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The Two Of Us - JohnLock Fanfic por RushanaChan

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Mary se había despedido de sus compañeros de equipo y dirigido con paso firme a la mansión de su ex novio Sebastián. Su actitud decidida y confiada no se condecía en nada con el nerviosismo que sentía por dentro, pero no quería preocupar a John con ello.

La verdad era que Mary no se sentía demasiado cómoda entrando a la casa de un casi comprobado violador y golpeador para quedarse sola con él. Si bien sus compañeros estarían afuera, cualquier cosa podía suceder allí dentro. Sebastián era alguien casi impredecible para ella en estos momentos. Una parte de sí misma estaba segura de que Moran, por más bastardo que fuera, aun sentía un poco de estima por quien hubiera sido su primera novia y no sería capaz de hacerle algún daño. Otra parte no estaba tan segura de eso.

Tocó el timbre y notó que su dedo temblaba levemente. Trató de tranquilizarse mientras inspiraba y exhalaba profundamente.

“¿Mary?”, dijo una voz al otro lado del portero que hizo que la piel de Mary se erizara.

—Sí, soy yo — respondió tratando de ocultar su nerviosismo y Sebastián le permitió el acceso por la gran puerta que daba paso a la lujosa residencia.

La joven tomó la precaución de dejar la mencionada puerta abierta solo unos centímetros para permitir la posterior entrada de sus compañeros.

Era la primera vez que visitaba esa casa, dado que ella y el subcapitán solo se veían cuando éste visitaba a su madre en Canterbury. El caserón de tres plantas con una fuente de agua propia en la entrada y un extenso jardín que bien podría pasar por un parque natural le distrajeron un poco. Su casa también era grande y espaciosa con un hermoso jardín, pero nada comparado con la extensión del predio de los Moran. Definitivamente, esta familia era multimillonaria.

El chico le recibió en la puerta de entrada de la casa y le sonrió de manera amistosa. Mary fingió devolverle la cortesía e ingresó al domicilio.

Observaba cada tanto al subcapitán, a quien no cruzaba mucho por Strand últimamente. Con los exámenes en puerta, el alumnado había dejado de alimentar las repercusiones de la pelea entre John y Sebastián. pero este último lucía diferente. Estaba más delgado debido a su alejamiento del deporte y de todo tipo de actividad física, ello producto de la contusión en su cabeza que la pelea le había dejado como consecuencia. Asimismo, la operación en su nariz rota era casi imperceptible pero allí estaba.

—¿Quieres algo de beber? —le ofreció cortésmente Sebastián una vez se instalaran en la amplia cocina. La visita era bastante informal así que pasar a la sala no era muy necesario.

—Sí, lo que tengas... —accedió Mary, aunque asimilando que ese no sería un buen momento para la colocación del sedante. Moran era quien abría y servía las bebidas, sin quitarle la vista de encima.

—Tengo muchas cosas —le dijo sonriente el otro, sacando a Mary de sus cavilaciones.

—Eh, ¿cerveza? —dijo al azar sin prestarle mucha atención.

—Todo menos roja, ¿verdad? —le preguntó el rugbier mientras buscaba en su refrigerador.

—Ya sabes lo que me gusta... —contestó Mary tratando de fingir complicidad.

—No entiendo cómo no puede gustarte la roja.

Lo primero que debía hacer la chica era darle charla. Los dos hablaron de cosas triviales por un buen rato, esquivando los temas centrales que habían motivado la supuesta charla seria que se suponía tendrían esa noche. En una de esas oportunidades, aprovechó para reportar la situación a sus compañeros a través de un mensaje.

—Tu visita me sorprendió —dijo el subcapitán acodándose en la mesada de la cocina y enfrentándole con cierta desconfianza. —Te la pasaste ignorando mis mensajes por semanas.

—Luego de todo lo sucedido, ¿qué querías que hiciera? —se excusó la joven.

—No creerás en todas esas mierdas que dicen, ¿verdad? —le increpó ciertamente ofendido. Mary simplemente se encogió de hombros. —Vamos, es lo mismo que sucedió con Jeannette. ¡Inventan estas cosas para arruinarme! Pero esta vez se pasaron. ¿Decir que me cogí al maldito Sherlock Holmes? Por dios, que asco. Es humillante. Esa perra despechada de Janine lo inventó todo justo después de que cortara con ella.

Mary solo se quedó en silencio escuchando atentamente lo que el chico decía. Trató de mantenerse en sus cabales y no reaccionar a las retrógradas agresiones que lanzaba Sebastián. El chico desprendía antipatía e ignorancia en cada palabra que emitía. Recordó aquel día en que Janine les contara sobre lo sucedido con Sherlock. La chica lucía desastrosa y con claros signos de haberla pasado mal. Era evidente que eso se debía a su pelea con el rugbier.

—Y John Watson ni siquiera dudó un poco —siguió su catarsis Moran. —Gracias a su maldito ataque de furia no pude volver a jugar en el equipo por semanas, y ¡me perdí la final de las nacionales! —renegó mientras bebía otro sorbo de su cerveza. Observó con extrañeza la falta de reacción de su interlocutora. —¿Aun hablas con él?

—¿Con John? No —mintió la joven. —No hablamos desde lo de Praga...

Sebastián sonrió con sorna ante el recuerdo de aquel viaje.

—Te rechazó por Sherlock, ¿verdad? —le enfrentó de repente. —No me lo niegues. Sé que estaban saliendo.

La rubia se vio honestamente sorprendida por eso. —¿Cómo sabes sobre eso?

—En realidad lo supuse hace un tiempo —contestó Moran con simpleza. —Sabía que algo andaba mal desde que John prefería pasar su tiempo con Sherlock que con Sarah Sawyer. O cuando nos ponía excusas para faltar a los entrenamientos y verse con él. Eso no es normal.

— Lo ama, Sebastián —aseveró la rubia. —Y es por eso que reaccionó como lo hizo.

—¿Amar? Por favor, Mary. ¿Quién podría amar a esa rata de laboratorio? Es la persona más odiosa que puedes conocer. John realmente es un idiota —se mofó el subcapitán, cuando de repente sintió una puntada en su cabeza.  —¡Argh, mierda! —maldijo poniendo una cara que alarmó a la joven.

—¡¿Qué te sucede?!

—Son estos malditos dolores de cabeza —se quejó el rugbier de lo que parecería ser un padecimiento común en él. —Voy por un calmante.

—¡Te prepararé un vaso con agua! —dijo rápidamente Mary, en un tono demasiado forzoso pero que el subcapitán no se molestó mucho en cuestionar.

Bingo. Era sin duda la oportunidad perfecta para llevar a cabo el plan.

Cuando Sebastián estuvo de vuelta, Mary le ofreció amablemente el vaso con la droga diluida en él y observó como el chico se la bebía sin reparo. Realmente, la droga era imperceptible y aparentemente tampoco tenía ningún sabor que sirviera para identificarla.

Solo sería cuestión de unos minutos para que el sedante hiciera efecto y sus compañeros pudieran ingresar a la mansión.

—¿Aun juegas? —le preguntó nostálgico Moran. —Tengo la PS4 en el cuarto de allá.

—¡Claro! —respondió con toda la amistad que pudo fingir. Jugaron varias partidas de algún juego de disparos que Mary había escogido sin mucho entusiasmo. Demasiadas partidas. Pero Sebastián seguía tan despierto como antes, si es que acaso no estaba más avispado que de costumbre. Ni un signo de fatiga podía verse en él. La joven pensó que quizás debió haber vertido todo el contenido del frasco en su agua, pero los chicos le habían asegurado que con un poco de ello sería suficiente.

Pero Sebastián seguía tan despierto como antes, si es que acaso no estaba más avispado que de costumbre. Ni un signo de fatiga podía verse en él. La joven pensó que quizás debió haber vertido todo el contenido del frasco en su agua, pero los chicos le habían asegurado que con un poco de ello sería suficiente.

Aprovechó un momento para escribir un mensaje para John.

El sedante no le hace nada. Creo que le pu-

—¡¡Mierda!! ¡Perdí otra vez! —maldijo Sebastián de repente, haciendo sobresaltar a Mary, quien no había llegado a terminar aquel mensaje. El chico descartó con molestia el joystick y se puso de pie.

—Iré a buscar otras cervezas —anunció.

—Eh, ¡Espera! —le detuvo Mary. —Yo iré, tú debes ganar esa partida, Sebastián. Me das pena, amigo —se burló la chica tratando de no forzar toda la situación.

Con la confusa mirada de Moran, la chica corrió rápidamente hacia la cocina. Buscó la cerveza y se dio cuenta que el abrelatas había quedado en el otro cuarto con Sebastián. Maldijo su suerte y buscó desesperadamente otro por la cocina. Afortunadamente encontró uno entre los utensilios de la cocina. Sus manos temblaban levemente mientras llevaba a cabo la operación de la droga por segunda vez en la noche.

Sabía que John le había dicho que si no lograba hacerlo a la primera, desistiera de todo el plan. Pero Mary no quería rendirse.

Volvió con dos botellas en sus manos, una para cada uno de ellos, cuidando de otorgar a Sebastián la indicada.

—¿Cómo la abriste? El abrelatas estaba aquí —observó algo extrañado el chico y Mary sintió que su corazón daba un vuelco en su interior. Su respiración empezaba a acelerarse y el balbuceo e su voz no ayudaba demasiado.

—Ah, eh, olvidé que lo tenías aquí. Encontré otro en la cocina —dijo la joven tratando de sonar natural.

Los segundos que tardó Sebastián en agarrar la botella a Mary le parecieron eternos. Su silencio también se le hacia abrumador pero probablemente era solo consecuencia de su nerviosismo. El chico solo había hecho un comentario casual acerca del abridor de botellas, no tenía por qué significar nada.

—Hey, me diste la rubia en vez de la roja —le cuestionó el chico sacándola de su paranoia.

Mary miró fugazmente la etiqueta de su cerveza. Evidentemente, la suya y no contaminada era roja, cuyo sabor no podía tolerar. Lo cierto era que la chica ni siquiera se había fijado en el tipo de cerveza que había sacado del refrigerador. Solo había tomado las dos primeras que encontró y se contentó con ello.

—Ah, traeré otra de la cocina —atinó a decir la chica levantándose de inmediato.

—No, toma la mía —se ofreció con simpleza el otro chico. —No tengo problema en tomar roja.

Mary se encontró paralizada por unos segundos pero tomó la cerveza ofrecida por el otro chico ya que no se le ocurria ninguna otra excusa para rechazarla.

Lo había arruinado. Ya no podía repetir la operación de la droga porque ya no le quedaba nada de esa sustancia en el frasco. Miró por unos segundos la botella incapaz de beber de ella. ¿Qué sucedía si ella resultaba afectada por la droga y no despertaba por horas? Sebastian obviamente sospecharía del contenido de la bebida y todo se arruinaría aun más.

—¿Qué sucede? —le insistió Sebastián frunciendo su ceño.

La joven se dio cuenta en ese momento, como el chico no desprendía su mirada de ella.

—Ah, es que... La cerveza se ve algo rara, ¿no? —se le ocurrió decir. —Tiene algo adentro... ¡Ya vengo por otra!

La joven Morstan ya se ponía de pie cuando el rugbier le agarró de la chaqueta y la retuvo con violencia en el sofá donde se sentaban. De repente la tomó del cuello con brusquedad y la tumbó en el largo del sofá, inmovilizándola por completo. El cuerpo de la chica se tensó fuertemente bajo el agarre del rugbier, quien la miraba con un recelo del que nunca antes había sido destinataria.

Como producto del agarre, a Mary se le cayó de las manos la botella de cerveza con la droga en ella, perdiéndose lo último que quedaba del sedante.

—S-Sebastián, mierda, ¿Q-qué te pasa? —balbuceaba la joven aprisionada mientras llevaba sus manos para tratar de salirse del amarre. —¡¡S-suéltame!!

—¿Qué mierda le pusiste? —mascullo encolerizado el chico. —¡¡¿Qué le pusiste?!!

—¡¿D-de qué mierda hab-hablas, enfermo?!!

Ante la negación, el subcapitán empezó a requisar con violencia el cuerpo de chica hasta notar un pequeño bulto en el bolsillo de su pantalón. Forcejeando con la chica logró sacar el objeto que no tardó en reconocer.

—Maldita zorra —farfulló Moran llevando esta vez una de sus manos a la mandíbula de la joven, apretándola con rudeza. —Voy a matarte.

Mary sentía que su corazón se paralizaba ante la ira de aquel chico que alguna vez había sido su otra mitad. Sentía que el aire le faltaba y que sus músculos no respondían.

Pero no se dejaría vencer.

Aprovechó la cercanía de la mano del otro agarrando su mandíbula y la mordió con tal fuerza que sus dientes se incrustaron sin piedad en la piel del rugbier y su mano herida empezó a sangrar horriblemente. Sebastián gritó de dolor y aprovechando ello la chica logró zafarse del agarre solo por unos momentos hasta que el rugbier volviera a  atraparla, tirándola y cayendo ambos de bruces en el suelo. La joven le pegaba patadas y se defendia como podía de los ataques del tipo que indudablemente le sobrepasaba en fuerza.

Sin embargo, Mary no lo notaba, pero de alguna manera lograba contrarrestar los ataques del rugbier, a tal punto que se lo sacó de encima de un empujón y el chico quedó casi inmóvil en el suelo, a unos escasos centímetros suyo. La joven observaba con atención como el chico apenas podía moverse y parecía solo poder apoyarse con el codo para su cuerpo se desplomara completamente en el suelo.

Mary estaba paralizada al ver cómo el chico solo respiraba con dificultad. ¿Se había detenido a propósito?

—No lo entiendo... Mary... —balbuceaba Sebastian ante la atónita mirada de la otra joven. —Mierda...

Y con eso, Moran cayó como un peso muerto al suelo.

Su caída causó un eco en el suelo de madera que Mary no podía sacarse de la cabeza.

 

***

—¡¡Mary!! ¡¿Qué sucedió?! ¡¿Estás bien?! —le cuestionó rápidamente John Watson una vez que Mary les permitiera a él y a Victor el acceso a la mansión, mientras Irene se quedaría en el auto para anoticiarlos por si alguien se apersonaba en la mansión.

—Él... Él se dio cuenta, John... —decía abatida la joven.

—Pero ¿qué pasó? ¿Dónde está Sebastian? —empezó a preguntar Victor.

Mary les relató la situación vivida con el rugbier y como de repente el chico se había desplomado en el suelo.

Los chicos corrieron hacia donde yacía el cuerpo inerte de Sebastian Moran. Se hallaba boca abajo, sin otro signo de vida visible que las palpitaciones que John pudo sentir cuando le tomó el pulso.

—Bueno, muerto no está —afirmó el rubio confundido por el relato de Mary. —Quizás... es el efecto de la droga que le diste en el agua hace rato.

—Pero eso fue como hace una hora... Pensé que debía hacer efecto en minutos.

—Supongo que puede fallar —respondió John quien volvía a echar un vistazo al estado de su compañera. —Mary, ¿te lastimaste?

—¡No! ¡Estoy bien! —se apresuró a contestar la joven tomando instintivamente de su cuello enrojecido, donde hasta solo hace unos minutos tenía prendidas las manos de su agresor. —Vamos por las cintas.

Los chicos la observaron dubitativos pero terminaron haciéndole caso y dirigiéndose al cuarto del rugbier. Subieron con prisa las escaleras que los llevarían al segundo piso de la residencia Moran y se instalaron en el amplio cuarto que servía de descanso al único hijo de la afamada familia.

Por unos segundos cruzó por la cabeza del ex capitán del equipo las veces que había estado allí por tantos otros motivos que no se asemejaban en absoluto a la actual razón que le llevaba a apersonarse allí en ese momento. John nunca había pensado que se infiltraría en aquella casa que tantas veces había visitado para abrir una caja fuerte y robar la evidencia de aquellos delitos sexuales que él tanto se había empeñado en ignorar y hasta negar, entre ellos un delito que había tenido como víctima a la persona que más estimaba en el mundo entero.

Su pecho se movía al ritmo agitado de su respiración, motivada por la adrenalina que corría por su interior en ese momento.

Abrió el armario y, efectivamente como Sherlock lo había supuesto, allí se ubicaba una caja fuerte, parcialmente camuflada entre la ropa.

—Bien... Comencemos —decía para sí mientras sacaba las cosas necesarias de su mochila.

Pero primero, debía llamar a Bill Waggins. Él debía indicarle si la apertura de la caja en cuestión tendría alguna complicación.

Colocó al chico en videollamada para que pudiera ver con claridad a qué se enfrentaban.

—Oh... Mierda...

—¿Qué quieres decir con eso, Bill? ¿Qué pasa? —le inquirió John con impaciencia.

—Esa caja tiene un sistema difícil, John —empezó a explicar Bill desde el otro lado. —Solo tienes tres intentos. Pero si fallas el tercero, la caja activa una alarma que directamente se comunica con la policía.

Los tres chicos se miraron alarmados.

—Entonces la abriré con la técnica que me enseñaste, Bill —le apuró John.

—¡No, será peor! Ni bien pongas la ganzúa en la cerradura la alarma también se va a activar y la policía caerá en cuestión de minutos —le advirtió el dealer. —John, necesitas la llave maestra, es una llave que abre la caja y que solo su dueño tiene. Moran debe tenerla por ahí —le aconsejó rápidamente para que no decaigan los ánimos del grupo.

—Victor, busca la llave —le ordenó de inmediato el rugbier y el pelirrojo se puso de inmediato a revolver las cosas en el cuarto de Moran.

—La otra alternativa es que pruebes con las contraseñas que sacó Shezza, John —siguió indicando Bill.

—Pero Sherlock no logró sacar la definitiva. Solo escribió varias alternativas... —suspiró el rubio mirando el papel donde su viejo amigo había hecho sus averiguaciones.

—Entonces debes encontrar la llave —le dijo tratando de disimular su abatimiento. Tanto Bill como John auguraban que hallarla sería poco probable.

—Debe haber algo que pueda hacer con esto... —susurraba para sí el rubio una vez que hubiera cortado la llamada y se dedicara a observar las contraseñas que su amigo había escrito como alternativas.

—¿No hay en esos números alguna fecha importante? —le cuestionó Mary.

—No... Al menos, no lo parecen —contestó el rugbier con seriedad tratando de no perder la calma. —Vamos... ¿Qué haría Sherlock en una situación como esta...?

—Observar —le dijo Victor desde el otro lado del cuarto. —Él siempre decía eso.

—¡Los botones! —dijo de repente John iluminado por la idea del irlandés. —Eso observaría de la caja. Generalmente los botones usados para abrirla están desgastados o algo así.

John y Mary observaron atentamente la caja y fácilmente pudieron ver que los números 7 y 3 mostraban signos de haber sido usados con mayor frecuencia que el resto.

—Entonces, descartamos los que no tengan esos números.

—Exacto —confirmó John mientras tomaba una lapicera de su mochila y marcaba en el papel las alternativas que contenían los mencionados números. —Nos siguen quedando cuatro...

—Y solo tenemos tres intentos, ¿verdad?

—Dos, diría yo. Si fallamos en el tercero, la policía vendrá de inmediato.

—A ver... Tenemos... 30713, 00713, 73037... —repasaba en voz alta la rubia y de repente Victor volvió a hacerse notar.

—¿73037? —preguntó estupefacto, abandonando la búsqueda de la llave. —Yo conozco ese número. Es un juego tonto que teníamos de niños.

—¿Un juego? —le cuestionó John al chico que ahora se colocaba a su lado para observar la caja.

—Un acertijo en realidad. Yo tenía un libro de acertijos matemáticos con el que jugábamos. Sherlock siempre los adivinaba primero, pero solo una vez, Moran lo hizo —relató el chico rápidamente. —Y la respuesta era esa, lo recuerdo porque Moran lo repetía TODO el tiempo.

—¿Sebastián le ganó a Sherlock en un acertijo? —le preguntó incrédula Mary. —Nunca fue muy lúcido para los números.

—Nah, no le ganó. Yo le dije que había llegado al resultado correcto para que no se sintiera mal —descartó el irlandés. —En fin, éramos niños, y Moran todo el tiempo estaba compitiendo con Sherlock.

—Entonces, esa podría ser la clave —concluyó John, aliviado por encontrar al menos una conexión con alguno de los números. —Quizás por eso Sherlock la puso aquí.

—Sí, de alguna manera dedujo que Moran pondría esa tontería como clave.

—Aún no sabemos si es la correcta... —recordó Mary, incitando con ello a que el rugbier colocara la mentada clave.

John posó con cuidado su dedo índice sobre el primer número, el 7. Tomó aire y empezó a teclear uno por uno los números que componían la respuesta a ese juego que Victor había hecho referencia.

Una luz verde se encendió de repente sobre el tablero y sintió que su corazón daba un vuelco.

—¡¡Oh por dios!! —festejó Trevor.

—¡Genial!

Los tres chicos se miraron sonrientes y estupefactos ante la apertura de la afamada caja de seguridad. Ninguno estaba demasiado seguro de que llegarían a esa instancia, especialmente teniendo en cuenta el oscuro panorama que Bill había sentado hasta hacia unos minutos atrás.

John abrió la pequeña puerta con cautela y lo que vio en su interior le dejó helado.

Todo estaba allí, tal y como Sherlock lo había predicho. Había alrededor de diez cintas VHS compactas color negro y cada una de ellas se encontraba rotulada, tal y como lo habían relatado Sherlock y Janine. La reacción fue igual en los otros dos chicos, cuyo silencio pareció detener todo en ese preciso instante.

—No puedo creerlo... —susurraba para sí Mary mientras tomaba una de las cintas. La que había tomado tenía un rotulo con el nombre de una tal “Ariadna”.

John se dispuso a sacar las cintas, una por una y a depositarlas en silencio en su mochila. Trató de no fijarse mucho en los nombres que contenían pero sus sentidos no pudieron evitar reconocer uno en específico. Sintió como su pecho se comprimía de angustia al ver el nombre de su amigo, de su amante, de la persona que más quería en el mundo, escrita con rotulador en uno de esas diabólicas grabaciones.

Sherlock. Ese nombre que siempre le había parecido tan hermoso y singular, como la persona a la cual identificaba. Ese nombre que siempre le alegraba leer cuando se le aparecía en su teléfono, indicando que el joven le había enviado un mensaje, o le llamaba para contarle alguna locura que pasaba por su cabeza.

Ese nombre que ahora leía en ese nefasto artefacto capaz de reproducir una y otra vez aquel terrible acontecimiento. Porque para Moran no era suficiente con causar aquella imborrable herida en la vida de la víctima, sino encargarse de materializar la idea para agravar el tormento. La mente de John empezó a divagar nuevamente hasta que Mary posó su mano sobre el hombro de aquel, haciéndole volver a la realidad.

—Lo hicimos, John —le animó la chica. Notó que ella también se había detenido en una cinta en particular.

—Esa...

—Sí. Es de Jeannette... —confirmó Mary con apenas un hilo de voz, como pocas veces le había escuchado hablar.

—De aquí nos vamos directo a la policía —dijo Victor, quien ni siquiera se había animado a mirar los nombres de las cintas. —Este tipo es un enfermo. Mira a todas las personas que hizo sufrir.

—Y podrían ser más —comentó con seriedad el rubio. —Quizás no siempre grababa. Quizás no siempre era en la Sala de Juegos...

—Hablando de eso, deberíamos ir a ese cuarto, ¿no creen? Para sacar más evidencia—propuso el irlandés, a lo que John accedió.

—Buena idea, pero primero pongamos las cintas de repuesto... ¿Dónde están?

Los chicos se miraron entre ellos confundidos.

—¿No las tienes en tu mochila, John?

—No, tú tenías que traerlas, Victor —le dijo el rubio algo preocupado. Si bien no era una parte crucial del plan pero les ayudaría a distraer al subcapitán y hacerle creer que el contenido de la caja estaba intacto.

—Ah, mierda... Es que yo pensaba dártelas... Quedaron en el auto —indicó. —Le diré a Irene que nos las traiga.

Mientras el pelirrojo se dedicó a llamar a Irene, Mary volvió a hurgar en el interior de la caja.

 —Hay más cosas aquí... —dijo escrutando el interior. Con las cintas afuera, podían vislumbrarse otras cosas que se hallaban por allí. La joven las sacó sin pensarlo. Drogas, dinero, papeles de todo tipo. Pero fue una cosa en particular en la que Mary se detuvo. Se trataba de un pequeño cuaderno color verde con todo tipo de anotaciones dentro. Se trataba mayormente de cantidades de dinero y fechas, lo que aparentaba ser algun tipo de registro contable.

—¿Qué es? —le preguntó John mientras la chica examinaba el cuaderno.

—No lo sé, hay muchos números escritos. Parecen transacciones de dinero o algo así —analizó la joven. —Esto debe ser importante para él. Por algo lo tiene guardado aquí...

—Llevémoslo —ordenó John, apoyando la idea de la chica, quien guardó la libreta de inmediato en su bolso.

—Listo, Irene ya entró a la casa —confirmó Victor guardando su teléfono. —Le dije que estamos en el piso de arriba.

—Bueno, hasta eso, examinemos el cuarto para ver si hay algo que pueda servirnos de prueba —indicó el ex capitán a sus compañeros. Los tres merodeaban por la habitación en silencio hasta que una silueta se hizo presente en la entrada del lugar.

El rostro de los tres jóvenes se emblanqueció de terror.

Irene no estaba sola. Tenía a Sebastián Moran rodeándola del cuello y apuntándole con un arma directo en la cabeza.

—No se muevan —ordenó el subcapitán con un tono espeluznante.

 

Notas finales:

Aun queda la 3ra y última parte de este capítulo que subiré en los proximos días! Hasta pronto y gracias por leer!

No olviden que pueden comentar, siempre los leo <3


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