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The Two Of Us - JohnLock Fanfic por RushanaChan

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Sebastián se había levantado de buen humor ese día. Se alistó más temprano que de costumbre, tomó su delicioso desayuno americano al lado de su siempre apático padre, y se dirigió rumbo a la Secundaria de Strand en su lujoso convertible color bordó.

La cuestión del hacker de Strand ya no era un problema para él. Hacía tiempo las repercusiones habían cesado, pues como buena tendencia que había sido, ya todos la habían olvidado. Con mayor razón si la mente detrás de toda esa movida ya había sido “neutralizada”.

Las cosas estaban volviendo lentamente a la normalidad para el rugbier, y eso levantaba su humor.

Ganar le ponía de muy buen humor.

Pero estaba errado si pensaba que el juego había terminado. Bajar la guardia en estos momentos no era buena idea. Sobre todo con una nueva amenaza en el camino.

—Sebastián, mira esto —le llamó la atención su amigo Carmichael, ni bien pisó el suelo del pasillo de ingreso.

El subcapitán recibió el papel que su compañero pretendía mostrarle. Se trataba del panfleto que la Lista Azul, compuesta por Mary y Molly, habían hecho circular con motivo de las elecciones del comité. El chico frunció el ceño cuando leyó su contenido.

—¿Qué mierda es esto? —murmuró Sebastián, procurando no mostrarse enfurecido frente a los que estaban en el pasillo.

—Esa perra nueva, Mary Morstan, sabe lo de los desvíos de fondos —le susurró en respuesta el otro chico. —Dice que tiene pruebas y las mostrará el día del debate...

Sin pensarlo dos veces, Sebastián se dirigió con paso firme a una oficina en la que ya había estado en más de una oportunidad.

Se trataba del despacho del Presidente del Comité Estudiantil, Phillip Anderson. El joven de ojos saltones estaba recluido en el pequeño cuarto, atendiendo sus asuntos, cuando el violento abrir de la puerta le sobresaltó.

—¡Hola Sebas! —le saludó el Presidente con pleitesía. —¿Cómo est-?

—No me llames así, pedazo de inútil —le interrumpió groseramente Moran. Sin perder los estribos, y con la tranquilidad que le caracterizaba, le extendió a Anderson el panfleto de la discordia. —¿Qué es esto?

El Presidente tomó temeroso el papel y sus ojos se abrieron como platos cuando leyeron el contenido.

—Eh... Y-yo... —tartamudeó en respuesta.

—¿Cómo es que Mary Morstan sabe de los desvíos? ¿Qué pruebas tiene? Que yo sepa, los únicos que sabemos de este tema somos tú y yo, Anderson. Ni siquiera los directivos lo saben.

—Ella... Ella vio las partidas.

—¡¿Qué?! —intervino Carmichael. —¿Tú se las mostraste?

—¡No tuve opción! —dijo en su defensa el presidente. —El reglamento dice que las partidas del presupuesto que maneja el comité deben ser públicas para todos los alumnos. Me dijo que si no cumplía con ello traería un abogado y demandaría a la escuela, así que me obligó a mostrárselas.

Sebastián tomó aire y exhaló profundo para tratar de tranquilizarse.

—Bueno, pero tengo entendido que las partidas no hablan exactamente del destino de ese dinero —le recordó Moran.

—Es cierto, para ocultarlo, pusimos que el dinero va destinado a “eventos varios”. Pero eso también me lo cuestionó —informó Anderson. —Me dijo que quería la cuenta detallada de esos eventos varios y... Le dije que no estaban disponibles... Pero no me creyó y empezó a hablarme de sus derechos, del reglamento y...

—Escucha Anderson, ¿acaso estás ahí sentado para hacer “cumplir el reglamento”?

—Bueno, técnicamente...

Sebastián le golpeó la mesa con tal fuerza que hizo saltar del susto al Presidente del Comité.

—La única razón por la que estás sentado allí es para hacer lo que yo te diga —sentenció el rugbier. —Y te recuerdo que es algo que me debes por todas las cosas que mi familia hizo por la tuya. ¿O acaso no recuerdas que si no fuera por nosotros, andarían pidiendo limosnas en la estación de Victoria? ¿No recuerdas que nosotros los salvamos de la bancarrota en la que terminaron por las apuestas de tu papi?

—P-pero, Moran... —le interrumpió Anderson con cautela. —¿No podrías encargarte tú de esta chica...? Digo, como siempre haces...

—¿Te parece una buena idea que yo actúe luego de que la ciudad entera me tuvo en la mira por abusador y violento? —le cuestionó ya enfurecido el rugbier, por la insolente pregunta que le había hecho. —¿Te parece? Entonces eres más imbécil de lo que pensé.

—Entonces... ¿Qué hago? —le preguntó pavoroso el presidente.

Sebastián se acodó en la mesa frente a su compañero y se acercó peligrosamente.

—Si esta zorra de Mary presenta pruebas convincentes ese día, ganará, y no puede ganar. Porque si yo me hundo, no solo tú te hundes conmigo sino que además me encargaré de hacértela pasar muy, pero muy mal —le advirtió con tono amenazante. —Así que sé creativo. Tienes que hacer cualquier cosa para ganar ese día. ¿Entendido?

El joven presidente tragó saliva y asintió temeroso. El rugbier pareció conformarse con ello y se dio media vuelta, siguiéndole Carmichael por detrás.

Y como si el destino se hubiera empeñado a hacerle poner de mal humor, se toparon con una multitud de chicos que rodeaba a una mesa en el pasillo. En ella, estaban sentadas Mary y Molly, conversando con la gente acerca de las propuestas de su lista, como expertas políticas. El rugbier intentó pasar de largo la mesa pero la persona que justamente quería evitar, le detuvo.

—Sebastián.

El subcapitan del equipo se dio la vuelta para atender a la voz que le estaba llamando. Una voz que conocía muy bien.

—Mary. ¿Acaso están dando algo gratis? Por la gente, digo —bromeó el rugbier. La joven rio y negó con la cabeza.

—La mayoría aquí es súper millonaria, no creo que eso sea necesario —le contestó amigable. —Estamos hablando de nuestras propuestas de campaña. Además, habilitamos esa caja para que cada uno de sus propuestas —señaló una caja de cartón con una pequeña ranura en uno de los lados.

—Bueno, suerte con eso.

—Quiero que sepas que no te temo —le dijo abruptamente la joven. Sebastián, quien ya se había dado media vuelta para irse, solo se giró un poco para sonreírle.

Carmichael había estado presenciando la extraña escena desde un costado. Se mantuvo en silencio hasta que llegaron al salón de clases.

—Esa chica, ¿la conocías? —le cuestionó el wing del equipo a Moran, quien estaba absorto hace ya varios minutos.

El subcapitán le miró con ceño fruncido y negó con la cabeza. —No que yo recuerde. Seguramente me la cogí alguna vez, digo, por su... —completó su frase con un gesto alusivo al trasero de la chica.

Su compañero rio ante esa respuesta.

 

***

La noticia que acababan de recibir del entrenador venía a completar ese desafortunado día que había sido el de Sebastián.

A pesar de aquel papelón que habían pasado en el partido contra Sedbergh, los de la Selección Nacional Juvenil de Rugby se habían interesado en el equipo de Strand.

Más bien, en solo dos de ellos.

John Watson no podía creer lo que estaba escuchando. Solo él y Wilkes habían sido convocados a asistir a la concentración que se llevaría a cabo la semana que viene en Oxford.

No es que John no se hubiera tenido fe, porque eso le sobraba. Le sorprendía que él y Wilkes hubieran sido los únicos convocados. Siempre pensó que podría ser llamado junto a Moran, Carmichael, o incluso Powers.

Hubo unos segundos de incómodo silencio hasta que Sebastián sonrió y empezó a aplaudir. —¡Ese es nuestro capitán!

Todos siguieron el vitoreo y alentaban al único convocado. A John le alivió la reacción y le agradeció a Moran con una sonrisa. Era un respiro después de los incomodos momentos que estaban teniendo a raíz del incidente del hacker.

—¡¡Y nuestro pilar!! —se unió Powers, pidiendo un aliento para el gigantón de Wilkes.

Sebastián festejó la victoria de sus compañeros, pero no pudo evitar sentir aquella amarga sensación.

Ansiedad.

¿Por qué no le habían convocado a él? El tema de las confesiones había quedado ya en el pasado, y si acaso no querían convocarlos por esa razón, lo lógico habría sido que no invitaran a nadie. Entonces la razón era otra, una más simple. No era suficientemente bueno.

Eso le cayó como un balde de agua fría. Moran se creía talentoso en aquel deporte, y podía asegurar que lo único en que fallaba era en el liderazgo, lo cual le costó mucho aceptar aquella vez cuando le entregó el mando a John.

Aquel pensamiento no le abandonó hasta entrada la noche. Sintió que como ese viejo miedo que siempre le había invadido desde pequeño, volvía a surgir.

No ser lo suficientemente inteligente para Sherlock.

No ser lo suficientemente divertido para Victor.

No ser lo suficientemente bueno ni confiable para John.

No ser lo suficientemente empático.

No ser lo suficientemente maduro para su padre.

No ser suficiente.

Golpeó la pared de su habitación con tal fuerza que sus nudillos sangraron. Observó con apatía como la sangre brotaba levemente de las escoriaciones que el golpe le había producido en la piel.

Inspiró y exhaló profundamente.

Al menos tenía aquello que esas personas que le atormentaban no tenían. Poder.

Todos se hallaban por debajo de él. Todos.

 

***

La campaña había superado enormemente las expectativas. No sabían si era por la transformación de Molly en una belleza inusitada, o las innovadoras propuestas, o el espíritu guerrero de Mary Morstan. Pero lo cierto era que a la improvisada dupla política le estaba yendo muy bien.

A tan solo días del debate, Molly estaba muy nerviosa. Mary también lo estaba, pero era excelente fingiendo lo contrario. La joven Hooper, en cambio, se hallaba en un estado de ansiedad tremendo.

Todo se definiría ese día del debate. Es por ello que las chicas debían elaborar con audacia un discurso convincente, que llegue a los corazones de los votantes de Strand.

El punto fuerte iba a ser, sin duda, la acusación formal del desvío de fondos y del arreglo ilegal entre la actual gestión de Anderson y Sebastián Moran. De esto, Mary sería la encargada.

Pero Molly también quería tener su rol en aquel evento. Para ello, estaba pensando en un discurso que partiera desde lo personal. Molly quería contarles a todos lo que ella sufría día a día por los abusivos de Moran y sus amigos.

Se hallaba sola en el laboratorio dándole mil vueltas al discurso que estaba escribiendo. Estaba tan compenetrada con eso, que ni siquiera había notado que el horario de cierre de la escuela ya estaba cerca.

Un individuo ingresó al laboratorio, pero lejos de ser alguien del personal que le anunciara el inminente cierre, se trataba de alguien cuya presencia inconscientemente había anhelado ver. Aunque no de esa forma.

El individuo se frenó en seco unos segundos. Al parecer, tampoco esperaba verla.

—Sherlock...

—Molly —le saludó el joven totalmente inexpresivo. —Solo vine a retirar unas muestras que me dejé aquí.

La joven solo asintió y le observó con detenimiento durante todo el tiempo en que su compañero buscaba aquellas muestras.

Estaba diferente. No solo por el hecho de que estaba más pálido de lo común, o más delgado. Sino que estaba como apagado. Para Molly, y a pesar de la antipatía del chico, Sherlock siempre irradiaba energía. A donde fuera, era energía pura, atento a cada detalle y listo para decir o hacer cualquier cosa. Era impredecible.

Pero ese Sherlock que se encontraba allí encorvado buscando sus muestras en el armario del laboratorio, no era el Sherlock que conocía.

—Podría concentrarme más en mi búsqueda si solo dejaras de observarme —dijo el chico con un tono mordaz, sin siquiera darse vuelta para mirar a su compañera. —¿Acaso estás buscando que adule tu nueva apariencia física como lo hizo la mitad de los alumnos de esta escuela?

La joven parpadeó incrédula ante la repentina agresión del otro.

—¿Qué? No necesito que me adules ni me digas nada —le contestó con el mismo tono.

—Oh, sí que lo necesitas. Necesitas que la gente avale tu cambio, no solo por tu nueva y ocurrente faceta política, sino porque nunca nadie te ha adulado ni felicitado por algo antes. Tienes unas ansias tremendas de ser aceptada, respetada, basándote en la patética e ingenua creencia de que con una buena apariencia evitaras que te pisen y te pasen por encima, pues adivina qué, un poco de maquillaje y un peinado nuevo no te ayudará a cambiar nada. No te aceptarán, y van a seguir pisándote y pisándote todo lo que se les antoje. No hay nada que puedas hacer.

—¡¡Oye!! ¡¿Qué rayos te pasa?! —intervino Mary, quien regresaba al laboratorio. —¡No le hables así!

—Oh, tú. La que convirtió el laboratorio en un búnker de campaña —le dijo con autosuficiencia y tomó uno de los panfletos de campaña que repartían. —Si viniste a este lugar buscando hacer justicia, viniste al lugar equivocado. No va a funcionar, Mary Morstan. No le ganarás. Nunca.

—¡¿Por qué eres así?! ¡¡¿Por qué eres tan malo?!!—soltó Molly con brusquedad, y un silencio abrumador invadió el ambiente.

Sherlock le miró casi atónito. Era la primera vez que le escuchaba subir así el tono de voz.

Sin emitir ni una palabra en respuesta, el joven detective tomó sus cosas y se fue, tan rápido como había entrado.

 

***

—Molly, no le hagas caso —decía Mary a su compañera, con intención de calmarle. Era evidente que estaba afectada por la situación de hacía un rato con Sherlock.

—Es que... Es cierto. No lograré nada con solo cambiar mi apariencia... Yo necesito cambiar quien soy, internamente...

La joven de cabello rubio se le paró en frente y le miró con seriedad.

—Estás cambiando —le reveló con una sonrisa. —La Molly que yo conocí aquella vez cuando Janine le quitó su lugar, esa Molly nunca le habría gritado a Sherlock de esa forma. Esa Molly nunca se habría animado a ser vicepresidente conmigo. Nunca se habría animado a dar un discurso frente a toda la escuela. Estás cambiando. Es un proceso, pero lo lograrás. Y no tiene nada de malo que te adulen por tu apariencia. La belleza es un valor apreciable, tan apreciable como el intelecto. Tú estás bien, perfectamente bien. No dejes que nadie te desanime, ni siquiera ese chico, por más aprecio que le tengas.

Molly le miró conmovida por sus palabras y le sonrió ampliamente.

Las chicas caminaron juntas hasta la salida del establecimiento. Un auto se detuvo para buscar a Molly y llevarla de vuelta a casa.

—¿Estás segura que no quieres que te acerque? —le preguntó la joven Hooper antes de subir al vehículo.

—No, está bien. Prefiero caminar —le contestó sonriente.

Mary observó en silencio como el auto se marchaba de la escuela. La noche le parecía perfecta para caminar, pues como nunca el cielo estaba despejado.

Los alrededores de la escuela lucían totalmente desolados a esa hora, por lo que la joven se dispuso a empezar su solitaria caminata de regreso.

Eran esos momentos de solitud en que Mary encontraba una relativa paz. Con la mudanza, la nueva escuela, la separación de sus padres, la novia de su padre, la vida de Mary se había vuelto una constante revolución este año. Y con las elecciones, todo se volvía agitado y a la vez estresante.

Sin embargo, Mary nunca bajaba la guardia. Sabía la situación en la que estaba, sabía en lo que se había metido.

La joven notó que un sujeto venía siguiéndola, probablemente desde que se despidiera de Molly. La chica apuró el paso para atravesar velozmente el desolado campus de Strand. Una vez que lo hiciera, seguramente encontraría alguna tienda y se metería allí. Eso haría.

Agarró su bolso instintivamente y con fuerza.

Lo que no notó, fue al sujeto que se aproximaba desde el frente. En un abrir y cerrar de ojos, Mary se hallaba rodeada de los dos sujetos con los rostros cubiertos. Con una velocidad inusitada, uno de ellos amagó con quitarle el bolso, pero la chica lo sostuvo con fuerza y no se desprendió de él ni un centímetro.

—¡¡Dame el bolso!! —le ordenó el sujeto.

—¡¡¡AYUDA!!! —alcanzó a gritar la joven, ganándose un puñetazo del hombre justo en el labio y acabando bruscamente en el suelo.

De repente una confusa situación se desenvolvió frente a los ojos de Mary. Los delincuentes parecieron ver que alguien se acercaba.

—¡¡Hey!! ¡¡Ustedes!! —dijo el otro individuo, y los delincuentes abandonaron repentinamente el asalto, marchándose de allí tan rápido como pudieron. Nuevamente, el campus se hallaba desolado, aunque ahora la joven se encontraba en compañía de su aparente salvador.

—¿Estás bien? —le preguntó el chico, ayudándola a levantarse del suelo donde había sido empujada. Mary aún estaba shockeada por el incidente, pero luego de unos segundos, reconoció a su salvador.

John Watson.

—Estoy bien... Gracias... —murmuró la joven para tranquilizarle.

John levantó el rostro de Mary y observó su sangrienta comisura.

—Ven aquí —le indicó y ambos se ubicaron en uno de los bancos del extenso campus. Mary observaba en silencio como John sacaba un botiquín de su bolso de entrenamiento y se disponía a tratar su herida.

—La seguridad de este lugar parece ser una mierda. No sé cómo hicieron para entrar estos tipos —se preguntaba el rubio mientras trabajaba en curar a su compañera.

Mary le observó impávida. Ella sabía perfectamente cómo.

—Eran alumnos, John —le contestó de repente cuando el otro ya hubiera terminado de tratar su labio herido. El capitán del equipo le observó confundido. —Mejor dicho, lacayos de Anderson, o de Moran. Eso explica cómo entraron, y porqué se espantaron al verte a ti. Querían esto —le decía mientras levantaba su bolso. —Aquí tengo las pruebas del desvío de fondos que presentaré en el debate.

El chico solo se mantuvo en silencio, sin sorprenderse mucho por aquella revelación.

—¿Te lastimaste el codo?—dijo John, queriéndole cambiar el tema sutilmente. La joven se miró aquella parte del brazo y notó el raspón ya sangrando. El capitán del equipo se dispuso a desinfectar esa herida también.

—No deberías andar sola en la calle. ¿Acaso no vienen a buscarte? —volvió a hablar el rugbier para romper el tenso silencio entre ambos.

—No, sinceramente prefiero caminar. La noche está perfecta para ello —le contestó la joven. —Además, si necesitara un transporte, usaría el autobús.

—Wow, eres la primera persona aquí que le escucho decir eso —sonrió el capitán en respuesta. —Todos aquí preferirían mil veces a sus choferes y sus autos lujosos.

—Caminar, mezclarse con la gente, es más divertido —le sonrió igualmente.

—Bueno, si es así, creo que sería más seguro si tomaras el autobús —le dijo el rugbier y le indicó cual de ellos podría llevarle hasta su casa. Se ofreció asimismo a acompañarle a esperar el bus.

—Creo que nuestro primer encuentro no fue muy bueno. Siento que te caí fatal —habló Mary luego de un rato en que se habían mantenido en silencio. —Seguro pensaste que era una entrometida.

—Sí, lo pensé —respondió el joven con una risa —Pero está todo bien. No me caes mal —dijo aquello último casi en un susurro.

La joven le observó un rato sin que el otro lo notara.

Pensó en decirle que había visto a Sherlock hace tan solo un rato, pero descartó la idea.

—Sinceramente, también pensé que me odiabas por todas las cosas que digo de Moran —confesó Mary. —Por eso... también me extrañó que me ayudaras ahora...

El semblante del otro chico se oscureció un poco.

—Ustedes nos juzgan a todos por igual, solo por esta chaqueta que llevamos, y ¿sabes qué? No es así, no somos todos iguales. Soy amigo de Sebastián, pero no soy su matón ni su lacayo. No tengo ninguna responsabilidad por él o por los líos en los que se meta. Tampoco me interesan.

Mary se mantuvo en silencio unos segundos, sin saber si aquella confesión le aliviaba o no.

—¿Sherlock te juzgó también?

La mención de ese nombre le causó al rugbier una puntada en el pecho. El acierto de su pregunta, también lo hizo.

—Algo así...

—¿No has hablado con él? —decidió preguntarle la chica.

—No, aun no —suspiró el capitán. —Debe seguir enojado conmigo, pero sé por qué. Digamos que... Dije algo que no debía y la cagué.

—Creo que... no deberías torturarte tanto por eso —le aconsejó Mary con cuidado de no sonar como una entrometida otra vez.

—Nah, no lo hago —mintió el joven con una sonrisa. La verdad era que la culpa no le dejaba dormir.

Un par de luces que se asomaba por la calle les anunció que el autobús estaba llegando.

—Bueno, creo que es ese, ¿no? —dijo Mary para despedirse del otro. —Gracias por ayudarme.

John solamente le sonrió en respuesta. Pero cuando su compañera estaba apunto de subir al autobús, le tomó del brazo para decirle una última cosa.

—No vuelvas a andar sola otra vez.

 

Mary se le quedó mirando y asintió con determinación.

 


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