Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Luz de luna por BocaDeSerpiente

[Reviews - 24]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Capítulo ocho: De cuando Harry (y Draco) sigue metiéndose en problemas (y hablan)

Pansy Parkinson había presenciado cosas aterradoras en su corta vida. La Muerte. Los amigos que su padre tuvo. Al tío Lucius molesto.

Que se llevaran a Draco.

Desde que rondaban los cinco años, no existía nada más terrorífico que el que se llevasen a su mejor amigo, a la fuerza, de su lado. El corazón empezaba a martillearle, desesperado, la sangre se le congelaba, las extremidades se le entumecían, una capa de sudor frío comenzaba a cubrirla. Quería gritar, correr, llorar, lanzar un golpe, a Draco cerca. Siempre a Draco.

Porque cuando lo alejaban así, recordaba los demás sucesos terroríficos, y ella no quería recordarlos.

Esa era, básicamente, la razón por la que Pansy Parkinson corría por los pasillos de Hogwarts, en dirección a las mazmorras.

Se había quedado paralizada cuando el juego de Quidditch en el patio se detuvo y divisó al padrino de su mejor amigo; al verlo irse con ambos niños atrapados por un encantamiento, estuvo por seguirlos, pero Lep y Gremlin, ambos de vuelta a sus formas normales, se interpusieron en su camino. Cuando se quiso dar cuenta, la profesora Hootch estaba de regreso y sólo podía aguardar una distracción para escabullirse lejos. Habría jurado que gritaron su nombre cuando se apartó del grupo, para que volviese, mas era un sonido distante, perdido entre los tumptumptump, que sentía contra los tímpanos.

Jadeaba por aliento, la garganta y el pecho le ardían; correr no era lo suyo. Tenía la sensación de que se iría hacia un lado, o se inclinaba mucho hacia adelante, y caería. No podía caerse.

Algunos estudiantes comenzaban a salir de sus aulas, para dirigirse a la siguiente clase o a la hora de descanso. Dio manotazos al aire para apartarlos, pasó bajo brazos alzados y entre amigos que caminaban juntos, ahogó sus propios quejidos, no prestó atención a los ajenos.

Llevaba al conejo y al Puffskein en los brazos; quería creer que ese era el motivo de que la estuviesen viendo tanto. O su aspecto desaliñado, poco digno de una hija de sangrepuras, o su agitación evidente, en el rubor que le cubría el rostro y los ojos desorbitados.

Pero sabía que no lo era.

Los murmullos que dejaba a su paso, las miradas que recibía, eran porque se formaban grietas en el suelo que pisaba. Estaba rompiendo la piedra de Hogwarts. Y ella no quería, en verdad no, pero sin Draco o su hermano cerca, el aire de pronto era más difícil de respirar, una fuerza invisible se cerraba en torno a ella, como paredes listas para encerrarla.

No quería. No quería. No quería. No quería.

Las mazmorras estaban cada vez más próximas, casi podía ver las escaleras a lo lejos. Los cuerpos que esquivaba se convertían en poco más que borrones de color en su campo de visión.

Nada le pasaría, se decía, porque Draco y Harry estaban con el profesor Snape, ¿y desde cuándo él sería capaz de hacerle algo a un par de niños? Era el mismo sujeto que cargaba a Draco cuando era un bebé y la tía Narcissa no podía hacerlo por él, el que lo acunaba y le hablaba de hechizos raros hasta hacerlo dormir. Era el que le enviaba ingredientes de pociones, instrumentos, ensayos científicos, y luego le preguntaba qué había aprendido. Era su padrino, lo conocía, ¿y no significaba eso que tendría que estar más segura de que sus amigos estaban bien?

Al parecer, no.

Al comenzar a bajar los escalones de dos en dos, chocó el hombro contra alguien que no podía identificar. Creyó notar la corbata azul de Ravenclaw, y unos libros que se le caían a quienquiera que fuese, pero si se detenía ahí, tan cerca, tan pronto, cualquier cosa podría sucederle a Draco, así que apretó más el paso y se dirigió hacia el área de puertas, sin saber cuál era la que buscaba.

Las manos le temblaban cuando las pasó por la piedra de las paredes. Concéntrateconcéntrateconcéntrate.

Si cerraba los ojos, podía escuchar a su mejor amigo explicarle qué hacer. Tú eres el poder, tú eres quien lo hace; es una brisa, o agua, y está dentro, y tienes que hacerla fluir hacia afuera. La varita sólo está ahí para que puedas sacarla más rápido, ya oíste a Jacint, pero puedes hacerlo por los dedos. Sí se puede, yo lo he visto. Y el Draco que se imaginaba estaría postrado en uno de los mullidos sillones Malfoy, realizando complicadas florituras con su varita de prácticas, a las que apenas les ponía atención.

¿Dónde está Draco?

Concéntrate.

¿Dónde está?

Concéntrate.

¿Está bien?

Concéntrate.

La última vez que-

Concéntrate.

Sí, la última vez que vio a su mejor amigo ser atrapado por un petrificus, terminó muy mal. Pero sólo eran niños pequeños, y ella tenía que concentrarse.

Concéntrate, o no lo verás. Y lo hizo.

Podía sentir un tirón desde el pecho, los brazos. Era una fuerza invisible que la guiaba, aun con los ojos cerrados, hacia una de las aulas, una oficina, tal vez. Por donde rozaba los dedos, la roca se transparentaba desde ese ángulo, para que pudiese ver hacia adentro sin que se enterasen.

Parpadeó un par de veces para enfocarse entre las lágrimas. Casi podía ver escenas pasadas, los destellos verdes de las maldiciones, el cabello rubio de su mejor amigo teñido de la sangre-

Y de nuevo, no quería.

Se forzó a relajar los músculos, apoyándose en la pared, y a observar por la rendija que creó. No pensaría en ello, porque si lo hacía, perdería la concentración y se cerraría.

La roca le revelaba, como pensó, una oficina, que se asemejaba a una cueva bien disimulada. Los lados estaban ocultos tras los estantes de libros y frascos, había dos mesas alargadas, con calderos, un sillón-cama, al fondo, un escritorio, desde el que un hombre esperaba una explicación de parte de los dos niños, ahora de pie y librados del hechizo.

Veía los labios del profesor moverse, mas no podía oír a través de la roca, y quiso lloriquear por haber sido lo bastante tonta como para pensar que sí. Estaba por considerar entrar, así, sin más, cuando sintió que Lep se movía hacia su hombro, y algo suave se instalaba en su oreja.

Lo que fuese que hubiese optado por transformarse, extendía una línea clara hacia la roca, y desparecía en la transparencia de esta. Y ella podía escuchar.

—...me gustaría saber en qué estaban pensando cuando comenzaron a hacer ese...jueguito.

—Profesor, nosotros...—Harry fue interrumpido por un chisteo del hombre, que apuntó hacia Draco. El heredero de los Malfoy conservaba una postura erguida, aunque tenía las manos apretadas en puños a los costados, escondidas por el uniforme.

—Tenía la absurda ilusión de que fueses tú quien pensase, Draco Malfoy.

Por Merlín, aquello era serio. Pansy no lo escuchaba llamarlo así desde que soltaron un pavo albino, por un accidente-no-tan-accidental, en el laboratorio de pociones de su casa; por lo general, usaba una palabra en latín, o su nombre de pila, para referirse a su ahijado.

—Sólo jugábamos —aclaró el aludido, con la voz tensa.

—Específicamente cuando la profesora Hootch había dicho que se quedasen en tierra.

—¿Cómo...? —Snape volvió a chistearle a Harry, que se encogió y apretó los puños también.

—¿Creen que nadie se enteró de su jueguito? Duraron mucho rato, estudiantes y maestros los vieron. Cuando salgan de aquí, todo Slytherin, si no es que todo Hogwarts, sabrá que unos de primer año estaban haciendo su propia versión de Quidditch uno-a-uno.

—No hicimos nada malo —Draco continuó, la voz suave, un susurro contenido—, pensábamos bajar antes de que llegase y lo olvidamos. Hootch tardó mucho.

—Tardó porque vino a verme y hablamos sobre su comportamiento.

—¿Nuestro comportamiento? Es la primera semana de clase, nos hemos portado bien. No me vas a querer sacar de Hogwarts por jugar, ¿o sí, padrino? —el niño le espetó, dando un paso adelante. Con un movimiento de muñeca, el profesor atrajo una silla para que se colocase detrás de él, y una fuerza invisible empujó a Draco a sentarse; Harry alternó la mirada entre ambos y también se sentó, despacio y por sí mismo—. Esto es estúpido —dictó el pequeño, cruzándose de brazos.

—Estoy de acuerdo —la repuesta los sobresaltó a los tres. Pansy tuvo que ahogar un jadeo por la sorpresa, lo que tenía en la oreja se removió y percibió la inhalación de Lep al olfatearle la piel—. Por eso fue que le dije que no me molestara con cosas tan insignificantes, hasta que mencionó algo muy interesante sobre ponerles una responsabilidad encima, dado lo sucedido...

—¿Castigo por jugar? —su ahijado se burló, y la mirada que el hombre le dirigió habría intimidado a cualquiera, menos a él. Harry volvía a pasear los ojos de uno al otro, encogido contra el reposabrazos y uno de los costados de Draco.

—No un castigo, una responsabilidad.

—¿Y no es lo mismo?

—Yo diría que no —hizo una breve pausa, en la que observó hacia la puerta. Pansy tuvo la certeza de que sabía que estaba ahí—, ya lo verán.

Snape se levantó. Con un susurro de túnicas, caminó hacia ese extremo de la oficina. La niña contuvo un grito y se echó hacia atrás de golpe, lo que provocó que la transparencia de la roca desapareciera, dejando sólo una grieta más en su lugar.

Lep empezó a moverse enseguida, y el peso sobre su hombro, volvió a ser el de un conejo cualquiera.

Los pasos que se oyeron por el corredor de la mazmorra se detuvieron casi de inmediato. Ella giró la cabeza para encontrarse con un muchacho alto y desgarbado, con el uniforme de Slytherin, que no le dedicó más de un segundo de atención, antes de que la puerta de la oficina se abriese y el profesor Snape apareciese del otro lado.

—Señorita Parkinson —masculló entre dientes, con una mirada que no prometía nada bueno—, señor Flint. Adelante, por favor.

El Slytherin mayor entró, escabulléndose por uno de los costados del hombre y el poco espacio que este dejaba entre su cuerpo y el marco. Pansy estaba por echarse más hacia atrás y apartarse, cuando Snape posó sus ojos en ella de nuevo.

La niña se encogió y arrastró los pies hacia el interior de la oficina. Se sentía mucho más pequeña de lo que era, y los ojos se le volvieron a llenar de lágrimas mientras se dirigía hacia el sillón que ocupaban sus dos amigos. Draco levantó la cabeza hacia ella, y le pareció que murmuraba a Harry, antes de que le hicieran un espacio para que se sentase en el medio de los dos; quedaban apretados, pero ninguno se quejó.

Draco le sujetó la muñeca y le dio un suave apretón. No dijo nada. El profesor cerró la puerta y caminó de regreso a la parte trasera del escritorio.

—Discutí esto con la profesora Hootch —comenzó a decir en voz baja, contenida—. Lo mejor que podemos hacer con los niños traviesos, es disciplinarlos. Ambos estuvimos de acuerdo, aunque en diferentes maneras, en que llevar a cabo una tarea relevante para su Casa, que exigiese trabajo, esfuerzo y sacrificio, bastaría. Para eso está aquí el señor Flint; Flint, estos son Harry Potter y Draco Malfoy. Tus nuevos compañeros de equipo, de primer año.

¿Equipo?

Pansy parpadeó un par de veces, aturdida, y observó a sus amigos. Harry estaba boquiabierto y miraba sin disimulado al estudiante mayor, Draco tenía los ojos más abiertos de lo normal, nada más.

—¿Cómo- cómo que "equipo"? —en esa ocasión, Snape no chisteó al niño, aunque sí le dirigió una mirada larga y evaluadora.

—El equipo de Quidditch de Slytherin, jugarán, ganarán, para nosotros. Flint es el capitán.

—Profesor —el muchacho se adelantó a los niños, cada uno más conmocionado que el otro—, son de primero...

—Qué observador, señor Flint.

—Los primeros no juegan.

—Lo hacen, si yo lo permito —Snape dio un asentimiento severo y lo retó a hacer comentario alguno. Hubo un instante en que pareció que lo haría, pero luego algo en el chico se desinfló y dejó caer los hombros. El profesor asintió de nuevo—, cuento con que encontrará un buen lugar para sacar provecho de las...habilidades del señor Potter. Siempre he tenido la idea de que el señor Malfoy sería un buen Cazador.

La pequeña percibió la tensión de ambos niños, un segundo antes de que Draco se inclinase hacia adelante y mirase al jugador de Quidditch.

—Potter es decente como Buscador —mencionó con ligereza. Vio a Flint asentir despacio, una expresión contrariada haciéndose presente en su rostro.

—No tenemos Buscador, y tenemos un lesionado que necesita suplente. Haremos pruebas y prácticas, si le parece, profesor, para saber en qué puestos quedarían bien.

—Me parece —Snape susurró, recorriendo a los cuatro una última vez con la mirada. Después agachó la cabeza y se concentró a tachar los pergaminos que tenía adelante, en una pila—. Fuera de aquí.

Flint fue el primero en girarse. Los tres niños se demoraron un poco más, Draco tuvo que tirar de ella para sacarla de su aturdimiento y ponerla de pie.

¿No los...?

No los iban a expulsar.

No los iban a expulsar. No los iban a expulsar. No-

El pensamiento se repitió una y otra, y otra, y otra vez, dentro de su cabeza, con creciente alivio.

Avanzaron despacio hacia la salida, sus amigos intercambiaron murmullos y se pusieron de acuerdo con el capitán de Slytherin al llegar al corredor. Ella se abrazó más a Lep y no lo dejó ir hasta que el conejo saltó a los brazos de su dueño, que lo estrechó con cuidado y los guio de regreso a la Sala Común.

—...te dije que mi padrino no es el monstruo sin corazón que tu amigo Hufflepuff dice —le comentaba Draco al segundo niño, con voz calmada, mientras se adentraban a la sala vacía de las mazmorras. Era lo bastante tarde para que nadie estuviese en la hora libre del almuerzo, y tan temprano que algunos todavía estaban en clase, así que nadie iría a dejar sus cosas para marcharse a la cena, hasta dentro de un largo rato.

Pansy se estremeció al darse cuenta de que estaban solos y dejó de caminar detrás de ellos, antes de que alcanzasen las escaleras que separaban los dormitorios. Como era de esperarse, su mejor amigo se percató del movimiento y se giró para verla; seguido de él, Harry hizo lo mismo.

—¿Te preocupaste, Pansy? —preguntó con un hilo de voz, frotándose los ojos por debajo de los lentes sin delicadeza. Ella asintió con fuerza y apretó los párpados.

—Potter, ve al cuarto y tráenos una cobija —se escuchó un débil quejido, y volvió a abrir los ojos para encontrarse con que Draco rodaba los suyos—, por favor, ya —sonaba más exasperado que suplicante, pero el mencionado resopló e hizo lo que le pedía.

Pansy sintió que su mejor amigo le colocaba las manos sobre los hombros y le daba un apretón sin fuerzas.

—¿Miedo? —volvió a asentir y formó un puchero—. ¿Qué te he dicho sobre eso, Pans?

La niña arrugó el entrecejo, en una expresión de concentración, al intentar recordar las palabras exactas.

—Tengo que ser valiente.

—¿Y qué más?

—Tengo que calmarme.

—Sí, ¿y...?

—Tengo...tengo que aprender a pasar tiempo sola —musitó, encogiéndose más sobre sí misma, porque aquella era la parte más difícil. Estar sola significaba recordar, no tener seguridad.

Draco asintió. En la distancia, pudo oír una puerta pesada que chocaba contra su marco con fuerza, y los pasos rápidos del niño de lentes al saltar por los escalones para regresar con ellos.

—Es por tu bien, madre y tía Amelia lo dicen —él apretó los labios un momento, y ladeó la cabeza. Después suspiró, de forma dramática—, pero supongo que no tiene que ser obligatoriamente en el primer año de Hogwarts.

Ella habría sonreído, si no se sintiera temblar y pudiese dejar de pensar en la sangre, las maldiciones, los gritos. El llanto.

Harry regresó y le tendió la cobija a Draco, que la extendió y la envolvió con ella. Ante las preguntas de su amigo, sacudió la cabeza; Pansy volvía a tener los ojos llenos de lágrimas y se sentía tan, tan tonta por eso, pero ni siquiera podía entender las palabras del menor de los dos niños y le costó enfocarse en la respuesta del otro.

—...sólo se siente mal, debe ser por estar lejos de casa. Vamos a quedarnos y a comer aquí, más tarde, Lía nos va a traer algo —indicó, sujetándola por los hombros otra vez, para hacerla girar y encaminarla hacia uno de los sillones mullidos que rodeaban la única fuente de calor en toda la mazmorra.

Se sentaron en el más amplio, Draco se tensó cuando se le pegó a un costado y le puso la cabeza en el hombro, pero la dejó estar. Harry los miró de reojo y soltó una risita, que le ganó un codazo del niño y una protesta silenciosa.

En el enorme cristal que ocupaba una de las paredes, de lado a lado, se mostraba el fondo del Lago Negro, por donde pasó una criatura gigantesca, que se vio sólo como una mancha oscura por la velocidad que llevaba.

—¿Saben que el Calamar Gigante de Hogwarts es una niña? —empezó a decir, echando la cabeza hacia atrás hasta apoyarse en el respaldar de la silla. Tras un instante, Harry la imitó y se apoyó contra el hombro libre de Draco, sacándole un bufido divertido; de nuevo, sin reclamos—. Dicen que se ve rosa bajo el agua.

—¿Quién dice eso? —preguntó la niña en un murmullo, extendiendo la cobija más allá de ella, para cubrirlos a los dos también.

—Se supone que es un secreto. Pero es obvio.

—¿Por qué? —Harry también intervino, frotando una mejilla contra la túnica de su amigo, igual que un gato, por lo que se quejó al sentir que este le daba un tirón al cabello para detenerlo.

—Esa es una larga historia...

—Cuéntanos —pidieron al unísono. Después de intercambiar una rápida mirada por encima de Draco, empezaron a reírse.

Sólo por esta vez —aclaró él, en ese tono solemne que le conocían bien—. Dicen que, en las profundidades del Lago Negro, habita una criatura feroz. Pero no es tan feroz, nunca ha lastimado a un estudiante. En realidad, está allí porque Salazar Slytherin la puso, para que su tinta manchase el lago y lo hiciese oscuro, y así, la Sala Común de su Casa estuviese oculta de los que nadasen en el agua y quisieran vernos. Claro que nadie nada ahí ahora, pero antes, muchos, muchos años antes...

La voz del niño llenó por completo la sala, sólo acompañada de los comentarios poco oportunos de cualquiera de los dos y el chisporroteo del fuego. Pansy se relajó conforme lo escuchaba, la tensión abandonándola, la llama latente de la desesperación apagándose, hasta que en algún momento, los párpados le pasaban tanto que era una ardua tarea mantener los ojos abiertos, y el mundo se oscureció.

Cuando despertó, lo hizo despacio, atrapada en una suave calidez que la conservaba al borde de la inconsciencia. Parpadeó para enfocarse, las voces que oía tornándose más reconocibles tras unos segundos.

Estaba recostada contra uno de los reposabrazos del sillón, envuelta en la manta, con las piernas apenas estiradas hacia el otro lado. Sola. La incertidumbre y el pánico no la golpearon, porque las risas de sus amigos se escuchaban a pocos pasos.

Encontró a los niños sentados en el piso, sobre otra cobija, en el espacio entre la chimenea y el sofá. Tenían pilas pequeñas de platos acumuladas a los lados, Harry sostenía una porción de tarta de melaza sobre un platillo encima de la rodilla derecha, y miraba un tablero de ajedrez en medio de los dos.

—Así no, Potter —se quejó Draco, que bebía sorbos de un vaso de líquido que no reconoció, pero de aroma dulzón, y se inclinó para mover una pieza—. Jaque.

—¿Otra vez? —el niño se sacudió al protestar y el otro rio. Era una risa débil, ligera; aun así, a Pansy le hizo muy feliz escucharlo, y no pudo evitar sonreír.

—No es mi culpa que seas tan mal jugador, por Merlín. ¿Cuántas veces te he ganado ya?

Cuando Harry estaba por contestar, debió captar un destello de movimiento, porque giró la cabeza hacia ella y le mostró una sonrisa enorme.

—¡Pansy se despertó! —interrumpió el juego, dejando su postre a medio comer a un lado, para gatear hacia el sofá, tambaleante y riendo—. Lía nos trajo comida, Draco dijo que estabas muy cansada y que te dejáramos dormir. Hace rato que las clases terminaron, ha estado regañando como loco a todos los que llegan porque creía que te despertarían.

—Eso suena a algo que Draco haría —aceptó, con una débil risa, al tiempo que se impulsaba con un codo para sentarse.

—¡Sí! Y también me ha ganado en todas las partidas de ajedrez. Se supone que me va a enseñar, pero no me enseña nada y presume cuando gana, ¿quieres jugar conmigo? Vamos a hacer un equipo, nosotros dos, contra Draco.

Ella negó de forma sutil y sonrió al puchero del niño.

—Tú puedes ganarle. Ve, ve —lo animó; pareció ser suficiente, porque Harry se rio y regresó a su puesto frente al tablero.

Mientras la elfina aparecía con un plop para recibir las órdenes de conseguirle comida, los niños retomaron su juego, Harry quejándose y riendo, Draco fingiendo estar exasperado por su comportamiento, al punto en que le arrojó un cojín y dieron inicio a una improvisada pelea con las almohadas de la Sala Común.

Pansy volvió a recostar la cabeza en el reposabrazos mientras esperaba. Al ver a sus amigos forcejear con los cojines y tumbar las piezas del tablero, pensó en lo feliz que estaba de tener a esos dos.

Y en lo tonto, tonto, que era tener tanto miedo.

0—

Harry no sabía qué esperar de los siguientes días de clase, a decir verdad. De pronto, todos los Slytherin estaban enterados de las nuevas noticias, y los últimos momentos de paz de los que gozaron, fueron la tarde en que Pansy dormía en el sillón y ellos jugaban ajedrez.

Estudiantes de diferentes años se les acercaban para preguntarles si era cierto lo que decían, que habría dos de primero en el equipo de Quidditch. Los interceptaban de camino al dormitorio, en las escaleras, en la Sala Común, y entre clases, cuando fueron a buscar un libro sobre cambiaformas a la biblioteca, e incluso en cambios de aula, en corredores en los que cualquiera podría ver y oírlos; algunos se mostraban escépticos y los examinaban de pies a cabeza a ambos, otros eran más entusiastas y se animaban a darles consejos, de los que aprendieron ciertos trucos, unos pocos más intentaban ser desagradables y eran cortados por la lengua afilada de Draco.

Su favorito fue el séptimo año que les dijo que, con ese "tamañito" que tenían los dos, los otros jugadores no los iban a ver y los iban a golpear.

—Y tú tan grande y sin cerebro, ¿verdad? —su amigo le mostró una sonrisa encantadora, la que solía reservar para cuando hablaba con las chicas mayores, y los arrastró a ambos lejos, ante la expresión boquiabierta que dejó en el muchacho.

También hubo otro estudiante que los insultó e insinuó que compraron el puesto, que intimidaron al capitán hablándoles de su familia (eso fue sólo para Draco y los dos lo sabían), y que Flint era un idiota por aceptarlos. Su amigo, para sorpresa de él y de Pansy, se rio en su cara, de forma tan desinhibida, que se tuvo que cubrir la boca con el dorso de la mano.

Harry rara vez lo había visto reírse así. Le tomó unos segundos recuperarse, terminó con las mejillas enrojecidas y un rostro dulce y tierno, al menos por un momento. Cuando Draco volvió la mirada al idiota del día, su expresión se endureció a una velocidad que no debería ser posible.

Si él llegó a creer que era difícil estar cerca del niño-que-brillaba cuando se ponía su fría máscara Malfoy, fue sólo porque este nunca lo había visto así. Como si le diese asco, como si no fuese más que una inservible mota de polvo, un insecto en la suela de su zapato. Una basura.

Más que sólo frío, indiferente, era cruel. Vacío de toda emoción, insensible al ajeno. Era una imagen que cambiaba lo bueno, lo maravilloso, lo brillante, en Draco, y lo transformaba en oscuridad.

El estudiante se estremeció, aunque era mayor que ellos. Incluso el propio Harry lo hizo.

—Y pensar que le dije a padre que nadie sospecharía —le contestó, arrastrando las palabras, y girando la varita entre los dedos. El niño se fijó en que el imbécil que los interceptó, veía el movimiento del objeto mágico—. Tendré que escribirle a Azkaban para decir que sí se enteraron y que tenemos que buscar a cierto compañero para hacerlo callar, y que no le cuente a nadie que llamo a mi papi cada vez que quiero conseguir algo. Tal vez se enoje tanto, tanto, y llegue aquí preguntando quién fue el que se enteró y dijo cosas horribles de su niño, porque soy su único hijo, ¿no sabías? Oh, padre enojado, eso es horrible. No se lo deseo a nadie. El último que lo vio así...bueno, supongo que lo sabes, porque por algo se lo llevaron a Azkaban, ¿verdad? Sí, sí, pobre tipo. Él también me molestaba.

El muchacho empalideció. Desde ese día, no les dirigía la palabra ni una segunda mirada, y en las pocas ocasiones que se encontraron en la Sala Común, los esquivaba y se retiraba cabizbajo.

—Es el instinto de autopreservación Slytherin —le contó Draco cuando preguntó si sabía por qué el sujeto actuaba así. Sonreía de forma vaga, pero tenía esa mirada triste, que se le quedó desde el momento en que tuvo que soltar esa diatriba para ser dejados en paz. Y Harry decidió que no hablarían más del tema.

Cuando pensó que la noticia ya era historia vieja y estaba por pasar a un segundo plano, llegó la primera práctica del equipo, que los incluía de forma oficial, y cualquier estudiante que rondase por el campo, lo supo.

Harry Potter, de primer año, era el nuevo Buscador de Slytherin. Tuvo que hacer dos carreras, una contra un jugador mayor y otra con el mismo Flint, y capturar una snitch en medio de un partido ficticio, para que los demás le diesen el visto bueno. Hasta lo enfrentaron a su amigo, a quien le arrebató la pelotita alada en dos ocasiones.

Draco Malfoy, también de primer año, sería Cazador. Tenía un algo con esquivar las bludgers, que hacía que Harry estuviese convencido de que él podía adivinar hacia dónde iban, a pesar de que era imposible, y ni siquiera los Cazadores más experimentados lo frenaron por mucho tiempo en las búsquedas de la Quaffle, en los tres partidos de práctica que hicieron. También lo enfrentaron a Harry, que fue incapaz de mantener el balón en su posesión por más que unos segundos, antes de que su amigo se lo arrebatase y anotase otro tanto.

En ninguno de sus juegos, lo había visto tan energético, tan determinado. Harry decidió que le gustaba que jugase con tantas ganas, en especial porque al finalizar la práctica y descender, Draco chocó sus puños, le pasó un brazo por encima de los hombros, e hizo que ambos se encaminasen hacia el vestidor, entre los halagos y observaciones del resto del equipo.

Cuando caminaban de vuelta al castillo con Pansy, que estaba animándolos desde la práctica, Ron, acompañado de un grupo de Hufflepuff de primero y segundo, corrió hacia él; ahí Harry supo que la noticia rondaba por las demás Casas.

El momento en que se enteraron, sin embargo, fue cuando terminó la novedad. Y aquello era un verdadero alivio.

Las clases se sucedieron entre sí, las horas de descanso eran cortas, las tareas se le acumulaban, y mirase a donde mirase, comenzaba a tener la sensación de que se encontraba con el Augurey de la profesora Ioannidis en cada esquina.

El mayor incidente de la semana fue durante una clase de Encantamientos que, para su desgracia, compartían con los Gryffindor. Los murmullos los acompañaron desde que pusieron un pie en el aula, pero sólo por esa vez, un niño, Neville, creyó escuchar que se llamaba, les pidió que dejasen de hablar de ellos porque era "horrible y grosero". A Harry le hubiese agradado más el acto, sino hubiese sido porque luego se burlaron del que intentó pararlos. Draco le dijo que no se metiese cuando estaba a punto de acercarse a detenerlos, y tuvo que cumplir a regañadientes porque el profesor estaba por comenzar la lección.

La clase fue tranquila, tan normal como podría ser una lección en la que intentaban hacer flotar una pluma. El profesor era bajito, de voz divertida, que resonaba por el aula en tono chillón. El niño-que-brillaba elevó su pluma sin problemas al segundo intento, y le corrigió el movimiento de muñeca para que él también pudiese hacerlo.

Los dedos de Draco continuaban en su piel, para guiarlo en el encantamiento, cuando el estruendo de una explosión los sobresaltó. Ambos se quedaron boquiabiertos al ver que una grieta aparecía en la mesa, la partía por la mitad, los pedazos caían al suelo, después se elevaban y levitaban.

Y Pansy estaba en medio de los fragmentos, pálida, temblorosa, con la varita en mano, la pluma de la tarea quemada y los ojos inundados por las lágrimas. En el preciso instante en que soltó la pieza de madera, los pedazos de la mesa cayeron con un golpe sordo. El profesor avanzó hacia ella para calmarla cuando liberó un sollozo y se cubrió la cara.

Harry lo escuchó decirle que estaba bien, que a veces pasaba a algunos magos y brujas jóvenes, que sólo tenía que aprender a controlarse. Pero no le pidió que lo volviese a intentar, ni Pansy se animó a hacerlo. También fue la última vez que los Gryffindor fueron tan descarados con sus burlas.

Cuando estaban por salir de la clase, el profesor la hizo quedarse un momento más para hablar. Esperaron en el pasillo, y Harry tuvo una sensación de déjà vu, por la ocasión en que estuvo en la misma situación, con Pansy a un lado y frente al aula de McGonagall.

La niña salió agitando un permiso firmado para ir a la sección privada de la biblioteca, igual que Draco aquella vez. Tenía que buscar libros acerca de control de la magia accidental.

No hablaron del tema, pero esa noche, Harry se quedó dormido cuando la cama de su amigo continuaba vacía, y al despertar, la encontró tendida, como si no hubiese sido tocada en el transcurso de la noche.

Fue la primera vez que Draco se quedó a dormir con Pansy. Lo supo porque, al llegar a la Sala Común, descubrió un fuerte de mantas, un tumulto de Slytherin que buscaba averiguar qué había ocurrido, a la niña recibiendo comida de la elfina Lía y a Draco explicándole la situación a un Prefecto. Hecho que se repitió, y se repitió, y se repitió.

La tercera semana de clases, cuando Harry vio a Nott cerrar las cortinas de su cama —para aplicar un lumos y leer sin ser molestado, descubrió unos días atrás—, y a Draco salir del baño, le sorprendió que este se dirigiese a su cama y se sentase en una orilla, mientras se secaba el cabello con movimientos erráticos de una toalla blanca.

—¿No vas a dormir con Pansy hoy? —musitó, perdido en los pergaminos y libros que lo rodeaban en la cama. Era sábado por la noche y tenía suficientes tareas atrasadas como para saber que, si las dejaba para el día siguiente, le sería imposible terminar a tiempo.

—No, ya está bien.

—¿Le...le afectó mucho lo de Encantamientos? —lo observó de reojo al preguntar, no del todo seguro de qué esperaba escuchar. El otro niño se encogió de hombros y dejó caer la toalla contra estos.

—Ya sabíamos que pasaría.

Harry se enderezó y frunció el ceño.

—¿En serio? —Draco le dirigió esa mirada que lo hacía sentir más pequeño que él— ¿por qué?

—¿No viste lo que pasó con las varitas que tocó en la tienda de Ollivander? —aguardó hasta verlo asentir para añadir:—. Pues eso es lo que pasa cada vez que intenta hacer magia. Bambum, explota, se rompe, se lastima, lo que sea.

—Pero...¿no se supone que debería haberse arreglado cuando encontró su varita?

El niño sacudió la cabeza. Harry podría jugar que las puntas del cabello rubio desprendieron gotas en todas direcciones, pero estaba tan concentrado en lo que decía, que apenas pudo reparar en ello.

—No es la varita, es Pansy. Ella no se controla, tiene que aprender —soltó un largo y dramático suspiro; a pesar de tener una sonrisa leve cuando volvió a hablar, otra vez poseía esa mirada triste, que lo hacía brillar un poco menos—. No puedo hacer nada por ella.

Harry apretó los labios y se estiró para sujetarle una mano, como solía hacer Lily con los Merodeadores cuando quería animarlos, o la tía Amelia a la tía Narcissa para que volviese a sonreír. Cuando su amigo lo observó con una ceja arqueada, sin embargo, sintió que se ruborizaba y agachó la cabeza, comenzando, sin darse cuenta, a jugar con los dedos del otro.

—Pansy es lista, va a controlarse.

—Lo sé.

Frunció un poco el ceño, otra vez, mas no se animó a levantar la mirada. En cambio, se fijó en la manera en que su piel contrastaba con la pálida y brillante de Draco.

—¿Y qué te preocupa tanto?

—Ella tiene mucho miedo.

—Te tiene a ti —le recordó, en un tono que indicaba que le hacía gracia porque era una obviedad—. Si le pasa algo, vas a acompañarla, como llevas haciendo todos estos días, hasta que se calme.

—Sí.

Harry alzó apenas la cabeza en cuanto vio que el otro niño giraba la mano, para que quedase con la palma sobre la suya, y las unía en un breve apretón, que desapareció tras unos segundos, cuando este se apartó y se puso de pie.

—Pero ya he cuidado de Pansy y ahora tengo que concentrarme en mis propias cosas —dictó, erguido, con una sonrisa traviesa y pequeña, que prometía una aventura de las que se inspiraba para los cuentos. Harry se encontró entusiasmándose, moviéndose hacia el borde del colchón y haciendo los libros a un lado. Su amigo lo apuntó con el dedo índice—. Potter, nos vamos a explorar este castillo.

No fue más que un susurro contenido, para evitar ser escuchados por el compañero de cuarto que tenían, o para agregar un efecto dramático; tratándose del heredero de los Malfoy, era difícil descubrir cuando no se trataba de lo último. Incluso así, bastó para que el Harry de once años diese un salto en su cama y se pusiese de pie, buscando un suéter para ponerse encima de la pijama, trastabillando para colocarse los zapatos con ayuda de sus propios pies, localizando el baúl con la mirada.

Pero antes de que estuviese listo y tomase la capa de invisibilidad, dio un vistazo a la cama, repleta de libros, y formó un puchero. Al volver la mirada a Draco, encontró a su amigo poniéndose una capa con un amuleto de calefacción, y cambiándose los zapatos.

—Draco —llamó en un murmullo, aunque dado que sólo eran ellos dos y el niño que leía, en la soledad de las mazmorras, este lo captó y se giró—, no he hecho mi tarea.

El otro arqueó una ceja.

—¿Y desde cuándo te importa más tu tarea que una exploración, Potter? —avanzó hacia él y le puso el índice contra el pecho, sin presionar. Entrecerró los ojos grises en su dirección—. ¿Ahora eres San Potter, el estudiante perfecto? ¿Vas a dejar que me vaya, con tu mapa, y tu capa, y pasee por los pasillos solo, de noche? ¿Para que sólo yo averigüe los misterios del castillo y sus secretos?

Harry se removió y apartó su mano. Intentó enderezarse para quedar al mismo nivel, y fue el instante en que cayó en cuenta de que su amigo lo superaba por uno o dos centímetros. Tuvo que convencerse de que no importaba, porque aún tenía mucho que crecer, ¿no?

—Obviamente no —sonrió. La sonrisa del otro se ensanchó, y fue tan parecida a la feroz de su padrino Sirius, que recordó que pertenecían, en parte, a la misma familia.

—Apúrate —le incentivó, retomando su tarea de calzarse los zapatos y comprobar que estuviese cálido y cómodo en la ropa.

Harry asintió. Con ánimos renovados, apiló los pergaminos y libros, los dejó en la mesa de noche, porque ya tendría tiempo de terminar el día siguiente, ¿cierto? Se despertaría temprano, se tomaría el día para ser un buen niño; en el peor de los casos, le diría a Draco que tenía el deber de ayudarlo por sacarlo del cuarto cuando estaba decidido a completar sus asignaciones. Sí, sonaba lógico. Seguro le funcionaría.

Sacó la capa de invisibilidad del baúl y no se sorprendió cuando, al alcanzar la puerta, se percató de que Draco llevaba a Lep en un brazo, y el otro sostenía el Mapa del Merodeador, ya abierto y listo para ser utilizado, revelándoles los rincones del castillo y a sus habitantes.

—¿Lep nos acompaña? —no pudo evitar reírse, porque el conejo no se separaba del niño los últimos días, a menos que fuese del todo necesario. Su amigo le dio un golpe débil en el brazo para que no hiciese ruido.

—Puede ser útil, hemos estado practicando —indicó. Se guardó la varita en una manga, para sostener mejor a la criatura, que olfateaba el aire, y el mapa—. Yo guío, tú nos cuidas, ¿bien, Potter?

El mencionado asintió con ganas y se inclinó para darle una ojeada al pergamino, junto a su amigo.

Las mazmorras eran apenas posibles de ubicar y no estaban lo bastante detalladas para contar con las divisiones de los dormitorios y la Sala, por lo que se imaginó que los Merodeadores no se colaron dentro para descubrir cómo trazarla en el mapa; aun así, mostraba los nombres de todos, por lo que decidieron tener cuidado al bajar las escaleras. Los pasillos estaban casi desiertos, las escasas viñetas en movimiento a esas horas fueron del conserje, y los Prefectos de las Casas, que Draco reconoció al leer los nombres. Snape estaba en su cuarto de las mazmorras, tendrían que ir con cuidado hasta ascender al primer piso, pero el siguiente profesor más cercano era el propio Dumbledore, paseándose en su oficina, y estaban seguros de que ni él, ni los maestros en los dormitorios del personal, notarían su travesía.

Una vez que Draco revisó la silueta del castillo y analizó los trayectos de los guardias nocturnos, dejó que Lep se acomodase en su hombro, transformándose en un trozo de la bata, y decidió la ruta que tomarían. Harry les pasó la capa por encima a ambos, se aseguró de que Nott no se percatase de su ida y que los pies no se les notasen por debajo.

—Sígueme —le susurró el niño. Él asintió y no dudó en avanzar sólo cuanto este lo hizo.

Draco empujó la puerta, los hizo salir a los dos, y la cerró con el suficiente sigilo para que no emitiese ruido alguno.

—Aquí —antes de bajar las escaleras, le sujetó la mano. Harry dio un salto y ahogó un grito por la sorpresa, pero el otro ni siquiera se dio cuenta, porque empezó a descender, con el mapa en la mano libre y los ojos fijos en el mismo—, no dejes que me caiga o me tropiece, Potter.

Él sólo atinó a asentir, un poco aturdido, y les iluminó el camino con un lumos de la varita.

Alcanzaron la Sala Común sin dificultades, estaba vacía y Draco masculló, luego se mostró satisfecho y lo arrastró hacia la puerta. Pasaron un momento frente a esta, por lo que le pareció que era un Prefecto de Slytherin que hacía una ronda por el pasillo de afuera, y salieron cuando la zona volvía a estar despejada.

Caminaron despacio por los corredores de las mazmorras, su amigo los hizo ir pegados a las paredes, donde no interrumpirían el trayecto de nadie que pudiese aproximarse, y los detuvo cada cierto tiempo para comprobar que no había ruidos extraños, incluyendo los que sus propios pies podían generar.

Subieron a la planta baja y no pudieron evitar un suspiro de alivio, que los hizo reír hasta que Draco les recordó que estaban en una "misión secreta" y los obligó a callarse. Los débiles resoplidos de risa continuaban mientras se movían hacia el primer destino: un pasadizo secreto que llevaba desde los pasillos que rodeaban la sala de Slytherin, hacia las escaleras móviles, y se evitaba una parte complicada del camino, en la que tendrían que arriesgarse a cruzarse con los Prefectos o Filch. O peor: Peeves.

Harry, como le indicó, giraba la cabeza en todas direcciones para comprobar que no hubiese rastros de presencia inmediata, se ponía paranoico al asomarse por las esquinas antes de cruzar, se aseguraba, una y otra vez, que la capa los cubriese, que Lep no sacase las orejas de repente, y que su lumos bastase para que Draco supiese por dónde los llevaba. Tuvo la vaga sensación de que eran observados, hasta que alcanzaron el retrato enorme que el mapa indicaba los llevaría a donde querían, y al atravesarlo, reaparecieron en una de las plataformas que separaba un tramo de escalones del siguiente. Se permitió relajarse entonces.

El niño-que-brillaba llevaba otro pergamino en un bolsillo oculto de la capa, además de una pluma, y cuando lo desdobló e hizo una anotación, Harry tuvo que ahogar un jadeo al ver que tenía una réplica del mapa de Hogwarts, aunque sin las viñetas móviles, sólo la estructura del castillo.

—¿Qué es eso? —susurró, inclinándose sobre su hombro para verlo; dado que el otro acababa de soltarle la mano para escribir sobre el papel, fue aún más sencillo moverse bajo la capa.

—Un mapa, Potter, ¿no lo ves? —le contestó en el mismo tono bajo, el aludido resopló.

—¿De dónde lo sacaste?

—Lo hice, calcado del mapa viejo que me dejaste —cuando estaba preparado para preguntar más, se percató de que su amigo rodaba los ojos—. Fue una noche que Pansy se durmió muy temprano y yo no tenía sueño, pero tampoco quería ir hasta el cuarto para usar el telescopio. Es sólo un borrador, no te emociones.

—¿Por qué?

—Porque es para ver si todavía se pueden usar esos pasadizos, Potter, y si hay nuevos, los pondremos aquí. Después se pasa a limpio, es decir, a uno nuevo y mejor, y lo hechizamos para que muestre a los que estamos en Hogwarts —sonaba más concentrado que exasperado, pero decidió no tentar a la suerte y asintió, dejándolo completar su trabajo.

Cuando debió estar satisfecho con el resultado, dobló el pergamino y lo devolvió, junto a la pluma, al bolsillo de la capa. Le dio otra ojeada al mapa que sí mostraba a los residentes y buscó el segundo destino.

Harry pensó que era divertido verlo así. El niño trazaba un camino con el dedo, negaba cuando no lo convencía, fruncía el ceño si le parecía que podía tener una mejor opción, y retrocedía por los mismos puntos, hasta volverse a parar en las viñetas que marcaban sus nombres, dispuesto a rehacer un trayecto mejor para ellos.

Tras un momento, percibió que los músculos se le ponían rígidos, sin que pudiese evitarlo, y giró la cabeza para dar un vistazo a las escaleras móviles. Volvía a tener la sensación de que eran observados y le causaba escalofríos.

Draco tiró de la manga de su suéter cuando decidió a dónde irían, volvieron a unir sus manos y caminaron despacio hacia el tercer piso, donde buscarían una estatua que los dejaría cerca del Gran Comedor, el lumos de Harry como única fuente de luz en la mayor parte del trayecto.

Existía un algo tan maravilloso y satisfactorio en el hecho de que él lo cuidase, en que Draco se dedicase a llevarlos de un lado a otro, y no tuviese que estar tenso, porque sabía que Harry estaba atento a los alrededores y no dejaría que los atrapasen, que era difícil ignorar las oleadas cálidas que lo llenaban al atravesar el castillo de noche, cuando, se suponía, estaba prohibido el tránsito de los estudiantes.

El niño lo llevó hacia el Mago Jorobado, una estatua de un antiguo hechicero, que según Draco, necesitaba una buena limpieza. Se deslizaron detrás de la figura, y a través de la capa, su amigo comenzó a toquetear la parte de la espalda de la silueta, hasta que un segmento se hundió bajo la presión de sus dedos.

La estatua se echó hacia adelante con un sonido de arrastre apenas perceptible, revelando una abertura detrás, por la que accedieron a un estrecho pasillo de roca. El hueco se cerró en cuanto ambos lo atravesaron. Draco hizo una pausa para realizar la siguiente anotación en el mapa nuevo, mientras él se giraba y se preguntaba por qué aún sentía que alguien los observaba.

Era ridículo, por supuesto.

Avanzaron por el pasadizo y Harry escuchó a su amigo, más atento que un momento atrás, mientras este decidía el rumbo que tomarían una vez que saliesen.

Pasaron por el Gran Comedor, alcanzaron un túnel bajo una baldosa, escondida en la mesa de Ravenclaw, que los dejó en los alrededores de la Sala Común de Hufflepuff. Draco se mostró más que interesado por entrar, pero decidieron que sería otro día.

Atravesaron cuadros, escaleras secretas fuera de vista, puertas que no se suponía que existieran y corredores que no estaban disponibles, a menos que supieses dónde buscarlos. Las formas de acceder a los pasadizos iban desde mover objetos pequeños, a los que nunca le habrían dado la suficiente importancia de otro modo, hasta jalar de uno de los cordones con que se amarraban las cortinas para mantener la ventana abierta. Se distrajeron más tiempo del necesario jugando con una diminuta hada amable, en un salón empolvado por el poco uso, al que no tenían idea de cómo entraron.

Cuatro entradas ya no funcionaban y Draco hizo la nota para no incluirlas en la versión nueva del mapa. Por accidente, cuando apoyaron la espalda contra la puerta de un aula abandonada, descubrieron una habitación que no aparecía en ninguno de los bocetos de Hogwarts, al que sólo se podía llegar desde el marco de ese salón, con la suficiente presión. También lo agregaron.

Acababan de regresar al primer piso cuando la sensación de ser observados volvió. Harry, que se había resignado a que no podía ser nada, frunció el ceño cuando el otro niño frenó en seco y dio un vistazo al pasillo.

—Potter —murmuró, entre dientes, apretando con suavidad su mano, la que sólo había soltado cuando tenía que añadir la información al mapa—, creo que nos están mirando.

Inhaló profundo, obligándose a contener un grito, y examinó los alrededores. No podía creer que hubiese alguien allí, además de ellos dos, porque lo había revisado, al menos, tres veces, desde el momento en que doblaron en la esquina.

Vacío.

—No hay nadie.

—Sí —insistió y alzó sus manos unidas, para señalar las viñetas que marcaban su ubicación. Y la tercera, que estaba lo bastante cerca para haberlos notado, sino llevasen la capa de invisibilidad.

Harry se tensó.

La viñeta mostraba "Dárdano Ioannidis".

—¿Ese es...?

—El Augurey de la profesora Ioannidis —Draco asintió despacio, con el entrecejo arrugado, y los hizo girar, hasta que, según el mapa, encararon al ave.

La marca de Dárdano comenzó a moverse en ese instante. Voló, supuso, trazando círculos en torno a ellos. Harry y Draco se acercaron más, ambos comenzando a ver el pasillo de forma paranoica, sin un mísero rastro de la verdadera posición de la criatura.

El Augurey se aproximaba, según el mapa, pero ni siquiera al levantar la mirada hacia el techo, podían identificar la silueta negra y alada. Harry le apretó la mano a su amigo, y juntos, dieron un paso hacia atrás.

Los sucesos ocurrieron uno tras otro, en cuestión de segundos.

En un momento, intentaba llevarlos lejos de allí, a donde ya no corriesen peligro y pudiesen buscar una ruta para ir hasta la Sala Común de Slytherin. Al siguiente, un canto lastimero llenaba el pasillo, su espalda chocaba contra un cuerpo liviano, y a la vez, sólido.

Se dieron la vuelta en un enredo de telas, brazos y piernas. Harry jadeó, pero el sonido fue inaudible porque, de pronto, tenía una de las muñecas de Draco presionada contra los labios para callarse, sus manos todavía unidas. La varita se le resbaló de entre los dedos y cayó, con un ruido sordo al impactar contra el piso de piedra.

En la prisa por huir de la figura espeluznante, que era toda sombras oscuras, pliegues enroscándose en el aire, Draco pisó un borde de la capa y esta se movió. Fue pura suerte que no los descubriera, porque tenían espacio suficiente debido a sus cortas estaturas, aunque tuvieron que agacharse un poco, para evitar que una parte de ellos quedase a la vista.

Les tomó unos instantes reconocer que se trataba de la profesora Ioannidis, con su atuendo negro que la cubría casi por completo, y sombras que nada tenían que ver con las de la noche, envolviéndola. Los ojos expuestos se fijaron en el punto exacto donde ellos estaban.

El Augurey comenzó a sobrevolar en círculos encima de los niños, la profesora permaneció inmóvil. Si estaba molesta por notar estudiantes fuera de la cama a esas horas, al menos no lo demostraba. En caso de que supiese que eran estudiantes, se recordó, desviando la vista hacia Draco, en espera de alguna indicación, dado que su parte de "cuidarlos" no había salido tan bien.

Su amigo estaba rígido, con los ojos muy abiertos, y la mano que sostenía el mapa, colocada encima de la boca, para callarse a sí mismo, como hizo con él. Se demoró un segundo en captar su mirada; cuando lo hizo, giró el rostro, asintió, y dio un paso más hacia atrás, brindándole tiempo suficiente para imitar la acción.

El pájaro aún estaba sobre ellos, la profesora siguió sin reaccionar. Draco movió la varita caída con el pie, para acercársela, y se agacharon al mismo tiempo para que pudiese recuperarla, sin correr el riesgo de que uno de ellos fuese revelado.

Luego lo llevó un poco más lejos, y más, y más, y más. Cada paso constituía un alivio y una nueva y más fuerte presión, tenían que asegurarse de que la capa de invisibilidad estuviese cubriéndolos como debía, que no hacían ruidos que pudiesen hacerlos notar en el silencio sepulcral de la noche, que sí alcanzarían a retirarse lo suficiente.

Cuando alrededor de un metro los separaba, notó que su amigo bajaba el brazo y le daba una ojeada al mapa, entrecerrando los ojos al no poder identificar nada. Harry volvió a ejecutar el lumos para que pudiese verlo mejor, y cambió el agarre anterior a su muñeca, destapándose la boca y llevándolo consigo en cada centímetro que se apartaban de la mujer y el corredor. Draco se dejó guiar, mientras buscaba una ruta de escape en el pergamino.

Incluso cuando doblaron en una esquina, la profesora estaba inmóvil, con los ojos puestos en ellos, como si en verdad pudiese verlos, a pesar de la capa. Pero el pájaro los había abandonado, para ponerse a trazar círculos sobre la mujer, y emitía ese canto triste y escalofriante, que bastaba para disimular por completo el sonido de sus respiraciones agitadas.

Malfoy le llamó la atención con un gesto, señaló hacia la derecha, que daba a un pasillo más estrecho e iluminado de forma tenue, y sin decir una palabra, intercambiaron asentimientos y se dirigieron hacia allí.

No estaba seguro de cuál de los dos temblaba más cuando se detuvieron junto a la imagen de una bruja del siglo pasado. Draco presionó el codo contra una piedra suelta de la pared, y la misma giró, estatua, piso y niños incluidos, llevándolos hacia otro cuarto y cambiando ese pedazo de la pared por uno idéntico.

En cuanto se hallaron en el salón desierto, se apoyaron uno en el otro, hombro con hombro, y emitieron débiles suspiros de alivio.

El niño-que-brillaba comprobó de nuevo el mapa, y al asegurarse de que volvían a estar solos, se permitió liberar parte de la tensión de su cuerpo, bajar el pergamino y salir de la seguridad de la capa, para examinar el lugar al que llegaron.

—¿Qué fue todo eso? ¿A dónde estamos? —Harry se sintió recuperar el habla en cuanto perdieron contacto por completo. Se quitó la capa de encima sin ningún cuidado y respiró de manera ruidosa, para recuperar el aliento y relajarse.

El cuarto al que se escabulleron era más pequeño que cualquiera que hubiesen encontrado en Hogwarts hasta entonces, constaba de un pasillo que no llevaba a más que otra pared, columnas y una línea de muros bajos, con un conjunto de dos escalones, que lo separaban de un espacio mayor, de suelo cóncavo y liso. Notó que no había una puerta, pero la imagen de la bruja seguía ahí, detrás de ellos, con la piedra suelta que servía de interruptor.

—No estoy seguro —admitió Draco, en un tono contenido, que le dejaba en claro que no le gustaba tener que decirlo—, el pájaro aparecía en el mapa, pero lo estaba viendo cuando nos chocamos con ella y no salió su nombre —hizo una pausa, en la que avanzó algunos pasos y giró sobre sí mismo—. Improvisé, fue bueno que el pasadizo sí sirviese. Se supone que estamos en una 'sala de Oesed', sea lo que sea; fue lo primero que se me ocurrió.

El niño asintió despacio, aferrándose a su capa de invisibilidad y caminando hacia uno de los muros de roca, que no le alcanzaba ni siquiera la cadera. Se apoyó sobre este, mientras observaba al otro detallar el salón, moviéndose escaleras abajo hacia el área circundante. Lo único que había en aquel lado era un espejo de cuerpo entero, completado por un marco con una inscripción, que no podía distinguir desde esa distancia.

—Me asustó muchísimo —reconoció Harry, abrazándose a sí mismo y sin soltar la capa. El corazón aún le martilleaba en el pecho, pero poco a poco, los latidos, al igual que la respiración, se le normalizaban—. Parecía una sombra enorme, y pensé que era un monstruo o una criatura mágica que se había metido al castillo...

El bufido de Draco resonó por la habitación, al igual que lo hizo su voz suave cuando le contestó:

—No seas tonto, Potter, las criaturas mágicas no pueden entrar si no bajan las protecciones.

—Sí, obvio —frunció un poco el ceño, preguntándose qué significaría eso, pero por la forma en que lo dijo, supuso que era un detalle que tendría que conocer, y con los recientes sucesos, tampoco le interesaba demasiado—. Aun así, fue horrible. Hubiese gritado como niña, si no me tapabas la boca.

—Lo sé, por eso lo hice.

—También te tapaste la tuya —le recordó con una media sonrisa.

—Mi respiración pudo delatar-

Harry frunció el ceño cuando el otro niño se detuvo a mitad de la frase. Lo vio detenerse justo frente al espejo, y aunque el cristal no le enseñaba su reflejo desde ese ángulo, pudo jurar que su expresión cambió, por la manera en que el mapa se le cayó y llevó una mano temblorosa hacia el marco de este.

—¿Draco? —su amigo presionó la otra palma contra la superficie del espejo y comenzó a pasarlas por encima, un espasmo lo sacudió. Él se apartó del muro, abandonando la capa, y se apresuró a acercarse más— ¿Draco? ¿Qué pasa?

—Padre —la respuesta fue una sencilla exhalación, un ruido quedo, lastimero. Harry se estremeció y decidió que no le gustaba que Draco hiciese un sonido como ese, era demasiado-

Doloroso. 'Algo' le dolía en el pecho al escucharlo.

Los hombros de Draco se sacudieron de forma brusca, pero ningún sonido similar brotó. Él se paró detrás del niño, y los observó a ambos en una imagen distorsionada, que no terminaba de enfocarse, como si la superficie del espejo estuviese manchada.

Le puso una mano en el hombro y percibió el estremecimiento que lo recorrió de pies a cabeza. Su amigo formaba puños sobre el cristal y no apartaba la mirada de este, débiles espasmos aún lo sacudían.

—Oye, Draco...—probó a llamarlo otra vez, zarandeándolo un poco. Él se sacudió para soltarse del agarre y que dejase de hacerlo. Se pegó más al espejo.

—Padre —Repitió con un hilo de voz, y lo que dolía en el pecho de Harry, se estrujó con mayor fuerza—, aquí, ¿no lo ves? Está...está ahí...

Dio otro vistazo al espejo, preguntándose de qué hablaba el niño. El reflejo que le devolvía el objeto, era uno de ellos dos, en la misma posición que tenían.

Pero con un Draco calmado y que sonreía.

Un escalofrío le recorrió la espina dorsal. Sólo para comprobar que algo andaba mal, se inclinó por encima del hombro de su amigo, para ver su expresión.

Draco se mordía el labio con tanta fuerza, que le sorprendía que no se lo hubiese roto ya. Tenía los ojos llorosos.

No era un reflejo entonces. No era un espejo.

O quizás sí, y sólo no era uno normal.

Levantó la cabeza para leer las inscripciones, mas no pudo entender lo que decían.

Draco tembló de nuevo y un sonido entrecortado se le escapó. No lo pensó cuando lo envolvió con sus brazos, ni él debió hacerlo cuando se dio la vuelta y enterró el rostro en su hombro, sujetándose a la camisa de su pijama, igual que un náufrago a una balsa.

No emitió ni un sollozo, no gritó, no protestó. Harry lo apretaba y lo sentía temblar, percibía la humedad que le impregnaba la tela, allí donde se ocultaba, y lo oía sorber de forma cuidadosa.

Pero incluso si llegaban demasiado tarde a la Sala Común, la tarea se le atrasaba el día siguiente y se moría de sueño durante la mañana, no podía encontrar una manera en que le importase, ni desear estar en un sitio diferente que ese, dejándose caer de rodillas al suelo de cerámica, arrastrando a su amigo con él para que se sentasen, sin soltarlo ni por un segundo. Harry lo acunó en su pecho y lo mantuvo cerca, del mismo modo que Lily hacía cuando tenía un sueño feo. A él siempre le ayudaba, esperaba que a Draco igual.

Cuando tuvo la sensación de que la humedad en su hombro sobrepasaba un límite, intentó limpiarle el rostro, pero en cuanto sus dedos entraron en contacto con la piel pálida, él se le pegó más y se hundió en el hueco entre su cuello y la tela de la pijama, de forma que no podía verlo. Se demoró un momento en percatarse de que, a medida que disminuían los espasmos y el llanto callado cesaba, un tono rojo le cubría hasta las orejas. Sintió ganas de reír, de abrazarlo más, aunque sólo se dedicó a mantenerlo cerca.

Después de haberse calmado, y tras un largo período de tiempo en un silencio cómodo, que lo adormeció un poco, escuchar la voz de Draco puso en alerta todos sus sentidos.

—Tú...tú no lo viste, ¿cierto?

Harry consideró mentirle. Pero luego pensó en la expresión que tuvo mientras observaba el espejo, en la manera ahogada en que habló, y el apretón doloroso en su pecho le advirtió que no era buena idea.

Se abrazó más al niño, y este lo permitió, ahora laxo entre sus brazos y con la nariz cosquilleándole en cada roce contra su cuello.

—No —musitó. Lo sintió asentir e inhalar profundo, antes de relajarse por completo y rodearle con ambos brazos.

El silencio se extendió entre ellos de nuevo, por un rato. Fue Draco quien volvió a romperlo.

—Padre me habría regañado por esto. Era muy estricto sobre no mostrar las emociones así.

—No hiciste nada malo —le aseguró en voz baja, temeroso, de repente, de que fuese a enojarse y se alterase cuando recién recobraba la compostura. No ocurrió.

—También estaba pendiente de mis lecciones —mencionó tras un momento, la voz amortiguada por la tela en que enterraba el rostro—. Trabajaba mucho, casi siempre estaba fuera de casa, pero cuando llegaba en la noche, se sentaba en un sillón junto a la chimenea, me paraba al frente, y me hacía contarle todo lo que había aprendido ese día, y si sólo repasé o tuve pruebas, me pedía que recitase partes de los libros que leía en cada clase.

Harry intentó imaginarse a un pequeño Malfoy, de unos cuatro años, diciéndole a uno idéntico y mayor, lo que escuchó en las lecciones. Una sonrisa se abrió paso en su cara, a la vez que ladeaba la cabeza para apoyarse un poco en la de Draco; disfrutó del cabello suave como nunca antes.

—¿En serio? ¿Y si le decías algo mal?

—Yo nunca le decía algo mal, Potter —ambos rieron, uno más animado que el otro, pero pensó que era un gran avance de todos modos. Draco se removió apenas—. Él me consiguió mi primera escoba, y la primera snitch de mi colección. No jugaba de joven, y no creo que le gustase mucho tampoco, apostaba cuando íbamos a ver los partidos; siempre les ganaba a los demás, que decían que adivinaba. Madre me dijo una vez, que él estaba com- complacido de que yo quisiera jugar.

—Suena a que te quería mucho —no pudo evitar decir, convencido de que era la verdad. Draco, que asintió contra su hombro, se mostró de acuerdo.

—Me ama. Y es el mejor padre del mundo.

Harry sonrió y lo abrazó aún más.

—Claro que sí.

—Pero nunca me dejó tener un crup —continuó diciendo.

—¿Y eso por qué?

—Es que él pensaba que se me saldría de control y lo dejaría ensuciar y romper todo en la Mansión...

Por lo que pudo haber sido una eternidad, Draco le contó acerca de Lucius Malfoy y la relación que tenían cuando estaba fuera de Azkaban. Le habló de los partidos de Quidditch a los que lo llevó, regalos de cumpleaños que le dio, viajes que hicieron, reglas que le ponía, pero que a veces, cuando era una ocasión especial, podían romper un poco. Le explicó que se parecían en que no soportaban estar manchados de tierra, y les gustaba arreglarse, eran idénticos en el cabello y ojos, y dijo, muy orgulloso, que esperaba ser tan increíble como él de grande; por otro lado, también le mencionó de discusiones que oyó que tuvo con la señora Malfoy, acerca de su educación y crianza, como que uno quisiera que fuese a Durmstrang y el otro a Hogwarts, que en una ocasión, lo dejó usar su varita y Narcissa amenazó con irse de la Mansión, si pensaba que volvía a ser tan irresponsable con su hijo.

Harry lo escuchó hablar, y hablar, y hablar, y recordar. Para cuando llegó el alba, decidió que, aun triste, Draco brillaba.

Y a una parte de él, aquel detalle le hacía muy feliz.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).