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The Two Of Us - JohnLock Fanfic por RushanaChan

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He llegado a las siguientes conclusiones en este lugar:

1)      Estoy constantemente inmerso en sueños. Nada de esto es real.

2)      A veces son sueños cortos, de un instante. Fugaces.

3)      Otras veces son sueños casi infinitos, donde solo camino, y camino, sin saber lo que busco.

4)      No tengo control de mí mismo. Es como si algo llevara mi cuerpo. Pero mi alma se quedara atrás, sin hacer nada.

5)      No tengo noción alguna del tiempo (incluso dudo que el tiempo exista aquí).

6)      Me he topado con algunos conocidos caminando por aquí. Molly, Mary, Mike, incluso Eddie. Pero parecen no notar mi presencia.

7)      John no está en ningún lado.

 

 

****

—Reúnanse niñitas. Tengo una noticia para darles —les decía el entrenador luego de finalizada la práctica del día.

Podía verse en los rojizos y sudorosos rostros el cansancio extremo de los chicos. Sin embargo, la curiosidad y la autoridad de aquel hombre les obligaban a caminar como podían esos metros hacia él.

—Escúchenme. Tendremos grandes invitados en el partido de mañana —comenzó el anuncio el entrenador. —Hoy me llamaron para confirmarme que dos miembros de la Federación Nacional de Rugby estarán presentes. Están interesados en algunos de ustedes para incorporarlos a la Selección Juvenil Británica.

Los vitoreos y festejos de los chicos no se hicieron esperar. John lucía tremendamente emocionado con la noticia.

—No sé a quienes ficharán, pero ya se los dije, cualquiera de ustedes es lo suficientemente bueno para llegar al seleccionado. Elijan a quién elijan, alégrense. El solo hecho de que vengan a verlos para reclutarlos es un honor y deben estar orgullosos, porque eso fue gracias al esfuerzo y el trabajo de todos ustedes.

—¡¡Y de usted!! —añadió vigoroso Powers, seguido de un vitoreo por parte de los demás. El entrenador lanzó una carcajada, honestamente feliz.

—Han llegado muy lejos chicos, me enorgullece ver cómo han progresado. Sobre todo, me enorgullece cómo le han dado honor al nombre de esta escuela, y de este club. Por eso, no dejen que esos comentarios de mierda les arruinen el momento. Ustedes sigan adelante, con la frente en alto. Ninguno de esos imbéciles que los injurian llegarían a donde están ustedes. Siéntanse honrados, siéntanse orgullosos, ¡¡superiores a esas lacras, carajo!! ¡¡¿Me entendieron?!!

—¡¡¡Sí!!! —clamaron todos a la vez, haciendo casi retumbar el suelo del campus.

—Los veo mañana. Descansen bien, cenen ligero y no tomen alcohol por el amor de Dios. Los quiero limpios mañana.

El buen entrenamiento seguido de aquella noticia alzaba los ánimos de todos, los cuales habían estado bastante bajos los últimos días. Las confesiones seguían apareciendo, la cuenta de StrandHacker seguía siendo un éxito viral, y la gente no paraba de hablar de eso en redes sociales. Incluso, un diario de Londres había sacado la noticia.

Eventualmente, luego de tantas denuncias y el eficaz accionar del abogado de Sebastian, la cuenta fue dada de baja unos días. Sin embargo eso no detuvo a Sherlock, quien simplemente creaba otra cuenta para reemplazar la anterior y listo, las repercusiones volvían.

Los chicos trataban de seguir con la suya pero no era fácil ignorar esas repercusiones. Las miradas eran distintas, especialmente para John, que no podía soportarlas. Seguía enfadado por haber ligado las consecuencias de algo que claramente no había hecho. Pero tuvo que aceptarlo y vivir con eso, pues era el capitán, la cara visible.

Fue cuando estaba volviendo a casa en el metro que un mensaje de Moran sorprendió a todos en el grupo de chat que nucleaba a los miembros del equipo.

“El tipo que hablé no puede rastrear al maldito que maneja esa cuenta de mierda. Dice que probablemente oculta su IP con un programa o algo así. No es tonto”.

John miró el mensaje desde la notificación en la parte superior de la pantalla, sin abrirlo, y rio inconscientemente. Por supuesto que no era tonto, es más, era uno de los chicos más brillantes que había conocido. Dejó la diversión porque el tema era preocupante. Luego de las infructuosas gestiones legales, Moran había recurrido a una especie de hacker para hacerle frente, y que si bien había fracasado, eventualmente podría localizar a su amigo y todo se pondría mucho peor.

Y para que Moran sea quien personalmente contrate gente para rastrear a alguien, indicaba que estaba enojado, de verdad. Y eso era lo preocupante.

Varias ideas cruzaron la cabeza de John tras ese pensamiento. La cuestión era ¿qué pasaba si Moran descubría a Sherlock? ¿Qué podría llegar a hacerle? Lo peor que se imaginó el rubio fue que le dieran la golpiza de su vida al pobre chico, y con eso todo se le complicaría. No le perdonaría una cosa así a Moran, pero por otro lado, el defender a Sherlock le costaría su permanencia en el equipo.

John tomó su rostro con ambas manos con evidente cansancio. No quería llegar a ese punto, no quería más problemas. Lo ideal sería convencer a Sherlock de que dejara la cuenta, pero el chico parecía enfrascado en hacerles la vida imposible con ello. Además no había vuelto a hablar con Sherlock. Quería hacerlo pero sintió que si lo hacía volverían a pelear y ya no quería eso. Decidió dejarlo un rato, tratar de enfocarse en los partidos y en el estudio, pues se estaba haciendo mucho problema con aquel tema.

Los chicos del equipo siguieron renegando un rato más en el grupo de chat hasta que John decidió intervenir con solo un mensaje: “Dejen de hablar de ese hacker, centrémonos en el partido de mañana. Váyanse a dormir”.

Con eso, John dejó su teléfono sobre la mesa de luz, decidido a no prestarle más atención. Empezó a mentalizarse para el partido de mañana. Por suerte, se hallaba solo en casa, pues Harry seguro andaría en lo de Clara y su padre no había venido como en dos días, lo cual era bastante usual.

No era por creerse mejor que todos, pero John sabía que podían estar localizándolo a él para la selección juvenil británica. No tenía quizás el cuerpo de mole que tenían Moran o Powers, pero lo compensaba con su técnica de juego, su velocidad, sus tiros perfectos y, sobre todo, sus estrategias.

Y el partido de mañana sería el escenario perfecto para exponer dichos dotes. Debía dar lo mejor de sí.

 

***

El encuentro era emocionante que a los espectadores se les ponía la piel de gallina. Los dos equipos, Strand y Sedbergh, excelentes equipos, marcaban punto tras punto, uno cada uno, y no podía vislumbrarse quién sería el ganador del encuentro.

La concentración que podía verse en los rostros de los chicos era impresionante. No sabían si era la presión de los tipos de la Federación de Rugby, o el hecho de enfrentarse a uno de los mejores equipos del país, o el estadio repleto de gente, o todo ello, pero los chicos estaban encendidos. No podían perder.

Y cualquier distracción sería fatal.

Especialmente, una referida a las confesiones.

En un momento, John notó de reojo como un grupo de gente se amuchaba en las tribunas. Los espectadores ya presentes parecían no notarlo porque estaban enfrascados en el partido, pero John lo notó.

Instintivamente, miró a Morán. Él también lo había notado. Y también le preocupaba.

El capitán perdió de vista a la muchedumbre en la tribuna cuando llegó el momento de hacer un scrum. 

Pero fue estando ahí, abrazado de sus compañeros de equipo, haciendo fuerza con sus hombros para pechar a los del equipo contrario, que empezó a escucharlos.

Gritos, cada vez más fuertes, cada vez más organizados.

ABUSADORES!!

VIOLADORES!!

ABAJO STRAND!! ESCUELA DE VIOLADORES!!

SON UNA MIERDA!!

Perdieron el scrum, y el balón salió por el lado contrario.

John aprovechó ese momento para mirar fugazmente el lugar de donde provenían los gritos. Pero ahora había carteles, pancartas gigantes con sus rostros y una cruz en ellos. Los insultos se hacían cada vez más fuertes, más audibles. Empezaban a tapar los gritos de aliento.

Todo lo que se escuchaban eran insultos.

Y cada vez había más gente en ese sector.

John sentía que no podía concentrarse, sentía que no podía hacer oídos sordos a esos insultos. Observó las mismas expresiones de desconcierto y enfado en los rostros de sus compañeros de equipo. Incluso los de Sedbergh miraban en dirección a la tribuna.

DAN ASCOOO!!

PEDÓFILOS!!

MATONES!!  MUÉRANSE!!

De lo desconcentrado que estaba, John perdió un balón. Se le resbaló de las manos. Se me resbaló de las malditas manos.

Juró que sentía como los de la Federación se reían de él.

 

Pero los gritos no eran todo. Esa gente empezaba a arrojarles cosas, botellas, comidas, basura de todo tipo. Fue ahí cuando tuvieron que suspender el partido y sacar a esa gente con personal de seguridad.

 

Con todo el espectáculo, Strand terminó perdiendo rotundamente 48 a 30.

Y no solo habían perdido. Habían quedado en ridículo con la mismísima Federación de Rugby.

 

—¡¡¡Me cago en todo maldita sea!!! —clamó Sebastian con total frustración, tirando su botella de agua con fuerza al piso de los vestuarios. —¡¡¡Quién mierda dejó entrar a esa gente, la puta madre!!!

—¡¡Los malditos tenían entrada!! —le contestaba el entrenador.

—¡¡¡¿Para qué mierda tenemos esa seguridad más costosa que la mierda, EH?!!! —cuestionó enfurecido Wilkes.

—¡¡¿Qué mierda quieres que te diga?!! ¡¡Debieron concentrarse en el juego maldita sea!!

—¡¡¿CÓMO QUERÍAS QUE LO HICIERAMOS SI NOS TIRABAN BOTELLAS DE VIDRIO, EH?! —le gritó Wilkes.

—Esas feministas de mierda —renegó Moran tomándose el rostro con la mano.

—No solo eran mujeres, Sebastián, había chicos —le corrigió Carmichael. —Miren el video, está en todos lados. Fue un desastre.

—Maricas de mierda. Pero ¡¿Por qué carajos le dan importancia a esa cuenta?!! ¡¡Son mensajes anónimos!!

—Quizás porque son ciertos —soltó el capitán del equipo con tono mordaz, ganándose las miradas del resto. Hubo silencio absoluto.

Morán se le acercó intimidante.

—Escúchame una cosa, Watson. Hace días que te veo bastante nerviosito con este tema. ¿Acaso dudas de nosotros? ¿De tu propio equipo?

—¡¡Yo sabía de estos rumores cuando ingresé aquí y se los dije!! —le interrumpió John con un vozarrón y con el rostro enrojecido de la furia. —¡¡Les dije que no toleraría esas cosas bajo mi mando!! ¡¡LES DIJE QUE SI LO HACÍAN ME ENCARGARÍA DE ECHARLOS DE MI EQUIPO!!

—¿Y crees que porque eres capitán eres el dueño de la maldita verdad? Si dudas de nosotros, anda, dilo, maldito cobarde —le siguió intimidando Morán. —pero escúchame una cosa antes, si prefieres hacer caso a unos mensajes anónimos de mierda, sin ninguna prueba en absoluto, manejada por un tipo desconocido desde quién sabe dónde, entonces hazlo. Pero vete del equipo. No tienes autoridad.

Watson le miró furioso. Se le abalanzó de repente con intenciones de encestarle un puñetazo. Pero Carmichael se interpuso entre ambos.

—¡¡BASTA!! ¡¿No ven lo que está pasando?! ¡¡Esto es lo que el hacker quiere!! No solo destruirnos por fuera sino por dentro. Estamos siguiendo su juego, no dejemos que nos gane. ¡¡Tengamos algo de dignidad, carajo!!

El eco de la voz de wing fue único que se escuchó por varios segundos. Todos parecían reflexionar con esas palabras que pesaban demasiado en sus conciencias.

—Carmichael tiene razón —decidió hablar primero Morán, visiblemente más tranquilo. Exhaló con pesadez. —Lo siento, amigo —le dijo a John, poniendo una mano sobre su hombro.

John cerró los ojos y solo dio un suspiro hastiado. Intentó tranquilizarse.

—Soy el maldito capitán de este equipo. Ustedes son mi responsabilidad en el campo de juego, pero también fuera de él. No permitiré que esto nos destruya por dentro. Somos un equipo, estaremos juntos en todo, y contra todo, pero necesito que confíen en mí —dijo aquello último mirando a Morán. —La próxima vez que cuestiones mi autoridad, yo no dudaré en sacarte. Soy el maldito capitán, y puedo hacerlo, ¿me entendiste, Moran?

El subcapitán le miró fijamente y asintió con respeto. —Sí, capitán.

—John, la verdad es que no somos inocentes —intervino Carmichael, con una seriedad casi desconocida en él. —Todos hemos hecho estupideces en alguna fiesta, porque nos emborrachamos o hasta nos drogamos, pero nadie aquí ha violado ni abusado a nadie. No existen tales videos ni nada. Ninguna chica va “obligada”, ni es amenazada, sino pregúntale a las mismas chicas que van a las fiestas. Es ridículo. Y por lo de las golpizas, sí, alguna vez dimos golpizas, eso es cierto. Pero eso ya quedó en el pasado. Desde que entraste y te nombramos capitán nos dijiste que no aceptarías esas cosas y cumplimos. Nosotros también necesitamos que confíes en nosotros.

 El capitán exhaló fatigado.

—Solo... Concentrémonos en los partidos, chicos. Tenemos todo para ganar, no dejemos que esto arruine nuestro juego.

—Watson tiene razón —intervino el entrenador, quien se había hecho a hacerles un problema a los tipos de seguridad por la entrada de aquellos alborotadores. —Esto no los hace menos ni peores jugadores. Por lo del reclutamiento para la Selección Juvenil, si esos tipos están realmente interesados en ustedes, van a convocarlos, no tengan dudas.

Los chicos se fueron abatidos con toda la situación. El silencio se apoderó del grupo hasta que salieran de los vestuarios y cada uno tomara rumbo a sus casas. Esta vez no hubo saludos a los fans, ni festejos. No solo habían perdido, sino que se habían burlado de ellos. Habían dañado el orgullo del poderoso equipo de Rugby de Strand.

Las repercusiones en redes sociales no se hicieron esperar. John miraba su teléfono consternado. Esto ya excedía a la obra de Sherlock, por eso convencerlo de dejar el tema sería inútil. La cosa ya trascendía a otras cuentas, otras redes sociales.

Se sentó un rato en un parque con el que se topó. Por milagro ese día no estaba lloviendo, pero hacía bastante frío. Se colocó una campera más abrigada que traía en su bolso. Esa campera era la que pidiera prestada a su hermana (otra vez) y la que le permitiera a Sherlock aquella vez deducir su vida entera. ¿Por qué todo me recuerda a él?

—Hey.

La voz de su amigo Sebastián Moran le sobresaltó, sacándole de sus cavilaciones.

—Sebastián, ¿qué haces aquí?

—Oh, solo caminaba. No quiero volver a casa aun —le decía mientras tomaba asiento cuidadosamente en la misma banca del capitán del equipo. John parecía aun afectado por la pelea que tuvieran hace unas horas.

—John, siento mucho lo de hace rato. Lo admito, a veces olvido que ya no soy el capitán del equipo —se disculpó sinceramente el joven.

John no cambió mucho su expresión, pero aceptó las disculpas.

—Es mucha responsabilidad. Especialmente en estos casos. Es difícil para mí —confesó el capitán. —Pero hago lo que puedo. El equipo es muy importante para mi, así como lo es para ti.

—Lo sé, John.

Los chicos se mantuvieron un rato en silencio, cuando el capitán decidiera romperlo y hablara nuevamente.

—Y me preocupa lo de ese chico, el que envió esa confesión. Sebastián, dudo que ese sea solo un anónimo.

—No, no lo es —le confirmó Moran, mientras apoyaba los codos sobre sus rodillas y miraba un punto fijo. Ese tema le tenía visiblemente preocupado.

—O sea que... lo de la chica ¿sucedió realmente?

—John, tú sabes que muchos clubes de rugby hacen ese ritual, llevar a los ingresantes a un motel, perder la virginidad, etcétera. No sé cómo era en el tuyo, es una costumbre. Nosotros lo hacemos, la mitad de los clubes lo hacen y lo sabes. Pero contratamos mujeres que trabajan de eso. Prostitutas, John, como todo el mundo. No obligamos a ninguna chica a que vaya, mucho menos menores de edad —enfatizó el joven, mirándole finalmente a la cara. —Tampoco obligamos a los ingresantes a que vayan, ellos van porque quieren. El chico que envió eso está mintiendo.

John sabía de ese “ritual” para los ingresantes. Era muy burdo y bastante primitivo, pero era una costumbre. Y supuestamente era voluntario para todos. Su anterior escuela también lo hacía, pero John había decidido no participar.

—¿Y qué hay de las otras cosas que cuenta? ¿Alguna vez han hecho eso?

—Probablemente estábamos drogados, qué se yo. No voy a mentirte, pero es probable que sí.

John exhaló con pesadez.

—¿No sabes quién envió eso entonces?

—No, pero pienso hablar con los de primero al respecto. Disculparnos por lo que hicimos, pero pedir que retracte lo de la chica.

—Eso nos ayudaría. Este tema se está saliendo de control.

—No te preocupes, yo me estoy encargando. Te dije que contraté a un tipo para rastrear al hacker, en algún momento caerá.

—Pero Sebastian, ahora no es solo el hacker. El tema se viralizó, muchos hablan y comparten cosas. ¿Cómo vamos a parar eso?

—Bueno, para eso está mi abogado. Le diré que se encargue de las acciones legales contra cada uno de esos que hablan sin saber. Tú no te preocupes, John. Lo más importante es encontrar al tipo que comenzó todo esto: StrandHacker.

A John le dio una puntada en el pecho cuando lo mencionó.

—Sebastián, ¿qué harás cuando lo encuentres? —se arriesgó a cuestionar John luego de varios segundos en silencio.

El joven de cabello castaño se acomodó en su asiento mientras parecía pensar en la respuesta.

—Bueno, ciertamente no lo sé. No creo que tomemos el té de las cinco mientras hablamos de la vida.

—¿Puedo pedirte un favor? —dijo John de repente. El otro joven le miró confundido.

—¿Qué cosa?

—No le hagas daño. Porque si lo haces... Estarías haciendo las mismas cosas de las que te acusan. Las mismas cosas que yo prohibí en este equipo desde que entré.  Quiero que resolvamos nuestros problemas sin violencia. No quiero que seamos esos matones que dicen que somos. No vale la pena manchar nuestro nombre por ese tipo —le dijo contundente el capitán.

—Claro, está bien. Dejaré que mi abogado se encargue —le contestó Morán convencido de las palabras del otro.

John asintió un poco más tranquilo.

—De todas formas —siguió Moran. —Muero por saber quién es.

El capitán reconoció un extraño tono cuando dijo esas palabras. No le dio un buen presentimiento.

—Yo también.


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