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The Two Of Us - JohnLock Fanfic por RushanaChan

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Notas del capitulo:

Aquí la 3ra parte del capítulo 29!

La siguiente parada fue la ciudad de las Cien Torres: Praga.

Durante la caminata diaria en la capital checa, John le tomó una foto al famoso reloj astronómico de la ciudad y se la envió a Sherlock con un mensaje que decía:

Cómo hacían para saber la hora con esta cosa lmao

 

La respuesta vino a los segundos.

 

Dicen que dejaron ciego al sujeto que lo construyó para que no repitiera el diseño. Después quiso vengarse, y lo mataron.

Ah, bueno. Aunque no me sorprende de estos tipos. Acabamos de ir a un museo de aparatos de tortura lol. Me traumé.

Quédate hasta las 12. A esa hora salen unos muñequitos de ese reloj.

 

Naturalmente, John esperó por los muñequitos y salieron. Los grabó en video y se los envió.

 

Te extraño.

Yo también.

***

—¡¡Wuuuuuu!!

Otra noche de fiesta y esta vez les tocaría en uno de los antros más grandes de toda Europa: la disco Karlovy Lazne, un edificio situado a los márgenes del río Moldova, con cinco pistas de baile y un Ice Bar propio.

Los chicos del equipo de rugby subieron animosos al bus que los llevaría a todos hasta allá.

—Hoy sí vas a tomar ¿no, John? —le preguntaba Wilkes sentándose a su lado en el autobús. El chico ya tenía una lata de cerveza en la mano, que no sabía de donde había sacado.

—Sí, no hasta perder la memoria, pero sí —contestó John y el otro chico le abucheó.

—¿Cuál es la gracia de eso, Johnny? —intervino Carl Powers desde el asiento del frente. —¡¡No seas marica!!

—Cierto —se metió esta vez Sebastián. —Tú tranquilo, sabes que nosotros te cuidamos...

—Sí, claro, siempre dicen eso y después dejan que me mande cagadas —le increpó John arqueando una ceja. Los demás rieron a carcajadas.

Los chicos bajaron y notaron que ya había bastante gente reunida en la entrada para acceder. El rubio logró divisar a Mary Morstan con otras chicas, entre las que naturalmente Molly no estaba. John no había prestado mucha atención a su amiga en el bus, pero ahora podía ver claramente lo distinta que estaba. Mary no era una chica que se arreglara demasiado para salir a la noche a divertirse, era de esas chicas que se calzarían unas chatas o incluso zapatillas y se pusieran algún outfit cómodo para pasar la noche. Sin embargo ahora era la primera vez que le veía haciendo lo contrario. Tenía el pelo más lacio y brillante de lo común, llevaba el rostro maquillado y sus labios resaltaban muy bien con aquel labial oscuro que se pusiera. Llevaba un vestido corto y brilloso con unos zancos bastante altos para su estilo.

—Hey, por fin te decidiste a salir, ¿eh? —le dijo el chico por detrás. Mary simplemente se dio vuelta y le sonrió, pero no le siguió la conversación.

John se quedó con las palabras en la boca. Últimamente la chica le había estado ignorando y no tenía idea de porqué.

Pero se cansó de andar con la duda.

—¿Sigues molesta porque le puse verde a tu graffiti? —bromeó el rubio con una sonrisa y Mary seguía terriblemente inexpresiva.

—¿Qué? No, para nada. No estoy molesta contigo —le aclaró la joven con una escueta sonrisa y volvió con su grupo de compañeras, quienes ya empezaban a ingresar al local bailable. John volvió a quedarse parado como un tonto luego de semejante cortada de rostro, pero pronto fue absorbido nuevamente por su demandante grupo de amigos.

Con el alcohol y el descontrol como protagonistas, la noche transcurría de maravilla. John había bebido solo lo necesario para estar un poco más divertido y suelto que de costumbre, y se sintió orgulloso al ver que podía controlarse a sí mismo. Esquivaba con éxito los tragos que sus amigos le seguían aventando por la cara, a pesar de que no dejaran de tildarle de aguafiestas.

John la estaba pasando genial con sus amigos, mientras se ubicaran todos juntos en unos sillones al lado de la pista de baile, cuando alguien irrumpió en escena.

—¡Heeeey! —se metió en el grupo de chicos una muy ebria Mary Morstan. —¿Qué cuentan maricas?

La chica apenas podía mantener el equilibrio y termino cayendo con torpeza sobre el regazo de Carl Powers, causando la estruendosa risa del chico.

—¡Hey, controla a tu perra, John! —exclamó el chico. John miró con preocupación la escena, y antes de que reprimiera al chico por sus dichos, Mary se le adelantó.

—¿¿A quién le dices perra, pedazo de imbécil?? —le atacó la chica tratando de acomodarse. El chico seguía riendo y le ayudó a incorporarse, pero para colocarla sentada sobre su regazo. Le rodeó con confianza por la cintura y empezó a tocarle el muslo descubierto, aprovechando la ebriedad de la chica. La imagen resultó un disgusto para John.

—Ah, cierto, ella no es una perra, chicos —intervino Wilkes. —Ella pelea por los derechos de las mujeres.

—¡¡De las perras, será!! —dijo Powers y todos empezaron a reir estruendosamente.

—¡¡Perra tu madre!! —contestó Mary y golpeó con fuerza al chico, haciendo que este se hiciera el adolorido solo para seguir burlándose de la situación. —¡¡Ni siquiera puedes ganarme en el póquer maldito maricón!!

—Me pregunto si serás así de guasa cuando coges —le dijo Powers sosteniéndola aun más fuerte y pasando su mano por el trasero de la chica. Eso fue suficiente para que John se pusiera de pie enfadado y le sacara a la chica de encima.

—¿¿Cómo vas a robarle su chica al capitán, imbécil?? —se metió esta vez Carmichael para regañar a Powers por su atropello.

John ni siquiera les prestó atención y se concentró en maniobrar a su amiga, totalmente fuera de sí y sin equilibrio.

—¡Suéltame imbécil! —espetó agresiva la chica, dándole un empujón pero sin poder contra la fuerza del rugbier, que se la llevó a un lugar más alejado de la pista donde también había unos sillones, en un sector más apropiado para hablar. —¡QUE ME SUELTES DIJE!

—¡¿Qué mierda pasa contigo?! —le regañó el rubio una vez se hubieran sentado. El reto pareció servirle porque la chica dejó de mostrarse violenta. Simplemente se sentó cabizbaja y se quedó ahí un buen rato. John se ubicó a su lado, esperando que la chica le diera explicaciones, si es que acaso le daban ganas de hacerlo y no optaba por golpearlo para que la dejara en paz.

Lo que sucedió luego, descolocó a John.

Mary empezó a llorar desconsoladamente. Para empezar, el rubio nunca la había visto llorar, la chica siempre se mostraba muy fuerte y apenas si mostraba algún sentimiento que no fuera la burla o la ironía. O la agresividad.

Pero ahora le veía destruida.

—¿Qué pasó, Mary? —le inquirió consternado, posando suavemente su mano sobre el hombro de su amiga, que lloraba cabizbaja con sus manos tapando su cara.

—Siento que todos me odian... —confesó sorpresivamente. —Siento que les doy asco. Yo me doy asco.

—¡¿Qué?! ¿A qué viene eso? —le recriminó John. —¿Pasó algo? ¿Te dijeron algo?

No hacía falta que fuera explícito. Era algo que Mary sentía muy a menudo. Sentía las miradas y las críticas de todos encima de ella. Una persecución que obedecía no solo a su baja autoestima sino a un sentimiento de culpa que la acechaba desde hacía un tiempo.

La joven se secó torpemente las lágrimas y se acodó sobre sus rodillas. Todo su maquillaje estaba horriblemente corrido y su cabello lucía un leve frizz, producto del calor y la agitación del lugar.

—No... No es por nada... No lo entenderías... —murmuró Mary, sin moverse mucho so pena de vomitar todo el alcohol que había bebido.

—Bueno... Quizás no pero soy tu amigo... Puedes hablar conmigo si quieres —le propuso John sin lograr todavía que la chica le mirara.

Mary exhaló una risa cargada de amargura.

—Te odio, ¿sabes?

El rugbier frunció el ceño confundido, y ligeramente ofendido. —¿Qué? ¿Por qué?

—¿Por qué no me lo dijiste...? —se preguntaba Mary más a sí misma que a él. —¿Por qué no me dijiste lo de Sherlock? Pensé que era tu amiga, pensé que confiabas en mí.

John se quedó inerte sin decir palabra alguna.

—¿Qué querías con eso? —siguió divagando la chica. —Diciéndome que apenas hablaban, negando y ocultando todo. Yo no iba a juzgarte por eso...

—No es fácil para mí-

—¡¡Y habría evitado tantas cosas!! —siguió Mary con su catarsis sin prestarle atención. —Si tan solo tú me lo hubieras dicho, yo...Argh...

—No entiendo, ¿qué habría evitado? —le cuestionó el otro y ella volvió a reir amargamente.

—Ilusionarme contigo.

Los ojos de John se abrieron como dos platos y de pronto su pecho empezó a doler. Un sentimiento de culpa le invadía. Se quedó inmóvil.

—Ya sé que vas a rechazarme, pero al menos hazlo, di algo, así puedo dar por terminada esta situación... —le pidió la chica, tapándose el rostro avergonzada.

John exhaló profundamente y volvió a colocar su mano sobre el hombro de su amiga. Empezó a acariciarle con afecto.

—Mary, eres la chica más genial que conozco. Mereces a alguien tan genial como tú, y sé que lo encontrarás... —declaró el chico, acercándose a ella, quien seguía cubriendo su rostro. —Yo amo a Sherlock, y por eso no puedo corresponderte. Pero sé que encontraras a alguien mucho mejor que yo... Por favor, no estés mal...

—¿Alguien mejor que tú...? —le miró finalmente con los ojos hinchados del llanto. —Eres el único chico que me ha tratado bien y me quiere por quien soy...

—Y voy a seguir haciéndolo... Yo te seguiré queriendo por quien eres...

Mary le miró otra vez y volvió a romper en llanto. Esta vez, John la atrajo hacía sí y la abrazó afectuosamente. La joven también le rodeó con sus brazos fuertemente y dejó que el chico le diera suaves besos en su rubia cabellera. Se quedaron un largo rato en aquella posición, hasta que Mary se hubiera compuesto.

Los dos volvieron a mirarse y el rubio le sonrió con un dejo de tristeza.

De pronto, John divisó a una chica que apuntaba su teléfono hacia ellos.

—¡¡Hey, tú!! —le gritó, sin soltar a su amiga, quien también había notado a la stalker y le observó con fastidio. Ni bien fue descubierta, la chica salió corriendo de aquella zona y se perdió en la muchedumbre de la pista de baile. Lastimosamente no pudo reconocer quien era.

—Ve a buscarla si quieres, John —le dijo, mucho más tranquila, Mary. —Empezarán a decir mierdas sobre nosotros.

John pensó unos segundos la propuesta. Era muy probable que lo hicieran pero decidió, por una sola vez en su vida, no preocuparse por lo que los demás dijeran de él y centrarse en aquellos que le importaban y necesitaban su ayuda.

—Que se joda —dijo y la chica no pudo evitar reir.

***

Mary Morstan dejó que el fresco aire de la noche praguense acariciara suavemente su rostro. Cerró sus ojos y respiró profundamente. Esquivó a los profesores de la escuela que supuestamente vigilaban que los chicos solo fueran del autobús al antro y viceversa, y se dirigió al famoso Puente Carlos. El enorme puente de piedra, adornado a ambos lados con aquellas colosales y medievales estatuas le tranquilizó de alguna forma. El río Moldava por debajo se mostraba quieto como de costumbre. Iluminado tan solo por la tenue luz de la nívea luna.

La joven caminó absorta por el desolado puente. Atrás quedaba el bullicio y descontrol de la fiesta en el afamado Karlovy Lazne y sus cinco excéntricas pistas de baile. Atrás quedaba John Watson, a quien tuvo que asegurarle mil veces que se sentía mejor y que prefería estar sola.

Una brisa helada corrió, haciendo que la chica se arropara en su saco de paño. Lamentablemente, nada podía hacer para tapar sus desnudas piernas.

De pronto, divisó a una persona apoyada en uno de los lados de puente. Una silueta que no tardó en reconocer. Una silueta alguna vez amada, otras veces odiada.

Se acercó lentamente a su lado y observó el pasar del río junto a aquella persona que se mantenía tiesa con la mirada perdida, pitando de su cigarrillo.

—Vaya show que diste ahí dentro —dijo el sujeto. —Caíste muy bajo.

—Cállate la puta boca, Sebastián.

El chico le miró inexpresivo. Le ofreció un cigarrillo que la chica tardó en aceptar.

—¿Por qué te rechazó? —preguntó el rugbier.

Mary no contestó de inmediato. Ya no estaba tan ebria como para no reflexionar sobre sus palabras. Sabía que no le correspondía decirle a ese chico sobre la sexualidad de John Watson.

—No siente lo mismo por mí —contestó dubitativa.

—¿Enserio? Parecía bastante interesado en ti... —murmuró el subcapitán con suspicacia. —¿Acaso le gusta alguien más...?

—¿Por qué no vas y se lo preguntas a él? —le enfrentó Mary. —Tarado.

El chico sonrió ante la actitud defensiva de la chica. Aquellas palabras parecieron suficientes para amilanar al rugbier.

—Todo ese patético espectáculo, por John Watson —dijo Sebastián con amargura en su voz. —Dime, Mary ¿enserio te gusta?

La joven parecía no escucharlo, o pretender que no lo hacía.

—No sé, es el primer chico con el cual me siento verdaderamente segura. Con él me siento apoyada, escuchada. Siento que puedo confiar en él.

Sebastián hizo un pequeño gesto de desaprobación con su boca.

—Estás siendo muy injusta... —murmuró mientras se disponía a fumar otro cigarrillo.

La expresión de Mary se desfiguró repentinamente de la indignación.

—¿Injusta? ¿Con quién? ¿Contigo? —cuestionó con sarcasmo y amargura. —Tú me heriste de la peor forma. Me engañaste, te burlaste de mí.

—¡Tú ibas a dejarme! —le recriminó el chico, siendo la primera expresión de sentimientos que mostrara. —¡¡No me querías, ibas a dejarme!!

—¡¡¿Y acaso eso te habilitaba a humillarme de esa forma?!! —le gritó la chica, mirándole finalmente a los ojos. Sebastián notó los ojos rojos e hinchados y el delineador corrido, haciéndola lucir realmente arruinada. —¡¡Yo iba a dejarte porque no soportaba la distancia!! ¡¡No soportaba la desconfianza!! ¡Tú no ibas a volver a Canterbury! ¡Y yo no planeaba ir a Londres! ¡Yo no soportaba estar lejos de ti mientras te la pasabas bien con todas esas chicas lindas de Strand!

Sebastián acercó su mano y la posó levemente en el rostro de Mary. Una mano conocida para ella, pero tan diferente al cálido y honorable tacto de John Watson. La mano de Sebastián se sentía áspera, deshonesta. Se sentía sucia.

La chica le quitó la mano bruscamente y volvió a desviar su mirada al rio que corría debajo de ellos.

—Entiendo que estés enojada conmigo —empezó a hablar con suavidad el subcapitán. —Pero creo que ya te la has cobrado lo suficiente, ¿no crees? El fingir que ni siquiera me conocías, el meterte con mi mejor amigo, el querer humillarme en las elecciones. El creer en esos rumores... me rompiste, Mary.

—No volveré a caer en tu estúpido papel de víctima —escupió amargamente la chica. —He empezado a creer que Jeanette tenía razón... Todo este tiempo, ella tenía razón...

—¡Oh, por favor! —se indignó el chico mirándole fijamente. —Te cansaste de maldecirla, te cansaste de tratarla como basura ¿y ahora me vienes con eso? ¡Tú sabes perfectamente cómo ocurrieron las cosas! ¡Ella era una zorra que, aunque tenía novio, se me andaba insinuando todo el puto tiempo! ¡¡Entonces cuando finalmente le di lo que quería, se arrepintió y la muy puta inventó lo del abuso para no quedar mal con el maricón de su novio y contigo!! ¡¡Porque sabía que la había cagado con ustedes dos, especialmente contigo!!

Mary recordó fugazmente esos acontecimientos ocurridos hace unos años. Ella y Jeanette eran las mejores amigas en Canterbury. Cada vez que Jeanette iba a aquel pueblo y coincidía con la visita de Sebastián, se la pasaba con él, y aún más luego de que Mary cortara con él. Esta no podía soportarlo, por lo que le pidió encarecidamente a Jeanette que respetara eso.

Pero a Jeanette le importó una mierda.

—La prohibición también iba para ti —dijo Mary mirándole con resentimiento. —Ella era mi amiga, no tenías que meterte con ella.

—Tú y yo ya habíamos cortado —se excusó el rugbier.

—¡¡Pero hay códigos, maldito seas!! —le increpó la chica, que sintió que en cualquier momento volvería a romper en llanto. —¡Primero me engañaste con una cualquiera y después te metiste con mi mejor amiga! ¡Cómo puedes decir que eres la víctima de esta historia!

Sebastián se quedó sin palabras para ella y simplemente volvió a desviar su atención al calmo curso de agua. A lo lejos, se escuchaba la música del antro y la gente divirtiéndose, en contraste con la amargura del reencuentro con aquella chica.

—Lo sé, fui un imbécil.

Mary se sorprendió de escucharle admitir eso. El chico nunca parecía mostrarse arrepentido por lo que había hecho, hasta ahora.

—Herirte de esa forma fue el peor error que he cometido en mi vida. Es algo que hasta ahora no puedo perdonarme. —confesó el rugbier con nostalgia en su mirada. —Me lastimaba verte todos los días ignorándome, fingiendo como si nunca hubiera existido en tu vida. Me sentía una mierda. Me aguantaba las ganas de explotar del enfado cuando te veía con el maldito John Watson. Almorzando con él, riendo con él, saliendo con él. Verte enamorarte de él, porque yo lo sabía desde el principio, Mary. Lo mirabas de la misma forma que a mí... Y me hacía enfurecer... No me dejaba dormir... Pero no podía hacer nada, porque todo era mi culpa y tenías razón en enfadarte conmigo. Fui una mierda, lo sé, pero me arrepiento —le dijo y le miró fijamente. El rostro de Mary también se dirigió a él, sus rasgos lucían suaves bajo el tacto del rugbier, el cual ya no quitó de encima.

—Lo siento mucho, Mary. Pero yo sigo amándote.

Los ojos de la chica parecieron brillar y reflejar la imagen de la luna en ellos, la única testigo de aquella confesión. Su pecho se inflaba y su respiración empezaba a tornarse agitada.

—¿Acaso puedes decirme estas cosas? —le dijo la joven con antipatía. —Se supone que tienes novia, ¿a ella también vas a lastimarla?

Sebastián le miró inconmovible. Pasó su dedo suavemente y secó una lágrima que inconscientemente salía del ojo de la joven.

Su pregunta le recordó momentáneamente a lo que había sucedido el otro día con Janine, cuando estaban en Berlin.

—¡Suéltame! ¡No quiero tener sexo contigo ahora! —se quejaba Janine Hawkins.

El chico la empujó bruscamente, haciendo que esta golpeara su brazo en uno de los muebles de la habitación del hotel.

—Entonces vete de aquí. Si no me sirves para coger, ¿para qué estás? —le increpó el subcapitán. —Hace semanas que me pones excusas, que estás ausente. ¿Solo te gusta aparentar que estás conmigo? ¿Te gusta la fama, zorra? Pues tiene un precio.

Sebastián volvió a tomarla con violencia de la muñeca. Janine se quejaba del dolor pero forcejeó con el matón hasta que logró zafarse y salió del cuarto.

—Yo no tengo novia, Mary —le confesó el rugbier y besó con fervor los labios de Mary Morstan. Sus ojos aun lloraban pero correspondió y se dejó llevar. Rodeó al otro con sus brazos por el cuello y se aferró a él, cómo hacia un par de años acostumbraba a hacer. Sebastián se apegó a ella lo más que pudo y la tomó de la cintura en forma protectora, pasando sus manos por el torso y la espalda de esa chica que había sido su primer y único amor.

Mary se dejó llevar por la emoción de reencontrarse con esos labios, con ese cuerpo, con esa esencia. Ese chico que tanto le había herido pero al que siempre llevaba en su corazón.

Nadie los vio partir de allí juntos. Nadie los vio terminar de cruzar ese puente, solos, hacia el otro lado de la ciudad.

 


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