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El Sirviente del General. por Keiko Midori 0018

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El silencio era lo único que tenían, el ambiente de antes había desaparecido y solo quedaba la tensión de una verdad dolorosa. El general Taisho no dejaba de ver a su sirviente, preguntándose el porqué había sido tan ingenuo como para dejarse engañar con tanta facilidad. Siempre se consideró alguien inteligente y astuto, pero unos claros ojos pudieron derrocarlo con facilidad. Seguía preguntándose si en ese hombre frente él, aún quedaba una pequeña parte de ese niño asustadizo que había capturado su atención hacía ya un par de años atrás. Quería pensar que era una farsa, que estaba alucinando por las medicinas que le dieron, pero la cruel realidad era que la única persona que parecía ser sincera a su alrededor, no existía y tal vez, nunca existió. Dejó salir el dolor del otro general, permitió que sus pensamientos más profundos e íntimos, salieran a la luz. Porque ya nada importaba desde que la verdadera cara de su sirviente había aparecido destruyendo todo a su paso.


─La primera vez que te vi, pensé que nadie en este mundo podía ser tan puro e ingenuo como lo eras. Te veías tan inocente que me daban ganas de corromperte hasta el llanto. Pero, cuando me tomé la libertad de conocerte mejor, me di cuenta que eso era lo que me gustaba de ti, lo que te volvió mi posesión más preciada. Realmente eras tan único que quería todo de ti. Durante todo este tiempo me debatía entre destruirte y protegerte.


Su voz tranquila se dejó oír, recordando esos momentos nostálgicos del pasado. El día en que había decidido dar rienda suelta a su libido y había decidido tocar a un hombre, el día en que todo cambió y decidió simplemente obtener el amor pleno y desinteresado de ese chiquillo que había conocido antes. Con el pasar de tiempo, había llegado a confiar y aceptar esas extrañas sensaciones que le provocaba. A veces llegaba a pensar que el otro general era solo un intento de excusa para tocar a ese niño con libertad, tantas cosas complicadas y simples a la vez. Pero, simplemente no podría olvidar una traición. Las traiciones que recibió en el pasado habían causado dolorosas heridas que no llegaron a sanar, heridas que siguieron latentes y que lo llevaron a desconfiar de cada persona a su alrededor. Heridas que en eso estaban contaminando su mente y su corazón, lo obligaban a distorsionar los hechos y lo llevaron a pensar que ese sirviente frente a él lo había engañado para conseguir beneficios para su conveniencia. Justo como decenas de mujeres con las cuales se había topado en el pasado. Lo besó con la intensidad de siempre, pero lo que antes fueron besos dulces y cálidos, ahora tenían el amargo sabor de la traición. Cuando notó que aquel sirviente tendría la osadía de tocarlo, lo empujó con asco.


─Ahora dime, ¿Qué te separa de las rameras que usan su cuerpo para su conveniencia?.


El desdén en su mirada y en sus palabras, le dolieron. Porque nunca quiso decir eso, pero no iba a arrepentirse de sus palabras. Su mente le decía que era lo correcto, tanta negatividad calló todo sentimiento evocado por el otro general. Su orgullo evitaba que escuchara lo que su corazón gritaba, que hiriera a ese joven con su lengua venenosa y todo por esa herida que le había provocado. Nunca había perdonado una traición, todo aquel que osó mentirle ya no habitaba ese mundo. Aún así, debía darle crédito a ese niño. Nadie había logrado engañarlo como él lo hizo, nadie había logrado amansarlo como él lo había hecho y mucho menos, nadie había visto la debilidad que le llegó a mostrar en algunas ocasiones. Porque ese niño nunca supo el dominio que había tenido sobre él, ese niño hubiera logrado ponerlo de rodillas si así lo hubiera querido y él lo hubiera aceptado. Todo porque el otro general tenía el dominio, aunque no sabía desde cuando. Pero, una mentira podía llegar a destruir todo, por más inocente o sencillo que fuera.


Lo alabó con una dolorosa ironía, se sentía humillado y desahuciado. Todo lo que el otro general quería había sido pisoteado sin piedad, tanto que las palabras de su sirviente le provocaron inmensas ganas de reír, lo hizo. No era tan ingenuo como para caer dos veces, no permitiría que volviera a pasar. Todo era tan confuso, no entendía el porque de tanto dolor por algo así. Había sido traicionado antes, las traiciones ambiciosas le habían quitado muchas cosas y sentía que la reciente traición era la peor de todas las que había recibido su persona. Pero estaba seguro que era por obra del otro general, quien se sentía dolido y extrañado por todo lo ocurrido. Porque estaba completamente seguro de que el cobarde de Naraku Ayakashi sería el primero en traicionarle, nunca se paró a pensar que el menos esperado sería quien diera la estocada final. No aceptó sus palabras, con el odio consumiendo su corazón, dejó de escuchar al otro general y se vio en la obligación de darle su merecido.


El general Taisho pensó por un momento en darle el castigo por traición, pero eso significaba la muerte. Una tortuosa y dolorosa muerte. Sin embargo, no pudo hacerlo y todo por la excusa del otro general que era más fuerte que él en ese momento. Nunca pudo causarle daño a ese joven y esa noche no sería la excepción, no podía dañarlo y ponía de excusa a ese lado ficticio suyo. Por esa razón, lo arrastró consigo hasta llegar a un par de guardias que vigilaban los alrededores. Empujó a su sirviente al frente para que fuera interceptado por aquellos hombres y dio la orden.


─Enciérrenlo en el calabozo, déjenlo podrirse en la celda más profunda. Si me llego a enterar que alguno de ustedes llega a acercarse a él, lo pagaran con su vida.


Tras haber dicho eso, se marchó sin mirar atrás. No estaba preparado para eso, no quería verlo de nuevo y recordar las mentiras que le dijo.


...


...


Después de todo lo ocurrido, el general Sesshomaru Taisho se encontraba en sus aposentos. Caminaba de un lado a otro cual león enjaulado. Se la pasó así por un par de horas, molesto y herido, pero reacio a perdonar. Una parte de él tenía miedo, no quería que ese dolor punzante en el pecho volviera. Simplemente se sentó en la cama y bufó con molestia, no era capaz de entender su propio raciocinio. De repente, el aroma a comida se presentó, algo que había ignorado. Hacía unas horas atrás, una mucama le había llevado sus alimentos y la había ahuyentado con una mirada, la asustada mujer había dejado la comida y había salido prácticamente corriendo, pero eso no era importante. Lo importante era el pensamiento fugaz que acababa de asaltarlo.


─No lo hagas. â”€Expresó molesto, pero no fue lo suficientemente explícito para eso.


Se levantó de la cama, se acercó a la mesa en donde descansaban sus alimentos y sin más, los cubrió con la tapa de la bandeja. Antes de tomarlos en sus manos y salir de a habitación, vio en una silla la capa pulcramente doblada y limpia de su uniforme. Volvió a repetir la misma orden, pero cuando acordó, ya estaba caminando por los pasillos de la mansión con una capa y una bandeja de comida en las manos. Y cuando quiso reprocharse por su comportamiento, ya estaba frente al área del calabozo. Los guardias que custodiaban la entrada lo miraban sin entender el porqué estaba a altas horas de la madrugada en ese lugar, no faltaba mucho para el amanecer. Pero el hombre no estaba ahí para dar explicaciones de sus acciones.


─Largo.


Y los guardias no esperaron que el hombre repitiera su orden, salieron huyendo en cuanto les dedicó una mirada gélida. Se adentró en aquel tétrico lugar e ignoró a todo lo que le rodeaba, hasta llegar a la celda más profunda y apartada del lugar. Se paró frente a la puerta y pudo distinguir un bulto echado en una esquina. Dejó lo que traía en el suelo y abrió la puerta con delicadeza, el chirrido solo logró un leve movimiento en el joven que dormía en el suelo. Tras lograr abrir la puerta, lo miró por unos segundos y al darse cuenta de que dormía, decidió hacer lo que el otro general le obligaba. 


Se acercó a su sirviente y se acuclilló frente a él, al verlo abrazado a sí mismo, lo cubrió con la prenda que había llevado. Pasó sus dedos por la mejilla húmeda y cerró los ojos.


─Te odio, pero me odio más a mí mismo por no odiarte como debería.


Después de dejar la comida, salió del lugar sin hacer ni un solo ruido. No quería seguir tirando su orgullo y que el traidor lo viera en esa penosa situación.


Hizo esa misma rutina cada día, sin falta.


Continuará...


 


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