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The Two Of Us - JohnLock Fanfic por RushanaChan

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El apacible sonido del agua cayendo hacia el abismo sin fondo le despertó.

Parpadeó repetidas veces hasta que su visión enfocó correctamente el entorno.

Se levantó a cuestas y caminó lentamente hacia el borde de aquel acantilado.

Miró hacia abajo.

No había absolutamente nada.

 

Una fascinante metáfora de la naturaleza para simbolizar el fin de la vida, ¿recuerdas?

 

Se dio vuelta al escuchar aquella voz que reconocía como la de su hermano Mycroft.

—Las cataratas de Reichenbach.

—¿Premonitorio, quizás? —aventuró el hombre de traje.

 

—¿Qué está pasando, Mycroft? ¿Qué hago aquí?

El hombre hizo una pequeña mueca de disconformidad con su rostro. Quizás esperaba que su hermano lo dedujera por sí mismo. Pero no es como si su mente estuviera trabajando de manera normal.

—¿Acaso no es obvio, hermanito? Caíste en coma por sobredosis de drogas. Estás al borde de la muerte, amén de la metáfora.

Sherlock no dejaba de tambalearse distraído en el límite de aquel risco.

—¿Por qué no salto y ya?

Nunca había visto a Mycroft tan ansioso. Incluso, vulnerable. Como si la sola mención de la muerte de su pequeño hermano le afectara.

—Tu mente está procesando la situación en cuestión —explicó con naturalidad, esa irreal versión de su hermano mayor trataba de mantener la paciencia. —De alguna manera, no puede creer que vaya a... apagarse para siempre... Necesita encontrar la causa, el origen en cuestión. La fuente, el “por qué” o como quieras llamarlo.

—Por eso los repentinos recuerdos...

—Exacto. Tu mente está buscando entre la información almacenada en ella. Te ha hecho recorrer desde los lugares más preciados, desde donde albergas las cosas que más estimas. Desde donde resguardas tus sentimientos más honestos, hasta los recónditos confines de tu mente, donde se alojan tus más profundos traumas y miedos.

—¿Y la conclusión?

—La conclusión deberás sacarla tú, por supuesto. Hasta que no lo hagas, la caída no tendrá mucho sentido.

Sherlock se sentó a observar absorto aquel abismo que parecía ser su próximo destino. El agua descendía a través del risco.

—Necesito ver a John.

Mycroft jugaba distraído con el mango de su afamada sombrilla. Un haz de preocupación volvió a cruzarse en su rostro. —No está aquí, Sherlock.

El joven detective simplemente hizo silencio. Sintió los pasos de su hermano mayor acercándose a él.

—Lamento que las cosas tengan que acabar de esta forma —musitó el abogado con la seriedad que le caracterizaba. —Tendrías que haberme escuchado.

Sherlock le miró con fastidio.

—¿Te refieres al “no entablar relaciones sentimentales con nadie” o “el amor es una desventaja”? ¿Mejor conocido como “huir de tus sentimientos como un cobarde y pretender que no los tienes porque no quieres enfrentarlos”?

—Siempre has sido el sentimental de la familia —respondió con calma, ignorando la ofensa del otro.

—Quizás. No lo sé. Me cuesta entender lo que siento. Me cuesta entender lo que otros sienten, o sus intenciones. Me cuesta, y creo que eso es debido a que, de alguna manera, les temo. Pero a la larga, lo entiendo. Tú en cambio, no puedes. Nunca lo entendiste, por eso huyes. Así como huiste de Greg y te encerraste en tu estudio rodeado de manuales y códigos. Eres un cobarde.

—¿Y acaso tú los enfrentaste? —retrucó el hombre de traje. —Que yo recuerde, fue a ti a quien John acusó de insensible...

—Tú no entiendes nada, absolutamente nada de la relación que llevábamos —dijo Sherlock con tono amenazante. —De hecho, tú no entiendes nada sobre mí. No sabes nada sobre mí.

—Y sin embargo he aparecido cada tanto por aquí, siendo la voz de tu conciencia. Alguna estima debes tenerme.

—Estima, no. Expectativas, probablemente.

—¿Cuáles, precisamente? —preguntó el mayor de los Holmes encarnando una de sus cejas. —¿Jugar contigo a los piratas?

Sherlock soltó una risa amarga, sin siquiera preocuparse en mirarle. Sus ojos se perdían cada vez más en el abismo.

—Sé a qué te refieres —volvió a hablar con seriedad el hombre. —Aquella vez, que demandara a la escuela por la agresión que recibiste de Moran.

—Mejor conocido como “la vez que te vendiste por unas libras de Lord Moran” —ironizó el joven detective. Aun en ese estado recordaba aquel infortunio posterior a su pelea con Victor. El evento que estableciera en forma fatal y definitiva la enemistad que le unía al rugbier.

— No siempre puedo ser un buen abogado.

—Yo solo quería que fueses un buen hermano —soltó Sherlock en un repentino ataque de sinceridad, motivado por los últimos momentos de su vida.

 

Mycroft se alejó con paso lento y retrocedió nuevamente hacia donde se encontraba.

—Lamento profundamente no haber sido capaz de cumplir tus expectativas —dijo el mayor, en un tono de voz  tan solemne que probablemente reservaría para sus alegatos frente al juez. —Lamento no haber sido el hermano que siempre quisiste que fuera.

Sherlock no se inmutó ante la disculpa. Seguramente porque todo era solo un producto ficticio creado por su agonizante mente.

Pero se sentía, de alguna forma, bien.

 

—¿Por qué no te disculpaste conmigo de esa forma, hermanito?

Sherlock se dio vuelta sobresaltado. Mycroft ya no estaba allí.

Quien le hablaba era su hermana Eurus Holmes. La eximia violinista, la niña prodigio de su familia. La hermana que nunca había logrado encajar en su vida. La persona que había querido terminar con esa vida.

Sherlock había enviado la imagen, incluso la mera existencia, de esa chica a los confines más profundos de su conciencia. Había logrado casi eliminar la presencia de esa persona en su vida. Sin embargo, aún solía mostrarse en sus peores pesadillas. Aquellas que le dejaran jadeante y le impidieran conciliar el sueño por el resto de la noche.

La persona que menos quería ver en esta instancia final de su existencia. La última persona que vería.

—¿Por qué me tendría que disculpar contigo? —contestó el chico, tratando de ocultar su nerviosismo.

Eurus le taladraba con su mirada inerte y sin parpadear.

—Ya tuvimos esta conversación, ¿recuerdas?

En ese momento, Sherlock sintió un mareo y su mirada borrosa. El suelo a sus pies estaba mojado por el combustible que la chica dejara caer sin cuidado. Si no se hubiera despertado a tiempo aquella vez, las llamas le habrían devorado.

Nadie te quería.

Mamá no quería tenerte. Papá tampoco.

Eras insoportable, insufrible. Todos en la familia te odiaban.

 

—Eres una asesina, Eurus —dijo Sherlock, tomando coraje para mirarle de frente. —Mataste a un niño, lo quemaste vivo. Estas enferma.

Eurus sonrió de forma tan exagerada que su boca lucía horrendamente desplegada, como si fuese a salir de su rostro. Su sonrisa era más espeluznante que la de aquella vez.

—Pensé que te agradaban los asesinos. Pensé que te parecían interesantes, atractivos. Pero es todo parte de tu fantasía detectivesca, ¿no? Porque cuando estás frente a una asesina de verdad tu cuerpo tiembla del miedo.

Sherlock observó sus manos. Temblaban como una hoja.

—¿Te das cuenta que podrías haber evitado todo esto si me hubieras dejado matarte ese día?

La sola pronunciación de esa frase le erizó la piel.

Cuanto menos lo pensó, Eurus estaba delante de él. Las manos de la chica se prendieron del cuello de su hermano y sus uñas, cual garras, se incrustaron en la piel de este.

¿Quieres saber la causa de todo esto? ¿Quieres que te ayude a averiguarlo, hermanito?

Sherlock intentaba inútilmente zafarse del agarre de la chica. El aire empezaba a faltarle. Su cuerpo se debilitó y cayó fuertemente en suelo rocoso y húmedo. La chica seguía presionando con fuerza con intenciones de estrangularlo hasta la muerte. Sus uñas se clavaban sin pudor en su piel, causando un dolor insoportable. Sentía la humedad del combustible cubrir su cuerpo y su cabello.

No son papá, ni mamá. No soy yo. No es Sebastián Morán. No es Jim Moriarty. No es Victor Trevor. Tampoco lo es tu querido John Watson.

¿Quieres saber la causa de que tu vida sea miserable?

Solo eres tú.

Eres una basura, hermanito.

Te mereces todo lo que te hicieron, te mereces todo lo que has sufrido.

Has arruinado la vida de todos. Y la tuya también.

¿Por qué seguir viviendo si todos te odian?

Esta vez no iba a zafarse. Esta vez no podría escapar y correr del fuego que rodeaba a ambos. Esta vez, no podría salvarse.

Notas finales:

Hay otro capítulo a continuación! 


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