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Escamas de oro por 1827kratSN

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Se volvieron compañeros de práctica, proveedores de conocimientos, y rivales en algo tan absurdo como ser el primero en llegar al punto de vigilancia antes de que el amanecer aclarara el oscuro manto que los bañaba. Era un dragón con magia muy poderosa, sabio en las artes de su clase, enfrentándose a una ninfa diestra en su existencia misma, el cual heredó la sabiduría de un padre abnegado.

Eran las dos caras de la moneda. Su propia existencia era la cara opuesta al estereotipo establecido para cada casta.

 

—Soy una ninfa —Reborn sonreía arrogante—, proveedor de vida, pero mi nacimiento como varón me destinó a derramar la sangre de los enemigos de mi clase.

—Soy un dragón —Tsuna siempre le seguía el juego—, destinado a devorar y consumir tierras extensas. Pero la tarea que mi madre destinó a mi existencia…, fue el cambio del futuro de mi herencia sanguínea.

—Muy ambicioso como para decirlo un niño.

—Soy solo tres años menor que tú —Tsuna reía suavecito, ocultando vanamente su diversión, intentando ser todavía ese guerrero sanguinario.

—No te queda el papel —negaba divertido.

—¿Qué papel? —preguntaba intrigado.

—El papel de perdedor cuando te derribe.

—No lo harás —refutaba de inmediato.

—Lo haré —Reborn chasqueó sus dedos y al instante una rama enredada en el pie del castaño quiso desequilibrarlo.

—Así que magia, ¿eh? —saltó sobre su pie libre evitando caer—. Bien entonces, con magia será.

 

Peleaban con magia y sin ella, practicaban sus reacciones instantáneas, se retaban a cumplir cualquier anormal pedido, se perdían en medio de horas y horas en donde las actividades se llevaban a cabo una tras otra. El uno aprendía las tácticas básicas de lucha y estrategia que Reborn dominó desde que era un niño. El otro aprendía sobre la magia que no solía usar tan a menudo, pues era el líder guerrero antes que la ninfa que cuidaba de su hogar, pero que su oponente dragonario usaba con maestría desde el mismo instante en que nació.

Complementaban sus fallas.

Enseñaban sin enseñar.

Aprendían del contrario con rapidez.

Se preparaban para la catástrofe mayor.

Pero no era solo eso lo que hacían, sus labores iban más allá que solo aprender el arte de la guerra y territorio. Squalo le ordenó a su hijo mayor, el proveer de conocimiento básico a aquel dragón que poco o nada sabía de otras especies que no fueran la suya. Reborn refunfuñó, pero después solo se divirtió al ver las expresiones fascinadas del muchacho que lo seguía sin protesta alguna. Le mostró a aquel dragón la verdadera magia de su gente, de sus tierras y de los seres vivos que habitaban en ella.

Cuidaron de los cervatillos recién nacidos, acunaron en brazos a aguiluchos caídos del nido, amamantaron a un venado huérfano para que viviera hasta la adultez, usaron su magia para cuidar de las plantas nacientes en primavera, nadaron en ríos verificando que la calidad del agua sea suficientemente buena para ceder vida, y se perdieron entre los extensos bosques en busca de pequeñas criaturas mágicas que se escondían de todo y de todos. Fue así que Reborn terminó por llevarse al castaño a aquella sección especial que solo las ninfas madres visitaban a menudo.

 

—Entonces, ¿no está prohibido el acceso?

—Solo para aquellos con malas intenciones —Reborn pisaba con cuidado sobre las hojas verdes que cayeron al azar y evitaba las flores nacientes—, pero en general podemos pasar a mirar.

—¿Qué es esto? —Tsuna observaba las inmensas estructuras llenas de ramificaciones y hojas infinitas, los árboles eran tan altos que no podía ver las copas.

—La cuna de nacimiento de mi especie.

—¿Es un nido?

—Tú llamas “nido” a ese desorden donde duermes.

—Pues donde duermo, donde reposo, donde las madres cuidan de sus huevos —fue enumerando los usos de su cómoda estancia creada a un kilómetro de la villa de Reborn—, donde… donde suceden muchas cosas.

—Criaturas muy básicas.

—¿Qué tiene de malo ser básico? —el castaño persiguió al azabache que siempre portaba un carcaj lleno de flechas y donde se amarraba también el arco.

—Que tu cerebro es pequeño —se burló Reborn.

—Oye, qué grosero.

—Lo sé.

 

Reborn y Tsuna eran dos niños en comparación a sus allegados, sus padres, y todos los enemigos a su alrededor. Se divertían sin querer hacerlo, cometían errores riéndose de ellos, jugaban a ser guerreros mientras vivían la fantasía de ser inmortales. Eran solo ellos dos, persiguiéndose cada que uno se adelantaba, ignorantes del lazo que estaban formando en base a la paz hueca que el adversario de esas tierras les concedió.

 

—Aquí germina la vida de mi familia. Aquí nacen mis hermanas —sonrió al acuclillarse en la base hueca del árbol sagrado.

—Vaya —Tsuna admiró la sabia acumulada en lo que a él le pareció una olla trazada en la tierra—, es como un huevo sin cascarón.

—Algo así —admiraron el cuerpo pequeñito que reposaba en medio de esa sustancia color caramelo.

—¿Cuándo nacerá?

—Cuando deba nacer.

—¿Y cómo saben que tiene que venir a por ella?

—Cuando dé su primer suspiro de vida, en la villa respectiva las aves cantarán en sincronía con el movimiento de las hojas —Reborn cerró los ojos y sonrió—, y la que será madre de esta niña, avisará a mi padre para juntos venir por ella.

—¿Y si se tardan mucho? —para Tsuna era extraño, porque su especie jamás se separaba del huevo.

—Los bebés esperan protegidos por la tierra sagrada —sonrió de lado—, así que no hay nada que temer.

 

Reborn jamás se cansaría de ver esa expresión asombrada en Tsuna, con el brillo sincero en esos ojos chocolates que fulguraban en dudas que quería plantear, pero que no vocalizaba —quien sabe por qué—. Por eso era Reborn quien le contaba sobre todas las cosas en su aldea y alrededores. No dejaba que nadie más lo hiciera, porque era egoísta y quería tener a ese dragón solo para él, cumpliendo sus caprichos y su voluntad, centrándolo solo en las actividades que ambos realizaban, y siendo la prioridad.

La sensación solo se acrecentó con el tiempo.

Su madre, Lia, fue quien le aclaró que lo que estaba sintiendo y haciendo tenía un nombre, algo que Reborn escuchó solo de labios de su padre cuando trataba con Dino, la compañera de vida de aquel dragón protector. Fue por eso que se sintió extraño. Porque era algo intangible y tan inalcanzable que sus dedos formaron puños y se desquitó en el siguiente entrenamiento con el castaño, quien, extrañado por la rudeza, solo le sonrió y correspondió.

Esa noche terminaron agotados en extremo, sudando bajo los últimos rayos de sol, casi sin poder caminar hacia la villa donde deberían acogerse para pasar la noche. Se habían sobrepasado en sus prácticas diarias.

 

—No puedo más —fue el castaño quien se rindió primero—. Mi nido está más cerca que la villa.

—Quédate entonces —pero sus piernas temblaban por el cansancio y el hambre.

—Te ofrezco quedarte conmigo —dijo antes de bufar en busca de aire fresco.

—No dormiré a la intemperie —se quejó con desagrado por la idea.

—No lo harás, lo prometo —Tsuna sonrió mientras se erguía, mostrando la madurez física de su cuerpo, mismo que jamás superaría en altura al de Reborn.

—Eso quiero verlo.

 

Reborn no había visitado ese nido desde hace tiempo, por eso se asombró al ver el techo forjado con ramas y hojas crecidas de árboles normales, pero manipuladas con magia para formar aquella acogedora morada, cuya base estaba adornada por decenas de maderas y paja que formaban un suave piso. Era como el nido de un ave, pero también tenía un encanto acogedor que le recordaba a las cabañas de su hogar. Sólo por eso aceptó ingresar, acomodarse y beber un poco de agua que estaba acunada en jarrones hechos de piedra tallada por el mismo dragón.

Tsuna de verdad había acomodado el lugar a su gusto.

Frutas dulces fueron su cena, y aunque el nido no tenía la luz que una fogata podía brindar, la luna llena y las estrellas le dieron la suficiente claridad para apreciar la sombra de los árboles a su alrededor. No había fuego con el que calentarse, pero no hizo falta, porque Tsuna podía subir la temperatura de su propio cuerpo para ceder calor, por eso su ropa jamás cambiaba a pesar del clima, porque el propio dragón era su fuente de calor. Y a más de eso, las alas que se desplegaron para protegerlos de la leve brisa, ayudaron a concentrar el calor en ellos. Reborn se sintió tan protegido como solo había sido entre los brazos de su padre y su madre.

 

—Esto debe ser una maldita broma —bramó cuando se sintió como en su hogar, apreciando la compañía y el arrullo dado por las criaturas nocturnas.

—¿Qué cosa? —Tsuna restregaba sus ojos con pereza.

—Esto —Reborn miró sus manos y luego al castaño que estaba sentado a su lado—, todo esto.

—No es broma —el castaño se recostó acomodando una de sus alas sobre el nido—, yo duermo así. Mis alas son cálidas y forman un capullo.

—¿Me cubrirán también? —interrogó inquieto.

—Sí —bostezó—, puedes acercarte un poco más si quieres.

—No lo haré.

—Está bien —Tsuna estaba tan cansado que no le importaba mucho esas cosas—, pero debo protegerte de la noche.

—¿Y cómo piensas hacerlo?

—Tomando mi forma colosal.

 

Reborn no pudo protestar, solo se quejó en murmullos antes de cegarse por la magia brillante que envolvió al castaño. Poco tardó para sentir que ese nido enorme era ocupado por el cuerpo del dragón, y si bien el tamaño que Tsuna adquirió no se comparaba con el de su padre —ni con el que una vez vio cursar en los cielos, oculto por la luz del sol—, era lo suficiente grande como para ocupar ese nido agradable, y para rodearlo cuando éste se recostó como haría un lobezno con sus hermanos. Reborn entonces se vio acomodado sobre parte del torso de aquella bestia, sin creerse que esas escamas no fueran molestas o duras, sino suaves —o eso creyó—, y cálidas. Al final terminó cediendo ante el ala de esa bestia que lo cobijó como una manta.

Se quedó dormido bajo la protección de ese dragón, se sintió seguro como nunca antes, cálido como pocas veces, y avergonzado por primera vez en su vida. Descansó de forma agradable y profunda, sin notar los leves movimientos del dragón cuando respiraba, sin fijarse en que esa grande figura fue cambiando de forma con el pasar de los minutos, hasta que en la mañana no era más que la forma humana del castaño la que lo envolvía en un abrazo agradable a la par que esas alas —las únicas extensiones dragonarias que se conservaron—, lo envolvían en un abrazo amable.

Fue la primera de muchas noches en las que Reborn se quedó a dormir junto al dragón. Fue la primera mañana donde se despertó incómodo por la calidez del cuerpo ajeno que envolvía el suyo por la espalda. La primera mañana donde sintió un ligero rubor en sus mejillas y una sensación extraña en el pecho. Sí, no fue del todo agradable, así que se enojó, pero también aceptaba que tal vez le gustó un poco y por eso lo repitió. Cosas que su mente trataba de acomodar para permitirse disfrutar de algo que en realidad no quería disfrutar.

 

 

 

Notas finales:

 

No sé si logré que el capítulo fuera algo dulce, pero lo intenté.

Muchos besos~

Los ama: Krat~


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