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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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El general vio como su sirviente se marchó, empezó a reflexionar sobre sus actos. Sus acciones consideradas desvergonzadas, aun retumbaban en su mente. Nunca creyó que él haría algo de esa categoría, seguía sin creérselo. Pero, haber visto esas excitantes expresiones en aquel platinado, hizo que no se arrepintiera de sus actos.

Al final, solo estaba experimentando sobre los placeres que un hombre podría ofrecer. Ver lo satisfactorio que era escuchar los gemidos de su sirviente, le hizo pensar que debía tomar ese cuerpo como suyo y marcarlo para que nadie más se atreviera a tocarlo. Hacerlo suyo hasta que su nombre se fundiera en aquella piel bronceada y hasta que su sirviente solo fuera capaz de decir su nombre. Habían mil y una cosas que quería hacer pero que estaba seguro de que su sirviente no accedería y siendo sinceros, si estuviera en su lugar opinaría lo mismo.

...

...

Después de aquella charla con el teniente, el general Taisho decidió cambiar completamente su personalidad. Si a su sirviente le asustaba su verdadera esencia, su deseo no se cumpliría. Quería que todo fuera por voluntad propia, que ese chiquillo se entregara a él sin objetar y con intenciones verdaderas. Sería difícil pero si se comprometía, lograría sus metas.

Lo difícil era que Naraku Ayakashi le sugirió hacer cosas que regularmente les gustaba hacer a las señoritas. Y no era como si le fuera a decir a Ayakashi que trataba de cortejar a un hombre, no a la bella doncella que aquel hombre creía. Pero, ni siquiera había sido condescendiente con una mujer, sería difícil hacerlo con un hombre. Pero siendo el general más temido del imperio, esas acciones serían difíciles más no imposibles. Lo único que se le ocurrió por hacer era llevarlo de paseo, porque su sirviente se mostraba animado durante los paseos que daban en la ciudad. Aunque esos paseos servían más para sí mismo, sus problemas pasaban a segundo plano cuando veía a aquel chiquillo ir de allá para acá y de puesto en puesto.

Asimismo, también se encargaba de curarle. Porque parecía demasiado distraído como para recordar que una herida en su palma podría empeorar, estando en la ciudad, era fácil obtener medicina de primera categoría para ayudar a una mejoría más eficaz. Y gracias a eso, su sirviente se mostraba más complaciente.

Los intentos de escape habían sido reducidos a nada, ese chiquillo ya no trataba de escabullirse de su presencia para ir a buscar al cuidador de los caballos y también había dejado de hablar tan animadamente con las mucamas. Naraku Ayakashi lo llamaría posesivo y por primera vez, le daría la razón sin rechistar. Porque en verdad era posesivo con sus pertenencias y más aún con la que le quitaba el sueño.

Y esa burbuja de felicidad momentánea, se rompería. Ya casi se cumplía el mes que tenían y entre banquetes, paseos y besos ya no tan forzados, lo había sentido corto. Por esa razón debía aprovechar cada instante. Al final no hizo lo que planeaba en un principio, estaba seguro que probaría más allá de lo permitido en su sirviente pero, verlo tan cerca de él y algunas veces, tan frágil, hizo que cediera a la razón. Decidió que todo debía ser consensuado.

Tal vez era hora de un último paseo, así dejaría de lado la desazón que eso traía.

...

...

El general Taisho guió a su joven sirviente por una ruta poco transitada. Caminaron por un rato hasta solo ver los verdes y tranquilos campos que rodeaban la ciudad. Al ver que el terreno libre causaba una tranquilidad agradable, el general optó por empezar una conversación trivial. Con las manos tras su espalda, miró a su sirviente y una fugaz duda apareció nuevamente. Aprovechando la intimidad que ya había logrado obtener con anterioridad, la sacó a relucir.

—¿Qué hacías antes de que te trajera al territorio del duque?.

La respuesta fue simple pero a la vez compleja. Eso explicaba el porqué no parecía un sirviente como todos los demás. Además, no era como si supiera cuántos hijos en total tenía Setsuna pues era un dato irrelevante. En el reporte mencionaban a seis reconocidos que en ese tiempo habitaban la mansión pero él solo había asesinado a cinco. No le tomó importancia dado que el sexto bien podría haber escapado con los demás pero, habían matado también a los bastardos y eso aseguraba que nadie quedaba. Inclusive habían revisado a Fujimori, sabía que la difunta duquesa de Setsuna era perteneciente a esa casa y que tenía hijos de Setsuna. Y por su bien, Fujimori mostró que no había ni un solo fugitivo en sus tierras. Aun si se trataran de parientes, debía respetar la alianza que tenían para evitar entrar en guerra. Y eso explicaba cómo era que Fujimori conocía a su sirviente.

Y esos pensamientos eran irrelevantes en ese momento, decidió ser sincero y ver la reacción de su sirviente.

—Para ser sincero, creía que calentabas la cama de ese traidor.

Si fuera alguien común, hubiera reído ante la expresión horrorizada de su sirviente. Por cosas como esa, le agradaba tenerlo cerca. Era tan fácil de molestar, de avergonzar que realmente le costaba reprimir sus propias emociones. Pero esas reacciones le hicieron darse cuenta que esa especulación no solo sonaba ridícula, en verdad era ridícula. Y si bien entre el género femenino, Takemaru Setsuna era proclamado como un ser verdaderamente apuesto al igual que sus vástagos, dudaba que alguien tan pudoroso como su sirviente viera algo más allá de un hombre tiránico y egocéntrico. Si no caía ante él, menos con el difunto Setsuna.

—Descuida, lo sé.

Terminó por decir al ver la expresión tan ocurrente. Si bien le gustaba burlarse de él, debía mesurar su comportamiento.

Después de un silencio, empezó a relatar un poco de su vida. El día en que su padre le obsequió a Ah-Un cuando recién empezaba a superar la muerte de su amada madre, la primera herida con espada que recibió en su entrenamiento y algunas cosas más. También el día en que su padre le presentó a los Ayakashi y como el hijo de esa familia se había pegado a él sin siquiera preguntar, incluso el día que estuvo a punto de morir en una emboscada y solo su fiel caballo lo sacó arrastrando de la masacre. Ver lo maravillado que estaba su sirviente, le alegró profundamente y le evitaba arrepentirse por abrirse tan de repente.

Y a su vez, escuchó las vivencias de un huérfano en compañía de los hijos de Setsuna. Que lo maltrataran era de esperarse, era raro que los nobles trataran como personas a sus sirvientes. Verlo apretar los puños de manera inconsciente, le hizo alegrarse por el destino de aquella cruel familia. Pero después de relatos deprimentes, pasaban las sonrisas y ligeras risas por parte de su sirviente. Eso era lo que quería ver y oír. 

Le contó sus gustos y sus disgustos, sus objetivos y aspiraciones. Escuchó lo que el sirviente tenía que decir y ver aquella sonrisa brillante, hizo que la realidad que se avecinaba, fuera olvidada por un rato. Se sentía raro por actuar de esa manera pero ver la cercanía e intimidad que había logrado obtener, hacía que su esfuerzo valiera la pena.

Nunca espero que el ''otro general'' se emocionara con solo hablar, que estuviera complacido con esas acciones. Esperaba que solo quisiera las tres cosas que pensó en el inicio: Él, su sirviente y una cama.

Dejando de lado sus tormentosos pensamientos, decidió seguir prestando atención a las palabras de su sirviente y así disfrutar el que parecía ser el último paseo juntos.

Continuará...

 


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