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Tardes de canícula por Marbius

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5.- Dieciséis veranos.

 

We said we'd both loved higher than we knew we could go.

5 Seconds of Summer - Babylon

 

En el verano de sus dieciséis años, Sirius decidió que iba a perder la virginidad, y que ningún otro candidato era mejor que Remus.

El año anterior, las oportunidades de conseguirlo habían sido limitadas con Regulus y Teddy puestos a su lado a cada paso, y en todo caso, Sirius no había estado preparado porque ni siquiera estaba al tanto de lo que implicaba cuando se trataba de dos hombres. Pero eso había sido a sus quince años, y ahora a sus dieciséis (y Sirius se recordaba sin parar que pronto serían diecisiete) por fin se sentía listo.

Con Remus primero, y después con un compañero de curso en Hogwarts, Sirius había conseguido limitar su culpa al respecto, racionalizando que lo que él hacía en la intimidad de su vida no era asunto de nadie más que suyo. No de sus padres, no de su hermano, y ciertamente no del mundo que estaba siempre presto para juzgarlo.

Benjy Fenwick, su ocasional compañero de morreo y toqueteos en Hogwarts había elogiado su manera de pensar mientras duró lo suyo. Apenas un romance de primavera cuando las temperaturas pasaron de gélidas a tolerables en aquellas regiones del planeta, y que Sirius no echó de menos, porque acostumbrado como estaba a un hombre como Remus, Benjy no era nada sino sólo un experimento para confirmar lo que ya sabía de antemano y se negaba a reconocer: Él era homosexual.

Claro está, las sospechas siempre habían estado presentes, y conforme creció y encontró un nombre para darle a su inusitada atracción por su mismo sexo, también con ello la confirmación de sus preferencias. Y él no había sido el único en notarlo, ¿o cómo si no explicaba la presión por parte de ambos de sus padres en buscar compromiso con “una decente chica a la altura de la antiquísima casa Black”? Que como comentario le había sido repetido hasta el hartazgo a él y sólo a él. Nunca a Regulus.

El mismo Regulus que en los últimos meses se había distanciado de él y no daba explicaciones de su comportamiento del mismo modo en que Sirius se había rendido de pedírselas.

Ese verano Regulus había dado la impresión de negarse a asistir y pasar sus semanas de rigor con el tío Alphard en su villa, y Sirius casi habría preferido que así fuera en lugar de tener que lidiar con las hosquedades de su hermano, pero al final la autoridad de sus padres había imperado y los dos habían tenido que empacado sus maletas y emprendido el viaje.

Durante el trayecto, fue poco lo que hablaron Sirius y Regulus, aunque los ánimos se caldearon cuando por fin entraron en la propiedad y la inminencia de su tiempo ahí comenzó a contar.

—Al menos disimula —gruñó Regulus, poniendo los ojos en blanco por la evidente excitación de su hermano al contemplar el bosque.

—No entiendo cuál es tu problema, Reg —replicó Sirius, que detuvo el tamborileo impaciente de sus dedos sobre su rodilla y desvió la mirada—. ¿Es que no estás feliz de volver?

—No tanto como tú...

—¿Y eso qué significa exactamente?

—Oh, no sé, eso dímelo tú, Siri.

El uso de aquel apelativo cariñoso le dio esperanzas a Sirius de que no todo estaba perdido entre ellos dos, pero entonces el automóvil frenó en la entrada de la villa, y su conversación quedó pendiente para después.

A su llegada, la señora Winky se aseguró de estar en la entrada para recibirlos, y se deshizo en comentarios acerca de lo altos y bien parecidos que estaban ahora. Sirius había crecido más incluso que el verano anterior, y esta vez esperaba él al menos alcanzar el mentón de Remus, si acaso para no verse en la necesidad de pararse de punta para rozar sus labios. Regulus le había seguido a la zaga, pero la diferencia de un año completo y meses más entre sus edades hacía que a pesar de alto todavía no pudiera equiparársele.

—Su tío Alphard ha salido a atender unos asuntos con la propiedad, pero ustedes son libres de subir a sus habitaciones y desempacar —les dijo la señora Winky, y Sirius se lanzó de lleno a ello con la intención de recompensarse con un paseo a través del bosque.

Regulus leyó en su mirada aquel imperativo deseo en el carbón ardiente de su pupila, y por primera vez en todos aquellos meses en que era partícipe de su secreto, se aventuró a decírselo a su hermano.

—¿Es que no tienes ni una pizca de vergüenza? —Le reprochó Regulus con lo primero que cruzó su mente, y arrodillado frente a su baúl y con su más preciada reciente adquisición, una chaqueta de cuero que le había costado la paga de varias semanas, Sirius comprendió.

Oh, por supuesto que lo hacía.

Los rumores en Hogwarts no eran asunto de risa, y más de uno había cuchicheado acerca de las largas horas que él y Benjy pasaban juntos estudiando. Nadie los había sorprendido en acción, y a grandes rasgos todo quedaba en rumores, pero esas cosas se entendían sólo con una mirada, y era todo lo que había bastado para que Regulus adoptara una posición al respecto.

—Reggie...

—Te vi —dijo Regulus, la boca tensa y el mentón en alto—. El verano pasado. A la orilla del lago. Tú y Remus se... Se besaban.

—Ah, eso. —Sirius volvió a dejar su chaqueta en el baúl y optó por postergar el desempaque de sus pertenencias para más tarde.

—¿No intentarás siquiera negarlo?

Sirius se encogió de hombros. —Nos viste, ¿qué sentido tiene? Insultaría tu inteligencia si pretendiera que ese momento no ocurrió, y-...

—No lo digas —susurró Regulus con el corazón constreñido por un puño invisible.

—... no es como si me arrepintiera de lo que hice.

—Todavía estás a tiempo para...

—¿Qué, cambiar? —Sirius soltó una atronadora sonrisa que sonó como el ladrido de un perro—. No lo creo, Reg. Eso no va a pasar.

—Pero-....

—Es quien soy —dijo Sirius con vehemencia, llevándose una mano al pecho y con los dedos abiertos abarcando la mayor extensión posible—. Yo no he cambiado en lo absoluto. Siempre fui así. Y que tú apenas te hayas percatado de ello porque me viste besar a Remus, bueno... Eso no me convierte en una persona diferente, sólo te delata como poco observador.

—Siri...

—Si esa es la razón por la que este último año te hayas comportado tan distante... —Sirius suspiró—. Olvídalo. No me disculparé. Es impensable disculparme por quién soy.

—No esperaba que lo hicieras.

—Ya, pero querías que así fuera. No lo niegues. Lo tienes escrito por todo el rostro.

Regulus al menos tuvo la decencia de sonrojarse.

—Sal y déjame a solas —pidió Sirius, no como una orden, sino como una petición.

Y Regulus le complació.

 

Los ánimos entre ambos hermanos Black continuaron caldeados durante el resto de su tarde, y ya que habían arribado a la villa dos días antes de su fecha habitual, y en todo caso, no les apetecía salir a buscar a sus amigos a sabiendas de que no podrían disimular su disgusto mutuo, Sirius y Regulus optaron mejor por permanecer en sus habitaciones y cada uno entretenerse por su cuenta.

Sirius había elegido un libro de la vasta biblioteca de su tío Alphard, y mientras que en otra ocasión la lectura le habría resultado de lo más estimulante, en esos momentos no cautivaba su atención. De espaldas sobre la cama y escuchando la leve llovizna golpetear su ventana, Sirius se arrebujó bajo una manta de lana que la señora Winky había subido específicamente para él y no tardó en quedarse dormido.

En soñar con su lobo, con su Moony, corriendo en círculos por el bosque que tan bien conocía, aullando por él...

De hecho, fue un último aullido el que despertó a Sirius de golpe, y le costó un par de segundos salir de las brumas de la inconsciencia y corroborar dónde se encontraba.

¡Clink!

Y que el ruido que lo había despertado no era parte de su imaginación.

Sirius saltó de la cama, y al abrir la ventana se encontró cara a cara con Remus, que había escalado por un costado de la casa y se apoyaba en el alféizar.

—¡Remus! —Expresó Sirius su alegría, y sin mediar nada más le echó los brazos en torno al cuello y lo besó a profundidad. Remus le correspondió el gesto, pero al separarse preguntó si lo invitaba a pasar—. Claro que sí —dijo Sirius—. Mi cuarto es el tuyo también. Pasa, anda.

Remus entró a la habitación descalzo y oliendo al bosque, trayendo consigo recuerdos en la forma de un par de hojas en el cabello y viento bajo la ropa que Sirius inhaló a profundidad. También unas gotas de agua en el cabello, y Sirius no hesitó en ofrecerle una toalla y él mismo secárselo.

—Necesitas una muda de ropa —dijo Sirius, y al pensar en Remus desnudo la boca se le secó—. Uhm...

Mientras buscaba en su baúl por prendas para prestarle a Remus, Sirius preguntó por Teddy.

—El campamento todavía no llega, pero yo decidí adelantarme —dijo Remus—. Venimos viajando desde el norte de Escocia, pero una de las caravanas se averió y Teddy se ha quedado con Dora y Fleur.

—Oh, su mamá, ¿correcto?

—Correcto.

—¿Y Fleur es...?

Pero Remus con respondió. Como era habitual en ellos, el secretismo imperaba, y Sirius tuvo que disimular mejor su decepción.

—No es que no quiera contártelo —dijo Remus, intuyendo el repentino cambio de atmósfera.

—Ya —contentó Sirius, que había elegido unas cuantas prendas y se las lanzó a Remus—. Cámbiate o pescarás un resfriado, y no quiero tener eso en mi consciencia.

Porque necesitaba unos minutos para sí, Sirius bajó a la cocina por té para los dos, y al subir con la charola que contenía la tetera y dos tazas por poco dejó caer todo cuando encontró a Remus sentado en su cama y todavía sin camiseta.

—Uhm...

—Oh, té. Qué amable —dijo Remus, que por fin se colocó la camiseta que Sirius le había prestado y no le sentaba bien. La diferencia de estaturas entre ellos dos hacía que la ropa no fuera del todo adecuada para compartir, y la prueba estaba en que a Remus le quedaba tensa a la altura de los hombros, y también corta, mostrando su ombligo y la deliciosa línea de vellos que bajaban hasta perderse más allá de la pretina del pantalón.

A Sirius la boca se le secó todavía más, y ni siquiera un trago de té solucionó su problema.

De pronto sus planes de seducir a Remus y conseguir así perder su virginidad se volvieron volátiles. Sirius no había hecho ninguna clase de arreglo al respecto, más allá de escuchar con atención los cuchicheos que se murmuraban entre los alumnos de cursos superiores, en donde los pormenores del sexo entre dos hombres incluían detalles que por su cuenta encontraba interesantes, quizá ligeramente dolorosos, pero que estaba decidido a experimentar con Remus...

—¿Está Regulus aquí? —Preguntó Remus, que seguía sentado en la cama de Sirius y se mostraba relajado.

—En su habitación.

—Ya veo.

—Hemos peleado —reveló Sirius en voz baja, y después decidido agregó—: Me ha reclamado vernos el verano pasado, a la orilla del lago, cuando nos besamos...

Remus asintió. —Entiendo.

—¿No te...? —Sirius calló abruptamente, porque la siguiente palabra escapa de su comprensión. Quería decir tanto y a la vez no encontraba cómo expresarse. El que Remus permaneciera tan tranquilo como siempre le exasperaba, si acaso porque para él la naturaleza de su relación con él estaba marcada con tintes de prohibición y secretismo.

La homosexualidad siempre había sido aquel tema tabú del que todos murmuraban a puertas cerradas y juzgaban sin parar. Por muchos años entre los Black habían acusado a su tío Alphard de ser así, uno de esos, por la cercanía que había demostrado tener a su mayordomo por un espacio de veinte años hasta que éste murió inesperadamente. Que su cuerpo además descansara ahora en una de las criptas familiares porque ningún tipo de convencimiento lo había disuadido de ello era prueba fehaciente de que entre ellos dos había habido una relación que iba más allá de la de empleador y empleado.

Sirius todavía podía ver el dolor en sus ojos cuando hablaba de su fiel Alistair, pero también felicidad al recordar sus momentos compartidos, y esa amalgama era la que ponía en evidencia cuánto habían significado el uno para el otro en el transcurso de sus vidas.

Sin dudas en su corazón, Sirius había querido eso para él, y lo había encontrado en Remus, a quien de pronto encontró irresistible en la intimidad de su dormitorio.

—¿Tienes un lugar donde pasar la noche? —Preguntó Sirius, revolviendo los pozos de su taza.

—Ah, algo así —respondió Remus, la vista fija en la ventana por la que había entrado y en las copas de los árboles que se desdibujaban.

—¿Qué es ‘algo así’? ¿Planes dormir en la posada del pueblo? ¿Tienes dinero? Porque si no, yo te puedo prestar algo...

—Estaré bien, Sirius —insistió Remus, que bebió lo último de su té y se puso en pie—. Sólo quería verte.

—¿Has comido algo al menos? —Presionó Sirius, y Remus denegó con la cabeza—. Entonces quédate. Haré que la señora Winky suba algo, comeremos juntos.

Remus se mostró dubitativo, pero Sirius no cejó en su empeño.

—Por favor...

Y esas dos palabras le abrieron el mundo.

 

Remus se quedó a la comida, y mientras tanto él y Sirius se recostaron en la alfombra de su habitación a escuchar los últimos discos que éste había comprado en Londres. Sirius tenía una decente colección de música, aunque no tan grande como él quisiera. Ante sus familiares en Grimmauld Place, corría el riesgo de encontrar sus discos rotos si por casualidad era la víctima de los enojos de Madre, así que los escondía junto con su tornamesa y sólo se daba el placer de escucharlos a sus anchas en volumen bajo y a solas. Sólo Regulus le acompañaba de tanto en tanto, pero sus gustos eran abismales entre sí, por lo que seguido era sólo él y su música.

Para bien que Remus no se opuso a su elección de música, cerrando sólo los ojos y entrelazando los dedos al frente mientras las canciones se sucedían una detrás de otra.

Después fue hora de la cena, y Sirius se le ingenió para subir una porción a su habitación, sólo para descubrir que Regulus se le había adelantado y Remus ya tenía comida.

—Lo escuché llegar por la ventana —informó Regulus a Sirius, y éste entrecerró los ojos buscando en su hermano señales de pelea, pero éste hizo un leve encogimiento de los hombros—. Si Remus se queda a pasar la noche, no olvides cerrar bien la puerta y tratar de no hacer mucho ruido.

Con esa indicación que a la vez era la muestra más generosa de su aprobación que encontraría jamás, al terminar de comer Sirius bajó las bandejas a la cocina y corrió de vuelta a su dormitorio, donde cerró la puerta y corrió el cerrojo.

No era tarde, pero sí hora apropiada para retirarse a dormir, y Sirius le ofreció a Remus la ducha primero.

Como era su costumbre, Remus se desnudó y entró al baño, saliendo un cuarto de hora después envuelto en una nube de vapor y el perfume del jabón.

—Gracias por la ducha —dijo de pasada, aceptando de Sirius otra muda de ropa para dormir—. La presión de la regadera es increíble.

—Erm, sí. Ahora es mi turno.

En el baño, Sirius se esmeró en lavarse a detalle, cuidando bien cada hendidura de su cuerpo y esforzándose por hacer de su piel lo más suave posible. También hizo otros arreglos, que incluyeron tiempo de calidad en el retrete para cerciorarse de que estaba listo para cumplir con cierto plan suyo, y finalizó aquellos preparativos lavándose los dientes a consciencia y después saliendo del baño envuelto en su albornoz y sin el pijama abajo.

Sirius había dado por sentado que Remus lo esperaría en su cama, y se llevó un chasco cuando lo encontró dormido en la alfombra, sólo una almohada bajo su cabeza y una sábana tapándole hasta la nariz incluso si eso dejaba sus pies destapados. Sirius lo encontró enternecedor, pero entonces apreció una franja de piel de su espalda desnuda, la misma espalda que había sido la causante de su deseo por Remus algunos veranos atrás, y tomó ahí mismo su decisión.

Desprendiéndose de su albornoz, Sirius apagó las luces antes de recostarse al lado de Remus, y con un brazo posesivo alrededor de su cintura, lo despertó con un estratégico beso en la nuca.

—Sirius... —Exhaló Remus con pesadez, saliendo del sueño con lentitud.

—Pensé que podrías tener frío —dijo Sirius, aunque ambos sabían que era una mentira flagrante. Remus era del tipo de persona que parecía tener siempre la piel como si recién se hubiera apartado de una fogata, y en esos momentos era su calor el que proveía a Sirius y no viceversa.

A pesar de la terrible excusa, Remus no apartó a Sirius, sino que rodó hasta quedar de espaldas y soltó una profunda exhalación.

—Oh, Sirius... —Repitió su nombre, y a diferencia de antes, esta vez consiguió hacer que éste se estremeciera.

—Por favor —pidió Sirius, sin una traza de patetismo en su voz. Porque era una petición, sí, para ambos dar rienda suelta a lo que el verano anterior había quedado inconcluso.

Con toda certeza, la moralidad del asunto era en el mejor de los casos un gris parduzco, donde la diferencia de edad entre ambos y que además Sirius fuera un menor jugaba un rol importante, pero perdía puntos porque era él quien lo pedía, y Remus jamás lo había presionado a nada. Sirius tenía tan claro como Remus que ambos lo deseaban, e incluso si estar juntos era un asunto altamente conflictivo para quienes les rodeaban, en la privacidad de su dormitorio, con el pestillo echado y sólo su mutua compañía, no eran las otros quienes mandaban, sino ellos dos, siguiendo un llamado instintivo para el cual ni la razón o la moral podían competir y ganar.

—Puede que duela —dijo Remus, acariciando el costado de Sirius, subiendo y bajando por su piel desnuda.

Sirius pegó su erección a la cadera de Remus. —No importa.

—Pero-...

—Quiero hacerlo, Remus.

—Bien.

Y después Sirius le entregó las riendas y Remus las tomó.

 

A mediados de ese verano, cuando Sirius más feliz se sentía, Regulus empañó un poco su horizonte con una nube que amenazaba ser de tormenta y en su lugar trajo consigo un arcoíris.

—Deberías de ser más cuidadoso —le reprendió durante el desayuno.

—¿Uh?

—Remus entrando y saliendo por tu ventana de esa manera...

A Sirius el tenedor se le cayó de las manos y repiqueteó en su plato.

—No le diré a nadie si es lo que temes —le aseguró en voz baja Regulus—, pero...

—¿Pero?

—Deberían de ser más cuidadoso. Cualquiera puede verlos. Y oírlos.

Sirius enrojeció, pues ese último comentario le recordó que su cuarto y el de Regulus eran aledaños. —Tomaremos mejores, uhm, precauciones.

—Bien entonces.

—Muy bien.

Y como Blacks que eran, zanjaron ese asunto sin más.

 

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Notas finales:

Tampoco Remus podía esperar por reunirse con Sirius, y ahí tienen el resultado ;) ¿Qué más podrá ocurrir entre ellos? Bueno, la imaginación es el límite~


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