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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Notas del capitulo:

Y ahora otro capítulo, gracias por la aceptación de esta nueva obra. Ahora sí, continuamos...

Después de algunos días caminando pudo distinguir una pequeña ciudad en la lejanía. Parecía que ya estaban por llegar. El problema eran sus muñecas, estaban lastimadas gracias a las ataduras. No solo eso, sus piernas se sentían pesadas y le dolían. No habían parado más que a beber agua y probar algo de alimento, no les permitían descansar. Varios esclavos habían caído y habían sido dejados a su suerte, trataba de ignorar su sufrimiento para no pasar lo mismo que ellos.

Por suerte no había vuelto a ver a ese hombre de ojos intimidantes, así era mejor. Si llegaba a verlo, temblaría cual hoja. Ese hombre había asesinado a muchas personas y parecía no importarle, los mataba como si se trataran de cualquier insecto rastrero.

Negó inmediatamente al rememorar los sucesos de la mansión Setsuna, era mejor olvidar todo eso o le traería problemas.

Sintió un tirón en sus ataduras, un gemido de dolor escapó de sus labios. Al mirar al frente vio a un hombre de armadura, ese hombre había tirado de la cuerda que lo ataba a la carreta.

—Que seas un niño bonito no te da privilegios. Camina o te dejaremos aquí para que seas asesinado por bandidos.

Asintió con rapidez, posiblemente se había quedado parado por estar sumido en sus pensamientos.

Pasaron dos días y al fin llegaron a la ciudad que pertenecía al ducado Taisho. Al pasar por las calles pudo admirar el lugar, era completamente diferente a su antiguo hogar. Aunque, no solía salir mucho. Garamaru le tenía prohibido salir pues debía enfocarse en sus estudios y no avergonzar más a la familia, debía opacar su lado ''bastardo'' con logros y traerle honra y riqueza a la familia.

No pasó mucho tiempo, llegaron a una imponente mansión. Todo era hermoso, brillante y logró distinguir un jardín de bellas rosas rojas. Lo único que extrañaría de su antigua vida eran los rosales de su madre, solo eso extrañaría.

Siguió avanzando, sus ataduras fueron arrastradas con brusquedad. Los esclavos fueron llevados a un calabozo y encerrados en lo que se decidía sobre su permanencia. Su vida apenas iniciaba.

Después de un rato, lo sacaron del calabozo pues decidirían su función en ese lugar. Sus cuerdas volvieron a su lugar, por suerte había alcanzado a vendar sus muñecas con un trozo de su ropa que aún tenía el hedor a sangre.

Lo llevaron con el mayordomo de la mansión, lo llevó el mismo hombre que lo había capturado y solo se dedicó a seguirlo con la mirada en el suelo, se suponía que no tenía modales y debía seguir apárentandolo.

Llegaron a la parte trasera de la mansión, la zona donde se atendía a los esclavos y un hombre los recibió inspeccionando al menor con la mirada.

—Bankotsu, te traigo a éste niño. Tú decide que puede hacer. —El hombre lo empujó al frente y bajó la mirada al sentir la contraria.

—Muy bien, Mukotsu. —Empezó a examinarlo mientras daba vueltas a su alrededor. De repente tomó sus manos. —Tiene manos delicadas, no servirá para cargar los costales. 

El hombre siguió verificando su cuerpo, necesitaba saber de que era capaz. No quería tener un esclavo inútil.

—Se ve muy débil para ser guardia, no parece haber trabajado antes y eso en verdad es extraño. 

El hombre tenía experiencia en esos casos. Cualquiera sabría identificar un esclavo, a leguas notaba que ese niño no era uno. Su piel era clara, no parecía haber estado bajo la abrasadora luz del sol. Sus manos suaves y libres de callosidades daban a entender que no había tocado instrumentos de trabajo. Por alguna extraña razón no pudo decir nada, supo que ese niño un noble y sus razones debía tener para mantener ese perfil bajo.

—Llévalo a las caballerizas, es demasiado débil para que haga otra cosa y Koga necesita ayuda con los caballos. 

—Como ordenes. Camina, niño. —Lo arrastró.

Inuyasha dio una última mirada a aquel hombre de larga trenza, ese hombre había ayudado a no revelar su procedencia. Le brindó una ligera sonrisa y el hombre asintió hasta que lo perdió de vista. Se sentía como un perro al ser arrastrado mientras estaba atado pero eso debía soportarlo, ya no era dueño de su propia vida.

Llegaron a las caballerizas, el lugar era enorme y había varios caballos dentro, la mayoría eran hermosos ejemplares purasangre. Adentro vio a un joven moreno que cargaba pacas de paja, se encontraba alimentando a los animales. El hombre mantenía el torso descubierto, en la frente tenía un pañuelo que era usado para absorber el exceso de sudor que su labor producía.

—Koga, tengo algo de carne fresca para ti. 

Una vez más fue arrojado con brusquedad, no pudo usar sus manos para impedir el impacto y terminó echado en el suelo. Se sentó con la mirada en el suelo, se suponía que un esclavo debía ser sumiso ante sus superiores y por más que su sangre noble le hiciera tener unas inmensas ganas de al menos defenderse, debía reprimirse por su supervivencia.

—Entendido, Mukotsu. Ahora desaparece de mi vista, tengo que instruir a este niño. 

El hombre obedeció a regañadientes, el joven dejó las pacas que cargaba y se acercó al peliplata que seguía en el suelo sin atreverse a levantar la mirada.

—Levántate y acompáñame. Mañana empezará tu trabajo, por ahora te mostraré lo que debes hacer.

Inuyasha se levantó del suelo, sacudió sus ropas y siguió al hombre de la coleta alta. Durante el resto del día le enseñó varias cosas, a alimentar a los animales y a cepillarlos pero eso ya lo sabía. Él tenía un caballo de la misma casta y solía cuidarlo hasta que fue vendido para pagar las deudas de juego de su difunto padre. Sabía todo al respecto sobre el cuidado de los animales pero debía aparentar lo contrario, Koga notó inmediatamente eso más se quedó callado, no era su asunto y así sería más fácil para él ya que no tendría que estar supérvisandolo a cada instante.

Llegó el anochecer y con eso el final de las actividades de la mayoría de los sirvientes. Koga llevó a Inuyasha a la pequeña casa que le fue dada por su trabajo, una casa cerca de las caballerizas para mayor funcionamiento.

...

...

Inuyasha ya llevaba un buen tiempo sirviendo para el ducado Taisho, le gustaba cuidar de los caballos alejado de todo lo demás. Koga era estricto y algo brusco pero le caía bien, le reprendía si llegaba a equivocarse y de algunos coscorrones no se salvaba. Aún no le había contado que era el último descendiente de los Setsuna, no se atrevía a decirlo por miedo a ser ejecutado por haber mentido.

Por ahora se hallaba cepillando uno de los caballos, el hijo del duque volvería pronto de la batalla y quería todo en optimas condiciones.

—¿Cuando me dirás la verdad, Inuyasha?. —El cepillo que usaba cayó al suelo al escuchar eso, se tensó de inmediato.

—¿De qué verdad hablas?.

—No eres un sirviente, no pareces uno. Y ningún sirviente hubiera tenido ampollas con un día de trabajo usando el tridente. Cuando llegaste a pesar de estar cubierto de inmundicia parecías un niño rico.

Miró sus manos, gracias a los trabajos forzados habían adquirido fuerza y algunas durezas. Gracias a que cargaba cosas pesadas empezaba a desarrollar músculos, ya no era aquel niño débil que alguna vez fue. 

—¿Prometes guardar el secreto?. —El hombre asintió. —No soy un sirviente y nunca lo fui. Yo soy el último descendiente de Takemaru Setsuna. Soy el único hijo de mi padre que la familia Taisho no ha cazado y aniquilado.

Koga mantuvo su boca abierta, iba a decir algo pero lo guardó para sí. Era increíble que un descendiente directo de Setsuna haya residido en su casa por todos esos meses y no se haya dado cuenta. Y era imposible deducirlo, ese joven no parecía ser hijo de esa casa y cuando los guardias le comentaron que los Taisho habían mandado ejecutar a todos y cada uno de los Setsuna había pensado que esa familia había sido borrada del mapa pero... Había uno frente a él y no sabía qué hacer o decir. No sabía si debía llamar a los guardias para que lo ejecutaran o mantenerse callado solapando a un prófugo. 

Le había tomado afecto, era como el hermano menor que nunca tuvo y todo porque sus padres no querían condenar a otro hijo a vivir como esclavo. Masajeó sus sienes buscando la respuesta a su dilema. Ignoraba al menor que ya era manojo de nervios.

El hombre suspiró con pesadez, era difícil considerando que le debía su lealtad a la familia pero... No se atrevía a mencionar nada al respecto, no quería ver como ese niño era ejecutado. Le caía bien aunque algunas veces fuera obstinado y un poco terco. Finalmente, tomó una decisión.

—No sé qué me hiciste pero... Está bien, guardaré tu secreto.

—Gracias, Koga. Te debo una.

Después de eso ambos volvieron a sus actividades, una gran confianza había entre ellos. Inuyasha supo lo que era tener un amigo por primera vez y no pudo evitar sonreír ante eso. Se sentía menos solo de lo que ya se encontraba y con los ánimos en alto siguió con su labor.

Continuará...

 


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