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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Después de unos largos días, finalmente la caravana del general Taisho arribó a la capital del imperio. Inuyasha quedó maravillado ante lo majestuoso que se veía todo, las edificaciones elegantes se alzaban orgullosas, los nobles caminaban a su ritmo y los mercaderes junto a las demás personas, se detenían solo para ver marchar al ejército del rey. Los pequeños se alebrestan al ver los caballos y soldados. Incluso pudo ver a las jóvenes casaderas mirando de manera interesada a los oficiales sobre los caballos. Eso era algo bastante común, habían estado haciendo eso en cada ciudad por la que pasaban.

A pesar del largo viaje y los constantes descansos que tomaban, no había podido hablar ni una sola vez con Koga. Cuando encontraba la oportunidad de escaparse del general, era llamado de inmediato por el mismo, no le permitía dar un paso sin que lo estuviera vigilando. Posiblemente no quería que revelara lo que había pasado, era la única razón por la que no le permitía alejarse o al menos eso suponía. Pero no iba a pensar mucho en eso, no valía la pena.

Después de un rato, llegaron al palacio imperial. Era tan imponente como lo imaginó. Las órdenes ya estaban dadas, los oficiales eran invitados de honor y se les dio una habitación para que descansaran ya que al día siguiente por la noche sería el tan esperado banquete. Los soldados fueron instalados en varias posadas de renombre en la ciudad, los sirvientes se quedaron en el palacio para servir a los oficiales que les corresponden e Inuyasha se enteró que Koga fue dejado en el palacio para que ayudara con los caballos. Se enteró por boca de las mucamas que había varios invitados nobles de otras tierras, pudo reconocer algunos apellidos por sus estudios y porque algunos fueron aliados de su padre.

Después del almuerzo, el general decidió dar un paseo por los alrededores y su sirviente iba a su lado. A Inuyasha no le dio oportunidad de sentir miedo, estaba tan emocionado al ver todo que había ignorado la presencia de su señor. Con la energía de un niño pequeño había observado a las personas que estaban preparando todo para el banquete, los que preparaban la locación y todo lo relacionado. Cuando salieron del palacio, pudo ver mejor todo al pasear por la ciudad. Observaba la comida vendida en los mostradores, las coloridas fachadas y las artesanías valiosas que los artesanos mostraban. Había ignorado la tenue sonrisa del general Taisho al verlo comportarse como un niño y no como el esclavo asustadizo y nervioso que conocía. Al seguir con su recorrido, casi choca de frente con un joven noble. El hombre se mostró impactado al verlo, como si hubiera visto un fantasma.

—¿Inuyasha, eres tú? ¿En verdad eres tú?. —Su asombro fue evidente, tanto que el general se mostró interesado e Inuyasha estaba seguro de que no lo conocía y de que si seguía hablando, condenaría su cabeza. —Creí que habías muerto. No pensé que... —El noble paró de hablar al ver la mirada suplicante de Inuyasha, esa mirada le suplicaba que mantuviera la boca cerrada.

—¿Qué asuntos tienes con mi esclavo, Fujimori?.

—Taisho, yo...

—¡General Taisho!.

Para suerte de Inuyasha, un hombre del palacio había ido en búsqueda de su señor y había interrumpido al otro noble. Cuando el general se distrajo, el hombre tomó del brazo a Inuyasha y lo arrastró consigo. Inuyasha se tensó y al ver como su señor estaba distraído con aquel recién llegado sin percatarse de su forzado escape, decidió hacer algo. Se soltó con brusquedad de ese extraño y lo encaró.

—¡No vuelva a tocarme!. —Su grito alertó a las personas a su alrededor, todos dejaron sus asuntos para prestar atención a la escena creada, incluido el general. —¡Yo solo pertenezco al general Taisho y solo lo obedezco a él así que déjeme tranquilo!.

El hombre rió sonoramente pero no notó malicia en esa risa, estaba avergonzado por el espectáculo y por haber dicho que pertenecía al general más temido del imperio. Antes de decir otra palabra, el general estaba frente a él encarando al hombre antes mencionado.

—No me gusta que jueguen con mis pertenencias, solo yo puedo hacer uso de ellas.

—¿Qué has dicho? ¿Tu pertenencia?. —El hombre estaba confundido ante las palabras de ambos peliplata.

—Eso es lo que he dicho. Si tienes asuntos con él, tendrás que decirmelos a mí. Si no es el caso y por la alianza que tenemos, será mejor que desaparezcas de mi vista de inmediato.

—Creo que por ahora lo más prudente que puedo hacer es marcharme. —Miró a Inuyasha directamente. —Espero que podamos vernos después y hablar civilizadamente.

Después de que el hombre se marchará, el ambiente se volvió tenso. Inuyasha notó como el general mascullaba maldiciones y caminaba con el ceño fruncido, mostraba su mal humor de manera evidente. Además, aún debía descubrir de dónde era que ese hombre lo conocía. Su apariencia era bastante común, por su ropa y las joyas que lo adornaban daba a entender que era alguien influyente. Su cabello era corto pero sujetado por una pequeña coleta baja, sus ojos eran de un profundo azul y su piel era bronceada, con una sonrisa algo ladina y se veía poseedor de cierta picardía. En definitiva, no recordaba haberse topado con alguien así. Esperaba no topárselo, no hasta saber quien era en verdad.

...

...

Al llegar a la habitación que se le había dado al general, Inuyasha se fue a sentar a un rincón para evitar cualquier percance. El general estaba molesto, no sabía porqué y tampoco quería averiguarlo. Después de los hechos en el bosque, Inuyasha había olvidado por un momento el verdadero temperamento de su señor, había olvidado que ese hombre era un guerrero sanguinario al que no le gustaba ser molestado. Y sin poderlo evitar, lo había embravecido. Al sentir la penetrante mirada dorada, supo que nada bueno le ocurriría en ese lugar.

—¿De donde conoces al duque Fujimori?.

Esa voz calmada sonó en la gran habitación, Inuyasha se tensó. No recordaba a ese hombre y era un gran problema que un ''esclavo'' conociera a un hombre que al parecer, era tan influyente como el duque Taisho.

—No lo sé, mi señor. No recuerdo haberlo visto antes. —Su voz queda y su mirada en el suelo era claro indicio que el temor que se había desvanecido, volvía de inmediato. Todo el asunto en el bosque estaba quedando como un dulce y fugaz sueño.

El general se levantó de su lugar y miró de manera desconfiada a su sirviente. Era sumamente extraño que alguien como el duque Fujimori conociera a alguien perteneciente al caído ducado Setsuna y que además fuera un esclavo. Su naturaleza siempre fue ser desconfiado, no se fiaba ni siquiera de su propia sombra ya que sus enemigos buscaban hasta la más mínima debilidad para derrocarlo. Se acercó al sirviente de los ojos claros y lo tomó con algo de brusquedad del mentón para que sus rostros quedaran un poco demasiado cerca.

—¿De donde conoces al duque Fujimori?. —Repitió estando atento a esa mirada asustada.

—No lo sé, no lo recuerdo.

Segundos después, Inuyasha sintió el agarre aflojarse. El general lo besó con suavidad, no correspondió al beso pero ese contacto empezaba a convertirse en un gusto culposo. Cuando sintió que le faltaba el aire, el hombre mayor se apartó y colocó su mano en la mejilla rosada.

—Eres mío, no dejare que nadie aparte de mí te toque. Ahora, di que me perteneces. —Su voz un tanto lasciva, avergonzó al más joven pero al ser una orden, debía obedecer.

—Yo le pertenezco, mi señor. Solo a usted le serviré y le jurare mi lealtad.

—Muy bien, tú lo has dicho. —Se retiró complacido por la sumisión de su sirviente. Aún tenía documentos por firmar.

Mientras tanto, Inuyasha. Su corazón estaba confundido, no sabía en qué pensar. Las acciones que su señor estaba realizando con su persona eran muy extrañas. Sus cambios repentinos de ánimo lo confunden, sus palabras y sus acciones no hacían otra cosa que abrumarlo al no entender qué era lo que realmente quería. Aún era joven y sin experiencia alguna en ese ámbito. Pero de algo estaba seguro, lo averiguara sobre la marcha. La verdadera travesía acababa de empezar.

Continuará...

 


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