Su vida era feliz, demasiado. No se quejaba por nada, es más, agradecía todo lo que tenía. Aunque a veces, y solo a veces, por su mente pasaba un deseo oculto que no le había molestado por años, de no ser porque se dio un anuncio muy particular en la mansión.
—Eso es… emocionante —los ojos de su castaño brillaron con particularidad—. Me alegro por ti, Kyoko-chan.
—Estoy tan emocionada como asustada —sonreía entre el tembloroso abrazo que compartía con Tsuna.
—Deseo que tú y tu bebé…
Kyoya no escuchó más, pero sí se fijó en la alegría de su cielo. Fue entonces que aquellos pensamientos resurgieron en su mente. Tenía dudas de si su amado castaño deseó alguna vez tener un hijo, o si solo fue él quien alguna vez en su vida soñó con criar a un pequeño que llevara su sangre. Y si bien sabía que Tsuna tenía que dejar descendencia debido a su linaje, jamás se planteó el tema tan seriamente como en ese día.
Se abrazó a su cielo en cuanto pudo.
Se quedó en silenció, compartiendo su temperatura con aquel castaño, recibiendo risitas y mimos, escuchando aquellas palabras llenas de emoción que relataban las posibilidades de que el hijo de Kyoko fuera una niña hermosa o un varón vigoroso. Sentía tanta envidia de aquella mujer y del esposo debilucho de la misma. Se imaginó por un instante una niña con la mirada llena de amor heredada por Tsunayoshi.
—Lo quiero —murmuró por sobre los cabellos del castaño.
—¿Qué cosa? —se separó para mirar a Kyoya.
—Un hijo.
—¿Eh?
—Tuyo y mío —aclaró antes de suspirar y rozar su mejilla con la del castaño.
—Pues eso no se va a poder —rio pensando en que Kyoya bromeaba.
—Lo sé.
—Kyoya… ¿quieres hablar sobre eso?
—Vendería mi alma para que tú y yo podamos tener un bebé.
—Kyoya —le sujetó de los hombros—, me estás asustando.
De pronto una risita maliciosa hizo eco en la sala donde aquella pareja tenía su pequeño momento privado, y después el sonido se duplicó siendo dos voces las que entonaban malicia. Tsuna tuvo un mal presentimiento y se giró hacia aquel sonido para ver a dos preadolescentes de trece años quienes ocultaban sus miradas, el uno detrás de una fedora y el otro tras de sus lentes.
—¿Así que tu alma? —preguntó Reborn.
—Eso se puede arreglar —segundó Verde.
—Lo que sea que piensen, la respuesta es no —dictó Tsuna.
—¿Y si te digo que puedo combinar sus genes en un óvulo donado? —Verde sonrió ampliamente.
—Imagina tener un heredero de un cielo digno y una nube poderosa —segundó Reborn quien tenía a Leon disfrazado de demonio sobre su fedora, con alitas y hasta un tridente.
Tsuna soportó un escalofrío, porque obviamente eso tendría un precio muy alto o una serie de acontecimientos que ocasionarían un desastre en Vongola. No señor. No quería que ese par de sádicos le diera siquiera una esperanza que pagaría con creces.
—Dime más —pero al parecer Kyoya no pensaba lo mismo.
—Kyo… —se detuvo al observar la ilusión en esa azulina mirada.
—¿Qué quieren a cambio?
—Tu alma —murmuraron Verde y Reborn a la vez.
Sí, eso no sonaba bien.
Aunque en realidad eso del alma era algo subjetivo. Porque Verde necesitaba solo un pequeño aporte monetario, los genes de dos varones, una mujer que sirviera como incubadora, y un óvulo. Reborn solo quería cumplir con la promesa que le hizo a Nono de que no permitiría que la línea sucesoria de Vongola se terminara con Tsuna. Así de fácil.