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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo sesenta y cinco: De cuando hay anillos nuevos (y Harry hace preguntas medio dormido)

Para Harry, el verano de 1997, formaría parte de los mejores recuerdos de su vida. Tiempo después, lo consideraría un preludio extraño, no predeterminado, del resto de sus vidas, pero eso sigue siendo otra historia.

Draco, como él no sabría hasta varias semanas más tarde, se levantaba antes de que el sol hubiese salido, para reunirse con Regulus. Conversaban en la biblioteca o el comedor, revisaban documentos, el mago lo hacía memorizar nombres, fechas, y a decir verdad, no había nada que pudiese interesarle en esas sesiones.

En cuanto daban por concluida la actividad, Draco se escabullía a su cuarto, se recostaba junto a él, para dejar que se despertase a su ritmo, despacio, al percibir la repentina presencia que estaba de regreso. Después de la segunda noche, Regulus se había resignado a la idea de que mantener dos cuartos en uso era inútil, y en la cena, en lugar de haberles dicho "vayan a sus cuartos", les soltó un "sólo váyanse a su cuarto", seguido de un bufido de risa. Aun así, Harry no conseguía enterarse de cuándo su novio dejaba la cama, sólo del momento en que volvía a estar ahí.

Desayunaban en cualquier punto de la casa, desde una mesa en el patio, hasta sentados en los bordes del estanque de hipocampos, en la cueva subterránea. Draco le hablaba por un rato de lo que ambos consideraban 'disparates sangrepura', se quejaba de alguna lección, y terminaban por deambular por los cuartos abandonados hace años de Nyx, metiéndose en lugares y situaciones inusuales por la curiosidad.

Cuando Harry quedó atrapado en un entrepiso mágico, lleno de juguetes infantiles, con los bordes de madera cubiertos de arañazos, Regulus se dio cuenta de lo que hacían, mientras él estaba metido en el despacho. Se paró frente a ambos y se cruzó de brazos, a la espera de una explicación que ninguno le supo dar. Harry estaba cubierto de tierra, hollín y polvo. Draco se había cortado un poco los dedos cuando intentó deslizarse dentro para ayudarlo a salir, porque no querían activar protecciones mágicas por error.

Desde entonces, se les ocurrió la brillante idea de enviar primero a Lía, y que ella les contase si había algo raro dentro.

Almorzaban en un comedor de tres puestos, instalado sólo para la ocasión, con Regulus, que estaba encantado de hablarle de un Sirius joven, torpe, y algunas de sus impresiones de los Merodeadores durante la época escolar, que distaban de lo que él solía oír de sus padres, y hacían reír a Draco.

así que madre gritaba preguntando quién le había cortado el cabello al estúpido kneazle, y Sirius le decía que él no fue, que fui yo, pero tenía la cabeza llena de su pelo, casi como si fuese una peluca…

cuando todavía estaba en esa etapa de yo-no-tengo-sentimientos-por-ti y sólo-somos-amigos, salió con varias chicas, nada importante. La cosa es que un día, Lupin estuvo con una en Hogsmeade, y no era más que un malentendido, se suponía que ella iba a salir con James, pero él lo mandó a decirle que no podía ir, y mi hermano los vio. Uff. Creo que las Tres Escobas todavía tiene la abertura que le hizo a una pared cuando perdió el control de su magia. Luego Lupin se enojó por varios días y el tonto de Sirius le pidió disculpas en el Gran Comedor, parado en la mesa de Gryffindor y frente a todos, mientras yo fingía no conocer a ese loco gritón…

por supuesto, era divertido ver a Evans rechazar a tu padre. Pero lo que siempre recuerdo y me hace reír, fue aquella vez que James y Sirius molestaban a Sev, y ella los vio, y de repente, los dos mejores chicos de Gryffindor colgaban de cabeza junto al Lago Negro y Evans les decía lo idiotas que eran por meterse con alguien sólo porque era un Slytherin, alguien que además conocían porque era mi amigo. Bueno, en ese momento, no éramos exactamente amigos, pero eso ellos no lo sabían…

Las tardes eran las más curiosas, al menos desde su punto de vista.

Regulus los llevó a conocer a las sirenas del acantilado, para lo que bajaron con una cuerda mágica y saltando, ahogándose por la risa cada pocos segundos cuando Draco contenía un grito al descender otro metro. Les mostró un sendero que iba desde la cueva subterránea a la estrecha orilla de arena junto al mar, para cuando quisieran bajar a nadar (después de aplicar un encantamiento al agua, que era jodidamente fría incluso en esa época), alzó un observatorio que Nyx tenía sellado y a la espera de órdenes del heredero actual, para que viesen una lluvia de estrellas mágicas que sólo cubría aquella zona, una vez cada seis meses, e incluso fue a una especie de 'excursión' con ellos, por el bosquecillo que rodeaba la casa y en el que pasaron dos horas perdidos, bajo la premisa de ser capaces de orientarse sin un hechizo ni el Apuntador; sino hubiese sido por Lep, que olfateó y los guio por el camino de vuelta, quién sabe a dónde habrían ido a parar.

Se le ocurrió que eran más similares de lo que, posiblemente, se diesen cuenta. Regulus se arremangaba la camisa cuando iba a agacharse a recoger plantas en la linde del bosquecillo o le salpicaba gotas del mar a su primo, podía pasarse horas junto a una ventana con un libro, comía con parsimonia, todo modales perfectos, movimientos ensayados, postura correcta. Lo sorprendía la facilidad con que abrazaba a Draco, le revolvía el cabello, o intentaba fastidiarlo con apodos, que sólo cuando le eran regresados, lo hacían soltar una risita feliz y divertida.

También tenía esa mirada de vez en cuando, una mirada triste que daba la impresión de que se encontraba un poco desorientado y muy cansado. Harry lo encontró con la cabeza apoyada contra el cristal de una ventana, observando el patio, en silencio, más de una tarde. Entonces se alejaba despacio, porque tenía la impresión de que nadie debía interrumpir momentos como aquel, no cuando la persona en cuestión se veía así. En otras ocasiones, además, notaba eso, lo que hacía que las sonrisas de Pansy fuesen pequeñas y débiles cuando era más joven, lo que antes detenía a Draco en público, ese retraimiento no por completo intencional, que hacía parecer que hubiese un algomás allá de cualquiera de ellos, que los obligaba a recordar cómo era que debían comportarse.

Sin embargo, una de las tardes que pasaron en la playa, mientras estaba empapado por las salpicaduras de su novio, sentado sobre una manta, en la arena, veía a Draco gritarle al mago y huir de él, porque intentaba atraparlo para hundirlo en el agua; ambos se reían a carcajadas. Harry pensó que no parecía ser un hombre tan triste como podría haberse convertido viviendo solo ahí.

Otros días, no había nada que hacer para gastar el tiempo. Draco tenía un libro de pociones avanzadas a un lado y contestaba a un test pre-EXTASIS que su padrino le ordenó llevar a cabo para perfeccionar sus respuestas desde antes del comienzo del año (demasiado exagerado, si alguien le preguntaba). Harry apoyaba la cabeza en su regazo, se ponía a jugar con las orejas de Lep, o a arrojar y atrapar una vieja snitch que encontró entre objetos abandonados de generaciones pasadas de Black. O funcionaba al revés, él estaba tendido en un sofá, escuchando la radio mágica en que trabajaba su madre, con Draco acostado encima, abrazándolo y profundamente dormido, de ese modo relajado e imperturbable en que aparentaba ser incapaz de descansar por su cuenta.

Fue en uno de esos días en que se lo dijo, cuando contenía la risa por una broma de Lily en la radio acerca de los unicornios y las ilusiones brillantes. Draco era un peso cálido que tenía sobre él, la respiración acompasada y regular contra su cuello, cuando se percató de que Regulus, quien estuvo en el borde de la ventana con su observación silenciosa usual, los había encontrado. Una media sonrisa tironeaba de las comisuras de sus labios.

Por reflejo, Harry había envuelto al chico entre sus brazos, sujetando su cabeza aún más cerca, si es que era posible. Entonces no tenía idea de que ellos llevasen a cabo sus asuntos de sangrepura y de herencias por las mañanas, así que tenía el ligero temor de que el mayor lo considerase un estorbo que no dejaba a Draco cumplir sus deberes, y terminase por reprender a su novio por haberlo llevado.

Claro que no pudo haber estado más lejos de la verdad.

—¿Qué? —musitó, aferrándose más a él, como si se lo fuese a arrebatar. Regulus debió notarlo, porque meneó la cabeza, soltando un bufido de risa.

—Nada, Harry —la suavidad con que le hablaba, cuidadoso, medido, le hacía pensar en Narcissa Malfoy, aunque no sabía por qué la comparación. Ya que no dejó de mirarlo, inquisitivo, el mago se encogió de hombros—. Pensaba…que es bueno que Draco sea tan afortunado. Gracias por hacerlo así —fue lo único que mencionó, luego de un momento. No tuvo que batallar por encontrar alguna respuesta apropiada, porque realizó un gesto con el libro entre sus manos, a manera de despedida, y se perdió por alguno de los corredores contiguos en los que todavía no podía ubicarse del todo.

En una tarde diferente, alrededor de las dos semanas de haber llegado, Harry estaba boca abajo en la cama que compartían, apoyado en un codo, escribiendo una carta a sus padres, en que prometía volver antes de terminar agosto, a pesar de las bromas de James sobre que no lo verían de nuevo y se iría a Hogwarts sin despedirse, cuando Draco entró con cautela, cerró la puerta, y se sentó en la orilla del colchón. Aguardó a que lo observase para mostrarle una fotografía antigua que sujetaba entre el pulgar y el índice.

La imagen tenía los bordes deshechos por la falta de cuidado, era ligeramente borrosa, como si la persona que la tomó se hubiese movido al mismo tiempo que los que eran enfocados. Mostraba la cueva subterránea de Nyx, un joven Regulus estaba sentado en el borde del estanque, vestido con ropa sencilla, empapado aquí y allá, y con las piernas dentro del agua; en el espacio entre estas, se hallaba un adolescente que debía superarlo apenas en edad, de pie en el estanque, sus manos agitando la superficie líquida. El heredero Black tenía los dedos enredados en la parte de atrás del cabello del otro, hasta que el flash debía sonar, momento en que se apartaba de golpe, y levantaba la mirada, sorprendido. El segundo chico observaba al fotógrafo con evidente hastío.

Cuando detalló la foto, Draco le dio la vuelta. La inscripción detrás era apenas legible, en una letra pomposa que los años arruinaron al desteñir la tinta.

"RB/SS. 1978"

Ese mismo día, Draco fue a llevarle la fotografía descubierta a su primo. Harry los vio, desde una ventana, dar una vuelta a la casa, hablando en voz baja.

Pero si tuviese que elegir, las noches, en general, fueron sus favoritas. Draco decía encender a Nyx para él; sin embargo, observaba con ojos atentos los puntos luminosos, saludaba al dragón que lo seguía como si este pudiese devolverle la palabra. En medio de aquella construcción de luz y maravilla, Harry cada día se convencía más de que era el lugar al que pertenecía.

Draco se libraba de sus cargas, de un modo que pocas veces haría, cuando Nyx brillaba. Se permitía reírse sin reparos, arrastrar a Harry de un lado a otro, como si aún fuesen niños que curioseaban y se metían en problemas por estar fuera de la cama después del toque de queda. Lo hizo bailar en la sala, en medio de la alfombra de flores luminosas, lo besó hasta que era necesario tomar aire, en la cueva subterránea, luego de que Harry casi hubiese chillado porque uno de los hipocampos, más acostumbrado a su presencia para ese momento, se dejó acariciar la cabeza.

Le leía alguna historia en voz baja, o se las inventaba, ambos sentados en la cama. Se ponían junto a la ventana y lo oía hablar de constelaciones, jugaban Quidditch en el patio, enfrentándose a la brisa nocturna con amuletos de calor, o simplemente se ponían a conversar en la entrada de Nyx, en ese único escalón antes del umbral de la puerta, en susurros, como si fuesen a molestar a Regulus de no hacerlo. O en algunos casos, y no podía explicarse de qué manera sucedía, terminaban rodando por la cama entre risas y besos, después se quedaban quietos, había otro beso, otro, uno más largo; el último pensamiento coherente que formulaban era que alguno debía lanzar un encantamiento de cerradura a la puerta, antes de continuar.

Cuando quedaba menos de una semana para que las vacaciones hubiesen terminado, sus baúles estaban listos, Draco apagaba Nyx, se despedían de Regulus, que les entregó el traslador y avisó que no iría con ellos para regresarlos a casa. Al sujetar la mano de su novio, Harry sólo fue capaz de pensar que había tenido unas grandiosas vacaciones.

0—

El primero de septiembre, tan puntuales como era costumbre bajo la supervisión de Lily, Harry rascaba detrás de las orejas de padfoot y se dejaba abrazar por sus padres, prometiendo lo mismo que cada año: sí, iba a comer bien, no sólo tarta de melaza, sí, iba a cepillarse los dientes y hacer su tarea, no, no iba a dejar toda su ropa sucia a los elfos para el último minuto, sí, iba a escribir al menos una carta a la semana y mantenerlos al alto de la temporada de Quidditch que se daba dentro del castillo.

Los únicos Weasley que todavía asistían al colegio, Ron y Ginny, se abalanzaron sobre él tan pronto como lo localizaron, palpándolo, echándole el cabello hacia atrás, quitándole los lentes, y en sus propias palabras, comprobando que no se hubiese hecho un rígido sangrepura por haber pasado tanto tiempo con ellos. Aparentemente, tenían la impresión de que la mitad de su verano había transcurrido entre libros y sermones, así que ambos lo miraron como si hubiese enloquecido cuando les contó lo increíble que era Regulus. Incluso padfoot soltó un ladrido escandaloso al oírlo, que supuso que era su risa en la forma animaga.

Pansy llegó poco después, tirando del brazo de una Luna mucho más cohibida de lo usual, que mantuvo los ojos en el piso al saludarlos y no pronunció palabra alguna, hasta que Ginny les dijo que iba a ir con su grupo de amigos y se despidió de los tres a modo general. Puede que hubiese pensado en preguntar al respecto, pero su amiga hizo que se olvidase del tema cuando apuntó, con una sonrisa, hacia un extremo del andén, donde una familia conversaba con un muchacho; desentonaba por completo la manera en que el matrimonio muggle, animado y cortés, mantenían el interés de un joven con una gruesa túnica que se asemejaba a la de un sangrepura. Hermione estaba en el medio, alternando la mirada entre uno y el otro, con una sonrisa nerviosa.

—¿Le está…? —Ron había empalidecido. Pansy emitió un sonido afirmativo, sin despegar los ojos de la escena que presenciaban.

—¿Qué tiene? —inquirió Harry, arrugando el entrecejo—. Anthony saludó a sus padres, no tiene nada de malo.

Todos sabían que, desde que la chica y el Ravenclaw fueron juntos a Hogsmeade, se encontraron un par de veces a solas. Por lo que Draco le mostró de sus cartas, Hermione lo había visto también durante el verano, e incluso lo visitó un día.

—¿Que no tiene nada de malo? —balbuceó Ron, incrédulo.

—Es un principio básico de cortejo —puntualizó Pansy, con solemnidad—; los Goldstein tienen un poco de sangre mestiza, pero en general, siguen las tradiciones, y Anthony ha admitido que lo crió un sangrepura. Se guía por el protocolo. Cuando un sangrepura está interesado en una relación con alguien que no tiene su estatus de sangre, le corresponde tratar a sus padres y hacer la primera invitación a una reunión en su casa.

Harry rodó los ojos.

—Simplemente han salido un par de veces y se conocieron.

—¿Tú crees?

Se encogió de hombros y los observó durante unos segundos más. Anthony acababa de tomar una de las manos de la chica, para darle un beso a su dorso. Hermione enrojecía de forma leve y le contestaba a algo que no podían oír. Lucía feliz, por lo que se dijo que no importaba si tenían planes de ir en serio o no.

Para su sorpresa, Draco llegó tarde a la estación por primera vez. Ya estaban instalándose en el compartimiento cuando irrumpió dentro, con una expresión de cautelosa sorpresa, que cambió en el instante en que elevó las cejas y apuntó a Goldstein, sentado junto a una sonriente Hermione, y frente a un Ron rojo de la frustración, cruzado de brazos.

—Si invitan a alguien más, necesitaremos empezar a unir dos compartimientos —indicó, en lugar de saludar, asintiendo hacia los chicos y tomando una de las manos de Harry al pasarle por un lado, haciéndolo sonreír—. No saben lo que vi esta mañana, la razón de que llegara a esta hora, los va a…

Sin embargo, no pudo comenzar a contárselos de inmediato, porque su conejo mágico saltó al regazo de Pansy y se acurrucó allí; como resultado, Draco se fijó en sus manos unidas y emitió un sonido ahogado. En un parpadeo, lo había soltado, no le importaba lo que iba a decirles, sino que estaba frente a su mejor amiga, con la boca abierta de manera muy poco digna para un Malfoy.

—Dime que no lo hiciste. Dime que no es en serio. Merlín bendito —exhaló, echándose el cabello hacia atrás con una mano—. Pansy Parkinson, ¿perdiste la cabeza?

Ella, ruborizándose, se cubría el rostro para contener la risa. Como las conversaciones cesaron en el compartimiento, todos los demás los veían, así que se percataron del instante exacto en que Draco sujetó la muñeca de su amiga y comenzó a detallar el anillo que llevaba, verde jade y blanco, con una "L" rústica.

—Ya está —decidió él, de pronto, soltándola y alzando los brazos al aire, en señal de rendición—, mi nueva mejor amiga es Lunática.

—Draco-

—Ella sí me cuenta las cosas —con toda la dignidad que pudo mantener, volvió junto a Harry. Se sentó con los brazos cruzados y los ojos, furiosos, fijos en la chica, que suspiró.

—¿Qué pasa? —le susurró, buscando su mano. Dejó que la sujetase y entrelazase sus dedos, pero no pudo suavizar su expresión.

—Pansy va a salir con Longbottom —masculló entre dientes—. Y no salir de salir, sino salir en serio. Con intercambio de anillos y todo, viene siendo lo mismo que comprometerse.

Las reacciones fueron de lo más variadas. Ron se ahogó con la golosina que se acababa de llevar a la boca, Luna disimuló una risita, Hermione repitió el sonido mudo del chico momentos atrás; junto a ella, Goldstein se inclinó sobre su hombro para hacerle una pregunta.

—¡No es eso, Draco!

—Bueno, iniciaron el proceso, que es igual. Un compromiso decente debería tardar unos dos años, suponiendo que los Legados se ajusten y las familias no pongan quejas, pero…

—¡Draco!

Jamás había visto a Pansy tan roja. Él sólo resopló.

—Es algo muy nuevo y quería dar la noticia en persona —murmuró Pansy, aclarándose la garganta y removiéndose sobre el asiento—. Yo…

—¿Qué dijo Jacint?

Ella formó una línea recta con los labios ante la pregunta mordaz de su mejor amigo. Bajó la mirada sólo una milésima de segundo.

—Aún no-

—¿No sabe? —Draco estaba escandalizado, haciendo un esfuerzo por contenerse debido a la presencia del Ravenclaw. Se veía como si quisiera zarandearla hasta que le explicase qué había ocurrido—. Lo va a matar. Me va a cruciar por dejar que se te acercara, y luego lo va a matar.

—No es para tanto —espetó ella, frunciendo el ceño y enderezándose—. Su abuela tuvo la idea, le pareció apropiado dada nuestra…interacción. Neville es muy dulce, está interesado en ayudarme con eso, y es la únicapersona que lo haría. A madre y a mí nos agradó la propuesta, y dije que sí, no tengo por qué esperar tu aprobación, como tú no esperaste ni siquiera la de la tía Narcissa.

—Es diferente-

—¿Por qué es diferente a sus circunstancias?

—Nuestras circunstancias- ¡nosotros ni siquiera estamos comprometidos!

Pansy arrugó el entrecejo. Draco se quejó por lo bajo, apretándose el puente de la nariz.

—No puedo hacer esto así. No estoy acostumbrado a ti, no puedo hablar libremente de esta forma —dio una ojeada al Ravenclaw, que mostró una expresión de disculpa. Después se levantó, agarró el brazo de Pansy, y la arrastró fuera del compartimiento. La puerta y las cortinas del cristal se cerraron detrás de ambos.

El silencio se extendió por un momento dentro, hasta que Anthony carraspeó y se reacomodó en su asiento.

—Bueno —comentó, lento, vacilante—, es maravilloso que haya encontrado a alguien que la ayude con eso.

—¿Qué es eso? —inquirió Harry, desorientado; el otro chico le dio una mirada breve, analizadora.

—Los Parkinson son la familia más reconocida en cuanto a plantas mágicas e ingredientes orgánicos de pociones —explicó despacio, amable, como si tratase con un niño—. Es por buenas razones. El heredero no puede hacer nada más que cuidar del Vivero por el que son famosos. Pero si Pansy consiguió a alguien que esté dispuesto a tener el Legado por ella, cuidará del Vivero, mantendrá la herencia familiar, y podrá hacer lo que quiera. No estará atada. Por lo general, nadie se entregaría de ese modo a un Legado ajeno, ni por mucho que quiera a la persona; cientos de relaciones con sangrepuras se han destruido por cosas así.

Pansy podría tener libertad de hacer lo que quisiese.

Oh, Merlín.

—Suena como que hizo algo muy lindo por ella —opinó Luna, en voz baja, como si no esperase que en verdad la escuchasen, pero lo hicieron. Harry, que le daba vueltas a la idea, no podía estar más de acuerdo.

—¿Así que uno podría…tomar el Legado familiar por alguien más? —cuestionó tras unos segundos.

—No —sus dos amigos sangrepura replicaron a la vez. Fue Ron quien siguió, rascándose la parte de atrás del cuello:—. No todos lo permiten, algunos dejan que los tome la pareja formal del heredero, una vez que lo reconocen y…todo eso.

—¿Alguien podría tomar el Legado de Draco?

—Los Legados de familias oscuras son los más difíciles de tomar —indicó Anthony, casi en señal de disculpa; por un instante, desvió la mirada hacia su mano. El anillo de los Malfoy seguía ahí—, aunque tú ya deberías saberlo —añadió luego, titubeante. Lo observó con una expresión pensativa, para después susurrar algo a Hermione, que negó y le contestó en voz baja. No supo qué decían, porque fue el momento en que la puerta volvió a abrirse.

Pansy entró con aire altivo, directo hacia su asiento, se acomodó con los tobillos cruzados y las manos unidas sobre el regazo, el anillo más claro que el suyo se hacía notar con facilidad cuando sabías que estaba ahí. Draco, detrás de ella, lucía un poco aturdido.

—¿Todo bien? —musitó, en cuanto volvió a sentarse a su lado. El compartimiento continuaba sumergido en el silencio. Sus amigos intercambiaron miradas, luego Draco se fijó en él.

—Tengo…que darle las gracias a Longbottom —contestó, en un tono tan bajo, suave, que parpadeó y se preguntó si no sería una ilusión. Su novio, al notarlo, bufó y lo repitió.

—¿Por qué? —miró a Pansy, después de vuelta a él. El silencio se extendió otros segundos, hasta que Hermione decidió ponerse de pie, sujetar al Ravenclaw del brazo y sacarlo de ahí, para ir por golosinas. Luego regresó sobre sus pasos, y se llevó a Ron a rastras; en el camino, llamó a Luna para que los siguiese. La chica se despidió con un gesto y murmuró sobre los dulces que iba a comprar, al salir.

Nada más cerrarse la puerta del compartimiento, fue como si algo se hubiese desinflado en su novio, que recargó la cabeza en su hombro. Harry, sin pensar, volvió a tomar su mano y jugueteó con sus dedos. Por alguna razón, aquello le sacó una sonrisa a la chica en el asiento contrario.

—Cuando éramos niños, mi hermano me preguntó si quería tomar el Legado —murmuró Pansy, repasando los bordes del anillo familiar que llevaba con los dedos, tras un momento—, creyó que sería más seguro para mí, por la forma que tenía mi magia, y él no lo quería, de todos modos. Entonces Draco- —una pausa, una profunda inhalación que se convirtió en una nerviosa risa—. Draco dijo que lo tomaría por mí. Eso fue hace mucho tiempo —aclaró, sólo para él, gesticulando con ambas manos—, cuando todavía pensábamos que nos íbamos a casar al crecer. Luego Regulus decidió que él sería el heredero formal de los Black y- y uso su Legado- cuando usas tu Legado así, ya no se lo puedes entregar a nadie, entonces-

Ella calló. Como su mejor amigo no agregó nada, esbozó una débil sonrisa y balanceó los pies, lo suficiente para atinarle un toque con la punta del zapato, sin fuerza, en el pantalón.

—Draco se sentía muy culpable por no poder ayudarme —indicó, inclinándose hacia adelante, todavía sonriente—, porque es un lindo y sentimental Huffie en el fondo.

—Váyanse a la mierda —masculló el aludido, enterrando más su rostro en el hombro de Harry, que se echó a reír al comprender, al fin, que aquello no era molestia.

Draco estaba contento, aliviado, y era lo bastante idiota como para no saber cómo se lidia con ambas emociones a la vez.

—No te burles de mí —protestó, enderezándose en el asiento. Tenía las orejas rojas. Harry no lo pensó cuando se inclinó hacia él y atrapó uno de sus lóbulos entre los dientes, riéndose; su novio se quejó y formó pucheros—. Merlín —Draco volvió a exhalar, girando el rostro cuando hizo ademán de besarlo—, de verdad tengo que llevarme bien con él ahora, ¿cierto?

—No te voy a obligar a nada —prometió ella, con suavidad, pero tenía una mirada suplicante. El chico soltó un dramático suspiro al dejar caer los hombros.

—Supongo que…maldita sea, alguien que dé su magia por ti, incluso si le gustan las plantas, es…

—Tienes que apreciar mucho a alguien para dar tu magia por esa persona, ¿eh? —Harry lo codeó, con una sonrisa. Él rodó los ojos.

—Sí, bien, entendí el punto —bufó, cruzándose de brazos—. Igual no puedo creer que no me dijeras.

—Es muy reciente y no quería que estallarás por carta, sin que pudiese explicarte —susurró ella, ligeramente culpable—. Yo no puedo creer que ustedes dos no estén comprometidos —añadió luego, dirigiéndole una hosca mirada a Harry, que boqueó.

—Yo- yo-

Pero ambos se echaron a reír antes de que hubiese hilado al menos una respuesta coherente, salvándolo de dar cualquier explicación que sólo podía avergonzarlo más.

Cuando los chicos volvieron, ahora sin Anthony, que dijo que se quedaría en un compartimiento con sus amigos y vería a su novia en el banquete, Pansy les contó de la reacción de Neville, medio asustadizo, medio impresionado, cuando entró al Vivero en el verano, y cómo le dijo que a él no le importaría ofrecerse para ese Legado. La visita a casa de su abuela fue para que Amelia puliese detalles, mientras los chicos esperaban en la sala, Pansy jugando con el kneazle de la señora Longbottom, Neville acompañándola y haciéndole preguntas sobre las plantas.

—¿…así que es como una relación arreglada, con ciertos fines? —preguntó Hermione, que lucía aún más cautivada por todo el tema sangrepura. Pansy se rio por lo bajo y negó, jugueteando con sus dedos.

—No, él- quiero decir, Neville…él es un buen chico —musitó, cohibida—. Estuvo de acuerdo en ayudarme desde que se enteró, pero me dijo que podía negarme en cualquier momento, que- uhm, que no haríamos nada que no quisiera y podíamos retrasar todo ese asunto el tiempo que fuese. Es…el intercambio de anillos es casi como un modo de poner esa promesa entre los dos. Además, es dulce, tierno, y me trata muy bien.

—Y más le vale que lo siga haciendo —agregó Draco, ganándose una mirada de reprimenda de su amiga.

—Él en verdad me gusta —aquello hizo que el chico se rindiese.

—Bien, asumiré que significa nada de molestarlo fuera de las clases de Pociones.

—O no molestarlo, en general.

—¿Cómo puedes no molestarlo por las clases de Pociones? —replicó él, con genuina incredulidad, lo que causó que Pansy rodase los ojos con una pequeña sonrisa—. Oh, vamos, Pans, lo has visto. Tiembla cuando Sev se le acerca.

—En su defensa —intervino Hermione, divertida—, más de la mitad de Hogwarts todavía tiembla cuando él se acerca.

—Snape da más miedo que Dumbledore —Ron asintió en señal de acuerdo.

—El profesor Snape tiene muy lindos sentimientos —todos, incluso Draco, observaron a Luna con ojos enormes y cejas arqueadas. Ella rio—, en el fondo, quiero decir…bien guardados.

—Será muy en el fondo.

Demasiado en el fondo —Draco secundó a Ron, algo de lo que no parecieron ser conscientes, porque de pronto, los cinco se reían y Luna se encogía de hombros.

Mientras el tren avanzaba y escuchaba las pláticas de sus amigos, una de sus manos continuaba entrelazada a una de las de Draco; no pudo evitar desviar la mirada hacia allí más de una vez.

Recordaría haber intentado imaginarse cómo le quedaría el anillo de los Potter a Draco, sólo para llegar a una conclusión: bonito.

0—

—¿…qué era lo que ibas a decirnos en el tren? —Harry despegó la mirada de su plato con diferentes porciones de los platillos del banquete de bienvenida, en cuanto escuchó la pregunta de la chica. Estaba sentado en uno de los extremos de la mesa de Slytherin, Draco a su lado, Pansy frente a ambos, con Daphne, que tendría que salir de ahí con ellos cuando fuesen a darles la 'segunda bienvenida' a los futuros participantes de los Juegos—. Por lo que llegaste tarde —le recordó, con suavidad. El chico emitió un breve "oh", barrió un lado de la mesa con una mano, para mantener lejos de las salchichas a su conejo mágico, que estaba inquieto desde que llegaron, y pareció considerarlo un momento.

—Anoche me quedé aquí —comenzó, interrumpido por un leve sobresalto de Daphne.

—¿Aquí como…aquí-aquí? —abarcó el castillo completo con un gesto, el tenedor entre sus dedos. Draco se encogió de hombros.

—Estaba pidiéndole un favor a Severus y él llegó antes este año, cuando todos los demás seguíamos en vacaciones, así que sí. Me quedé a pasar la noche aquí, en las mazmorras.

—Eso explicaría por qué no traías equipaje —reconoció Pansy, arrugando el entrecejo—, ¿para qué fuiste hasta el andén y al tren?

—Esperar todo el día a que llegasen sonaba aburrido —él arrugó la nariz. Por debajo de la mesa, Harry lo sintió entrelazar sus dedos por unos instantes, y sonrió, sin notarlo. Cuando Draco lo vio de reojo, su amiga soltó un débil bufido de risa.

—Oh, bien, sí, ya entendí el punto. Hogwarts es genial pero no tenía un Harry aquí y el expreso sí.

—Y por supuesto que no podías dejar que alguien pusiera sus ojos en el pobre Harry durante el viaje en el tren —completó Daphne, con un tono tan serio, que la única que se echó a reír fue Pansy—, o podrías haberte quedado sin prometido.

Draco rodó los ojos.

—No estamos comprometidos —repitió, despacio y en voz baja. Incluso Daphne lució aturdida cuando pestañeó y pasó la mirada de uno al otro. Por suerte, cuando abrió la boca para hablar, Pansy se le adelantó.

—¿Entonces? ¿Te tomó mucho tiempo el camino de vuelta?

—No, no, le pedí a Lía que me Apareciera allí. Ya me había despedido de madre el día anterior —sacudió una mano para restarle importancia—. Lo que me tomó tiempo fue irme.

Los otros tres Slytherin se observaron con diferentes grados de confusión.

—¿Acaso al profesor Snape le dio un arrebato de afecto y buen padrino y…?

—¿Cuándo Severus tiene algún arrebato de lo que sea?

—Tiene de rabia e indignación cuando Longbottom hace estallar una poción —ofreció Daphne, ajena a la razón por la que Pansy meneaba la cabeza y suspiraba. Draco tenía que contener la risa.

—Cuando salí, se me ocurrió, como ahijado dulce y considerado que soy —elevó el mentón y jugó con las puntas de su cabello, haciendo a las chicas rodar los ojos y a Harry reírse—, pasar a avisarle que iría al andén y estaría de vuelta para el banquete, para que no se preocupara…

—Como si se fuese a dar cuenta, metido en el laboratorio.

—…y entonces los vi —continuó, haciendo caso omiso de las palabras de su novio, con un gesto teatral, acompañado de ese tono solemne con que narraba las historias.

—¿Qué viste? —inquirió Daphne, tras un momento de silencio dramático e intencional. Él se aclaró la garganta.

—Cuando entré al laboratorio, encontré a mi padrino revisando un pergamino, y a mi primo Regulus sentado en uno de los banquillos —pronunció despacio, medido, como si les diese la oportunidad de reaccionar. Pansy ahogó un grito contra la palma de su mano y Daphne la siguió poco después. Harry sólo arrugó el entrecejo, desorientado.

—¿Y eso qué?

Los tres lo miraron como si le hubiese brotado otra cabeza.

—Todo el mundo sabe que el profesor Snape estuvo a punto de casarse con él —puntualizó Daphne, con un suspiro igual de teatral que los gestos del muchacho, a la vez que se inclinaba un poco por encima de la mesa—. ¿Creen que ellos…?

—¿Se veía como si se estuviesen reconciliando? —agregó Pansy, también acercándose más. Draco se encogió de hombros, decepcionándolas de forma clara.

—La verdad es que no oí nada, se callaron apenas crucé la puerta. No se veía como una discusión, al menos.

—Sería tan increíble que incluso Snape tuviese a alguien —la mayor de las Greengrass resopló—, le endulzaría el carácter. Y Regulus Black al fin podría optar por el puesto de profesor de Defensa contra las Artes Oscuras.

Harry parpadeó.

—¿Regulus quiere ser profesor?

—Iba a entrar a Hogwarts cuando estaban comprometidos, pero luego su relación…terminó, y en su lugar, contrataron a Ioannidis por petición del mismo Regulus —explicó Pansy, en voz baja y confidente. Él volvió a parpadear.

—¿Cómo saben todo eso?

—Cualquier sangrepura que se respete sabe del escándalo que armaron esos dos cuando salían —fue Draco quien le contestó, casi con incredulidad—, y que terminaron de repente, sin que nadie supiese por qué o lo que ocurrió.

—Eran algo así como una de las parejas representativas de Slytherin —Daphne gesticuló de forma exagerada, con una leve sonrisa—, junto a los padres de Draco y los de Pansy. Todo el mundo sabía de ellos.

—...oh —soltó lo único que se le ocurrió, causando bufidos de risa en ambas chicas.

—¿Y qué pasó después? —quiso saber Pansy, todavía inclinada en su dirección.

—Regulus me saludó y fingió normalidad, como si visitase a mi padrino todas las semanas y en vacaciones. Severus me dijo que si quería ir al expreso para acompañarlos, tenía que irme de una vez.

—Te echó, básicamente.

—Me echó —Draco asintió en señal de acuerdo. Ella lució pensativa unos instantes.

—Había oído un rumor sobre que Regulus nunca lleva su anillo familiar, ya que lo mencionas…

—Yo también lo escuché —concedió Daphne, entusiasmada.

—Es verdad —el chico formó una línea recta con los labios por un segundo—, no se lo he visto.

—¿Creen que…?

Pansy dejó las palabras en el aire y los tres intercambiaron miradas conspiratorias. Harry decidió terminar su cena y dejar que continuasen con sus divagaciones y teorías, de las que entendía poco o nada.

Una vez que el banquete de bienvenida, que siempre se prolongaba más que el resto de las comidas por la Selección y el hecho de que volvían a encontrarse con amigos con los que no coincidieron por el verano, llegó a su fin, los cuatro se pusieron de pie y se dividieron en dos grupos: Harry, por un lado, con Daphne, de camino a las mazmorras, para instalarse en los muebles de la Sala Común y esperar, Pansy y Draco con los de primer año, cumpliendo su obligación de Prefectos al guiarlos y cuidar de ellos.

Ese año, también había ocho estudiantes en segundo, pequeños como él no creía que hubiesen sido a su edad, con marcadas tendencias a mantenerse aislados de los niños de otras Casas, aunque eso último no suponía ninguna novedad entre los Sly. Daphne y él, desde los sillones junto a la chimenea, los vieron entrar a la sala, separarse en grupos y dirigirse a sus respectivos dormitorios, exhaustos por el viaje y sin tener idea de lo que les esperaba.

Cada vez que uno pasaba frente a ellos, Daphne trazaba una floritura de varita. Harry se aseguraba de que nadie les estuviese prestando más atención de la estrictamente necesaria. Se distraían conversando sobre quiénes podrían ser buenos candidatos para Guardianes el próximo año, cuando ellos se hubiesen graduado.

El estar en séptimo, los convertía en Guardianes Guías. Creaban sus propios retos, organizaban, programaban los Juegos, tenían voto respecto a quiénes serían sus sucesores, con preferencias obvias por aquellos que llevaban la piedra de Valiosos en los anillos y ya estaban dentro del Salón de la Fama. Por lo general, un solo Guardián Guía se quedaba junto al conjunto de sexto y quinto que serían su relevo, pero ninguno quiso retirarse ese año, por lo que se harían cargo y luego dejarían instrucciones por escrito a los siguientes, para que pudiesen contactarlos, y el primer reto planeado, igual que hicieron con ellos.

—Insonoriza los cuartos —le pidió la chica, con suavidad. Harry dio otro vistazo alrededor, sólo por precaución, y asintió. Un momento después, caminaba hacia los dormitorios con tranquilidad.

Cuando regresó del recorrido 'casual' por los pasillos que llevaban a los diferentes dormitorios de todos los años, la Sala Común ya había sido vaciada. Draco estaba sentado en uno de los sillones, reprendiendo a Lep por lo que fuese que había hecho a último momento, Pansy asentía a una explicación de Daphne.

—¿Comenzamos? —tres asentimientos le contestaron a Pansy, que guio el primer movimiento de varita. Ellos la siguieron.

Alrededor de un minuto más tarde, unos pasos apresurados sonaban por los corredores contiguos a la Sala Común, grupos de niños de doce años aparecían por las escaleras, en pijama, con el cabello húmedo, lentes torcidos, pálidos. Sus brazos, en distintos puntos, mostraban una falsa picadura de serpiente, dos puntos rojizos en una alineación perfecta, que no dolían, pero picaban, y la forma en que se arañaban con las uñas lo demostraban.

Pansy avanzó para tranquilizarlos antes de que pidiesen ayuda. Daphne y Draco retiraron los encantamientos que les daban la impresión de haber sido mordidos, dejando a los niños aturdidos.

Harry, que era el que abriría la puerta esa noche, tomó una de las antorchas, sopló sobre ella para que el fuego se pusiese verde, y se paró junto a la pared que daba hacia el pasadizo, mientras oía a su amiga explicarles el por qué de toda aquella situación.

"Los míos van a ganar" gesticuló Draco hacia él, con los labios y sin emitir sonido alguno. Rodó los ojos.

"No lo creo" replicó, negando con una sonrisa. Su novio estrechó los ojos. Oh, ¿era normal que tuviese tantas ganas de besarlo cuando lo desafiaba así?

0—

—¿…por qué es tan importante?

Ocupaban la cama de Harry, el dosel medio cerrado, la esfera brillante de Draco sobre la almohada era la única iluminación con que contaban. Debía rondar la medianoche. Luego de dar las indicaciones a los niños, tomaron a sus respectivos grupos y los hicieron volver hacia los cuartos, ya calmados.

Draco había quedado como mentor de unos gemelos con un marcado acento. No estaba seguro de qué idioma era su lengua natal, pero sí le pareció escuchar que él les hablaba en esta, porque la contestación fue más fluida que el resto de palabras que les escuchó pronunciar en ese rato.

A él, por suerte, le tocó una niña tímida que le recordaba a la Pansy con que ingresó al colegio, y un pequeño entusiasta del Quidditch, que no dejó de dar vueltas alrededor suyo, maravillado porque estuviese hablando con el Capitán del equipo de Slytherin.

Para entonces, después de haber conversado sobre las posibilidades de sus equipos y algunas ideas extrañas para las próximas pruebas que más adelante compartirían con las chicas, comenzaron a divagar entre temas absurdos que les arrancaban algunas risas cada poco tiempo. Draco estaba sentado, la espalda contra el cabezal de la cama, las rodillas flexionadas. Hacía anotaciones en un pergamino, lo que era la verdadera razón de que la esfera estuviese ahí, en donde dormía Lep, y que el enfurruñado conejo estuviese hecho un ovillo a cierta distancia; con su mano libre, mantenía los dedos entrelazados a los de Harry, que recostado boca abajo y con la cabeza ladeada, le daba algunos besos a sus nudillos de vez en cuando. Lo hacía sonreír cuando lo llevaba a cabo, y aquello sólo le daba más ganas de repetirlo.

En un momento de cómodo silencio, cuando los párpados comenzaban a pesarle y amenazar con dejarlo caer dormido en ese instante (cosa que quería evitar, porque le prometió que lo esperaría para dormir, y parecía una tarea imposible de realizar), Harry decidió hacerle la pregunta que rondaba su cabeza desde el viaje en el tren, ya fuese para deshacerse de la curiosidad, o sólo porque escuchar su voz le resultaba relajante y lo mantendría atento, a diferencia del sutil rasgueo de la pluma, que tenía el efecto contrario.

—¿De qué hablas, Harry? —el aludido le dio otro beso a sus dedos. No sabía por qué lo hacía, en verdad no tenía ningún motivo preciso; sentía una incomprensible necesidad de mantener el contacto entre ambos y aquel gesto, sencillo, fugaz, le resultaba incluso más acogedor que al mismo Draco.

Su voz sonaba a que sabía a lo que se refería, pero quería que se lo pusiese en palabras textuales porque, bueno, era Draco. Su novio no siempre actuaba bajo premisas que él pudiese comprender; estaba bien que fuese de ese modo.

—Todo el asunto este con los anillos, el Legado, casarse. La pureza de sangre —simplificó, ganándose una breve mirada de reojo—. ¿A ti en realidad te importa, o estás repitiendo lo que sabes que debes decir?

El rasgueo de la pluma sobre el papel se detuvo. Lo escuchó exhalar.

—Probablemente he repetido muchísimas cosas que sé que debía decir en mi vida, y lo seguiré haciendo —reconoció, con suavidad, como si no fuese nada de lo que avergonzarse. Harry tampoco creía que lo fuese—. Y sé que ser sangrepura no es exactamente como me lo pintaron de niño, pero sigue siendo una…parte importante sobre mí, creo. Es como el Quidditch —añadió, ante la mirada cada vez más confundida del chico, rozándole la cara con la pluma y haciéndole cosquillas.

Él se movió sobre el colchón, acercándose más.

—Tú eliges jugar Quidditch porque te gusta, no le veo el parecido.

—Tienes que entrenar para jugar Quidditch. Practicas, practicas, practicas, te caes, te subes a la escoba. Juegas bajo la lluvia y bajo el sol —Draco se encogió de hombros—. No cualquiera juega bien Quidditch.

—Eso lo sé —rodó los ojos, divertido—, soy el Capitán del equipo, ¿recuerdas? Varios Sly estuvieron a punto de caerse de la escoba el año pasado en las pruebas.

—Bien, digamos que como se caen de las escobas, se podrían caer de esto.

Harry arrugó el entrecejo y se tomó un momento para considerarlo. Negó, colocándose boca arriba, la mano del chico atrapada entre las suyas. Tenía la piel un poco fría, suave en el dorso, pero los dedos y la palma estaban endurecidos por el constante roce con la escoba al jugar.

—Creo que no lo capto.

Draco dejó el pergamino a un lado de la almohada, igual que la pluma, y se aproximó, dejándole recargar la cabeza en sus piernas. Tuvo que soltarlo cuando apartó el brazo; a cambio, recibió unas caricias en el cabello, que lo relajaron a un nivel que debería ser imposible.

Era como flotar en una burbuja de calidez y paz. Le encantaba. Nada malo podía suceder si estaba así de cerca de él.

—Aquí, ¿ves esto? —parpadeó para enfocar, a través de los lentes, cuando Draco colocó las manos abiertas sobre su cabeza y le enseñó las palmas. Asintió—. Los callos son consecuencia del Quidditch, también lo sabes. ¿Alguna vez pensaste en dejar de jugarlo, sólo por eso?

La respuesta fue automática, ni siquiera la pensó.

—No.

—¿Ni siquiera cuando empezó a dolerte, cuando te estabas acostumbrando, cuando prácticamente te rompía la piel el roce con la madera?

Harry negó.

—¿Y si…yo te pidiera que no juegues más?

—Eso- tú no harías eso —boqueó, de pronto, demasiado despierto. Cuando su novio se inclinó para darle un beso casto, se sintió descolocado por completo.

Nunca lo haría —puntualizó él, despacio—, porque sé que te encanta jugarlo, es importante para ti. Veías a tu padre, a tu padrino, jugarlo cuando eras niño, fue una de las primeras cosas que jugaste con la Comadreja, fue lo que buscaste, por reflejo, cuando llegaste a Hogwarts. Nadie te dijo que tenías que jugar Quidditch también, ¿cierto? No en serio, al menos. Pero tú entraste al equipo y, como todos los demás, soportas esos largos entrenamientos por los minutos maravillosos en que estás sobre la escoba y el aire te golpea, y el instante en que atrapas la snitch; ambas cosas hacen que valga la pena cuando tengas que volver a entrenar.

Apenas alcanzó a emitir un leve "oh", parpadeó, asintió, distraído, y permaneció unos instantes en silencio, observando desde abajo a su novio.

—¿Te gusta ser sangrepura? —se le ocurrió preguntar luego, lo que le sacó un bufido de risa a Draco.

—¿Qué más podría ser?

—Los mestizos y nacidos de muggles tienen menos responsabilidades con su familia.

—No me importan las responsabilidades, Harry —sacudió la cabeza, por lo que frunció el ceño. De acuerdo, tal vez todavía no lo captaba del todo, pero estaba más cerca de lograrlo—. Naces sangrepura, te educan de este modo, te enseñan el camino. No existe nada más. No puedo…imaginarme siendo de otra forma, porque nos hacen creer que esto es- esto es especial, es importante. Nuestra familia tiene sus deberes, nuestros amigos tienen sus deberes. Padre decía que ciertas cargas sobre los hombros son un honor.

—¿Y tú lo sientes así también?

Por un largo rato, notó que él no hacía más que apretar los labios y darle vueltas al asunto. Los dedos delgados, fríos, volvían a enredarse y juguetear con su cabello.

—Creo que este un tema muy complicado para hablarlo con alguien medio dormido —declaró de pronto, con una risa ahogada. Harry gimoteó.

—No estoy tan dormido.

—Apenas puedes mantener los ojos abiertos, Harry.

—Claro que no, te estoy viendo. Sé que estás aquí, estamos hablando, sí te estoy escuchando —quejumbroso, extendió los brazos hacia arriba para sujetarle el rostro. Draco se recargó contra las palmas de sus manos—. Contéstame al menos.

—Estás muy, muy dormido.

—Esa no es respuesta.

Draco estaba ligeramente inclinado sobre él, una sonrisa débil tironeaba de las comisuras de sus labios. Quería besarlo. Por aquella época, parecía que siempre quería hacerlo, pero estaba lejos, y como decía, estaba cansado, así que lloriqueó por un beso, que su novio le dio con un falso gesto de resignación.

—Draco —añadió poco después, girándose para quedar de costado, la cabeza todavía en sus piernas. Cerró los ojos, satisfecho de haber obtenido su beso.

—¿Hm?

Podía oírlo tomar el pergamino y la pluma de nuevo, acomodándose, de manera que no tuviese que moverlo y pudiese continuar con lo que fuese que hacía. Tenía la impresión de que era una carta, pero puede que se hubiese equivocado.

—¿Eres feliz con toda esa cosa molesta de sangrepuras?

—Supongo que sí.

No sonaba a que fuese una mentira. Tampoco era la respuesta más convincente del mundo. Qué sabía él, en serio tenía sueño.

—¿Piensas que es muy, muy importante?

—Lo es para mí, al menos. Las tradiciones se están perdiendo, pero ese no será el caso de los Malfoy, si puedo evitarlo.

Ahogó una risa inexplicable. No le sorprendía.

—¿Y es por esas tradiciones que reaccionan como hoy cuando se enteran de que no estamos comprometidos?

Aquella se demoró unos segundos más de lo justo. Lo atribuyó al sonido del rasgueo de la pluma, recién retomado.

—Sí, es por eso.

—¿Te gustaría que lo- estuviésemos? —cuando se interrumpió, fue por un bostezo. Draco volvió a acariciarle la cabeza.

—Tienes sueño, no sabes lo que dices. Ya hablamos de esto, Harry; sin presiones, sin prisas, tranquilo.

Se quejó por lo bajo, de nuevo. No abrió los ojos. Le gustaba la burbuja que Draco podía formar alrededor de ambos en esas circunstancias.

—Si te importa, debe importarme a mí también.

—Sólo duérmete —Draco sonaba feliz. Él también se sentía así.


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