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The Two Of Us - JohnLock Fanfic por RushanaChan

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Notas del capitulo:

Finalmente, aquí está el último capítulo de esta historia! Más el epílogo y un pequeño apartado dónde subiré algunos dibujitos que hice sobre este fic!
Gracias a todos y mil disculpas por la larga espera. Muchas cosas pasaron, la pandemia, mis exámenes finales (ya obtuve mi titulo universitario!), mi trabajo, etc.  Disfruten!

El juicio contra Sebastián había llegado relativamente rápido, no solamente por las fehacientes pruebas en su contra sino también por la notoriedad que el caso había alcanzado.


Fue un 10 de diciembre que el Tribunal Penal Central de Inglaterra condenó a Sebastián Moran a la máxima pena prevista para estos casos: 15 años de prisión efectiva por la comisión de cinco violaciones, más 5 años y una indemnización pecuniaria por el ataque hacia John, que fue considerado como un intento de homicidio. Un total de 20 años de prisión.


Todas aquellas violaciones habían sido perpetradas contra jóvenes de la élite británica, entre ellas su ex compañera Jeanette, que fue el caso disparador de las demás denuncias. Si bien no contaban con la mismísima grabación del crimen, fueron otras pruebas las que sirvieron para darles curso, principalmente pericias psicológicas y testimoniales. Carmichael también terminó siendo condenado a 4 años como partícipe en el caso de Jeanette y otros dos más. Otros miembros del equipo también quedaron involucrados, recibiendo penas menores. Pero todo dejaba entrever la despiadada y cínica asociación entre esos chicos para conculcar la sexualidad de las víctimas.


El modus operandi quedó comprobado tal cual Sherlock lo había deducido aquella vez. Las fiestas eran el lugar donde se perpetraban los delitos. Las chicas eran drogadas con somníferos en las bebidas y llevadas a la famosa Sala de Juegos. Todo era luego grabado en cintas VHS con aquella vieja cámara no solo para amedrentar a las víctimas, sino también para satisfacer un insólito morbo de Sebastián.


A las denuncias formales se le sumaron cientos de denuncias publicadas a través de redes sociales que si bien no fueron llevadas a los estrados judiciales, sirvieron para hundir definitivamente la imagen de Moran. Chicas e incluso chicos empezaron a revelar a través de extensos testimonios todo tipo de hostigamiento del que habían sido víctimas por culpa del subcapitán. Las confesiones que publicara Sherlock a través de la cuenta de Strand Hacker volvían a salir a la luz en un contexto mucho más significativo. Ante los ojos de la sociedad británica Sebastián era un violento, abusador, golpeador. Un psicópata manipulador. Un verdadero monstruo que se había quedado sin ningún tipo de apoyo, ni siquiera de su padre.


Su defensa había sido ridícula. Adujo que todas las víctimas habían prestado su pleno consentimiento a aquellas desagradables prácticas, incluida la grabación. Sin embargo todo ello fue dicho por sus abogados. Sebastián no había emitido ni una sola palabra, ni para defenderse, ni para redimirse.


Usted es un individuo muy peligroso, astuto y engañoso, le dijo el juez antes de condenarlo.


Pero Sebastián siguió en absoluto silencio y apatía.


La escuela Strand también resultó responsable por no ayudar a Jeanette a pesar de que ella había pedido ayuda al consejero escolar que estaba antes de Greg. La institución debió pagar una millonaria indemnización a la familia de la chica, asimismo se les obligó a implementar charlas y talleres sobre violencia de género y bullying no solo para el alumnado sino también para el personal educativo y directivos.


—Bueno, esto por fin ha acabado —suspiró Greg Lestrade mientras él y Mycroft salían de los tribunales luego de la lectura de la sentencia. Habían sido días duros para ambos, por un lado Greg, quien se sentía responsable por el daño que sus propios alumnos se habían causado, particularmente de ese monstruo que se sentara en el banquillo de los acusados con una parquedad y apatía terrorífica. Y Mycroft, quien tenía la responsabilidad de hacer justicia por ello y enmendar sus errores del pasado.


El mayor de los Holmes observó su teléfono con su usual parquedad. —Aun no.


El consejero le siguió a paso agitado. —¿Qué sucede, Mycroft?


—Sígueme —le dijo el abogado mientras se apresuraban a llegar a su auto.


Greg se mantuvo en silencio durante todo el viaje en espera de una explicación por parte de su viejo amigo. Atravesaron el Támesis a través del puente Blackfriars para desembocar al otro lado en Waterloo. Mycroft condujo un largo camino hasta que llegaron a la zona de Battersea.


Al descender del auto, el consejero escolar notó los móviles policiales atestados en frente de un edificio particular: La Real Academia de Danza.


—James Moriarty estás acusado por abuso sexual, corrupción de menores y tenencia ilegal de drogas—le anunció un oficial mientras esposaban al profesor en contra de uno de los móviles policiales.


—Debe ser un error, Oficial —dijo disimulando su nerviosismo. —Soy un profesor muy particular, aprecio mucho a mis alumnos, y ellos a mí. Todos lo saben.


—Eres una maldito pedófilo, Moriarty —pronunció Mycroft Holmes, sorprendiendo totalmente a su amigo Greg.


El profesor irlandés le observaba de manera extraña. Hasta llegó a sonreir un poco.


—Tienes su misma mirada —proclamó en un tono que a Greg le dio escalofríos. Aquello fue lo ultimo que dijo hasta ser ingresado al auto policial. Muchos alumnos ya se habían congregado a la entrada del edificio para ver el acontecimiento del siglo en el mundo de la danza.


Greg Lestrade miraba la situación consternado. —Este tipo es el que...


—Sí, lo es —contestó el mayor de los Holmes, quien ya le había comentado previamente a su viejo amigo acerca de la relación del profesor y su hermano menor.


—Bueno, otro ícono que cae hoy —se pronunció una voz conocida. Se trataba del fiscal Dimmock, quien también estaba a cargo de la investigación del caso Moriarty. —Bien hecho, Sr. Holmes. Nadie se había animado a denunciar a este canalla antes.


—Por supuesto que no. Sus víctimas son sus propios admiradores —contestó el abogado volviendo a su usual inexpresión. Había sido difícil dar con alguna prueba que pudiera incriminar a James Moriarty, pero Mycroft no se rendía, mucho menos al saber lo que ese sujeto le había hecho a su hermano. Además, el testimonio anónimo de cierto alumno pelirrojo había colaborado enormemente con ello.


Sherlock le acusaría de estar siendo sentimental, y era cierto. Mycroft podría demostrar tanta frialdad como quisiera, pero cuando lastimaban a su hermano todo cambiaba.


—Será mejor que me vaya a trabajar con este caso. Hay mucho por hacer —anunció el fiscal sonriéndole especialmente a Mycroft. —Como siempre, estoy a su disposición, Sr. Holmes. Para lo que usted necesite.


El abogado le agradeció con frialdad y se marchó junto a su amigo. Greg le observaba algo abstraído.


—Realmente eres genial, Mycroft.


—Solo hago lo que tengo que hacer, Greg —contestó el abogado.


—Hiciste mucho más que eso. Defendiste a todas esas chicas de Moran, defendiste a John y a tu hermano por supuesto. Hiciste justicia.


Por un instante el rostro de Mycroft se suavizó. No solía dejarse llevar por altruismos en lo que a su profesión hacía, pero esta vez era la excepción. Tantos años llevando casos de grandes empresarios y magnates desde una lujosa y frívola oficina le había hecho olvidar la esencia de su tarea como abogado: buscar justicia.


—¿Te llevo a tu casa? —le ofreció a Greg.


—Sí, por favor. Hoy me toca ver a mi hija —se alivió el consejero.


Ya en el auto y habiendo quedado atrás la escandalosa imagen el profesor de ballet siendo arrestado, Greg se animó a preguntar algo que le había estado dando vueltas en la cabeza por un tiempo.


—Mycroft, ¿pasa algo con Dimmock?


El abogado frunció el ceño solo levemente y sin desatender el camino. —¿A qué te refieres?


El consejero sabía que su amigo no entendería la pregunta. —Él siempre se muestra muy amable contigo.


—Él es así con todo el mundo. Es alguien muy educado —replicó el abogado.


—Créeme que no. Quizás no lo notes, pero de las veces que lo hemos cruzado, a ti te mira y te habla de manera muy especial. Además, ¿no me dijiste que te preguntó qué era yo de ti?—soltó el consejero y vio como Mycroft se tensó en ese mismo instante.


—Lo hizo por mera curiosidad.


—No lo sé. Creo que le gustas.


—Si acaso yo le gustara, me daría cuenta.


Greg soltó una risa. —Mycroft tú nunca te das cuenta de esas cosas, créeme.


—Me subestimas en ese ámbito. No soy tan ingenuo, puedo notar cuando alguien se me insinúa.


—¿Enserio? Yo lo he hecho por años y nunca lo has notado.


Mycroft frenó el vehiculo en seco en plena ciudad, ganándose improperios de más de un conductor.


—¡¿QUÉ?!


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Sherlock y John retomaron sus vidas con ciertos cambios. El joven detective había vuelto a vivir en casa de sus padres, asistía (en contra de su voluntad) a la prestigiosa Caterham School y tomaba clases de ballet junto a Irene en aquel estudio privado de Chelsea. John había vuelto a su anterior escuela y aún no le estaba permitido practicar rugby debido a la herida en su hombro.


El tema de Sebastián no surgía ni por asomo entre ellos. El mismo día del juicio habían decidido verse en lo de Sherlock, pero este se mantuvo casi en silencio durante toda la reunión, observando absorto un documental sobre el comportamiento de las abejas. John respetó eso y le acompañó a ver el extenso documental mientras le refugiaba en sus brazos.


Pero su silencio no solo era con John. Sherlock tampoco había hablado de lo sucedido con la policía, o con el fiscal Dimmock para denunciarlo. De hecho, negó absolutamente cualquier vinculo con Sebastián.


Ese estado de negación y silencio le preocupaba a John. Como si de un dilema se tratara, no sabía si debía respetar el silencio de su entrañable compañero, o tomar iniciativa e instarle a contar lo sucedido con Moran. Sherlock era absolutamente impredecible en cuanto a sus reacciones.


También estaba su cuestión con las drogas. Sherlock se mantenía sobrio a una fuerza de voluntad inmensa, lo cual convenció a su familia de descartar la idea de una rehabilitación. Además, viviendo en casa de sus padres y teniéndolos encima casi todo el tiempo, el consumo se hacía difícil. ¿Pero eso significaba que estaba recuperado? John tenía sus dudas.


Y como si lo invocara, su celular le anunció una llamada suya.


—Hola lindo, ¿qué sucede? —le preguntó John, con una pequeña ansiedad invadiendo su pecho. Sherlock definitivamente no era de llamar a la gente por teléfono. Todo lo que pudiera decir lo decía siempre por un mensaje.


—Quería decirte que puedes venir a las 7 para que vayamos a lo de Mary—contestó el otro.


—Claro, estaré allí a esa hora, no te preocupes —contestó el rubio. Ambos habían sido invitados por Mary a celebrar el año nuevo en su casa. Y posiblemente la única razón para que los Holmes dejaran que su hijo saliera de casa a la noche, era porque John iría con él. Solo confiaban en la protección del buen John, especialmente luego de que Mycroft les informara todo lo que el rubio había hecho por Sherlock, así como todo el amor que le tenía a su hijo. Un amor que trascendía con creces a una simple amistad.


Los Holmes lo entendieron desde su usual parquedad. La sexualidad de su hijo más pequeño siempre había sido objeto de duda. Además la situación no estaba para cuestionarle mucho a Sherlock. Luego del coma sus padres se mostraban exageradamente comprensivos y presentes, quizás por temor o por culpa.


—Está bien, te esperaré. Te amo —dijo Sherlock a través del teléfono, con cierto nerviosismo.


Hubo una pequeña pausa al otro lado. Sherlock llegaba a sentir la gran sonrisa de su novio al otro lado de la línea.


—Yo también te amo, Sherlock.


Más tarde, ambos se encontraron en el gran portón que daba ingreso a la residencia Holmes. El joven detective lucía un exquisito traje oscuro y un gran saco de paño que le quedaba a la perfección.


El rostro de John se iluminó con una gran sonrisa al notar el pequeño detalle en la solapa del traje de Sherlock. Llevaba puesto el broche de la Ópera Garnier que le trajera de Paris.


—Te ves hermoso —le susurró el rubio, y aun en la tarde noche de invierno londinense pudo ver el rubor crecer en las mejillas de su chico.


Estuvieron a punto de besarse hasta que la señora Holmes salió del portón repentinamente para saludar a John.


—¡Nada de drogas ni alcohol! —les advertía con exagerada simpatía la señora Holmes. —Recuerda que tu padre irá a buscarte.


—Sí, ya lo sé, mamá —le interrumpió el joven detective con su usual antipatía.


—Cuídalo, John—le dijo al rubio, ganándose una blanqueada de ojos por parte de Sherlock.


—Claro, señora Holmes —asintió John amablemente.


Los dos jóvenes se tomaron de la mano y se dirigieron al auto que los llevaría a destino. Una vez dentro del vehículo, Sherlock sorprendió a su novio con un fugaz beso en los labios.


—Tú también te ves muy lindo, John —susurró el joven detective con cierta picardía.


—Pensé que no aceptarías ir —se sinceró el rubio, quien ya había dado por sentado que estaría solo en la velada de los Morstan.


—Necesitaba salir de mi casa para algo que no fuera ir a ese espantoso colegio —. John le miró incrédulo.


—¿Espantoso? ¡Es incluso más caro y lujoso que Strand!


—Pero no estás tú —musitó Sherlock tomándole por sorpresa. John adoraba esos cumplidos que salían de su boca cada tanto. Hizo un gran esfuerzo para no llenarle de besos en ese mismo instante.


—Dudo que puedan darme una beca otra vez —optó por decir el rubio, aun sonriente. Tomó con sutileza de la mano de su amigo y no la soltó hasta que llegaron a destino.


John había estado un par de veces en la casa de Mary debido a las tareas que acordaban hacer juntos. La casa era menos ostentosa que la residencia de los Moran o los Holmes, pero no menos vistosa. De un diseño más moderno, la mansión se caracterizaba por sus amplios ventanales y decoración minimalista.


—¡Pasen! —les recibió Mary con entusiasmo, permitiéndoles la entrada a la lujosa residencia. La joven rubia lucía una remera ajustada color uva con un llamativo escote y un pantalón palazzo del mismo color. Sus labios resaltaban con un bordó esplendido y las ondas en su corto cabello lucían perfectas. Desde aquella noche en Praga era que John no la veía tan arreglada.


Mary les hizo pasar a una acogedora sala de estar, con amplios y modernos sillones y una mesa baja en el centro. Allí se fueron reencontrando con el resto del grupo. Incluso Bill se había apersonado a la reunión, quien quedó maravillado con la casa de los Morstan. Quizás le recordara a aquellas mansiones que solía robar años atrás.


La reunión fue agradable. Los chicos se pusieron al día con sus vidas mientras esperaban el año nuevo escuchando buena música. Mary, Molly y Mike ya habían comenzado su año universitario. La rubia había decidido estudiar Leyes, como lo había planeado hacía ya un tiempo. Sorpresivamente Molly había convencido a sus padres de dejarle estudiar Literatura Inglesa, y Mike había optado por seguir el camino de los Stamford y estudiar medicina. Por su parte, Irene seguía en la banda de los Irregulares y no le iba tan mal, pues sus ingresos le bastaban al menos para pagar sus clases de ballet. Sin embargo, planeaba retomar la vida universitaria al año siguiente. Lo mismo preveía Bill, quien ya cumplía un año en pareja con Annika y no había vuelto a tomar contacto alguno con la droga.


Entre charlas, el momento del brindis se acercaba. Mary les proveyó de una copa de champagne para cada uno.


—Quisiera decirles algo —la voz de Sherlock se escuchó inesperadamente. —Nunca tuve la oportunidad de agradecerles todo lo que han hecho. Sé lo que sucedió esa noche en casa de Moran, sé del mal momento que les hizo pasar y lo lamento mucho—confesó con cierta melancolía. —Ni siquiera estaba seguro si podría llevar a cabo ese plan... Pero ustedes se propusieron hacerlo y lo lograron. Moran es un ser despiadado que solo gusta de hacer daño a otros, pero ustedes le ganaron. Es gracias a ustedes que él está donde está ahora. Les agradezco profundamente la valentía de todos.


La sinceridad y solemnidad en su tono conmovió al grupo. Especialmente a John, quien no despegaba su orgullosa mirada de ese chico.


—Lo hicimos por ti, lindo —dijo Irene Adler con calidez.


Sherlock solo le sonrió sutilmente. —Les agradezco. Me alegra saber que recibirá su castigo.


Quizás algunos en el grupo notaran lo escueto de su tono.


—Ese tipo pasará muchos años en la cárcel —añadió Bill con orgullo. —En la televisión dijeron que no importa lo que hagan sus abogados, no podrá zafarse de la condena.


—No, la prueba es irrefutable —acotó Mary. —Jeanette me dijo que el fiscal Dimmock pedirá que se le aumenten los años de prisión.


—Creo que también te debo una sincera disculpa a ti, Mary —volvió a hablar el joven detective sorprendiendo a su interlocutora y al resto del grupo. —Nuestros encuentros no han sido muchos, y los pocos han sido bastante desafortunados debido a mi antipatía. No tenía buenos pensamientos acerca de ti, pero creo que fue por... resentimiento o celos. Veía que tú eras la persona que Molly y John necesitaban de verdad. Representabas aquello que yo no podía darles. Eras mejor amiga que yo para ellos, incluso, una mejor pareja para John. Creo que utilicé lo del video como una excusa para justificar ese resentimiento infantil que sentía. Pero no eres una mala persona, lo sé. A pesar de tus intenciones iniciales con Molly y John, por tu conexión con Moran, los ayudaste honestamente en todo lo que necesitaron. Los ayudaste a ser mejores. Así que... Me gustaría, si te parece, reiniciar nuestra relación desde ahora.


Mary se quedó paralizada unos segundos ante sus palabras. Incluso John y Molly compartían su reacción.


—¡Por supuesto que sí, Sherlock! —dijo muy sonriente la rubia y abrazando de repente al sobresaltado pelinegro. John admiró con cierta ternura aquel abrazo conciliador entre las dos personas que más estimaba en el mundo. Sobre todo las conmovedoras palabras del joven detective para con la chica que demostraban una reflexión y autocrítica de sus acciones que pocas veces le había visto hacer.


Y finalmente el reloj marcó las doce.


Brindaron por la justicia. Brindaron por la amistad y el amor.


Brindaron por un nuevo comienzo.


—¿Qué? ¡No! ¡La noche recién empieza, chicos! —vitoreó la joven Morstan despues del emotivo choque de copas. —¡Tenemos que salir a festejar!


John le fulminó con la mirada.


—Mary, no-


—Apoyo la moción —dijo Irene y su sonrisa fue suficiente para convencer a Molly de secundarla. —Hay una fiesta en Camden a la que podríamos ir.


—¡Sí, sí! —se entusiasmó la rubia. Ignoraban completamente a John.


—La verdad hasta yo quisiera ir a divertirme un rato —dijo inocentemente Mike y Bill también le apoyó.


John no estaba muy de acuerdo con la idea por Sherlock. Sus padres le habían confiado su cuidado y una mega fiesta de fin de año donde la mayoría iba a desmayarse de la ebriedad no era un ambiente muy coherente con ese cometido. Además, el rubio sabía que a Sherlock no le agradaban mucho esos lugares atestados de gente, y mucho menos sentirse obligado a ir.


—Nosotros no sé, los padres de Sher-


—Sí, vayamos —le interrumpió el joven detective y John le miró estupefacto.


—Pero Sherlock-


—John, todo estará bien. Tú me cuidarás, ¿verdad? —dijo Sherlock con una mezcla de picardía y ternura que hizo ruborizar el rostro del rubio.


El ex capitán exhaló abatido. —Bueno, pero no beberemos alcohol porque tu padre irá a buscarte.


—Ohh, pero así que chiste —protestó Mary con sorna, haciendo enfadar a su gruñón amigo. —Solo finge que estás sobrio frente a tu padre y listo.


—Quiero intentar eso —dijo Sherlock con un inusitado entusiasmo.


—¡No! —les detuvo John. —¡Deja de darle ideas, Mary!


Finalmente el grupo de chicos resolvieron asistir todos a la famosa fiesta de fin de año que tanta propaganda le habían hecho Mary e Irene. El evento se llevaba a cabo en un antro situado en el barrio de Camden. Como era de esperarse, estaba repleto de gente haciendo fila pero Irene se encargó de ahorrarles el esfuerzo. Una chica de pelo castaño oscuro y labios excesivamente rojos les recibió en la puerta y saludó con efusividad a Irene y a Molly, a quien prácticamente no veía desde su fiesta de cumpleaños. Se trataba de Emelia Ricoletti, quien aun se desempeñaba como vocalista en la banda de los Irregulares. Con el reclamo de algún que otro tipo en la fila, la joven risueña les hizo pasar directamente al antro y les indicó que estaría a su disposición por si necesitaban algo.


—¡Wow, tu amiga es lo máximo, Irene! ¡Nos hizo pasar gratis! —festejó Bill mientras buscaban algun lugar para acomodarse en el antro.


—Últimamente ha estado en esto de organizar eventos. Le va bien —comentó la joven.


—Deberíamos compensarle eso comprando algunos tragos —dijo Mary.


—Maldita borracha —le contestó John y la joven Morstan rio fuerte.


—Es que tiene razón, si le generamos un aumento en sus ingresos comprando tragos, compensaremos nuestra entrada gratis —acotó Sherlock.


—Vayan y paguen su maldita entrada mejor —les regañó John.


—John, no seas aguafiestas —le contestó la rubia. —No estoy diciendo que nos bebamos la vida, al menos no ustedes, ¡Jaja!


—Es cierto, no creo que un trago le vaya a hacer tan mal a Sherlock —se entrometió Billy, apoyado por todo el grupo.


Y estaba muy equivocado.


Una hora más tarde, el joven detective se hallaba colapsado en unos sillones del antro, junto con otros en su misma situación.


—Dios, ¿cómo es que te cayó tan mal? —dijo Mary honestamente asombrada. —Literalmente, solo tomaste un trago.


—¿Cómo están los demás? —le preguntó John sin quitar su atención de Sherlock.


—Están tan ebrios que ni siquiera notaron que nos fuimos —le comentó la rubia.


—¿Estás bien, Sherlock? —le cuestionó el rugbier mientras le ofrecía una botella de agua que afortunadamente había conseguido que le dieran en la barra. Sherlock le rodeó torpemente con ambos brazos en respuesta.


—Estoy bien, John... No te preocupes —le contestó sin despegar sus brazos de él.


—Así que Sherlock es de los que se pone cariñoso —comentó Mary divertida.


—Será mejor que lo lleve afuera —anunció el rubio mientras le ayudaba a levantarse con suavidad.


—Sí, claro, no te preocupes. Cualquier cosa envíame un mensaje —le dijo Mary.


Con dificultad, John ayudó a su novio a caminar y juntos salieron del antro. Fue en un estrecho callejón situado al lado del edificio donde encontraron un sitio tranquilo para sentarse mientras Sherlock se recuperaba.


—Te dije que no bebieras —le reprendió John.


—Solo bebí un trago, John. ¿Cuántas posibilidades habían de que me cayera tan mal? —dijo aun ebrio.


—Sueles ser la excepción de las cosas.


—¿Estás enojado conmigo? —le preguntó de repente en ese tono vulnerable que John pocas veces le escuchaba usar.


John suspiró. —No, Sherlock. Claro que no.


El excapitán del equipo empezó a acariciar la rizada cabellera de su novio, que había quedado toda desbaratada como consecuencia de su estado. El rubio estaba algo preocupado, pero debía admitir que ver en ese estado a su novio se le causaba cierta ternura.


De repente, fue Sherlock quien tomó su cabeza con frustración.


—Sherlock, ¿estás bien? —se alarmó su novio. —Lo siento, sabía que no debías venir a este lugar. Sé que no te gustan estas cosas-


—No, está bien —le interrumpió el otro sin levantar la cabeza. —Yo estaba pasándola bien, John. Estoy bien.


—No estás bien, Sherlock.


El joven detective se mantuvo inesperadamente en silencio.


—No, no lo estoy —murmuró después y en forma casi inaudible. —Soy un incoherente.


—¿Qué? ¿Por qué dices eso? —le preguntó el rubio ciertamente afligido. Sherlock se incorporó pero sin atreverse a mirarle directamente. Su expresión era lamentable.


—¿Acaso no debería sentirme bien? —contestó con amargura en su tono. —Todo lo que quise se cumplió. Mi plan se cumplió, Sebastián fue condenado... Pero, me siento tan mal. Esto no es normal, no es coherente, ¿entiendes? Si quiero algo y se cumple, lo normal es que me sienta satisfecho y no como una verdadera mierda. Este sentimiento es molesto, no lo comprendo. Es como un dolor en el pecho que me atormenta todo el tiempo y no se va. ¿Qué me sucede? Esto no es racional, ¿entiendes? ¿Qué hay de malo conmigo?


—Sherlock, tranquilízate —le calmó John tomándole de los hombros con cariño y angustia al verle así. Luego tomó su rostro con ambas manos y al verle notó unas lágrimas que brotaban inevitablemente de los brillantes ojos de su amado. —No hay nada de malo contigo, mi amor... Es normal que te sientas así...


—¡¿Normal?! —le cuestionó con antipatía el pelinegro —¡Se supone que debería sentirme mejor! Moran fue condenado! ¡Pagará por lo que hizo!


John comprobó en ese instante algo que había hablado con Greg. Sherlock nunca se refería a lo que había sufrido personalmente con Sebastián. Siempre referenciaba hacia las otras victimas. ¿Acaso Sherlock no se reconocía como una de ellas?


—Sherlock... Lo que te hizo Moran fue horrible —se decidió en hablar el rubio, siendo la primera vez que se referiría a ese tema. —Por eso te sientes así. Él te destruyó, te hizo lo peor del mundo-


—¡YA ME DESHICE DE ESO, JOHN! —le interrumpió bruscamente el pelinegro. —¡LO ELIMINÉ, YA NO EXISTE EN MI MENTE, NI EN NINGUN LADO! ¡ESO NO ES NADA PARA MI!


—¡¡Sherlock, no es así! ¡No es algo que solo puedas eliminar de tu mente y ya! —le contestó el rubio tratando de calmarle. —¡No funciona así! Eso está ahí y te está haciendo daño, por eso te sientes tan mal. Lo siento tanto, Sherlock. Realmente haría cualquier cosa para que pudieras sentirte mejor, pero no sé que-


—Yo si tengo una solución —musitó sin mirarle.


John supo exactamente a lo que se refería. —No, Sherlock.


—Sé que en pequeñas dosis podría aliviarme y dejarme vivir, creo que podría controlarlo sin terminar como la última vez —decía totalmente absorto. Sin embargo, se percató inmediatamente de su error.


—No, Sherlock, basta. No permitiré que vuelvas a consumir esas cosas —le contestó con firmeza. —No puedo creer que estes insinuandome algo así.


—Perdóname, John —dijo después de un rato en que el rubio no le dirigiera palabra alguna. —Pero a veces... ¡Argh! ¡No puedo evitarlo, lo siento! Sé que está mal, pero hay veces donde lo necesito, ¡NO PUEDO EVITARLO! ¡LA NECESITO! ¡LA NECESITO! ¡NO PUEDO AGUANTARLO MÁS! ¡ES UN INFIERNO! —masculló desesperado mientras tironeaba de su cabello con frustración. —¡Perdóname!


—Sherlock, no, por favor no te hagas daño —le calmó de inmediato y le abrazó fuertemente. El pelinegro se refugió instantáneamente en los brazos del ex capitán y lo soltó todo. Lloró con desesperación y una furia que nunca antes había demostrado. Dejó salir todo aquello que había relegado en el último rincón de su palacio mental destinado a ser eliminado permanentemente de su sistema. Emociones. Sensaciones. Recuerdos. Todo lo sucedido desde esa fatídica noche atravesó su cabeza quemando su corazón hasta desintegrarlo en mil pedazos.


John se aferró fuertemente a ese ser que tanto amaba con intenciones de que nunca más le abandonara. Aquellos oscuros sentimientos de culpa le volvían a acechar.


Si tan solo me hubiera quedado esa noche.


Si tan solo no me hubiera peleado contigo.


Si no te hubiera hablado ese día de tormenta. Si no habría aceptado que me ayudaras en química.


Si tan solo no me hubiera hecho tu amigo.


Tu vida en este momento sería mejor.


John lloraba como nunca antes lo había hecho frente a alguien. ¿Cómo pudo haber permanecido en esa actitud pasiva todo este tiempo? Claramente, seguía sin aprender, seguía lastimando a Sherlock. Todo seguía mal.


—Lo siento, Sherlock —repetía mientras le abrazaba con más fuerza. —Lo siento...


Estuvieron envueltos en los brazos del otro por un largo rato. En la brillante noche estrellada de año nuevo, solo la música distante del antro y voces de algunos chicos charlando en la calle podían escucharse mientras John acariciaba con ternura el cabello alborotado de Sherlock, y este se refugiaba en su hombro. Ninguno de los dos quería desprenderse del otro.


—Te amo, John.


El rubio sintió que volvería a llorar.


—Yo también te amo, Sherlock.


El joven detective se desprendió con cuidado de los brazos de John para besar sus labios sutilmente y con todo ese amor que había expresado en aquellas palabras.


—Y eres la mejor y más valiente persona que he conocido, John —prosiguió el pelinegro. —El mejor amigo, el mejor novio. Mi mejor compañero. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida, nunca dudes de eso.


Los dos se sonrieron con ternura y cariño mientras seguían refugiados en los brazos del otro. Sin embargo, algo de esa inevitable tristeza aun estaba presente en sus rostros.


—Quiero ayudarte, Sherlock.


—Ya haces demasiado por mí, John.


—Pero si hay algo que pueda hacer, cualquier cosa que pudiera hacerte sentir solo un poco mejor, solo dímelo. Haré lo que sea.


El joven detective le observó algo dubitativo.


—Solo quédate conmigo. Todo es mejor cuando estoy contigo.


John sonrió emocionado. Besó con suavidad sus labios y volvió a abrazarle.


Los dos se quedaron en los brazos del otro por un largo tiempo. John depositaba pequeños besos en el rostro y el cabello de su amado, como si con ellos quisiera curar cada una de las heridas que aquel suceso le había infligido en su mente y en su corazón. Quería borrar cada mal recuerdo, cada amargura y dolor con el amor que profesaba por ese chico. Y Sherlock se aferraba fuertemente a eso que en definitiva le había devuelto la vida. Era John, era el amor que se tenían la razón por la que estaba despierto y presente en ese momento. Era la razón por la que su mundo había cambiado y cambiaría para siempre.


—¿Quieres ir a caminar por ahí? —le propuso John mientras seguía llenándole de caricias.


—Me encantaría, pero creo que mi padre debe estar en camino —bufó con fastidio el joven detective.


—Ah, no te preocupes. Le dije que nos quedaríamos en lo de Mary todos juntos.


Sherlock encarnó una ceja. —¿Acaso engañaste a un agente del M16 para quedarte conmigo?


—Haría cualquier cosa por pasar un minuto más contigo —le contestó John con su usual encanto que nunca fallaba en derretir el corazón del joven detective.


El frio les obligaría pronto a buscar refugio en algún lugar, pero hasta eso, los jóvenes pasearon tomados de la mano un largo rato por las calles de Camden. La frescura del viento acariciando su rostro terminó por reponer a Sherlock de su estado de ebriedad.


—¿Ya viste el cielo? —murmuró John maravillado.


El joven detective le obedeció y observó el oscuro manto que les cubría. Estaba repleto de estrellas.


Los dos se sonrieron mutuamente.


—Al final no pude replicar ese veneno letal de Exmoor —se lamentó Sherlock.


John rio. —Me parece razón suficiente para que volvamos, ¿no te parece?


—¿Tú y yo? —preguntó con cierta inocencia el joven pelinegro y el rubio volvió a reir.


—Claro, Sherlock. No pretendía que fuéramos en una excursión escolar.


—Sería nuestro primer viaje juntos —dijo Sherlock con cierta emoción en su voz que hizo sonreir a John. —Eso sería bueno.


—Aunque esta vez deberíamos cuidarnos mejor de la bestia de Exmoor —advirtió con fingida seriedad el rubio, haciendo referencia a aquella vez que huyeran por sus vidas tras el inminente ataque de la supuesta bestia. Sherlock le blanqueó los ojos.


—Ya te dije mil veces que esa criatura no existe, es un cuento para que la gente no merodee por el lugar —replicó fastidiado el joven detective. —Lo de esa vez debió haber sido un lobo, o un oso.


—No lo sé... —replicó el otro para hacerle la contra.


En algún punto de aquella interminable noche, Sherlock volvió a observar el estrellado cielo que seguía acompañándoles. Testigo una vez más de ese fuerte lazo que lo unía con John.


—John, ¿podríamos hablar sobre esa noche?


El rubio se detuvo y le miró con detenimiento, como para confirmar que lo que había escuchado era cierto. Una mezcla de sensaciones atravesó los cuerpos de ambos en ese instante en que las palabras se pronunciaron y sus miradas se conectaron.


Amistad, complicidad. Desacuerdos, angustias. Cariño, confianza. Amor. Mucho había pasado entre ambos, y mucho habría de pasar.


—Por supuesto.


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