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Luz de luna por BocaDeSerpiente

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Capítulo setenta y tres: De cuando hay un mago sorprendente (y Draco está muy orgulloso de Harry)

Estaban en un mirador, en lo alto del acantilado de una ciudad, con vistas a una extensión de mar inmensa, la primera vez que sucedió. Draco tenía un brazo alrededor de sus hombros, Harry se recargaba en él, y conversaban en voz baja, sus manos unidas en medio de ambos. Los dos lo notaron.

La "M" del anillo de los Malfoy se iluminó en un resplandor blanco que volvió más notoria la letra, la pieza le envió una rápida corriente eléctrica por el cuerpo, que lo hizo saltar, más por la sorpresa que por el dolor, y sacudir la muñeca con un quejido. Levantó el brazo, lo suficiente para que ambos lo viesen mejor, y luego le dedicó una mirada inquisitiva a su novio, que lucía más serio de pronto.

—¿Qué…?

Draco soltó un débil bufido.

—Es el primer llamado del Legado.

Le llevó unos instantes reaccionar.

—¿Cuántos son? —Draco le mostró tres dedos en respuesta— ¿y- y qué pasa si no vas ahora?

Él se encogió de hombros.

—No estoy seguro.

Harry no se sentía con ganas de que lo averiguasen.

0—

La partida se retrasó por motivos que escapaban de su control; trasladores que no llevaban a donde necesitaban ir, problemas con algunos trámites. Draco se negaba a utilizar una de las puertas del Museo, que era la manera más rápida. Después entró en su modo caprichoso y lo distrajo con paseos por la playa, cenas con los únicos otros residentes de La Isla, pidiéndole a Ioannidis que le enseñase más magia avanzada, a Dárdano que les contase sobre la historia del lugar.

A pesar de que se rehusaba al principio, Harry se quedaba maravillado en las lecciones que la bruja le daba. Circe Ioannidis seguía siendo, como ya sabía, la mentora perfecta. No necesitaba utilizar su voz, desde que las palabras se dibujaban en el aire en colores brillantes, contestaba a sus dudas más extrañas, lo guiaba en los movimientos de muñeca, le corregía la pronunciación con gestos.

El brazalete que le había dado durante su séptimo año en Hogwarts, y que nunca se quitaba, se sentía tibio contra su piel cuando permitía que la magia fluyese libre desde él. Vibraba en el aire, lo condensaba, lo llenaba de una esencia que le habría resultado tan familiar como la cera de escobas o la colonia de Draco, aunque no podía explicarse a qué olía.

Había hecho magia sin varita montones de veces desde que lo tenía, incluso antes, mas no fue hasta una mañana en que arrastraba los pies hacia la cocina, adormilado, y los utensilios se movieron por sí solos, respondiendo a una petición que él ni siquiera pensó en hacer, para prepararle una taza de té y el desayuno, que cayó en cuenta del nivel al que aquello había llegado.

Alrededor de dos semanas más tarde, los alcanzó el segundo llamado del Legado, y el último que soportarían.

Estaba en la cocina, levitando algunos ingredientes recién cortados, bajo petición de Ioannidis, que le señaló el caldero flotante en que debía colocarlos para empezar con la preparación de la cena. Dárdano deambulaba cerca de ahí, haciendo poco ruido. Acomodaba los cubiertos en la mesa y observaba con la misma fascinación de siempre los despliegues de magia de ambos, como si fuese la primera vez que lo hacía.

Draco leía en el patio, con Lep sobre un hombro. Lo siguiente que sabría era que se detenía de forma abrupta, el encuadernado se resbalaba de entre sus dedos, y el conejo echaba a volar hacia adentro, para buscar a Harry.

No se podía mover. El aire le faltaba, y cuando se llevó las manos al pecho, apretando en puños la tela de su camisa, no tardó en desplomarse.

—…dice que es normal —explicaría Dárdano luego, cuando estuviese sentado junto a la cama donde su novio dormía. Él no sonaba tan convencido y le dirigió a Ioannidis una mirada inquisitiva, que volvió a ser contestada con señales—, es el Legado tirando de él y de su magia. Va a seguir pasando y se pondrá peor si no le hace caso.

Esa misma noche, cuando Draco abrió los ojos, Harry estaba sentado en la orilla de la cama.

—Creo que ya sabemos qué pasa, ¿no? —intentó bromear, pero tuvo que hacer un esfuerzo de varios minutos, con abrazos, besos y palabras suaves de por medio, para que dejase de imaginar lo peor y preguntarle a Draco si en verdad se sentía bien.

Cenaron con sus anfitriones, como estaba previsto, y les agradecieron el alojamiento, la comida, el tour de Dárdano por Grecia. En el cuarto, sus pertenencias regresaban al equipaje por sí solas, mientras Harry las supervisaba.

Dárdano les dio un fuerte abrazo a cada uno y les dijo que podían volver cuando quisieran.

La antigua profesora los despidió con un apretón en las manos y un par de asentimientos escuetos, e igual que sucedió con cada una de sus salidas de La Isla, los acompañó hasta el borde del acantilado, donde Dárdano saltaba y retornaba a su forma de Augurey, ahora opcional, y ellos subían al barco que constituía la única oportunidad para salir.

Amanecía cuando tomaron el primer traslador. Al día siguiente, todavía en la oscuridad de la madrugada, dos magos atravesarían la chimenea del recibidor de la Mansión Malfoy, procurando ser tan sigilosos como eran capaces.

Sin embargo, fue inútil, porque nada más poner un pie en el corredor, escucharían los pasos apresurados que bajaban por las escaleras laterales, y Narcissa Malfoy, ajustándose la bata sobre el pijama de seda y con expresión de alarma, los encontraría en su casa.

El rostro de la mujer se suavizó al pasar la mirada de uno al otro, y luego se contrajo por un instante, como si estuviese a punto de echarse a llorar. No lo hizo, claro. Se recompuso para sonreírles, abrazó a su hijo para darle la bienvenida, y al mismo Harry lo trató con tanta delicadeza, besándole la mejilla, preguntándole por el viaje y ofreciéndole un desayuno exprés de los elfos, que se sintió culpable por haber interrumpido su sueño de ese modo.

A pesar de sus reticencias, el cansancio por el traslado, y la obviedad de que el sol ni siquiera había salido todavía, Narcissa lucía más que contenta de tenerlos en el comedor pequeño que los invitados comunes nunca conocerían, relatándole experiencias al azar del viaje, asegurándoles que estaban bien, y comiendo unas tostadas a las tres de la madrugada.

Ella no preguntó por qué regresaron. Supuso que, desde un principio, habría tenido en claro que sólo existía un motivo por el que Draco volvería de forma tan repentina.

0—

Unas horas después, cerca de la mitad de la mañana y tras un merecido descanso, del que apenas pudo zafarse, porque Draco no quería dejarlo salir de la cama tan pronto, Harry se Apareció en el patio de su casa en Godric's Hollow y vio a su madre por primera vez en más de un año y medio.

Lily llevaba unos libros al piso de arriba, se imaginó que para utilizar algunas referencias en su programa de radio mágica, y se lo topó de frente en el recibidor. Sólo un hechizo de levitación que tenía alrededor evitó que todos golpeasen el suelo cuando se le cayeron por la sorpresa.

Lo abrazó con fuerza suficiente para quitarle el aire, lo reprendió por no haber avisado que volvían, y luego siguió colgada de él, balbuceando sobre su estatura, el largo de su cabello, y otros temas que nadie más que una madre habría encontrado en verdad relevantes. Y Harry entendió, al fin, la respuesta que su novio le había dado una lejana tarde, durante los primeros seis meses del viaje, acerca de por qué no hacían visitas rápidas a su familia en el camino cuando pasaban de un lado del continente al otro.

Si los vemos, no podremos seguir moviéndonos.

Entonces él había pensado que sólo exageraba, o que temía que el Legado no le permitiese volver a irse en cuanto pisase la Mansión, ya como un adulto. Pero tuvo razón todo el tiempo. Harry sabía que no podría haber dejado aquel lugar, de nuevo, cuando ella se apartó para limpiarse las lágrimas de los ojos, pidiendo que disculpase su emotividad y riéndose de sí misma.

Estaban sentados en la sala, Harry repitiendo algunas de las anécdotas del viaje, cuando James y Sirius irrumpieron en la chimenea, tan ruidosos como de costumbre, empujándose entre ellos. Ambos hombres frenaron en seco al oír su voz.

Su padrino corrió hacia el mueble y se arrojó sobre él, aullando igual que su forma animaga, y riéndose a carcajadas. A James le llevó unos minutos ser capaz de acercarse sin recibir otro empujón de su viejo amigo, que le soltaba un "yo tengo prioridad" o "llegué primero". Lo único que le preguntó fue si le había ido bien, y Harry juró, con total honestidad, que había sido increíble.

0—

Harry caminaba en línea recta por el pasillo, de ida y vuelta en los mismos puntos, cuando Draco entró a la sala del Legado. La pared traslúcida, gracias al contacto con su anillo Malfoy, sólo le mostraba a su novio dando breves respuestas al cetro en medio del salón, con la postura perfecta y la máscara de indiferencia que tan rara le resultaba para entonces, por el tiempo sin verlo así.

Lep, que debía percibir su nerviosismo o haberse contagiado de este, seguía sus movimientos, pegado a sus pies entre saltos cortos. Antártida, su familiar, era una criatura diminuta y de débil resplandor que volaba sobre su hombro, en silencio.

—Él estará bien.

El murmullo suave y amable de Narcissa lo hizo detenerse. De pronto, la realización de que era el único hijo de esa mujer el que estaba ahí dentro, y ella tendría que estar tanto o más ansiosa que él, lo golpeó con una ola de culpabilidad, por no haber intentado conservar la calma por los dos. En cambio, era la bruja quien se mantenía erguida, con los ojos puestos en la pared traslúcida, y sin dar aparentes señales de angustia.

—Siempre es extraño verlos entrar y hablarle. Pero el Legado no les hace nada cuando están aquí.

Harry sabía que pretendía tranquilizarlo, pero no podía asegurar que lo hubiese conseguido.

Cuando Draco se dio la vuelta y salió de la sala, Narcissa fue la primera en adelantarse de vuelta al pasillo, él pisándole los talones.

Ambos se detuvieron al encontrarlo afuera. Él sacudió la cabeza y frunció el ceño.

—No me dijeron cuánto tiempo.

—¿Y para salir? —inquirió la mujer, mientras Harry todavía intentaba procesar esas palabras.

—Una, dos horas seguidas. No puede ser todos los días.

—¿Están molestos? —preguntó Harry, que era lo único que podía asumir de acuerdo a lo que le había explicado del funcionamiento de su Legado.

Draco le sonrió con tanta amargura que quiso retractarse de haber hablado.

—Casi veinte meses retrasándolo a propósito, ignoré un llamado, y era obvio que no quería volver. Que todavía me dejen salir es…comprensivo de su parte.

La manera en que lo decía, hacía parecer que podían ser cualquier cosa, excepto eso.

0—

Draco le había contado, a grandes rasgos, lo que sucedería cuando el Legado lo tomase.

Era un Legado del segundo tipo, fue lo primero que le dijo. Harry tuvo que preguntarle a qué se refería.

Los Legados del primer tipo eran aquellos que obsequiaban a sus herederos; como el de los Lovegood, con el don que le dio a Luna, y el de los Longbottom, que según Pansy, podía avisarte si tus seres queridos estaban en peligro y llevarte con un tirón de magia a su posición, sin importar los hechizos que rodeasen el lugar. Los del tercer tipo exigían que un heredero se entregase; eran los más radicales, los que dictaban la forma en que el mago pasaría el resto de sus días, aquellos que vivían de la magia de su heredero, o lo retenían de alguna manera. El de los Parkinson era de esa categoría.

Los del segundo tipo eran, en su opinión, los peores. Y era al que pertenecía el de los Malfoy.

Los Malfoy eran tomados. La diferencia que tenían con los que recibían obsequios, como ya sabía, era que ellos sólo los conseguían mediante intercambios, y los precios podían ser demasiado altos, si no sabían tratar con la entidad. A su vez, contrario a los que necesitaban alguien que se entregase, la magia ancestral no vivía de ellos. Era al revés.

Además, los herederos entregados podían ser reemplazados por el mago o bruja con que se hubiesen comprometido, como en el caso de Pansy y Neville. Los tomados no, después del intercambio; en caso de tener dos herederos, hacía caso omiso de cuál fuese el mayor, para tomar al que más le gustase, y si el siguiente en la línea no tenía relación sanguínea al anterior (lo que, de acuerdo a los registros, jamás había sucedido), debía ser aceptado por el Legado. Las consecuencias de que no lo hiciese también eran desconocidas.

Él le había hablado de los tres puntos principales con respecto a su Legado, aquello que, inevitablemente, cambiaría una vez que hubiese sido tomado como le correspondía.

El más notorio era el no poder salir a gusto. Si incumplía con las normas estipuladas por su Legado en aquel aspecto, los resultados no serían distintos de lo ocurrido con los llamados iniciales, y era más que probable que el tiempo que tenía que permanecer en la Mansión se alargase.

El segundo término consistía en la inquietud. La Mansión, sometida a un cambio constante, sufriría oleadas de magia que necesitaban ser retenidas o terminarían por agotarlo y luego enfermarlo. Draco tendría que recorrerla cada día, comprobar que el orden prevalecía, y mantener conversaciones largas con el Legado, cuando se hubiese asegurado de que todo marchaba bien.

El tercero afectaba de forma directa e indirecta a su magia y cualquier cosa que se relacionase a esta. En el caso de Draco, las barreras de la Mansión pasarían a estar bajo su control, los retratos de los antepasados cooperarían con lo que les pidiese, y tendría una libertad inusual dentro de las paredes de la casa, donde los objetos se moverían si él se los ordenaba y sin necesidad de que levantase la varita. Podría tener algunos dolores de cabeza y estaría cansado de vez en cuando, durante el proceso de adaptación a la Mansión, que funcionaría igual que un segundo cuerpo para él.

Lep, que estaba relacionado por una unión afectuosa y mágica a su dueño, tampoco podría salir de los terrenos de la familia, a menos que Draco lo hiciese.

Y estaba el "detalle" de su compromiso. Si era sincero, a Harry le preocupaba más cómo todo aquello, en conjunto, afectaría a su novio, pero ese era un asunto que resultaba angustiante también.

—Realmente no es como si tuvieses que hacer algo frente a ellos —le explicaba Draco, la tarde que se pasaron en su cuarto para hablar del tema. Junto a los cambios de la Mansión, su habitación adoptaría otra forma y se trasladaría al piso principal, mientras que la de Narcissa pasaría a un ala diferente, y aquella enorme que solía conocer y en la que tantas veces durmieron de niños, quedaría sellada mágicamente hasta la llegada del siguiente heredero Malfoy—. A lo mucho, tendrías que presentarte si un día decides que quieres que nos casemos, y yo hablaré con el Legado. No pediría su aprobación para eso.

—¿No se supone que ellos deberían estar de acuerdo con la persona con que vas a…?

—Se supone —interrumpió él, encogiéndose de hombros—, pero realmente no me importa. Este es un tema en el que no voy a ceder por nada, que se molesten y hagan lo que quieran, y a la mierda sus opciones. Si me caso, sólo puede ser contigo.

Harry pensaba que Draco podía ser demasiado testarudo para su propio bien, a veces sin proponérselo. Pero cómo lo amaba cuando hablaba con tanta convicción de su relación y su mirada sobre él no vacilaba.

Le daba la impresión de que no había modo de que lo suyo saliese mal.

0—

Vieron a Pansy exactamente tres días luego de haber llegado. Harry había estado hecho un lío con trámites para la Academia, ser arrastrado por su padrino para conocer el lugar donde Remus y él vivían desde hace meses, horas con su madre, que tanto lo consentía desde su regreso, y visitas a la Mansión.

Las primeras dos horas de libertad que Draco consiguió, fueron utilizadas para tomar el flu hacia la casa de los Parkinson, donde Amelia los abrazó a ambos y repitió ese ritual curioso que tenían las madres, de preguntar si estaban bien y si querían comida.

A pesar de haberse pasado los últimos dos años comprometidos, Neville y Pansy permanecían en las casas de sus familias la mayor parte del tiempo; sabía que había sido una elección acordada por ambos, porque su amiga se negaba a dejar sola a su madre tan pronto, ahora que su hermano estaba lejos y consideraba que no tenía a nadie más. Por lo que Hermione les contó durante los viajes, en algunas notas al pie de las cartas de la chica, la pareja sí se pasaba un par de días en el Vivero, de vez en cuando, donde tenían habilitadas dos habitaciones junto al invernadero más pequeño, construido sólo para sus híbridos en pleno desarrollo.

En otras palabras, era probable que ella estuviese en casa, pero no una certeza absoluta, así que los dos sonrieron cuando la mujer llamó a su hija, y segundos más tarde, una confundida Pansy se acercaba a preguntarle por qué tanta prisa con que fuese hasta allí. Se interrumpió a mitad de su cuestión, emitió un sonido ahogado, y al instante, Harry experimentaba un agradable déjà vu, en que un torbellino de movimiento daba lugar a una niña que se abalanzaba sobre los dos y se les colgaba del cuello. Sólo que esa niña había crecido al mismo tiempo que ambos, y ya era una adulta, incluso unos centímetros más alta que él sin los tacones.

Lo primero que hizo fue sujetarles el rostro, primero a uno y luego el otro, para someterlos a un intenso escrutinio que terminó en besos en las mejillas de los dos. Lo segundo fue preguntar cuánto tiempo tenía Draco, antes de que tuviese que regresar.

Cuando escuchó la respuesta, lanzó un patronus de unicornio y lo envió con Hermione. Les explicó que ella pidió que le avisase cuando hubiesen vuelto.

—Luna está internada por un proyecto en la Academia de Medimagia, no puede venir hasta dentro de unos días —la excusó, tirando de ambos, uno con cada mano, para que fuesen hacia la sala y tomasen asiento. Le pidió té y galletas a un elfo—, pero le avisaré que ya están aquí apenas se vayan. Ella me había dicho que vendrían alrededor de esta fecha —explicó, con un gesto vago para restarle importancia—. Y Ron…—dejó las palabras en el aire cuando su rostro se contrajo con una emoción extraña, y se limitó a observar los bocadillos que el elfo ponía sobre la mesa de centro, a los que agradeció con un murmullo.

—¿Qué pasó con Ron? —preguntó Harry, al ver que no continuaba por sí misma. Pansy le mostró una expresión que era casi de disculpa.

—Oh, Harry- tendrías que ir a visitarlo. Nadie se los quiso mencionar por carta, es de estas cosas que deben hablarse en persona pero él…Merlín, Ron está tan hundido.

Parpadeó. Intercambió una rápida mirada con Draco, que lucía igual de aturdido.

—¿A qué te refieres con hundido, Pans? —insistió, causando que ella se mordiese el labio por un instante, el mismo que le llevó levitar el té en su dirección y servirle el azúcar. A Draco le preparó la infusión con leche que acostumbraba.

—Hundido es- hundido —titubeó, arrugando un poco el entrecejo—. La Academia consume su tiempo y energía, se la pasa agotado, se altera por nada. No puede ver a Hermione sin que parezca que va a explotar, ni hablar de verla cuando está con Anthony; no hemos podido reunirnos tanto porque siempre termina mal. Tiene un montón de citas, seguidas, y son un desastre, y- y luego se pone a beber y…en serio, en serio, se nos escapó de las manos recientemente.

—¿Cómo pudieron no decirme eso antes? —Harry estuvo a punto de sacudirse para zafarse cuando sintió el agarre en su mano. Fue el hecho de que se tratase de Draco, pidiéndole que se calmase y no arremetiese contra Pansy, que se veía carcomida por el remordimiento, lo que hizo que respirase profundo y se quedase sentado, con los músculos rígidos y todas sus dudas.

—Él decía que estaba bien —indicó, lloriqueando—, y hasta unos meses, sí estaba más o menos bien. Nos pidió que no lo mencionáramos, decía que no quería arruinar tus largas vacaciones, él sólo- no lo sé, Mione y yo intentamos- queríamos- Luna vio sus emociones y dijo que simplemente está muy perdido —aclaró, con un hilo de voz al llegar al final.

Harry se reclinó en el asiento y se tragó la sensación amarga de ser el peor amigo del mundo, recordándose que no podía ser su culpa, si no tenía idea hasta entonces. Draco le pasó un brazo sobre los hombros y lo pegó a su costado; la familiaridad del contacto le permitió tranquilizarse y prestar atención a la siempre incesante charla de su amiga, que a pesar de ello, estaba feliz de verlos y quería saber más de los lugares que visitaron.

Todavía quedaban alrededor de diez minutos para cumplirse las dos horas, cuando sintió que Draco se tensaba, y giró la cabeza hacia él. Pansy se calló de inmediato.

—Se acabó tu tiempo, ¿verdad? —inquirió, con una sonrisa triste, que él respondió igual.

Ella se puso de pie para despedirlos con otro abrazo, besó sus mejillas, y le prometió a Draco ir a visitarlo en la Mansión. Cuando pasaron bajo el muro de la chimenea, dispuestos a irse, ahogó un grito y les dijo que acababa de recordar que Daphne Greengrass también quería que le avisase apenas hubiesen pisado Gran Bretaña. Ellos se observaron con diversión, prometieron que le escribirían a Daphne por sí mismos, y se fueron.

Tuvo la impresión de que Draco respiraba más fácilmente cuando salieron por la chimenea de la Mansión, segundos después. No se lo mencionó.

0—

Para dar con Ron, escogió el primer fin de semana desde su llegada, de manera que no pudiese escaquearse por las clases. A él mismo le faltaban unos días para presentarse a la prueba de ingreso para la Academia de Inefables, en un semestre tardío, así que se dijo que era en ese momento, o no sería nunca.

Molly lo recibió en La Madriguera con un abrazo muelehuesos que le arrebató el aliento, lo invitó a entrar, y antes de que se diese cuenta de qué pasaba, ya estaba sentado junto a la mesa y tenía un plato de comida al frente. Le habló del éxito de los gemelos con su tienda de bromas, el trabajo de Percy en el Ministerio, y le contó, casi a modo de disculpa, que Ginny estaba en el entrenamiento con las Arpías esa mañana, por lo que no podría saludarlo, a menos que esperase.

Cuando él le preguntó por Ron, la pobre mujer casi se echó a llorar. Su chico más joven no había ido a La Madriguera en más de dos meses, no enviaba cartas, no respondía a los patronus. Si no hubiese sido porque Arthur y Percy lo divisaron por el Ministerio una tarde de prácticas de Auror, ni siquiera sabría a dónde estaba metido.

Harry estaba más preocupado al irse que cuando llegó. Había regresado a Godric's Hollow, donde se puso a dar vueltas por la sala, crispándole los nervios a su madre, que planificaba el contenido de su próximo programa, sentada en el sofá.

—Alguno de sus hermanos debe saber cosas de él que no le ha dicho a Molly, ¿no? —fue lo que le dijo. Harry le besó la mejilla, porque no podía haber pedido una mujer más lista como madre.

Cuando Ginevra Weasley saliese de los vestidores en el estadio local de las Arpías, se lo encontraría recargado en la pared contraria y sonreiría. Harry abrió los brazos, la recibió cuando se lanzó contra él, y la hizo girar en el aire, entre risas ahogadas.

Al dejarla de vuelta en el suelo, ella barrería el pasillo con la mirada, divertida, hasta que él hubiese alzado una ceja y espetado:

—¿Qué buscas?

Entonces daría un paso hacia atrás, llevándose las manos a la boca con dramatismo.

—No puedo creerlo, este es un evento único en la vida- ¡no estás con Draco Malfoy! ¡Pueden separarse! —Ginny comenzó a palparle los costados, haciéndole cosquillas por las que se retorció—. Merlín, y yo que llegué a creer que ahora sí estaban pegados con magia, Harry.

Él rodó los ojos cuando le guiñó, dejó que deslizase un brazo por debajo del suyo, y se vio arrastrado por la chica hacia el área del comedor que pertenecía al personal del estadio de Quidditch. La acompañó a almorzar, intentó no reírse por el cambio en su expresión cuando su colgante de plata se encendió con una señal mágica, y al abrir la tapa del relicario rectangular, descubrió una fotografía de Luna que cobraba vida cuando ella la contactaba para decirle que el internado iba bien y preguntarle sobre la práctica. Ya que estaba ahí, también saludó a Luna.

Cuando saliese del estadio, tendría una dirección anotada en un trozo de pergamino, y una imagen mental para Aparecerse.

0—

Ron se quedaba en un conjunto de apartamentos para magos de pocos recursos; espacios pequeños, pero cómodos y limpios, ocupados en su mayoría por estudiantes jóvenes, sin una fortuna familiar que los respaldase ni tiempo para trabajos de mejor paga, y dado el ambiente que tenía y que hubiese hallado teléfonos funcionales, un intercomunicador en la entrada y una computadora en recepción, supuso que también convivía una considerable población de mestizos o hijos de muggles allí.

Subió al ascensor, que podía utilizarse al estilo tradicional o indicando en voz alta el piso, para que se activase con una magia bastante funcional que un sangrepura no habría puesto en práctica, sin dañar el equipo, y alcanzó uno de los pisos de varias habitaciones con espacios en común, y apartamentos compartidos. Su mejor amigo estaba en uno de estos últimos, por lo que pudo ver cuando tocó con los nudillos, y fue una cabellera rubia ceniza la que se asomó.

—¿Buscas al pelirrojo? —preguntó nada más verlo. Harry asintió, por lo que se giró y gritó:—. ¡Novato, a la puerta! ¡Te están buscando aquí!

Reconoció el quejido de Ron y su andar cansado, arrastrando los pies, cuando se aproximó a la sala-comedor-cocina de la que surgían los pasillos a ambos cuartos.

—…encontré tu maldito uniforme en mi armario —le decía a su compañero, que ahogó un grito y conjuró la prenda. En el breve intercambio de palabras que los vio tener, a través de la rendija que dejaba la puerta, se percató de que él se colocaba una túnica de Auror sobre la ropa—. ¿Qué decías antes?

—Te están buscando, novato.

—¿Quién?

—¿Yo qué voy a saber? Y te toca lavar los platos.

—¿Qué…? ¡Yo lo hice ayer!

Sus protestas llegaron a oídos sordos, cuando el joven Auror salió, pasándole por un lado a Harry. El otro refunfuñó por algunos segundos, agitó la varita para levitar los platos hacia el fregadero, y dejó que la esponja comenzase a moverse sola y el agua les cayese encima, antes de darse cuenta de su presencia.

La varita se le resbaló de los dedos cuando lo hizo.

—¿Ha- Harry?

—Hey…

Trastabilló cuando Ron se abalanzó sobre él para abrazarlo. Tenía un aroma a whisky de fuego que le hizo arrugar la nariz.

—Dime que no estabas bebiendo en la mañana, Ron —Harry le palmeó la espalda y lo vio dar un paso lejos y sacudir la cabeza.

—Llegué en la mañana, ni siquiera me he cambiado- lo olvidé —soltó un bufido al decirlo, para después frotarse el rostro—. Compañero, ¿cómo llegaste aquí? Me hubieses dicho- habría ido a verte en casa de tus padres, ya sabes.

Rehuía de su mirada. Era tan obvio que se preguntó, de forma vaga, si no le enseñarían a disimular a los Aurores en la Academia.

—No era necesario, quise venir —Harry se cruzó de brazos. Aquel gesto sí captó la atención del otro, que se encogió un poco y le dedicó esa mirada desolada que años atrás le daba a Molly cuando sabía que se venía una reprimenda—. Me contaron algunas cosas interesantes cuando llegué.

—Si fue Hermione quien te dijo que- yo no quería, ¿bien? Si el estúpido de Goldstein no hubiese estado ahí en primer lugar, porque no tenía que estar, nadie lo invitó, entonces- tal vez yo no lo habría quemado- porque fue un accidente, no es como si yo fuese por ahí quemando gente- —Ron no paraba de gesticular a medida que se explicaba, o lo más similar a la acción que era capaz de llevar a cabo en ese instante.

Harry levantó las cejas.

—Fue Pansy quien me dijo que estás cansado y bebes mucho —lo cortó, a mitad de explicación, por lo que su mejor amigo boqueó y luego apretó la mandíbula, al caer en cuenta de que él mismo se delató—. Pero termina de contarme cómo quemaste a Goldstein, ya que estás en eso.

Él enrojeció.

—¡Fue un accidente!

—Que ocurrió, casualmente, cuando él estaba con Hermione, ¿no?

—Los accidentes pueden suceder en cualquier momento —puntualizó, con tal solemnidad que casi le creyó.

Harry suspiró, le rodeó los hombros con un brazo, y lo jaló hacia adentro, preguntándole si tenía algo más que hacer esa tarde. Si tuvo planes, los canceló de inmediato.

—Yo sólo- me desespera verlos juntos, ¿bien? —sería la vaga explicación que le daría acerca del asunto con Hermione y su novio, cuando ambos estuviesen sentados en los muebles viejos de su sala—. Me da- no sé, quisiera maldecirlo, si no supiese que estaría tan, tan mal, y ella- ¿te imaginas cuánto se enojaría ella?

Casi podía visualizar la reacción de Draco, si hubiese escuchado lo mismo que él. Se habría apretado el puente de la nariz, para después inclinarse en su dirección, y preguntar "¿le dices tú que se está muriendo de celos y actúa como estúpido, o lo hago yo?".

Soltó una pesada exhalación.

—¿Y qué tiene que ver eso con la bebida en exceso?

Ron hizo una mueca de disgusto.

—No bebo tanto, sólo- algunas noches para, tú entiendes, desestresarme. La Academia es difícil.

—Así que lo puedes dejar en cualquier momento, ¿cierto? —Harry volvió a arquear las cejas cuando lo vio fruncir los labios. Tras un instante, Ron asintió con ganas.

—Sí, puedo. Claro que puedo dejarlo.

Pasaron unos segundos en silencio, cada uno sumido en sus pensamientos, hasta que Harry se estiró y preguntó:

—¿Por qué dejaste La Madriguera?

—¿Todo en esta tarde va a ser sobre mí? —gimoteó su mejor amigo, enterrando el rostro entre las manos.

—Bueno, ¿quieres que te hablé de lo que hice cuando viajaba? Hace unos meses, en la parte mágica de la Torre Eiffel, estuvieron a punto de echarnos por "exhibicionismo", porque Draco me hizo-

—¡Hablemos de mí! —se exaltó, con el rostro más rojo aún, el color se le extendía hasta las orejas— ¡hablemos de mis problemas emocionales, de La Madriguera! ¡De la Academia! ¡De Quidditch! ¡Lo que sea! Sólo no me metas esa imagen mental en la cabeza, oh- Merlín, qué asco —Ron procedió a cubrirse la cara de nuevo, entre lloriqueos.

Harry se echó a reír al haber conseguido la reacción que esperaba. Ron se demoró unos instantes en levantar la mirada hacia él, ceñudo, pero su expresión se relajó poco a poco.

—¿Dijiste en la Torre Eiffel?

Le sonrió con aparente inocencia.

—¿Sí quieres que te cuente sobre eso entonces?

Por supuesto que disfrutó de ver cómo su rostro se deformaba por el desagrado.

—Amigo, es horrible, en serio. Eso es simplemente horrible.

—A mí me gustó basta-

—¡Ya! ¡Suficiente!

Harry siguió riéndose cuando le lanzó un cojín al azar y se puso a protestar sobre cómo no debía contarle eventos semejantes, si quería que se mantuviese cuerdo.

Cuando dejase el edificio, unas horas más tarde, Ron tendría mejor cara, le habría prometido ir a almorzar en La Madriguera al día siguiente, un domingo, con él, y Harry habría hecho una inesperada pausa al final de las escaleras del conjunto residencial, frente a un tablero de anuncios al más puro estilo de los muggles, donde ponían la disponibilidad de cuartos.

Algunas ideas interesantes darían vueltas en su cabeza al regresar a Godric's Hollow.

0—

La prueba para entrar a la Academia de Inefables consistía en un examen teórico y uno práctico.

Harry se pasó algunas tardes en la biblioteca de la Mansión, acompañado por su novio, sólo para descubrir que, aunque sus conocimientos no fuesen calcados de los libros, conocía toda esa teoría de las lecciones con Ioannidis. No sonaba a que fuese a tener dificultades, mientras tuviese un repaso decente de los nombres de los conceptos que siempre se le escapaban.

Por si acaso, sólo para alentarlo, Draco le daba un beso con cada respuesta acertada en los cuestionarios que le preparaba con la temática general.

Para la parte práctica, tuvo la buena suerte, y la desgracia, de que sus amigos estuviesen bastante dispuestos a ayudarlo. Draco les prestó la sala de requerimientos de la Casa de los Gritos, y le deseaba suerte cuando le avisaba que iba a entrenar, quedándose en una de las salas de la Mansión, con los elfos, su madre, o a solas. Lo último era lo más frecuente.

Pansy fue la primera. Cuando creyó que la tenía, ella lanzó unas semillas al suelo, las germinó e hizo crecer en un parpadeo, y lo derribó con tallos que luego lo ataron.

La siguiente vez, ambos acordaron dejar las varitas en un cofre que la sala les proporcionó para dicha utilidad, y retomaron el enfrentamiento.

Pansy tenía un control impecable de su magia sin varita. Excepto cuando se alteraba. Harry la rodeó con una pared de fuego que la exaltó, ella vaciló al no querer herirlo por error, y la atrapó en un levicorpus que la hizo formar pucheros.

Luego fue Hermione. La chica había visitado la Mansión cuando Harry estaba allí también, para saludarlos, y tomó un té con ambos, mientras hablaban de todos los eventos recientes y él le aseguraba que , Ron había ido a comer con su familia, , le contestó las últimas cartas a su madre, y no, no había llegado en la madrugada pasado de bebida, desde que Harry se lo encontró en uno de los locales del lado mágico de la ciudad, un poco más ebrio de lo debido para un futuro oficial del Ministerio, e imitó uno de esos regaños al estilo Molly Weasley, con un verdadero jalón de oreja incluido para complementar.

Entonces se le había ocurrido preguntarle si también lo podía ayudar y ella aceptó con gusto.

No creyó que terminaría atrapado en una masa pegajosa porque hubiese transfigurado el suelo de pronto. La segunda práctica acabó con Hermione metida en un cubo transparente de magia, y Harry siendo tragado por el piso.

En la tercera, se golpeó la cabeza en una mala caída y tuvieron que hacer una pausa. Para la cuarta, Harry gritó cuando fue levitado hasta el techo y soltado, y aunque en el fondo, era consciente de que ella lo detendría antes de haber impactado contra el suelo, temió.

Antártida apareció por encima de él, desplegó las alas y lo sostuvo en el aire, balanceándose, cuando pensó en que no quería otro golpe por el que Draco fuese a verlo con preocupación más tarde.

Hermione chilló al ver al dragón blanco que lo depositó en el suelo y se encogió, para regresar a su forma diminuta y volver a unirse a él.

—¡¿Qué fue eso?! —exclamó, maravillada, sus ojos enormes y curiosos fijos en él.

Harry no halló más opción que hacer una pausa para explicar de dónde había salido su pequeño familiar. Le pidió a Antártida que despertase y sostuvo al dragón entre las manos, medio dormido, para que ella pudiese detallarlo.

—Tienes que utilizarlo en la prueba —argumentó, con ese tono que no dejaba opción a réplicas de parte de alguien que apreciase su vida. Aunque Harry tenía momentos de imprudencia.

—No estoy seguro de si-

Incluso él sabía que debía callarse cuando le dedicaba una mirada como la que le dio al oír su intento de rechazar la idea.

—Es completamente legal y justo, Harry. Es tu magia, la forma que tu magia ha tomado para ti —Hermione no paraba de alternar la mirada entre Antártida y él, como si no se explicase por qué Harry no podía ver la obviedad en el asunto—. ¿Tienes idea de cuántos Inefables querrían tener algo semejante? Utiliza tus ventajas.

Más tarde, cuando estuviese de visita en la Mansión, le contaría a Draco la conversación que mantuvo con ella al finalizar la práctica, y su novio asentiría, sin alterarse.

—Si tienes una ventaja, deberías usarla —fue lo único que comentó, demostrando su acuerdo tácito con las palabras de Hermione. Él resopló, dejó caer la cabeza sobre el borde de la mesa, y que Draco enredase los dedos en su cabello y le regalase algunas caricias distraídas, que lograron desvanecerse la tensión acumulada en Harry a lo largo de esa tarde.

Ron fue el último y el más importante, por lo que tenía planeado poner en práctica con él. Su mejor amigo estaba confiado por su entrenamiento de Auror, bromeó sobre no querer lastimarlo, y le permitió empezar el duelo.

En retrospectiva, aquel fue su error.

Harry recordaría haber pensado que quería envolverlo y capturarlo para que no pudiese defenderse de los hechizos, y la débil vibración de la magia en respuesta que sintió sobre la piel.

Levantó el brazo y la figura blanca se deslizó por su extremidad rápidamente, desenroscándose, estirándose para llegar a su mano, de donde surgió la gran cabeza ovalada, las fauces amenazantes, y luego, poco a poco, el resto del largo cuerpo con sus alas.

Ron no tuvo oportunidad de darle con una sola maldición. Todas las que arrojó al intentar apartarse del dragón, le dieron en el costado o fueron desviadas por una de las alas que se atravesaba y cubría a Harry.

Antártida lo rodeó y apretó, y Harry lo manchó de pintura roja con la varita, en señal de que había perdido, porque era más práctico que lastimarlo de verdad con alguna maldición dolorosa.

—¡¿Qué acabas de hacer?! —protestaba su mejor amigo, retorciéndose entre el cuerpo escamoso de Antártida, que lo sujetaba igual que habría hecho una serpiente estranguladora.

Harry le ofreció los brazos y vio que no sólo lo dejaba ir de inmediato, sino que se encogía de vuelta al tamaño reducido que no superaría la longitud de su pulgar y se acomodaba en una de sus palmas. Puede que aún tuviese que aprender un par de cosas al respecto, pero ya sabía cómo funcionaría.

Y se sentía listo para la prueba.

0—

La prueba teórica para la Academia tuvo lugar una mañana, en una zona aparte del Departamento de Misterios, una de esas salas del largo pasillo que no terminó de visitar. Hellen estaba entre los organizadores; la bruja le guiñó, palmeó su hombro al pasarle por un lado, y le soltó, con dramatismo, que no pensaba tener preferencias, incluso si se trataba de uno de 'sus chicos'. Él lo aceptó con una sonrisa divertida.

Quizás hubiese tenido uno o dos errores en las respuestas, su redacción del ensayo de la última página no fue el mejor, pero estaba seguro de que nadie que leyese su examen podía decir que Harry Potter no sabía lo que contestaba en las cuatro horas sentado en esa incómoda silla.

La prueba práctica se llevó a cabo el mismo día, durante la tarde, en una sala diseñada para Aurores novatos, que el Departamento de estos les prestó. Entraban uno a uno, guiados por los organizadores que no decían sus nombres ni una vez en voz alta, con esa aura de misterio tan propia de los Inefables y tan inexplicable para otras personas.

Harry aguardó su turno sentado, acariciando de forma distraída la cabeza de Antártida, que se asomaba sobre la piel del dorso de su otra mano. La tenía enrollada en toda la extensión del brazo con que no sostenía la varita, para mayor facilidad al convocarla.

Fue Hellen quien le indicó cuándo pasar, y a pesar de su advertencia, le deseó suerte al cerrar la puerta tras él.

Del otro lado, estaba un laberinto de acertijos, trampas y criaturas, que le traía el vago recuerdo del que fue usado en el Torneo de los Tres Magos, años atrás.

La ola de magia de la compulsión, una copia del Imperio, que se extendió por el lugar para recibirlo con la orden de abandonar, casi le hizo reír. El anillo de los Malfoy en su dedo se entibiaba, y el efecto del hechizo no podía llegar a su mente por el "regalo" que Draco le dio.

Harry murmuró a Antártida que estuviese pendiente de su llamado, se enderezó bajo la túnica negra con capucha que los hacían usar para asistir a las pruebas, y se adentró a un pasillo del laberinto. Presionó la mano derecha contra una de las paredes, siguió esa dirección, y aunque no supiese lo que estaría al doblar en la esquina, tuve la absoluta certeza de que le iría bien.

0—

Draco se aburría.

Merlín, se moría del aburrimiento.

La Mansión era enorme y silenciosa. Pese a que se trataba de un conocimiento que tenía de toda la vida, era diferente una vez que había experimentado el vivir en lugares ruidosos, cálidos. En especial, el haber pasado tanto tiempo cerca de Harry, y luego estar ahí, de vuelta a las horas en la biblioteca, colocando los sellos de cera con el emblema familiar en los sobres e indicándole a los elfos cómo entregarlos al búho, para que todos llegasen a donde les correspondía ir.

Su madre lo acompañaba de a ratos, lo sacaba de la biblioteca y le hablaba con un tacto extremo cuando se lo encontraba en el despacho que solía pertenecer a Lucius, afectado por los propios cambios que generaba su simple presencia allí durante el ajuste mágico. Lo invitaba a tomar el té, enviaba bocadillos con los elfos, o lo distraía con charlas en voz baja y serena. Draco sabía que estaba intentando que su frustración no fuese tan grande y le agradecía, pero cuando ella lo dejaba solo, la Mansión retornaba al silencio que lo aturdía más que el ruido, y se sentía sofocado, asfixiado, una fuerza invisible cerrándose en torno a su garganta, sin cortarle la respiración, pero sin darle tregua tampoco.

La cabeza le daba vueltas en los peores momentos posibles, un dolor constante, palpitante, punzante, le atacaba la sien cuando pretendía moverse a través de los pasillos. El recluirse en la biblioteca o la oficina, en cambio, le causaba la impresión de que veía números delante de los ojos, de tantas cuentas que había que sacar sobre el balance de las propiedades, y con un odio reciente al sonido que producían las vuelaplumas al rasgar el papel de los pergaminos en que replicaba las cartas a los socios comerciales.

Regulus había tenido un lindo gesto al utilizar un antiguo encantamiento de los Black en el despacho cambiante, para que la puerta se iluminase con dibujos brillantes de estrellas que trazaban su constelación, igual que en Nyx. Lo visitaba cuando le era posible, se sentaba cerca de él, no lo suficiente para incomodarlo o estorbarle si tenía que ponerse de pie, y permanecía en silencio, a menos que fuese Draco quien hablase primero. No le hizo preguntas sobre el viaje, más que para saber si lo disfrutó, y no lo forzaba a comentarle al respecto, ni sobre el estado de la herencia Malfoy. Tampoco le había hablado del mantenimiento de la fortuna Black, y aunque ambos sabían que sólo era una cuestión de tiempo y retrasaban lo inevitable, no hacía falta insistir.

Su padrino también había ido una vez, un fin de semana. Los dos se metieron al laboratorio provisional que la Mansión tenía desde que Lucius y Narcissa lo instalaron para él, trabajaron en unas recetas experimentales que todavía necesitaban ser probadas para considerarlas aptas para consumo, y no conversaron de nada en particular. Su intercambio consistió en escasas palabras, peticiones de que el otro le pasase un ingrediente, indicaciones sobre cómo podía mejorar el procedimiento de la poción, y silencio, agradable y familiar silencio, sólo interrumpido por el chasquido de metal, el burbujeo de los calderos, el crepitar del fuego debajo de estos, y el tintineo de las varillas cada vez que le daban una vuelta a la mezcla y golpeaban el borde del caldero.

Cuando no estaba desorientado por la sensación de despersonalización que le daba percibir las barreras de la Mansión más que su propio cuerpo, de a ratos, las oleadas de magia que lo distraían, o asegurándose de tener en orden sus deberes como heredero para no estar obligado a preocuparse por el estado financiero de la familia, tenía pocas ganas de hacer lo que fuese, cansado como quedaba con los cambios mágicos que lo rodeaban.

En medio de todo aquello, Harry era una ráfaga de aire refrescante, una emoción súbdita, y el único que lograba centrarlo por completo, haciendo caso omiso del latir de la magia que sentía en el cuerpo, a la espera.

—…entonces Antártida subió así…—le contaba Harry, con una sonrisa entusiasta. Levantó el brazo, el dibujo blanco y largo enroscado en su piel se movió, y la cabeza de Antártida surgió desde su mano, el cuerpo brotando para tomar forma y consistencia poco a poco ante sus ojos.

Draco podía ver lo impresionante que era, podía imaginar la reacción de otros al observarlo. El dragón crecía a una velocidad imposible, desplegaba sus brillantes alas, y se alzaba sobre Harry, imponente, protector. Él no parecía darse cuenta de cómo lucía con la túnica negra, la sonrisa emocionada, y su familiar, una criatura increíble que no obedecería a nadie más.

Siempre supo que, un día, el resto de las personas descubrirían el potencial de Harry, que él notaba desde que creaba fuertes escudos sin haber practicado con antelación, y hacía de profesor en el club de duelos. Estaba orgulloso. Más que eso, en realidad.

Se sentía tan absurdamente enamorado de él, que podría haberse burlado de sí mismo, si no hubiese aceptado tiempo atrás que sería de ese modo.

Tenía los codos apoyados en el borde del escritorio, la barbilla recargada en la palma, y lo veía con una media sonrisa, conforme su explicación se tornaba más acelerada y la emoción lo dominaba, por lo que gesticulaba en exceso y sus palabras se mezclaban. Harry sólo se detuvo cuando un patronus, de algún tipo de perro, irrumpió en el despacho y le dio un mensaje de Ron, que le arrancó un resoplido.

—¿Ya?

Maldición. Draco no quería sonar así de lamentable cuando sabía que tenía que irse. No era como si pudiese pedirle que se quedase allí por un tiempo indefinido. Ni siquiera lo consideraba cuando la frustración lo consumía. Su novio tenía que seguir afuera, impresionado al mundo mágico; Draco no quería menos para él.

Harry le mostró una expresión culpable al estirarse sobre la mesa, las manos presionadas en el borde como punto de apoyo, para capturar sus labios. Él buscó sostenerle los hombros y lo besó por un largo rato.

—Podría volver más tarde, para cenar contigo —ofreció Harry, mirándolo desde arriba por la diferencia que le otorgaba que él estuviese parado y Draco sentado.

Negó.

—Ni siquiera has terminado de desempacar —levantó las manos y se puso a jugar con algunos de los mechones rebeldes que le adornaban los lados de la cabeza, para después trazar la línea de su mandíbula con los dedos. El rastro inicial de una barba incipiente, con la que tendría que lidiar en poco tiempo, le hacía gracia—. Creo que puedo sobrevivir una noche sin que vengas, Hopear.

Procuró utilizar su tono más socarrón, pero Harry, a pesar de soltar un bufido de risa, no dejó de observarlo con preocupación. Le sostuvo el rostro y lo volvió a besar para tranquilizarlo. O tranquilizarse a sí mismo.

—Avísame apenas te digan que entraste a la Academia…

Si entro —le corrigió, divertido, haciéndolo rodar los ojos.

Cuando entres —aseguró Draco—, porque es obvio que lo harás.

Su novio sacudió la cabeza con una sonrisa, le dio un beso más, y tras otras palabras a las que no le daría tantas vueltas dentro de su cabeza, se aprovechó de que las barreras de la Mansión lo reconociesen tan bien como lo hacían, para Aparecerse en lugar de tomar el flu.

Y luego volvía a quedarse solo.

casi solo.

—…vamos por comida —dictó de pronto, cerrando la tapa del libro de registros que tenía extendido sobre la mesa cuando Harry llegó con las buenas noticias. Se inclinó desde la silla para asomarse por debajo del nivel del escritorio. Lep estaba echado a sus pies, pero levantó la cabeza y olisqueó el aire nada más oír su voz.

Le ofreció una mano y dejó que subiese por su brazo, hacia el hombro, para ponerse en marcha. Podría haberle pedido a los elfos unos bocadillos, o podría haberlos invocado desde la cocina, pero decidió no hacerlo. Caminar, el movimiento constante, lo relajaba.

Cargó con Lep por los pasillos, dando vistazos breves a su alrededor cada poco tiempo. Aquella puerta no iba ahí unos días atrás, una de las barreras que precedían los corredores que iban hacia las habitaciones de la familia vacilaba, una lámpara había estallado bajo una oleada de magia que no provino de ningún mago. El dolor palpitante en la sien estaba de regreso.

Se obligó a concentrarse en su conejo, en el pelaje cambiante, acariciarle un costado. Reírse del toque de su nariz en la mejilla, y de la manera en que movía las orejas, como un can habría hecho con su cola, para demostrar el entusiasmo.

Entonces, una vez distraído, se hacía un poco más soportable.

Pasaron por las cocinas, sorprendiendo a los elfos que comenzaron a llevar a cabo reverencias exageradas, con las que golpeaban el suelo con la nariz, y pronto se vio envuelto por un grupo de criaturas que intentaban descubrir cuál era su capricho del día y qué podían darle al conejo para mantenerlos a ambos satisfechos.

Cuando caminó de vuelta al despacho, Lep correteaba por delante de él, y procuraba mantener su atención puesta en el bizcocho de chocolate que llevaba y no en las peticiones y llamados de los retratos, al menos, no en la mayoría. Frenó a unos pasos de la oficina, donde se hallaban las pinturas de los últimos Malfoy que lo precedieron.

Su abuelo Abraxas lo saludó con un escueto asentimiento. Su padre, erguido y con esa expresión de perfecta serenidad con que lo recordaba de sus primeros años, lo sometió a un rápido escrutinio.

—¿No acabas de hacer una pausa? —inquirió, entre dientes, pero su expresión se había suavizado, y de las tardes que tuvo tiempo para descubrir los últimos secretos por conocer de la Mansión, podía concluir que significaba que encontraba aceptable su progreso, por muy hosco que pudiese aparentar ser con sus palabras.

—Terminé lo que tenía pendiente para hoy —replicó él, sin alterarse. De nuevo, el retrato de Lucius lo encontró aceptable, porque asintió y empezó a conversar con su antecesor, en voz baja.

Draco entró al despacho después de su conejo, que regresó al punto debajo de su silla, donde se acurrucó. El búho imperial de los Malfoy estaba posado en una percha junto al escritorio, que se balanceaba con su reciente llegada; él le acarició el plumaje con su otra mano, le tocó la cabeza, y le dio una golosina a manera de recompensa.

Un sobre de aspecto antiguo, con un sello de cera azul, reposaba sobre su escritorio, encima de la pila de documentos y libros de registros que se dispersaban sobre el mueble, tras una mañana ajetreada por pedidos a Gringotts. La letra estilizada en el papel, de tinta del mismo color, sólo ponía una línea.

"I. H."

Draco no conocía a alguien con esas iniciales, pero no llegó a revisarla de inmediato, porque las barreras vibraron con un aviso. Un sangrepura pedía entrar. Más que eso, uno que pertenecía a una familia socia de los Malfoy.

Se lo concedió, rodeó el escritorio y ocupó su asiento, irguiéndose y adoptando la expresión de practicada calma que tendría que haber puesto frente a cualquier socio. Cuando, unos momentos después, la puerta del despacho se abrió, no pudo evitar un resoplido burlón. Su postura se relajó de forma automática y la bruja lució orgullosa de sí misma por ello.

Daphne Greengrass cerró la puerta al pasar, caminó hacia la mesa, y tomó asiento en la silla contraria a la suya, recta, con las manos unidas sobre el regazo y los tobillos cruzados.

—Draco —canturreó, con una dulzura casi empalagosa—, quiero que me ayudes a planear algo.

Él se limitó a elevar las cejas y escucharla hablar.

Bueno, aquello sonaba interesante. Al menos le daría la oportunidad de pensar en algo diferente a su Legado.


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