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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Notas del capitulo:

Perspectiva del General/Hijo del duque/Sesshomaru

Después de todo lo ocurrido en la capital, llegó la hora de volver a casa. El general realmente estaba satisfecho con todo lo que había hecho durante su estadía en el palacio, haber visto la cara de su sirviente contraída por el placer que él le provocó. Haber visto esas expresiones tan lascivas le había gustado y ya no esperaba a ver que pasaría cuando le diera a probar los verdaderos placeres que aún desconocía. Y a su vez, así podría comprobar que tanto placer le podía brindar un hombre. Si eso seguía así, pronto su sirviente le rogaría que marcara su piel como nadie antes lo había hecho.

Cuando su campaña estuvo frente a la mansión, notó algo que lo enfureció enormemente. El trato demasiado cercano entre el cuidador de los caballos y su sirviente favorito. Al ver esa acción, se dio cuenta que tal vez al moreno de la coleta le sobraba un brazo y que podría trabajar con uno solo. Porque su mirada no dejó de mirar esa escena y porque ya no podría mantener a su sirviente bajo su ala lejos de la vista de todos los demás. Y cuando su sirviente volteó a verlo, su expresión no cambió ni un poco. Odiaba que tocaran sus pertenencias y para no armar escándalos estando tan exhausto, lo dejó pasar. Ya arreglaría ese asunto con la cabeza fría.

...

...

Después de un mes de disfrute, llegó el trabajo. El papeleo que el general debía ver y firmar, era demasiado. Su trabajo no solo era aplastar a sus enemigos, también se incluía las relaciones públicas y tratados entre los demás territorios. Del pueblo, los impuestos y demás vasallaje, se encargaba el mismo Inu no Taisho en persona. Porque tratar con las personas no era fuerte del general y quien como su experimentado padre para hacerlo y lidiar claro con los problemas de los habitantes de su territorio.

Tanto trabajo había que no se le permitía escapar de él, no podía ir a las caballerizas con la excusa de cepillar a Ah-Un para poder ver a su sirviente favorito. No podía salir de su oficina sin retrasar su trabajo, antes que todo estaban sus responsabilidades. Aun si eran demasiado tediosas.

Cuando el general Sesshomaru Taisho pensó que se había librado del trabajo, repentinamente llegaron informes de tropas reuniéndose en la frontera de su territorio. No habían atacado todavía pero por el bien de los ciudadanos del territorio Taisho, debía cerciorarse. Una guerra a esas alturas se veía inevitable, no quería que eso pasara.

Por lo que se mantuvo en el despacho con Ayakashi planeando estrategias para acabar rápidamente con sus enemigos.

—Mi general, aquí están los informes que pidió. Según los datos que me dio el capitán, el rendimiento en las tropas ha bajado. Se cree que no podrán derrotar ni un solo batallón.

—No puedo distraerme un poco porque estos holgazanes harán lo que les venga en gana. —Llevó la mano a su rostro con cansancio. —¿Los gemelos no han enviado más informes?.

—Solo lo que ya sabemos, las tropas de Ryuukotsusei siguen rodeándonos. Según los demonios esos, esperan que ataque en las próximas semanas.

—Si guerra quieren, guerra les daremos. Informa a las tropas, el entrenamiento intensivo empezará mañana a primera hora. No quiero a nadie tarde y eso te incluye, que seas mi mano derecha no te dará beneficios. —Espetó.

—Bien, bien. Ahí estaré.

Tras eso, la plática seria volvió a empezar. 

...

...

Llegó el día, aunque el sol aún no hacía su aparición cuando el general Taisho ya tenía a sus soldados en el patio de entrenamiento. Las caras somnolientas eran visibles, el mal humor era palpable. Pero eso no inmutó al general, él estaba decidido a traer de vuelta a sus soldados al camino de la disciplina.

—Mírense, tan patéticos. —Reclamó. —Entrenaran hasta que caiga el sol y comenzarán al alba, no soportaré holgazanes en mi batallón.

—¡Sí, excelencia!.

El entrenamiento arduo empezó, necesitaban reafirmarse. La batalla no daría tregua y eso era algo que sabían todos los presentes.

—Pongan todo su esfuerzo, no por ustedes ni por mí. Piensen en sus mujeres y niños, cuando la línea sea atravesada los primeros en caer serán los habitantes del territorio. La guerra no perdona a nadie, ni a la mujer más recatada ni al niño más pequeño. Por ellos, esfuércense y enorgullézcanme.

Por primera vez en su vida, el general Taisho dio un discurso tan emotivo. Todos se sorprendieron por esa acción y por la verdad en sus palabras, todos parecían renovados y el entrenamiento siguió más enérgico que nunca. Sesshomaru Taisho sabía que lo primero en caer sería la mansión del duque, después la suya y ahí estaba el problema. Si atacaban su mansión matarían a todos los habitantes, los sirvientes serían asesinados, las mujeres ultrajadas y los que sobrevivieran serían tomados como prisioneros. Algo que él sabía muy bien, muchas veces él era el que conquistaba territorios. Pero, por más egoísta que sonara, solo le interesaba el bienestar de Inuyasha.

No quería ni siquiera imaginar lo que a su sirviente podría ocurrirle, no quería ver esas crueles escenas. Por eso, debían esforzarse para librarse de todo, proteger a los habitantes y a Inuyasha.

Después de un rato de dar órdenes, el general Taisho se sintió observado. No podían ser sus hombres, los tenía esforzándose al máximo por lo que estaban ocupados en sus asuntos, algunos peleaban entre ellos o simplemente se encontraban levantando pesadas pesas de hierro. Después de mirar disimuladamente, notó a un infiltrado detrás de un muro. Con algo de gracia notó la mirada devota de su sirviente favorito. Y como parecía querer estar oculto, decidió simular que no lo había visto. Le daría ese pequeño gusto. Cuando uno de sus hombres lo distrajo, se dio cuenta de que Inuyasha había escapado. Se sintió renovado con su presencia, así que estaba bien.

...

...

Inu no Taisho había llegado a su mansión, como cada que partía a la guerra. Eso hizo que los rumores se esparcieran aun más. Pero el general no hizo nada por callarlos, eso era demasiado tedioso. Simplemente se enfocó en sus asuntos y dejó pasar esa acción insignificante.

Llegó la noche antes de su partida, el general estaba inquieto. Cuando partía a la batalla llegaba a tardar meses e incluso años, no quería dejar sin protección a Inuyasha y claro, no lo quería dejar solo con el sirviente de la coleta. Pero y por más que lo quisiera, no llevaría a Inuyasha con él. Era demasiado peligroso, porque incluso él podía no regresar con vida. Simplemente decidió ir a ese lugar en donde se habían reencontrado, en donde los pensamientos extraños habían empezado.

Con paso decidido se encaminó hacia el lago, era un buen lugar para meditar. Miró el cielo estrellado, el fulgor de las estrellas le recordaba a los claros ojos de su sirviente cuando platicaban de cualquier cosa. A esa chispa de emoción reflejada en su mirar, era gratificante imaginarlo. Después de un rato perdido en su mente, escuchó pasos acercarse. Pero estaba seguro que nadie a excepción de él o Inuyasha vendría a ese lugar de noche. Una pequeña sonrisa se asomó y le ordenó acercarse porque parecía querer escaparse. Ahí podrían despedirse sin interrupciones ni ojos prejuiciosos.

—Deberías estar durmiendo, debes estar descansado para mañana. —Habló después de unos momentos.

Más el general no recibió respuesta alguna. Descartó la idea de despedirse, era demasiado íntimo y aun no llegaban a ese tipo de trato tan cordial. Decidió retirarse, un tirón en su brazo se lo impidió. Cuando iba a reprender a su sirviente, vio el estado en el que estaba.

El general notó la mirada en el suelo de Inuyasha, algo que no pasaba desde que se habían conocido y temblaba. Cuando empezaba a cuestionarse ese repentino comportamiento, escuchó el ligero lloriqueo y aun en contra de su voluntad, se conmovió.

—Voy a volver, no me tomes por alguien débil.

Dijo lo primero que se le vino a la mente, nunca había estado en una situación así. Tanto que ni siquiera sabía como reconfortar a alguien o porque siendo él como era, sentía la necesidad de hacerlo. Y al parecer había funcionado, dado que Inuyasha lo soltó tras esas simples palabras. Eso lo sorprendió y dadas las acciones, empezó a creer que el trato que le daba había creado alguna clase de dependencia hacia él. Tal vez eso lo llevaría un poco más rápido hacia sus planes.

—Tendrás que esperarme, tú tienes algo que quiero y cuando regrese, me lo darás.

Parecía funcionar, Inuyasha se había calmado y al parecer, de acuerdo con sus palabras. Eso lo complacía, estaba a nada de probar los placeres de ese niño. Después de probar sus labios una vez más, lo llevó de vuelta a la cabaña en la que vivía. Al volver trataría de darle una propia para que ya no viviera acompañado por el otro sirviente. Y habiendo visto a Inuyasha perderse tras la puerta, se marchó para descansar pues el día siguiente sería pesado y agotador.

Continuará...

 


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