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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Al llegar la mañana, el general Taisho despertó. Después de haber ido a ver al sirviente de los ojos claros, había logrado conciliar el sueño. El verlo dormir tan pacíficamente, le había dado la paz que necesitaba. Y también había ayudado el recordar ese dulce beso, ese delicioso contacto que quería repetir lo más pronto posible. Lo necesitaba.

Después de comer algo, dio la orden de marchar una vez más. Quería llegar a la capital y acabar de una buena vez con todo. Al subir a Kirara y avanzar, pudo ver cómo el niño sonreía. Vio cómo trataba de reprimir una gran sonrisa mientras miraba la venda en la mano que le obligó a cambiar. Esa sonrisa boba le transmitió una calidez indescriptible, ver como trataba de reprimirse, le causaba cierta ternura y eso era lo que su día necesitaba para ser mejor.

...

...

Después de unos días, llegaron a la capital. Obviamente ignoró a todas las doncellas por estar distraído con su niño sirviente. Pero lo peor había sucedido durante el trayecto, había logrado mantener al chiquillo con él casi todo el tiempo, aunque este trataba de escaparse a cada instante de su vista. No quería que fuera a buscar a aquel hombre y por esa razón lo mantenía lo más ocupado que podía. Claramente cuidando que su herida no empeorara porque se había encargado de cuidarla por ese niño y era un pretexto para tocar su piel. Y eso no eliminaba su mal humor, quería a esos dos alejados lo más posible el uno del otro.

Al llegar al gran palacio, todos fueron distribuidos en diferentes habitaciones. Era más que obvio que no podría mantener a su sirviente consigo o todos sospecharían. Ordenó una habitación individual y cercana a la propia para Inuyasha, lo quería cerca de él y alejado del moreno. Tras haber terminado sus deberes, decidió dar una vuelta por la ciudad. Tenía tiempo de no visitarla y estar dentro le asfixiaba.

El camino al mercado había sido ameno, pudo ver como su sirviente se comportaba como un niño al verlo brincotear de puesto en puesto. Ver esa sonrisa infantil le fascinó inmensamente, tanto que era imposible reprimir una propia. Ya no era el niño tembloroso que conocía y quería atesorar cada instante de ese viaje.

En una pequeña distracción, vio como Inuyasha casi choca con cierto duque que ya conocía. Y había que decir que no le agradaba del todo. Pero, la mirada de Fujimori le desconcertó. Podría jurar que ese hombre conocía a su sirviente y eso era imposible. Al verlo hablar con su sirviente, frunció el ceño y habló, ambos lo estaban ignorando.

—¿Qué asuntos tienes con mi esclavo, Fujimori?.

—Taisho, yo...

Cuando Fujimori iba a responder, escuchó el llamado de uno de los guardias del palacio. Dejó a Fujimori por un instante y atendió al recién llegado, no era nada más que un simple anuncio sin importancia y unas cuantas palabras más.

—¡No vuelva a tocarme!.

Al escuchar el grito de una voz conocida, el general volteó de inmediato. Fujimori e Inuyasha estaban alejados de él, pero Inuyasha se veía molesto y se acercó para tratar de averiguar la razón, nunca lo había visto así. El duque del reino vecino le daba mala espina, así que se acercó y un grito más se escuchó fuerte y claro.

—¡Yo solo pertenezco al general Taisho y solo lo obedezco a él así que déjeme tranquilo!.

Palabras que le hincharon el pecho de orgullo, palabras que su sirviente había dicho y que le parecieron excitantes. Le enorgullecía que ese chiquillo fuera lo suficientemente listo para saber su posición. Y al ver reír a Fujimori, su mal genio apareció y lo encaró. Ocultó tras sí mismo a su joven sirviente y procedió a dar la cara por él.

—No me gusta que jueguen con mis pertenencias, solo yo puedo hacer uso de ellas.

Cuando Miroku Fujimori trató de averiguar más, su mal genio siguió en aumento como si en cualquier momento pudiera llegar a explotar.

—¿Qué has dicho? ¿Tu pertenencia?.

—Eso es lo que he dicho. Si tienes asuntos con él, tendrás que decirmelos a mí. Si no es el caso y por la alianza que tenemos, será mejor que desaparezcas de mi vista de inmediato.

Después un par de palabras, Fujimori se marchó para el alivio de muchos, incluyéndose. El viaje se le había echado a perder, por eso decidió volver y sin poderlo evitar, iba murmurando un par de palabras malsonantes en contra de Fujimori y su indeseada intromisión.

...

...

Al llegar al palacio y a su habitación, lo primero que quería hacer era averiguar qué tenía que ver Fujimori con el sirviente de los ojos claros. Su mente le hizo ver una y mil ideas posibles, una cada vez más exagerada que la otra. Y ver a su joven sirviente sumamente nervioso, le hizo sospechar. Además, empezaba a plantearse la misma duda de siempre, no sabía qué función tenía Inuyasha en el ducado Setsuna. No había visto a un sirviente tan bien cuidado como lo estaba Inuyasha en ese entonces. Por un momento llegó a creer que Takemaru usaba al niño para calentar su cama, pero después de haberlo tocado, descartó esa idea. No tuvo de otra que preguntar.

—¿De donde conoces al duque Fujimori?.

Al ver los nervios del sirviente, sus ansias aumentaban. Cuando le respondió, pudo ver el temor en el habla y en su mirar. Pudo ver el miedo en ese niño otra vez y asumió que era una mala señal. Se levantó de su lugar sin dejar de escudriñarlo con la mirada. Esas acciones le causaban desconfianza y no era como si en verdad confiara en el niño, desde lo sucedido con su madre, no le tenía confianza ni a su propia sombra. Y al ver que no le contestaría, recurrió a la intimidación, algo que se le daba de maravilla.

—¿De donde conoces al duque Fujimori?. —Lo tomó del mentón con algo de fuerza, la mirada dolorida le molestó pero hizo caso omiso y esperó su respuesta.

—No lo sé, no lo recuerdo.

Hastiado, lo besó. Lo hizo con suavidad para así disfrutar esos labios y evitar escándalos innecesarios. Como antes, su sirviente solo se quedó quieto, sin mover ni un solo músculo y no le tomó importancia. Siguió ese beso hasta que sintió que debía separarse estrictamente. Su mano cubrió la tersa mejilla, aun se sentía molesto por la actitud confianzuda entre Fujimori y su sirviente, necesitaba dejar en claro a quien debía obedecer y le ordenó aclararlo para que no tuviera dudas.

—Yo le pertenezco, mi señor. Solo a usted le serviré y jurare mi lealtad.

Esas palabras le parecieron sumamente excitantes, amaba escucharlas y planeaba hacerlo más seguido. Después de haber aclarado ese asunto, solo se limitó a descansar en aquella lujosa y amplia habitación. El gran día estaba a nada de llegar y ya preveía las aburridas pláticas de poder, política y guerra de los nobles. También la galantería de su mano derecha y a los padres de alta alcurnia presentando a sus hijas. Nadie sabía leer su mirada de hastío al recibir peticiones de matrimonio o su fastidio al ver a los nobles hablar de guerra sin haber pisado nunca el campo de batalla, hombres que solo se dedicaban a beber buen vino y criticarse entre sí. Personas así le enfermaba pero, si quería evitar problemas militares para su señor padre, debía comportarse a la altura.

Antes de que una jaqueca lo empezara a molestar, decidió solo mirar al niño que miraba todo menos a él. Ver ese rostro perfecto, era algo satisfactorio.

Continuará...

 


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