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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Notas del capitulo:

Perspectiva del general/hijo del duque/Sesshomaru.

 

Decir que estaba furioso era muy poco, acababa de ver con sus propios ojos como aquel sirviente que creyó inocente, se lanzaba a los brazos de su nuevo enemigo. Y como no había querido seguir viendo ese ambiente en el que parecieran ser ellos lo único en el mundo, fue en búsqueda de algo que le ayudara a sentirse mejor y a bajar un poco el nivel de rabia de sí. Necesitaba hacerlo antes de cometer una masacre, no debía volver a hacerlo. Pero sentía inmensas ganas de desahogarse de inmediato.

Durante su camino de regreso, se topó con su mano derecha y una mirada bastó para indicarle que no estaba de humor para aguantar su palabrería sin sentido. En verdad lo último que deseaba era soportar a Naraku Ayakashi y sus consejos que no servían para un demonio. Y de pensar en ellos, ardía aún más.

Al llegar al gran salón, hizo lo mismo con los presentes que querían volver a atosigarlo, una mirada suya y todos salieron huyendo de su camino. Justo como debía ser.

—¿Qué sucede contigo? Estás asustando a todos. —Se le acercó el teniente con cautela, tampoco quería arriesgarse a morir en manos de su superior.

—Cállate. —Gruñó como respuesta.

El general Taisho se tomó de golpe una copa de vino o al menos eso parecía a simple vista, no estaba prestando demasiada atención a ese insignificante detalle. Lo que quería era beber hasta dejar de pensar en ese abrazo cálido y ese ambiente acogedor. Esas lágrimas que brillaban con la luz de la luna, le hicieron pensar que tal vez su sirviente haya tenido un amorío con Fujimori y ese era el reencuentro de dos amantes. Aunque seguía sin saber cómo es que se conocían y en ese momento no le interesaba saberlo.

Y así pasó un rato, el general bebió y bebió ante la mirada preocupada del teniente. Pero aun así, seguía fúrico y unas cuantas copas de alcohol no iban a calmarlo. De repente, el causante de su ira aparecía como si nada hubiera pasado y eso solo aumentó esa emoción negativa que tenía.

—¿Dónde estabas?.

Lo miró con detenimiento, una parte de él le pedía a gritos que dijera la verdad y la otra exigía que lo golpeara por su insolencia. Ignoró a ambas partes y decidió esperar la mentira, porque ver ese rostro transparente le hacía ver que le mentiría y esa humillación planeaba cobrarsela. Después de un intento de patética excusa, que en verdad era una mentira, el teniente interrumpió. Pero estaba lo suficientemente mareado como para reprenderlo.

—Mi general, será mejor que vayamos a su habitación antes de que haga algo de lo cual se arrepienta después.

Lo alejó de sí de un manotazo, no era un adolescente en su primera prueba de alcohol para que se tomara esas libertades con su persona. Pero siendo sincero consigo mismo, necesitaba ayuda para mantenerse erguido pero el único que podía tener ese derecho de ayudarle en tan deplorable situación, era sin duda su sirviente personal, su mentiroso y prontamente corregido sirviente personal.

Después de que forzosamente se despidiera de ese montón de hombres importantes e insoportables, guió a su incauto sirviente a su castigo.

...

...

Despertó con una terrible resaca, se sentó en lo que parecía ser su cama y sostuvo su cabeza con una de sus manos. No bebía muy a menudo y no recordaba porque lo había hecho. A parte de estar mareado, su cabeza se sentía pesada y por si fuera poco, sentía que algo importante había pasado pero no lograba recordarlo. Los recuerdos de la noche anterior se veían bastante borrosos y no lograba visualizarlos bien. Se paralizó en el momento en el que escuchó un jadeo adormilado y un movimiento a su lado. No recordaba haber contratado los servicios de una cortesana.

Al mirar a su lado, una vista que no pensó ver tan pronto, apareció ante él. Pudo ver una desnuda espalda esbelta y fuerte, una piel acariciada por el incesante sol y una cascada de cabello platino brillante. Imposible no reconocer esa apariencia exótica. Obviamente notó que su sirviente no poseía prenda que lo cubriera, su mano se dirigió a la sábana y alzó dicha prenda, para su buena —o mala— suerte, su joven sirviente no estaba del todo desnudo. Y despabilándose un poco, se dio cuenta que sus propias prendas estaban en su sitio, desarregladas pero en su lugar.

Unos toques en la puerta hicieron que dejara de mirar a su sirviente, esa molesta voz tras la puerta era bastante conocida y odiada por él. Cubrió al chiquillo de nuevo y se levantó, antes de salir, se retiró el uniforme en mal estado y simplemente se colocó una bata. Antes de dar un paso, la puerta ya estaba abierta y la compañía innecesaria dentro.

—Largo.

—General, solo vine a ver si seguía con vida. Ayer prácticamente te terminaste todo el alcohol del banquete, tanto que hasta te tomaste el mío.

—Cállate. —No recordaba nada y presentía que de todo lo que olvidó, eso era irrelevante.

—Por lo que veo tuvo buena compañía anoche.

Por haber salido deprisa, había olvidado la puerta que conducía a su dormitorio, había olvidado cerrarla. Desde la distancia en la que se encontraban, únicamente podían ver la pequeña figura entre la desordenada cama. Inmediatamente se posicionó frente a la puerta evitando que el teniente siguiera inmiscuyéndose en donde claramente no le incumbía. El general trató por todos los medios de evitar que ese hombre siguiera tratando de ver sobre sus hombros a su sirviente dormilón. Si se movía, corría el riesgo de que fuera descubierto.

—¿Quién es? ¿Es tu ''aparición''?.

—Una mirada y te arranco los ojos. —Advirtió. El teniente hizo un mohín demasiado infantil para su edad.

—Déjame verla, prometo que no le haré nada. Solo tengo curiosidad de ver a esa deidad de la belleza que logró adueñarse hasta de tu sueño.

—Una mirada y te arranco los ojos. —Repitió. Eso bastó para que el teniente dejara de tratar de asomarse y se dirigiera a una silla cercana. 

—Al menos dime qué fue lo que usó para atraparte. Fueron sus... O su... —Hizo movimientos un tanto vulgares según el general, sobre su pecho y su parte trasera, en forma de que supo de inmediatamente a qué se refería. Algo irónico ya que pensaba lo mismo en el momento que se reencontró con su sirviente aquella noche.

—Sus ojos. —Contestó de manera distraída, recordando aquella noche que causó todo su caos mental.

—¿Que?.

—Fueron sus ojos. Cuando sonríe, brillan tanto como el sol. Cuando tiene miedo, se oscurecen y se empañan. Cuando se enoja, se vuelven rojizos y tienen un furor especial. Son únicos, aunque solo me ha dirigido miradas sin brillo y húmedas. Me teme. —Finalizó con un suspiro.

—Conociéndote, seguramente le brincaste encima como animal en celo y la asustaste. —El general se mantuvo en silencio y desvió ligeramente la mirada, técnicamente eso había hecho. —Lo sabía. En fin, a las mujeres de ahora les importa la posición social, entre más alto estés en esta cadena, más pronto estara a tus pies.

—No le interesa nada de eso.

—Entonces cambia tu actitud, hasta yo que te conozco desde hace mucho, temo de que me mates en algún momento y sin aviso. Debes ser caballeroso, escuchar todo lo que diga y sonreírle, eso les gusta. Sobre todo, si te teme evita mirarla extraño.

—¿Extraño?.

—Si, extraño. Justo como me estás mirando ahora. —La mirada seria del general Taisho asustaba, un dato que el teniente Naraku Ayakashi aprobaba. —Eso la mantendrá alejada, cambia toda tu actitud y verás que dejará de temer. Aunque dudo que lo aún lo haga considerando lo que me prohíbes ver.

—Debo... ¿cambiar?. —Murmuró para sí mismo.

Si quería que su sirviente dejara de temer, debía ser menos arisco y evitar toda clase de comportamiento habitual. Todo si quería que sus fantasías se cumplieran de inmediato. Aunque, solo de pensar que terminarían, le dejaba un extraño desazón. 

Continuará...

 


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