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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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Lo que antes había sido un ambiente agradable, se había vuelto todo lo contrario. Inuyasha sentía que el tiempo se había detenido ante el silencio del general. Prefería que lo golpeara o gritara, todo menos ese crudo silencio. El hombre lo miraba, una mirada que no pudo descifrar. Antes de suplicar por perdón, el general rompió el silencio.


─La primera vez que te vi, pensé que nadie en este mundo podía ser tan puro e ingenuo como lo eras. Te veías tan inocente que me daban ganas de corromperte hasta el llanto. Pero, cuando me tomé la libertad de conocerte mejor, me di cuenta que eso era lo que me gustaba de ti, lo que te volvió mi posesión más preciada. 


─Yo...


─A veces temía tocarte, temía que si te tocaba podía llegar mancharte. Temía que si llegaba a abrazarte, podría romperte como a una delicada pieza de cristal. Quería probar cada parte de ti, ver cada una de tus facetas y hacer que hicieras todo por voluntad, dejando de lado la obligación. Realmente me di cuenta que eras tan único que quería todo de ti. Durante todo este tiempo siempre me debatía entre destruirte y protegerte.


Las palabras del hombre, calaron en su corazón. Se sentía tan mal por haberlo engañado pero, aún prevalecía la esperanza en que la benevolencia del general fuera tan grande como para perdonar todo lo callado. Y aumentaron en el momento en el que el hombre se acercaba a él y lo tomaba del mentón. Recibió un beso como los de antes, su corazón latió con emoción. Antes de que pudiera tocar a su señor, este lo empujó de un manotazo.


─Y ahora dime, ¿Qué te separa de las rameras que usan su cuerpo para su conveniencia?.


La mirada desdeñosa y la expresión de repudio terminaron por romperlo. El hombre lo miraba como si fuera repugnante, la peor de las escorias y siendo sincero, así se sentía en realidad. Inuyasha sabía que la familia Taisho estaba obligada a odiar a los traidores Setsuna, que el general Taisho odiaba la traición, las mentiras y aun así, había osado mentirle al hombre más temido del imperio. Tal vez había dicho su verdad demasiado temprano, pero si tardaba más, hubiera sido mucho peor.


Ni siquiera podía llegar a entenderlo, el ambiente lleno de excitantes caricias y toques prohibidos se había ido, tal vez por siempre. Realmente estaba arrepentido por callar, por pretender que el general jamás se enteraría de la verdad o por permitir que las cadenas también atraparan su corazón. Porque enamorarse y callar era doloroso, porque amar a un hombre era prohibido y solo traería sufrimiento, más aún si se trataba del mismísimo Sesshomaru Taisho. Pero él no pidió enamorarse, no pidió que el general hiciera con su persona todas esas escandalosas acciones y no pidió ser tan débil ante él. Nunca pidió que su plan de una larga y tranquila vida se viera estropeado por su debilidad.


─Me engañaste, lo único que querías era entrar a mi cama para mantenerme ciego. Todo este tiempo me viste la cara de estúpido. Usar tu cuerpo para tentarme y asegurar tu supervivencia, es algo que un asqueroso traidor de tu calaña haría. No debí ser tan imbécil, nada ni nadie en el mundo es tan perfecto como creí que tú lo eras. ─La ira en su voz era palpable, el orgullo de ese hombre estaba por los suelos. Inuyasha no notó la dolorosa ironía en sus palabras. ─Felicidades, lograste engañarme y burlarte de mí. Ahora responde, ¿porqué? Pudiste tenerme comiendo de la palma de tu mano si seguías con este teatro para salvar tu cabeza.


─Porque lo amo. Porque mi amor por usted es más valioso que mi vida y porque no puedo dejar que un sentimiento tan puro se corrompa con algo tan repugnante como lo son las mentiras.


El general río sin gracia, una risa que daba más miedo que ver al hombre con una espada cubierta de sangre. Una espada que quisiera ver enterrada en su pecho en ese momento, no quería seguir viendo esa expresión tan hiriente aún si era consciente de que la merecía.


─Un Setsuna tenías que ser, lo único que sale de tu boca son mentiras. Pero no voy a volver a caer otra vez. No soy tan ingenuo como para caer dos veces.


Inuyasha terminó por ser arrastrado lejos de ahí y sin saber a donde. No le importaba nada, ni el dolor punzante en su brazo, la mirada del general o su expresión furiosa, su mirada estaba perdida y su mente se hallaba mostrándole una y otra vez las palabras hirientes, el repudió del general y más, todo con la intención de herirlo.


Simplemente se dejó llevar a donde sea que lo llevaran, ya nada podía ser peor en su situación. Al llegar a la mansión, escuchó voces pero no era capaz de ubicarlas. Tan perdido estaba que ni siquiera se dio cuenta que ya estaba dentro de una oscura y húmeda celda del calabozo. Cuando reparó en su situación, simplemente se sentó en una esquina y abrazó sus piernas.


El castigo se le había otorgado, siempre lo esperó, más una parte de él le decía que el general perdonaría su falta. Pero, una parte muy dentro suyo también le recordaba lo inevitable, la familia Setsuna era repudiada por la familia Taisho y eso no cambiaría aun si tuviera sentimientos por el general. Al ver el lugar en el que se encontraba, supo que su destino era inevitable.


Solo le quedaba ver esa cicatriz en la palma de su mano, la marca de un bello recuerdo. Una marca que ya no valía nada a los ojos del general pero que estaría con él por siempre, recordando lo vivido. Lo único que podía hacer en ese lúgubre lugar era llorar en silencio y suplicar a quien fuera que le oyere, una muerte rápida. Había vivido una vida corta, pero placentera. Todo desde que supo que amaba al temido general Taisho.


El lugar estaba tan oscuro que no sabía cuánto tiempo llevaba ahí, solo era iluminado por la tenue luz de las antorchas pegadas al muro fuera de la celda. El lugar era frío, tanto que no sabía si moriría de hipotermia o inanición. Pero nada importaba, quería morirse de una vez llevándose como recuerdo los cálidos besos que había recibido, las atenciones que el general le había brindado y esas caricias que llegaban a encenderlo con rapidez. Tras besar su cicatriz buscando la calidez de el que una vez fue su señor, se quedó dormido en esa incómoda posición, abrazándose a sí mismo, tratando de calentarse.


Cuando despertó, sintió el cuerpo cálido y rodeado de un aroma conocido. Un aroma tan nostálgico que podía echarse a llorar por él. Al levantarse, una capa militar lo cubría del frío y había comida en una bandeja a unos pasos. Esa elegante prenda pertenecía al uniforme que usaban todos los rangos militares a los que pertenecían en el ducado. Por lo que no pudo deducir quien era el propietario, se aferró a ella regodeándose en su aroma. Sintió que ya había hecho eso antes, la sensación de conocer ese aroma era palpable. Pero no quería darse falsas esperanzas, solo era un traidor cumpliendo su castigo, que un soldado fuera lo suficientemente osado como para ignorar eso e ir en contra de las órdenes del general, hizo que agradeciera en silencio y comiera la comida que seguramente con esfuerzo le habían llevado, no podía desperdiciar ese valiente acto.


...


...


Inuyasha no sabía cuanto tiempo había estado en ese oscuro lugar, pero siempre había comida y agua cuando despertaba. Alguien lo cuidaba a pesar de saber el castigo, no sabía porque o quien era capaz de arriesgarse por él, nadie debía compadecerse del hijo de un traidor o el castigo sería severo.


Su misión de vida se había evaporado ante sus ojos, su supervivencia había pasado a segundo plano en su mente desde que esta empezó a llenarse de la imponencia de Sesshomaru Taisho. Ya no le quedaba nada por el cual vivir, nada lo ataba al mundo. Koga podría superar su muerte en un tiempo, el moreno de coleta lo estimaba al punto de volverse un gran hermano mayor pese a que se peleaban por cualquier cosa. El hombre podría pasar página y pretender que nunca lo había conocido. En cuanto a su primo, Miroku Fujimori no había estado con él desde que era un niño, por lo tanto no había un apego emocional lo suficientemente fuerte como para aferrarse a su recuerdo. Esperaba que el hombre no causara problemas a los Taisho cuando se enterara de su destino, no quería seguir causando más problemas aún en la muerte. Esperaba que su primo siguiera pretendiendo que había muerto durante el asedio para que no sintiera que era culpa suya el que haya terminado en esa situación.


Con unos últimos dulces recuerdos, Inuyasha se aferró a la prenda que lo cubría y se recostó en el suelo. Siempre era mejor dormir para no llorar, dormir para desconectarse del mundo real y el sufrimiento que traía.


Continuará...


 


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