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Escamas de oro por 1827kratSN

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El tiempo para un dragón parecía ir más lento en comparación a lo que percibía una ninfa, y por ello, los largos meses que contaban en la villa, parecían solo un corto tiempo para los dragones; incluso para Squalo quien ni se dignaba a sorprenderse por la nieve que llegaba o por la primavera que se repetía, pero todos los demás sí estaban conscientes de los cambios, porque sus tareas y su magia se adaptaban dependiendo del clima.

Por eso, las ninfas notaron los seis años que pasaron desde la última vez que vieron a Tsunayoshi.

Ligadas a sus tareas, apuradas debido a los nacimientos, siempre enfocadas a sus deberes originales. Todas sintieron la ausencia, pero no pudieron quedarse en aquellas memorias, debieron avanzar. Nada nuevo pasó para ellos, gozaban de una paz sublime desde que su enemigo dragonario desapareció. Eso hasta que, en una mañana, Niji hallara un extraño collar en medio de la maleza en la frontera sur.

 

—Se me hace conocido —el albino jugó con aquel objeto entre sus dedos

—Vamos a dárselo a papá, a ver si lo reconoce.

—¿Qué cosa?

—Mira esto, Reborn. Nos resulta familiar y no sabemos qué es.

 

Era madera tallada con habilidad. Era un pequeño dije donde se dibujaba una almeja rodeada por algunos garabatos, la cuerda atada despedía un ligero aroma a hierba seca, y había un leve rastro de sangre en uno de los bordes. No era un artículo común de hallar en aquellas tierras, porque las ninfas no usaban más adornos que flores o telas creadas con su propia magia. Era claro que se trataba de una pertenencia extranjera.

Reborn dejó que sus hermanos regresaran a la villa donde se encontraba su padre para que mostrasen el hallazgo, ordenó también que se diera el aviso para que un grupo más de resguardo se trasladara a la frontera de su territorio, y él tomó el cargo de ser quien buscaría a un intruso en la zona. No hacían algo fuera de lo común, porque de vez en cuando algún idiota intentaba entrar en sus tierras.

Pero no halló nada.

Buscaron durante ese día entero, no hallaron más que huellas animales y unos suaves rastros de sangre seca en el tronco de un árbol, pero nada más. Fue extraño. No les quedó más que regresar a las villas para seguir con sus vidas, y pedirle de favor al dragón protector para que sobrevolara la zona agudizando la nariz e intentara detectar cualquier cosa anormal. Todos los demás siguieron con sus actividades, prepararon la cena para toda la comunidad, encendieron la fogata en el centro, se asearon como era debido, y después se dispusieron a descansar. El asunto quedó zanjado.

 

—¿Por qué te escondes de los demás? —Squalo salió a caminar tras verificar que todos se hallaban dormidos, y que sus hijos, a los que les tocaba la guardia, se alejaron lo suficiente.

—No me estaba escondiendo —sonrió divertido mientras se acercaba al de cabello largo y platinado—, solo estaba probando qué tan sigiloso podía ser.

—Sigues siendo un niño idiota —sonrió—. Creer que mi nariz no te iba a percibir.

—Quería saludarlo a usted primero, Squalo.

 

Squalo se acercó para estrechar en sus brazos al niño castaño que había dejado una especie de tristeza en la aldea, lo levantó en el aire unos segundos antes de soltarlo y darle un golpe fuerte en esa cabeza. Lo escuchó quejarse y rio por ello. No cabía duda que Tsuna no había cambiado en ese tiempo, aunque la herida en el ojo derecho era nueva, pero eran cosas que pasaban y más si era un dragón buscando establecerse en algún lugar, Tsunayoshi lo confirmó.

El dragón protector de esas tierras decidió que esa noche platicaría con el castaño mientras caminaban por los bosques, siendo amistoso con aquel guerrero que al parecer la había pasado mal en los últimos tiempos. Quería tener el privilegio de ser el primero en enterarse de cada detalle que Tsuna tenía que contar. Además, quería teorizar cómo sus hijos tomarían ese regreso tan repentino.

Tsuna se acomodó el vendaje de su ojo, verificando que la herida no sangrara de nuevo; se ató la tela con fuerza y siguió riéndose a la par que el dragón adulto le criticaba por la desaparición sin aviso. Pero había sido necesario. Porque dejar el cadáver de su hermano en el cementerio, hacerle una pequeña tumba para que descansara, y después intentar salir del territorio de su familia sin que lo detectaran, fue una misión imposible.

Fue perseguido durante largos días, peleó por sobrevivir, incluso estando herido se las arregló para escapar de la justicia firme —pero retorcida— de sus tierras, y después se estancó en un vacío existencial que no pudo llenar con nada. A Tsuna le dolía la pérdida de su familia, las heridas que tardaron meses en sanar y que trató con los pocos conocimientos que se llevó de las ninfas, y el hecho de saberse solo en ese mundo. Vagó por ahí sin saber qué hacer.

 

—Un dragón sin razón para seguir despertando, es un tronco hueco —el albino entendía eso, lo experimentó hace tanto tiempo—, destinado a podrirse y desaparecer.

—Si hubiese seguido en las tierras de mi clan, hubiese tenido muchas cosas por las que seguir viviendo —Tsuna hizo una mueca dolorosa—, pero sin ello, no tenía nada y traté de llenar el hueco con lo que fuera.

—¿Y con qué lo llenaste?

—Digamos que me criaron para destruir —rio bajito—, pero descubrí que usted tenía razón y soy diferente a eso.

—¿Qué has hecho entonces?

—¿Ha escuchado de la frontera con los seres sin magia?

—Sí.

—Digamos que son seres divertidos —elevó sus hombros—, hacen y saben cosas impresionantes, pero tienen un rechazo casi cómico por los que somos diferentes.

—¿Y ahora qué harás?

—Quedarme en tierras mágicas —Tsuna respiró profundo—, buscando un tesoro al cual proteger…, causando algo de caos cuando deba porque es divertido —se rascó el brazo—, intentando sobrevivir al vacío que tengo aquí —se topó el pecho—. Eso.

—Quédate unos días, descansa y después puedes irte.

—No lo creo correcto —frunció el ceño—, si me vuelvo visitante esporádico de sus tierras, llamaría mucho la atención. Ya sabe. Puede aparecer otro loco como mi hermano.

—El ofrecimiento para que te quedes aquí, sigue y seguirá en pie —le restó importancia.

—Es su familia, no la mía, Squalo —negó levemente—. No hay nada que me ate a estas tierras.

—Tal vez sí lo hay, pero no te das cuenta.

—¿Y que puede ser?

—Te gusta cuidar de las ninfas jóvenes —Squalo negó divertido mientras buscaba cualquier excusa válida—, puede ser algo relacionado a eso.

—Cuidé de un niño humano también… —contó animado, sonriendo ante los recuerdos—, pero seguía sin ser lo que buscaba.

—Eres tan tonto, niño —suspiró—. Lo bueno es que eres de buen corazón.

 

Reborn siempre despertaba temprano, al alba, cuando la mayoría seguía descansando. Cuando su turno de vigilancia no correspondía a la mañana, prefería quedarse en la cabaña, preparando el filo de sus flechas, fabricando otras con las ramas recolectadas, o practicando con su magia para remendar los cortes de sus ropas. En esa mañana se tomó tiempo extra para retocar el largo de su cabello, recortándolo para que el calor no fuese una molestia. Por eso no fue consciente de que el ajetreo fuera de su cabaña se debía a la bienvenida de quien decidió sentarse en silencio junto a las cenizas de la fogata para ver quién lo notaba primero.

Saludos, abrazos, preguntas, todas dadas por la pequeña niña que Tsuna recordaba era aún más pequeña la última vez que la vio, Yume fue la primera en notarlo. Después, una a una las ninfas se acercaron a él para reírse de su aspecto algo desganado, curar adecuadamente la herida de su ojo para que este retomase su visión adecuada, y para cederle algo de desayunar, siendo este un ciervo que el dragón albino llevó a casa para variar su dieta.

El castaño reía aún entre los bocados de carne que él amablemente asó con rapidez, mordía el hueso donde se podía, jugaba con las dos niñas de la villa, actuó como si jamás se hubiera ausentado, y agitó animadamente su mano cuando vio a Reborn cerca de sí. Fue amigable, tal y como lo fue cuando estaba ahí para que lo entrenaran, por eso tragó la carne antes de saludar al azabache que lo miraba con esa seriedad de siempre.

Fue ignorado tan cruelmente como lo recordaba, por eso el castaño rio bajito antes de despedirse de las niñas y seguirle el paso al azabache que se acomodaba el carcaj y revisaba el arco. Le hizo plática, se comportó como siempre, le preguntó cómo se sentía y siguió en su monólogo a pesar de que el otro ni siquiera lo miró.

Tsuna hizo lo común porque para él solo se ausentó unas semanas cualquiera, pero para Reborn fueron años que contó meticulosamente hasta el punto en que comparó esa ausencia con su propia esperanza de vida, todo para saber si algún día vería de nuevo a ese idiota. Por eso Tsunayoshi no logró esquivar el golpe en su rostro que le desacomodó la venda y le hizo cimbrar hasta el cerebro.

 

—Jodidos sean los dragones —masculló Reborn agitando el puño usado, adolorido.

—También me alegra verte —murmuró sosteniendo su nariz—. Sigues igual que la última vez —rio bajito antes de relajar sus músculos—. Si sonrieras más tal vez…

—Casi siete años y ni siquiera… —apretó los dientes antes de respirar profundo—. Te creí muerto —quiso gritarle muchas cosas, pero se obligó a girarse y caminar lejos de ese idiota.

—Y casi se cumple —Tsuna siguió los pasos del azabache—, estuve a punto… No estoy muy seguro de cómo volví a respirar.

—¿Cumpliste con lo que te dictaba tu estúpido orgullo?

—Sí —se colocó a la par que Reborn—, y ahora no tengo ningún motivo más por el que vivir.

—Dices tonterías —estaba enfadado, pero aliviado también. No podía decidirse cómo actuar ante el revoltijo de emociones que tenía.

—Un dragón sin misión no es nada —saltó sobre una rama—. Tenías razón, soy muy simple.

—Eres un idiota, ¡eso es lo que eres!

—¿Puedo acompañarte a la guardia?

—No.

—Al menos quiero hacer eso en compensación por la hospitalidad.

—Lárgate —advirtió apresurando sus pasos.

—Te ayudaré hasta que tenga que irme de nuevo —sonrió.

—¿Te irás? —se detuvo abruptamente para mirar al castaño.

—Sí —ladeó su cabeza—. Estoy buscando una razón más para seguir peleando. Estoy buscando un tesoro al que aferrarme… y por eso tengo que seguir viajando. Pero eso no quiere decir que no vendré a visitarlos. Me caen muy bien todos aquí.

—Como sea.

 

A Reborn siempre le dijeron que la mente de un dragón era simple, lo aceptó así y lo comprobó con las acciones de su padre. Pero el vivir esa realidad con aquel estúpido castaño por el que se deprimió un tiempo al haberlo creído muerto, ¡fue completamente insoportable!

Estuvo furioso con ese niño por días, intentó vengarse con cualquier cosa, incluso lo empujó por un acantilado solo por el placer de escucharlo gritar agudamente y verlo caer en picada, pero nada le quitaba esa pesadez de saberse idiota por algo que no pasó. Aun así, cuando aquel muchacho se despidió y dijo que debía seguir en su búsqueda, sintió un apretujón en su pecho y estómago, algo parecido a la tristeza. Y así fue por los siguientes años en los que vio a ese dragón llegar de visita e irse poco después.

No había fecha de regreso.

Mucho menos tiempo de estadía.

No había más que esa estúpida sonrisa, la amable mirada, y el rastro que dejaba a su paso.

Lo odió mucho.

Hasta quiso matarlo.

Pero no podía.

Tal vez por eso, un día se cansó de esa porquería y enfrentó al dragón para obligarlo a que éste se decidiera a quedarse o para que se largara de una maldita vez. Le golpeó la nariz de nuevo, le sujetó de las solapas de ese chaleco maltrecho, lo miró de frente y le retó a tomar una decisión. Pero ese niño no tenía claro ni siquiera la razón de la existencia de las ninfas y mucho menos la suya propia.

¡Fue tan frustrante!

Reborn estaba harto de toda esa estupidez, y llevado por un impulso, en esa ocasión simplemente mordió el labio inferior de Tsuna con fuerza, hasta sentir la sangre ajena en la punta de su lengua. Fue la única forma que halló para desquitar su rabia.

 

—Eso duele —Tsuna se quejó al ser soltado, sintiendo el cálido líquido caer por su quijada.

—¡Ahora imagina como me siento yo! —lo empujó lejos, porque lo perturbaba.

—¿Cómo te sientes? —lo miró con fijeza.

—No sé cómo es la vida de un nómada, pero sé lo que es tener un hogar al que defender y al que no puedo abandonar porque ¡no está en mis genes hacerlo! —intentó explicarse, pero ni siquiera sabía cómo explicárselo a sí mismo.

—¿Quieres viajar conmigo? —preguntó dudoso.

—¡No! —Reborn empujó al castaño— ¡Quiero que te quedes! —enfureció al punto en que sentía los latidos de su corazón en los oídos—. Para así dejar de sentirme ansioso por no saber dónde estás o qué haces. Para no sentirme incómodo por no saber si sigues muerto o vivo.

—¿Quieres que me quede? —repitió intentando darle nombre al cosquilleo que sentía en su pecho—. Pues…

—¡O que te largues de una buena vez y no regreses! —se limpió la sangre que manchaba sus propios labios y bufó.

—Reborn —Tsuna sintió calor, un calor extraño que subió a sus mejillas—, ¿puedo preguntarte algo?

—¡¿Qué?! —se asqueó por esa expresión avergonzada y confundida que mostraba el dragón.

—Si me quedo… —se rascó la nuca—, ¿podría abrazarte de vez en cuando?

 

Reborn no entendía cómo pudo haberse sentido atraído por alguien así de idiota, pero lo dejó pasar, o terminaría ahorcando al castaño por mera satisfacción. No quiso escuchar más, solo bufó antes de seguir con su ruta, siendo perseguido por aquel castaño que poco a poco ganaba un poco de color en la piel debido a la exposición al sol, quien mostraba orgulloso las heridas de guerra, cicatrices, vendas y el cuerpo preparado para el esfuerzo físico.

No sabía si sentirse estúpido o simplemente agradecido porque aquel niño fuera así de simple y sincero. Sólo pudo suspirar pesadamente cuando su padre le confirmó que el castaño se iba a quedar un tiempo por ahí, un tiempo indefinido hasta que Tsuna decidiera que debía cambiar. Se maldijo infinitas veces por haberse encantado con ese estúpido.

 


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