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Tardes de canícula por Marbius

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3.- Catorce veranos.

 

The color of our mood is so rude, a cold June, we're not immune.

5 Seconds of Summer - Babylon

 

—No seas impaciente —le recordó Regulus no por primera vez a Sirius en aquel viaje—, ya casi llegamos.

El ‘casi’ se había ido prolongando más de lo habitual en las últimas horas porque habían salido de Londres con retraso, y en el camino una de las llantas traseras había sufrido una pinchadura. El colmo había sido que al bajar en una estación de servicio para una merienda tardía Sirius hubiera olvidado su preciada chaqueta de cuero que ese año no se había quitado para irritación y desafío de sus padres, así que tuvieron que desandar camino para volver por ella.

En lugar de a mediodía, arribaron a la villa del tío Alphard casi a las cuatro, y Sirius bajó su equipaje con una impaciencia inusitada en él para rápido subirlo a su habitación, y sin más demoras dirigirse al bosque.

Su única parada había sido para saludar al tío Alphard, o mejor dicho, para preguntarle si ya los Errantes estaban acampando donde mismo, y éste le confirmó que así era.

—¡Sirius, espera! —Le gritó Regulus desde una de las ventanas del segundo piso, pero su hermano hizo caso omiso, pues ya se estaba adentrando entre los árboles, listo para el tan esperado reencuentro.

De habérsele preguntado, Sirius habría respondido que ese último año en su vida no había sido de los mejores. En el colegio iba bien, sus notas eran las que se esperaban de él, pero la existencia en un internado como Hogwarts ya no era tan divertida cuando pasaba diez meses consecutivos aislado del mundo y añorando la libertad. En casa la situación no era mucho mejor con dos padres distantes y listos para enfurecerse con él o su hermano por la más mínima transgresión, y no es que el resto de su familia fuera mejor. Meses atrás su prima Bella por fin se había casado, y Sirius todavía recordaba con desagrado el estirado evento al que había asistido y en el que se le reprochó todo, desde el brindis al que le forzaron a participar, su postura en un traje que en su opinión lo hacía parecerse más a su padre de lo que podía tolerar, y la falsa sonrisa con la que posó en cada una de las fotografías que se tomaron.

Casi desde el mismo instante en que el verano pasado se había marchado de la villa, Sirius había añorado volver, y la libertad que conllevaba su estancia en aquellos parajes.

Mientras cruzaba los senderos que tan bien conocía y esquivaba las ramas que ahora podían rozarle la cabeza, Sirius dejó que sus pies lo guiaran, y pronto se descubrió buscando la mejor ruta para encontrarse con uno de sus mejores amigos en el mundo. Teddy. Aunque la imagen que cruzó su mente era mayor, con algunas cicatrices, y su pecho se contrajo agradablemente ante el prospecto.

Las visitas de Sirius y Regulus a la casa del tío Alphard sucedían con regularidad en las mismas semanas del año, así que era de suponerse que no tardaría en encontrarse a Remus y a Teddy por algún lado, y con afán de apresurar el encuentro fue que se dirigió a la orilla del lago con intenciones de facilitarse la vista de ellos dos y a ellos dos.

Sirius estaba a punto de pasar por los troncos de los últimos árboles cuando la presencia de un lobo a las orillas del lago le sorprendió. El ejemplar era un macho adulto, que con la cabeza inclinada en el agua y bebiendo, se había quedado quieto.

«Sabe que hay alguien aquí, que alguien lo observa», pensó Sirius, que conocía bien la sensación porque en el pasado él la había experimentado con bastante frecuencia.

A diferencia de él que no podía saber la dirección de los ojos que lo observaban, el lobo en cambio no tardó en dar con su paradero, girándose en dirección hacia donde se encontraba Sirius y olisqueando el aire.

Si bien después Sirius se habría de cuestionar si no estaba viviendo un riesgo innecesario al adentrarse al bosque e irrumpir en los dominios de aquel lobo solitario que a todas luces era el mismo que años atrás hubiera provocado incontinencia a su prima Bellatrix, en ese momento su mente se quedó en blanco al contemplar el maravilloso ejemplar de animal que erguido y con el pelaje apenas moviéndose en la ligera brisa dio la impresión de estar congelado en su sitio y listo para reaccionar.

Y eso hizo cuando en la distancia una rama se partió a la mitad y Sirius escuchó una palabrota en voz de Regulus, que con toda certeza lo buscaba a él.

Una de las orejas del lobo se movió ante el ruido, y luego el hechizo se perdió.

Emprendiendo la rápida huida, el lobo ya había desaparecido. A tiempo para que Regulus encontrara a Sirius agazapado entre dos troncos.

—¡No te has dignado ni a esperarme! ¿Has encontrado a Teddy? ¿A Remus? —Preguntó Regulus corto de aliento por el esfuerzo físico.

Sirius denegó con la cabeza.

—Vale. Ya aparecerán. ¿Un chapuzón?

Y Sirius asintió, pues de momento, no tenía palabras para expresar el momento que había vivido.

 

Teddy y Remus no tardaron en aparecer, y Regulus fue el primero en salir del agua para saludarlos. Sirius en cambio se hizo el remolón a la orilla del lago, pues si creía que la atracción que había experimentado por Remus el verano anterior era un asunto pasajero, desde ya podía descartar su corta durabilidad.

En idéntica forma a un año anterior como si los últimos doce meses no hubieran transcurrido, Remus estaba idéntico, salvo quizá un poco más largo el cabello que ahora se colocaba sin parar detrás de las orejas, pero lo mismo podía decirse de Sirius, que por simple afán de rebeldía ahora ostentaba una melena corta.

Acercándose al grupo que ya intercambiaba impresiones del último año, Sirius suspiró aliviado al comprobar que los centímetros que había crecido en todos esos meses servían de algo, pues ahora se aproximaba más a los hombros de Remus que a su pecho, y no le costó tanto como antes verlo a los ojos.

Remus le sonrió con afabilidad apenas tenerlo cerca, y Sirius le correspondió el gesto, incluso si por dentro sus emociones se convirtieron en un violento maelström.

Sirius no era idiota. Estaba al tanto de sus preferencias, que desde muy pequeño habían estado presentes y él había aprendido a ignorar. Había intuido desde su llegada a Hogwarts que lo mejor era mantener la vista en el piso durante el tiempo de ducha comunal o en los vestidores, y a cambio se había evitado palizas de las que otros alumnos como él no habían sabido escaparse.

A cambio de su seguridad, había preferido hacerse una reputación de indiferencia a la atención que despertaba en las chicas, siempre prefiriendo el estudio y los deportes a tener que correr el riesgo de tener que besar a alguna y afrontar las consecuencias.

Aquel tipo forzado de celibato no le había despertado conflicto alguno en el último año, pero llegó a su fin de golpe y porrazo cuando su vista se posó en los labios de Remus, y al instante Sirius se preguntó cómo sería besarlo.

—¿Sirius? —Le codeó de improviso Regulus, y éste salió del trance en el que se encontraba—. ¿Me has escuchado siquiera?

—Erm...

—Una acampada —dijo Teddy, que era quien había propuesto la idea—. Nosotros cuatro asando comida y durmiendo al aire libre.

—Oh. —Sirius parpadeó, pues ante el prospecto de pasar la noche fuera y en compañía de su hermano, Teddy y Remus, de pronto todo le resultaba espectacular—. Claro. Al tío Alphard no le importará siempre y cuando no salgamos de la propiedad.

—Entonces está decidido —dijo Remus, que con una simple sonrisa en dirección a Sirius le hizo a éste el estómago líquido—, hoy será porque la noche es perfecta.

—¿Uh?

—Oh, ¿no lo sabes? —Le dijo mirándolo fijamente a los ojos—. Hoy es luna llena.

«Y los lobos andan sueltos...», pensó Sirius en su encuentro de antes, que por lógica tendría que haberle producido terror de dormir a la intemperie, y en su lugar lo excitó.

—Genial —y así selló su destino.

 

Sirius y Regulus volvieron a la villa por sacos de dormir y una canasta con comida que la señora Winky preparó sin dilación, y al volver al sitio elegido para pasar la noche descubrieron que Remus y Teddy ya tenían lista su propia tienda de campaña, además de una fogata, una hielera y leña para rato.

—Wow... —Se asombró Sirius al acercarse al fuego y descubrir que desprendía un agradable aroma a pino.

—¿No nos fuimos por tanto tiempo, o sí? —Preguntó Regulus, pues sus amigos habían hecho todo el trabajo con prisa y eficiencia.

—Tenemos práctica —dijo Remus con sencillez.

—¿Quieren ayuda? —Se ofreció Teddy, y él y Regulus acomodaron las bolsas de dormir bajo el tendido de su lona.

Porque quería disfrutar de su tiempo a solas con Remus, Sirius se acercó a éste para ayudarle a descargar los víveres y hacer planes para la cena, que consistiría en salchichas asadas y malvaviscos.

—Quizá en otra ocasión podamos hacer alguna parrillada —dijo Remus, que con una pequeña navaja tenía un par de ramas a las que les quitaba la corteza y servirían como brochetas—. El verano apenas acaba de empezar.

Guardándose para sí el pensamiento de que incluso así su tiempo en la villa era corto, Sirius accedió encantado a la invitación, y le hizo preguntas a Remus acerca de sus habilidades de acampada.

Resultó ser, como era de esperarse, que su estilo de vida como Errantes los habían hecho a él y a Teddy expertos en aquel tipo de vida precaria, donde dormir a la intemperie y cocinar al fuego directo era menester de todos los días y les resultaba de lo más común.

—¿No es cansado vivir así? —Preguntó Sirius, pues la idea de un grupo como los Errantes siempre le había desconcertado.

—A veces —confesó Remus—, pero no es un arreglo permanente.

—¿A qué te refieres?

Con la vista fija en la última brocheta que tenía entre manos, Remus dio una respuesta enigmática: —Te lo contaré después, cuando sea tu turno de saberlo.

—¿Mi turno? —Repitió Sirius para sí, apenas moviendo los labios, pero cuando quiso indagar más a fondo volvieron Regulus y Teddy, que ya habían terminado con el área de dormir y se les estaban sumando para ayudar con el resto.

Sirius ya no tuvo otra oportunidad de estar a solas con Remus, pero procuró para sí un lugar a su lado cuando se sentaron alrededor del fuego a asar sus salchichas y compartir historias.

Su charla no tardó en derivar al bosque y a sus alrededores, especialmente en asuntos misteriosos y sobrenaturales para los cuales no había explicación.

—¿Crees que aparecerá tu lobo esta noche? —Bromeó Regulus con su hermano, y éste puso los ojos en blanco. Regulus procedió a explicarles a sus dos amigos que después de haber visto un lobo en el invernadero y en presencia de sus primas, sólo Sirius había vuelto a encontrarse con el animal—. O al menos eso asegura él. Yo sigo pensando que si un lobo viviera en este bosque ya habríamos escuchado rumores de sus cacerías y alguien habría intentado darle muerte.

Teddy y Remus intercambiaron una mirada imperceptible entre ellos.

—No es mi lobo tal cual —dijo Sirius con un levísimo tinte sonrosado en las mejillas—, ¿pero quieren escuchar algo interesante?

Teddy asintió, en tanto que Remus se inclinó en su dirección y le miró con ojos atentos. Su absoluta devoción hizo a Sirius envalentonarse con la tontería que estaba por contar.

—Soñé antes con él. Con el lobo. El mismo que apareció en el invernadero, y uhm, al que he visto en otras ocasiones... Regulus cree que estoy loco-...

—No lo creo a secas —le interrumpió su hermano—, lo sé.

—Bah —rezongó Sirius—. Da igual si nadie me cree. Yo sé lo que vi, y ese lobo va detrás de mí.

—Es una manera de verlo —dijo Remus sin desestimar sus palabras, desviando la vista al fuego—. Hay una historia entre los nuestros...

—Remus —musitó Teddy, pero éste lo ignoró.

Sin inmutarse, Remus continuó: —Para nosotros, el lobo es un animal sagrado. Un animal que camina entre nosotros con dos patas y la espalda erguida.

—¿Como un hombre lobo? —Inquirió Regulus, y Remus denegó con la cabeza.

—No. Un hombre lobo depende de la luna llena, sólo en esa noche, para convertirse en un híbrido, mitad hombre, mitad lobo. Los lobos verdaderos simplemente abandonan su piel, le dan vuelta a su pelaje, y se convierten en hombres. La luna llena no influye mucho más que cualquier otro elemento externo...

—Suena increíble —murmuró Sirius, pues la perspectiva de abandonar su forma humana y cobrar forma animal sería genial. Simplemente genial.

—Lo es —dijo Remus con simpleza—. Claro está, viene con un precio...

—Remus —volvió a llamarlo Teddy, pero incluso si su voz era baja, había un cierto tono de pánico que impregnaba cada una de las cinco letras de su nombre.

—¿Qué precio? —Preguntó Regulus, tan absorto como Sirius en aquel relato.

—Una deuda de sangre a su grupo, y otra deuda consigo mismo para encontrar a su otra mitad.

—¿Como una especie de... alma gemela? —Adivinó Sirius sin problemas.

—Exactamente eso —confirmó Remus—. Los lobos sólo pueden reproducirse entre ellos, sólo macho y hembra. Las almas gemelas no son entre lobos, sino entre lobo y humano, y no están regidos por el principio biológico de la reproducción.

Regulus se llevó una mano al rostro para ahogar su quejido de sorpresa. —Eso es...

Sirius frunció el ceño, y miró directo a su hermano, pues si finalizaba esa frase con ‘asqueroso’ como había escuchado alguna vez referirse al tío Alphard en relación a algunos rumores que corrían alrededor suyo, se lanzaría sobre su hermano y le plantaría un puñetazo.

—Es lo que es —dijo Remus.

—Una leyenda, supongo —secundó Regulus, y por el rabillo del ojo vio Sirius a Teddy mover la cabeza de lado a lado.

Remus fue más pragmático. —Puede que sí, puede que no, pero son las historias con las que hemos crecido Teddy y yo. Son libres de creerlas o ignorarlas, pero...

—La primera señal de su advenimiento —dijo Teddy—, de que un lobo y un humano están destinados a ser almas gemelas, son sueños...

—Y después apariciones.

Sirius sólo asintió.

 

Tras aquella conversación que después derivó en otros asuntos sobrenaturales de los que Teddy y Remus parecían conocer bastante detalles folclóricos interesantes, asaron salchichas y malvaviscos, bebieron de la limonada embotellada que la señora Winky había empacado en una de las hieleras, y ya tarde y padeciendo el frío de la madrugada fue que sugirieron irse a dormir.

Los arreglos bajo el tenderete fueron de lo más platónicos: Remus a la orilla con Teddy pegándose de manera afectuosa a su lado; luego Regulus, y al otro extremo Sirius, que incluso con esa distancia de por medio entre él y Remus no podía dejar de notar la cercanía de su presencia, ya fuera en el ritmo acompasado de su respiración y después en el ligerísimo ronquido de cuando por fin se quedó dormido.

El bosque se mantuvo silencioso durante la noche, y de ahí que Sirius se despertara confundido en la madrugada, de pronto inseguro de dónde se encontraba. Sólo el brazo de Regulus aferrándose a él por el estómago lo alertó que no estaba a solas, y uno a uno fueron apareciendo los recuerdos de las últimas horas.

El campamento. La fogata. La charla. Dormir cerca de Remus...

A través de las sombras que se desdibujaban y que la luna llena facilitaba para discernir, Sirius vio el perfil relajado de Remus en su bolsa de dormir y lo contempló por varios minutos recargado sobre su codo.

Luego la naturaleza hizo su llamado, y saliendo a gatas de su saco se dirigió a la orilla del lago para orinar. Lo ideal habría sido acercarse a algún tronco y vaciar su vejiga ahí, pero Sirius había leído que esa era una afrenta para los animales más dominantes, quienes marcaban su presencia de esa manera, así que para no correr riesgos se adentró unos pasos en el lago, y con el agua en los tobillos, sacó su pene y orinó ahí.

La brisa de madrugada le erizó la piel, y por un segundo pasó por alto la vieja sensación de ser observado, pero una vez que los vellos de su nuca se mantuvieron de punta, no hubo retorno. Despacio se giró Sirius tras reacomodarse la ropa, y tal como suponía no estaba a solas.

De nueva cuenta, aquel ejemplar de lobo que vivía en sus sueños y se había materializado años atrás estaba de vuelta, y le observaba con atención.

De ser una persona con sentido común, Sirius habría gritado pidiendo ayuda, despertado a su hermano y amigos e implorando porque el lobo no los atacara. Pero Sirius nunca había sido del tipo que se midiera dentro de los parámetros normales, algo que Madre y Padre detestaban recordarle con regularidad, y eso fue lo que favoreció el que Sirius extendiera un brazo, y en voz baja pero firme, diera una orden:

—Ven.

El lobo se adentró en el agua, el agua llegándole por encima de los tobillos en sus cuatro patas antes de por su cuenta colocar su cabeza bajo los dedos de Sirius y sorprender a éste por la suavidad de su pelaje.

—He soñado tantas veces contigo... —Dijo Sirius, y el animal elevó la cabeza para observarlo.

A diferencia de un perro común, los lobos eran criaturas más masivas de lo que se les tenía en consideración, y Sirius fue capaz de apreciarlo al descubrir que el lobo le llegaba a la altura de las costillas, y su longitud era mayor que la suya. De quererlo, el lobo podría atacarlo y asegurarse una presa, pero Sirius se descubrió sufriendo nulo miedo, en su lugar, deseos de abrazarse a la bestia y enterrar el rostro contra su cuello.

El lobo pareció leer en él su buena voluntad, pues refregó su cabeza contra el estómago de Sirius, y después lo rodeó en repetidas ocasiones, pegando su cuerpo al de Sirius y por poco haciéndolo caer al agua.

—Oh, ya veo —se sonrió Sirius, pasando sus manos por el lomo del animal y hundiendo los dedos en el frondoso pelaje—. Eres como un cachorro, también quieres mimos.

El lobo así manifestó su agrado, y siguió a Sirius fuera del agua. A la orilla del lago, Sirius vio la luna llena reflejada en el agua, y murmuró una palabra:

—Moony...

El lobo alzó la cabeza en su dirección, las orejas echadas al frente.

—¿Puedo llamarte Moony? —Preguntó Sirius, y de algún modo comprendió que había hecho un nuevo amigo.

—Moony será entonces...

 

Sirius no le mencionó a nadie su encuentro con Moony horas después cuando después de despedirse del lobo y volver a su saco de dormir volvió a despertar como si nada hubiera ocurrido.

Ni falta hizo, que al salir de su propio saco, Remus se apresuró a perderse en el bosque con intenciones de orinar.

—¿Viste sus pies? —Dijo Regulus, y todavía adormilado, Sirius denegó.

—No, ¿qué-...?

—Los tenía sucios, como si... —Regulus arrugó la frente, y su vista se desenfocó—. Como si anoche después de dormirnos hubiera salido a dar un paseo por la orilla del lago. ¿No te parece eso ni un poco raro?

Por inercia, Sirius escondió sus propios pies, que con toda seguridad estarían en un peor estado que los de Remus.

—Hemos dormido a la orilla del lago. Seguro que todos estamos igual o peor que eso —dijo Sirius, que no habría de conectar los puntos sino hasta que ya era demasiado tarde.

De momento, el encuentro con el lobo, su lobo, su Moony, obnubilaba el resto.

 

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Notas finales:

¿Y por qué será que Remus tiene los pies sucios igual que Sirius? *guiño* Sé que no hay misterio como tal respecto a quién es Moony y qué es Remus, pero finjamos que sí, porque todavía tengo varios ases bajo la manga.


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