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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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El día del banquete había llegado, el general Taisho tuvo una idea para no sentir el evento tan tedioso y era, llevar a Inuyasha con él. Poniéndole buenas ropas seguramente pasaría por alguien influyente, aunque eso realmente no importaba. Si alguien llegaba a cuestionarlo, bien podría conocer de cerca el filo de su espada. Estaba en la gran habitación, aun preparaba lo que necesitaría y debía preparar todo lo demás. Mandó a llamar a una de las mujeres que servían para la limpieza, le atendieron de inmediato.

—Lleven esta ropa a mi sirviente personal, ayúdenle a vestirse y díganle que lo estaré esperando.

—Como ordene, excelencia.

Cuando la mujer se marchó, se acercó al ventanal y miró el exterior. En esos días había realizado acciones muy osadas, imprudentes y desvergonzadas. Durante el trayecto del viaje, había aprovechado hasta la más mínima oportunidad para mantener a su sirviente a su lado. Incluso, había probado esos labios furtivamente. Había pensado en subir a un nivel intenso, pero la verdad era que no quería dañarlo. Muy en el fondo, odiaba ver esas saladas lágrimas enrojecer aquellos ojos claros.

Siguió reflexionando por un rato, miró el cielo empezar a oscurecer y el suave sonido de golpes en la puerta, lo sacó de su profundo letargo. Su sirviente había llegado. Le abrió y se sorprendió al verlo, ese niño realmente parecía todo un aristócrata. Le recordó a la primera vez que sus ojos se encontraron, aunque en esta ocasión no había un río de sangre entre ambos.

...

...

El general Sesshomaru Taisho galardonaba con su presencia a los altos nobles, aunque ninguno era tan poderoso como su señor padre, solo su majestad estaba sobre él y aun así, aquel hombre respetaba a su padre. Después de todo, el mismísimo gobernante del reino le había otorgado ese título.

Contestaba con monosílabos o simplemente asentía, era tedioso ver y escuchar como aquellas personas mostraban sus ostentosas joyas y presumían insignificantes luchas. Era como ver a una parvada de pavo reales jactarse de cosas sin sentido. Al igual que él, Naraku Ayakashi mostraba indicios de su aburrimiento. A final de cuentas, ambos eran hombres acostumbrados a los sangrientos campos de batalla y no una fiesta con una banda de payasos con poder. Aunque, solía darle miradas a su sirviente. Inuyasha estaba en un rincón observándole. Dejó de prestarle atención por un rato, no quería que sus pensamientos fueran todos en torno a ese niño.

Transcurrido un tiempo, el general se permitió dar una mirada a su sirviente. Grande fue su sorpresa al no verlo en donde anteriormente lo había visto, no se alteró. Esperaba que tal vez había ido a beber algo o estaría en otro lugar descansando. Pasados unos momentos, su paciencia estaba hasta el tope y en consecuencia, miles de imágenes en donde su sirviente escapaba, aparecieron. O peor aún, que el niño estuviera con cierto sirviente de ojos azul claro. Sin mostrar sus verdaderas intenciones, empezó a buscarlo en los alrededores. Literalmente había revisado cada centímetro del gran salón y nada, no aparecía por ningún lado. Antes de siquiera llamar a toda la guardia real que comandaba, optó por buscarlo en el gran jardín. No quería armar un revuelo antes de tiempo, pero si no llegara a estar ahí, toda la guardia lo buscaría hasta debajo de las piedras.

Al llegar, maldijo a todo lo existente. Frente a él estaban Fujimori y su sirviente, el hombre mayor tomaba entre sus manos el rostro de su sirviente con una confianza que le irritaba. Ver que el niño no se mostraba asustado o trataba de evitarlo, hizo que sus puños se apretaran con fuerza, al punto que sus nudillos se mostraban blancos. Aún así, siguió viendo esa escena mientras sentía como si le atravesaran el pecho con una filosa espada. No podía moverse, solo podía ver como ese par hablaba, como si fueran lo único en el mundo. Cuando vio a Inuyasha abrazar al duque, pudo sentir algo agrietarse en su interior. Estaba furioso, quería ir y atravesar a Fujimori con su espada pero, ver la alegría en el rostro de aquel niño de cabellos plata, lo detuvo. Dio una última mirada a ese emotivo abrazo y volvió al gran salón como si no hubiera visto nada.

...

...

El teniente general Naraku Ayakashi, nunca había visto a su general tan furioso. En todos los años que llevaba luchando codo a codo con él, nunca había visto que algo le enfureciera tanto y no sabía lo que era. Lo había visto marcharse de la celebración y había ido en su búsqueda pero se lo encontró de camino al gran salón. Al verlo, notó sus puños fuertemente apretados y su centelleante mirada dorada, podía jurar que sus ojos parecían un par de ardientes hogueras o las mismísimas llamas del infierno. Por su propia seguridad, no había dicho nada y lo había seguido de regreso. Necesitaba ver que iba a hacer.

El hijo del gran Inu no Taisho estaba tan furioso y confundido, no entendía que era la aflicción que tenía el ''otro general''. Pero si sabía el motivo de su ira, como bien lo había dicho, odiaba que tocaran sus pertenencias y Fujimori lo había hecho tan descaradamente que ya preveía un asedio en contra de ese hombre y había que mencionar que no sería piadoso, Fujimori conocería el infierno en la tierra, tanto que suplicaría por su muerte. Justo como Himura lo había hecho al podrirse en aquel húmedo y oscuro calabozo. Y aun así, no sería benevolente. Si se llegaban a meter con sus pertenencias, pagarían un precio muy caro.

Cuando entró al gran salón, fue rodeado nuevamente y eso solo le asqueó. Incluso las personas que vieron el furor de sus ojos, instintivamente dieron un par de pasos atrás. El sentido de la supervivencia les hacía alejarse lo más pronto posible de ese fiero hombre. E ignorando a todo el que le habló en el camino, el general se acercó a la mesa de bebidas y empezó a beber diferentes copas con variados tipos de alcohol. Quería llenar el vacío que sentía con alcohol. Y claro, no había dejado de maldecir a Fujimori y a su sirviente. Los dejaría disfrutar por un rato, después llegaría el castigo por esa humillación a su persona.

Continuará...

 


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