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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Caminaron durante medio día. Afortunadamente, se dio la orden de descansar junto al camino y eso era algo bueno, Inuyasha sintió que moriría si daba un paso más. No estaba acostumbrado a caminar tanto, no desde que se había integrado al ducado. De eso ya había transcurrido un poco más de un año, aunque sentía que había pasado mucho menos.


Estaban a las afueras de un gran bosque, era un camino comercial muy utilizado y eso provocaba que fuera un buen punto de trabajo para los bandidos, debían prestar atención a ello. Rápidamente se habían reunido los sirvientes y los soldados para recibir las órdenes del general, ya habían dejado las tierras del ducado Taisho atrás y estaban en territorio ajeno, no podían bajar la guardia.


—Vayan en grupos de tres, revisen los alrededores. —Ordenó y miró a los soldados. —Si uno de estos esclavos se quiere pasar de listo, ya saben que hacer. —Finalizó mirando a cada uno de ellos con su aura amenazante. Todos sabían que ir en contra de ese hombre significaba la muerte, nadie quería pensar en traicionarlo o sería suicidio.


—Como ordene, excelencia.


Los grupos fueron formados. Los soldados se internaron en el bosque para evitar ataques , los miembros restantes se quedaron para preparar los alimentos y las tiendas en la que los oficiales descansarían. El general se vio en la tarea de revisar los alrededores, obviamente siendo acompañado por su sirviente personal que no hacía otra cosa que mirar el suelo. Aunque el noble tenía algunos planes que llevar a cabo y por esa razón, siguió caminando y entre más pasos daban, más apartados quedaban de todo ojo acusador.


Inuyasha caminaba en silencio y mirando el suelo, estaba nervioso al estar a solas con un hombre tan peligroso como lo era su señor. Pero las ordenes habían sido claras, debía servirle sin chistar. Notó que se estaban alejando del improvisado campamento y de los grupos de soldados que merodeaban por la zona, eso aumentó un poco su nerviosismo. Vio al hombre frente a él detenerse y mirar en todas direcciones, temió por alguna razón. De un segundo a otro, ya estaba contra un árbol siendo observado por su señor de una manera extraña, casi animal. Su miedo aumentó.


—¿Que...?.


Sus labios fueron aprisionados por una lujuria desenfrenada, un beso salvaje que irradiaba pasión contenida. Trató de empujar a ese hombre de sí pero parecía ser una imposible tarea. Sus ojos se cristalizaron formando lágrimas de puro pavor, dejó de forcejear dándose por vencido. Dejó que ese hombre irrumpiera en su boca virginal probando cada centímetro, dejando que probara su sabor. Él se detuvo pero sus lágrimas no, tenía miedo y odiaba sentirlo.


De un momento a otro, fue libre. Su señor lo miraba fijamente, como si hubiera visto algo malo, como si hubiera cometido el peor de los pecados. Vio por un segundo, el temor en esos fieros ojos pero descartó la idea de inmediato pues era imposible que ese hombre sintiera temor u otro sentimiento ajeno a él. Sintió las grandes manos del general en su rostro, cubrían sus húmedas mejillas y sus lágrimas fueron limpiadas por los pulgares de ese hombre. Esa acción lo desubicó pero sus ojos buscaron los de su señor pero esos ojos miraban sus labios con una silenciosa petición. ''Desorientado'' era una palabra demasiado corta para el sentimiento que lo abrumaba en ese momento. Pero, esas grandes manos cubriendo su rostro emitían una calidez que jamás creyó que le pertenecería a ese hombre.


Sus ojos se encontraron, se transmitieron sensaciones desconocidas para su entendimiento. Entonces vio que el general repetiría su acción anterior y no pudo evitar tensarse nuevamente. Pero, cuando los finos labios del mayor tocaron los suyos, fue completamente diferente a la primera vez. Ese contacto era dulce, gentil y lento, como si tuviera miedo de dañarlo. Cerró los ojos, dejó que su señor hiciera lo que quisiera con él y ante esos delicados movimientos, perdió el miedo. Sus manos se posaron en el pecho del hombre, sintió el pulso acelerado de su corazón. Sintió la calidez emanada del general, se sentía agradable.


Todo acto en el mundo tiene su final, ese inesperado beso no se excluía de esa regla no escrita. Al abrir los ojos, Inuyasha pudo ver ese rostro apolíneo, su respiración agitada se mezclaba con la del mayor. Una parte de él quería escapar lo más lejos que fuera posible pero, una parte oculta en lo más recóndito de su ser, le susurraba que se quedara. Estaba confundido, pese a los raros acercamientos anteriores, nunca espero algo así. Pero su vista no se podía despegar de aquellos ojos dorados, había notado una chispa cálida en ellos pero había sido solo por un instante y nuevamente volvieron a reflejar esa ferocidad a la que estaba acostumbrado.


—Esto se debe quedar entre nosotros, tienes prohibido divulgar lo que pasó. Si lo haces... —Sintió el dedo de su señor delinear su cuello, de un lado al otro. Entendió de inmediato. —¿Ha quedado claro?.


—Sí, excelencia. —Su voz casi como un suspiro, convenció al hombre. Sus distancias se incrementaron.


—Quédate aquí, terminaré de revisar los alrededores.


Asintió y vio al hombre perderse entre los arbustos. Se deslizó hasta quedar sentado en el suelo, sus manos cubrieron su boca y sus mejillas se tornaron de un ligero color rosado. Aun sentía su corazón frenético, aún sentía un extrañamente pero agradable cosquilleo en los labios.


El general Sesshomaru Taisho había conquistado las tierras de su familia, había asesinado frente a sus ojos a su padre y hermanos, lo había confinado a ser un esclavo y no satisfecho por eso, había usurpado su primer beso como si no tuviera importancia. Pero, ese beso agresivo llegó a su mente y trajo consigo el miedo, esa mirada oscurecida lo había intimidado. Sin embargo, el segundo beso apareció para alejar la tensión del primero y vaya que estaba funcionando pues no hacía otra cosa que recordar esa cálida sensación al sentir esos labios contra los suyos.


Por un momento imaginó que el general Taisho no era tan malo como aparentaba, imaginó que era una persona capaz de sentir y esa imagen se distorsionó casi al instante. Su mente nuevamente le hacía imaginar cosas, imaginó al hombre que provocaba sus temores tendiéndole la mano con una suave sonrisa. Ofuscado por sus nuevos —pero agradables— pensamientos, negó con rapidez. Eso jamás pasaría, ese hombre solo quería jugar con él. Algo se lo decía, debía hacerle caso a su mente o todo saldría mal.


¿Quién diría que su vida cambiaría el día en que sus ojos ámbar se encontraron con aquellos ojos dorados? Nadie, nadie pensaría que el general tuviera gustos diferentes, nadie lo deduciría y tampoco lo sabrían, pues de su boca no saldría ni una sola palabra de lo que pasó y el bosque quedaría como único testigo de ese acto inmoral para la sociedad.


Pasaron varios minutos en los que su mente lo atormentaba con raros pensamientos, pero al fin pudo ver a ese hombre causante de su confusión salir de entre los arbustos. Con la misma mirada impasible de siempre, le ordenó que lo siguiera de regreso al campamento. Lo siguió en silencio, no era capaz de levantar la mirada del suelo pero esta vez no era por el miedo, sino que se trataba de algo más, de algo desconocido. Pero cualquiera podría deducir alguna excusa al ver sus pómulos coloreados, la pena plasmada en su rostro era evidente.


Este será un largo, largo viaje. —Pensó al alzar la mirada y ver el campamento, armado y la pequeña hoguera que habían armado para preparar los alimentos.


Pero el general fue a su propia tienda y obviamente, lo acompañó. Mientras el hombre se sentaba a revisar documentos que había llevado con él, se quedó sentado en la entrada de la misma y se dedicó a mirar a todo menos al general. Estaba sumamente avergonzado por los hechos pero un poco asustado por la amenaza. Debía ser cauteloso para no revelar tan bochornosa escena, ni siquiera por error. Pero no pudo evitar sentir un agradable cosquilleo en su interior al recordar ese suave beso, no quería que se repitiera pero a la vez si quería. Sus pensamientos eran tan confusos como lo eran sus sentimientos, eso en el caso de ambos hombres.


Continuará...


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