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Tardes de canícula por Marbius

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2.- Trece veranos.

 

I wish we had a clue to start new, a white moon, no residue.

5 Seconds of Summer - Babylon

 

Sirius soñó sin parar con lobos una semana antes de visitar al tío Alphard en su villa, y no hesitó en contárselo a Regulus, a quien ahora toleraba más como un amigo de lo que lo habían sido en la infancia.

—No soy Freud, pero... —Dijo Regulus, que se tomó unos segundos para ordenar sus pensamientos—. ¿Has pensado que quizá no tiene ningún significado oculto? Que tal vez sólo quieres una mascota y ya está. Un perro, que en sueños toma dimensiones fóbicas.

—Esa sería la peor interpretación posible...

—Ya, pero puede que sea la única.

Negándose a ello, Sirius no intentó refutar sus palabras, y en cambio continuó empacando ropa suficiente en su baúl para las siguientes semanas que pasarían en el campo.

Luego de tres veranos consecutivos de conocer a Teddy y tenerlo como el mejor compañero de juegos, Sirius moría de ganas por verlo y apreciar los cambios ocurridos en los últimos meses. La última vez que se vieran fue el verano anterior, cuando todavía eran un par de críos cuyo mejor pasatiempo era caminar por el bosque recogiendo hojas, ramas y nidos vacíos, y jugando a ser exploradores, pero Sirius tenía la impresión de que esta vez sería diferente.

Él por su parte había crecido al menos una cabeza de su anterior estatura, y sus gustos habían madurado. Ahora se había hecho de una tornamesa y una buena colección de discos que esperaba compartir con su viejo amigo. Eso si a éste no le importaba el rock que se había vuelto religión para Sirius.

El propio Sirius sólo esperaba que Teddy continuara siendo su amigo por un verano más, y con esa intención fue que antes de su viaje escondió entre su equipaje una bolsa de caramelos que había comprado con el único fin de compartirlos con él, además de algunos libros que pensaba regalarle, porque Teddy al igual que él, tenía un gusto voraz por la lectura en donde géneros y autores eran asuntos secundarios para despertar su interés.

Regulus había puesto los ojos en blanco ante tales atenciones. Para él Teddy no era tan genial como Sirius lo consideraba, aunque había terminado por habituarse a su presencia durante los periodos que estaban de visita en la villa del tío Alphard, así que se guardaba de comentarios negativos.

—Es una suerte que Bella se case en otoño y no visite la villa por estar ocupada con los preparativos de la boda, ¿eh? —Recordó Regulus lo mejor de ese verano, y Sirius sonrió mientras le daba los últimos toques a su equipaje.

—Ah. Si tan sólo Cissy hiciera lo mismo...

—Ya encontrará la manera de presionar a Lucius Malfoy para que le entregue su sortija de compromiso, ya verás...

Sirius tenía la certeza de que así sería, pero ya que sus primas no le importaban más que el resto de su familia (a excepción quizá del tío Alphard y más recientemente Regulus), en su lugar cerró su baúl y declaró estar más que listo para sus siguientes semanas en el campo.

—Lo haces ver tan idílico —se quejó Regulus—, cuando en realidad son las vacaciones de lo más aburridas. ¿Es que acaso no preferirías pasar el verano con Madre y Padre en la Toscana?

Sirius puso los ojos en blanco. —Pasar el resto del año con Padre y Madre ya es suficiente castigo, ¿no crees? Así que... No —respondió con certeza—, prefiero la villa del tío Alphard.

—Y a Teddy —dijo Regulus sin ocultar las trazas de celos que experimentaba porque Sirius tenía un mejor amigo que hacía más llevaderas sus semanas de verano.

—Pensé que habíamos acordado que harías un esfuerzo por llevarte mejor con Teddy.

Regulus gruñó, y nada más.

—Lo pasaremos bien —dijo Sirius—, ya verás.

Que por todo lo que ese verano sería, estaba en lo correcto.

 

Sirius y Regulus arribaron a la villa del tío Alphard poco antes de mediodía, demasiado tarde para el desayuno y muy temprano para el almuerzo, por no mencionar que el tío Alphard había salido para tratar un negocio con uno de sus vecinos, de tal manera que tenían para ellos un par de horas libres.

Tras darles indicaciones de subir su equipaje a sus habitaciones y bajar por un poco de limonada, la señora Winky les preparó una modesta merienda y después los dejó a sus anchas.

Sirius no perdió tiempo en despojarse de su rígida ropa de ciudad, y con jeans y una camiseta que se había comprado a escondidas con su dinero porque era de una banda de rock que Madre detestaba, emprendió camino hacia el bosque una vez de cerciorarse con la señora Winky de que los Errantes estuvieran en la propiedad.

—Llegaron la semana pasada —dijo la empleada—, y es el cuarto año consecutivo que se han adelantado.

—Parece su nueva tradición —comentó Regulus, que también se había cambiado de ropas y seguía a Sirius.

El bosque había cambiado poco desde la última vez que estuvieron ahí. En realidad, quienes habían sufrido una transformación notable eran Sirius y Regulus, que por fin estaban creciendo, y ahora se contaban entre los más altos de su curso. Sirius de paso traía también el cabello mucho más largo que en otras ocasiones, ya rozándole la nuca y forzándolo a apartárselo detrás de las orejas cada vez que alguno de sus padres estaba presente y le reprochaban su desaliño.

—¿Crees que Teddy sepa que hemos vuelto? —Preguntó Regulus caminando a la par de Sirius por el sendero que ellos bien conocían.

—Ni idea. Pero si vamos al lago podremos ver la caravana y quizás ellos a nosotros.

Regulus accedió, y de ese modo acabaron a las orillas del pequeño lago con el que contaba la propiedad. Una extensión de agua que en sus partes más profundas apenas medía un par de metros, pero que albergaba peces y un refrescante alivio para los días de más calor al año.

Sirius no hesitó en despojarse de los zapatos y los calcetines, y doblando las perneras de sus pantalones hasta las rodillas, se adentró en el agua helada.

—¡Ah! —Exclamó de gusto al hundir los dedos en la orilla sedimentosa—. Ven, Reg. El agua está increíble.

—Más tarde —se excusó Regulus, que había traído consigo una toalla, un libro, y planes de dormir una siesta—. Voy a descansar bajo la sombra de ese árbol.

—Vale.

—No te vayas sin mí si Teddy aparece.

—Ok, Reg.

A solas con sus pensamientos mientras su hermano se recostaba en un parche de césped, Sirius jugó un rato en el agua, caminando de aquí a allá por la orilla y jugando con los peces que se acercaban a sus pies en búsqueda de comida. La temperatura del agua estaba todavía helada para un buen chapuzón, pero Sirius no hesitó en mojarse la cabeza, y después goteando salió a secarse.

Su hermano ya estaba dormido con el libro que traía cubriéndole el rostro, y Sirius se debatió entre ir por moras y traerle un puñado o despertarlo y hacerle la invitación de acompañarlo.

La solución llegó de la manera más inesperada, cuando por la periferia de su vista apareció una nueva persona que a todas luces era Teddy. Excepto que no era Teddy, y por una fracción de segundo Sirius experimentó desconfianza y un vahído de temor. Luego pasó, y de pronto una sonrisa afloró en sus labios con naturalidad, si no es que un poco de nerviosismo.

«Remus», pensó Sirius, «él tiene que ser Remus...»

Dicha fuera la verdad, a pesar de todos esos años de amistad, Sirius todavía no tenía claro quién era ‘Remus’ en la vida de Teddy. Los Errantes, le había explicado el tío Alphard, eran dados al secretismo y a no aceptar a nadie fuera de su círculo interno, y la prueba de ello era Teddy, que hablaba de personas, nombres y parentescos sin explicar jamás nada por mucho que se le preguntara. Suyo era el talento de desviar la conversación hacia otros derroteros y no soltar prenda.

Pero a juzgar por el inequívoco parecido entre Teddy y Remus, eran por lo menos familia cercana. A primeras luces, Remus podría ser una versión madura de Teddy, pero había pequeñas diferencias en la nariz y la separación de los ojos, que por el resto eran idénticos salvo por la separación de al menos una década de edad. Remus daba la impresión de tener unos veinticinco años, poco más o poco menos, lo cual lo descartaba como padre, y por fuerza hermano, que alguna vez Teddy había mencionado ser hijo único. ¿Quizá un tío? ¿Un primo?

Sirius se planteó preguntarle directamente para salir de dudas, pero al abrir su boca ningún sonido emanó, y en cambio una extraña burbuja que hasta entonces no había tomado en consideración le estalló en el pecho.

—Tú... —Consiguió Sirius articular por fin—. Eres Remus, ¿verdad?

—Lo soy —respondió éste con voz grave de adulto, diferente a la suya o a la de Teddy—. Mucho gusto, Sirius.

—Oh. —El oír su nombre en voz de aquel adulto puso a Sirius en un estado de euforia que sólo fue capaz de controlar tras una vida como Black, donde hasta la más mínima demostración de emociones era reprimida en el acto—. Erm, ¿y Teddy?

—Viene en camino. Antes tenía que hacer un par de cosas, pero me pidió avisarte que no tardaría.

—Ah, ya veo. —Sirius se sintió de pronto increíblemente estúpido por su timidez, por sus piernas pálidas y el agua que le corría por la nuca. También porque la mera visión de Remus era intolerable de una manera en que no conseguía comprender, y le obligaba a desviar la mirada.

Remus pareció intuir la incomodidad de Sirius, y facilitó su presencia ahí con un comentario inocuo. —Gracias por ser amigo de Teddy. Él siempre nos habla de ti, y nos alegra que seas su amigo.

«¿Nos?», pensó Sirius, que de nueva cuenta no tenía referentes acerca de ese plural. —Bueno, pasar tiempo con Teddy es siempre lo mejor de nuestros veranos aquí.

Remus desvió la vista en dirección a donde Regulus dormía, y una sonrisa adornó su rostro. —Me alegra.

—Erm... —Sirius cambió el peso de un pie a otro—. ¿Quisieras limonada?

La señora Winky los había enviado a él y a Teddy con limonada en un termo y galletas de sobra, y si con ello aseguraba que Remus se quedara un poco más...

—Me encantaría —aceptó Remus el ofrecimiento, y de ese modo él y Sirius tomaron asiento bajo la sombra de un árbol aledaño y merendaron juntos.

Teddy hizo acto de aparición no mucho después y apenas se sorprendió por tener a Remus con ellos, a diferencia de Regulus, que despertó de su siesta y se mostró en extremo taciturno y receloso del recién llegado. Para Sirius ambas reacciones apenas tenían valor, pues estaba absorto en la compañía de Remus, y se esforzaba con todos sus medios por aparentar una actitud tan relajada como la de él.

—Deberíamos volver a la villa —dijo Regulus en algún punto de la tarde, con el sol ya cayendo en oblicuo—. El tío Alphard se preguntará por qué no hemos vuelto todavía.

Sirius hizo un mohín, pero su hermano tenía razón; sería una descortesía total olvidar que si tenían oportunidad de salir de Grimmauld Place era gracias a que su tío Alphard los invitaba cada verano sin falta a pasar unas semanas con él y lejos de sus padres.

Remus fue el primero en ponerse en pie, haciendo gala de un movimiento largo e ininterrumpido donde Sirius pudo apreciar su gran altura. Al pararse él por su cuenta descubrió que apenas le llegaba a la altura del pecho, y por inercia se esforzó para echar los hombros hacia atrás y erguir más la espalda.

—Vamos —le instó Regulus a Sirius, pero éste se mostró renuente a separarse de sus amigos.

De Teddy, claro, pero ahora también de Remus, pues tenía la impresión de que juntos podrían... ¿Tener de qué charlar? ¿Maneras de pasarla bien? ¿Silencios sin incomodidad? Sirius no tenía claro cuál de todas las respuestas era la correcta, aunque suponía que cualquiera era tan buena como la anterior.

—Más tarde vendremos a nadar al lago —dijo Remus, y Sirius agradeció aquella pieza de información.

—Nosotros también. ¿Después de las seis?

—Es un plan.

Separándose en dos grupos que se movían en direcciones opuestas, Sirius miró una vez por encima de su hombro para descubrir que Remus había hecho lo mismo, y al volver su vista al camino descubrió que Regulus lo había sorprendido y le dirigía un reproche.

—¿Qué? —Inquirió con hosquedad. No en balde se le había pasado por alto que Regulus había estado callado durante la última hora.

—Nada. Es sólo que... —Regulus esquivó la raíz de un árbol en su camino—. ¿Teddy y Remus son hermanos?

—No lo creo... Teddy mencionó alguna vez que era hijo único, pero el parecido es... Wow.

—Teddy es mejor parecido que Remus. ¿Viste sus cicatrices?

—¿Uh?

—Bajo el labio, y también en el cuello...

La verdad era que Sirius las había visto, pero no le habían importado. No cuando era más interesante contar las chispas de verde en sus ojos dorados, o apreciar los hoyuelos que aparecían dispares en sus mejillas cuando sonreía.

—Deberías preguntarle a Teddy qué es Remus de él.

—Pregúntale tú si tanto te interesa.

Regulus bufó. —¿Es que no te da curiosidad?

—Yo no dije eso, pero... Ninguno de ellos nos contará nada. Así son. —“Así con los Errantes”, quiso decir, repitiendo las palabras que el tío Alphard le explicara a él la primera y única vez que preguntó al respecto, “tienen sus secretos y debemos respetarlo”, pero en su lugar optó por la respuesta diplomática—. No es asunto nuestro, Reg. Si Teddy o Remus nos quiere contar, será por propia voluntad, no porque los forcemos a hacerlo.

Regulus lanzó un resoplido al viento, pero no objetó nada más.

Era mejor así.

 

Los cuatro se reunieron en el lago después de la hora del té, y Sirius vivió la primera (pero no última) gran revelación de ese verano cuando al despojarse de su camiseta para meterse al lago Remus reveló un torso torneado, pero también con abundantes cicatrices.

Regulus lo observó con ojos grandes que permanecieron fijos unos segundos antes de desviar con modestia la vista, en tanto que Sirius quedó arrobado por la visión ante él, y requirió de más tiempo y uso de la cortesía fuertemente engranada en su psique para forzarse a mirar en otra dirección.

De espaldas a ellos, Remus ignoró aquellas reacciones y se introdujo en el agua, así que fue Teddy quien se encargó de resolver a medias sus dudas.

—Son parte de su... trabajo.

«¿Pero qué clase de trabajo puede ser ese?», pensó Sirius, pero su educación le impedía cuestionar las palabras de su interlocutor, incluso si era otro adolescente como él.

En su lugar asintió una vez, y despojándose de sus prendas superiores, se apresuró a meterse al agua.

Regulus y Teddy les siguieron de cerca aunque con menos entusiasmo. Todavía era temprano en el verano, el sol apenas había tenido oportunidad de caldear el agua del lago, y pasados los primeros metros, el fondo era frío y con corrientes más heladas que en la superficie.

Sirius se estremeció, pero el causante fue Remus, que a poca distancia de él mantenía los brazos fuera del agua y moviéndolos en la superficie del agua. Sigiloso, Sirius nadó cerca de él, apreciando no sólo el ancho de sus hombros o la manera en la que los músculos se tensaban al menor movimiento, sino también la curvatura de su columna, la constelación de lunares que tenía entre los omóplatos, y de igual manera, una línea de cicatrices que se superponían una encima de la otra en un cúmulo irregular.

Atrás de ellos, Regulus dio un chillido agudo cuando algo le rozó un pie, con toda certeza un pez o un alga, y Remus se giró de improviso, descubriendo a Sirius más cerca de lo que éste se quería revelar.

—El agua está rica —dijo Remus, y Sirius asintió, hundiéndose hasta el mentón y buscando alejarse.

—Sí —barbotó, haciendo burbujas.

Remus le dirigió una sonrisa que tenía toda la pinta de travesura. —¿Una carrera?

—¿Cuál es la meta?

—La barcaza —señaló Regulus la desvencijada embarcación que el año pasado al final de la temporada había quedado amarrada al muelle pero que ahora flotaba a la deriva. Todavía se mantenía a flote, y el tío Alphard había mencionado algo de volver a atraparla y darle mantenimiento, así que Sirius aceptó.

Tras gritarle a Teddy y a Regulus que ellos dos harían una competencia, Sirius y Remus se lanzaron por estilo libre hacia la barcaza, que a buenos doscientos metros apenas si se mecía en la quietud del lago.

Remus ganó aquella competencia, pero por poco. A pesar de la diferencia de fuerzas y estaturas, Sirius estaba en el equipo de natación de su colegio, y dio buena batalla.

—Eres bueno —le elogió Remus al colgarse de una orilla de la barcaza, y Sirius lo imitó—, y rápido.

—No tanto como tú.

—Puede que no esté verano, pero el siguiente seguro que me ganas. Ven, subamos —dijo al impulsarse fuera del agua y subir a la barcaza, que se bamboleó pero no se ladeó ni hizo aguas.

Sirius aceptó la mano de Remus al salir del agua, y un calor desconocido le invadió el cuerpo cuando al pisar mal en la orilla de la barcaza el movimiento lo lanzó directo a sus brazos. Sus torsos colindaron de lleno, y las mejillas de Sirius se tiñeron de escarlata al por el mero roce de su piel contra la de Remus.

—¿Estás bien? —Se cercioró Remus, todavía sin dejarlo ir.

—Sí, no hay problema —dijo Sirius, que dio un paso atrás y se soltó.

Con un medio de regreso a la orilla del lago, Remus se encargó de remar de vuelta utilizando los remos que estaban al fondo de la embarcación, y de nueva cuenta se perdió Sirius en la contemplación de su espalda, de sus músculos tensos por el esfuerzo, y el rítmico sonido del agua al cortarse por la madera.

Por una vez, la tentación fue más fuerte que la timidez aprendida para esos casos, y Sirius estiró su brazo, rozando con los dedos justo encima de una cicatriz irregular que éste tenía a unos centímetros del hombro derecho. Remus ladeó el rostro por ese lado.

—¿Imaginas de qué es esa cicatriz? Tiene una buena historia por contar.

Sirius denegó con la cabeza.

—Un lobo me mordió.

—Oh, vamos —le chanceó Sirius—, eso no es cierto.

—Lo juro —dijo Remus con toda seriedad—, pero yo gané.

Seguuuro —ironizó Sirius, pero Remus no dijo más. Ni del escepticismo de Sirius, ni de sus dedos que recorrían los bordes irregulares de aquella cicatriz, que de pronto estaba tibia, y sensible al contacto.

Una vez llegaron al embarcadero, Remus se encargó de jalar la barcaza a la orilla arenosa, y Sirius mencionó que el tío Alphard estaría complacido de volver a ponerla en óptimas condiciones.

—Cuando esté lista, volveremos a remar a través del lago —dijo Remus, y Sirius lo interpretó como una promesa, sólo de ellos dos—. Se hace tarde.

—Sí.

—Deberían volver a casa.

—Mmm...

—Ven, Teddy y yo los acompañaremos al borde del bosque.

Que como comprendería Sirius después, era su manera de asegurarse que volviera sano y salvo a casa.

 

Aquel verano fue el primero en que Sirius tuvo un rostro con el cual identificar el Remus de los relatos de Teddy, pero también un rostro con el cual soñar, y que tomó posesión de sus momentos de vigilia, cuando ya tarde en la noche y recostado en posición fetal en su cama se tocaba bajo la ropa y sentía tanta culpa minutos después cuando la humedad en su mano y ropa interior le recordaba lo que había hecho. Y lo que volvería a hacer a la menor oportunidad...

Un rostro que le acompañó por las siguientes estaciones hasta el próximo verano, y que suplantó los sueños del lobo.

Excepto que suplantar nunca fue el verbo correcto, pero de eso se enteraría hasta después... No mucho después.

 

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Notas finales:

(Antes que nada, me disculpo por la tardanza de actualizar el fic del miércoles un jueves ya por la noche. La vida, ya saben, pero intentaré ser más constante.)
Ahora sí con el capítulo, ¿esperaban que Remus apareciera? ¿Y qué papel creen que juega él en la vida de Sirius? ¿Y en la de Teddy? Habrá misterio para rato, pero me gustaría leer sus teorías :)


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