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The Two Of Us - JohnLock Fanfic por RushanaChan

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Notas del capitulo:

Disculpen la demora gente, aquí está el 3er cap uwu

Su hermano Mycroft le había dicho alguna vez que la escuela es como una pequeña representación de la sociedad. Todos responden a sus propios intereses, por eso, la vinculación emocional y desinteresada era inútil.
Como en un juego de estrategia, la clave estaba en mover correctamente cada ficha. Acercarse a las personas indicadas en el momento indicado, y desecharlas cuando no nos sirvan o puedan perjudicarnos. 
Así, el mayor de los Holmes tenía una visión bastante particular del ambiente escolar.

No es casual que John Watson sea tan amable contigo, y no te haya dado una paliza hasta ahora, diría.

Porque, a pesar del incómodo momento en su casa y su actitud antipática con él, John Watson le seguía sonriendo en los pasillos, en clases, en la biblioteca. Sonriendo.

Por supuesto, Sherlock no era estúpido. El rubio tenia un interés creado en él: las clases de química.

Sin embargo, y aunque descartara el análisis que su considerado hermano le había propuesto, tampoco es que tuviera una idea fija al respecto. De hecho, la escuela en general, sus compañeros, todo le era indiferente, y por supuesto, aburrido. 
Ignorando totalmente la teoría propuesta por Mycroft, Sherlock no solo no se acercaba a gente "importante" estratégicamente hablando, sino que directamente no se acercaba a nadie. Ni nadie se acercaba a él, salvo las honrosas excepciones que eran Mike y Molly.

Es más, se había ganado el disgusto de la persona menos indicada: Sebastián Morán, el chico más conocido en el instituto no solamente por ser un jugador estrella del equipo de rugby, sino también por su calidad de matón. De algún modo, había una idea instalada en el instituto: no te metas con Morán. Él y su séquito de jugadores de rugby infundían cierto temor y respeto.

No es que Morán hubiera tenido algo particular en su contra, pues la hostilidad entre ambos había empezado porque el matón le había tomado de punto, le había elegido para molestarlo. Pero todo había empeorado desde aquella pelea que tuvieran por el incidente con Víctor Trevor.

Cuando el incidente hubiera terminado con la innecesaria intervención de su hermano Mycroft, las cosas entre ambos estaban en una cierta calma. No habían vuelto a cruzar palabras, y si se veían en clases Sherlock le ignoraba totalmente.

Pero al fin y al cabo, Morán seguía siendo un chico torpe y sin mucho intelecto, por lo que al margen de aquel incidente, ya no le afectaba en nada su enemistad con el jugador de rugby. Se había desligado de cualquier tipo de daño que le pudiera causar aquello.

Sin embargo, eran los otros chicos del equipo los que no parecían superarlo. Cada tanto, alguno de esos idiotas le dirigía una mirada intimidante o burlona, o un empujón mal disimulado en los pasillos, a él o a su compañero Mike, algún que otro adjetivo peyorativo y cliché como "nerd" o "friki" pero no pasaba de eso.

Esas situaciones, y el bullying en general, eran algo completamente naturalizado en Strand. Eventualmente podrían organizarse charlas de concientización, pero siempre sería pour la gallerieNada constante, nada profundo. Mientras siguiera habiendo chicos que se creían superiores y otros chicos temerosos o con autoestima lo suficientemente baja como para dejar que aquellos los opriman, mientras los chicos siguieran estableciendo jerarquías entre ellos y no se vieran como pares, la realidad estudiantil del instituto no iba a cambiar.

Nuevamente, a Sherlock le era indiferente todo eso. Él mismo participaba de aquella naturalización, tratando de ignorar la situación.

Lo que sí encontraba difícil ignorar era la situación en su casa. Y no es que algo como eso no hubiera ocurrido antes, de hecho, Sherlock nunca había llevado la mejor de las relaciones con sus padres. Quizás los reclamos no solían materializarse como los de aquella noche de la tormenta, pero la tensión siempre estaba.

Sin embargo, había algo diferente esta vez, habían incluído a una tercera persona: John Watson.

Pensó en el hecho de que nunca había llevado a un compañero a su casa. Ni siquiera a Mike. Era como un límite que ninguna persona había logrado cruzar. Excepto Víctor Trevor. Pero él ya no cuenta. No, ya olvídalo. Olvídalo.

La situación le estresaba. Le hacía recordar la tensión con su familia, cosa que trataba de ignorar a diario, encerrándose, o pasando el menor tiempo posible allí. Le hacía recordar el origen de esa tensión: la negligencia y falta de atención de sus padres con él, el incidente con su hermana Eurus, los acontecimientos posteriores a eso, el acuerdo de sacar adelante la familia. 
Eso implica una responsabilidad. Ahora Sherlock tenía que hacer algo, ayudar con eso. ¿Que haría? Había estado años sin involucrarse realmente con su familia, y ¿Ahora se lo exigían? Le estresaba, no le dejaba pensar claramente. Él no quería hacer nada, el quería seguir con sus investigaciones, quería seguir perfeccionando sus conocimientos. Quería también enfocarse más en el ballet.

No quería hacer nada por nadie más, solo por él mismo. Ni por sus padres, ni por sus hermanos, ni mucho menos por John Watson. Como si el hecho de enseñarle fuera a arreglar el desastre que ya era su familia.

Hablando de, volvía a toparse con él, pero este no había notado su presencia. Estaba hablando con otros chicos del equipo de rugby, en la zona de los casilleros.

—No, chicos, nada de alcohol hasta el sábado.

—Eres un aguafiestas, Watson —reconoció el tipico tono burlón de Sebastián Morán.

—Hey, John tiene razón. Hay que ganarle a los maricas de Harrow —intervino otro, que si no mal recordaba, era Carl Powers. Su espalda era descomunalmente grande, por lo que a Sherlock no le había costado deducir su afición por la natación.

—Es nuestro primer partido de la temporada. Hay que dar lo mejor de nosotros.

—Relájate, Johnny —le decía Morán con tono confiado, sin abandonar su típica altanería. —Los destruimos el año pasado. Volveremos a hacerlo este año.

—Hazle caso a John. Ahora él es el capitán, no tú —intervino otro que Sherlock no reconoció. Todos reaccionaron con un "Ohhhh" a ese comentario. Una típica broma del equipo.

John solo rió simpático mientras sacaba sus cosas del casillero y luego lo cerraba.

—Pero ya saben que él esta a cargo cuando me voy.

—¿No te quedas? Íbamos a jugar al pool. Sin alcohol, por supuesto —aclaró Powers con sobreactuada obediencia.

—No, saben que nunca falto al gimnasio. Además, luego debo estudiar —dijo con seriedad, a lo que los demás abuchearon en respuesta. —¡Hey! Ya saben que si no paso mis exámenes me echan de aquí —decía volviendo a reír.

¿Acaso nunca deja de sonreir?, pensó Sherlock, quien ya había estado mirando disimuladamente un anuncio en el transparente, para escuchar la conversación.

—Ya te dije, John. Si eso llegara a pasar, hablo con mi padre para que "arregle" el problema y listo —le tranquilizó Morán con tono serio. Y lo decía con total naturalidad, porque sabía que eso era muy factible. Su padre era un conocido miembro del parlamento británico, quien hasta hace poco había sido noticia por su voto en contra de un proyecto de ley antiterrorista que se discutia en el parlamento.

Era también un conocido de la familia Holmes. Habían visitado la casa de los Morán un par de veces, hace muchos años, donde ya se habían conocido con el pequeño Sebastián (sus padres habrían querido forzar la amistad de su hijo con él, como de costumbre).
Y por supuesto, el parlamentario era un gran peso en Strand. La institución haría todo lo posible para satisfacer a su hijo. Incluso mantener la beca de un don nadie como John Watson.

—Y yo te dije que no necesito de tus arreglos mafiosos —respondió el rubio, a lo que todos rieron a carcajadas, incluso Morán.

Los chicos se alejaron, y Sherlock supuso que también era su hora de marcharse.
Pero no volvería a casa, necesitaba despejarse. Pensó en ir a la academia para practicar un rato hasta cansarse, pero supuso que todos lo salones estarían ocupados a esta hora. Además, quería estar solo.

Así que, sin pensarlo, salió del campus y tomó un autobús cualquiera. Esta vez, sí había adquirido una Oyster Card para poder viajar, y así evitar quedarse sin transporte como aquel día de la tormenta.
Ni siquiera sabía dónde iba, pero su intención era al menos bajarse cerca del centro de la ciudad. Desde allí caminaría hasta un lugar que siempre le daba tranquilidad: el edificio de la 221b de Baker Street. Allí donde pasara gran parte de su infancia y su adolescencia, bajo el cuidado de la señora Hudson.

Mientras recordaba sus momentos allí, sus paseos por Hyde Park, sus idas al supermercado con la Señora Hudson, se apoyó contra la ventana del autobús, observando el conocido diseño de los barrios londinenses del este de la ciudad. La típica uniformidad de los edificios, los autos de alta gama estacionados le indicaban que en un rato podría estar cerca del centro de la ciudad. Pero el cansancio de una muy mala noche de insomnio y ansiedad empezaba a aquejarle. Apoyado aún contra la ventana, cerró sus ojos.

Para cuándo los abrió, no sabía dónde estaba. Se alarmó y miró a su alrededor. Se había sentado en la parte atrás del autobús, y no había casi nadie a su alrededor. Sin pensarlo, se bajó en la próxima parada.

Una vez en la calle, leyó el cartel de aquella parada: Brixton.
Estaba al sur de la ciudad, bastante alejado del centro y mucho más alejado de su casa. Pensó en llamar para que lo buscaran, pero lo desestimó. Digamos que no tuvo una buena experiencia la última vez que llamó a su padre.

Decidió cruzarse de calle y esperar el autobús que fuera de regreso.

Definitivamente nunca había estado en esa parte de la ciudad. Era uno de los barrios que "debía evitar" según la costumbre. Se trataba de un barrio multicultural de la ciudad, eso podía verse con claridad por la cantidad de gente de color que iba cruzando en su camino, y la música latina que salía de los distintos locales. Nunca se había topado con algo parecido, y de repente le pareció muy interesante. Hizo una nota mental en que volvería alguna vez.

De hecho, le acechó la idea de echarle un vistazo en ese momento, pues no es que tuviera ningún apuro en volver.

Caminó un trecho mirando las distintas tiendas que se extendían a su lado. La mayoría eran de ropa de segunda mano, o de comidas de todo tipo, latinas, árabes, asiáticas, incluso se topó con puestos y ferias ubicadas irregularmente en la calle que vendían todo lo que uno pudiera imaginarse. La música le era casi desconocida, y el idioma español mucho más.

De repente, cuando pasó por una estación de metro, se topó con la marea de gente que entraba y salía de ella. Entre estos últimos, reconoció a alguien.

Era John Watson.

Frenó en seco, el rubio parecía apurado y no había notado a Sherlock. Pasó cómo un rayo por entre la marea de gente y se adentró en el barrio. 
Sherlock le siguió instintivamente. Según la conversación que escuchara hace un rato, se supone que John iba al gimnasio, y dudó que en Brixton hubiera muchos gimnasios, o si los hubiera, que fuera a un gimnasio tan alejado.
Además, nadie iría con tanta prisa, si no fuera que vas a algún lugar donde debes cumplir con un horario. Dudó que en un gimnasio te exigieran llegar a tiempo. Quizás John era un obsesivo con el horario. Pero algo le dijo que no era eso.

John Watson había mentido. No era perfecto. Ocultaba algo. No dejo que se le perdiera de vista. Llegó a tropezarse con un puesto donde un hombre mulato vendía joyas. Se ganó un par de improperios pero solo siguió caminando para no perder de vista a su compañero.

La persecución siguió solo unos minutos más, hasta que vió al rubio ingresar a un local colorido, cuyo nombre enseñaba vistoso en la parte superior: Guantanamera. Era un bar, camuflado entre la infinidad de restaurantes y bares que se ubicaban en la calle. Sherlock se detuvo a una distancia prudencial de la puerta para no ser visto pero, a la vez, poder seguir observando al rubio.

—¡John, chico! ¡Llegaste! —le saludaba un señor de tez morena que parecía haber estado esperándolo en la puerta.

—Disculpa, Manuel. Demasiada gente en el metro —respondió, saludando afectuosamente al otro. Ambos ingresaron al local, perdiéndose de vista para Sherlock.

Se quedó un rato parado analizando sus posibilidades. Porque Sherlock debía seguir averiguando lo que John Watson, capitán del equipo de rugby de Strand hacía en un bar latino en medio de Brixton. 
Era evidente que trabajaba en ese lugar, pero necesitaba saber qué hacía exactamente. Y quizás también era su oportunidad para hacer algo que venía planeando: infiltrarse en algún lugar para conseguir información. Esa habilidad era clave si quería dedicarse a la labor detectivesca.

Sin pensarlo mucho más, enfiló para buscar algún local donde vendieran ropa. Se topó con una feria que hacía un rato atravesará y eligió el primer puesto que vio. Tomo una gorra cualquiera, una campera, unos lentes oscuros y extendió varios billetes al vendedor de rasgos árabes, quien los miró exaltado, pues sobrepasaban en creces el valor original de esas baratijas.

Se puso su disfraz improvisado, ocultando su uniforme y su rostro lo más que pudo y entró decidido al local.

Había muchas personas ya ubicadas en las pequeñas mesas. Las luces de neón iluminaban decentemente el lugar, tiñéndolo de unos colores magenta, azul y verde. La decoración era concordante con el rubro, numerosas fotos de paisajes caribeños, afiches de distintas celebridades de aquellos lares, pinturas alusivas a la cultura latina, frases inscriptas en español, todo en conjunto creaba un lindo y curioso ambiente. Vio a mucha gente que podría ser de su edad, y a otros mayores. Hipsters y bohemios en su mayoría. 
Encontró una pequeña mesa desocupada en la esquina. Alejado del centro del local, algo poco práctico y fuera de la atención y ajetreo de los meseros, era el lugar perfecto para seguir con la observación. Fue a sentarse inmediatamente y desde allí, siguió su escaneo en busca de su compañero, a quien no lograba ubicar. No pasó mucho desde que lo vio salir desde detrás de la barra, vistiendo un uniforme que consistía en una remera ajustada, colorida, y pantalones, igualmente ajustados, color negro. 
Los lentes oscuros no le dejaban ver con mucha claridad. Nota mental: mejorar la técnica del disfraz.

Pero, bajándolos levemente para permitirle ver mejor, pudo ver que el rubio atendía animado algunas mesas medio lejos de él. Era muy carismático, cómo ya lo supusiera Sherlock, y dejaba a más de una chica embobada, seguro hablando con sus acompañantes del lindo mesero que le acababa de atender.

Se le había quedado mirando un rato, cuando casi entró en pánico. De pronto, uno de los meseros, que hablaba con John, señalaba en dirección a su mesa.

Por supuesto que había contemplado esta situación, claro, él era Sherlock Holmes. Pero cada vez que el rubio se acercaba más, y con paso animado, se quedó en blanco. Sherlock atinó a colocarse bien los lentes y se puso a observar la carta con fingida concentración.

—Buenas noches, ¿Puedo tomar tu orden?  —le decía con simpatía. Sherlock aprovechó la oscuridad de sus lentes para mirarle a los ojos un instante. Luego no pudo evitar echar un vistazo a su cuerpo, la remera era demasiado ajustada, dejando bien marcados sus biceps y pectorales. Sherlock tuvo que desviar su mirada de inmediato.

—Eh, sí —decía, intentando cambiar el tono de su voz, para no ser reconocido.  —Tomaré un.. —volvió a mirar la carta. Malditos lentes, malditos, no puedo ver nada. ¿En qué estaba pensando?. —Tráeme un- una cerveza —atinó a decir con un ademán.

John se le quedó mirando unos instantes y rió suavemente. —¿Cuál de todas?

Sherlock volvió a mirar la carta. Era inútil. —La mejor que tengas.

John hizo una mueca de confusión, pero cedió al incierto pedido. Con un simpático "Ok" se dio medio vuelta y se marchó.

Para ser la primera vez que haces trabajo de campo, eso salió muy mal.

Pensó que si realmente quería ser detective en un futuro, había muchas cosas que mejorar.

La situación en el bar no había llegado a ser más vergonzosa que aquel pedido de "la mejor cerveza". De hecho, y muy atentamente, John le había llevado una botella, diciéndole que era una cerveza traída desde México. Aunque, podría venir de la mejor cervecería del mundo, a Sherlock nunca le gustaría el sabor del alcohol. Así que tuvo que fingir que le agradaba, llegando a dar solo unos sorbos, hasta que se dirigiera directamente a la barra, pagara (nuevamente, más de lo que costaba) y se marchara de allí, tratando de no cruzarse a John otra vez.

Llegó a casa exhausto, se salteó la cena con sus padres y se dirigió directamente a su cuarto. Empezó a analizar los datos que tenía. John Watson, capitán del equipo de rugby, muy popular, becado en Strand, aquellos datos eran ciertos y comprobados. Pero había otros datos oscuros, su familia, quiénes eran, o que hacían. Si, supuestamente, sus padres trabajaban (o solo su madre porque su padre recibía una pensión por ser militar retirado) y estaba becado en Strand, ¿Por qué necesitaría trabajar? ¿Estaría haciéndolo solo como un favor? Al juzgar por su desenvolvimiento en aquel bar, no era la primera vez que lo hacía. Parecía alguien experimentado en el tema. ¿Necesitaría dinero para algo en particular? Probablemente.

Ahora, ¿Por qué ocultarlo a sus amigos? Lo más probable era que aquello le avergonzara frente a sus adinerados compañeros. Pero no es que la élite juvenil británica se escandalizara con trabajar. ¿Se debía a la baja autoestima que ya le había diagnosticado cuando lo conociera? ¿O a que no era tan amigo de sus compañeros? ¿Falta de confianza? El capitán no confía en su propio equipo.

Pero lo que Sherlock definitivamente disfrutaba de estas cosas, era encontrar la falla en la perfección con la que se mostraba John Watson.

 

Notas finales:

Gracias por seguir esta historia!

El siguiente capítulo lo subiré el fin de semana <3


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