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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo sesenta y siete: De cuando hay dos chicos en una nube, una constelación que falta, y Regulus es un idiota

Tal vez Harry no fuese la persona más observadora y atenta que existía, pero incluso él podía notar una que otra cosa en su novio. En especial si era de su novio.

Y ese, sin duda, formaba parte de los detalles que se jactaba de decir que conocía mejor que nadie.

Cuando Draco se encontraba tan tenso contra el respaldar de una silla, sus manos fuera de vista por debajo del nivel de la mesa, mantenía una expresión de rígida indiferencia, y los dedos le picaban por tomar la varita; estaba considerando, de mil formas diferentes, cómo es que había llegado a esa situación. Harry, que suponía que era una situación difícil para él, deslizó una mano más cerca, para buscar una de las suyas, y las unió. El otro le dio un apretón suave y se permitió relajarse por un período de algunos segundos.

Progresaba, hasta el momento en que Longbottom decidió abrir la boca, de nuevo.

—Pe- pero Pans- Pansy podría- —se corrigió a sí mismo, cuando el chico estrechó los ojos en su dirección al oír el modo en que la llamaba. El pobre Neville era un manojo de nervios, tembloroso, encogido en la silla, ruborizado hasta las orejas, evitando la mirada de todos, incluso de la bruja, mientras Pansy ya no sabía qué hacer, porque cuando intentó sujetarle el brazo en señal de apoyo, este saltó y se apartó con un grito, como si pensase que Draco tenía en mente cruciarlo por esos milisegundos de contacto. Por la manera en que lo veía, puede que incluso a Harry se le hubiese pasado dicha idea por la cabeza— ella podría- u-usar un encantamiento para- para rastreo en- en- en- en la tierra ba-bajo el castillo.

La chica emitió un sonido ahogado, cubriéndose la boca con una de las manos. Miró a uno, luego al otro; sin importarle cómo pudiese reaccionar su amigo de la infancia, tomó una de las muñecas del Gryffindor y se inclinó hacia un lado, sonriéndole.

—Esa es una idea maravillosa, Neville. Gracias —expresó, en tono suave. Él la observó con absoluta fascinación, aún más sonrojado, olvidándose de la presencia de los otros dos cuando esbozó una sonrisita.

Harry sintió que Draco se relajaba más contra su agarre. Cuando una cabeza rubia se apoyó en su hombro por unos instantes, los otros dos conversaban sobre las ideas y métodos a utilizar. Sólo él fue capaz de oír su murmullo.

—No es tan malo, ¿cierto?

—Sólo tú creías que lo era —recordó él, girando el rostro para hablar contra su cabello y darle un beso en la frente. Draco se movió más cerca, con un vago quejido.

—Es Longbottom —espetó, como si no necesitase más razones para pensar lo peor; sin embargo, ante ellos, Neville escuchaba cada palabra de la bruja, con una expresión que haría que cualquiera pensase que nunca había oído nada tan increíble en su vida y que no pondría en duda ni una sílaba de lo que Pansy dijese—. Pero realmente se gustan, ¿no?

Zanjando el tema con aquella oración, volvió a enderezarse. A pesar de que todavía mencionó algunos de los 'incidentes' del muchacho durante las clases de Encantamientos y Pociones, y lo poco que confiaría en instrucciones de alguien con ese historial, sus ojos no eran tan fríos ni duros, desentonando con la máscara de indiferente desprecio que pretendía dar.

En un momento en que Pansy estaba distraída hablándole al Gryffindor, y Neville se resguardaba en ella para no seguir siendo el objetivo del escrutinio de Draco, Harry arrastró su silla más cerca, se reacomodó, besó la mejilla de su novio una, dos, tres veces, desviándose hacia la línea de la mandíbula. Draco le sujetó la barbilla, se giró para darle un rápido beso, luego continuó con su actuación de falso enojo, como si nada hubiese ocurrido. Él, en cambio, sonreía al jugar con sus dedos por debajo de la mesa, en el espacio entre ambos.

—Lo importante es que ella sea feliz, ¿cierto? —observó, cabeceando en el sentido opuesto a donde estaban sentados. Pansy se reía con ganas, dejando el protocolo sangrepura y la costumbre de disimular de lado, de algo que había balbuceado Neville al cometer un error en lo que le decía. El chico continuaba rojo, pero sonreía a medias al saber que era el motivo de su risa. Pensó que era probable que él también fuese consciente de lo estricta que era consigo misma.

Cualquiera que pudiese sacar a Pansy de ese mundo frívolo en que se basaba su encierro autoimpuesto, se merecía una oportunidad, en su opinión.

—Sí, eso es lo importante —admitió Draco, en voz baja, entre dientes, pero Harry también lo tomó como otro progreso y le besó el hombro, orgulloso de que no hubiese intentado maldecir a nadie en la reunión de la biblioteca durante más de veinte minutos completos. Bueno, de a pequeños pasos se avanzaba, ¿no?

Esperaron a que Neville se fuese, bajo la excusa de que se había ofrecido a ayudar a Sprout a trasplantar unas mandrágoras que serían utilizadas por los estudiantes de la clase de la primera hora del lunes y necesitaban del fin de semana completo para acostumbrarse a los nuevos materos, si no querían accidentes con los chicos. Al despedirse, titubeó, tragó en seco, y le dio un fugaz beso en la mejilla a Pansy, apartándose de inmediato. Ella sonrió y le dijo adiós con un gesto.

—Podías haberte ahorrado la cara de te-voy-a-maldecir-apenas-respires-cerca-de-mí —indicó la joven bruja, tan pronto como se quedaron solos en la mesa, aislada del resto de los sectores de estudio de la biblioteca. Se giró hacia ellos, cruzándose brazos.

—Es Longbottom —repitió Draco, gesticulando con su mano libre para que leyese entre líneas. Ella elevó una ceja—. Tengo que hacerme a la idea y acostumbrarme, ¿bien? No sabía que pensabas darle tu anillo tan…tan rápido. Todavía estoy aturdido.

—Bueno, él me dio el suyo.

—El intercambio de anillos es algo muy serio, lo sabes —insistió él—. Longbottom te lo dio como referente del compromiso pautado por ambas familias y porque su abuela debió ordenárselo, y está bien, porque señala la relación a futuro. Pero cuando tú se lo das- cuando ambas personas han dado su anillo- Pans, eso- sabes de lo que hablo.

Era tan extraño ver a Draco boquear, sin palabras, que no pudo evitar alternar la mirada de uno al otro, sólo para descubrir que su amiga suavizaba su expresión.

—Sé lo que es y sé lo que significa —ella se encogió de hombros, dejando caer los brazos—. Y quiero hacerlo, de verdad. Neville es- ya lo viste. Es realmente tierno, entiende los ideales sangrepura, tiene una buena crianza, me ayudará, no me- no me limita, y no me exige. Es dulce, paciente. Comprensivo. Es un chico listo y tiene grandiosas ideas, aunque casi nadie lo escuche.

Aquello pareció hacerlo ceder. Vio a su novio mascullar por lo bajo, arrugar el entrecejo, después soltar un bufido.

—Te hace reír.

—Es muy divertido a veces —Pansy sonrió de lado—, se equivoca y se pone nervioso por todo, y es…es lindo. Ser así le ha enseñado a tratar a todos como quisiera que lo traten a él; es la persona más considerada que he conocido, Draco.

El chico le respondió con un quejido bajo.

—Tu vida, tu Legado, no el mío —hizo una pausa, en la que formó una línea recta con los labios—. ¿Y ya le dijiste a Jacint? —se le ocurrió volver a cuestionar, por lo que su amiga esbozó una sonrisa tímida y unió las manos. Debió reconocer, a diferencia de él, que no era una buena señal, porque enseguida musitó:—. Ni se te ocurra, Pansy.

—Pensaba que tú podrías-

—No.

—Él te escucha y te aprecia mucho, y si tú le explicaras-

—Yo no tengo ganas de estar del lado incorrecto de la varita cuando quiera maldecir a alguien —negó repetidas veces, para mayor énfasis—. Hazlo tú. Tus decisiones, tus consecuencias, Pans. Si no puedes, entonces dile a Longbottom que vaya y se presente, como el valiente león que se supone que es, y se aguante la maldición que le va a caer cuando Jacint crea que alguien tocó a su hermanita.

Pansy se mordió el labio inferior durante unos segundos, luego terminó por soltar una pesada exhalación.

—Oh, bien. Algún día tendría que enfrentarlo, de todos modos.

—¿Tan malo es? —inquirió Harry, ganándose un par de miradas idénticas que le contestaron que , que podía ser peor de lo que él se imaginaba.

—Jacint es tremendamente sobreprotector —Draco se encogió de hombros, después pareció recordar algo, porque se le dibujó una sonrisa ladeada, de la que le advertía de problemas—, y todavía no le he dicho…

—Parece que no soy la única que va a tener problemas estos días —Pansy lució complacida con ese comentario, elevando la barbilla. Él rodó los ojos.

—Al menos, a Harry sí lo conoce bien.

—Sólo necesitará pasar algo de tiempo con Neville para descubrir lo dulce que es.

—O cómo hechizarlo sin que te des cuenta hasta que te deje —Draco se rio, sin amedrentarse cuando ella estrechó los ojos.

—Espero que no —Pansy tomó asiento frente a ambos, examinando la cubierta del libro de magia ancestral que tenían en la mesa, cortesía de la señora Longbottom, vía paquetería a su nieto. Golpeó la tapa con el índice, dos veces—. La idea de Neville es bastante buena. Debería intentarlo antes de darle mi anillo, para no incluirlo demasiado en esto.

—Pensé que ya le habías contado…—Harry calló cuando la vio sacudir la cabeza.

—Le dije que le preguntara a su abuela si conocía una forma de hallar objetos antiguos y mágicos, sólo eso.

—Si pudiésemos conseguir los últimos fragmentos de piedra de la luna que estarán en Hogwarts —Draco sujetó el libro, le dio la vuelta para abrirlo y echar un vistazo, pasando las páginas sin leer más que el encabezado y algunas palabras del texto general—, tal vez Ioannidis y Dárdano no tendrían que seguir esperando, y tampoco dejar el puesto.

—Realmente no sabemos si ella piensa seguir dando clases cuando la tenga —recordó su amiga, pensativa—, nos había dicho que vino por eso, no que piense quedarse.

—Lo hace muy bien —comentó Harry, en un susurro—, ¿a quién más podrían contratar? —su novio se mostró de acuerdo con un vago sonido afirmativo.

—Dumbledore tiene unos pésimos gustos. No me imagino qué sería de Hogwarts si tuviese que seleccionar nuevos profesores cada poco tiempo…

Mientras divagaban sobre el destino del profesor de Defensa contra las Artes Oscuras y las posibilidades de rastreo mágico, utilizando la tierra para medir ondas de poder entre las personas y los lugares del terreno, en lugar de buscar uno a uno o pretender dar con el fragmento por sí mismo, se hizo la hora de la cena, y con esta, tuvieron que recoger sus pertenencias para abandonar la biblioteca, de camino al Gran Comedor.

Esa noche, harían la Primera Prueba del nuevo curso de segundo, por lo que Daphne los esperaba cuando llegaron, y se sentó cerca de ellos, hablándoles en voz baja sobre una idea de último minuto. Dejaron el comedor juntos, listos para comenzar apenas pusiesen un pie en la Sala Común y apartasen al resto de los Sly.

0—

Regresarían de la prueba alrededor de las once de la noche. Harry, cansado por audiciones extra para el equipo de Slytherin, una mañana de clases exhaustivas, una práctica larga en la tarde, y correr detrás de unos niños, siendo perseguidos por Peeves, tiró del dosel de su cama con un poco más de fuerza de la necesaria y se arrojó sobre el colchón sin miramientos, haciendo saltar a Lep, que dormía instalado en su almohada, como si se tratase de la cama de su dueño legítimo.

Sólo un par de días atrás, en un momento que estaba tendido justo así, boca abajo, con la cara enterrada entre las mantas e invadido por la pereza, y Draco estaba sentado a horcajadas sobre su espalda, le había dado algunos besos en la parte posterior del cuello y lo alto de la espalda, bromeando sobre que, al fin y al cabo, el conejo sería de los dos si se casaban, así que no debía tener problema alguno con el tiempo que pasaba en su lado del cuarto. Él lo había encontrado divertido entonces, por el tono en que se lo dijo, pero al repasar un segmento de la conversación entre su novio y Pansy, supuso que tal vez tenía que comenzar a considerarlo mejor.

Los asuntos de sangrepuras eran tan raros. Aunque Draco no le hubiese insistido al respecto en realidad, y sabía que ni Narcissa le hablaría del tema, ni sus propios padres dirían algo, lo hacía pensar.

Los compromisos sonaban demasiado serios. Tal vez era tiempo de escribir otra carta a Sirius. Su padrino sabría qué soltarle para que viese las cosas desde otra perspectiva.

—Harry. Harry —cuando el borde del colchón se hundió bajo otro peso, él, por instinto, se dio la vuelta para quedar boca arriba. Observó a Draco subirse a la cama, apoyándose en sus rodillas y manos—, no te vayas a dormir así.

Él protestó en voz baja, alzando los brazos para pasárselos en torno al cuello. Su novio sonrió a medias al descubrir sus intenciones, pero no se dejó acercar más de lo que ya lo estaban.

—Tienes que bañarte, ponerte pijama- Harry- ¿me estás escuchando? —por supuesto que lo escuchaba; simplemente encontraba más interesante jalarlo para casi tumbarlo encima de su cuerpo y enterrar la cabeza en el hueco de su hombro, donde se percibía todavía la colonia que se ponía cada mañana y que, por razones misteriosas, perduraba el resto del día, sin importar lo que hubiese hecho.

—Te amo —musitó. Las palabras, fuesen por la sorpresa o por el significado, causaron que Draco le permitiese tirar de él, por lo que terminó recostado encima de Harry, quien sonrió al haber logrado su cometido—. Te amo —repitió, deslizando las manos hacia su rostro, para acunarle las mejillas y reclamar un beso. No hubo más resistencia a partir de ese punto.

Al separarse, quiso otro beso, luego otro, y otro, y otro. Draco se rio por lo bajo contra sus labios, respondiendo algunos de sus "te amo" con su variante en francés, lo que lo hacía sonreír más. Cuando la necesidad de oxígeno los sobrepasó, riéndose sin aliento, Harry lo abrazó y lo mantuvo pegado a él, sus dedos jugueteando con los rubios y suaves mechones.

—Si estuvieses aquí mañana, podríamos ir a una cita en Hogsmeade, como hacen los demás —se lamentó en un murmullo, presionando los labios contra su sien. Draco hizo ademán de alzar la cabeza, pero él lo estrechó más y no lo dejó.

—¿Acaso hay algo interesante que hacer en Hogsmeade? —replicó, divertido, al quedar atrapado por él.

—Bueno, no lo sé —admitió, todavía en voz baja, como si temiese que su compañero de cuarto fuese a oírlos, lo que era más que improbable. Nott debía estar detrás del dosel y varios silencios desde hace un buen rato—. Hermione y Anthony pasan por la librería y van a comer, después nos alcanzan en las Tres Escobas, y Pansy fue el fin de semana al salón de té con Neville…

—¿Hablas de ese sitio donde todo es rosa, corazones, cupidos, y galletitas?

Harry ahogó una carcajada por la manera en que lo masculló, entre dientes, con horror.

—Sí, ese mismo.

—Iugh.

—A Neville le gustó, por lo que oí…

—Iugh —repitió.

—…pero Pansy lo odió —continuó, estallando en risas entonces, al recordar la expresión aturdida de su amiga cuando llegó a las Tres Escobas, y les confesó que "estuvo bien" porque platicó con él, pero que ni bajo un Imperio volvía a pisar ese lugar donde todo era '"rosa, corazones, cupidos, tacitas y galletas". Una definición bastante similar a la de Draco, al parecer.

—Nuestra Pans tiene mejores gustos que…eso.

Él rodó los ojos. Por la posición, Draco no alcanzó a darse cuenta de que lo hacía.

—¿Podrías hacer algo mejor? —cuestionó, con genuino interés. El último intento de cita que tuvieron terminó en Peeves molestándolos; antes de eso, Snape insistió en llamar a su ahijado al laboratorio y tuvieron que cancelar. Con las recientes salidas bajo permiso los fines de semana, el Quidditch, y el colegio, en general, ni siquiera pensaron en otra oportunidad.

—Por supuesto que haría algo mejor —Draco respondió con exagerada indignación, alzándose por fin, lo suficiente para recargar el peso de su cuerpo a los costados de él, y observarlo desde esa corta distancia, medio tendido en su pecho y torso.

—¿A dónde me llevarías? —Harry sonreía al hacerle la pregunta. Como no lo había considerado con tanta seriedad, no se hizo ilusiones en ninguna ocasión.

En ese momento, fue diferente. No pudo explicarse por qué la idea de caminar de la mano o pasar un rato a solas, fuera de lo usual, le emocionaba tanto.

Él se tomó un momento para pensarlo, con su mejor expresión concentrada y un largo "hm" de por medio. Cuando sonrió, Harry tuvo que retener el impulso de besarlo.

Draco señaló hacia arriba con un gesto. Él frunció el ceño, levantó la mirada, y cuando estaba por hacerle una pregunta, fue sorprendido con un beso, que le arrancó una carcajada.

—¿Qué clase de truco fue ese? —fingió protestar, volviendo a pasarle los brazos alrededor del cuello, para jalarlo hacia él.

—No hubo truco —Draco aún sonreía, igual que si acabase de cometer una travesura de la que disfrutó—. Te llevaría arriba.

Harry lo pensó por unos instantes.

—¿Al castillo? —negó— ¿alguna de las torres? —otra negativa y fruncía el ceño—. Dime a dónde, anda.

—A las nubes.

Parpadeó.

¿Qué?

Se le escapó una risa incrédula.

—¿Cómo es eso?

—Te- llevaría- al- cielo- que- te- mereces —argumentó, en una secuencia de beso-palabra-beso, que le daba en la comisura de los labios. Harry sólo podía pensar en lo mucho que le hubiese gustado poner ese instante en un Pensadero, o mejor aún, revivirlo por el resto de sus días.

—¿Estuviste escuchando teorías muggles sobre el cielo y religiones de Hermione, otra vez?

—Son muy interesantes —se excusó él, ligeramente a la defensiva. Harry se echó a reír, atrayéndolo para otro beso, y sin pensar que cuando su testarudo novio tomaba una decisión, no había quien lo frenase, cosa que recordaría el día siguiente por la tarde.

0—

—…Merlín, no me voy a arrepentir de esto, ¿cierto?

—Tú sólo confía en mí.

—Confío en ti —aclaró Harry, bajo la mirada inquisitiva del otro chico. Draco elevó las cejas, sacudió las manos en que sostenía la venda negra, y aguardó a que eligiese—, pero confiaría más si me dijeses lo que tienes en mente —probó suerte, sacándole una sonrisa. No se sorprendió al verlo negar.

—¿Cuántas veces te he arrastrado sin que tengas idea de lo que pasa? Tómalo igual esta vez. Lo mejor es la sorpresa —susurró, posicionándose detrás de él. La tela se deslizó sobre su piel y oscureció su campo de visión, a medida que la amarraba, hasta que le resultó imposible ver lo que fuese—. Puedes decir que no ahora, Harry, tranquilo. No es como si te fuese a secuestrar.

La emoción cálida que lo invadía en ese instante jamás le hubiese permitido pronunciarlo, o siquiera pensarlo. Cuando Draco le sujetó los brazos, para hacerle saber que continuaba ahí, se echó hacia atrás y se recargó en su pecho. Poco a poco, se deshizo de la tensión acumulada en los músculos.

—¿No se supone que deberías estar ayudando a Regulus en Nyx?

La respuesta fue un murmullo, una exhalación, un roce de aliento cálido junto a su oído que lo hizo estremecer.

—Hice un trato con él, sólo tengo que ir mañana. Hoy es un día 'reservado' para mi…uhm, rayon de soleil.

—¿Qué significa eso?

—Una tontería, Harry.

Podía imaginarse su sonrisa ladeada; no tenía que verlo para reconocer los gestos que haría. Sostuvo sus manos cuando lo sintió moverse para pararse frente a él. La percepción del mundo era extraña de ese modo, confusa. Apenas estaban en el dormitorio de las mazmorras.

—No te voy a dejar caer, ni tropezarte —prometió, en voz baja. Harry le creía—. No tengas miedo. Estoy aquí. Lo he planeado para ti, pero puedes negarte y detenerme en cualquier momento, si te preocupa a donde te llevo, ¿bien?

Harry se limitó a asentir, con lo que esperaba que fuese una sonrisa alentadora. Cuando su novio dio un paso lejos y tiró de sus manos, fue detrás de él.

Draco lo guio despacio, con calma. Era media tarde, la Sala Común no estaba vacía, así que supuso que les colocó algún encantamiento desilusionador, porque nadie hizo comentario alguno sobre cómo era llevado con una venda en los ojos y nulo sentido de la percepción, con respecto a dónde estaban o hacia dónde iban.

No lo soltó ni por un segundo, lo que le daba una profunda sensación de tranquilidad, a pesar de no ser capaz de distinguir nada a través de la oscura tela que le cubría los ojos. Cuando subían las escaleras, entre murmullos y risas, cambió el agarre a sus brazos y luego a su cadera. A Harry se le ocurrió que, conociéndolo, la experiencia de andar por ahí tan desorientado, era probablemente parte de su plan, por lo que se lo comentó cuando se movían por algún sitio plano y alargado, recto, desde donde sentía una ligera brisa.

—Todo esto es intencional, ¿cierto?

—Todo lo que hago suele serlo, Harry —confirmó él, lo que lo hubiese hecho rodar los ojos, si no tuviese la venda puesta.

Al toparse con otro tramo de escaleras, Harry ahogó un jadeo y comenzó a carcajearse, porque a Draco le pareció una mejor idea sostenerlo de la cadera y cargarlo, para dejarlo sobre el primer o segundo escalón, sin avisar. Sólo atinó a sujetarse de sus hombros y patear el aire hasta haber sido depositado de vuelta en una superficie sólida.

—Pudiste haberme dicho —se quejó. El beso que recibió a cambio, y que confirmó su teoría, porque sintió a Draco por debajo del nivel al que había quedado, lo hizo incapaz de enojarse o reprenderlo.

Su novio continuó guiándolo por un sitio silencioso, que no le daba ninguna pista del paradero de ambos, por mucho que intentase prestar atención. No debían estar cerca de los estudiantes, ni de la Lechucería. Sabía que permanecían dentro del castillo porque era roca lo que estaba bajo sus pies y no pasto. Las ráfagas de aire allí disminuyeron durante un rato.

—¿Dónde estamos? —soltó, de nuevo, cuando se detuvieron en un punto donde la brisa volvió a darle con fuerza.

—Necesito que te sujetes de mí.

—¿Por qué?

—Si confías en mí, sujétate —Draco sonaba como si contuviese la risa y él le sacó la lengua, en una infantil protesta, pero le rodeó el cuello con los brazos y se pegó por completo a su pecho—. Nada te va a pasar, ¿de acuerdo? —repitió. Harry quería preguntarle por qué lo decía, hasta que lo descubrió unos segundos más tarde.

Dejaron atrás la superficie sólida que pisaban. No sabía si fue un salto, si los hacía levitar, sólo podía estar seguro de que no caían al vacío porque reconocía la manera en que era de tanto volar en escoba; tampoco distaba mucho de esto, por otro lado. No existía nada más que Draco, envolviéndolo con los brazos, el calor de su cuerpo, la presencia firme, el vértigo que le sacudió el estómago por un momento.

Luego lo estrechó más. Antes de que se diese cuenta de qué pasaba, pisaban alguna superficie suave, poco regular, y él continuaba aferrado a su novio, que le besó la mejilla.

—¿Todo en orden? —preguntó, en un tono tan cuidadoso que le hizo pensar en cómo debía lucir en esa situación, para hacerle creer que estaba asustado y necesitaba que lo tratase así. Asintió con ganas para demostrarle que era lo contrario; sintió la vibración de su pecho y hombros al reprimir la risa—. Entonces deja de ahorcarme, Harry.

Despacio, aflojó el agarre en torno a su cuello, pero cuando hizo ademán de dar un paso hacia atrás, escuchó un "por ahí no", y fue jalado de regreso hacia él. Draco se colocó tras su espalda, un brazo alrededor de su torso, sintió la mano que buscaba el nudo de la venda en la parte de atrás de su cabeza.

—No grites y no saltes.

Fue una petición bastante inútil, en retrospectiva. Cuando le quitó la tela, él parpadeó, luchó por enfocar y acostumbrarse al cambio de ambiente, con los lentes de nuevo en su sitio; al percatarse de dónde estaban, apenas pudo emitir un sonido ahogado y contener el aliento.

—¿Cómo…? ¿Qué…? —dejó escapar una risa estrangulada, girando el rostro para mirarlo. Draco tenía su completa atención puesta en él, no en el lugar, y una pequeña sonrisa.

—¿Te gusta?

Harry volvió a dar un vistazo en torno a ellos, incrédulo.

Estaban en una jodida nube.

Parados sobre una nube, en lo más alto de la Torre de Astronomía, que le regalaba el panorama de los terrenos de Hogwarts desde el Lago Negro al Bosque, los patios y una parte considerable del castillo mismo. El cielo, poco antes del atardecer, se teñía con la escasa gama de colores de la que esa parte del mundo podía presumir durante un par de horas, las ráfagas de aire les daban por completo.

—Estás loco, estoy loco por venir contigo- estamos locos por estar aquí —musitó, recargándose más contra él cuando lo sintió apoyar la barbilla en uno de sus hombros—. ¿Cómo lo hiciste?

—Créeme, no quieres oír esa explicación.

—Sí quiero, dime. No sabía que se podía hacer una ilusión así.

—Es que no es una ilusión —Draco rio sobre su oreja. El sonido le sacó una sonrisa—. Usé hechizos climatológicos para atraer una nube, dejarla aquí, condensarla. Tuve que transfigurarla sin que perdiera la forma y textura, para que pesase lo suficiente para no ser arrastrada por el viento, pero no tanto como para dejar de flotar. Después le rocié una poción estabilizadora para asegurarme de que se quedaría así y no nos dejaría caer a una muerte segura cuando subiéramos…

Harry lo observaba boquiabierto cuando terminó. Él apretó los labios y le dedicó una mirada inquisitiva, por la que soltó un bufido de risa.

—¿Acabas de oír lo que dijiste? —se volteó, con cuidado, entre sus brazos, para sujetarle el rostro.

—Sólo te expliqué-

Lo silenció con un beso largo, lento. Draco dejó su frente apoyada en la de él cuando se apartaron un poco.

—No puedo creer que lo de llevarme a una nube hubiese sido en serio.

—Más creativo que un salón de té —sonrió, presumido—, y es el cielo que te mereces, ¿ves?

Tuvo que contener la risa y evitar negar.

—¿Hermione te explicó lo que pasa antes de que los muggles vayan al cielo?

Aquello le hizo arrugar el entrecejo. Un Draco Malfoy confundido, perdido, que lo observaba como si esperase no haber cometido un error, era lo más lindo que había visto en el día.

—Ella dijo…que los muggles creían que las mejores personas se merecían el cielo. Eso fue lo que entendí —reconoció, bajando la voz conforme lo decía—; los muggles tienen teorías muy locas.

Harry podría haber jurado que se derretía por dentro cuando lo abrazó. Su novio se sobresaltó por el repentino gesto, luego lo estrechó también.

—¿Te gusta? —repitió, en un susurro vacilante. Él le besó la mejilla y sonrió.

—Me encanta.

0—

—…tú llevas lo de la astucia a otro nivel, eh.

—La tarta de melaza nunca falla contigo —Draco le sonrió al verlo tomar un bocado, por lo que rodó los ojos y contuvo una sonrisa.

Resultó que la nube no era la cita. El picnic en la canasta de mimbre en un costado de la nube, sí. Estaba de más decir que se encontraba llena de porciones de tarta de melaza, jugo de calabaza, chocolate, y la infusión de té de Draco.

Harry se había sentado, con las piernas cruzadas y recogidas por debajo de él, se había tomado un rato para palpar la textura algodonada, tersa, de la nube bajo ellos, antes de empezar a comer. Desde ahí, podía ver el atardecer en que las primeras luces teñían el cielo, el sol que iniciaba el descenso, los estudiantes por el patio, como diminutos puntos de colores que iban de un lado al otro.

—¿Qué? —preguntó, tras un rato y varios bocados, cuando se dijo que era suficiente de sentirse observado en silencio.

Draco estaba tendido en la nube, con un brazo por debajo de la cabeza a manera de almohada, las piernas extendidas, colgándole del borde de la estructura flotante y balanceándose. En lugar de mirar el paisaje, lo veía a él.

Negó. No tenía una sonrisa tonta, pero su expresión era suave, feliz y tranquila. Y sus ojos eran lo mejor. Merlín. Esa forma de verlo hacía que tuviese una sacudida en el estómago.

—Toma. Premio al ingenio —se burló, acercando el tenedor con un trozo de tarta a su rostro. Él elevó una ceja; cuando Harry asintió para demostrarle que , hablaba en serio, y , harían lo que las parejas cursis del odioso salón de té también hacían, soltó una risa ahogada y abrió la boca para dejar que le diese de comer. Los dos se esforzaron en mantenerse serios. Después empezaron a carcajearse.

—Qué Puff —Draco sacudió la cabeza, intentando contener la risa.

—Se supone que es algo lindo, Draco.

—¿Quién dice que es lindo?

Harry hizo ademán de pincharlo, sin fuerza, por llevarle la contraria. Él le atrapó la muñeca, giró su mano para besarle el dorso. Luego lo dejó ir.

En definitiva, su estómago debía estar dispuesto a experimentar varios vuelcos ese día.

—Tú también puedes ser lindo a veces —le pinchó la mejilla con un dedo entonces, haciéndolo bufar.

—Los Malfoy no somos lindos —puso un especial énfasis en cada palabra, para dejárselo en claro. Harry rodó los ojos.

—¿A cuántas personas conoces que hayan llevado a su cita a una nube?

Draco abrió la boca, listo para replicar, luego la cerró sin haber emitido un solo sonido. Tuvo que contener la risa al negar.

—He pensado en esto un par de veces…si te puedes inventar una historia de la nada, deberías poder ser cursi, como otras personas lo son normalmente.

Él volvió a elevar las cejas.

—¿Te refieres al "me moriría si te apartas medio centímetro de mi lado, porque soy tan dependiente que ni siquiera eso soporto, y quiero monopolizarte hasta que…"? —Draco se interrumpió, riendo, cuando Harry le frunció el ceño.

—Eso es horrible y sabes que no es a lo que me refería.

—Ese es el resumen de las tarjetas de amor que venden en Hogsmeade cada año, Harry. Yo no tengo la culpa de que las personas piensen así.

—Tal vez, pero- —gesticuló con las manos, al no tener idea de cómo explicarse. Terminó por resoplar—. Tienes razón, olvídalo.

Pretendía concentrarse en su tarta, preguntándose si estaría bien tomar otra porción de la canasta, dado que su novio sólo se bebió unas tazas de la infusión de té y no las probó, cuando un leve sonido capturó su atención y lo hizo girar el rostro. Draco se reacomodó, para apoyar parte de la cabeza contra una de sus piernas; al alzarse un poco, le rodeó la cadera, enterrando a medias el rostro en uno de sus costados.

El corazón le latía tan rápido que no le habría sorprendido que se le escapase.

—Cuando pienso en mi futuro- en mi destino, lo primero que veo es a ti —musitó—. No importa que no sepa dónde estaré, o lo que haré; sólo espero que estés ahí.

Harry tragó en seco. Ninguna palabra le salió.

El rostro le ardía cuando soltó un bufido tembloroso e incrédulo de risa.

—No era en serio —susurró, al no encontrar nada más que decir, llevando las manos a su cabeza para ponerse a jugar con su cabello—, no tienes que decirme cosas así…

—Creí que eso querías —lo escuchó murmurar, sin mirarlo ni despegarse de él.

—Lo de la nube ya es lo bastante lindo y cursi, Draco.

Tras unos instantes de silencio, en que no hizo más que intentar enredar los dedos en sus mechones y fallar, por cómo se deslizaban a causa de lo lacios que eran, lo oyó resoplar.

—Bueno, lo que dije es más creativo que lo de cualquier tarjeta, de todos modos —aclaró, al tiempo que lo soltaba, girándose para quedar boca arriba, todavía recostado en su regazo. Descubrió por qué se mantuvo tan cerca y no lo observó al hablar, cuando divisó el tenue color rojizo que le cubría los pómulos y las orejas. Harry sonrió. Draco rehuyó de su mirada durante algunos segundos más—. Una- una vez, hace mucho tiempo, claro, padre me dijo que era como una 'norma Malfoy' que, si quieres estar con alguien por el resto de tu vida, debes…estar dispuesto a darle todo lo que puedas. Y eso- por supuesto, eso incluye que si te pide algo, dentro de los límites razonables, y tú puedes hacerlo- dárselo, lo hagas, sí- eso.

—¿Y luego dices que los Malfoy no son lindos?

No podía parar de sonreír. Draco se encogió de hombros.

—Creemos que hay que ganarse a la persona que queremos a nuestro lado todos los días, no sólo una vez. Es- —carraspeó y rodó los ojos— un curso de acción lógico.

Luego fue Harry quien rodó los ojos. Se inclinó sobre él, para darle un beso corto.

—Tú ya me tienes, por si no te has dado cuenta.

La sonrisa y la forma en que lo observó después de oírlo, fueron más importantes para Harry que cualquier cita, palabra o regalo.

Draco se estiró para tomar uno de los tenedores y se lo tendió.

—A ver, aliméntame y toda esa cosa cursi que querías.

—No —Harry se rio de su expresión confundida—, me miraste mal cuando lo hice y ya no quiero hacerlo.

—No es en serio-

—Oh, es muy en serio.

—Bien —sentenció, maniobrando para tomar un pedazo de tarta con el tenedor, sin levantarse. Después se lo ofreció—, entonces lo haré yo. Abre.

—Lo estás haciendo mal…

Le frunció el ceño. Harry intentaba retener la risa, sin éxito.

—¿Por qué lo hago mal?

—No se supone que estés acostado encima de mí al hacerlo.

—Pues no me voy a levantar, estoy cómodo. Si no lo quieres, me lo comeré yo.

—¡Así no funciona!

Le llevó un momento notar, por la manera en que reaccionaba, que su verdadera intención era la de hacerlo reír, así que comenzó a sacudir la cabeza, exagerando más sus protestas.

Se colocaron amuletos de calor en cuanto la temperatura decayó. No volvieron dentro hasta después de que hubiese anochecido. Irrumpieron en el dormitorio trastabillando, tropezándose con los muebles, ahogando la risa contra los labios del otro; apenas se tomaron la molestia de comprobar que el dosel de Nott estuviese cerrado, cuando Draco lo derribó sobre la cama de alguno de ellos y comenzó a besarle el cuello.

Entonces estuvieron muy ocupados para notar la carta que aguardaba sobre el escritorio de Draco.

0—

—¿Kreacher?

Draco recordaría lo extraño que le resultó que el huraño elfo, tan servicial como se comportaba con los que consideraba apropiados para llevar el apellido Black, no apareciese al primer llamado. Salió de la chimenea, obligado a agacharse para pasar bajo el muro de piedra que la conformaba y debía haber sido previsto para sus antepasados de poca estatura, alisándose los pliegues inexistentes de la túnica. Si tenía que pasar frente al Legado de los Black, y siempre que iba tenía que hacerlo, era mejor asegurarse de que no hubiese nada fuera de lugar, para no darles más motivos de quejas que los que ya suscitaba, de por sí, su presencia o la de Regulus.

—¿Kreacher? —insistió. Nunca había entrado a Nyx sin ser recibido por el elfo al traspasar la chimenea y dejar la red flu atrás.

Cuando avanzó por la pequeña sala que hacía de recibidor, sus pasos formaron una estela luminosa que encendió el área circundante del suelo, con sus dibujos de tallos enroscados y flores que se divisaban hasta alcanzar las paredes. El Draco del techo entró a la habitación en su búsqueda, para desplazarse por encima de él, acompañándolo en el trayecto que hizo a través del intrincado conjunto de pasillos que separaba la sala de la bienvenida del resto de los espacios de la estructura. Quienquiera que lo hubiese diseñado, debió tener en mente que no fuese de fácil acceso para alguien que no hubiese pasado la mitad de su vida ahí, y aún le costaba reconocer los caminos.

—¿Reg? —llamó luego, dando un vistazo alrededor. La casa estaba demasiado oscura, lo que era extraño; sabía que a su primo no le gustaba encenderla igual que a él, pero la propiedad, por su cuenta, iluminaba la zona en torno al heredero aun cuando este no lo pidiese— ¿te estás escondiendo de mí, erumpent? ¿Sí sabes que estamos muy mayores para ponernos a jugar algo como esto?

A decir verdad, puede que hubiese estado ligeramente irritado y poco predispuesto esa mañana. Era domingo, no había tenido ganas de nada más que permanecer abrazado a Harry en la cama, sintiendo la calidez de uno de sus brazos rodeándolo, con la cabeza apoyada en su pecho, porque uno de sus más recientes hábitos incluía el escuchar los latidos de su corazón como si fuesen su nueva canción favorita. Sí, era una perspectiva maravillosa.

Lástima que hubiese tenido la reunión pendiente con su primo.

Consideró dejarlo plantado. Incluso abrazó a Harry por detrás cuando todavía estaba adormilado y le propuso que fuesen a caminar por los alrededores del Lago Negro o se sentasen, a solas, en la Torre del Reloj, dándole besos en la mandíbula y el cuello; le sorprendía de sobremanera que hubiese sido capaz de mantener la concentración suficiente para recordarle que tenía algo que hacer, y no lo podía posponer más de lo que lo hizo día anterior para su cita.

El día reservado —con un deje de diversión imposible de ocultar, le había apuntado el pecho con el índice— acabó a la medianoche, Draco. No dejes que el pobre Regulus te espere todo el día, solo en esa casa enorme.

No admitiría que la última oración fue la que lo hizo desistir en sus intentos. Él sabía bien lo que era quedarse solo en un sitio que no estaba pensado para una persona. No quería imaginarse lo que se habría sentido, cuando ocurría, de no haber sido capaz de ir a las casas de Pansy o Harry; en el verano, hasta la de su padrino sonaba a una buena opción.

Se tomó su tiempo para desayunar, sin embargo, porque le pidieron a Lía que llevase unas bandejas de comida al cuarto. Cuando descubrió que Nott se había levantado un rato antes que ellos y ni siquiera estaba cerca, ocuparon una de las camas y la convirtieron en su comedor de forma temporal. Draco simuló 'practicar' cómo darle comida en la boca, de ese modo fastidioso que tenían las parejas melosas, y fracasó estrepitosamente, manchándolo, haciéndolo quejarse, o comiéndose la porción que le tocaba en su lugar, sólo para oírlo reírse. Se sentía bastante realizado respecto a las carcajadas que le arrancó a Harry, antes de que tuviese que cambiarse y tomar la chimenea de Snape, que no estaba en ninguna parte del castillo, por lo que vio.

Aun así, nada reemplazaba el haber utilizado ese tiempo que podía haber pasado con su novio, para ir allí. Si no encontraba al idiota de su primo, además, la molestia no haría más que ir en aumento.

—¡Regulus! Es en serio, si no contestas, voy a irme por donde vine y-

No se dio cuenta de lo que pasaba hasta que se detuvo bajo el umbral del estudio-biblioteca donde tenían lugar la mayor parte de sus reuniones. Allí, sobre la larga mesa de madera clara, sin ornamentaciones de ningún tipo, una constelación conocida se dibujaba con puntos de luz. Leo.

Draco estaba sobre él. Leo estaba allí.

Leo tendría que estar rondando sobre Regulus, como le correspondía a cada constelación u objeto astronómico con su familiar asociado. Pero su primo no estaba ahí; el estudio se encontraba en perfecta calma, silencioso, los muebles impecables, el escritorio vacío, a excepción de una taza que todavía humeaba.

Se echó hacia atrás, despacio.

—¿Kreacher? —musitó. De pronto, no tenía ganas de gritar.

Regresó sobre sus pasos por los corredores, los ojos alternándose entre el techo, las esquinas, por las que esperaba toparse con una desagradable sorpresa cada poco tiempo. Contaba las constelaciones dentro de su cabeza, desplegaba ese mapa estelar que se sabía de memoria y habría sido capaz de dibujar sin una guía. ¿Dónde, dónde, dónde…?

Ahí. Su respuesta estaba ahí. Volvió a detenerse, bajo el lugar que solía ocupar Orión, desierto, porque la figura luminosa no se encontraba en posición.

La estrella principal de Orión era Bellatrix.

Tragó en seco, caminando aún más lento, pegándose a una de las paredes. No oía ninguna señal de movimiento cerca, las barreras tampoco advertían de nada.

¿Dónde estaban?

¿Dónde estaba Regulus?

¿Dónde estaba ella?

No podía hacer más que contener el aliento y encogerse, los músculos no le respondían, las extremidades se le quedaron rígidas. Un peso frío se instalaba en su estómago. Se le había olvidado que podía sacar la varita, los reflejos se hacían nulos.

Las palabras que se repetían en sus pesadillas llenaron la casa con un lejano eco, proveniente de una voz en otra habitación. Avada kedavra. Draco ahogó un grito contra la palma de su mano, doblándose desde el abdomen cuando le sobrevino una arcada que apenas consiguió retener.

El rayo verde, el giro de muñeca al realizar la floritura. Su risa. La expresión de Stephan Parkinson al caer, la de su padre al percatarse de lo que había hecho. El helado, paralizante, miedo.

Estaba en la Mansión y era un niño. Estaba en Nyx y no se sentía mucho más preparado para recibirlo.

¿Dónde estaba? Su mente se dividía, contra su voluntad, entre los dos sucesos.

No había nadie que lo fuese a sacar de ahí esa vez, nadie que lo cargase lejos, nadie para salvarlo. Se había delatado, lo sabía, los pasos acercándose se lo decían. Tap, tap, tap, tap, tap, tap.

Tap, tap, tap.

Tap, tap, tap, tap.

Jamás la vio doblar en la esquina. Hubo un grito agudo, una maldición que volaba hacia él y golpeaba la pared. La veía agrietarse y romperse, se apartaba de golpe, cubriéndose con los brazos para que los escombros no lo lastimasen.

Tap, tap, tap.

Tap, tap, tap, tap.

Draco corrió.

Corrió tan rápido como nunca lo había hecho, lo suficiente para que los músculos se resintiesen con un dolor ardiente y amenazasen con dejarlo caer, lo suficiente para darle la impresión de que casi no tocaba el suelo y estaba a punto de tropezarse, pero no podía importarle porque tenía que seguir. Su mente se vació de todo pensamiento, excepto el salir de allí.

Se sujetaba de las esquinas de las paredes al pasar de un pasillo al otro, para hacer de ancla y no disminuir la velocidad, cruzó una sala equivocada y reapareció por la puerta contraria.

Tap, tap, tap.

Tap, tap, tap, tap.

Cuando alcanzó la sala del recibidor, ni siquiera se molestó en trabar la puerta. Se arrojó hacia la chimenea, agarró los polvos, los lanzó al suelo con un grito estrangulado, y apretó los párpados, a la espera de una maldición asesina que no lo dejase llegar a su destino.

Al parpadear, no terminó de enfocar las mazmorras cuando ya había saltado fuera de la chimenea, jadeante. Lo mejor que se le ocurrió fue disparar una secuencia de tres reductos contra la estructura, hasta reducirla a pedazos de piedra, sin magia.

Temblaba sin control, pero no podía decir que tuviese idea alguna de lo que le pasaba. Respirar era difícil, hilar un pensamiento coherente imposible. El corazón le tronaba en los oídos, el cuerpo dejó de responderle luego de que las rodillas le fallaron y cayó sentado con un ruido sordo y un quejido ahogado.

No supo a dónde fue a parar su varita cuando él mismo terminó en el piso, arrastrándose con las manos y las piernas, tan lejos de la destruida chimenea como le era posible. Debía saber que ella no aparecería, debía ser consciente de que no existía forma de utilizar una red flu en ese estado en que la dejó, pero las ideas carecían de sentido, se desvanecían, se perdían. Draco se sentía exactamente igual que la primera vez que escuchó a alguien pronunciar una Maldición Imperdonable.

Cuando su espalda chocó con una superficie diferente de las paredes, el corazón se le detuvo durante una milésima de segundo. Draco estaba listo para gritar, sacudirse, arremeter contra quien estuviese ahí, no para que su padrino le pusiese una mano en el hombro y lo forzase a darse la vuelta y levantar la mirada.

Jamás había estado tan feliz de ver al amargado de Snape. Podría haber lloriqueado, si reaccionase para algo más que jadear desesperado por aliento y sufrir débiles espasmos.

No quería volver a verlo. No quería que volviese a ocurrir.

No quería que alguien más que le importaba muriese frente a él.

No quería volver a perderlos. Pero cada vez que esas palabras sonaban, eso era lo que pasaba.

Fuese cual fuese la expresión que tenía, causó que el profesor se agachase junto a él y le pasase un brazo alrededor, para instarlo a ponerse de pie. Le hablaba en voz baja, ceñudo. Draco en verdad intentaba comprender, sin éxito; las palabras se mezclaban, se confundían, apenas conseguía enfocar la mirada.

Apoyó la cabeza en uno de sus hombros y se dejó guiar fuera del cuarto en las mazmorras, aferrándose a la odiosa túnica negra del mago, con una vaga impresión de déjà vu que no podía evitar. Aquel día, su padrino lo había cargado, ofreciendo llevárselo para pasar la noche en Spinner's End, y no le había vuelto a hablar en ese tono hasta entonces.

Cerró los ojos, hizo un esfuerzo por regular un poco su respiración, y asintió a lo que fuese que le decía, sin atender en realidad.

Snape lo llevó de vuelta al laboratorio, a través del pasadizo que se abría hacia su dormitorio, transfiguró una mesa para que se sentase en un cómodo sillón mullido. Le tendió lo que después reconocería como una poción calmante y Draco la sujetó con manos temblorosas; se la bebió, sin medir cantidades, color, olores, como le había enseñado antes de tomar lo que fuese, ni preguntar qué era.

Cuando la terminó, su padrino le arrebató el frasco de las manos y lo empujó para que se recargase en el respaldar. Lo vio ir y venir, mascullar, trazar florituras en el aire con la varita, todo desde el sillón recién conjurado, en silencio, con ojos cada vez más lúcidos. Poco a poco, su mente reanudaba el funcionamiento normal, el corazón dejaba de amenazarle con salirse de su pecho, no sudaba frío, el mundo no daba vueltas, el suelo recuperaba una consistencia firme.

Parpadeó y tragó en seco; como si acabase de caer en cuenta de lo ocurrido, empezó a palparse las extremidades y mover la túnica, en busca de alguna herida. Se sentía ligeramente adormecido, una parte de su cabeza le decía cuán peligroso era confiarse.

Aquello debió indicarle a Severus que regresaba a un estado normal, porque no tardó en acercarse para detenerlo y asegurarle que estaba bien. Todo en orden.

Todo en orden, repitió.

No estaba todo en orden.

Abrió y cerró la boca. Aunque buscó los ojos oscuros de su padrino, fue incapaz de emitir un solo sonido que pudiese indicarle lo que había escuchado en Nyx. No a él. No si era lo que creyó.

No podía decirle a uno de los hombres que siempre lo había cuidado, a pesar de su comportamiento hosco, que Regulus había estado solo cuando ella llegó. Que lo había dejado ahí.

No tenía salvación, se dijo. Si le dio, no tenía salvación.

Pero no pudo convencerse a sí mismo. Pronto agachó la mirada y se cubrió el rostro con las manos, porque algo dentro de él, algo absurdo que latía, constante, más certero que nada en ese momento, le decía que Snape sabría lo que diría si lo veía por más tiempo.

Todo en orden, afirmaba. Draco pensaba que no tenía idea de nada, hasta que una segunda voz murmuró lo mismo.

Levantó la cabeza tan rápido que se mareó; no consiguió que le importase.

Regulus acababa de detenerse bajo el umbral del laboratorio, sin sus túnicas usuales, con la varita colgando de un cinturón en la cadera, y una expresión de culpa. Él sólo atinó a contener la respiración y obligarse a relajar los tensos músculos.

Observó a su padrino, que no lucía sorprendido en lo más mínimo, y de nuevo a su primo.

—¿Qué…? Yo oí- ella- —boqueó, las palabras atorándose en su garganta. Severus todavía tenía una mano en su hombro, así que fue en él en quien, por un reflejo de toda la vida, buscó auxilio.

El profesor carraspeó, apartándose. Draco tuvo una súbita y estúpida sensación de desamparo, hasta que lo notó cerrar la puerta del laboratorio con un giro de muñeca y hacerle una seña al otro hombre de que se acercase.

—No leíste mi nota, ¿verdad?

Cuando Regulus se detuvo frente a ambos, parecía que no sabía si debía pedirle disculpas o mantenerse lejos.

Balbuceó alguna respuesta, negando. Su mente preguntaba "¿nota? ¿Qué nota? ¿Cuándo? ¿Dónde? ¿Cuál?", pero no podía decirlo.

—Lo que creíste que pasaba allí- —su primo se aclaró la garganta; al igual que él momentos atrás, buscó ayuda en un Snape que se desentendió, frunciéndole el ceño para apremiarlo a hablar. Regulus se puso de cuclillas frente al sillón que ocupaba—. Kreacher y yo preparamos una ilusión ayer, cuando las barreras notaron una presencia extraña, no- no pasó nada- Bella debe pensar que sí, pero realmente yo estoy-

Draco no lo dejó terminar. Vacilante, extendió el brazo hacia él y presionó los dedos sobre su mejilla.

Necesitaba asegurarse de que era real. De que estaba vivo.

La realización confirmada lo mareó un poco más. Tuvo que sostenerse la cabeza después, arrugando el entrecejo, aún observando de uno al otro, incrédulo.

—Estoy bien —murmuró, con esa voz suave que tenía para disculparse sólo por existir—, ¿viste? Nadie me avadakedravio —probó, con una sonrisa titubeante que alzó apenas las comisuras de sus labios. Detrás de él, Snape se apretó el puente de la nariz y meneó la cabeza.

Despacio, volvió a pincharle la mejilla, luego le sujetó los hombros. Regulus se lo permitió, por lo que cuando una oleada de rabia lo atacó y lo empujó desde el pecho, el mago cayó hacia atrás sin oportunidad de recobrarse.

—¡¿Qué es lo que está mal contigo?! ¡¿Cómo se te ocurrió…?!

Los estantes se sacudieron, una punzada en la sien le contrajo el rostro por el dolor.

Draconis.

Reaccionó a la voz de su padrino, por otro de esos reflejos que sólo los años otorgan. Cerró los ojos, respiró profundo. Imaginó que las emociones eran lanzadas a una enorme masa de agua, que se las tragaba, las dejaba ondular, moverse, pero sólo debajo del nivel de consciencia que él les daba, justo como en los ejercicios que le pidió hacer dos años atrás.

Cuando parpadeó, sólo el ceño fruncido lo delataba.

—Me debes una buena explicación, Regulus Arcturus Black —demandó, acomodándose en el sillón, erguido, con los tobillos cruzados. Se cruzó de brazos y elevó una ceja; para desconcierto no sólo suyo, sino también de su padrino, el aludido dejó escapar un bufido de risa.

—Perdona que te haya preocupado-

Estuvo tentado a gritarle lo imbécil que era. En cambio, sólo masculló, entre dientes:

—Alguien inteligente me habría avisado en persona cuando llegó aquí, para ahorrarme esa…desagradable experiencia.

—Te busqué en el comedor a la hora del desayuno, pero no estabas —justificó él, en voz baja. Draco sintió que el rostro le ardía por un instante al recordar por qué—. Luego me encontré a Severus, te buscamos, pero te perdimos el rastro…

Carraspeó.

—Ese no es el punto.

Regulus casi le sonrió. Después de rodar los ojos, Severus le agarró el brazo y lo levantó con un tirón, que sin embargo, este agradeció con una sonrisa brillante, de las pocas que le había visto. Una distancia de alrededor de un metro se formó entre ambos magos adultos cuando el profesor se alejó.

Draco arqueó las cejas, luego decidió fingir que no se daba cuenta de lo obvio, para atender a las palabras de su primo. Las manos no dejaron de temblarle del todo hasta unos minutos más tarde.

 

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