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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Notas del capitulo:

Perspectiva del general/hijo del duque/Sesshomaru.

El general Taisho montaba su caballo, aún les quedaba un largo viaje que recorrer y quería llegar lo más pronto posible. Pero al ver a su sirviente jadear con cansancio a su lado, decidió que debían descansar y también lo necesitaba, estar demasiado tiempo sobre el caballo llegaba a ser agotador. El panorama se veía agradable, un gran bosque estaba justo a lado y era un buen lugar para descansar pese a que fuera una ruta comercial. Aunque debía ser precavido, ya no estaba en sus dominios y era un lugar que atraía malas miradas.

Dio la orden de revisar todo y de vigilar a los sirvientes, no quería que aprovecharán la situación y escaparan. Cuando los grupos empezaron a marchar, tomó la decisión de darle una pequeña probada al ''otro general'' para que lo dejara tranquilo. Entonces guió a su sirviente al lado contrario y empezó a buscar un buen lugar en donde no serían molestados. Caminaron hasta que encontró el lugar perfecto. Al ver lo distraído que su sirviente estaba, lo empujó contra un árbol.

No dejó que terminara de hablar cuando ya lo había besado. Usó toda su pasión contenida, todas esas noches anhelando probar el fruto prohibido e ignoró el débil forcejeo del menor. Lo besó dándose cuenta que había cometido un error al no haberlo hecho antes. Esos labios eran deliciosos, se moldeaban a los suyos de manera exquisita y quería más, mucho más. Dejó que su lujuria lo dominara, dejó que ignorara el pánico de su esclavo y sus lágrimas, todo por probar más de esa deliciosa droga. En verdad se arrepentía de no haber hecho eso antes. Cuando terminó de irrumpir de esa manera tan brusca, se dio cuenta de lo que había hecho. Se había dejado llevar por sus instintos más primitivos y le había causado daño a su sirviente.

Por primera vez en mucho tiempo, tuvo miedo. No sabía a qué pero lo tenía. Al ver esos inocentes ojos bañados en llanto, decidió limpiarlos. Al posar sus manos en ese delicado rostro, lo único que pudo hacer fue limpiar delicadamente esas lágrimas que él mismo había causado. A pesar de su acción, no dejó de mirar esos enrojecidos labios. Deseaba volver a probarlos pero el ''otro general'' no gustaba de ver llorar al niño de ojos claros y eso le frustraba. Se encontró con esos ojos ámbar que se encontraban enrojecidos y vio en ellos un brillo desconocido, algo que lo llamaba. No pudo evitar volver a probar los labios del menor una vez más.

Esta vez se tomó su tiempo para degustarlos, para grabar ese sabor en su paladar. Y a pesar de que se encontraran inmóviles, lo disfrutó en gran manera. Al sentir esas pequeñas pero duras manos sobre sí, fue agradable. Finalmente, sus labios se separaron. Pudo ver esos ojos rebosantes de brillo, esas mejillas tersas cubiertas de un rosado pálido y la respiración entrecortada mezclándose con la propia. Pero, antes de seguir admirando esa rara belleza, recordó su posición y lo complicado de esa situación. Su mirada se endureció atrapando al ''otro general'' y liberando su ''verdadero'' ser. Tras una amenaza, se fue dejando al niño solo. Aún debía revisar los alrededores y cerciorarse de eliminar cualquier testigo que haya presenciado su indecoroso acto.

Tras asegurarse de que nadie los había visto, se encaminó de regreso. Iba pensando en lo que había hecho, en lo mucho que esa acción repercutiría en su vida. Y que muy en el fondo, le había gustado. Finalmente, se dirigió al campamento seguido de su sirviente. Aunque se encerró en su tienda a revisar algunos documentos que había llevado con él para dejar de pensar en lo ocurrido en el bosque.

...

...

Después de un rato, todo se volvió extraño. Mientras trabajaba en aquellos importantes documentos, aquel niño se veía bastante distraído y había provocado diversos accidentes. Al verlo servir vino, pudo notar como le temblaban las manos y mentiría si dijera que no se sentía complacido al notar el impacto que dejaba en aquel sirviente. Incluso había estado a punto de derramarle la comida, de no haber sido por los reflejos del sirviente y los propios, le habría derramado la comida hirviente encima. Y el peor de todos, el chiquillo había caído encima suyo. Al principio pensó que se trataba de alguna insinuación pero al verlo levantarse con rapidez y con la cara completamente colorada, descartó la idea. Verlo disculparse reiteradas veces con la expresión avergonzada, le causó gracia y solo por eso le permitió huir por un rato en lo que se calmaba. Pues a pesar de que verlo tropezar llegaba a divertirle, era mejor que se tranquilizara.

Todas esas acciones las atribuía a lo ocurrido en el bosque, a leguas pudo notar que ese niño no había sido tocado de esa forma tan íntima y era satisfactorio saberlo. Una vez que haya sacado hasta el último trozo de inocencia de ese niño, planeaba deshacerse de él. Solo era un entretenimiento, eso era lo que pensaba y estaba seguro que era capaz de afirmarlo. Pero, después de ese beso, dudaba un poco.

Al llegar la noche, había pensado en lo benevolente que había sido con aquel niño y al verlo tratar de ir a buscar al sirviente de la coleta, le causó una gran molestia. Por esa razón, le hizo una petición algo cruel.

—Pule mi espada.

Pudo ver su expresión, parecía que se desmayaría en cualquier momento. Lo atribuyó a que había presenciado lo que esa arma era capaz de hacer. Sabía que era cruel pero debía enseñarle su lugar al sirviente.

—Mi general, no creo que...

—Cállate, Naraku. —Ordenó.

Tras eso, el teniente se mantuvo callado. Se distrajo con los documentos y mapas, hasta que se hizo tarde. El teniente se levantó dando por terminada la pequeña reunión y el general pudo ver como murmuraba con su sirviente. Su ceño se frunció con evidente molestia ante ese gesto, carraspeó y el teniente salió huyendo por su propia seguridad. Así estaba mejor, miró por unos instantes al niño y finalmente, volvió a sus propios asuntos.

Tras un rato absorto en sus mapas, el general Taisho logró escuchar un gemido doloroso. Al alzar la vista, pudo ver como la mano de su sirviente sangraba y sin poderlo evitar, la llama de la preocupación, inundó su ser. Tras tomar los materiales necesarios, procedió a ayudarlo. Se culpaba, había visto cuan mal se ponía al hacer eso y aun así, no lo evitó.

—Mira nada más lo que has hecho. —Murmuró con fastidio mientras limpiaba el exceso de sangre. Pero, el niño parecía demasiado absorto mirándolo, podía jurar que estaba ido.

El general Taisho siguió limpiando la herida y vendándola, no dejó de regañar a su sirviente por su descuido pero seguía perdido en su mente sin prestarle atención. Al terminar, notó que sus regaños habían sido ignorados y suspiró con fastidio. Su mano fue parar a la rosada mejilla del niño y eso fue suficiente para que despertara de su trance.

—Ten cuidado la próxima vez. Solo yo puedo lastimarte.

Tras ese susurro y ver el rostro tiernamente coloreado, supo que su labor había terminado. Se alejó para terminar un poco de sus asuntos.

Mentiría si dijera que no planeaba mantener a aquel niño de ojos claros en su tienda. De hecho, planeaba tenerlo bajo sus sábanas pero, con un solo descuido, había escapado de su vista. Eso lo puso de mal humor al pensar que estaría con el esclavo que cuidaba de los caballos.

Decidió que lo dejaría, aun si tuviera unas inmensas ganas de torturar al sirviente de la coleta por estar con el niño de los ojos claros. Además, en cierta forma le molestaba que aquel hombre había visto más facetas en su sirviente que él mismo. Solo había visto el miedo, las lágrimas y uno que otro rubor, necesitaba más que eso. Su ''otro yo'' quería ver más que simple miedo, quería ver aunque fuera una sonrisa. Pero eso solo era presenciado por aquel esclavo y eso solo alimentaba el fuego que era su ira.

Se acostó dispuesto a descansar. Pero, después de un rato simplemente escuchando el cantar de los grillos y los murmullos lejanos de los soldados, se dio cuenta que no era capaz de conciliar el sueño. Por más que rodará en su cama, no lograba dormir. Por primera vez en su vida, sintió su cama fría. Por esa razón se levantó y tomó una pequeña manta, algo le decía que iba a necesitarla.

Al salir de la tienda, sintió el ambiente fresco. Había soldados durmiendo alrededor y unos cuantos sentados junto a la fogata, incluso el sirviente de la coleta y le alegró ver la ausencia de su pequeño sirviente. Aunque la duda llegó de inmediato, no lograba verlo por ningún lado. Así que lo buscó sin que nadie lo notara. Cuando iba a darse por vencido y esperar a la mañana, escuchó el relincho de uno de los caballos. Caminó sin pensarlo y al llegar, logró ver al niño durmiendo en el suelo. Al verlo abrazarse a sí mismo con evidente frío, lo cubrió con la manta.

—Solo por mi mano debes sufrir, no busques tu propio dolor. —Chasqueó la lengua y acarició la mejilla colorada con delicadeza.

Se fue, no quería que nadie lo viera actuar de una forma que consideraba patética. Él, el hijo del gran Inu no Taisho, el general más fuerte del imperio se había obsesionado con un niño que le hacía pensar en cosas raras. Aún no lo asimilaba y no quería hacerlo, entre más rápido hiciera lo que su ''otro yo'' quería, más rápido terminaría con el tormento.

Continuará...

 


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