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The Two Of Us - JohnLock Fanfic por RushanaChan

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Notas del capitulo:

Disculpen la demora. Estuve estudiando para un examen final que no resultó como quería pero bueno la vida sigue(? Aquí está el nuevo capítulo! <3 

Sebastián Moran se dedicó a observar por unos segundos el insólito cielo despejado que le acompañaba en aquel frío día de invierno. La ausencia de nubarrones típicos de aquella parte del mundo siempre era bienvenida en los días de entrenamiento y asimismo le ponía de alguna manera de buen humor. Después de todo, estaba comprobado que la luz del sol levantaba los ánimos de cualquiera.

Sin embargo, él no podía afirmar que estuviera del todo tranquilo. Muchas cosas pasaban por su cabeza en ese momento, pero quien le viera desde el exterior no podría siquiera imaginar de qué se trataban.

Definitivamente, había muy pocas personas que le conocían de verdad. Quizás, quien más le conociera fuera Carmichael. El chico había sabido demostrar lo que Morán buscaba constantemente: lealtad absoluta y ausencia de cuestionamientos. Un verdadero lacayo.

El subcapitán se mordía el labio inferior con cierto nerviosismo.

La discusión que había tenido con Janine el día anterior no había terminado de la mejor forma. El joven rugbier era esclavo de sus más violentos impulsos, especialmente cuando la gente no se mostraba clara con él.

Por alguna razón que Moran desconocía, su ahora ex novia se había mostrado distante los últimos meses. Primero eran los estudios, el estrés de sus clases de gimnasia, luego sus problemas familiares, y después nuevamente el estudio, pero al chico le enervaba la mentira. Sabía que Janine solo ponía excusas por lo que llegó a la terrible conclusión de que a ella él ya no le interesaba y que seguía a su lado por los beneficios que acarreaba ser la novia del único hijo de los Moran.

Y no es que sintiera un gran afecto por la joven morena, de hecho la consideraba una más del montón de chicas con las que había compartido la cama. Pero detestaba sentirse usado.

Esas conclusiones le habían hecho levantarle la mano a su pareja, y eso había bastado para poner fin a la relación.

Unas palabras dichas por Janine en la fatídica querella le daban vueltas insistentemente.

“¡¡Eres un bastardo!! ¡¡Arruinas la vida de todos!! ¡¡Maldito enfermo!!”

Sus ojos captaron la silueta de alguien que se aproximaba. Reconoció al instante que se trataba de su buen amigo John Watson. Quizás no había logrado conmover la impenetrable moral del chico de Brixton y convertirlo en su lacayo, como sí lo había hecho con el wing. Pero al menos John seguía allí, a su lado. La confianza que parecía depositar en el subcapitán era tan honesta que Sebastian la consideraba aun más importante que la ciega fe de Carmichael.

John era más bien como aquel hermano que Sebastián siempre había querido tener. Quizás, debajo de ese afecto yacía también una mezcla de envidia y admiración. Quizás viera reflejado en John el tipo de persona que a él le gustaría ser.

Le pareció extraño ver al rubio por los pasillos del Instituto. A raíz del coma de Sherlock, y al ver a su buen amigo con el ánimo por el piso, Moran no tuvo más opción que liberarlo de la responsabilidad de ir a entrenar con ellos. Pero lo hacía exclusivamente por el bienestar de John. Lo de Sherlock ni le iba ni le venía.

Sebastián sonrió aliviado.

—¡Mira nada más! Nuestro capitán, tan responsable-

John Watson le miró por un segundo, suficiente para que Moran notara el rencor contenido en sus enrojecidas órbitas y la sonrisa se le esfumara de repente al sentir un puñetazo certero del capitán desfigurar su rostro con violencia. Aprovechó el desconcierto para tumbar de un empujón al subcapitán, haciéndole caer directo al suelo. Comenzó a atacarle sin piedad y algunos curiosos empezaron a rodear a los protagonistas de la riña.

—¡¡HIJO DE PUTA!! —vociferó el capitán con el rostro enrojecido de ira y le encestó otro puñetazo al otro, que se mostraba totalmente inexpresivo y sin defenderse. —¡¡HIJO DE PUTA!! ¡¡¿POR QUÉ?!! ¡¡¿POR QUÉ LO HICISTE?!! ¡¡MALDITO VIOLADOR!! ¡¡PÚDRETE!! —le maldecía endemoniando entre agresiones que el subcapitán recibía sin respuesta.

La pasividad del otro parecía causar en John una ira enceguecedora y desconocida hasta el momento, una furia destructiva y desoladora. Sus ojos desorbitados e inyectados en sangre fulminaban al otro tendido en el suelo como si expulsaran fuego en su dirección.

Le volvió a golpear totalmente ensañado y con desesperación, hasta que un par de profesores lograron separarlo del ahora yacente cuerpo del subcapitán.

—¡¡VOY A MATARTE SEBASTIÁN MORAN!! ¡¡VAS A PAGAR LO QUE LE HICISTE A SHERLOCK!! ¡¡ YO VOY A MATARTE MALDITO HIJO DE PUTA!! —seguía maldiciendo el rubio, quien forcejeaba con violencia con los adultos que habían ido a poner orden.

El aludido trataba de levantarse con dificultad. Sus sentidos parecían alterados y le impidieron siquiera ponerse de pie. Lucía como un desgraciado, como la indefensa víctima de la ira de John Watson frente a aquellos ojos que seguían presentes en el lugar para atestiguar la disputa.

John estaba totalmente enceguecido del cólera, ni siquiera prestaba atención a los profesores que le regañaban, y si no fuera por el poco de conciencia que le quedaba, les habría desfigurado a golpes también.

Pero en vez de eso, se sentó con desolación en uno de los bancos del campus, tomó su rostro y sintió el ardor de su piel. Sintió que lloraría del cólera.

 

***

La expulsión había sido la lógica consecuencia del altercado. Obviamente, la sanción solo aplicaba al agresor: John Watson.

El desgraciado de Moran había resultado de la pelea con una nariz rota y una contusión.

No podemos tolerar este tipo de violencia, había sido la justificación. Pero evidentemente, la violencia sexual sí podían tolerarla. Nadie le preguntó a John porqué le había dado esa golpiza, por qué él y muchas otras personas le llamaban violador. En lugar de eso, John tuvo que aguantarse el sermón más extenso que recibiera en su vida y escuchar cómo decepcionaba enormemente a una institución entera que había confiado en él al otorgarle la calidad de becado. El rubio buscaba entre aquel grupo de adultos que le sermoneaban, el confiable rostro del consejero escolar. Pero el sujeto nunca apareció.

Salió de la oficina del director con paso calmo, pero aun con la adrenalina de la pelea corriendo en sus venas. Ahora entendía todo, entendía lo que Sherlock, Molly y Mary se referían cuando hablaban de la impunidad de Sebastián. Ahora entendía lo estúpido que había quedado en defender a capa y espada al subcapitán. Él mismo era una pieza más, un engranaje del sistema macabro e impune que Moran había construido alrededor de la escuela.

Se imaginó lo difícil que debió haber sido para su viejo amigo el aguantarse las maravillas que John hablara de Sebastián, el aguantarse los miles de argumentos para defenderle. John maldijo cada momento en que defendió al subcapitán del equipo con el inútil argumento de la falta de pruebas.

El ahora ex capitán del equipo se preguntaba, mientras recorría las inmediaciones del campus, si Sherlock se habría sentido como él aquella vez que fuera sancionado de igual forma. Amargura, impotencia, incertidumbre. Se preguntó si aquellas habían sido sensaciones experimentadas por su viejo amigo y cómo habría sobrevivido a ellas en soledad. Porque, como el pésimo amigo que era, John no había estado allí para apoyarle como debía.

Le invadió una sensación de nostalgia. Extrañaba mucho a Sherlock. Extrañaba su sola presencia. Extrañaba su voz, y a la vez sus silencios. Extrañaba escucharle divagar sobre extrañas teorías y datos que a nunca nadie le interesaría saber, a nadie excepto a él. Extrañaba enojarse y retarle cuando descubriera que no había comido en días, o que no se ocupaba de los quehaceres del apartamento. Extrañaba la adrenalina de correr a su lado hasta que perdieran de vista a sus persecutores. Extrañaba esa risa descontrolada que le salía milagrosamente cada tanto o aquella amplia y exótica sonrisa que eventualmente desplegara en su rostro cuando algún extraño experimento le salía como quería. Extrañaba verle refunfuñar y protestar sobre aquello que no lograba entender. Extrañaba recorrer con cariño aquellos oscuros rizos que adornaban su cabellera luego de alguna sesión de amor. Extrañaba esos pequeños momentos donde el joven detective dejaba de mostrarse frívolo y circunspecto para abrir las puertas de su intrincada mente y dejar entrever sus más honestos sentimientos. Aquellos pequeños momentos de vulnerabilidad, donde tímidamente le pidiera quedarse a dormir y le mantuviera en sus brazos hasta que el pelinegro conciliara el ansiado sueño en tantas noches de insomnio. Eran esos momentos de apertura emocional en donde los dos conectaban y se brindaban tranquilidad el uno al otro.  Eran en esos momentos donde a John le surgía un muy profundo pensamiento en su interior: Quiero proteger a esta persona, quiero que sea feliz. Quiero hacerle feliz.

Nunca se había dedicado a pensar lo importante que Sherlock se había vuelto para él. Todo había sido tan progresivo y hasta imperceptible que John ni siquiera fue capaz de notar cómo el joven detective iba ocupando cada lugar en su mente y en su corazón.

Era en ese momento de ausencia que el rubio se daba cuenta de lo mucho que amaba a Sherlock.

Pero él estaba allí, estaba teóricamente vivo y presente.

Lo estaba esperando y John no había sido capaz de ir ni una sola vez a verlo.

Se maldijo a sí mismo con impotencia. Era horrible. Era un idiota. Era un negador de los hechos, como su amigo le había dicho.

Inspiró con fuerza y detuvo su andar. Había caminado sin un rumbo en particular, perdido en sus reflexiones desoladoras. Su situación actual era, desde donde se la viera, catastrófica. Necesitaba un momento de tranquilidad, de estabilidad.

Necesito verlo. Necesito verlo.

Se armó de valor y finalmente se decidió a ir al hospital. Apuró el paso en aquella dirección. Trató de ignorar las sensaciones que su mente intentaba revivir en él con ánimos de boicotear la misión. Él no está muerto, no va a morir. No puede morir. No.

Ingresó por la gran puerta que lindaba a la sala de espera. Su respiración comenzaba a agitarse cada vez más pero lo ignoró. Su rostro debió ser de tal desconcierto que una empleada administrativa se le acercó a ofrecerle ayuda. El rubio tardó en darse a explicar pero la mujer supo colaborar, indicándole donde se encontraba su amigo con exactitud.

Ignoró la recomendación acerca de apurarse porque el horario de visitas iba a terminar y se dirigió al lugar en cuestión.

Las imágenes de “aquella vez” se hacían cada vez más presentes. La sensación de incertidumbre y a la vez de certeza. Tu madre está muerta.

Tomó aire al menos unas tres veces antes de entrar al habitáculo donde su amigo se encontraba.

Casi pudo sentir su corazón salirse de su pecho. Allí estaba, Sherlock, la persona que más estimaba en el mundo. Los aparatos que le mantenían con vida conectados a diversas partes de su cuerpo no lograban eclipsar la belleza que siempre desprendía aquella piel blanquecina que tantas veces había acariciado y adulado. Sus rizos oscuros descendían como siempre sobre el anguloso rostro plácidamente inconsciente. Lamentó no poder ver las celestes orbitas que adornaban ese rostro adorado.

Pero allí estaba. Estaba vivo. Estaba luchando por seguir estándolo.

Tomó con cuidado de la mano que yacía al lado del inerte cuerpo.

El rubio no pudo evitar que sus ojos se humedecieran y lágrimas de tristeza y desconcierto salieran de ellos.

Lo siento... Lo siento, Sherlock...

 

****

El sangriento fondo que le rodeaba se transformó en un cielo completamente estrellado.

La presión en su cuello había desaparecido. El espeluznante rostro se había esfumado. Su respiración había vuelto a componerse. El suelo debajo de su cuerpo ya no era aquel rocoso húmedo que anticipara al risco de la cascada de Reichenbach.

Sintió un hormigueo producto del césped haciendo contacto con la palma de sus manos. Se levantó con cuidado y observó a su alrededor.

Se encontraba en un lugar en el cual no solo había estado físicamente sino mentalmente, cuando necesitara encontrar algo de estabilidad en su turbulenta mente.

Se encontraba en Exmoor.

Divisó a otro individuo sentado en el césped debajo de la noche estrellada. De pronto una calidez intensa empezó a invadir el interior de su cuerpo al reconocer esa anhelada presencia.

Sintió que lloraría desconsoladamente.

Se acercó a aquella persona y se sentó a su lado observándole con una devoción y un amor que solo guardaba en los confines de su mente. Un sentimiento que solo guardaba para una persona en el mundo.

John...

El joven le notó y le sonrió con aquel afecto que siempre le demostraba.

—Te extrañé —musitó el rubio con calidez en su tono.

Sherlock le abrazó fuertemente y se sostuvo de ese ser de luz como si fuese lo único que le mantuviera del lado de los vivos.

 

***

El mayor de los hermanos Holmes se detuvo frente a la puerta de la sala donde se hallara su hermano. Observó con cierta desconfianza la escena a través de la pequeña ventanilla que mostraba el interior del cuarto.

Ingresó al cuarto con sigilo. John había estado tan compenetrado en sus pensamientos que casi ni siquiera había notado su entrada.

Los dos se saludaron con un leve e incómodo cabeceo. En las pocas oportunidades en que se habían cruzado, la presencia de Mycroft Holmes siempre le había parecido un tanto avasallante. Le observó de reojo cómo tomaba asiento en una de las sillas del cuarto y se ubicaba del otro lado de la cama.

—Era extraño no verte por aquí —rompió el silencio el abogado. —Tus compañeros vienen bastante seguido.

John le miró fugazmente, sintiéndose levemente atacado por la afirmación.

—No es fácil verlo de esta manera —atinó a decir el rubio.

Mycroft, en cambio, no desprendía su penetrante y analizadora mirada del capitán. Al parecer, era algo que los hermanos compartían.

—Me estoy ocupando de ubicar al tipo que le vendió la droga —comentó. —Al principio, pensé que se trataba del sujeto que compartía cuarto con mi hermano. Pero la policía no encontró nada...

John le miró alarmado.

—¿La policía fue al apartamento?

—Obviamente —dijo el mayor, cruzándose de piernas en su asiento. —Yo lo denuncié por tenencia y narcotráfico. El sujeto ya tenía antecedentes por ello.

El rubio se mantuvo circunspecto. Centró su atención en la tela de la sábana que recubría el inconsciente cuerpo de su amigo con la intención de ignorar la insistente mirada del otro.

—¿Quién le vendía la droga, John? —le sorprendió Mycroft. John volvió a mirarle fugazmente con expresión confusa.

—No lo sé... Yo también creía que Bill era quien se la vendía —se encogió de hombros el joven. —De hecho, ni siquiera sabía que Sherlock se drogaba... Me enteré poco antes de que esto sucediera.

Mycroft esbozó una leve y fugaz sonrisa. El rubio notó la sorna en su expresión.

—¿Esperas que me crea eso? —retrucó el hombre. —Tú eras su único amigo.

John le miró ofendido por aquel planteo. Aquello se mezcló con la incontinencia y enojo que aun tenía por lo sucedido con Moran.

—¿Y si en vez de andar averiguando quien le vendió la droga, mejor no averiguas por qué se drogaba? —le acusó el rubio con fastidio.

Aquella expresión de autosuficiencia se borró en el rostro del mayor, dejando entrever por primera vez un atisbo de ofensa.

—Yo sé perfectamente porqué lo hacía —retrucó el abogado manteniendo su elocuencia característica. —Solo fue el esperable resultado de la vida sin control que siempre llevó. Su afán por salirse de las reglas en todo momento y lugar, solo le ha traído sufrimiento. Y creyó inútilmente encontrar en la droga un aliciente para ello  —dijo con una tranquilidad que enfureció al rubio. —Sumado a una conflictiva relación como la de ustedes que potenciara ese descontrol...

—¿Qué? —le interrumpió John frunciendo el ceño con enfado.

—Greg me contó sobre ustedes —explicó con soltura. —Me contó sobre las cosas que hacían. Las peleas que tenían. Hasta me enteré de una pequeña visita que le hicieron al comisario Collins en Victoria...

John se quedó tieso ante la acusación. Maldijo internamente al consejero. Estaba seguro de que no lo había hecho de mala intención, pero hubiera preferido que evitara las partes ilegales del relato.

—A pesar de que lo niegue, mi hermanito es una persona sumamente sensible —siguió hablando Mycroft con suma tranquilidad. —Busca inconscientemente en otras personas algún tipo de apoyo a las locuras que pasan por su cabeza. Tú no solamente le diste eso, sino que le diste rienda suelta a su descontrol, potenciaste sus inseguridades y sus vulnerabilidades. Por eso siempre se lo dije... El afecto es una desventaja... Los vínculos deben ser puramente funcionales.

John contenía su enfado a punto tal que sus puños temblaban por la fuerza que ejercía en ellos.

—Me parece que en vez de andar buscando culpables deberías observar un poco como ustedes trataron a Sherlock —le enfrentó directamente el rubio. —Se cansaron de criticarle e ignorarle. Nunca lo escuchaban. Nunca lo apoyaron en las cosas que disfrutaba. Es más, ni siquiera parecía importarles lo que pasara con él, o lo que él sintiera o pensara. ¡Su hermana casi lo asesina y ustedes insistían en que fuera a verla!

El mayor captó su ataque y esbozó una soberbia e irónica sonrisa para ocultar su enfado. Al parecer el rugbier había logrado atacar su punto débil: El impoluto y honorable nombre de la familia Holmes. Aquello que hiciera reaccionar al siempre frívolo Mycroft Holmes.  

—Que mi hermano haya dejado que te acuestes con él no te da un mínimo derecho a enunciar o siquiera referirte al nombre de mi familia —le ubicó el abogado con una expresión sombría que le dio escalofríos al rubio, quien trató de no perder la compostura ante la aún más avasallante presencia del otro. —Eres una mera circunstancia en su vida, John Watson. Espero que la próxima vez que nos veamos, aprendas cuál es tu lugar en todo esto.

Dicho eso, el hombre tomó su maletín y le abandonó con una elocuente sonrisa.

John se quedó estático. Seguía presionando sus puños para contener su impotencia. Se maldijo por no haberlo enfrentado, pero estaba demasiado afectado por aquellas acusaciones. Sumado al incidente de hace unas horas con Moran, su espíritu estaba demasiado golpeado. Sentía su pecho comprimirse en un agudo y molesto dolor, producto de la angustia y ansiedad que le aquejaba.

Observó a su amigo una vez más y no pudo evitar que sus ojos se humedecieran. Intentó encontrar algo de tranquilidad en el cálido tacto de sus manos unidas.

Despierta, por favor, Sherlock...

 

***

Le llevó un esfuerzo enorme el decidirse a ir hasta el apartamento en donde su viejo amigo Sherlock residía. La última vez que había estado allí, le había dicho cosas horribles al chico, cosas de las que se arrepentía profundamente.

John se martirizaba con la hipótesis de que él podría haber evitado todo. Si tan solo no se hubiera molestado con él, si en vez de eso le hubiera ayudado todo sería diferente y tal vez Sherlock estaría consciente ahora. Tal vez, Sherlock habría sido capaz de confiar en él y contarle lo sucedido con Moran. Todo sería absolutamente diferente y John le ayudaría a cargar el peso de tan terrible experiencia. Después de todo, ¿quién más iba a hacerlo? A pesar de la inusitada preocupación de Mycroft, John sabía que él era la única persona de confianza del joven detective. Y sabiéndolo, cometió el error de alejarse cuando más lo necesitaba. Greg le había advertido acerca de las consecuencias de volverse el único apoyo emocional de Sherlock, pero era demasiado tarde para reflexionar sobre ellas.

Ahora su único objetivo era al menos sentirse un poco mejor con él mismo. Hablaría con Bill para disculparse de las acusaciones que le había hecho y de paso agradecerle. Ese chico, por más antecedentes penales que tuviera, era la única razón por la que Sherlock todavía no estaba del lado de los muertos.

Tocó el timbre del apartamento en cuestión, como en incontables ocasiones, pero esta vez en una circunstancia totalmente diferente.

—¿Hola? —dijo una voz femenina al otro lado del aparato. John reconoció en ella la voz de Annika, la joven alemana que salía con el ex dealer.

—Hola, soy John. El amigo de Sherlock —contestó el joven aclarando un poco su voz. —¿Está Bill por ahí?

—¡Sí! Justo está aquí con otro amigo de Shezza —le comentó desde el otro lado, haciendo alusión al apodo que su compañero de cuarto le había puesto y que John seguía sin saber por qué.

—¿Con quién? —preguntó John frunciendo levemente el ceño. ¿Acaso sería Mike? ¿Qué hacía por allí con Bill?

—Creo que su nombre es Victor —le explicó la joven mientras parecía estar lidiando con algo en la cocina mientras hablaba con él. —Disculpa que estoy algo atareada, John. Te abriré la puerta para que entres, ¿sí?

El rugbier musitó algo en respuesta y solo esperó que la antigua puerta de metal pudiera abrirse. Durante el trayecto hacia el apartamento, la mente del rubio dio vueltas acerca de las posibles razones que explicaran la presencia del irlandés por ahí. Él y Sherlock no hablaban hace años y aunque desconociera el motivo de la pelea entre ambos, sabía que era una persona non grata en la vida del joven detective.

Hay tantas cosas que no sé de ti, Sherlock...

¿Y cuál podía ser la conexión con Bill en todo esto? John solo recordó que el ex dealer frecuentaba el hospital donde Sherlock se alojaba y por ello probablemente entrara en contacto con algunos de los chicos de Strand. Pero Victor teóricamente no vivía en Londres, dado que el chico solo había residido temporalmente allí para cumplir con su curso en la Real Academia.

John abrió la puerta del apartamento. Alcanzó a divisar a la atareada Annika en la cocina, a quien saludó simplemente con un gesto y una sonrisa.

—Están en el cuarto de Sherlock  —le informó la chica con un ademán.

Se extrañó aún más con el lugar de reunión pero se dirigió allí sin reparos. Unas palabras del otro lado del cuarto le hicieron frenar sus pasos repentinamente antes de ingresar.

¿Cómo es que la policía no encontró estas cosas? —decía una voz que John atribuyó a Trevor.

Sherlock las puso en una abertura que hay en el techo. Ahí ponía mis cosas también —decía Bill Waggins.—¿Su amigo John no sabe nada de esto?

No, y no puede saberlo. Sherlock no quería que él supiera de esto. Él es amigo de este tipo.

Luego de eso los dos se quedaron en silencio. El rubio se debatía internamente si debía entrar o seguir escuchando lo que dijeran. Se decidió por la primera alternativa.

Abrió la puerta decidido, causando que los rostros de ambos chicos se empalidecieran. En ese mismo instante, John dirigió su mirada sobre el escritorio que pertenecía al joven detective. Había allí una caja y diversos papeles que parecían haber sido sacados de ella. Asimismo, reconoció pequeñas bolsas de plástico que al parecer contenían diversas drogas. Volvió a enfrentar a los sujetos del cuarto.

—¿Qué es lo que no tengo que saber?

Notas finales:

Nos vemos en la próxima publicación!


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