, por lo que pudo ver de las figuras que se encontraban más próximas, era Harry el único que tenía que caminar pegado a la pared y asegurarse de no dar un paso en falso. Altum todavía lo sujetaba, y dudaba que lo dejase caer de cualquier modo, pero no pensaba fiarse de su disposición, si es que tenía alguna.

¿A dónde iría Lep? ¿Habría ido con Ioannidis, como le ordenó, o volvió a rebelarse y contaba con un auxilio que no iba a llegar? Lo envió con la capa sobre el lomo, así que si se perdía en esa ocasión, quién sabe cuánto tardarían en localizarlo otra vez. No quería imaginarse la cara que Draco haría cuando le confesara que se le escapó su conejo.

Draco. El aroma le hacía pensar en él. No sabía por qué; su compañero ni siquiera comía el postre que Harry tanto amaba.

Los Lullaby se les quedaban mirando a medida que avanzaban. Hablaban, entre ellos, en murmullos y con una lengua que desconocía, de un fuerte acento. Altum contestó a varios, sonriente. Le hubiese gustado saber lo que les decía.

Lo llevaba más hacia abajo, abajo, abajo, abajo. Supuso que la coronación no sería sino hasta el fondo, el espacio llano que quedaba cuando alcanzaban el extremo más angosto de la colmena.

Conforme recorría los caminos estrechos, los susurros del resto de los Lullaby dejaron de preocuparle. Su percepción cambiaba, poco a poco. Sentía los pies ligeros, el aire denso y caliente le daba la impresión de haberse metido en un mundo algodonado y atravesar las suaves fibras, que le acariciaban la piel durante el trayecto.

Cuando Altum le dio un leve tirón y Harry encontró que no quedaba superficie firme por debajo de sus pies, agachó la cabeza y descubrió que levitaba, al igual que el resto de los Lullaby. Le resultó gracioso y se echó a reír, una risita torpe, entrecortada.

—¡Pensé que te cansarías de tanto caminar! —explicó ella, colocándose detrás de él, y cuando le pasó los brazos sobre los hombros y le rodeó el cuello, colgándose de su espalda, la dejó, porque la señal de alarma que tenía dentro de la cabeza, estaba más lejana y débil que nunca. Incluso se le ocurrió que Altum era bastante considerada—. Puedo hacer lo que quiera dentro de la Colmena. ¿Hay algo que quieras ver, Harry bonito?

Sí, quería ver a Draco. Pero dudaba que ella pudiese llevarle a Draco, y sus ilusiones no eran suficiente. No lo mirarían como él lo hacía.

Meneó la cabeza, riendo tontamente.

—¿Cuándo te coronan? —inquirió después, con una voz pastosa que no reconoció como suya, y por la que se burló. ¿Por qué sonaba así? ¡Era tan extraño! Sentía como si se hubiese tragado una mezcla densa y una parte se le hubiese quedado en el paladar, y ahora, no pudiese deshacerse de ella. Su lengua tampoco obedecía por completo cuando intentaba pronunciar una palabra.

Por el rabillo del ojo, notó que Altum sonreía. Los Lullaby se empezaban a reunir en la superficie llana del fondo, pero ellos, en algún momento y sin que se diese cuenta, dejaron de moverse hacia allí.

—En un rato. Hay algunas cosas que tengo que preparar antes, ¿quieres ayudarme? —lo último lo murmuró contra su oído. Harry movió la cabeza lejos de ella, aunque no le parecía molesto el abrazo, sino que le rozó la oreja con los labios, y no le gustaba eso. No se sentía correcto. Además, le daba cosquillas y más ganas de reír.

—¿Qué tengo que ver yo con una coronación? —balbuceó, parpadeando a la nada. Vaya, tendrían que haber al menos treinta Lullaby allá abajo; Altum era la única rosa, los demás tenían aspecto de ser mayores. No veía mucho sentido en que ella fuese su nueva reina— ¿hay que medirte la cabeza para ponerte la corona o algo así? —volvió a reírse.

—Algo así —aceptó ella, guiándolo por un umbral redondo que se abría hacia otro conjunto de esos pasillos confusos y pequeños, que sólo podrían utilizar criaturas que estuviesen seguras de que no se caerían.

Tenía la cabeza embotada de a ratos. En un instante, le daba la impresión de no haber dormido por varios días, los párpados le pesaban, el mundo era cálido y suave, quería quedarse ahí, y al siguiente, cuando parpadeaba, sufría de una ligera incomodidad que lo inquietaba en el pecho, un presentimiento inexplicable le hacía volver el rostro y mirar hacia la entrada de la Colmena.

—Harry bonito —le lloriqueó que dejase de rozarle la oreja y ella se rio. No lo hizo otra vez—, ¿tu corazón es de tu Draco?

Harry tenía una sonrisa boba cuando entraron a una sala amplia, redonda, donde las paredes ascendían y se estrechaban hasta juntarse en el techo. Si viese los muebles de ese material rosa y rugoso, como unos normales, podría haber creído que se trataba de un dormitorio o un vestidor. Igual al del campo de Quidditch, se dijo.

Draco. Se rio.

—Draco, Draco, Draco…—repetir su nombre lo llenaba de una emoción calientita y lo hacía sonreír más. Esperaba que no cambiase—. Claro que mi corazón es- es de Draco, ¿de quién más sería? —se lo tomó igual que una absurda broma, mirándola con el entrecejo arrugado.

Altum lo había dejado en medio del cuarto, porque abrió lo que habría sido un armario humano, a comparación, y empezó a hurgar dentro. Harry se distraía balanceando las piernas y riéndose de cómo se veían los músculos laxos en el aire, porque aún levitaba. Le gustaba levitar. ¿Por qué no lo haría más seguido?

Ah, sí. Las personas no levitaban.

¿Por qué los humanos no podían levitar?

El mundo sería un lugar mejor, si pudiesen. Jugaría Quidditch sin escoba.

A Draco le haría gracia verlo flotar así. Quería mostrárselo.

¿A dónde estaría Draco?

¿Por qué no estaba con Draco?

Ahora quería llorar.

—Harry, Harry, bonito, no, no, no, no —Altum apareció frente a él con una tela en una mano y le sujetó el rostro con la otra. Continuó con la retahíla de "no, no, no", mientras su contacto le enviaba unas olas de tranquilidad que le hicieron preguntar por qué le escocían los ojos hace un momento.

Estaba seguro de que existía un motivo. Pero, por otro lado, todo el lugar olía a tarta de melaza y podría jurar que su cabeza se balanceaba y flotaba lejos de su cuerpo, llena de aire. Era una sensación muy divertida, también.

—Este es un traje especial para invitados especiales, como tú —le pinchó la punta de la nariz, arrancándole una carcajada, y le pasó sobre los hombros una capa blanca, con dibujos de líneas onduladas sobre la zona de los brazos. La observó un momento y arrugó el entrecejo.

—Es bonito —murmuró, jugando con una de las mangas al mover los brazos muy rápido. Parecían alas que lo sacarían volando de ahí; asumió que los invitados de los Lullaby no eran tan jóvenes o pequeños.

—Los Lullaby siempre usamos cosas bonitas.

—Draco también usa cosas bonitas —dijo, sin pensar, y no se percató del ardor que le cubría las mejillas y orejas. Continuaba atento al balanceo de las mangas que le quedaban muy largas—, Draco es bonito.

—Imagino que sí, Harry.

—Pero creo que yo no soy el único que piensa que Draco es bonito —murmuró después, frunciendo el ceño. Altum, frente a él, le echaba el cabello hacia atrás; no podía ver lo que le ponía sobre la cabeza—. ¿Qué haces? ¿Me estás peinando?

—Sí —contestó ella, con una sonrisa.

—No funcionará —Harry se rio—, mi pelo no se deja peinar. Es malo y rebelde, así como yo, ¿no ves lo malo y rebelde que soy? —tal vez no era la forma ideal de definirlo cuando sintió que le besaba la frente y soltó un chillido, apartándose. Por alguna razón, la cabeza le pesaba un poco más ahora, desequilibrándolo.

—Muy malo y muy rebelde —fue el turno de Altum de reír. La risa de Draco también era más linda, pero no se lo dijo.

Observó a la Lullaby tomar una tiara, apenas una banda puntiaguda y plateada, que perdía importancia por la semejanza que tenía con su cabello.

—Harry.

—¿Hm? —acababa de atrapar entre los labios el borde de una de las mangas, porque batallaba por doblarlas un poco para no sentirse tan pequeño dentro de la capa, así que no pudo responder como le hubiese gustado hasta después de unos segundos—. ¿Qué?

—¿Qué opinas de darme tu corazón?

Él negó, a pesar de que la Lullaby estaba de espaldas.

—Mi corazón es de Draco —repitió, más serio que la primera vez, aunque todavía le daba risa.

—¿Y no podrías dármelo?

Emitió un vago, infantil, sonido negativo y le sonrió cuando se giró para encararlo.

—Si te lo doy, ¿qué le daré a Draco después? —ahí, abrió mucho los ojos, horrorizado por la idea. Draco se molestaría si le daba su corazón a alguien más, ¿cierto? Estaba seguro.

—Tienes razón —Altum volvió a sonreír y se le acercó con un movimiento demasiado rápido para haberla esquivado. Le agarró los brazos, otra vez, y lo llevó en un improvisado baile por el cuarto, dando vueltas. Harry se tambaleaba porque no sabía ir a esa velocidad mientras levitaban—, ¡pero piénsalo, bonito! Yo te haría tan feliz. Aquí nunca tendrías emociones tristes.

Él se reía y negaba. Sólo cuando otro Lullaby, uno con piel púrpura y la apariencia de un hombre adulto, se acercó a la entrada y le habló a Altum en esa lengua dulce y extraña que tenían, esta se detuvo.

—¿Ya te van a coronar? —curioseó, en cuanto el Lullaby fue despachado. Ella le acunó el rostro, observándolo con ojos brillantes. Eran tan, tan grises, que parecían irreales.

—Sí —Altum asintió—. ¿Puedes hacer una última cosa por mí, Harry bonito?

Al decirle que sí, ella lo soltó y se sujetó uno de los dedos. La vio quitarse un anillo del meñique, uno que estaba seguro de que no tenía cuando llegaron a la Colmena, ¿y es que quién usaría un anillo donde estaba el agujero para una piedra y no la gema?

Dejó que se lo pusiese en su propio meñique, mientras pensaba que fue estafada porque la faltaba la piedra. Pobrecita. Seguro no se daba cuenta, así que decidió no decirle nada, para no arruinarle la coronación.

Por un instante, sólo uno, la banda del anillo se le cerró de forma dolorosa, sacándole un quejido bajo, y estuvo alerta y asustado; la Colmena no le parecía ni cómoda ni agradable, porque sentía que una fuerza invisible absorbía algo que estaba dentro de él y lo cansaba. Pero el instante pasó. Luego la Colmena fue cálida y divertida, él todavía se decía que era mejor no contarle que le faltaba una gema a su anillo, porque de todos modos, tenía suficientes en los otros dedos.

Sólo que ya había una piedra allí, cuando Altum le sujetó la muñeca y lo guio fuera.

0—

Cuando Draco se agachó para tantear el aire, en la zona en que sentía leves tirones del borde del pantalón, percibió el tacto liso y frío que le era tan familiar y le arrancó la capa de un tirón. Lep olisqueó el aire y lo saludó desde el piso, con un movimiento de orejas que habría sido gracioso, bajo otras circunstancias.

El peso helado instalado en su estómago no hacía más que empeorar, extenderse hacia el resto de su cuerpo. Si no actuaba pronto, temía la posibilidad de congelarse.

Pansy tenía la mirada fija en él, así que, por ella, se obligó a tomar una profunda bocanada de aire. Arrugó la capa de invisibilidad para encogerla y se la metió en la túnica. Tal vez sería útil, todavía no sabía cómo, pero siempre resultaba una buena noticia poder escabullirse sin ser visto.

En especial, si consideraba hacia dónde se dirigían.

—¿Lista?

Su mejor amiga lo observó durante un instante más, luego soltó una pesada exhalación. Sacó la varita, la agitó para transfigurarla en una especie de flautín, y sopló contra uno de los extremos. Esperaron.

Unos segundos más tarde, un pájaro negro surcaba el aire. Su trayectoria era precisa. Se posó en el brazo que ella le ofrecía.

—Lo tengo —le acarició el plumaje de las alas, con una expresión contraída por la angustia. El Augurey llevaba un frasco atado a una pata con una cuerda de soporte mágica—. Mione debe estar hablando con ellos en este momento.

Él asintió. Aquello era una verdadera buena noticia.

Volvió a revisar los fajos de papeles entre sus manos. El mapa señalaba que Harry no estaba dentro de los terrenos, pero aún sabía qué dirección tomó para irse, y seguirían la misma ruta. Los pergaminos de Lunática, multiplicados por las chicas, eran las únicas instrucciones con que contaban.

Mientras estaban ahí, en el patio, Granger se encontraba en las mazmorras, con la segunda copia de los pergaminos, hablándole a Snape y Dárdano.

No estaba seguro de que llegasen a tiempo. ¿A dónde estaría el viejo Dumbledore cuando hacía falta?

—Usa un hechizo de lectura rápida en estos, por si nos perdimos de algo con la prisa —le indicó a la chica, entregándole los pergaminos. Se volvió a agachar para sostener a Lep entre los brazos, pero como este amenazó con morderlo, estrechó los ojos y decidió que bien podía irse a la mierda el conejo y su rebelde comportamiento de las últimas semanas. Después encontraría tiempo para lidiar con él—. Tenemos que ponernos en movimiento sin ellos.

Intercambiaron miradas. Pansy titubeaba por un segundo, luego asentía. Utilizó el encantamiento.

Cuando descendieron por la extensión de césped que separaba el castillo de la linde del bosque, la voz de Luna Lovegood resonaba junto a sus oídos como si la misma estuviese a un lado de ellos, contándoles de su descubrimiento.

—…los Lullaby viven de extraer las emociones predominantes en un mago o bruja. Se cree que son un mito. Bonnie y yo apostamos porque es una Colmena de Lullaby lo que está por llegar, las estrellas dicen…

—…cada quinientos años, cuando se yergue una nueva Reina, o Celsitudinem, para la Colmena, se instalan de forma temporal cerca de un lugar de gran población mágica. Vacían a los magos de todo sentimiento, sacándolos de sus propios arrebatos cuando pierden el control, para tener alimento para la siguiente generación de Lullaby y desaparecen durante más de cien años. No hay registros de ataques o avistamientos de algún Lullaby en Inglaterra en los últimos…

Se desviaron por varios metros cuando se toparon con la cabaña del guardabosque, incendiándose. El idiota semigigante tenía un hacha y jadeaba, su perro de caza enloquecido se lanzó a perseguir a Lep, y Draco se preguntó por qué todavía los dejaban estar en Hogwarts. Bueno, no era asunto suyo.

—¿Puedes contener un poco el fuego? —lo último que quería era arrastrar a Potter de vuelta y encontrarse con que el patio estaba prendido en fuego, y nadie se daba cuenta.

Pansy ralentizó el paso cerca del límite con el bosque, para girarse, y le llevó un instante recordar el hechizo adecuado. Lanzó una barrera en torno a la cabaña. No evitaría que se consumiese, pero al menos no se iba a propagar.

—…cada reina Lullaby elige a su rey en base a algún acontecimiento único que transfigura la esencia mágica de dicho mago. Entonces le dan un anillo y lo llevan a la coronación, y con sus emociones, forman una piedra que luego les otorgará un poder superior al resto de su especie…

Por Merlín. Que Harry no se hubiese metido en eso, rogó para sus adentros. Ingresaron al bosque sin buscar a las ninfas, Draco tenía el mapa por delante, bajo el lumos de su compañera, para seguir el sendero por el que vio a Potter desaparecer un rato antes. No tenía idea de hacia dónde dirigía.

—…aunque todos los Lullaby alteran las emociones de los magos y algunos sirven de receptores, la única que puede ejercer la compulsión es la reina, excepto en aquellos que tengan un sentimiento lo bastante fuerte para predominar sobre el control. Ligera observación: los pocos textos encontrados de los Lullaby hablan de "entregar el corazón". Bonnie y yo tenemos la teoría de que se refieren a que no pueden obligar a actuar a alguien enamorado…

—…Bonnie y yo tenemos razones para pensar que el antídoto para las pociones de amor minimiza los efectos de la cercanía a la Colmena de los Lullaby, siempre y cuando las emociones del mago no hayan sido extraídas por completo con antelación…

Cuando alcanzaron el borde del terreno del mapa, ambos jadeaban. Las piernas le quemaban, amenazaban con fallarle. Se dobló para tomar una bocanada brusca de aire y cambió el pergamino por el Apuntador que le colgaba del cuello.

Harry. Esperó a que la flecha girase y se detuviese para decirle a Pansy por dónde ir.

Unos metros más allá, Hogwarts llegaba a su fin de forma definitiva con un muro bajo. Pansy utilizó un encantamiento para aligerarlos y lo saltaron.

—¿Dice algo sobre cómo es la Colmena? —inquirió a la chica, que tenía los papeles de Luna en la mano que no sostenía la varita. Cuando los revisó con un rápido vistazo, lo único que se escuchó fueron los pasos apresurados de los dos, las ramas que rompieron al pasar sin cuidado, y el aleteo de Fénix por encima de ellos.

—Una Colmena —murmuró, con la voz ahogada por la falta de aliento—, sólo dice que es una colmena. Nada más.

Perfecto. ¿Por qué esperaría que Lunática fuese especifica respecto a algo, incluso en una situación tan importante?

Cuando el Apuntador se detuvo con una vibración, una de las cápsulas más pequeñas, la que señalaba arriba y abajo, indicó la primera dirección. Agarró el brazo de Pansy para que dejase de correr y se lo mostró. Ambos levantaron la cabeza.

 es una colmena —observó, frunciendo el ceño. Bendito Merlín. Ocupaba la mitad de la copa del árbol, sí, pero la entrada era una cosa diminuta, y a esa altura, ningún salto los haría llegar—. Pans, ideas.

La chica dio un vistazo hacia atrás, desde donde provenían. La ayuda aún no daba señales de estar próxima. Luego le ofreció el brazo al Augurey, que aterrizó en este.

Specialis Revelio —realizó una floritura en el aire, y tras un momento de observación de parte de los dos, distinguieron la débil silueta de un campo mágico que bordeaba la colmena—. Sujétate.

Draco tenía varios comentarios respecto a lo poco que le agradaba el plan, incluso sin que ella le hubiese contado qué tenía en mente. Extendió la mano y dejó que Fénix aferrase una pata a su dorso.

—Si no funciona, supongo que vamos a conseguir un miniDraco para hacerte entrar…

—No me digas que pretendes encogerme. No hemos transfigurado personas nunca.

—He practicado mucho, seguro lo consigo.

Cualquier réplica que estaba listo para darle, quedó callada cuando Fénix agitó las alas y los levantó a los dos. Pateó el aire, desesperado por la sensación de falta de equilibrio, y lamentándose no haber llevado la escoba hasta allí.

—Antídoto —se removió, balanceándose de forma torpe, para tenderle la mano que tenía libre. Pansy sujetó la varita entre los labios y le pasó el frasco que había metido en su túnica. Lo destapó para beber un sorbo, cuando el aroma almizclado se intensificaba a un nivel imposible, y se lo devolvió; ella maniobró para no caer al beber también y le regresó el frasco. Habría sido admirable, de estar en un partido de Quidditch y sobre la escoba, de tratarse de una Quaffle y no una poción.

Cuando se acercaron lo suficiente para que Draco se resignase a la idea de que lo iba a tener que encoger, ocurrió. Fueron atrapados por una corriente mágica que los succionó y los arrojó al otro lado, con un leve mareo. Trastabilló hasta sentir que no le quedaba superficie firme bajo los pies, y cuando iba a entrar en pánico, las manos de Pansy lo sostuvieron del brazo y lo mantuvieron en el borde de una sobresaliente, que hacía de sendero en espiral hacia abajo.

Ella pegó la espalda a la pared y lo jaló con toda su fuerza. Draco podría haberla abrazado, si no tuviese ideas más urgentes en mente. El pasillo, si es que podía considerarse como tal, era lo bastante estrecho para que tuviesen que avanzar de uno a la vez, por lo que ambos se observaron.

"Yo" gesticuló con los labios, en silencio. Pansy meneó la cabeza.

—Yo tengo la única varita útil aquí —sin esperar una respuesta, se le adelantó, manteniendo una mano contra la pared, en caso de necesitar apoyo, y empezó a descender con zancadas largas. No tuvo más opción que seguirla.

No podía creer que tuviese que ir de segundo porque la estúpida varita se rompió. Cuando una oleada ardiente de rabia lo invadió, rebuscó en los bolsillos de la capa por la piedra y la frotó entre los dedos. La emoción cesó de golpe.

A medida que descendían, se percató de que una música suave sonaba en la parte de abajo, una superficie llana donde se reunían criaturas que no había visto en ningún libro. La mayoría eran pálidas, y una en particular, con la piel de un rosa intenso, que se movía en círculos de aquí para allá, levitando, resaltaba entre el resto.

—¿Apostamos a que esa es la reina? —murmuró Pansy, sin despegarse de la pared. No. No tenía ganas de perder galeones sin motivo alguno—. ¿Ahora qué?

Se detuvieron al estar tan cerca que podían distinguir los murmullos de una lengua extraña. Uno o dos metros los separarían del suelo, la sobresaliente estaba vacía. Supuso que los Lullaby estaban todos allí abajo, y se agachó para asomarse por el borde.

—Encontrar a Potter.

—¿Y luego? —inquirió ella.

Luego esperaba que su padrino hubiese llegado para hacer algo respecto a un conjunto de criaturas mágicas no identificadas, si es que el caos del castillo lo dejaba avanzar. No se lo dijo.

Harry estaba sentado en una plataforma del mismo material rugoso y rosáceo en que parecía estar construido todo lo demás. Llevaba una capa blanca y rara sobre los hombros, no podía ser de un mago, y unas ramas pálidas entrelazadas sobre la cabeza. No dejaba de balancear los pies y reírse por lo bajo.

Si el muy idiota fue hasta allí simplemente porque lo invitaron…

Oh, Draco tenía ganas de maldecir a alguien. De nuevo.

—Mira, ahí está —cabeceó en su dirección. Medio segundo después, la chica estaba de cuclillas junto a él, asomándose también para localizarlo.

—Draco —no giró el rostro. No le gustaba el tono en que lo llamó—, no tienes ninguna idea, ¿cierto?

Admitirlo habría supuesto una reprimenda que no tenía tiempo ni disposición para aceptar. Abajo, la reina de los Lullaby se sentaba junto a Harry y le hablaba en lo que, asumió, sería susurros. Él sonreía y asentía.

—¿Le enseñaste a Fénix a atacar a alguien más que a mí?

Cuando observó a su amiga, ella parpadeó, el entendimiento fue un brillo lejano en sus ojos.

—Sí.

—¿Lo suficiente para armar un alboroto? —Pansy vaciló. Él alternó la mirada entre Harry, que se ponía de pie jalado por la reina, y ella. No tenían tiempo—. ¿Conoces un hechizo para multiplicar un objeto? Ilusión, real, no importa. Cambia el término al final…

—…y puede usarse en seres vivos —captó enseguida, con un asentimiento, y se puso de pie de un salto—. Si los distraigo por ti, ¿qué harás?

Pensar en maneras de embrujar a Severus sin que lo sepa por demorarse tanto.

No. Tenía que concentrarse.

Los dedos le picaban por las ansias de sostener la varita inutilizada. ¿Cómo era posible que no pudiese idear más? ¿Se quedaba en blanco si no podía usar magia?

La frustración amenazaba con estallar y distraerlo. No. No.

No.

Disciplina tu mente.

Odiaba el aroma almizclado.

Disciplina tu mente.

No podía creer que Harry se dejase arrastrar por la reina.

Disciplina tu mente.

Iban a hacerlo, ¿cierto?

Iban a extraer los sentimientos de Harry frente a ellos.

No.

Se sujetó los lados de la cabeza cuando la punzada regresó, igual que un golpe que pretendía dividirle el cráneo en dos.

Disciplina tu mente. Disciplina tu mente. Disciplina…

O no.

O no hacerlo.

Apoyó las palmas contra el borde de la sobresaliente y se impulsó para ponerse de pie. Pansy lo sujetó cuando se tambaleó, pero estaba ocupado en convencerse de que era la mejor idea que tenía, como para molestarse en agradecerle.

—Sólo distráelos.

—Espera- Draco- no sólo te lances hacia allá y-

—Distráelos —repitió. No se quedó para escuchar el resto. Se echó hacia atrás para pegar la espalda a la pared, respiró profundo, se recordó que había caído de la escoba a mayor altura, y corrió hacia adelante.

Saltó desde el borde de la sobresaliente. Cayó sin gracia, mala flexión de rodillas. Se fue hacia un lado y rodó, un latigazo de dolor lo forzó a ahogar un quejido.

Nadie lo notó. Los Lullaby estaban medio hipnotizados por la música, mientras la reina les hablaba en la lengua extraña de la especie. Harry, a un lado, la observaba sin entender.

Se arrastró con manos y rodillas, cerca de la pared, para mantenerse fuera de su campo de visión. Sólo por si acaso. La reina hacía que Harry bajase de la plataforma.

Cuando una bandada de pájaros negros llenó el espacio por encima de sus cabezas, lanzándose contra los rostros de los Lullaby, aprovechó la confusión para levantarse y correr. La reina, que era fácil de distinguir desde lejos, gritó algo. Estaba sola.

¿Dónde, dónde, dónde…?

La cabellera despeinada de Potter era una clara señal, moviéndose entre los Lullaby, agachándose para evitar los picos y garras de los pájaros que arremetían contra cualquiera, sin distinción. Incluso él tuvo que esquivar a uno en una ocasión, por lo que se olvidó de todo disimulo al volverse hacia atrás.

—¡Pans!

—¡Lo siento! —contestó ella, desde alguna parte fuera de vista.

Pero de inmediato vio su error, porque al volver a darse la vuelta, no había ni un Lullaby, sino un montón de Potters, y al fondo, la reina, mirándolo con los ojos entrecerrados.

Bien. Tal vez no era su mejor día.

Cuando contara aquello como otra de sus historias, tiempo después, diría que lo único en lo que pensó fue que necesitaba una jodida varita. Un mago no era nada sin la varita, fin.

Corrió entre el conjunto de adolescentes de aspecto casi familiar. Algunos tenían el cabello más lacio de lo que el Harry real lo tenía, otros no conservaban el tono exacto de verde en el iris. Unos pocos llevaban ropa que sabía que no era con la que lo vio un momento atrás.

El aroma almizclado lo llenaba todo, condensando el aire, haciéndolo más difícil de respirar. La sien le palpitaba, los dedos le picaban todavía. Había decenas de miradas falsamente suplicantes en él, la reina levitaba en su dirección, los pájaros eran manchones negros que graznaban y sólo lo aturdían más.

Aún quería maldecir a alguien.

Y no tenía la maldita varita. Nunca se había sentido más inútil, porque si algo le pasaba a Harry, sería su culpa.

Su culpa.

Su culpa.

Su culpa.

La idea lo asfixiaba más que la falta de aliento. Dio un paso hacia atrás. Miró alrededor.

Cuando creyó reconocerlo entre el tumulto, cambió de rumbo, las rodillas amenazaban con fallarle por lo rápido que iba, por cómo se salía del camino al esquivar a los Lullaby que le mostraban ilusiones.

Lo perdió. Volvió a dar un vistazo en torno a su posición.

Ahí.

Al momento de alcanzarlo, le agarró el brazo y lo hizo girar. Él tardó un instante en distinguirlo y esbozar una sonrisa boba.

—Draco…—se recargó contra él, envolviéndole el cuello con un brazo—. Draco, Draco, Draco, Draco…

Por reflejo, le cubrió la boca con la palma completa cuando distinguió sus intenciones de besarlo. Los ojos muy, muy verdes parpadearon hacia él, confundidos. Draco arrugó el entrecejo.

Tarta de melaza. Olía a tarta de melaza.

Respiró profundo. Harry aún lo observaba.

Olía sólo a tarta de melaza.

—Tú no eres Harry —musitó—, eres la reina de los Lullaby.

El falso Harry sonrió contra la palma de su mano y se pegó más a él. Draco trastabilló hacia atrás al intentar alejarse. El agarre era sólido, imposible de soltar, le pesaba sobre los hombros.

—¿Por qué crees eso, Draco? Te estaba esperando, ¿sabes? Estaba-

—No eres Harry —repitió, sacudiéndose. Miró hacia arriba, a las sobresalientes. ¿Dónde estaba Pansy? Si tuviese la varita, habría-

Si la tuviese.

—¿Quién más sería? —se burló, con una risita ahogada.

Harry no se reía así.

Harry no lo veía así.

Cuando escuchó el grito agudo de Pansy, hizo ademán de voltearse para ver qué ocurría, pero una mano presionó su mejilla y lo obligó a mantener la mirada al frente, a la ilusión que perdía forma, a la reina que volvía a la normalidad.

Ella sonreía. No era una sonrisa bonita.

—¡Sorpresa, sorpresa! —se carcajeó, apartándose. Draco utilizó el instante de libertad para girarse e intentó correr fuera de su alcance, en vano.

Manos suaves e imposiblemente fuertes se cerraron bajo sus brazos, reteniéndolo. Se sacudió, jadeó, pateó el aire cuando fue alzado y lanzó golpes que no surtieron ningún efecto.

La reina lo levantó alrededor de dos o tres metros, los demás Lullaby, que regresaban a su figura anterior, elevaban la mirada hacia ellos. Draco no dejaba de mover la cabeza.

¿Dónde estaba Pansy?

¿Dónde estaba Harry?

Volvió a sacudirse, sin éxito. Un nudo crecía en su garganta y le impedía las protestas sin sentido. La reina hablaba detrás de él; no podía entender qué era lo que decía, pero supuso que se dirigía al resto de los Lullaby, que sí la comprendían.

Cuando alcanzaron la altura suficiente, localizó a Pansy, atrapada entre dos de esas criaturas, la varita confiscada, dando tumbos en vano. Tampoco podía soltarse. Otro Lullaby tenía a Fénix en una mano y el ave graznaba y se agitaba, en un estado de pánico absoluto.

Ella se detuvo en seco al observarlo. Él también lo hizo.

El olor en la Colmena empezaba a marearlo. Parpadeó para enfocarse. Seguían subiendo, ¿hacia dónde lo llevaba?

El olor.

El olor.

Los Lullaby.

Se retorció bajo el agarre de la reina. Ya no era para soltarse, sólo necesitó que Pansy fijase su atención en ellos.

Si podía recrear un Basilisco de la nada…

Si podía multiplicar a un pájaro por un período de tiempo…

—¡Pans! ¡Pans! ¡Recuerda a Zabini! —podría jurar que la notó tensarse, a pesar de la distancia. Esperaba que la herida no hubiese cerrado lo suficiente; luego le pediría disculpas— ¡recuerda a Zabini, recuerda las discusiones por lo de su madre! ¡¿Recuerdas la apuesta de los idiotas de séptimo?!

Cuando iba a decir más, se percató de un hechizo de silencio sobre él y maldijo para sus adentro. La reina le decía que se quedase callado.

Por suerte, ya no tenía que decir más.

Ver a la bruja sangrepura Pansy Parkinson morder la mano de una Lullaby sería una de las escenas más divertidas para recordar años más tarde, cuando aquello fuese sólo un susto. Se sacudió para zafarse por completo del agarre del Lullaby que se quejó por la agresión, y le dio un cabezazo hacia atrás al otro, trastabillando al quedar liberada.

Un hechizo.

Sólo necesitaba un hechizo.

Draco movió los labios, sin emitir sonido alguno. Cuando ella entrechocó las palmas, lo repitió por él.

—¡Confundus!

Apretó los párpados. Confundus.

Disciplina tu mente.

Confundus.

Confundus.

Confundus.

Disciplina tu mente.

Es como manejar una escoba.

Es como medir el fuego bajo un caldero.

Es como apuntar a un muñeco de madera.

Confundus.

Aún tenía los ojos cerrados cuando la reina lo dejó caer.

0—

Hermione sólo podía lloriquear y esperar que alguno le creyese. Había llorado hasta sentir que el cráneo se le partía por la mitad en el dormitorio, corrió bajo escombros del techo y saltó sobre piezas de vidrio roto para llegar allí, maldiciones le pasaron por encima de la cabeza. Podría jurar que alguna la golpeó, supuso que era de corte, porque tenía una pierna adormecida y la ropa se le empapaba, pegándose a su piel.

Snape tenía una expresión de que le lanzaría un Avada si insistía cuando lo encontró en las mazmorras. Ella se convenció de que era una crisis y lo sujetó de las mangas de la túnica, y jaló, lo arrastró, y gritó.

Nunca le había gritado a un profesor. Al recordar la mirada iracunda del maestro de Pociones, estaba segura de que tampoco se le ocurriría volver a hacerlo en lo que le quedaba de vida.

Aceptó darle el antídoto a Fénix sólo después de oír los nombres de Draco y Pansy. Si estaban en el laboratorio, era por él.

Pasaba la mirada de uno al otro, se removía, cambiaba el peso de un pie al otro y luego veía hacia la puerta. Los gritos, los escritorios que volaban y se hacían añicos, las estatuas que se caían, todo podía oírse desde ahí. El aroma almizclado del aire había pasado a ser asqueroso, intolerable, aunque el mareo era más intenso ahora.

Frente a ella, estaba Snape, con la copia del pergamino de Lovegood en una mano, e Ioannidis, que apareció luego de que Fénix hubiese volado fuera del castillo con la poción y Dárdano se hubiese asomado por las mazmorras.

Rogaba porque esos dos estuviesen bien y hubiesen encontrado a Harry. No quería imaginarse lo que podía ocurrirles en caso contrario.

De pronto, en aquella conversación silenciosa que mantenían los docentes, Snape asentía y le hacía una seña al Augurey que estaba posado en el hombro de su dueña.

—Dumbledore —indicó, en tono quedo y contenido—, es el único al que podemos llevar, según esto, si intenta controlarnos.

Dárdano le graznó y echó a volar deprisa. Hermione sintió un atisbo de esperanza.

—Usted se queda, señorita Granger.

Y luego incredulidad.

—No —se lamentó enseguida, ante su mirada aireada, de haberle fruncido el ceño a Snape. Apretó los puños y retuvo el aliento, para luego soltarlo en una pesada exhalación—. No. Yo voy por ellos.

—No le estoy preguntando.

Lo siguiente que sabría era que ambos salían y la puerta se cerraba, el resplandor débil en el marco le decía que un encantamiento avanzado de cerradura no la dejaría ir de vuelta al pasillo.

La garganta se le cerró. Le costaba respirar.

No se suponía que fuesen a dejarla ahí.

Gritó y golpeó la puerta, en vano. Con el ruido de afuera, si es que quedaba alguien en el castillo que no estuviese enloquecido, jamás la encontrarían.

Pero luego, cuando le daba manotazos sin fuerza a la puerta, el bullicio cesaba de forma tan abrupta que sólo pudo pensar lo peor, y por un espacio diminuto encima de la puerta, un Augurey entraba.

Dárdano se posaba en el escritorio y la observaba. Ella le devolvía la mirada.

Todo Hogwarts estaba sumido en el silencio ahora.

0—

Fue una simple casualidad.

Draco abrió los ojos al sentir que caía. Media fracción de segundo más tarde, el brazo le daba un tirón doloroso cuando unas garras se cerraban en torno a su muñeca. Fénix le graznaba, y él levantaba la mirada.

Y lo encontraba.

Harry estaba asomado en una plataforma en lo alto de la Colmena, pequeña, que se encontraba unida a extremos opuestos de las paredes. Luego juraría haberlo reconocido sólo por el puchero que hacía cuando algo lo confundía, el mismo de las clases de Pociones y los exámenes de Historia.

¡Arriba, arriba, arriba! Se sacudió por debajo del agarre del ave, para capturar su atención. Fénix volvió a graznar y comenzó el ascenso cuando lo vio hacer señas.

Por debajo de ellos, los Lullaby chocaban unos con otros y se llevaban las manos al rostro, como si hubiesen afectado, de algún modo, directamente sus ojos. Distinguió a Pansy corriendo más hacia arriba por las sobresalientes, varita en mano.

¿Y dónde estaba la…?

La risa suave lo hizo girar el rostro a tiempo. Fénix aún lo llevaba de un brazo, la reina flotaba justo a un lado de él. Tenía la piel roja.

—Hola, de nuevo —separaba los labios, ningún sonido salía. Luego era empujado hacia atrás, Fénix lo soltaba, y lo siguiente que sabía era que impactaba contra una de las paredes. Con una punzada de dolor, se resbalaba hacia abajo, hasta que la reina volvía a atraparlo y lo llevaba en la dirección contraria.

Estaba por intentar soltarse cuando se percató de que lo guiaba, exactamente, hacia la plataforma.

¿Qué planeaba?

¿Qué era?

¿Qué quería?

Cuando se fijó en ella, vio su propio reflejo en los ojos de un gris imposible, brillante, igual que un metal. Y lo supo incluso antes de que lo arrojase contra el suelo de la plataforma, quitándole el aliento por el golpe.

Se apoyó en las palmas y levantó la cabeza, buscando. Harry lo miraba con ojos enormes y los labios entreabiertos, y , estaba seguro. Nadie más pondría esa cara de idiota, ni causaría que quisiera besarlo por el mismo motivo.

La reina pasaba por encima de ellos y descendía detrás de Harry. Después cambiaba de forma.

Un falso Draco le sonrió, saludando con un gesto que él nunca haría, y por el que frunció el ceño.

Llamó a Harry, en vano.

No tenía voz. El efecto seguía ahí.

—Harry, Harry, ven —estrechó los ojos cuando su otro 'yo' se colgó del cuello de Potter y lo hizo darse la vuelta. Él hacía una pregunta, en voz baja, y volvía a ver en su dirección.

¿Qué planeaba?

—¿Me puedes hacer un favor? —el Draco falso le dedicaba una mirada lastimera y se sacaba una varita de la túnica, que hacía girar entre los dedos. Era obvio que la reina no sabía del incidente con la suya.

Harry vacilaba. Hacía ademán de girarse para ver hacia él, el otro Draco le sujetaba la mejilla para evitarlo.

Si pudiese gritar.

O realizar un conjuro.

La desesperación comenzaba a invadirlo. No lo dejaba pensar.

Se sujetó la cabeza cuando otra punzada amenazó con romperle el cráneo.

Lullaby. Lullaby. ¿Qué decía Lunática de los Lullaby?

Compulsión. La reina. Las emociones.

¡El anillo!

Levantó la mirada y se puso de pie, tambaleante. ¿Tenía…?

Harry tenía un anillo que no era el usual.

No.

No, por favor. Por favor.

Por favor.

Era demasiado. El dolor de cabeza lo iba a matar, no podía hacer magia, no sabía a dónde se había metido su padrino y por qué tardaba, le costaba respirar ese horrible aire de almizcle.

Harry iba a perder sus emociones.

Se lo iba a llevar.

Se lo iba a llevar frente a él.

Y no había nada que pudiese hacer.

No supo cuándo empezó a llorar, porque no podía oírse a sí mismo, hasta que notó que Harry se tensaba y se daba la vuelta deprisa, observándolo con ojos enormes. La reina fruncía el ceño, le sujetaba el brazo, tiraba, lo llamaba. Él no le prestaba atención.

Draco quería que un agujero se lo tragase, porque era ridículo que la última imagen que el idiota de Potter iba a tener de él, fuese esa. Ridículo y vergonzoso.

La reina regresaba a su forma anterior. No escuchaba lo que decía. No le importaba.

Fénix se elevaba por detrás de ella, a pocos metros de la plataforma, y agitaba las alas. Sus graznidos tampoco emitían sonido alguno.

—Harry, tienes que-

—Pero Draco está llorando —se quejaba él, sacudiéndose de su agarre cuando intentaba sostenerlo de nuevo.

—¡Ese no es tu Draco!

—¿No? —Harry parpadeaba.

—¡Ni siquiera puede hablar! Es una ilusión, Harry bonito, los demás Lullaby pensaron que te haría feliz y-

Él dejó de oír a partir de ese punto.

Fénix se acercaba, Harry no dejaba que la reina lo arrastrase, dándole miradas extrañas por encima del hombro.

Si pudiese reconocerlo…

Se llevó las manos a los bolsillos y palpó. Al deslizar la mano hacia afuera, extrajo un único objeto pequeño.

Levantó el fragmento de piedra de la luna por encima de su cabeza, dejándola emitir un débil resplandor sobre la plataforma y mancharle la palma, allí donde la Marca se dibujaba. Harry la observaba boquiabierto.

—¡Ese es Draco! ¡Me trajiste a Draco! —entonces se echaba a reír, esquivando el intento de la reina por sujetarlo, para correr hacia él.

Merlín. Que Harry no se fuese a molestar por lo que estaba a punto de hacer, que no se fuese a molestar, que no se fuese a-

Cuando lo tuvo lo suficientemente cerca, lo agarró de la túnica, metió la piedra dentro de un bolsillo de Harry, y se aferró al cuello de la prenda. Lo iba a odiar. Sabía que lo iba a odiar.

Utilizó toda su fuerza para empujarlo fuera de la plataforma. Harry ahogó un jadeo cuando lo liberó y lo dejó caer. Su expresión horrorizada le advertía que ya era consciente de lo que pasaba.

En el momento en que la reina se movió hacia él y cerró las manos en su cuello, levantándolo del suelo, alcanzó a ver, por el rabillo del ojo, a Fénix agitar las alas y cambiar de dirección. Ella daba órdenes, en voz demasiado alta, con ese idioma que desconocía.

Los ojos grises que le devolvían su reflejo ardían con una promesa desagradable. Pero Draco no podía temerle, porque comenzaba a perder el hilo de sus pensamientos, y la magia descontrolada volvía a salir.

Y si tenía ganas de maldecir a alguien, bien podía ser a ella.

0—

Cada quien podía contribuir, en parte, a contar lo que ocurrió para el final de aquella larga, larga noche.

En el castillo, la mitad de la población estudiantil se desplomaba cuando el efecto de los Lullaby alcanzaba el máximo poder tras la coronación. Los demás, adormecidos como Luna Lovegood, trastabillaban hacia alguna pared para utilizarla como punto de apoyo, y perdían el sentido de percepción cuando una fuerza invisible absorbía un algo que estaba resguardado en su pecho y que debió permanecer ahí.

En el Bosque Prohibido, dos profesores buscaban una Colmena.

En Hogsmeade, una nota enviada horas atrás tenía a cierto Dumbledore ocupándose de sacar a cuantos magos pudiesen, antes de que el efecto Lullaby se extendiese hasta causar daños irreparables.

Hermione perdía el equilibrio cuando Dárdano la dejaba en el bosque, bajo la Colmena, y la localizaba medio segundo antes que los maestros. Veía a Ioannidis y Snape alzar una barrera en torno a ella, para abrir una entrada apta para magos, y al viejo director cuando aparecía por debajo de las llamas de Fawkes, que se acercaba poco después.

Pansy, dentro de la Colmena, se percataba del instante exacto en que Harry era arrojado de la plataforma y Fénix iba tras él, utilizaba un miniun para aligerar su peso y saltar hacia donde el pájaro y el chico buscaban un punto de aterrizaje. Tenía a un aturdido Harry envuelto en los brazos antes de que tocase el suelo y una parte de la Colmena se rompiese para abrirle paso a los profesores.

Los Lullaby confundidos por los hechizos no tenían tiempo de reaccionar a tres encantamientos sucesivos de fuego, que los arrinconaban en su propia Colmena para quedar atrapados bajo una barrera invisible del director. Por un lado, Hermione corría para alcanzar a Pansy y ayudarla a arrastrar a un Harry que no dejaba de mirar alrededor y se negaba a moverse.

Sobre la plataforma, la reina de los Lullaby enloquecía mientras su piel pasaba del rosa al rojo, al azul, a las motas púrpuras, y se mezclaba en un desastre colorido que no habría tenido sentido para nadie más. Antes de que una ola involuntaria de magia la empujase lejos, estrellaba al adolescente que sostenía del cuello contra el suelo, la parte de atrás de su cabeza golpeaba la superficie dura, y luego aquel caos emocional se detenía cuando su dueño lo hacía.

Cuando las chicas sacaban a Harry de la Colmena, los profesores retenían a los Lullaby bajo los mismos encantamientos aturdidores usados en los dragones. Fawkes enviaba el mensaje al Ministerio, desapareciéndose entre llamaradas con un sonido chirriante que no pertenecía a su canto usual.

Fue Dárdano el que se posó junto a un inconsciente Draco y graznó para llamar a los maestros. Snape era quien se daba cuenta de que tenía el cabello manchado con sangre y lo levantaba con un encantamiento.

Pero en medio de la salida de la Colmena, era Pansy quien se detenía, miraba hacia adentro, y se preguntaba a dónde se había metido la reina.

 

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