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The Two Of Us - JohnLock Fanfic por RushanaChan

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Las clases llegaron a su fin con un agradable festejo sin alcohol que John disfrutó mucho. Los alumnos habían organizado un pequeño evento en la escuela con juegos, bailes y actividades deportivas que resultó un momento muy divertido para él y sus amigos.

El ciclo lectivo también había terminado con buenas noticias para el equipo de rugby. Habiéndose consagrado campeones del torneo citadino, los chicos pasarían a la siguiente ronda para enfrentarse con los mejores equipos juveniles del país. Era motivo suficiente para celebrar, y afortunadamente ese festejo tampoco estuvo protagonizado por excesos de ningún tipo. Resultó una amistosa juntada entre los rugbiers en un animado bar del centro, que de paso había servido para unirlos un poco más ya que, desde el incidente de las confesiones, los ánimos del grupo habían estado algo tensos. En hora buena, el equipo había remontado.

Pero no podía centrarse solo en el equipo de rugby. John pensaba cada vez más en el año escolar entrante. No solo sería su último año de secundaria, sino el determinante de su destino universitario. Debía prepararse para obtener una buena nota en sus exámenes y así tener más chances de ingresar a una buena universidad. Aún mantenía sus intenciones de estudiar medicina, porque tampoco se le ocurría algo mejor.

El agitado futuro sobreviniente de John se contrastaba con el incierto futuro de su amigo Sherlock, en quien pensaba cada tanto. Probablemente en una de esas oportunidades le pensó tanto que le invocó.

—Sherlock... ¿Qué haces aquí?

Le encontró cómodamente sentado en el pequeño living de su casa luego de que volviera de un entrenamiento. Harry se hallaba junto a él.

—Johnny ¡Tu amigo es un genio! —exclamó la joven Watson. —¡Me ayudó en mi tarea de Química!

—Yo prácticamente te la hice. Tú no hiciste nada —dijo Sherlock sin filtro, a lo que Harry soltó una risotada.

John sonrió a su viejo amigo y le invitó a su cuarto antes de que Harry le enchufara más tareas.

Una vez solos, hubo un silencio algo incómodo entre ambos. John notó que su amigo llevaba una bolsa algo grande.

—¿Qué es eso? —le preguntó el rubio. Sherlock parecía haber olvidado que la llevaba.

—Oh, esto es para ti —dijo el joven detective extendiendo seriamente el obsequio a su compañero.

—No es mi cumpleaños... —aclaró el rugbier mientras tomaba la bolsa. —Por si no recuerdas cuando es.

Ojalá no lo recordara.

Sherlock solo observó en silencio cómo su amigo descubría qué llevaba la famosa bolsa.

—Esto es...

—Es exactamente la misma, pero de tu talla.

Se trataba de la misma campera que el rugbier solía pedir prestado a su hermana. Aquella campera que le quedara demasiado grande porque no tenía la culpa de que fuera Harry la que heredara la altura de su padre y no él. Aquella campera que le había indicado todo a Sherlock. Sus frustraciones, sus preocupaciones y cada detalle que componía su vida, como si de un libro abierto se tratara.

Era la misma, pero esta le quedaba a la perfección.

—No fue fácil ubicar dónde la vendían, pero resultó ser un pakistaní que las trae de contrabando desde Marruecos y las vende a un senegalés que a su vez la revende en una feria callejera de Harlesden —explicó Sherlock mientras John se la probaba. El joven, poniendo en práctica sus casi olvidadas habilidades detectivescas, había hecho todo el seguimiento, desde elucubrar posibles tiendas a las que iría alguien como Harry Watson, hasta ubicar el origen de la prenda por la calidad de la tela. Porque era una campera bastante genérica pero él quería que fuera exactamente la misma. Al final, lo que le había ayudado de verdad era su prodigiosa memoria visual que había guardado un pequeño detalle, casi imperceptible. La pista. La etiqueta que decía: Made in Morocco.

Había estado drogado la mitad de ese día, y eso quizás también había potenciado sus habilidades, pero John no tenía porqué saberlo.

El rubio se miró la prenda puesta en el espejo y no dejaba de sonreir. Hasta parecía ruborizado por su gesto.

—Me queda perfecto.

—Claro que sí... —murmuró Sherlock.

El rugbier miró nuevamente a su compañero. —Gracias, Sherlock. Me encanta.

Las facciones del genio se relajaron. —Siento lo de tu padre.

John simplemente se encogió de hombros. —Está bien.

—Pero tú... —Sherlock dudó como nunca en las palabras que usaría. —No van a poder vivir de tu sueldo.

—No, pero tampoco es que la pensión de papá nos ayudara demasiado —explicó el rubio. — Pensé en decirle a Harry que buscara un empleo.

—No creo que le agrade la idea.

—Tendrá que adaptarse...

Sherlock seguía inquieto por el tema.

—John, yo podría ayudarte —sugirió el joven detective, por más herido que el orgullo del otro se sintiera.

—No, Sherlock... No es necesario.

—Sí lo es —insistió el otro. —Sé que debes meses de renta y servicios.

—Maldita Harry.

—Ella no me lo dijo —aclaró. —Recuerda que soy más observador que el común de la gente. Y esconder las facturas detrás del televisor no es muy efectivo que digamos.

—Sí, sí, a veces olvido que eres un maldito genio —dijo con sorna pero el otro se mantuvo intranquilo. —Escucha, Sherlock, tengo todo bajo control, enserio. Hablaré con el dueño, pediré un adelanto, Harry encontrará algún empleo y listo.

—Al final, tú haces exactamente lo mismo que me criticaste la última vez —dijo el joven Holmes con seriedad. —Finges que todo está bien cuando en realidad no es así.

—Es que yo estoy acostumbrado a estas situaciones. No son realmente graves para mí.

—¿Qué te estén a punto de echar de tu casa no es grave? —cuestionó con ironía. —Tu nivel de alarma es más nulo que el mío.

—Es que, no... —el rubio intentó explicarse sin sacar a relucir el evidente orgullo que tenía.

—No quieres que te ayude —inquirió el otro. —¿Probablemente piensas que quedaras en deuda conmigo?

—¡Es muchísimo dinero, Sherlock! —confesó el rugbier. —Yo nunca podría devolverte algo así.

—¡¿Y quién dijo que debías devolvérmelo?!

—¡No es tan fácil! Yo... —John exhaló con cansancio.

Los dos se quedaron en silencio por varios segundos. El capitán se acercó dubitativo y achicó la distancia entre ellos. Posó su mano en el rostro de su amigo y recordó cuánto había extrañado el sentir esa piel tan conocida en sus manos. A Sherlock se le erizó la piel de tan solo sentirle rozar su rostro. No habían tenido mucha intimidad desde aquel fatídico episodio del ataque de pánico.

Había añorado las caricias de John. Le otorgaban una estabilidad y a la vez un placer que ni el opioide más potente podría causarle.

—Tú me ayudaste en muchas ocasiones —dijo el joven detective casi en un susurro. —Ahora déjame ayudarte a ti...

Por alguna razón John se sintió mal por esas palabras. Él sentía lo contrario. Sentía que él estaba en deuda con su amigo Sherlock.

Su expresión casi suplicante enterneció a John. Se maldijo por las veces que le había tildado de frío y poco afectivo.

El rugbier asintió complaciente y no pudo evitar besar esos labios tan cercanos a él.

 

***

—Nos vemos mañana, chicas —se despidió el apuesto joven italiano.

—Nos vemos, Angelo —le saludó Molly e Irene hizo lo propio con una sonrisa. Las chicas despidieron a su amigo y se quedaron solas en una cafetería bohemia situada en Brixton.

—Le encantas —comentó Irene luego de beber un sorbo de su café, causando un rubor casi extremo en las mejillas de la otra joven, quien simplemente se hizo la desentendida.

A Angelo le había conocido gracias a Irene. Era de esos chicos que Molly veía en las portadas de sus novelas románticas. De facciones perfectas, cabello largo, algo callado pero bondadoso, el chico de ascendencia italiana estudiaba cocina en un Instituto culinario de la ciudad.

Pero a Molly no le gustaba. 

—No sé si tengo muchas ganas de salir con alguien ahora... —confesó la joven Hooper.

—¿Enserio? Te tenía por alguien romántica —le preguntó Adler con sincero asombro.

—Solo me gusta leer sobre romances en novelas. Pero son tan... Ideales. Sinceramente no creo en ellos —declaró Molly con un dejo de tristeza. — Al menos, no creo que vayan a sucederme a mí... 

—Los romances de novelas no existen, Molly —decía La Mujer. —No te sucederían a ti ni a nadie... El amor es algo complicado, lleno de errores. Totalmente condicionado y, sobre todo, temporal.

Molly coincidió con aquello. A pesar de que hasta hace no mucho vivía inmersa en fantasías de perfectos romances y amores correspondidos e incondicionales, hoy en día podía decir que le había caído la ficha. O al menos, intentaba convencerse de ello.

Mary y Sherlock le habían ayudado mucho en ese sentido. La primera, por su actitud liberal y autosuficiente, en el buen sentido del término. Le había inculcado la idea del "amor hacia uno mismo" y el abandono del concepto de la "media naranja" como complemento de uno. ¡Ya somos completos!, solía decir su vieja amiga. 

Y Sherlock, su amor platónico y nunca correspondido, también había colaborado en dicha epifanía con sus rechazos implícitos y su aversión por entablar vínculos más allá de lo mero funcional y necesario.

Aunque los dichos de La Mujer le habían recordado a algo en particular que no tenía que ver con ella misma.

—Creo que yo debería haber entendido eso desde pequeña —dijo Molly llamando la atención de la otra nuevamente. —Tuve una experiencia bastante explícita al respecto.

—¿Un fracaso amoroso?

—Sí, pero no mío —contestó Molly sembrando el misterio. —¿Recuerdas a mis primas súper perfectas?

—Sí, con las que tu familia te compara —correspondió la otra.

—Exacto. Bueno, hace muchos años la mayor de ellas iba a casarse con su actual esposo, uno de los tipos más importantes del país. Era dueño de un montón de empresas e incluso iba a ser electo para el parlamento en aquel entonces —relató la joven. —Con eso, mi tío le había ganado definitivamente a mi padre en esa estúpida competencia que mantienen por sus hijas.

—Tendrías que casarte con un miembro de la realeza para ganarle —añadió Irene y la otra joven rio.

—¡Tal cual! —contestó y siguió con el relato. —Aquella vez iban a hacer la fiesta en una mansión que pertenecía a mis bisabuelos en Herthfordshire. Ellos ya habían fallecido pero la casa aún era cuidada por sirvientes, en especial, por un jardinero que cuidaba un gran rosedal, el favorito de mi bisabuela. En fin, el evento era un hito en mi familia y todo tenía que salir perfecto. Y a pesar que mi papá se moría de la envidia, asistimos a la boda. Estuvimos allí un par de días antes para ayudar y eso, mi mamá estaba tan obsesionada con la organización que hasta parecía que la que iba a casarse era yo...
El día anterior a la boda, recuerdo que mi mamá me había retado muy feo porque arruiné unos decorados que usarían en la fiesta. Me había asustado tanto que escapé hacia algún lugar donde pudiera refugiarme de ella. Entonces, encontré un búnker que mis bisabuelos habían construido para la primera guerra mundial. Me metí ahí casi todo el día.
En un momento, escuché que alguien se acercaba al búnker. Me morí de miedo porque pensé que podía ser mi mamá entonces no tuve mejor idea que meterme en un cajón que había allí y esconderme. Resulta que no era mi mamá. Pude ver por una ranura de ese cajón super pequeño que eran dos personas: mi prima y el jardinero.

—Oh... Sé a dónde va esta historia —dijo Irene con una sonrisa. —¿Eran amantes?

—Sí, y... Yo prácticamente tuve que verlos teniendo relaciones allí —explicó casi ruborizada. Irene soltó una carcajada. —Ni siquiera sabía lo que estaban haciendo pero creo que me daba una idea... No lo sé, solo me quedé paralizada en ese cajón —explicó Molly risueña. —La imagen era absurda, no sé cómo podían hacerlo en un espacio tan... Pequeño.

Las dos chicas rieron. Molly volvió a ponerse seria.

—Pero lo que sucedió luego es lo que más recuerdo... Mi prima empezó a llorar. Se lamentaba, decía que no quería casarse, que arruinaría su vida, que sería infeliz para siempre. El chico la consolaba con tanta ternura, le prometía que igualmente iba a esperarla, que la seguiría amando sin importar lo que pasara. Se amaban tanto...

—¿Y ella se casó igual, verdad?

—Por supuesto. Todo salió perfecto al día siguiente. Fue "el evento" de la familia y hablaron de ello por años. Pero es obvio, y aun lo veo, mi prima no vive bien con su esposo —dijo la joven terminando su café. —Conclusión: En el amor no siempre hay finales felices.

—¿Y no volviste a saber nada del jardinero?

—No, esa casa fue vendida hace unos años y la gente que trabajaba allí simplemente se fue.

—Y supongo que tampoco le preguntaste a tu prima de esto.

—¡No! Ni loca... Aunque siempre que la veo tengo esas ganas de preguntárselo. Quizás se siguen viendo...

—O quizás él también hizo su vida —acotó Irene con escepticismo.

—Exacto...

Las chicas se quedaron un rato más en la cafetería pensando acerca de sus concepciones sobre el amor mientras observaban por la ventana la vida que se desenvolvía bajo el grisáceo cielo.

 

***

John acarició con devoción los rizos oscuros que componían la cabellera de su amigo y amante. Con Harry afuera para hacer las compras, no había impedimento para que concretara su ansiado reencuentro con Sherlock. Ni tampoco para que este censurara sus audibles expresiones de placer.

—Deberíamos evitar este patrón —murmuró el joven detective con esa voz grave que le caracterizaba.

—¿A qué te refieres?

—Esto. Pelear, alejarnos, disculparnos y tener sexo —contestó algo apático. —Es agotador.

—Para eso, deberíamos dejar de pelear en sí —dijo el rubio con ironía.

—Tú comenzaste.

—Pero tú fuiste muy intolerante —retrucó en voz baja.

Los dos se mantuvieron en silencio un rato más, sin desprenderse el uno del otro. Sherlock concentró su prodigiosa mente en grabar cada caricia que el otro le propiciaba. Guardó cada roce de sus dedos masajeando su cabello o vagamente pasando por la desnuda piel de sus brazos.

—Tenías razón en algo —volvió a hablar el pelinegro y John se acomodó en la cama para mirarle fijamente. —O más bien, Geoff tenía razón en algo.

John estuvo a punto de corregirle pero simplemente desistió. —¿En qué tenía razón?

—Necesito "abordar mis emociones" de alguna forma —dijo Sherlock exagerando las comillas de forma despectiva. —Por más que intento controlarlas solo con mi mente, a veces parece no funcionar. Creo que el ballet me ayudaba mucho con eso. Así que decidí volver a practicarlo.

John le miró orgulloso. —¡Eso es genial, Sherlock!

—Obviamente no volvería a la Academia de donde me echaron —aclaró el joven genio. —Tengo pensado ir a alguna escuela menos... Prestigiosa.

El rugbier volvió a acercarse al otro y le besó con ternura en la frente. —No veo las horas de volver a verte bailar...

—Si aun viviera en mi casa, te invitaría a mi salón personal de baile —dijo Sherlock con simpleza.

—¡¿Tienes un salón personal?! —preguntó John incrédulo. —¿Así como los de tu escuela?

—No tan grandes, pero sí, tengo uno.

—Diablos... Tú, niño rico... —dijo para sí el rubio. —Sumado al enorme laboratorio al lado de tu cuarto, lo tenías todo.

—Al menos, lo del laboratorio ya lo arreglé —contestó el joven detective haciendo alusión a su improvisado laboratorio en la cocina, aunque próximamente estaría en su cuarto, porque Bill ya le había exigido que lo removiera so pena de mostrar un ambiente más ordenado a su novia alemana.

—Ahora que lo pienso... —volvió a hablar Sherlock. —Creo que también puedo solucionar lo del salón de baile...

—¿Correrás los muebles de la sala? —ironizó el rugbier.

—No... ¡La terraza! —exclamó el chico haciendo que John se sobresaltara. —¡Puedo usar la terraza del edificio! Al menos, cuando no esté repleto de ropa colgada.

—¿Y puedo verte mientras esquivas las sábanas? —preguntó el rubio, haciendo que el otro sonriera inconscientemente.

—Iba a bailar especialmente para ti —aclaró el joven bailarín con un tono cándido que casi derritió el corazón del rubio. —No habría otra razón para vestir calzas y bailar en un piso de cemento arriba de un edificio.

John volvió a tomar la iniciativa y besó con devoción los labios de ese bailarín que le volvía loco. 

 

***

Cuando llegó el momento de despedirse, Sherlock decidió que se separaran ni bien salieran de la casa de John.

—¿Estás seguro que sabes cómo llegar hasta tu casa? —le preguntó el rubio.

—John, ya me hice todo un conocedor de los suburbios de Londres —contestó el otro con autosuficiencia. 

El capitán del equipo soltó una risa. Los dos no solían ser muy afectuosos en la calle. De hecho, cualquier persona que los viera pensaría que eran solo dos amigos pasándola bien.

Y eso era un status quo al que John no solo se había acostumbrado sino que le resultaba más cómodo a su controvertida sexualidad. Porque si bien el rubio sostenía sentirse cómodo en su relación homosexual con Sherlock, teóricamente todos seguían pensando que John Watson era heterosexual.

Y quizás por eso el corazón le dio un vuelco cuando, estando en plena calle, sintió los labios de su compañero en su propia boca. 

—Adiós —murmuró Sherlock, manteniéndose muy cerca de John.

John estaba contrariado y solo deseó que Harry no apareciera de repente con las compras hechas.

 

***

—Entonces, ¿no vienes mañana a lo de Angelo? —le preguntó Irene a Molly en alusión a una juntada que el italiano llevaría a cabo en su casa. Un club de lectura, precisamente.

—No creo que pueda... Tengo que terminar el cuento para el certamen —explicó apenada. —Pero cuando lo envíe la semana que viene, estaré más que libre.

Irene le sonrió con sus labios carmesí. —Suerte con eso, cariño.

Por alguna razón, a Molly le gustaba que esa chica le llamara así.

—Gracias, Irene.

Las chicas se despidieron en la salida de la cafetería y partieron caminos. Molly debía cruzar rápido el suburbio y llegar rápido a alguna zona del centro, porque era donde "iba a estar viendo ropa con unas amigas" según le había dicho a su padre.

Cruzó con paso agitado las coloridas calles de Brixton, esquivando algún que otro puesto callejero, y tentada de detenerse en alguna de las pequeñas librerías que notaba de pasada.

Hasta que frenó en seco al reconocer a dos personas en la acera de enfrente. Viró inconscientemente hacia una tienda de repuestos de celulares y se metió allí.

Las personas que pasaban por la calle le permitían pasar desapercibida y tener una visión de la escena de enfrente.

Sherlock... Y John...

Molly sintió una fuerte punzada en su pecho. Una angustia que le invadió cada centímetro de su cuerpo hasta sentirse agobiada.

Sin duda, en el amor no siempre hay finales felices. Menos para ella.

 


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